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El Siglo de las Luces y cómo vio nacer la idea de Patrimonio Histórico El concepto de patrimonio tiene un origen ancestral, y la historia nos muestra que esta idea ha tenido siempre una posición central entre los arquitectos, pintores, escultores e intelectuales. El patrimonio enfrenta por una parte tradición (y su transmisión), y por otra a la idea de emancipación y creación. Durante el siglo XX vivimos un momento de enfrentamiento entre los conservadores, que no admitían la necesidad de respuestas contemporáneas, y los que defensores del progresismo que se posicionarían a favor de la destrucción la memoria colectiva: no deja de ser la eterna querella entre antiguos y modernos que surge durante la Ilustración.
Antes de la Ilustración El siglo XVIII es el momento bisagra entre la naturalidad, imperante hasta entonces, de sustituir e imponer nuevos estilos arquitectónicos, y la toma de conciencia de la importancia de estos objetos como herencia cultural, y la necesidad de su cuidado y mantenimiento. Hasta aquel momento la rehabilitación se entendía como mantenimiento práctico: las fábricas románicas podían convivir con las renacentistas siempre que no hubiese necesidad de ampliaciones. En este caso, se destruían o se reutilizaban los materiales sin miramientos. La integración utilitaria de diferentes estilos era un hecho natural, con la Plaza del Obradoiro como pieza ejemplar de esta sensibilidad. Gracias a este modo de entender el patrimonio podemos llegar a la conclusión que todo edificio que ha llegado hasta nosotros ha albergado un uso (y por tanto, un mantenimiento). En este sentido hay que resaltar la figura del canónigo fabriquero como figura encargada de la conservación de las catedrales. Junto con los maestros de la catedral, como Covarrubias en la Catedral de Toledo, encargados de las ampliaciones que lo dotaban de contenido, lograron mantener este edificio que ha llegado hasta nuestros días. La conservación, por tanto, mantiene los usos que salvan el edificio, ya que sin uso cualquier edificio es una ruina en potencia. Este concepto ya lo comprendían desde la antigüedad de un modo intuitivo, y los desarrollaron aplicando soluciones más o menos acertadas, con el objeto de dotar a estos contenedores de un uso que le diese sentido.
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Alba
González
Jiménez
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Nacimiento del concepto de Patrimonio A pesar que el redescubrimiento y la puesta en valor de momentos anteriores es una constante en la historia de la humanidad, como en la época de Atalo II o el Renacimiento, no es hasta la segunda mitad del siglo XVIII en el que el clima cultural lleva a abrazar una consciencia histórica moderna y sistemática. Se analiza, clasifica y se objetiviza la Historia durante el Siglo de las Luces, permitiendo la transformación del concepto de monumento en monumento histórico, y las obras de arte en documentos históricos. El desencadene intelectual se puede situar en la publicación de Winckelmann en 1764 de la Historia del en la Antigüedad, en el que el estudio preciso y el intento de reconstrucción en papel de obras clásicas se aparta de la sensibilidad pintoresquista imperante en torno a las ruinas. En esta objetivización del pasado se comienza a utilizar el concepto de tiempo como un instrumento taxonómico. Hasta el Antiguo Régimen, la historia se basaba en una idealización del pasado estudiada sin métodos sistemáticos. Pero durante el siglo XVIII tres grandes descubrimientos desencadenaron una nueva forma de valoración de la antigüedad: Pompeya y Herculano (1736) las expediciones de Bonaparte a Egipto (1790), el desciframiento de la Piedra Roseta (1799). La toma de conciencia de que estos vestigio materiales podían ser un fuente documental en el conocimiento de la historia desencadena que hacia 1790 se establezca el concepto de testimonio y la necesidad de procesos que verifiquen estas trazas del pasado. La concepción tradicional de patrimonio como bien heredado del padre pasa de la esfera privada a la pública durante la Revolución Francesa en el momento en que se secularizan los bienes la Iglesia y cae el Antiguo Régimen. Se comienza a hablar de patrimonio nacional, bienes que pertenecen a la humanidad, y que se entiende como una acumulación continua de objetos pertenecientes al pasado y cuya conservación conlleva un esfuerzo colectivo. En este momento existe un cambio en la relación filosófica entre el tiempo vivido y la memoria que transmiten los objetos históricos, que necesariamente exige redefinir una serie de conceptos. El término monumento proviene del latín y significa recordar: el monumento es un objeto de producir recuerdos, según definió D’Aviler en su Cours d’Architecture de 1761. Según Françoise Choay (1992) el concepto de monumento histórico es una invención occidental que se instaura hacia 1790 por Aubin-Louis Millin: un monumento es un acto constructivo consciente y deliberado, al contrario del monumento histórico, que no es creado como histórico pero que se transforma en uno a través de su papel documental. Es un testigo que define los caracteres de una época, y alcanza su estatus a través de la patrimonialización. A causa de esta nueva forma de enfrentarse a los objetos arquitectónicos patrimoniales, la sociedad, a finales del siglo XVIII, comienza a apreciar arqueológica, estética e históricamente la arquitectura con una valoración independiente de su destino. El ejemplo característico en España de la restauración según estos valores es la actuación de Juan de Madrazo en la Catedral de León: “la restauración que se está llevando a cabo [..] es una empresa puramente civil, laica. Se está restaurando la catedral por razón del mérito y del valor de sus fábricas, no en virtud del uso al que está destinado su edificio.”
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Dimensiones del patrimonio En la Ilustración las dimensiones fundacionales (o tradicionales) del patrimonio comienzan a cambiar y a aceptar las modernas. A las dimensiones religiosa, monárquica y familiar se le une la nacional, que no es más la familiar (concepto de herencia) transformada a raíz de la Revolución Francesa. Los ciudadanos no son más que los depositarios de un bien, como se establece en la Comisión temporal de las Artes de agosto de 1790, en la que se definirán los conceptos de patrimonio y vandalismo. Esta protección es la expresión de una preocupación moral, histórica y pedagógica a raíz de la destrucción iconoclasta de los Sans Coulottes. Los acontecimientos se aceleran y comienzan a proliferar sociedades de protección del patrimonio como el Museo de los Monumentos Franceses de 1793, por Jean-Pierre de Bableo y André Chastel. Esta idea evolucionó hacia una dimensión científica en la que la importancia de estos objetos era la de su valor documental, no de un país, sino de un pasado universal. Comienza la voluntad de conservar la memoria de los acontecimientos, y ya no es meramente una finalidad estética sino humanística. La necesidad de clasificación de estos bienes va a determinar la dimensión administrativa del patrimonio, por Prosper Mérimée. Con el inventario, necesariamente llegarían las medidas de conservación, en las que tomaría parte Viollet-le-Duc.
Consecuencias del pensamiento ilustrado La problemática moderna acerca de la restauración que nace en la Ilustración queda definida y se desarrollará durante el siglo XIX, enfatizada por la destrucción revolucionaria y el nacimiento de los sentimientos nacionalistas y románticos. Dos posiciones contrapuestas se personificarán en dos autores: Viollet-le-Duc y Ruskin. Viollet-le-Duc defenderá que los edificios deben ser devueltos al estado al que el edifico pertenece, permitiendo restituciones imaginativas para lograrlo. A pesar de su voluntad de análisis objetivo y de insistir en comprender las características técnicas de la construcción de cada edificio y de la urgencia de buscar un uso, su concepción del patrimonio producirá actuaciones arbitrarias y una pérdida de la autenticidad de las obras. Como reacción a Viollet-le-Duc encontraremos a Ruskin, en el movimiento anti-restauración. Toma prestado la idea de los restauradores de muebles que consideran que los materiales originales de la obra de arte son la esencia de su valor. Es decir, la autenticidad material se encuentra por encima de la recreación histórica, en términos de valor patrimonial. Llega a afirmar que la restitución de un edificio únicamente a nivel de la forma, lo que se entendía por restauración gracias a Viollet-le-Duc, era la peor forma de destrucción.
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En definitiva, es en el Siglo de las Luces el momento en que se establecen sistemas científicos de análisis de la historia, poniendo en valor el patrimonio como documentos históricos, y cuando los sentimientos nacionales impulsan la demanda colectiva de protección de los monumentos por representar la nueva identidad nacional. La nueva idea de patrimonio produce una ruptura entre intervencionistas-creadores y conservadores El tiempo dará la razón a Ruskin y actualmente se acepta su punto de vista: uno de los componentes intrínsecos a toda obra de arte la materia que la compone, y es indisociable a los materiales originales, de los cuales depende su valor histórico. Además, es imposible lograr mantener una obra si no se le atribuye un uso, por lo que la necesidad de aplicar cambios a la obra arquitectónica es un una necesidad. El modo de realizar esta tarea, mantener los materiales originales en el mejor estado y modificar la envolvente para alojar usos que logren mantener la obra, requiere afine en la actuación y conocer el comportamiento de los materiales en el límite de contacto entre antiguos y los añadidos. Es, en definitiva, un compromiso entre la sinceridad material y el uso.
Bibliografía: ROBERT, Yves, Théorie de la conservation e de la restauration des patrimoines, Académie Universitaire Wallonie-Bruxelles. ULB Éditions, Bruselas, 2011.
Adell Arguilés, Josep et Al, Teoría e Historia de la Rehabilitación. Editorial Munilla-Lería, Madrid, 1999.
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