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Gerardo A. Cárdenas G. Fulano de Tal
Gerardo A. Cárdenas G.
Sé que esto les parecerá absurdo, pero esta mañana me ocurrió algo que nunca hubiera imaginado: ¡conocí a Fulano de Tal! Como suena.
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Primeramente vi a Hildegardo Suárez, agente inmobiliario, charlando con otro individuo en un céntrico café. Hildegardo es uno de mis mejores amigos y siento por él un aprecio genuino. Él se ha conducido siempre con una impecable deferencia para con mi persona, por eso, aunque no disponía de mucho tiempo, me encaminé hacia su mesa para saludarle y proseguir mi camino. -¡Hildegardo, qué gusto! Él se levantó enseguida, y casi gritó -¡Carlos!, antes de estrecharnos en un abrazo cordial. Justo después fue cuando ocurrió la cosa. Hildegardo extendió su mano hacia el hombre sentado enfrente. -Mira, un amigo. -Mucho gusto, expresé sonriente. -Carlos Díaz. El tipo, sin levantarse, alargó su mano hacia mí. Creo que intentó sonreír, pero su boca sólo dibujó una mueca socarrona. -Hola, dijo con voz apagada. -Soy Fulano de Tal. No parecía bromear, de hecho, se le veía, apenado, incómodo. Por mi parte, como si presintiera una desgracia, solté su mano, y no sabiendo muy bien como manejar la situación, me despedí casi de inmediato, explicando mi premura.
Me dirigí a atender mi asunto, el cuál resolví sin contratiempos, y en menos de una hora me encontraba de vuelta en mi departamento de soltero. Mientras preparaba mis alimentos, vino a mi mente la escena con el amigo de mi amigo. ¿Será posible que haya padres capaces de arruinar la vida de sus hijos, poniéndoles nombres así? He conocido personas que adoptan nombres ajenos sólo porque su nombre real no les agrada, o les resulta vergonzoso. Pero, por muy disparatados, grotescos o ridículos que tales nombres sean, al menos son nombres propios que, con el tiempo, sus amigos terminan usando con la mayor naturalidad. ¡Pero de ahí a «Fulano de Tal»! el asunto cambia drásticamente. Es como llevar todos los nombres y ninguno a la vez, como sumergirse en el océano del todo y emerger en la orilla de la nada, pues no olvidemos que Fulano de Tal podemos ser cualquier persona y a la vez no es ninguna. O tal vez sea como compartir las vidas y las experiencias de todos y al mismo tiempo desentenderse de ellas por completo; como calzarse los zapatos de todos y a la vez andar descalzo. Aunque, bien vistas las cosas, más allá de tener que soportar el sarcasmo y las miradas de complicidad con que frecuentemente reaccionamos ante lo inusual; ante lo excepcional, ostentar tal apelativo universal y a la vez anónimo puede semejarse a ese tipo de experiencia mística en la que te percibes a ti mismo en todos los momentos existentes en el presente, en el pasado y en el futuro, sabiendo todo cuanto es posible saber y además ocupando todos los espacios posibles en el universo. ¡Todo ello al mismo tiempo! Si es verdad que el universo no tuvo un origen ni tendrá un fin; que es eterno, silencioso, insondable e infinito, entonces llamarse «Fulano de Tal» debe ser sin duda el centro y el presente absoluto del cosmos; y, si no el súmmum de la inmanencia ontológica, al menos un punto privilegiado para la observación omnisciente.
Había terminado de comer apresuradamente pues estos y otros muchos inquietantes pensamientos acerca de Fulano de Tal, agitaban sin tregua mi mente. Aflojé el nudo de mi corbata, me descalcé y me derrumbé sobre el sofá para reposar la comida. Empecé a sentirme un poco culpable por haber desaprovechado la oportunidad de conocer mejor a una persona que quizá percibe la vida como ninguna otra en este planeta. Comprendí también que su incomodidad, al conocernos, se debió a mi falta de cordialidad y de empatía para con alguien fuera de la norma.
Me prometí que en un próximo encuentro enmendaría mi falta y buscaría la manera de estrechar amistad con Fulano de Tal. Algo me apremiaba interiormente a no procrastrinar el resarcimiento de mi descortesía. Conocer mejor, escudriñar y aprender de la enigmática y generosa naturaleza de Fulano se tornó en ese mismo instante un imperativo que aguijoneaba mi espíritu con tal fuerza, que busqué mi teléfono móvil para llamar de inmediato a Hildegardo, y ver la posibilidad de concertar una cita entre los tres, en los próximos días. Justo en ese momento mi dispositivo sonó. Era mi amigo. -¡Hildegardo!, estaba a punto de marcarte. -Nada urgente, Carlos, sólo que el amigo que te presenté en el centro, me pidió que lo disculpara contigo. - Ah, sí, Fulano, ¿verdad? Pero, ¿disculparse?, ¿por qué? - No, yo hablo del Fabio; el que estaba conmigo en el café, hace rato. Hacíamos tiempo para su cita con el dentista. El pobre tenía mucho dolor. - ¿Pero cuál Fabio? ¡No dijo llamarse Fulano de Tal? - ¿De qué hablas? Le decimos el Fabio, pero es Fabiano… Fabiano Beltrán.
FIN
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