SINAPSIS 8

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La Lengua de los Pájaros Ge ra rdo A. Cárde na s G. A mi padre en su nonagésimo cumpleaños.

Escoge una noche en que la luna creciente haya asomado su rostro níveo durante el día. En una habitación sin corrientes de aire, tomarás un cuenco de cedro libanés perfectamente limpio y seco, en él que verterás tres partes de polvo de inocencia, finísimo y núbil. Mientras cantas con voz suave alguna antigua tonada frigia, acaricia paciente y dulcemente el polvo, sintiéndolo deslizarse como silenciosas cascadas minerales entre tus dedos, hasta que veas irradiar en tus manos un halo suave de luz rosada y virginal como la aurora. Si bien no sentirás el tiempo, esta fase de la operación podría demorar varios minutos, pero la señal luminosa no debe demorar más de veinte en manifestarse. Cuando veas desvanecerse el resplandor hasta disiparse por completo, abrazarás el cuenco con una inmensa ternura y luego lo sellarás con una charola de latón. Lo ocultarás de las miradas curiosas y lo dejarás reposar en total oscuridad durante dos días. Si transcurridos veinte minutos no percibes en tus manos ninguna coloración ni luminiscencia inusual, lo mejor será no insistir más en el experimento. Sería vano esfuerzo, pues el fallo en la reacción indica que te hayas ante una señal unívoca y admonitoria: has desatendido los llamados de tus sombras erráticas en el infra mundo, aduciendo torpemente que no perderías tu tiempo escuchando delirios fantasmagóricos que nada tienen que ver contigo. Por tu propio bien deberás cejar en tu empeño de hollar la senda de este Arte. Volverás hasta haber cumplimentado cabalmente la cita indeseable y haber escuchado todo lo que tus barbáricos inquilinos en exilio tienen para contarte, pues en el pervertido galimatías de sus relatos deberás desentrañar cuidadosamente la fórmula de tu redención. No existe para esas voces destinatario en el universo más propicio y legítimo que tú. No cometas el error de tantos necios que, tras extraviarse en la más irremediable locura, fueron pasto de “La Gran Puerca” que destroza a sus lechones, para luego devorarlos, por pretender obviar esta etapa del protocolo mágico y quebrantar el orden de estos Arcanos Santos. Si por el contrario viviste la dicha de contemplar la milagrosa señal, procura apartar su recuerdo lejos de tu memoria, como si se tratara sólo de un sueño o de un suceso carente de importancia y significado. Es verdad que la vida humana rara vez prodiga experiencias extáticas e inefables como la que atesoras, pero aún así, déjala ir. Pero si evocaras involuntariamente la bendita visión, no te extasíes demasiado en la fragancia de su ensueño, cuyo poder de fascinación aún no eres capaz de resistir. Reemplaza con firmeza esa imagen por algún otro pensamiento de orden práctico. Cose bien tus labios y asegúrate de no contar a nadie lo que han contemplado tus ojos; no te expongas ingenuamente a la envidia o la burla de vulgo, ni atices el riesgo de arruinar por tu imprudencia el proceso de esta operación que has emprendido con gran acierto y mejores augurios.

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