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La Lengua de los Pájaros Gerardo A. Cárdenas G

Ge r a r do A. Cá r de na s G.

A mi padre en su nonagésimo cumpleaños.

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Escoge una noche en que la luna creciente haya asomado su rostro níveo durante el día. En una habitación sin corrientes de aire, tomarás un cuenco de cedro libanés perfectamente limpio y seco, en él que verterás tres partes de polvo de inocencia, finísimo y núbil. Mientras cantas con voz suave alguna antigua tonada frigia, acaricia paciente y dulcemente el polvo, sintiéndolo deslizarse como silenciosas cascadas minerales entre tus dedos, hasta que veas irradiar en tus manos un halo suave de luz rosada y virginal como la aurora. Si bien no sentirás el tiempo, esta fase de la operación podría demorar varios minutos, pero la señal luminosa no debe demorar más de veinte en manifestarse. Cuando veas desvanecerse el resplandor hasta disiparse por completo, abrazarás el cuenco con una inmensa ternura y luego lo sellarás con una charola de latón. Lo ocultarás de las miradas curiosas y lo dejarás reposar en total oscuridad durante dos días. Si transcurridos veinte minutos no percibes en tus manos ninguna coloración ni luminiscencia inusual, lo mejor será no insistir más en el experimento. Sería vano esfuerzo, pues el fallo en la reacción indica que te hayas ante una señal unívoca y admonitoria: has desatendido los llamados de tus sombras erráticas en el infra mundo, aduciendo torpemente que no perderías tu tiempo escuchando delirios fantasmagóricos que nada tienen que ver contigo. Por tu propio bien deberás cejar en tu empeño de hollar la senda de este Arte. Volverás hasta haber cumplimentado cabalmente la cita indeseable y haber escuchado todo lo que tus barbáricos inquilinos en exilio tienen para contarte, pues en el pervertido galimatías de sus relatos deberás desentrañar cuidadosamente la fórmula de tu redención. No existe para esas voces destinatario en el universo más propicio y legítimo que tú. No cometas el error de tantos necios que, tras extraviarse en la más irremediable locura, fueron pasto de “La Gran Puerca” que destroza a sus lechones, para luego devorarlos, por pretender obviar esta etapa del protocolo mágico y quebrantar el orden de estos Arcanos Santos.

Si por el contrario viviste la dicha de contemplar la milagrosa señal, procura apartar su recuerdo lejos de tu memoria, como si se tratara sólo de un sueño o de un suceso carente de importancia y significado. Es verdad que la vida humana rara vez prodiga experiencias extáticas e inefables como la que atesoras, pero aún así, déjala ir. Pero si evocaras involuntariamente la bendita visión, no te extasíes demasiado en la fragancia de su ensueño, cuyo poder de fascinación aún no eres capaz de resistir. Reemplaza con firmeza esa imagen por algún otro pensamiento de orden práctico. Cose bien tus labios y asegúrate de no contar a nadie lo que han contemplado tus ojos; no te expongas ingenuamente a la envidia o la burla de vulgo, ni atices el riesgo de arruinar por tu imprudencia el proceso de esta operación que has emprendido con gran acierto y mejores augurios.

Guardando celosamente estas recomendaciones, procederás a conseguir una pequeña botella con aceite de castor y aceite de oliva virgen extra al 50 % y volverás la tercera noche a tu polvo de proyección, sin acobardarte ante la ingrata sorpresa que te espera.

Al destapar el cuenco, una intolerable fetidez te azotará en el rostro. Verás el polvo convertido en una masa viscosa, inmunda y más negra que el chapopote. Querrás salir corriendo y arrojar lejos de ti aquella porquería. Querrás saber cómo, a partir de una misma materia, pueden emanar tanto la más casta poesía, como la procacidad más despreciable. Recuerda, la lógica que rige esta ciencia, no tiene parangón en ninguna otra forma de conocimiento humano. Mis amados maestros llamaban “Rebis”, es decir “La Cosa Doble”, a la naturaleza dual y antitética que reside en el polvo de inocencia. Ten presente que los vapores pestilentes que habrás inhalado, serán el detonate esencial de esta nueva etapa de tu aprendizaje. Si has sido fuerte hasta aquí y antes que el veneno que ya correrá por tus venas te lo impida, vacía un poco de la mezcla de aceites sobre la pasta negra y remuévela bien con una espátula nueva de madera de encina. Verás desprenderse un vapor blanco y la oscura mezcla parecerá aclararse y dar lugar a diversas coloraciones, en un orden que no siempre es el mismo, sino que es determinado por las emanaciones anímicas propias de cada operario. Así verás sucederse: la contrición, como un tono púrpura con destellos dorados, un jubiloso naranja con chispeantes vetas verdosas, la serenidad del amarillo con extáticas granulaciones celestes. Aparecerá también el grana, como sangre escarlata y siempre hasta el final, el blanco omnisciente. Cada nuevo matiz desprenderá sus propios vapores y aromas y su inhalación catalizará y revertirá de manera muy reconfortante la angustiosa metástasis del primer vapor oscuro e infecto. Si el cielo te permite llegar lúcidamente hasta este punto, da gracias por ello y después que la nueva sustancia se estabilice en el blanco más puro, sólo te faltará limpiar prolijamente tu laboratorio y lavar cada uno de tus utensilios. Pasados otros dos días, deberás desechar los residuos de la sustancia final, cavando en la tierra un hoyo de un metro de profundidad a dos metros de un tamarindo frondoso.

Por fin, cuando hayas aprendido a galopar con maestría en la cresta de la sensorialidad y sepas hacerte invisible para el mundo, habrás obtenido una bendición inaudita; un galardón de humilde, casi irrisoria apariencia, pero cuyo altísimo valor poco a poco llegarás a apreciar: comprenderás la lengua de los pájaros.

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