ALBUM Nº 102
portadas 102 B_ALBUM 19/02/13 13:37 Página 1
N 4,5€
Giacometti Edvard Munch
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Museos de Oslo ◆ Alma-Tadema Jardines impresionistas ◆ Emerson
Saliendo el sol, 1912. Giovanni Giacometti (Colección Privada)
LA SAGA SUIZA DE LOS GIACOMETTI Fundación Beyeler, Basel
Ana Rimblas
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n ocasiones estar cerca de un gran maestro es beneficioso para los otros artistas, pero hay veces en que la mucha gloria de algunos, su mucha fama, termina eclipsando a todos aquellos que le rodean. Así ocurre por ejemplo con los Giacometti. Que el mucho renombre de Alberto ha hecho que se olvide que existieron su padre, Giovanni Giacometti, el primo de éste, Antonio Augusto Giacometti, e incluso los dos hermanos de Alberto, Diego y Bruno, que fueron, todos ellos, artistas prestigiosos en algún momento de su vida. Claro que ellos son un clan, una familia. Por lo que, en definitiva, todo queda en casa. En esa casa de la que puede decirse, sin temor a exagerar, que fue bendecida por las musas. Giovanni Giacometti, el padre del famoso Alberto Giacometti, había nacido en 1868 en Stampa, una pequeña y encantadora localidad en el Valle de Bregaglia (Cantón de los Grisones, Suiza),
Giovanni Giacometti 30
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Árboles en el Parque de Saint-Cloud, 1820. Paul Huet. The National Gallery, Londrés
JARDINES IMPRESIONISTAS Joaquín Lledó
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l Museo Thyssen-Bornemisza y la Fundación Caja Madrid presentan la exposición Jardines impresionistas, un completo recorrido por el desarrollo de la pintura impresionista de jardines, desde sus precursores inmediatos, de mediados del siglo XIX, hasta los postimpresionistas y simbolistas de principios del XX. Se trata de un importante proyecto internacional, realizado en colaboración con la National Gallery de Edimburgo, que ha conseguido reunir cerca de 140 pinturas procedentes de importantes museos y colecciones de todo el mundo, incluyendo un buen número de obras maestras del impresionismo.
Cultivar y disfrutar de las flores en un jardín decorativo y de esparcimiento se había convertido en uno de los pasatiempos predilectos desde mediados del siglo XIX al que no fueron ajenos el grupo de pintores impresionistas; muchos de los cuales compartieron esta afición, intercambiándose consejos de jardinería y experiencias, y creando sus propios “jardines de artista”. Los artistas de la escuela de Barbizon, sobre todo Corot, fueron desdibujando, desde mediados del siglo XIX, los límites entre la pintura tradicional de paisaje y la representación pictórica de flores y naturalezas muertas, mezclándola también con escenas de 44
Ricard Opisso, 1935
Pandora, 1881. Acuarela (Royal Watercolour Society, Londres)
SIR LAWRENCE ALMA-TADEMA Una evocación de la antigüedad soñada Jesús Tablate Miquis Dedicado a Idili Lizcano conocedor de los secretos de las flores y de los arquetipos de la belleza
La creencia en una idealizada edad dorada, en una sociedad más armoniosa y bella reglada por los arquetipos platónicos, estarán a partir de ese momento siempre presentes en su obra, que buscará infatigablemente reflejar esa dimensión, más sutil que la realidad, en la que reina la belleza como valor atemporal, eterno. Los tiempos cambian, pero la esencia de los hombres es siempre la misma.
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esde sus inicios Álbum Letras Artes ha prestado una especial atención a este excepcional pintor que es Alma-Tadema. Éramos en aquellos lejanos años de la década de los ochenta unos precursores. Pues no hay que olvidar, que pese a los intentos de la Royal Academy, que organizó todavía una gran retrospec-
tiva de su obra al año siguiente al de su muerte, durante el siglo XX la obra de aquel que en vida había gozado de tanta fama y tanta estima fue condenada al olvido. Y habría que esperar a finales de la década de los años sesenta para ver a algunos audaciosos críticos norteamericanos iniciar la recuperación de este gran maestro de la época victoria52
Ricard Opisso, 1935
Fachada Palacio Real
OSLO (Cristiania) La ciudad jardín y sus museos Ana Rimblas & Jesús Tablate Miquis
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esde que a mediados del verano boreal llegamos a Oslo una melodía había estado dando vueltas en mi cabeza sin que, como suele a veces suceder, terminase de recordarla con precisión. Pero nada más traspasar el umbral de la que fue nuestra primera visita en la capital noruega, la casa museo del dramaturgo Henrik Ibsen, como por arte de magia, el recuerdo se precisó: era una canción del grupo The Who; exactamente su versión de En la gruta del rey de la montaña, un fragmento de la obra compuesta por el músico noruego Edvard Grieg para la obra Peer Gynt de su amigo el dramaturgo Henrik Ibsen. Allí, en aquella atmósfera en la que el genial escritor había pasado sus últimos años los recuerdos se fueron precisando. En esta ciudad llena de bellos jardines donde tan agradable es pasear, otro artista muy presente es el escultor Gustav Vigeland, que da nombre a uno de ellos. Nacido en una pequeña ciudad del sur de Noruega en el seno de una familia de artesanos, muy pronto comenzó Vigeland a interesarse en la escultura de madera. Gracias a la ayuda moral y financiera del escultor Brynjulf
La nueva Opera
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Edificio de la Universidad
Palacio Linstow, 1848, Museo de Oslo 67
Encuentro en el espacio, 1899
EL MUSEO EDVARD MUNCH EN OSLO Un paseo por los cuadros menos conocidos y más coloristas y sensuales del pintor
Edwin Beaton
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l Munchmuseet, es decir, el Museo Munch, alberga en un edificio concebido por los arquitectos Gunnar Fougner y Einar Myklebust las obras de Edvard Munch donadas por el artista en su testamento a la ciudad de Oslo en 1940, más de un millar de pinturas, quince mil dibujos, cerca de cinco mil bocetos y seis esculturas, además de una biblioteca personal con más de dos mil libros, cuadernos de notas, documentos, fotografías e instrumentos de trabajo, así como gran cantidad de obras pictóricas de otros autores que Munch había ido coleccionando. El museo abrió sus puertas al público en 1963, cien años después del nacimiento del pintor, y fue rehabilitado y remodelado en 1994, cincuenta años después de la muerte de Munch, por uno de los dos arquitectos que lo habían construido, Einar Myklebust. Aunque muy pronto, en el año 2005, el museo tuvo que ser de nuevo parcialmente reconstruido, en esta ocasión para aumentar su
Autorretrato, 1882 70
Ricard Opisso, 1935
Magazine Literario
EMERSON EN ITALIA Gonzalo Pernas Frías Hablar de los orígenes de la literatura genuinamente norteamericana es hacerlo de Walt Whitman, Nathaniel Hawthorne, Henry Thoreau... y sobre todo, de Ralph Waldo Emerson. Para comprender el proceso de formación de la identidad cultural de Estados Unidos, nada como penetrar en el mundo de impresiones en el que el padre del trascendentalismo se vio envuelto durante su visita a la cuna de nuestro Viejo Continente. Por ello, acometeremos ahora un sintético intento de reflejar los momentos más significativos del periplo italiano del autor de Nature; primera parada de un grand tour del que -gracias a a la perennidad de las letras de su protagonista- hoy tenemos afortunado conocimiento.
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alph Waldo Emerson (18031882) ha pasado a la historia no sólo como uno de los padres fundadores de la identidad cultural norteamericana, lo ha hecho también como uno de los grandes ideólogos modernos de lo que podríamos llamar la visión espiritualizada de la Naturaleza. El pope del grupo trascendentalista de Concord, entre cuyos acólitos encontramos a figuras tan interesantes como la de Henry David Thoreau, Nathaniel Hawthorne o Margaret Fuller, viajó al Viejo Continente el día de Navidad del año 1832. Lo hizo a bordo del bergantín Jasper: la única de entre todas las embarcaciones del puerto de Boston que aquel veinticinco de diciembre iba a zarpar rumbo a Malta. Una vez embarcado, Emerson dejaba atrás la reciente muerte de su primera esposa, la renuncia a su ministerio unitario y las distintas enfermedades que afectaban a tres de sus cuatro hermanos. Cuarenta días en el mar le condujeron al puerto de destino y posteriormente a Sicilia, Italia, Francia, Inglaterra y Escocia. Carlos Baker dio una idea del periplo del pensador en los siguientes términos: “Mientras meditaba junto a las ruinas, exploraba los monumentos culturales, hacía la genuflexión tan bien como podía hacerlo un unitario nominal ante los principales templos católicos, dejó de lado sus reservas de estadou-
nidense de Nueva Inglaterra y entrevistó a varios de los grandes y no tan grandes literatos. Goethe acababa de morir; de lo contrario, el joven bostoniano habría incluido Alemania
en su itinerario. Keats, Shelley y Byron también se habían ido, pero pudo ver a Landor en Fiesole, a Coleridge en Highgate, a Wordsworth en Rydal Mount y a Carlyle en Craigenputtock. Aunque todavía estaba lejos de alcanzar rango de celebridad literaria, era en cierto modo fiel seguidor de sus hermanos más destacados de habla inglesa. Cuando volvió a casa, su equipaje incluía el registro escri87
to a mano de su grand tour; un tesoro de unas cincuentamil palabras”. Como el propio autor de Nature escribiría, en La Valetta maltesa experimentó las primeras alegrías brindadas por una mirada convertida en “la de un niño ante estos gloriosos libros ilustrados. Los monjes cantores, los techos tallados, las Vírgenes y los santos, (…) todos oráculos alegres, quotidiana et perpetua. Puertas de plata”. Dos semanas después llegaría a Siracusa para desayunar la miel de Hybla, pasearse entre los vestigios de las colonias griegas y beber las aguas de la fuente de Aretusa, justo antes de contemplar el Etna desde su locanda y de la visita obligada de Mesina, Palermo y Catania. Entonces, sus compañeros de viaje eran los sicilianos Itellario y Francesco -un sacerdote y un sastrey Gaetano y Lorenzo, sobrinos del primero. Los che vella vedutta! se sucedían por cada panorama desplegado ante ellos en los recodos del camino; además, Emerson arrancó un magnífico che bravo signore! a sus acompañantes al compartir con ellos su dominio del latín y comunicarles su condición de sacerdote. Las cosas cambiaron frente al prometedor mar de Palermo, en el manicomio municipal. Fue en el Spedale dei Pazzi donde el viajero de ultramar se vio impelido a retornar a la realidad de los graves problemas mentales de sus hermanos. Ya
Magazine Literario en Nápoles -ciudad también fundada por los griegos y la gran atracción italiana en contraposición a un casi siempre ignorado mezzogiorno- Emerson puso en duda el mítico Vedi Napoli e poi mori y el entusiasmo plasmado por Goethe en Viaje por Italia; libro entones leído por el bostoniano para el perfeccionamiento de su alemán. Tal vez pecando de una mirada excesivamente idealizada, el viajero sufrió cierta conmoción al descubrir que no sólo los intelectuales recorrían las calles de aquellas ciudades y villas míticas y que el hambre y el sufrimiento también lo hacían. Sea como fuere, tras visitar la iglesia de San Martín, la tumba de Virgilio y el Grotto del Cane se dirigió a Herculano y Pompeya, se citó con el temible Vesubio y de nuevo hubo de confrontarse con los peores aspectos de la condición humana, esta vez encarnados en la “población ladrona e infiel” que pululaba a su alrededor. Dos robos después llegó a Roma y aún experimentando un excepcional estado de salud- tuvo que vérselas con una compañía lo suficientemente decepcionante como para escribir sobre ella: “Daría toda Roma por un hombre digno de pasear por aquí”. Por otra parte, también le disgusto no poder aprehender “la Italia interior”, llegando a contar hasta quince conciudadanos suyos en las calles de la ciudad eterna en un mismo día. De todos modos, para un hombre con una relación tan problemática con la historia, Roma era el sitio adecuado: el centro de un centro que si no estaba allí, no estaba en ninguna parte. Visitó el barrio judío, el Palazzo Cenci, Piazza de Spagna y uno de los lugares predilectos de los angloamericanos: la iglesia de Trinità dei Monti. Por supuesto, pasó también por San Pedro, la tan celebrada por Byron casa de Rienzi y otros tantos lugares cuya referencia impediría que estas líneas constituyeran un artículo breve. Era mayo cuando llegó a Florencia. Tras un mes en Roma celebró allí su trigésimo cumpleaños en coincidencia con la fiesta de San Zenobio. Encontró tan de su agrado el Duomo, la catedral y el Campanile como lo espacioso de los alojamientos y los cafés, elegantes a la par que
baratos. Lamentablemente, la melancolía volvió a adueñarse de él en Venecia; una ciudad que por lo demás, no le impresionó demasiado. Las circunstancias le llevaron a sufrir algo parecido a una pequeña crisis depresiva en la Piazza San Marco y a cuestionarse sus propias aptitudes sociales. En Padua disfrutó del entonces nuevo Caffè Pedrocchi, tal vez adulzando el sabor amargo que le dejó la ciudad del carnaval; un lugar gris en el que el agua olía “a sentina” y que sólo podía definirse como una “ciudad de castores”.
La magnificencia gótica de Milán, su Ospitale Grande, su catedral, sus estatuas... recondujeron a nuestro protagonista a un estado anímico favorable. Con ayuda del Conde de Verme y del carruaje que le prestó, Emerson -al más puro estilo turístico- visitó ocho iglesias y las principales curiosidades de la ciudad en el transcurso de un único día. No obstante, encontraría el epítome de su visita a la noble Milano en la contemplación de la urbe a través del jardín de aire formado por los pináculos catedralicios; un panorama presidido por los Alpes en último término que le haría considerar a ésta “una de las más grandiosas vistas de la tierra”. Ésta es la crónica express de uno de los más excepcionales grand tour de toda nuestra modernidad. Aunque la estancia europea era bastante común entre los 88
recién licenciados en Harvard, no lo era tanto viniendo de uno de los mayores inconformistas de la historia del pensamiento universal. Emerson abogó por una relación genuina con la Naturaleza y por una mirada directa del presente, capaz de prescindir del velo -tedioso e incluso cegador- de los dogmas y las tradiciones de la vieja cultura. Tenía pues, razones de inusitada profundidad para cruzar el Atlántico en busca de su verdadero yo, justa y paradójicamente en la cuna de la civilización occidental. Todo ello permitió a Emerson confirmarse en una fe alternativa a la unitaria antes de franquear los Alpes hacía el resto de Europa. Igualmente, rodeado de vestigios de míticas civilizaciones ancestrales pudo concebir una historia más esplendorosa e intemporal aún: una Historia de la Naturaleza en la que verdad y belleza -ética y estética- son el Uno que acoge en su seno a las ruinas de los viejos imperios. Ésta es la crónica pues, de un sacerdote que prefirió ser maestro y que encontró en Italia la atalaya desde la que contemplar la eternidad. Emerson. Confianza en uno mismo. Gadir, Madrid Emerson. La conducta de la vida. Pretextos Emerson entre los excéntricos. Ariel