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María de la Luna Eréndira Huazano

Eré ndir a H ua za no

Una niñez en el México de los años cuarenta, una niñez en el México rural de los años cuarenta siendo mujer… mujercita. Sabemos que no es igual. Ella se pierde en el tiempo al recordarse, y al recordar lo que miraba, lo que escuchaba, lo que olía… pero no recuerda con claridad, qué soñaba. Los grandes, los adultos, salían a las calles, anunciando: ¡Alemania se rindió! ¡La guerra terminó! Hombres y mujeres con risas y abrazos, festejaban. Ella jugaba, en los pueblos en donde le tocaba vivir temporadas, disfrutaba la vida; sus padres eran educadores rurales, la maestra era su madre, el director de la pequeña escuela del pueblo, era su padre. La pequeña María, con sus humildes padres y ya para entonces un hermano menor, se mudaban a menudo pues era propio de las labores de la enseñanza. Pueblos y pueblos, que en muchos no se hablaba español, fueron los hogares de su primera infancia. María pierde la mirada en el recuerdo de muchos años atrás, cuando su madre le daba tremendos jalones de pelo, tenía que estar perfectamente alisada y con los moños en su lugar, el pelo fijo con limón y ella, con una lágrima de dolor. Limpia, peinada aunque no tuvieran una cama para dormir. Era la hija de la maestra, y, aunque eran vidas muy humildes y hasta cierto punto rudimentarias, poseía “buenos modales” pues el padre de María, provenía de una acomodada familia, de la cual salió al quedar huérfano y en rebeldía a los que le hicieron sentir así, huérfano. Él alcanzó a mamar ciertas conductas que aún en medio de la sierra, intentaba conservar con su propia familia, ahí tenía que haber preparación y cultura, y la había. Ahí, había también, muchas carencias, la vida era dura, la madre de María, era de todo para sus alumnos, las clases no eran unas cuantas horas al día, los niños asistían en ambos horarios, salían a comer y volvían por la tarde, ella, les bordaba sus trajes para las actividades culturales, bailables, obras de teatro, coros etc. Ella a la luz del quinqué, trabajaba hasta altas horas de la noche preparando sus clases; María la observaba haciéndose la dormida, ella recuerda perdida todo eso, pero… María, no puede recordar con qué soñaba. Entre pisos de tierra, camas hechizas con cartón y trapos, machismo y cultura, creció María; mirando el “mundo sin guerra”.

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Al pensar en esos años, en los que tomar una foto familiar era todo un rito, -era de ricos-, piensa que ha caminado la vida a tientas, -como todos- nota lo diferente del tiempo, el tiempo para María de la Luna es muy diferente a la María abuela en que se convirtió durante ese andar, ella ve su infancia a color, y la cuenta en un tono naranja de otoño. Entre recortes, cartas, fotografías amarillentas, ella revive, pausada y plena, tiene mucho que contar, y mucho por recordar, y se esfuerza por recordar, qué soñaba María.

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