Los estatutos de la mirada

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LOS ESTATUTOS DE LA MIRADA Tex t o s e i n ve s t i ga c i รณ n d o c u m e n t a l d e

A LEJANDRO Pร REZ CERVAN TES


Alejandro Pérez Cervantes es periodista y narrador, maestro en diseño editorial por la Universidad de Monterrey. Ha escrito para medios nacionales como Sin Embargo, Luna Córnea, Replicante, El Universal y Vanguardia, trabajo por el que ha sido reconocido con el Premio Estatal de Periodismo durante cinco ediciones, en los géneros de crónica, entrevista, columna y artículo cultural. Premio Nacional de Cuento Julio Torri 2007 con Murania (Conaculta). Es autor de El muro y la grieta. Textos periodísticos (uadec, 2012) y compilador de Los nombres del mundo. Nuevos narradores saltillenses (imcs, 2016). Su título más reciente es La máquina del olvido (uanl). Ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en el área de literatura y ha coordinado los talleres literarios El Aleph (2015) y el Círculo de Estudios Literarios Otilio González (2017). Actualmente, se desempeña como profesor investigador con perfil promep en la Universidad Autónoma de Coahuila en las áreas de artes, comunicación y humanidades.


LOS ESTATUTOS DE LA MIRADA Tex t o s e i n ve s t i ga c i ó n d o c u m e n t a l d e

ALEJANDRO PÉREZ CERVAN TES

Obra fotográfica de José Mora y Gabriel Berumen en el Estudio Mora y García. 1948-1977


ING. ISIDRO LÓPEZ VILLARREAL

Presidente Municipal de Saltillo LIC. CLAUDIA MABEL GARZA BLACKALLER

Directora General del Instituto Municipal de Cultura M.C. ELSA LUCÍA TAMEZ AGUIRRE

Coordinadora Editorial

SALTILLO, 2017 ©D.R. GOBIERNO MUNICIPAL DE SALTILLO ©D.R. INSTITUTO MUNICIPAL DE CULTURA ©D.R. ALEJANDRO PÉREZ CERVANTES Corrección: Elsa Tamez/Ana Arreola Esparza Diseño editorial: Nereida Moreno ISBN DEL TÍTULO: ISBN COLECCIÓN: 978-607-95812-6-8 IMPRESO Y HECHO EN MÉXICO PRINTED AND MADE IN MEXICO

Este libro fue seleccionado para su publicación a través de un consejo editorial conformado por Claudia Mabel Garza Blackaller, María de Guadalupe Sánchez de la O, José Luis Rodríguez Sena, Sanjuanita Torres Ruiz, Pascale Ausseur, José Guadalupe Martínez Valero, Stella Maris Rodríguez Tapia, Jerónimo Valdés Garza y Pedro Moreno Salazar.


ÍNDICE

Bienvenida

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Presentación

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Agradecimientos

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Prólogo

19

¿Quién es Gabriel Berumen?

23

El hallazgo

25

La investigación

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El Estudio Mora y García

29

Los fotógrafos

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El legado

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Imagen, ciudad y memoria

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Fotografías

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Henry Segovia y sus Destroyers (1957)

38

La calle Ignacio Aldama y el Estudio Mora (1954)

40

Los bailes rancheros de la Sociedad Acuña (Circa 1957)

42

Carrera ciclista de El Heraldo (Circa 1948)

45

La Julia (1955)

47

Héroe (circa 1960)

49

Bar del Hotel Hidalgo (Circa 1953)

51

Calle Bolívar y la fábrica La Favorita (1960)

54

El Chango Casanova en Saltillo (1952)

56

Primera corrida del ferrocarril en Saltillo (1961)

58

Camión y Ateneo (1951)

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Huelga de telefonistas (Circa 1960)

63

Radiodifusora (Circa 1962)

65

Trillizas (1966)

67

Estreno de Ben Hur en el Royal (Circa 1959)

69

El Saltillero (1957)

72

Periodistas (1955)

74

Músicos y caravana (1952)

76

Máquina (Circa 1961)

79

Banda de música (1959)

81

Caravana del hambre (1951)

83

Panales (1951)

85

Post scriptum

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Pies de fotos

89

Notas

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Bibliografía

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BIENVENIDA

El papel del fotógrafo ha ido reduciéndose aparentemente con el paso de los años. Las nuevas tecnologías y el implacable vértigo de los nuevos tiempos han colocado con facilidad un aparato que muchas veces nos convierte en testigos indolentes, y otras más en individuos digitales que buscan la aprobación de los demás en el mundo virtual. Cada vez se ven más lejanos aquellos estudios en los que personas de todas las edades se daban cita para ser retratadas o donde, bien, se contrataban los servicios de los profesionales del ojo mecánico para tomar registro de todo tipo de eventos. Los estatutos de la mirada hace visible este oficio, así como las calles y personajes de Saltillo. Sin embargo, en el caso de éstos últimos, nos presenta una versión un tanto más añeja y también añorada. Aparece ante nuestros ojos un escenario diferente al que estamos familiarizados en la actualidad. No obstante, encontramos que la ciudad sigue siendo la misma, sólo que con un rostro y una fachada diferente. La obra fotográfica de José Mora y Gabriel Berumen pone en las manos de los saltillenses un trozo de historia de la que poco se habla en los libros, pero que abunda en las sobremesas y charlas de zaguán encabezadas por nuestros ciudadanos más viejos. Esa memoria que se niega a desaparecer como estas fotografías que ahora aparecen a lo largo de este libro. Las imágenes que ahora están a punto de ver, muestran apenas una parte del imaginario de esta ciudad y sus alrededores, pero son suficientes para ser analizadas minuciosamente mientras somos llevados por la mano de Alejandro Pérez Cervantes, quien en su afán investigador no sólo redondea aquello que la fotografía contiene, sino que también nos sitúa en el corazón mismo de la acción congelada, mediante un análisis pleno de referencias culturales de todo tipo. De acuerdo con Salman Rushdie, una fotografía es una decisión moral tomada en un octavo de segundo. Que sirva este ejemplo para preocuparnos por preservar nuestra memoria y su registro en todas sus formas. Que sea entonces nuestra decisión nutrir el legado que hoy nos toca dejar a las generaciones venideras. Ing. Isidro López Villarreal Presidente Municipal de Saltillo 2014-2017



P R E S E N TA C I Ó N

Según Richard Avedon, un retrato no es una semejanza. “En el momento en que una emoción o un hecho se transforma en una fotografía, ya no es un hecho sino una opinión”, afirma el fotógrafo estadounidense. Se parte pues de una subjetividad latente en el ejercicio fotográfico. Sin embargo, pese a las incertidumbres que acechan, se revela un punto de partida que sobresale por encima de todo, en el que la fotografía destaca como una herramienta tanto de registro histórico como de reconstrucción. En un ejercicio de arqueología de lo inmediato, Alejandro Pérez Cervantes indaga, repasa y se aventura de manera admirable en los terrenos bidimensionales de las impresiones salidas del estudio fotográfico Mora y García, cuyo acervo dio pie a Los estatutos de la mirada. Como todo rescate histórico, este no pude estar completo sin una dosis de romanticismo. Saltillo sabe de eso: en cada fachada de ladrillo y adobe, en cada centenaria referencia poética, en cada multitudinario evento que parece siempre repetirse bajo la misma tónica. El espíritu de la ciudad se asoma. Estas fotografías retratan este imaginario que, a menudo, por familiar u obvio, hemos ignorado. Sin embargo, ahí está, en nuestro día a día, plagado de símbolos a la espera de ser descubiertos. Quizás sin mayor afán que el de tomar registros de sucesos muy puntuales, José Mora y Gabriel Berumen dejaron constancia de lo que la ciudad ha sido desde hace siete décadas. No obstante, al mismo tiempo, supieron retratar esa paradójica complejidad conformada por elementos simples que pueden apreciarse en cada una de las imágenes compiladas en este libro. Diane Arbus decía que el tema de la imagen era más importante que la imagen misma. Las fotografías de estos dos decanos de la luz dejan en claro dicha premisa. La belleza se impone a toda pretensión y resiste el paso del tiempo; aunque la luz cambie cada siete segundos. Claudia Mabel Garza Blackaller Directora General Instituto Municipal de Cultura de Saltillo



AGRADECIMIENTOS

Este libro no hubiera sido posible sin la generosidad, memoria y sabiduría del señor Gabriel Berumen, además de la invaluable ayuda de la señora Guadalupe Mora y su familia. Así como los familiares y descendientes de los señores José Mora Luna y Rubén García, fundadores del Estudio Mora y García. Un apoyo fundamental en el proceso de investigación documental fue la disposición absoluta y atenciones del licenciado Francisco de la Peña, quien brindó todas las facilidades de acceso al archivo fotográfico digital del periódico El Heraldo de Saltillo. Deseo agradecer, además, el ejemplo y la charla de mi colega investigador Héctor Orozco, curador de la Fundación Cultural Televisa. Al maestro Alfonso Morales Carrillo, curador, editor y crítico del Centro de la Imagen, por su guía y aliento para que yo pudiera encaminar mi trabajo como investigador en el campo de la fotografía documental. Al doctor Carlos Recio, por las charlas y su bagaje indispensable en torno a la fotografía y la historia de nuestra ciudad, y a otros investigadores y divulgadores de la memoria y la cultura fotográfica en nuestra ciudad como Jaime Mendoza y Ariel Gutiérrez. A mis maestros y tutores del doctorado en Arte y Teoría Crítica, en especial al rigor de la maestra Agnès Merat y el esclarecimiento de los maestros Iván Ruiz y Valeria Sanhueza. A mis compañeros maestros e investigadores del cuerpo académico “Expresión visual”, de la Escuela de Artes Plásticas Rubén Herrera, de la Universidad Autónoma de Coahuila. Al apoyo constante, irrestricto e invaluable de mi familia. Pero principalmente, a todos los fotógrafos documentales de Saltillo, que han conformado con sus miradas, su corazón y oficio nuestra memoria. Alejandro Pérez Cervantes. Otoño de 2016



Este libro está dedicado a Belinda, Ruth, León, Rafael y René



La cámara atomiza, controla y opaca la realidad. Es una visión del mundo que niega la interrelación, la continuidad, pero confiere a cada momento el carácter de un misterio. Toda fotografía tiene múltiples significados; en efecto, ver algo en forma de fotografía es estar ante un objeto de potencial fascinación. La sabiduría esencial de la imagen fotográfica afirma: “Esa es la superficie. Ahora piensen ‒o más bien sientan, intuyan‒ qué hay más allá, cómo debe de ser la realidad si ésta es su apariencia”.

Susan Sontag



PRÓLOGO

En verano de 2012 asistí al Encuentro Nacional de Investigación en Fotografía, en San Luis Potosí, donde conocí al crítico Alfonso Morales Carrillo, personaje esencial en la consolidación del Centro de la Imagen y editor de la revista Luna Córnea, quien, con una generosidad y una paciencia a prueba de fuego, luego de más de un año de preparación y decenas de versiones, me alentó a escribir el dossier sobre la fotografía coahuilense en el número 35 de dicha publicación, dedicado al fotoperiodismo mexicano. Trabajo que luego me llevó a conocer al investigador y curador Héctor Orozco, quien venía de preparar una colectiva de fotoperiodistas sinaloenses. La exposición en Saltillo de El privilegio de la memoria nos dio la idea de trabajar un proyecto similar con los fotoperiodistas de Coahuila. Así, en coordinación con la Secretaría de Cultura nos avocamos a la investigación y la gestión de archivos para consolidar dicha muestra. Durante meses, me dediqué a explorar archivos privados y de algunos medios de comunicación, al haber elegido como parte de esta investigación el periodo y los materiales en torno a los decanos de la fotografía regional. Debo decir que, salvo las imágenes más conocidas ‒“El Trenazo”, “El suicidio de Catedral”‒, la mayor parte de esas pesquisas fueron casi infructuosas. La mayoría de estos autores, para esta fecha, estaban retirados o muertos: Adolfo González, Isidro Aguirre, Héctor García Bravo… Nuestra labor fue paciente, y aunque por causas de fuerza mayor mi participación en ese proyecto se vio interrumpida abruptamente, creo que algo parecido a la suerte o el destino me llevó a un descubrimiento interesantísimo y emocionante. En el archivo digital de El Heraldo de Saltillo, a partir de la amable disposición del licenciado Francisco de la Peña para revisar


con calma –durante tardes enteras– cientos y cientos de carpetas, encontré los negativos escaneados de un tesoro maravilloso: parte de los archivos del desaparecido estudio fotográfico Mora y García. Hasta ese día yo no sabía absolutamente nada sobre este acervo. La información corrió a cuenta gotas. Se trataba de un estudio que a mediados del siglo pasado había trabajado casi todas las fuentes periodísticas para eventos de gobierno: inauguraciones, eventos deportivos y cívicos, reportajes, servicios de comunicación social. Encontré imágenes que, además de un valor documental indiscutible, denotaban una cierta intención autoral. Imágenes que revelaban la búsqueda de ciertos valores estéticos. Pregunté al licenciado de la Peña cómo habían llegado esas imágenes hasta ahí. Él me habló de un fotógrafo que casi toda su vida profesional trabajó en la empresa que fundara su padre. De un periodista gráfico que con casi ochenta años a cuestas y con una vista deficiente, aún fatigaba a pie la ciudad para la cobertura de diversos eventos. Un fotorreportero que recién el gobierno de Coahuila había homenajeado por cuarenta años de labor ininterrumpida. Un hombre que había trabajado de joven para ese estudio. Que luego de la disolución de aquella sociedad originaria, había fungido como socio y fotógrafo principal. Que al fin de la empresa y la muerte de uno de sus compañeros había resguardado gran parte de ese archivo que registrara casi medio siglo de la vida diaria en Saltillo. Un fotógrafo que había valorado la importancia de dichos archivos y había ofrecido al dueño de El Heraldo la transposición digital de los viejos rollos de formato 120. Así se salvó para nosotros el archivo del Estudio Mora y García. Así conocí de la vida y la obra de aquel fotógrafo: Gabriel Berumen.

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¿QUIÉN ES GABRIEL BERUMEN? Gabriel Berumen nació en Saltillo en 1938. “Siempre he vivido entre el cruce de Xicoténcatl y Colón, Obregón y Colón, todo ese rumbo”. 1 A mediados de los años cuarenta, aficionado empedernido al beisbol, le gustaba irse por el rumbo del Estadio Saltillo que, por esas épocas, se ubicaba en la esquina de Salazar y Ramos Arizpe, frente a la Alameda, en los terrenos que ahora ocupa la Secundaria Federico Berrueto. El estadio era regenteado por el señor Pantaléon Magaña. Ahí se enamoró de los deportes. Años más tarde, cuando estudiaba en el Tecnológico de Saltillo y trabajaba por las tardes repartiendo los encargos de un sastre, llegó a la calle de Aldama para entregar una ropa al Estudio Mora y García. Ahí, a un lado de lo que era la Clínica Saltillo, conoció a sus dueños: los señores José Mora Luna y Rubén García Soto. Ellos lo tomaron como ayudante y le enseñaron los rudimentos de la fotografía: “Me dieron una cámara formato 120 Speed Graphic…y me mandaron a la calle.” Ahí, en el tráfago de lo diario conoció poco tiempo después a la que sería su esposa, la señora María Luisa González Mora, hija de Guadalupe Mora Luna, hermana de su jefe. En ese estudio, con el paso de las décadas del 50, 60 y 70, y luego de miles de fotografías, Gabriel Berumen se hizo fotógrafo. A la par de esa su labor, colaboró con los periódicos El Heraldo de Saltillo y El Sol del Norte. Por su trayectoria obtuvo reconocimientos importantes, hasta su parcial retiro en 2014, luego de un homenaje por parte del Gobierno y medios de Coahuila. De los decanos de la fotografía documental saltillense, al otoño de 2016, con casi ochenta años de edad y una memoria prodigiosa, Berumen es el único sobreviviente.


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EL HALLAZGO De los cientos, quizás miles de cuadros de negativo formato 120 y 35 mm ‒que empezaron a utilizarse en la década de los sesenta‒, Berumen, en El Heraldo de Saltillo, alcanzó a digitalizar apenas cientos. Estas imágenes, en su mayoría, implicaban aspectos de la vida de nuestra ciudad en la dimensión cívica, deportiva, arquitectónica, cultural, política, festiva, constituyéndose en un acervo invaluable no sólo en cuanto a lo historiográfico, sino como un medio de conocimiento de nuestro pasado remoto e inmediato, de sus usos y costumbres, su evolución, sus cambios y aboliciones. La principal complicación que presentó este acervo fue la catalogación y selección de los archivos que no estuvieran dañados y presentaran aspectos reconocibles de nuestro pasado. La segunda instancia fue la clasificación por temas y géneros. Otra dificultad fue la de establecer la autoría específica de cada imagen. ¿Qué fotógrafos de los tres o cuatro que pasaron por el estudio, habían sido los hacedores de las imágenes seleccionadas: el señor José Mora, Rubén García, Enrique Dávila López y/o Berumen? Una revisión exhaustiva y una datación de las imágenes, permitió establecer cuáles correspondían a cada uno. El trabajo de Berumen en el Estudio Mora empieza en 1954, lo que nos ayudó a determinar que antes de esta fecha casi todas las imágenes pertenecen a la autoría de José Mora.


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LA INVESTIGACIÓN El primer hallazgo de las decenas de negativos digitalizados en El Heraldo de Saltillo motivó una indagación mayor. Posteriores visitas al Archivo Municipal de Saltillo y al Archivo General del Estado de Coahuila en la ciudad de Ramos Arizpe, no brindaron resultados sobre menciones o documentos relativos al Estudio Mora y García. Así, el método que se eligió fue la investigación de campo y entrevistas personales a historiadores y personajes que alcanzaron a vivir la época y el auge de dicho estudio. El testimonio esencial para esta pesquisa fue el del propio Gabriel Berumen, trabajador y socio del mismo estudio, quien mediante una prodigioso ejercicio de evocación pudo resolver muchas interrogantes. Asimismo, estos datos fueron corroborados por su señora esposa, María Luisa González Mora (sobrina de José Mora, socio fundador) una década más joven que don Gabriel. Otro personaje que ayudó a precisar datos, ubicaciones, personas y hechos fue el decano de los periodistas deportivos en la ciudad: Antonio de la Cruz, protagonista también de una de las fotografías icónicas del Trenazo de 1971, fotografiado por Héctor García Bravo. El testimonio y la ayuda de don Toño fue invaluable. Otro aporte fue el del doctor en historia Carlos Recio, investigador y profundo conocedor de estudios, familias, fotógrafos, hechos y acervos fotográficos de nuestra ciudad. Finalmente, la parte crucial del proceso fue la revisión total del acervo de negativos junto con el señor Gabriel Berumen, quien apoyó en la catalogación, selección y precisión de fechas o sucesos de las imágenes seleccionadas. La selección final, con un criterio conjunto entre el compilador y autor de estos textos y el fotógrafo, buscó privilegiar las imágenes que hablaran de aspectos significativos de la vida en nuestra ciudad, en el lapso de tiempo comprendido entre principios de la década de los cincuenta y finales de los setenta del siglo pasado.


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EL ESTUDIO MORA Y GARCÍA Según el testimonio de Gabriel Berumen, el Estudio Mora y García fue fundado a principios de la década de 1940. Sus socios iniciales fueron el señor José Mora Luna, fotógrafo proveniente de San Luis Potosí y el señor Rubén García Soto, quien aportó principalmente parte del capital inicial, así como su trabajo como fotógrafo, vendedor y representante. El estudio Mora y García se ubicaba originalmente en la acera norte de la calle Aldama, entre las calles de Acuña y Xicoténcatl, justo a un lado de la Clínica Saltillo, para posteriormente trasladarse a la calle Viesca, entre Obregón y Xicoténcatl, en su última etapa, cuando se convirtió en Mora y Berumen, de 1971 a 1976, año de la muerte de su fundador. Al igual que algunos estudios de la época –Carmona, Carrillo‒ el éxito comercial de este estudio fue la diversificación de sus servicios: además de las imprescindibles fotografías de identificación (Berumen cuenta que su primera asignación fue tomar las fotos para las fichas de detenidos en la antigua Comandancia Municipal de Saltillo u “Hotel Bravo”, como se le decía popularmente), la cobertura de eventos sociales: banquetes, casamientos, graduaciones, aniversarios, bailes. El grueso de la agenda de cobertura fotográfica fueron trabajos encargados por los gobiernos municipales y estatales, que para esas épocas no contaban con departamentos de comunicación social. Así, de la fotografía social y de identificación, el estudio pasó a cubrir eventos cívicos, tomas de protesta, competencias deportivas, inauguraciones, fiestas patronales, eventos, elecciones, inauguraciones, identificación de adquisición de vehículos; otorgándoles la oportunidad de convertirse en testigos privilegiados del acontecer de la ciudad de Saltillo, desde finales de la década de los cuarenta hasta 1976, año de su desaparición. Estamos hablando entonces de un colectivo de fotógrafos que cubrió durante más de tres décadas la vida de Saltillo en casi todas sus facetas.


El fotógrafo principal del estudio fue el señor José Mora, quien a pesar de un problema de movimiento en su pierna izquierda se desenvolvió siempre como un fotógrafo más que solvente. Fue Mora quien indujo a Gabriel Berumen en los rudimentos de la fotografía, a su ingreso en 1954. Fue también quien lo dotó y adiestró en el uso de su primera cámara: una Speed Graphic retina de fuelle, formato 120, que se siguió usando hasta entrados los años sesenta, cuando películas y cámaras se cambiaron al formato 35 mm. “Mora me decía que la luz cambia cada siete segundos”, recuerda don Gabriel. Entrados los sesenta, Rubén García, el segundo socio fundador, se retiró del negocio y Berumen ocupó su lugar, sin dejar de lado su trabajo como fotógrafo. A lo largo de los años, algunos trabajadores se incorporaron a la cobertura de manera pasajera, permaneciendo como fotógrafos titulares José Mora y Gabriel Berumen. A la muerte de Mora, éste último se volvió heredero y responsable del acervo fotográfico conformado por cientos de negativos en formatos 120 y 35 mm. A lo largo de los años, casi toda la producción del Estudio Mora se fue perdiendo, como resultado del tráfago diario, los cambios y mudanzas. A la par de su trabajo como fotoperiodista en los diarios El Heraldo de Saltillo y El Sol del Norte don Gabriel fue tomando conciencia de la importancia de preservar esta memoria fotográfica, maravillosa e inédita, que luego de muchas décadas de un sueño de olvido, por primera vez presentamos en este libro.

LOS FOTÓGRAFOS El Estudio Mora y García, además de la innovación en su cobertura plural y abierta a otras temáticas fotográficas, fue semillero de fotógrafos y dinastías que prosiguen aún hasta nuestros días. Además de empresario y profundo conocedor de los adelantos técnicos de su tiempo, José Mora fue formador y maestro. Antonio Posada, el mayor de la conocida dinastía de fotógrafos saltillenses, se formó en la década de los cuarenta en los rudimentos de la técnica en este estudio, para poco 30

después iniciar su propio negocio. Otro de los fotógrafos que desplegó su oficio a partir del aprendizaje con Mora fue Enrique Dávila ‒que luego sería su yerno‒ y años después trabajaría durante un largo periodo para otro periódico de profundo abolengo saltillense: El Sol del Norte. Un personaje que también se sumó a la nómina del Estudio Mora, principalmente en la cobertura de lo social, fue Rubén El Güero García. Finalmente, el personaje que nos ocupa: Gabriel Berumen.



EL LEGADO Aunque José Mora no puede considerarse uno de los pioneros del ejercicio fotográfico en nuestra ciudad ‒llegó a ésta proviniente de San Luis Potosí hacia principios de los años cuarenta‒, su importancia en el desarrollo de esta profesión es innegable. El desmarcamiento principal en relación a otros estudios, como Carmona, Carrillo y otros (dedicados principalmente a la fotografía social y de identificación), fue la cobertura de trabajos que en la actualidad corresponderían a los departamentos de comunicación social. Perfil que privilegió la diversidad de las encomiendas, convirtiendo su quehacer en un testimonio privilegiado de la vida en la ciudad de Saltillo durante casi cuatro décadas: obras públicas, inauguraciones, competencias deportivas, eventos cívicos y sociales, fiestas, negocios, accidentes, escenas urbanas, tomas cándidas, sucesos noticiosos, huelgas, marchas, actos políticos. Es por ello que quizá, salvo el fondo Sieber, ningún otro estudio cuenta en su acervo con una variedad de temas como sus archivos.

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IMAGEN, CIUDAD Y MEMORIA Un estatuto es un mandato, una ordenanza, algo que impone un criterio a un procedimiento o proceso. Por ello el título de este libro alude, más que una acepción burocrática o de gobierno, a cuestionarse qué es lo que define y se impone como intención en la mirada de un fotógrafo al generar las imágenes; qué de bagajes, qué de experiencia, qué de oficio, azar o fortuna. He platicado muchas veces con fotógrafos que me han contado cómo al momento de la toma no vieron lo que luego apareció en la fotografía. Imágenes que fueron audacia, oportunidad o como luego dicen, chiripa. Pero también están las otras, las planificadas, las pensadas incluso mucho antes de su ejecución, cuidadas hasta el más mínimo detalle, anticipadas según su carácter y naturaleza. Sin embargo, el elemento azaroso e imprevisible inherente a un proceso fotográfico, desde su cobertura, revelado, edición, reproducción, contexto, como sabemos, influye en su resonancia final. Certeza que detona otro de los cuestionamientos de este libro; aparte del criterio del fotógrafo, qué ciñe y dirige el destino final de una imagen hasta antes de llegar a nosotros: criterios editoriales, presiones políticas, intenciones propagandísticas, conservación de archivos, azar... son casi infinitas las variables. El tercer nivel de este abordaje pretende conversar la idea de ciudad concebida y derivada de estas imágenes; cómo en la construcción de nuestros imaginarios y nuestra memoria, éstas se despliegan evocadas, citadas, ma34

nipuladas, ocultas, editadas o contradichas. Asimismo, desmarco mi análisis de un perfil meramente historiográfico o de orden cronológico por la naturaleza misma de los archivos, buscando una precisión aproximada, y privilegiando en cambio un entrecruzamiento con otros campos como la semiótica, los estudios culturales, la anécdota periodística, la filosofía, la crítica


del arte y la crítica política. Y más bien, desde una perspectiva personal, dialogar con los estupendos estudios que otros especialistas como Carlos Recio, particularmente en su capítulo “Semblanza histórica de la fotografía en Saltillo”, incluido en su Voces, textos e imágenes. Hacia una historia de los medios de la comunicación en Coahuila; o el portentoso trabajo de Jaime Mendoza en el proyecto de memoria fotográfica de nuestra ciudad en su página electrónica “Saltillo del recuerdo”; el libro A través del postigo, de la autoría de Germán Siller; o más recientemente la notable investigación de Ariel Gutiérrez, sobre los pioneros del retrato en su maravilloso Escribidores de luz.

La naturaleza de mi visión es ecléctica: desde la academia, pero también desde el periodismo; desde la

narrativa, pero también desde la historia; desde ésta a la especulación, al cuestionamiento y a la duda semiótica y filosófica. Porque la memoria como la imagen son entidades flexibles, transitorias: vivas.



FOTOGRAFÍAS


HENRY SEGOVIA Y SUS DESTROYERS (1957)

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Es una imagen dinámica. Cruzan de izquierda a derecha diagonales que empujan la vista hacia el conjunto, que pareciera acomodado después de varios intentos por el propio fotógrafo. Todos se agrupan o encaraman magnéticamente sobre su transporte ‒vehículo y emblema‒ decorado con un pentagrama, como si se tratase del más preciado tesoro.


La dureza de la sombra bajo el vehículo y el dintel

el conformar una banda de música era y es un esfuer-

de la construcción al fondo nos delatan casi el mediodía

zo heroico, un acto de inconformismo y desesperación.

(en las letras, parcialmente borradas se alcanza a leer:

En cualquier género o circunstancia: como el Amén de

“CENTRO de promoción social”). Más atrás, en un pla-

Ariel González, el conjunto chicano de Memo Moreno o

no lejano, un perfil de la Sierra de Zapalinamé. Dice don

las ásperas cumbias de Mundo y sus Chapis o, muchos

Gabriel que era por la calle de General Cepeda.

años después, el rock pop de kgb de Chaparro o el pro-

El quinteto lleva brillantes fracs puestos a la moda

gresivo de Alonso Dávila y La Piedra o el universitario

por conjuntos vocales como los Platters, a finales de los

Takinkai, de los hermanos Jaramillo, que llevó el folclor

cincuenta y principios de los sesenta. Sin embargo, detrás

latino alrededor del mundo. El ejercicio de la música en

de esa uniformidad, cada integrante conserva un estilo

nuestra ciudad siempre fue un latido dispar, un milagro.

personal: desde la risa desafiante contra el sol del primer

La foto de Berumen dialoga con las bandas de gita-

acuclillado que recarga su mano izquierda en el hombro

nos de Koudelka, con los trabajadores de Salgado. Esas

de su compañero con un gesto de liderazgo y camarade-

masas de sombra bajo los trajes y los cuerpos hablan de

ría, hasta los lentes oscuros del que, formal y relajado, de

un trabajo, de una terquedad y una sobrevivencia. Per-

pie, nos contempla desde la derecha. La sobriedad de los

sistir a una ciudad árida, a un muro descascarado al sol

dos escaladores sobre la camioneta se replica. Parecen ha-

y a la sombra: lo saben quienes hacen o hicieron arte

ber subido sin esfuerzo y dueños de un invisible ímpetu

con un traje, un equipo o un carro rentado. El arte como

que les conserva la elegancia. Son los que más posan. Al

una batalla. Lo sabe el artista, como lo denota al fondo el

centro, el más serio empuña, con un gesto un poco des-

correteado auto blanco del fotógrafo.

concertado, un micrófono invisible. ¿Será el cantante? El de los lentes lleva dos anillos, como Ringo. ¿Será el baterista? ¿Qué tipo de música tocaba la banda de Henry Segovia? ¿Sería un rock formal tirando a baladas? ¿Un sonido progresivo que justificara su apelativo de destructores? Nunca lo sabremos. Lo que sí, es que en esta ciudad, desde esos tiempos hasta los actuales,


LA CALLE IGNACIO ALDAMA Y EL ESTUDIO MORA (1954)

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El artista norteamericano Jasper Johns dijo de la cámara fotográfica que se trataba de un objeto que “nos comenta la pérdida, la destrucción, la desaparición de los objetos”.2 La cámara como testigo. La fotografía como forma de la evidencia y memoria.


¿Cómo era la céntrica calle de Aldama a mediados

gira el rostro para vigilar el tráfico antes de cruzar ¿Dos

de 1950? La imagen nos dice, como en el famoso texto

comadres que se encontraron por azar durante las com-

de Barthes: “Esto ha sido”. Una arteria que se nos revela

pras en el centro? El hombre de sombrero que impasible

en esta imagen populosa y concurrida como hasta aho-

se acerca por la acera izquierda desde el oriente. ¿Quién

ra. Pero distinta. El eje que, como antes, junto a la calle

es? ¿De dónde viene? ¿A dónde va?

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de Victoria, articula de oriente a poniente el corazón de Saltillo.

Y allá a lo lejos, en esa bruma de grano fotográfico, esa suerte de “perspectiva atmosférica” ‒que inventara

La fotografía parece tomada desde la acera norte de

en su pintura Leonardo‒, perfilada apenas por una pro-

la calle, casi desde donde hace esquina con Xicoténcatl,

fundidad de campo (tomada probablemente a una aper-

donde estaba la Clínica Saltillo. Ahí, justo a un lado, se

tura de diafragma de f11 o f16), las nomenclaturas: la

encontraba el local del Estudio Mora y García.

Ferretera Saltillo. El perfil angulado apenas de la fachada

Así, José Mora, tomó esta foto casi desde afuera de

con arcos del Cine Saltillo, el cine de las clases populares.

la puerta de su negocio. Curiosa intención de la imagen,

En la misma acera, la Casa Iglesias. Y más allá, sobre el

que nos cuenta lo que estaba entonces, incluso lo que no

populoso tráfico ‒como hoy‒ otras propagandas, boticas

se ve en ella: esa fila de autos que nos habla también de

y tiendas de telas, zapaterías.

un amplio parque vehicular. Y más allá de donde la calle

Pero la figura central, en el plano formal y misterio

termina (donde desemboca en General Cepeda) el perfil

de lo temático: la mujer de vestido blanco, acompañada

de la Sierra de Zapalinamé ¿En cuántas fotos hechas en y

por otra figura que un auto oculta. La brevedad de su

desde Saltillo se ve la Sierra Madre?

cintura. El gesto tímido de sus brazos recogidos hacia el

Pero la imagen es interesante por otras cuestiones.

cuerpo. Lo que nos dice sobre una época, un peinado, un

Detrás de ese aparente vacío de motivos principales, la

vestido, un cinto. Lo que nos revela de un tiempo, aún

imagen cuenta con una narrativa: el pulso de la vida

sin contemplar su rostro, la apostura de un cuerpo.

provinciana que late en detalles aparentemente insignificantes. La mujer a la derecha de la imagen, recargada en un jardín hoy inexistente en un gesto de contemplación entrometida. La segunda mujer que en la acera opuesta


LOS BAILES RANCHEROS DE LA SOCIEDAD ACUÑA (CIRCA 1957)

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La multitud y el ánimo festivo. La marea de rostros donde se adivinan expectativas, ímpetus, interrogaciones. El rostro multiplicado que en otras fiestas o congregaciones retrataron también Nacho López, Pedro Meyer, Héctor García. O los famosos mirones que se volvieron motivo central y estudio antropológico en las sangrientas fotos de Enrique Metinides.


Pero aquí a la multitud la convoca la fiesta. Una fies-

fotos de multitudes se impone la sensación inquietante

ta popular. Dicen los cronistas que las fiestas y bailes en

de mirarse cara a cara con Argos. Sus miradas nos inte-

Saltillo se dividían en dos: la burguesía en el Casino y

rrogan, nos vigilan y nos reviran la mirada.

el pueblo en los bailes rancheros de la Sociedad Acuña.

En las fotos de multitudes siempre hay alguien que

“Era impresionante la cantidad de gente, pero eso sí, ha-

mira al fotógrafo, es decir, que mira al espectador de la

bía mucho respeto” cuenta Gabriel Berumen, quien pre-

foto; otro más con la mirada esquiva o torcida, congela-

senció infinidad de sus ediciones, hasta su declive, en-

do apenas en el gesto de voltear a ver. Alguien se rasca

trando la década de los sesenta. Asistentes que llegaban

la nariz, alguien se acomoda el sombrero. Otro se atusa

de los cercanos barrios populares: Ojo de Agua, Águila

el bigote o las trenzas. Rostros emergen apenas dentro

de Oro, Landín… ataviados todos con algún motivo fol-

del oleaje humano con un compungido gesto de sobrevi-

clórico o patrio.

vientes o náufragos.

Según el historiador y divulgador Jaime Mendoza, di-

Esta imagen nos ofrece una composición interesan-

chos bailes se celebraban hasta tres ocasiones por año, en

te. Líneas diagonales formadas por rostros y cuerpos.

los meses de julio, agosto y septiembre, amenizados casi

Luz que demarca primeros planos y lejanías que se pier-

siempre por la orquesta de Lorenzo Hernández. Y fue tan

den en la penumbra, huérfanas del resplandor del flash

grande su convocatoria y su aceptación que incluso llegó

activado por José Mora. Confeti que cae congelado para

a ser un evento amenizado por agrupaciones nacionales

siempre en algún instante de mil novecientos cincuen-

como la de Arcaraz o conjuntos como los Montañeses del

ta y tantos. Mujeres que se comparten confidencias o se

álamo. Su popularidad rebasó y volvió difusas las clases

estudian con gestos de desconfianza. Lo que parece un

sociales, siendo disfrutadas también por las familias de

estudiante gringo arquetípico en el centro de la compo-

abolengo e incluso extranjeros de intercambio en los ve-

sición: ¿de Arkansas, de Oklahoma o de Boston?

4

ranos del instituto de la maestra Cuca Galindo.

En su conocido texto Psicología de las multitudes,

En la mitología griega existe Argos Panoptes, un

el estudioso francés Gustavo Le Bon afirmaba que las

personaje con mil ojos, una criatura capaz de vigilar sin

muchedumbres se encuentran muy frecuentemente en

descanso (algunos de sus ojos dormían mientras otros

estado de atención expectante que hace muy fácil su su-

se mantenían al acecho constante). Siempre, frente a las

gestión.5


Aquí el embrujo parece ser el encantamiento de la música. Algo que revela y relaja. Algo que aún dentro del ciempiés humano nos abre a la contemplación de las individualidades: la camisa abierta de la suficiencia machista. Los brazos cruzados de la espera aburrida o la clara resignación. La abierta envidia de las miradas laterales. La curiosidad burlona, la timidez campirana. Pero entre todos los rostros hay una expresión proverbial: es dulce y mira hacia la orquesta con un dejo de ensoñación e inocencia. Su expresión es única. Encuéntrela usted.

44


C A R R E R A C I C L I S TA D E E L H E R A L D O (CIRCA 1948)

Miro la foto tomada por JosĂŠ Mora y pareciera que estamos viendo un fotograma del neorrealismo italiano. Un plano de Vittorio de Sica o del primer Fellini. La gorra del ciclista, el camino que pareciera de tierra. El polvo. La expectativa de la multitud, esos aires de pueblo donde todos conocen a todos, como una familia extendida.


Ahora estamos también sobre la calle Aldama, pero en un sentido contrario, de poniente a oriente. La rayadu-

fotógrafo.

ra y el daño del tiempo dan a la imagen casi condición de

No olvidemos que de los géneros fotoperiodísticos,

daguerrotipo, de épocas remotas y heroicas gestas perdi-

la fotografía deportiva es uno de los más difíciles por su

das en el tiempo. Los sombreros que casi aparecen unánimes en hombres adultos y niños. Tejanas y gorras, boinas, sombreros de palma y de fieltro; una forma de elegancia que se disolvió entre las nuevas costumbres, según algunos historiadores, con la llegada de las nuevas modas y cortes de pelo en el fin de la década de los cincuenta. La calle Aldama nos recuerda de nuevo su fervor populoso, sus multitudes y sus marquesinas. Sus boticas y tiendas de telas, sus entonces tiendas de llantas ‒el anuncio vertical de la Euzkadi al fondo casi como marquesina de teatro‒, su aire suspendido, esa luz como rasante de los días nublados o de ciertas horas de la tarde, cuando aún hoy sobre las calles y muros del centro se derrama una tonalidad de miel persistente. Imaginemos el ritmo de una ciudad donde una carrera ciclista convocaba la admiración de multitudes con condición de acontecimiento. Luego, la mancha de un hombre en primer plano, 46

co mira expectante; no sabemos si al atleta líder o al

casi encima del fotógrafo José Mora, a la izquierda de la toma, nos habla de la vorágine del tumulto. Hay una cierta inclinación en la vertical de la cámara, acentuando las diagonales que se pierden en la lejanía. El públi-

condición de fugacidad y de accidente, acentuada además por los aparatosos equipos utilizados en la época –cámaras formato 120 de fuelle. La ubicua Sontag nos recuerda que “hacer una fotografía es participar de la mortalidad, la vulnerabilidad y la mutabilidad”: 6 lo frágil de la juventud y la fuerza, lo fugaz del logro, la condición pasajera de todo lo que concebíamos como permanente. De ahí el carácter melancólico de las imágenes. Pero el poeta lo dijo mejor: ¿Qué fue de tanto galán, qué fue de tanta invención como trajeron? Las justas y los torneos, paramentos, bordaduras y cimeras, ¿fueron sino devaneos? ¿Qué fueron sino verduras de las eras?7


LA JULIA (1955)

Dice don Gabriel, autor de esta foto, que a los separos de la delegación de policía la gente se refería con cariño e ironía como “El Hotel Bravo”. Ya que éstos se ubicaban sobre la céntrica calle que corre paralela a Hidalgo, bajando Aldama (donde hasta hace unos meses se ubicaba la Bliblioteca Pública Elsa Hernández, misma que fuera cerrada para remodelar el edificio y ampliar, en su parte trasera, los terrenos del Centro Cultural Vito Alessio Robles).


La imagen es icónica y tiene múltiples lecturas.

registro, evidencia y prueba. Fichas policiales, recreacio-

Una: la comandancia estrenaba vehículo nuevo. Ha-

nes de hechos delictivos.8 Por eso siempre serán doble-

bía que presentarlo. Los agentes del orden –como en

mente significativas las imágenes sobre policías, milita-

la foto de Henry Segovia y sus Destroyers‒ se disper-

res o fuerzas del orden.

san en torno a él. Pero este asedio es diferente. Hay un

En un segundo nivel, la imagen denota, al menos

cierto aire serio y marcial. Los cuerpos rectos y fijos,

por parte del fotógrafo, una cierta intención irónica.

algo engarrotados. Las miradas inquisitivas al frente.

Yendo más allá, podría ser casi una glosa a los dichos

El uniforme reglamentario. Una composición estática

del filósofo Schopenhauer, quien en su vejez, alcanzó a

y perfecta, acentuada por la recta repetida de las rejas

comentar ese espíritu inquietante del retrato fotográfi-

del doble ventanal, y del borde a la derecha de lo que

co: “Que el aspecto exterior de un hombre es un retrato

parece ser una nomenclatura o anuncio.

de su interior, y el rostro una expresión y revelación de

El personal policial pareciera estar acomodado por

la totalidad del carácter”.9 Es decir, que tras el gesto de

jerarquías en un orden descendente, desde el primero

marcialidad o fiereza, más allá de los atributos intrín-

hasta el último plano. Lo vemos por las insignias, la

secos a cualquier vestido o uniforme, pervive el hom-

edad, el gesto. La foto parece haber sido tomada en un

bre a secas. La transparencia de su gesto, su vulnerable

día luminoso con sombras suaves. La combi tiene un

opacidad. Su expectativa, su mascarada: su finitud y su

cierto aire europeo. Hasta inofensiva parece.

temporalidad.

Cuando di con este archivo, estaba identificado con el nombre de “La Julia”. Apelativo con el que antaño, y aún ahora, en ciertos sectores populares se designa a las patrullas o vehículos policiacos: La Chota, La Jaula, La Jura, La Tira, Los Judas, Tecolotes, Tamarindos (por el uniforme café); el habla popular expandió su flexibili48

dad y su inventiva como intentando un exorcismo. Según estudiosos como el doctor Carlos Recio, uno de los primeros usos de la fotografía fue su carácter de


HÉROE (CIRCA 1960)

Es una imagen con muchos niveles de lectura. Gabriel Berumen fotografió el culmen del evento cívico militar en honor al héroe saltillense Félix Uresti Gómez, realizado en la tumba misma de su pueblo natal: Gómez Farías; un pequeño poblado con apenas un centenar de habitantes, a medio camino entre Saltillo y Concepción del Oro. El panteón El Refugio guarda aún los restos del héroe carrancista.


Es una imagen con un foco de una poderosa niti-

en su pueblo natal, donde póstumamente el gobierno de

dez, tomada probablemente en formato 120. Funcio-

Cárdenas lo declaró héroe y lo ascendió a general. En la

narios escuchan atentos a un niño que vestido de gala,

foto podemos apreciar que, originalmente, la gorra de

fervoroso declama. La banda militar adusta y firme. Los

piedra sobre su sepulcro tenía varias insignias militares

tributos florales ya casi marchitos sobre la losa de már-

y tres estrellas de metal.

mol. Detrás del férreo cerco de funcionarios y soldados,

Casi cien años después de su sacrificio, uno de sus

niños del pueblo en huaraches, acuclillados, hombres

descendientes indirectos, afirma que esas estrellas eran

de sombrero, cerros del semidesierto norestense, y un

de oro puro y que alguien las robó, perdiéndose para

portentoso cielo como pintado por José María Velasco o

siempre.

fotografiado por Gabriel Figueroa. Elementos inusuales en aquel entorno campirano: los lentes negros, los trajes, el pantaloncito corto, pero sobre todo, el cromado micrófono. Casi imaginamos el eco de esa voz aguda rompiéndose contra el perfil de los cerros. Héroe muerto a los 28 años, minero, primero maderista y luego carrancista, a Félix U. Gómez le tocó pagar los platos rotos por Villa en Columbus. Carranza le ordenó vigilar que la expedición punitiva de Pershing no sobrepasara los límites permitidos por el gobierno mexicano. Como si fuera un corrido, cerca del El Carrizal, Chihuahua, se hizo de palabras con dos oficiales americanos: Boyd y Morey, del regimiento de Búfalo. La diferencia terminó en una batalla donde al primer fuego, 50

el joven general perdió la vida. Dicen que su muerte en junio de 1916 exaltó un fuerte sentimiento patriota y antiamericano. Fue enterrado


BAR DEL HOTEL HIDALGO (CIRCA 1953)

El encantamiento del bar es uno hecho de tiempo y de palabras. El bar son los amigos. Lo mismo aquel que se sirve la cerveza despatarrado y festivo, que el ensimismado, el del cigarro colgante, o aquel de expresiรณn ausente: eterno pensativo.


Sontag también escribió que cada disparo fotográfico es un acto de agresión, sublimación de la caza y las

se fue”.

armas. Nosotros agregaríamos que esta imagen es una

O bares de nombres ingeniosos arrasados por mil

intromisión. Una interrupción amistosa. Por su actitud

lloviznas o la aplanadora del progreso: El socavón de los

relajada, los parroquianos parecerían conocer al fotó-

bribones, El Marte Bar, El Bar Torreón, Mi oficina, El 8

grafo. Como muchas otras de la ciudad, esta vista del

negro. Bares por la de Acuña o la de Lerdo, que vieron

bar es un tumulto y un resumen.

pasar las parrandas y la voz de Mario Saucedo, o a un

Barra, piso ajedrezado, bancas para los solitarios.

jovencísimo Cornelio Reyna ‒que según una vecina dice

Muchachas de papel en la pared. Un cantinero y dos

haber sido su novia‒, cargaba su guitarra y su revólver

ayudantes, además de una intrincada variedad de tipos

por esas piqueras.

humanos. El enorme cuadro al fondo nos ofrece una bu-

Bares de escritores y periodistas, galería de soltero-

cólica escena con una muchacha y músicos, en un estilo

nes, penumbra de filósofos, arena de pendencieros, di-

naíf, muy cercano al del aduanero Rousseau. El reloj de

ván de los hombres tristes.

la Coca Cola nos dice que son pasadas las diez, y por eso la luz del flash. Detrás del ventilador polvoso, un letrero

Bares donde las meseras merendaban una concha con café a las cuatro de la tarde.

que dice “huevos cocidos diariamente”. Todo bar tiene

O de un azar ominoso, como El Gaucho, donde una

uno o varios solitarios. Más allá del grupo, un hombre

botella golpeara de manera fatal el cráneo del poeta Ruiz

de espaldas se refugia en sus pensamientos.

Higuera.

El hotel que acogiera este bar aún permanece en la

Bares donde la última luz de los sábados entraba

calle Abott, en un cuadrante de estacionamientos, ban-

como un cuchillo, entre los posters de Ninel Conde y de

cos, fondas y puestos de plástico chino.

Drew Barrymore.

Bares de tradición los hubo y los hay en Saltillo: El Acuña, El Jockey Club… Cada bar es también una mito52

hermano del cantinero en turno, compusiera “La que

logía; como esa que cuentan que en El Madrid, ubicado en los locales destruidos para hacer el actual Palacio de Gobierno, José Alfredo Jiménez, asiduo parroquiano y

Bares con rockolas donde cantaba lo mismo Celio González que Leonardo Favio. Bares y lluvia. Bares con dominó y botana de frijoles charros. Bares con viejas películas de El Zorro. Y de entre todas las visiones, la más real y la más


febril: una noche de hace más de quince años. Un conjunto de muchachos, casi adolescentes. Un acordeón potentísimo, impecable, manejado por un joven flaco e impasible, vestido a la usanza norteña. Y una ligera anomalía que aún hoy me maravilla y perturba: el personaje aquel, cuyos dedos atacaban de manera relampagueante una versión de los Invasores de Nuevo León, tenía las ojeras, el rostro anguloso y la mirada esquiva de Franz Kafka.


C A L L E B O L Í VA R Y L A FÁ B R I C A L A FAV O R I TA (1960)

54

Las montañas esperan: escribió en alguna novela esta enigmática frase el chileno Roberto Bolaño. Pensaba quizá en las cordilleras de su país, en esa condición inmutable, fija y aparentemente inmóvil a través de las eras, pero al mismo tiempo concebidas como organismos vivos, pensantes, expectantes.


Ahí está la Sierra de Zapalinamé, y la veo en esta ima-

panaderías y los equipos de futbol, el de los callejones

gen tomada por Gabriel Berumen en 1960, como la veo

intransitables (hechos para el paso de las carretas), las

ahora en 2016, y pienso en la Sierra Madre esperando.

huertas invisibles y los fantasmas de extintos ojos de

Y esa calle Bolívar, casi idéntica, a más de medio siglo. Su sinuosidad, el rostro abolido por la sombra de sus

agua. El de las leyendas y las pedradas. El de las tradiciones antiquísimas y sus muros altos y leprosos.

niños abrazados y jugando. En las mujeres que vienen y

Así, toda imagen nos devuelve un significado. Pero

van, en enigmáticas encomiendas. En la troca mal esta-

no sólo eso. También un código y un olor, una memoria,

cionada. Y La Favorita, la mítica fábrica de sarapes.

una textura, un aire y un tiempo contenido.

Barrio de huertas tlaxcaltecas, barrio de olor a pan

De ahí la nostalgia infinita, como esa que tanto can-

y de pandillas. Lugar de escalinatas y vecindades. Punto

tó y describió –sin mostrarla jamás‒ Roland Barthes ante

de vigía (un poco más arriba, por la Plaza México, apos-

la foto de su madre joven en su libro La cámara lúcida.

taron su fuerte y sus cañones los invasores gringos en 1847). La estudiosa mexicana Laura González nos recuerda que nuestras “ciudades son un escenario en continua construcción física y simbólica, que la urbe es un bosque de signos en el que es fácil confundirse, donde cada vez se confunde más lo real con lo imaginario”.10 Es decir, el barrio de El Águila de Oro no es sólo un espacio físico (su sinuosa calle principal, sus vecindades, sus rejas, sus ruinas) sino también su imaginario, un espacio simbólico poblado por la herencia del gen tlaxcalteca, por sus huertas abolidas, o las oscuras gestas de Los Pelones, aquella extinta pandilla que surgiera allá por los ochenta. El Águila de Oro es el primer barrio periférico de Saltillo. “El pueblo” febril, devoto, populoso. El de las

Nosotros miramos. Recordamos. Y las montañas esperan.


E L C H A N G O C A S A N O VA E N S A LT I L L O (1952)

Parece el fotograma de una película de la Época de Oro. En su dramático contraste. En su perfecta composición, 56

pero principalmente en su gestualidad. El referí que pareciera cantarle la cuenta regresiva a David Silva. El gesto desfalleciente y trágico de ambos gladiadores. Y la galería expresiva de la primera fila en aquel Estadio Saltillo: la burla, la emoción, la violencia. El fervor incrédulo o asustado. La suficiencia del que ganó la apuesta. La preocupación genuina del aficionado, o la alegría inconsciente del niño sentado en brazos de su padre. Pocas imágenes en


este libro nos hablan del carácter de una sociedad como lo hace ésta.

Cuando ocurrió esta pelea en Saltillo, Casanova ya no era más que una sombra de lo que fue. El cronista

Ha de haber sido una conmoción. Es como si por

Héctor de Mauleón ha dado cuenta de cómo, en un al-

estos días viniera a luchar para nosotros Juan Manuel

bergue cercano a la Plaza Garibaldi, un día de 1980, un

Márquez, o El Canelo. La oportuna gráfica de José Mora

indigente que apenas pudo balbucear su nombre cerró

recoge aspectos de la visita y pelea en nuestra ciudad de

sus ojos lejos de la gloria de las arenas y los reflectores:

uno de los campeones más queridos del boxeo mexica-

ese sol artificial que erigió su estatura mítica.

no: Rodolfo Casanova, a quien algún manejador apodó El Chango por la desproporcionada longitud de sus brazos. El mítico comentarista Sony Alarcón cuenta que “uno de sus manejadores tuvo la idea de untarle aceite en el cuerpo para hacerlo brillar bajo la luz de los reflectores. Cuando él se quitaba la bata, uno tenía la impresión de que estaba viendo a un príncipe azteca, a una especie de héroe mitológico”.11 Fue declarado el mejor boxeador del medio siglo mexicano. Su vida y su épica inspiraron la famosa película de Alejandro Galindo: Campeón sin corona. Sin embargo, no sabemos quién es el peleador local tendido bocabajo en la imagen. Saltillo dio muchos y muy buenos: Otilio El Zurdo Galván, El Manny Pérez, o más recientemente Isidro El Chilero Salinas. La vida y la pasión de Casanova se replica en la de casi todos los combatientes mexicanos: los que acicateados por la pobreza, multiplicaron sus peleas agotando la juventud. Los explotados y deslumbrados. Los que terminaron noqueados por las secuelas de su propia gloria.


PRIMERA CORRIDA DEL F E R R O C A R R I L E N S A LT I L L O (1961)

58

Esta imagen de José Mora nos confirma sobre las primeras corridas de un moderno tren de pasajeros a inicio de la década del sesenta. Este medio de transporte se volvió un enlace entre Coahuila y Zacatecas, y pueblos circunvecinos. Todavía hasta principios de los noventa era posible ir en tren hasta Monclova.


Luego todo terminó. Porque el tiempo del tren era otro. Y también su mitología. Del tren tenemos alegrías,

noción de progreso que en la capital proyectó la inauguración del Metro, en 1969.

recuerdos, memoria genética, nostalgia por algo que no

El tren, más que un medio de transporte, fue un pai-

conocimos, y también tragedia. No olvidemos que el 4

saje y un modo de vida: familias enteras que subsistían de

de octubre de 1972, en el extrarradio de Saltillo, se dio

sus trabajos. Basta ir y preguntar a esos barrios del surpo-

la catástrofe ferrioviaria más impactante en la historia

niente, o a lo que se conocía entonces como El Callejón

de América Latina hasta la fecha: El Trenazo de Puente

del Gato; las historias de los padres y abuelos ferrocarrile-

Moreno.

ros son infinitas.

Pero volvamos a la imagen. Ésta recoge aspectos del

Estaciones de poblados circunvecinos como la de

estreno (en abril de 1961) de la primera corrida del tren

Ávalos, Carneros o Estación Camacho, fueron pueblos

de pasajeros “Coahuila-Zacatecas”, que salía desde Sal-

que se configuraron a partir de esta ruta de hierro: mer-

tillo, por los rumbos de las calles de Salazar y Mixcoac.

cancías, relaciones, noticias, vidas como un mar móvil e

Tratemos de imaginar la emoción de la experiencia. Casi

incesante.

todos los rostros traslucen ese fervor ante lo nuevo. Una

Motivo literario además, el tren en nuestro país

vibra de aventura palpita en el rostro de sus pasajeros.

quedó reducido a diversión de niños, a entretenimien-

También hay quien de pronto es consciente de su propia

to panorámico en las Sierras de Chihuahua. Sería por

posteridad, y se acomoda y fija la vista. Sabe que a su

la Revolución, o por su música o por sus películas; pero

rostro lo mirará el futuro; entonces posa. Niños, adultos,

hay en el alma de los mexicanos una nostalgia por el

bebés, ancianos, alguna mujer que mira nostálgica por

tren. Tema literario, decíamos. En un poema vinculado

la ventanilla. Pero sobre todo hombres, que aún con su

a otro de López Velarde –La muchacha que veía pasar

atuendo, origen o destino campirano, empuñando esas

los trenes‒, el músico español Joaquín Sabina nos dice:

páginas de El Sol del Norte destilan un cierto aire cosmo-

“Pasaron otros trenes en mi vida / cuyas vías no cruza-

polita. El sol impetuoso del flash nos revela los rostros en

ban por tu casa, / y no vi mas tu rostro y tu pañuelo, /

primer plano, al fondo un baño, área destinada al equi-

tus manos y tu falda”. Pero antes, el vate zacatecano, en

paje, y de pie un empleado del ferrocarril.

nuestro segundo himno, a través de inquietantes metá-

Cuentan los testimonios que la gente, entre atónita y civilizada, hacía fila para subir. Fue algo así como esa

foras plenas de plasticidad, afirma:


Suave Patria: tu casa todavĂ­a es tan grande, que el tren va por la vĂ­a como aguinaldo de jugueterĂ­a. Y en el barullo de las estaciones, con tu mirada de mestiza, pones la inmensidad sobre los corazones.

60


C A M I Ó N Y AT E N E O (1951)

Pocos emblemas de la ciudad como el Ateneo Fuente. Fue bautizado en su apelativo en honor del político coahuilense Juan Antonio de la Fuente, diputado y gobernador en los tiempos de Juárez y la Reforma. El reciente libro de la maestra Candelaria Valdés nos cuenta que dicha institución fue fundada por el entonces gobernador y comandante militar Andrés S. Viesca, en 1867.12 Ubicado


originalmente sobre la calle de Juárez, dentro del ex convento de San Francisco.

El historiador Carlos Manuel Valdés afirma que, más allá de su innegable papel en la forja académica de dece-

La primera piedra del edificio que hoy ocupa se eri-

nas de generaciones, el Ateneo Fuente pertenece también

gió en 1933, y fue un proyecto del gran ingeniero Ze-

a ciertos sistemas ideológicos que validan categorías e in-

ferino Domínguez, autor polifacético y artífice de otros

movilidades:

icónicos centros de enseñanza en nuestra ciudad como la Escuela Coahuila y la Escuela Obregón.

La gente poderosa crea formas de ver el presente y el pa-

Pero volvamos a la fotografía: en el tiempo en que

sado y las transmite continuamente. Creo que uno de los

fue tomada, el edificio Art Decó tenía apenas dos déca-

factores que han reproducido formas de ver, en este caso

das de construido y estaba ubicado en el camino a Mon-

tendencias liberales, como la Normal Superior, el Ateneo

terrey, en lo que fuera el extrarradio norte de Saltillo. Es

Fuente, son grandes reproductores de mitologías, y ade-

una imagen potente y límpida, hecha por José Mora.

más se escudan en ellas para seguir haciendo lo mismo,

La luz de la tarde realza el perfil de los arcos en el

lo mismo, lo mismo…13

edificio, y el aire arquetípico, casi primer mundista del autobús de las Rutas Urbanas Monterrey Saltillo, en

La foto misma nos lo advierte: todo instituto es una

aquel septiembre de 1951: se nos antoja un Greyhound

construcción también simbólica, hecha tanto de luces,

reluciente hecho de acero inoxidable, y un cielo que ima-

como de sombras.

ginamos azul technicolor. A lo lejos, dos anónimos personajes, profesiones insoslayables en la construcción de la grandeza de las ciudades: el chofer y el conserje. Germen preparatoriano de lo que décadas después sería la Universidad Autónoma de Coahuila. Dicen que debido a su cantidad de escuelas y universidades –la Nor62

mal de Maestros, la Antonio Narro‒ fue por él que nuestra ciudad se ganó el mote de la “Atenas de México”. Un apelativo ‒aún hoy‒ a todas luces errado y grandilocuente.


HUELGA DE T E L E F O N I S TA S (CIRCA 1960)

Según las etimologías, que casi nunca mienten, la palabra huelga se deriva del verbo holgar, que significa ‘descansar’, ‘estar ocioso’, misma que a su vez proviene del término folgar, procedente del latín follicare (‘resollar’, ‘jadear’), haciendo referencia a la imagen del caminante que se detiene para tomar aliento en una cuesta. Entonces, este paro de labores, estaría conectado también con el aliento, con el


habla. Visto así, no es para nada estrambótica esta imagen

la belleza femenina en contextos urbanos, como aquella

tan inusual, tomada por Gabriel Berumen: una huelga de

clásica secuencia de la mujer notablemente acinturada,

telefonistas.

partiendo plaza por la calle de Madero.

Pero no nos confundamos: la etimología nos explica

Hay cosas que casi no cambian en Saltillo: la foto

que cuando el reposo se torna habitual, el que lo disfru-

está tomada en el mismo edificio que sigue albergando

ta se convierte en holgazán. En cambio, si hablamos de

las oficinas de la compañía telefónica, justo a un lado de

medidas sindicales de paralización de tareas, los que las

los callejones de Catedral.

llevan a cabo son huelguistas. Hoy, que la modernidad nos confronta a marchas y manifestaciones de diverso signo que importunan al ciu-

¿por qué situación fue originada la protesta? ¿Cuántos teléfonos residenciales había en el Saltillo de entonces?

dadano común, y que asociamos la movilización de sin-

Quizá la enorme cantidad de telefonistas se remite

dicatos o de sectores políticos con cierre de vialidades,

al hecho de que la mayoría de las llamadas de larga dis-

pintas, destrozos y desmanes, esta huelga se nos aparece

tancia u otros servicios eran a través de una operadora.

idílica.

Esta imagen nos refrenda la idea de la fotografía como

Qué hermoso e inusual el registro visual de esta

símbolo de una época. Nada más lejano de ésta que la

huelga. El acomodo casi de foto de graduación implícito

icónica foto de los mineros del Real del Monte desnudos

en su orden. La multiplicada belleza de tantas mujeres

y con casco, fotografiados por Pedro Valtierra en 1985.

reunidas, ataviadas como lo son en el imaginario social las telefonistas: bellas, jóvenes, acicaladas. Mirémoslas bien; casi todas llevan el mismo peinado, uno parecido al que lucieran por aquellos años las actrices Amanda del Llano o Elsa Aguirre. Vestidos y sacos, zapatos de tacón y cintos, medias, sobriedad; y una apostura que en 64

Toda imagen nos deja preguntas. La de rigor aquí es

nuestros días es cada vez más raro encontrar. También nos remite a la foto y las intenciones de Nacho López, aquel fotógrafo que gustaba de capturar

Dos tiempos. Dos maneras de concebir la protesta: el espacio público y el propio cuerpo.


RADIODIFUSORA (CIRCA 1962)

Es la fachada de una de las radiodifusoras más antiguas de Saltillo, junto con la xeks y la xesj. El edificio de la radiodifusora, propiedad de Antonio Jaubert, se ubicaba sobre la populosa calle de Corona. Rumbo de negocios, vecindades, talleres, bares. La vida y los trabajos de la radio están indisolublemente unidos a la historia de nuestra ciudad: décadas en las que el radio fue uno de los medios más populares de información y vínculo


con el mundo del espectáculo y las estrellas. En el Teatro

Castro, Simón Calderón, Jorge Duarte y José Guadalupe

Estudio de la ks, por ejemplo, llegaron a actuar personali-

El Compadre Medina, que en la sj, con su clásica identi-

dades como José Alfredo Jiménez y otros de la misma talla.

ficación del gallo, se convirtió en despertador unánime

Vemos en la toma de Berumen un edificio geomé-

de generaciones. Sus saludos y mensajes para ejidos y

trico con dos identificaciones: la xeaj y la xede. La pri-

poblaciones circunvecinos sirvieron de fuerte aglutinan-

mera orientada a la música popular, con un fuerte arrai-

te social. Todos ellos son ya referentes indiscutibles de la

go en las clases populares. La xede, en cambio, con una

vida en Saltillo, de su educación musical y por qué no, de

programación más juvenil y moderna, entregada a los

su vida cívica y sentimental.

éxitos de moda. Vemos frente al edificio dos vehículos: un compacto Renault y detrás una combi Volkswagen, identificada con las marcas de la radiodifusora. A su lado, el Bar Delicias, que hoy se encuentra exactamente en el mismo lugar. Sobre el filo de la azotea del edificio, alcanzamos a ver los cables diagonales que sostienen su potente antena, y en su lateral derecha, un rótulo en el aire, posiblemente luminoso, que dice “xede”, en un curioso estilo tipográfico cercano al art noveau. Abajo, sobre la acera, un muchacho despistado frunce el ceño para ver mejor algo y cruza su brazo por la espalda, donde lleva una especie de termo. Calza tenis Puma. Arriba, en el muro, la propaganda que anuncia “Depósito de Grapette”, una extinta bebida o refresco de sabores, popular en la época. 66

Más que negocios, las estaciones de radio creaban cultura, convivencia, evocación, sociedad: nombres como Efraín López, Jorge Ruiz Schubert, Jesús López


TRILLIZAS (1966)

La fotografía registra los hechos y los conmemora, da cuenta de lo extraordinario para comprobarlo y para preservar la maravilla. La foto de Berumen es de mediados de los sesenta, en la Clínica Saltillo, en la esquina de Aldama y Xicoténcatl, ahí justo a un lado del Estudio Mora. ¿Cuántos saltillenses nacieron hasta los setenta u ochenta en dicho lugar?


Mucho antes de los actuales métodos de fertilidad, el nacimiento de unos trillizos era un suceso extraordinario. La imagen, a todas luces intempestiva, aparece fragmentada. Pero aún el fragmento nos habla del todo. La emergencia, los tubos respiradores que nos cuentan de un nacimiento prematuro, el gesto concentrado de entre apuro y concentración de las enfermeras. Esa habilidad de obrar con tino ante una urgencia. Los miembros del personal prestos y entrenados en la complicada tarea de preservar lo frágil de una vida. La imagen, seguramente apurada por las prisas del hospital, decíamos, está fragmentada: no nos deja ver completo al tercer bebé. Detrás, una cuarta enfermera cuyo rostro la violenta sombra provocada por el flash oculta. Unos tanques de oxígeno. Un par de manómetros. Y otro detalle inquietante, más allá de la neutralidad de su uniforme, el asombroso parecido entre los rostros de la enfermera uno y tres. En Fotografía y conocimiento. La imagen científica en la era electrónica, José Cueva afirma que “sin la fotografía o la imagen técnica las grandes interpretaciones científicas de lo natural no hubieran sido posibles ni logrado tanto alcance.”14 La fotografía más que como registro, como un instante del prodigio. La mirada impone taxonomías, categorías: jerarquías que superpone el acontecer. Tres bebés en lugar de uno. Lo anómalo dentro de lo cotidiano, el milagro de la rareza intempestiva.

68


ESTRENO DE BEN HUR E N E L R O YA L (CIRCA 1959)

Un ojo mira a través del herraje. “¡Contemplad! Son seres humanos que viven en una guarida subterránea… Como nosotros… Sólo ven sus propias sombras, o las sombras de los demás que el fuego proyecta en la pared de enfrente de la caverna”, escribió Platón en el 375 antes de Cristo. Siempre que releo el famoso mito de


la Caverna, donde el discípulo de Sócrates separa el

popular por antonomasia, era el Cine Saltillo, mucho

mundo terrenal del de los arquetipos, pienso que estaba

más barato, sobre la calle de Aldama, con estrenos de

describiendo un cine.

cine nacional. El cine Royal, parecía situarse en el justo

Esta imagen retrata un aspecto del estreno de la película Ben Hur, fotografiada por Berumen en el Cine Ro-

Pero volvamos a nuestro estreno: aquello ha de ha-

yal de Saltillo. La crestomatía nos dice que aquello debió

ber sido la apoteosis. Ganadora de casi todos los premios

de haber sido a finales del año 1959.

Óscar de aquel año, innovadora en las tecnologías dispo-

Vemos y nos ve la expectativa y el tumulto en las afueras de ese cine que se ubicara sobre la calle de Juárez, por el rumbo de la Sociedad Zarco de Artesanos.

70

medio de estos dos.

nibles de su época, fue una de las últimas súper producciones de Hollywood. La vida de Judá Ben Hur es el culmen de las peripe-

Como en muchas fotos de multitudes, el flash mag-

cias: noble, esclavo, testigo privilegiado de los milagros

netiza los rostros, los hace girar y mirarnos. La luz plas-

de El Salvador, prófugo, gladiador y prócer; su rostro re-

tosa del primer plano se va diluyendo a lejanos planos

gresaría en un futuro no muy lejano a El planeta de los

de penumbra.

simios y la republicana Asociación del Rifle. Pero esa ya

Muchos jóvenes, algunos niños y variados adultos.

es otra historia. O aquella otra en blanco y negro, donde

Un sombrero fedora y uno norteño. Miradas que inte-

el genial Orson Welles sacó lo mejor del actor Charlton

rrogan. Alguna mujer de edad, atraída quizá por el fer-

Heston, encarnando a un policía mexicano que luchaba

vor religioso prometido en el largometraje. Además de

en la frontera contra la corrupción, en Sed de mal.

las acostumbradas cartulinas, sobre la pared, un par de

La pequeña marquesina nos avisa, “Próximo estre-

posters gigantes, con cierto tratamiento religioso; acen-

no: Sansón y Dalila”. Más allá, sobre la entrada, un míni-

túan la devoción.

mo letrero escrito con arcaísmos: “Nulos todos los pases

En algún texto el historiador Javier Villarreal afirma

para la función de hoy”. Funciones de matiné desde las

que el Cine Palacio, fundado a principios de los cuaren-

10:00 horas, cuando el cine era a la vez entretenimiento

ta, era el cine de las familias pudientes, con exclusivas

generalizado y experiencia abismal.

funciones de estrenos extranjeros. Que ahí, en su fuente

Muchos años después, ya entrados los ochenta, al

de sodas, se vendieron por primera vez en nuestra ciu-

Cine Royal lo tumbó la lluvia. Sus muros remojados por

dad hamburguesas y pop corn. En el otro extremo, el cine

la humedad colapsaron y tuvo que ser cerrado y demo-


lido. En el espacio que ocupaba hoy sólo hay un lote plano, al lado del lecho de un arroyo. Un pirul solitario, un viejo bar que convirtieron en peluquería, y el ensalmo fantasmal de sus imágenes flotando en el aire, justo como un arquetipo platónico.


E L S A LT I L L E R O (1957)

Decíamos que la contemplación y el estudio de estas imágenes, observadas con detenimien72

to, nos ofrecen no sólo un registro historiográfico de nuestra ciudad, sino también un valioso testimonio de las formas de organización social del pasado, de sus vidas y sus trabajos; de sus aspiraciones y sueños. Y es que esta imagen conjuga ello en dos categorías. Ahora veremos por qué.


Se trata de la famosa tienda de sarapes y cobijas de

Referencia infaltable para los turistas que todavía

lana El Saltillero, propiedad de don Santos Barrera, en

hasta la década de los ochenta visitaban nuestra ciudad;

un edificio que aún existe, ubicado en la esquina suro-

era también tienda de artesanías.

riente del cruce de la calle de Victoria y Acuña, en pleno corazón de la ciudad.

Las imágenes son propia llave a su entendimiento. Lo que al principio pensábamos tumulto de acceso al

En dicho establecimiento, buena parte de los habi-

cine –como el estreno de Ben Hur en el Royal‒ es desdi-

tantes de la ciudad compraban sus cobijas de lana con las

cho por un talache: la tensa atención y expectativa de los

cuales sobrellevaban el duro invierno saltillense. La ima-

hombres y la herramienta presta para abrir boquetes nos

gen, aunque dañada y solarizada, nos permite apreciar

cuenta otro desenlace, quizá una amenaza de incendio.

un tumulto en segundo plano. Es de noche. Y al fondo,

Telar y fábrica también, no ha de haber sido raro algún

pero muy cerca, la extinta marquesina vertical del Cine

percance con los inflamables materiales involucrados.

Palacio; abrigo de otros sueños, que se soñaban con los

Sarapes, artesanías, turistas, pintores extranjeros,

ojos abiertos. Curioso contraste el de ese moderno re-

películas, tumultos, cobijas, frío, solidaridad masculina

curso publicitario ‒que nos recuerda en su configura-

durante emergencias, marquesinas que el tiempo des-

ción el famoso de Chicago, en la calle de los teatros en

truyó: de todo ello nos habla este oportuno testimonio

la lejana Ciudad de los vientos‒ y el de la gente, en su

visual de Gabriel Berumen.

mayoría hombres, algunos ensombrerados. La fachada streamline del Cine Palacio ‒misma que pintara el artista americano Edward Hopper desde el Hotel Arizpe Sáinz en 1946‒15 poco se alcanza a apreciar. Pero volvamos a la tienda de sarapes. El divulgador saltillense Jaime Mendoza nos cuenta que dicha fábrica fue fundada “el 30 de julio de 1936 y su primer domicilio fue en la calle de Xicoténcatl sur #214” 16 para posteriormente trasladar su domicilio a este lugar, hasta su cierre, en 1998.


P E R I O D I S TA S (1955)

Es una imagen atípica. Es como ir detrás del escenario y ver a los que hacen posible las noticias; 74

los trabajadores casi siempre anónimos de la información. Y más en aquellos tiempos. Diez hombres en plena juventud. No sabemos si al inicio o al final de la jornada. Parece más lo primero; se les nota alegres, frescos, esperanzados. Hay lo mismo sonrisas abiertas o tímidas, que los gestos de quien no está acostumbrado a las fotografías. Es algún día de 1955, nos lo dice


el poster de los Juegos Panamericanos que habrán o aca-

parte del desarrollo técnico y comercial de las industrias

ban de celebrarse del 12 al 26 de marzo, en México.

que hicieron posible la edición masiva de diarios y revis-

El flash –siempre intrusivo- borra el reflejo y la imagen del cuadro al centro. A su lado, trofeos deportivos y un curioso busto de un personaje ataviado a la usan-

tas ilustrados.”17 ¿Quiénes son esos hombres? ¿A qué puerto llegó su trabajo, sus ideas, la fuerza de juventud?

za árabe. Un sombrero fedora colgado en la pared, una

Nos queda una fotografía de José Mora y su ma-

sumadora en primer plano. En el escritorio sellos, una

gia: dilatar un tiempo y una experiencia, devolvernos

pequeña llantita como cenicero, legajos. A la derecha,

52 años en el pasado, ser como estos periodistas, los de

fuera de foco, una máquina de escribir, vitrinas, un ró-

antes o los de después; los que van desde la ignorancia

tulo en el cristal de la puerta donde nuestra curiosidad

hasta la historia. De la opacidad a la nitidez, esa que nos

deletrea: “Heraldo del Norte”.

vuelve un mundo lejano, accesible.

Revelador contraste lo ominoso de las noticias en plena Guerra Fría con la actitud tranquila de sus hacedores. En las manos del personaje al centro, un periódico extendido; en su cabeza alcanzamos a leer: “Tampico Está en Peligro de Desaparecer”. Hecho rollo y vertical, donde el personaje de lentes de sol se recarga, su sonrisa despreocupada sobre la terrible cabeza que anuncia: “E.E.U.U. Habla… Hecatombe”. Fines del mundo que los periodistas conocen desde siempre. Fines del mundo que nunca terminan de suceder. El antecedente histórico originario del uso de la foto en los periódicos se remonta a la segunda mitad del siglo xix, obedeciendo a una función que el crítico mexicano Alfonso Morales define así: “Para dar testimonio visual de los agitados y expansivos tiempos modernos, como


M Ú S I C O S Y C A R AVA N A (1952)

El primer saxofón lleva una corbata de pájaros. El trompeta del centro anima a la multitud con 76

movimientos de su brazo derecho. ¿Qué irán tocando? Parece una foto de Koudelka, de sus famosas series de gitanos. Pero no nos engañemos. No caigamos en la trampa de la lectura a primera mirada de casi todas las fotografías: parece tratarse de una marcha de adhesión en Saltillo


a favor del entonces candidato presidencial Adolfo

sinos; esa marea de sombreros nos lo dice. Y la calle

Ruiz Cortines, uno de los presidentes más longevos en

que serpentea hacia el norte entre azoteas.

la historia de México. Aquello debió de haber sido en 1952. Aunque el mensaje de las mantas “Los mineros

Es una toma desde una parte alta, con una magnífica composición y profundidad de campo. Es muy de mañana, por las sombras.

con Ruiz Cortines, sección 147” nos llevarían qui-

Sontag decía que el valor informativo de las fotogra-

zá hacia un pueblo del Norte, hay otros elementos

fías es del mismo orden que el de la ficción. Es decir, que

que parecen situarnos en Saltillo; al fondo, la torre y

contra la primera lectura del pueblo unido marchando

cúpula de la iglesia de San Francisco, antes de su úl-

feliz hacia su futuro, la música, la ciudad, los techos de

tima remodelación a mediados de los cincuenta. ¿O

una población apacible, esos anuncios que en la esquina

se trata de la cúpula de San Juan Nepomuceno y más

de la minúscula tiendita nos anuncian el Mejoralito para

allá las torres de Catedral? Especulaciones…

dolores y resfriados, o la Cafiaspirina; ese romanticismo

La respuesta nos la daría la ubicación exacta de

de la imagen, decíamos, choca contra la realidad históri-

esa calle que parece subir hacia el sur de la ciudad.

ca: el poder del presidencialismo priísta que impuso su

Un perfil parecido “El indio muerto” de La Sierra

orden por más de setenta años. La “adhesión” no siem-

Madre a la derecha nos lo confirma. Se trata de una

pre voluntaria de diversos sectores populares ante la su-

calle que sube hacia el barrio del Ojo de Agua; po-

cesión del líder.

dríamos decir. Es casi seguro que se trate de la actual

En otro sentido, es rara la aparición de los ni-

calle General Cepeda, que conserva una configura-

ños en imágenes de esta época. Al lado izquierdo de

ción casi idéntica a la que vemos en la imagen; pero

los músicos marchan dos −¿sus hijos, sus ayudan-

no. Es una caravana en la ciudad de Monclova.

tes?‒ llevando un extraño bulto. El de la gorra ve al

La marcha la encabezan los músicos. Sigue un

fotógrafo y se toma ambas manos con gesto tímido.

nutrido grupo de mujeres jóvenes, sobrias, peinadas

El otro mira hacia delante. Del lado opuesto, tras las

al estilo de aquellos años. Personajes de traje y cor-

señoras, uno uniformado sonríe entusiasta. Otros,

bata, posiblemente funcionarios, y más atrás –como

delante de él, mayores, avanzan marchando. Uno lle-

ahora‒ los sectores populares: trabajadores, campe-

va huaraches.


Arriba, en una especie de túmulo, dos niñas espectadoras, con ese gesto universal de la curiosidad con las manos en la boca, contemplan el desfile. Van descalzas. Imaginamos el estruendo rompiendo el aire de la mañana. Y en el cielo de esas corbatas cortas y anchísimas, a un lado del saxofón de cobre, el aleteo de pájaros que vuelan.

78


MÁQUINA (CIRCA 1961)

Estamos ante una de las imágenes más poderosas de este acervo. Hay una fuerza icónica en su composición, se trata de una de esas fotografías que amplían más que nuestro conocimiento del mundo, nuestra mirada. Las fotos con verdadero poder semiótico cuestionan la relación entre la superficie, la realidad y la apariencia. Veamos por qué.


Una máquina de ferrocarril es siempre fotogénica.

xistencia y un desarrollo tan común como la fotografía

Símbolo del progreso, de la victoria de una conquista del

y el ferrocarril. Su ampliación, su dispersión, su demo-

espacio físico, vehículo de la civilización. Artefacto que

cratización, demarcaron el inicio y el fin de una época.

construyó una nación o símbolo de la tecnología victo-

Fascinaron a personajes como Porfirio Díaz, quienes a

riana; el tren es todo potencialidad de icono.

su vez extendieron lentamente, a las demás capas socia-

La ligera sobreexposición en la figura del hombre le da todo un toque de fotograma del cine mudo. La má-

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les, sus ventajas y su encanto. Y más que tecnologías al uso, crearon también una suerte de mitología.

quina entre salida y una curiosa expresión melancólica

¿Qué es de nuestra Revolución sin el tren? ¿Qué es

y tiesa –pose seguramente organizada por el fotógrafo

de nuestra Revolución sin la fotografía? Sus héroes, su

José Mora. Y lo que remata aún más el aire de puesta

translación al sueño del cine, sus mentiras, sus abismos,

en escena, de representación acomodada a propósito

su imaginería.

para su observación, son los rostros que de forma in-

Tres momentos y tres hacedores de imágenes que en-

trusiva, semiclandestina, observan a través de la ventana

contraron en el tren un símbolo del ser y de este tiempo

del hangar a la derecha. Semiocultos tras una rejilla: un

mexicano: Roberto Gavaldón y su película La escondida

adulto, un niño y, ¿un perro?

(1956) filmada en la antigua zona ferrocarrilera de Nonoal-

Sabemos que la estación de ferrocarril, y parte de sus

co y Tlatelolco. Las fotografías tomadas por el escritor Juan

patios, se encontraba sobre lo que ahora es el bulevar Fran-

Rulfo en la misma zona y por las mismas fechas, perdidas

cisco Coss, a la altura de su cruce con la calle Acuña (aún al-

hasta hace unos años y rescatadas en el libro En los ferro-

gunos de sus edificios permanecen, como parte de la biblio-

carriles (2015); pero mucho más profundo en su discurso,

teca del Congreso y las oficinas del Voluntariado), que esta

y también más amargo: la muy compleja novela José Trigo

etapa terminó cuando en tiempos del gobernador Óscar

(1966), del escritor mexicano Fernando del Paso, ambien-

Flores Tapia (1976-1981) decidió ampliar el Bulevar Coss

tada en la misma zona, que cuenta, como nadie, el drama

hacia el oriente, cancelando esta área para sus trabajos.

y el fin del universo de lo ferroviario –su cosmogonía‒ en

En nuestro país, pocos inventos tuvieron una coe-

nuestro país.


BANDA DE MÚSICA (1959)

Aunque afectada por un intenso contraste es una fotografía técnicamente perfecta. Tiene un foco y una profundidad de campo impecables. Su nitidez la vuelve cercana. La fuerte luz de un sol poniente impone carácter en los individuos y en el conjunto, añade plasticidad, textura. Modela y define los uniformes: les da carácter.


Estamos ante un frecuente hecho de la fotografía: cuando un presunto defecto técnico adereza y potencia; configura la imagen. ¿Qué sería de la fuerza de esta foto de Mora sin su contraste? Y el sol sobre los instrumentos y el metal de las botonaduras. Pero más, mucho más, sobre la piedra, luz que revela el grano y la gravedad; lo majestuoso de esas columnas de estilo seudo dórico en el hermoso edificio de la Escuela Normal Superior del Estado de Coahuila. El reflejo de una tuba contra la penumbra del instituto, esa sombra demarcada por un arco ensimismado y luminoso. Y los tipos humanos, debajo de la aparentemente uniformidad de sus gorras, desplegando su unicidad, su vida: su gesto y su temperamento. Dice don Gabriel que esta banda estaba dirigida por don Pompeyo Sandoval. Mitológicos nombres los de los músicos y los guardias: Venus Rey, Olimpo Cárdenas, Júpiter Ramos. Pero volvamos a la luz prodigiosa de esta foto; mirémosla de nuevo. Verdad obvia –casi metafísica‒ pero poco consciente: no miramos a los objetos ni a las personas, sino la luz reflejada en sus superficies. La luz modela, inventa, designa. O si no, de dónde la maravilla plástica de la forma en esa columna de la parte superior izquierda. Esos ángulos y ese grano, esa cualidad casi táctil; casi podemos tocar la piedra, recorrer con nuestros dedos sus oquedades, sus líneas, la temperatura veleidosa su ladrillo. Esta foto más que mirarse se toca. Se nota cómo el fotógrafo José Mora la preparó. Denota su paciencia y su oficio, su mirada y su orden. Esa noción infalible sobre el tiempo y sobre la luz, casi filosófica; la famosa frase que no se cansaba de repetir y de inculcar a su joven aprendiz de entonces, Gabriel Berumen: “La luz cambia cada siete segundos”.

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C A R AVA N A D E L H A M B R E (1951)

Otra marcha, pero de naturaleza muy diferente. Esta vez no es una marcha de adhesión, sino de hartazgo y de repudio. Ciertos sectores de la prensa de la época la llamaron la “Caravana del hambre”. Una huelga de mineros que provenientes del norteño poblado de Nueva Rosita y anexos decidieron llegar hasta la Ciudad de México para exponer ante el presidente Alemán las brutales condiciones de explotación de las mineras coahuilenses (principalmente en contra de la Mexican Zinc Co).


Esta toma recoge su paso antes de la llegada a Saltillo, luego de que el ejército sitiara Nueva Rosita y atacara a culatazos a los miles de trabajadores despedidos injustamente. La prensa oficial trató a los mineros de flojos y comunistas. El presidente Alemán declaró ilegal la huelga el 20 de abril de 1950. Hay autores que afirman que la participación y la intervención de personajes como Esperanza López Mateos –hermana de Adolfo López Mateos‒ evitaron una segura masacre. A su paso por Saltillo, personajes como Casiano Campos –acérrimo intelectual comunista‒ se unieron a la marcha. En la foto vemos un contingente apretado de miles de hombres que serpentea a través del paisaje. Van enchamarrados. Hace frío. Llevan un pendón que los identifica: “Secc. 14”. Empuñan una bandera. Su gesto es adusto. Algunos cortan camino por entre el monte. En Sobre la fotografía, Susan Sontag nos recuerda que “aunque un acontecimiento ha llegado a significar algo digno de fotografiarse, aún es la ideología lo que determina qué constituye un acontecimiento”.18 Así, aunque la fotografía “hable”, serán los criterios del medio quienes le permitan hablar: sus compromisos políticos, su ideología. Ésta es una de las pocas imágenes que, en los medios regionales, existieron en torno a la histórica marcha (los obreros recorrieron 1588 kilómetros). Sin embargo, reputados reporteros de medios nacionales dieron una cobertura inusitada de esta protesta: Ismael Casasola, quien junto al escritor José Revueltas capturó su andar cerca de Monterrey; los hermanos Mayo (principalmente Luisa y Faustino), en su llegada a la capital; pero mucho más que ellos, el fotógrafo de Novedades Julio Tessier, quien marchó con ellos durante cinco días, dando cuenta de todas sus penalidades, que no terminaron ahí. La fotografía como evidencia del cambio, pero también de la permanencia de patrones y condiciones sociales: en febrero de 2006, una explosión por acumulación de gas en una mina de la región carbonífera sepultó a poco más de setenta trabajadores. Desde la tragedia minera de Pasta de Conchos hasta finales de 2016, 105 mineros han muerto en accidentes relacionados a su trabajo. 84


PA N A L E S (1951)

Esta foto de Berumen parece parte de una película de ciencia ficción. De ciencia ficción mexicana: aquella donde convivían los monstruos provenientes del espacio junto a los paisajes rancheros; naves y nopaleras. Marcianas y magueyes. Hay una composición y una metáfora maravillosa. Los hombres y los elementos aparecen acomodados con una armonía inaudita: desde la hierba y los cajones, el grupo humano; el segundo plano de los troncos y las nopaleras; el tercero y lejano


plano de las construcciones, la sierra, el cielo. La exposición precisa que nos permite entrever esa hermosa penumbra bajo las nubes. Es una imagen que nos habla de ciencia y de dominio técnico. Evidencia la maravilla del control humano sobre la naturaleza. Da cuenta de algo, certifica una experiencia. Los hombres con pantallas en sus rostros no son extraterrestres. Son científicos y trabajadores de la Universidad Agraria Antonio Narro, entonces ubicada en el extrarradio sur de Saltillo, hoy ya rodeada de nuevos y populosos fraccionamientos. Donde antes hubo panales de abejas hoy hay panales humanos. En su libro Monstruos de laboratorio, el ubicuo especialista Rafael Villegas nos da cuenta: A partir de la Segunda Guerra Mundial y hasta poco después del fin de la carrera espacial, la ciencia irrumpe como explicación dominante del mundo moderno, invade todas las esferas y aspectos de la vida: uno de esos aspectos fue la imaginación, la aceptación general de que la ciencia no era sólo una opción para las sociedades que pretendían ser modernas. México no se quiso quedar fuera del barco o, mejor dicho, de la nave espacial de la modernidad. La mitologización de la ciencia a través de las representaciones fílmicas fue una de las estrategias favoritas para lograrlo. 19

No es casual que esta imagen tenga un empate temporal con esa época del cine mexicano donde abundaban las criaturas fantásticas, las seductoras invasoras, el mundo salvado de científicos locos por rancheros despistados. Hoy, la ciencia de ayer nos aparece cándida. La nostalgia por aquellos tiempos del Sputnik aparece con un dejo risible. Tres sombreros, cuatro caretas y una risa discreta dibujada en la sombra del rostro del tercer personaje. Es una sonrisa misteriosa, cargada también de cierta ironía. ¿El hombre se ríe de aquel modesto y transitorio progreso? ¿O de nosotros, un poco más cínicos y también frágiles, que lo miramos desde el futuro?

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POST SCRIPTUM

En su introducción a Las lecciones de estética, el filósofo alemán Hegel advierte que “tampoco puede decirse que las representaciones del arte sean una apariencia ilusoria frente a las representaciones, más verdaderas, de la historiografía. Pues tampoco la historiografía tiene como elemento de sus descripciones el ser-ahí inme­diato, sino la apariencia espiritual de éste.”20 Es decir, que tanto la interpretación histórica, a partir de evidencias físicas, incluso documentos fotográficos, nos atenemos a vestigios susceptibles de interpretación, más no elementos absolutos de certeza. O sea, que la intención de este libro no es historiográfica, si no que especula, compara, comenta, y busca un entrecruce con otros campos del arte y la cultura, buscando más que una verdad de piedra, otras visiones y abordajes. Por ello, propongo el estudio de estas imágenes como un testimonio de la conciencia histórica del devenir humano en mi ciudad. Más que imágenes definitivas o definitorias, una suerte de símbolo o resumen de ciertas épocas y periodos de tiempo. Estas imágenes participan de una suerte de registro privilegiado, culmen de un oficio, una sensibilidad, un bagaje, una búsqueda estética y la conformación de una mirada. Registros que van más allá de la narrativa estandarizada que llenó páginas y páginas de diarios a lo largo de décadas. Es bien sabido que más allá de su carácter de registro o conmemoración, la fotografía participa de una cualidad icónica, impone modelos y pautas. Su validez como símbolo más que como mero registro radica en su carácter de permanencia, pero también de transformación, de potenciación, o incluso inversión de valores. De esta manera, aprovechando su carácter de permanencia y de cambio, su polisemia, su carácter político, temporal, y al mismo tiempo cambiante, considero el estudio de estas imágenes como un recurso más que viable para el entendimiento de un espacio social, de sus elementos y transformaciones. Gabriel Berumen me dijo una vez que, luego de más de medio siglo de su ejercicio, para él “la fotografía es el arte de reflejar y transmitir los recuerdos de la gente.” Estoy totalmente de acuerdo: las imágenes son reflejos, ins-


tantes, evocación. Por ello estas palabras buscan dialogar con ellas, y usar la fotografía como un medio de acceso al mundo, intentando superar su carácter periodístico, histórico, sentimentalista, cínico o humanista. Una foto como una especie de vórtice semiótico. Una foto como la superficie de una intención y un pensamiento. Una foto como una ventana inconclusa y un pretexto filosófico. Una fotografía que más que confirmar la realidad, nos ayude a dilatar el conocimiento y la experiencia de nuestras dinámicas sociales: de nuestra vida y de nuestra mirada. Alejandro Pérez Cervantes. Otoño de 2016

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PIES DE FOTOS

Pág. 21 Repartidores de refresco Pep frente al Ateneo. José Mora. 1950. Pág. 22 Gabriel Berumen. Alejandro Pérez Cervantes. 2016. Pág. 24 6 de enero. Esposa del gobernador entrega juguetes a niños. José Mora. 1953. Pág. 26 Antiguo carro taxi de caballo por la calle de Padre Flores. Gabriel Berumen. 1957. Pág. 28 Juego de la liga infantil de beisbol en el Estadio Saltillo. Gabriel Berumen. 1966. Pág. 31 Remodelación Palacio de Gobierno y Plaza de Armas. Gabriel Berumen. 1977. Pág. 33 Fachada del Tecnológico de Saltillo. José Mora. 1954. Pág. 38 Henry Segovia y sus Destroyers. Gabriel Berumen. 1957. Pág. 40 La calle Ignacio Aldama y el Estudio Mora. José Mora. 1954. Pág. 42 Los bailes rancheros de la Sociedad Acuña. José Mora. Circa 1957. Pág. 45 Carrera ciclista de El Heraldo. José Mora. Circa 1948. Pág. 47 La Julia. Gabriel Berumen. 1955. Pág. 49 Héroe. Gabriel Berumen. Circa 1960. Pág. 51 Bar del Hotel Hidalgo. José Mora. Circa 1953. Pág. 54 Calle Bolívar y la fábrica La Favorita. Gabriel Berumen. 1960. Pág. 56 El Chango Casanova en Saltillo. José Mora. 1952.


Pág. 58 Primera corrida del ferrocarril en Saltillo. José Mora. 1961. Pág. 61 Camión y Ateneo. José Mora. 1951. Pág. 63 Huelga de telefonistas. Gabriel Berumen. Circa 1960. Pág. 65 Radiodifusora. Gabriel Berumen. Circa 1962. Pág. 67 Trillizas. Gabriel Berumen. 1966. Pág. 69 Estreno de Ben Hur en el Royal. Gabriel Berumen. Circa 1959. Pág. 72 El Saltillero. Gabriel Berumen. 1957. Pág. 74 Periodistas. José Mora. 1955. Pág. 76 Músicos y caravana. José Mora. 1952. Pág. 79 Máquina. José Mora. Circa 1961. Pág. 81 Banda de música. José Mora. 1959. Pág. 83 Caravana del hambre. José Mora. 1951. Pág. 85 Panales. Gabriel Berumen. 1951.

90


N O TA S

1

Gabriel Berumen. Entrevista personal. Septiembre de 2016.

2

Jasper Johns. Citado por Susan Sontag en Sobre la fotografía. Barcelona. Debolsillo. 2014. p.195.

3

Roland Barthes. La cámara lúcida. Barcelona. Paidós. 1976. p.67.

4

Jaime Mendoza. “LOS BAILES RANCHEROS EN EL ACUÑA, SALTILLO…!!!” [en línea]. Saltillo del Recuerdo. 25 abril 2013. http://

saltillodelrecuerdo.blogspot.mx/. [Consultada en octubre de 2016]. 5

Gustavo Le Bon. Psicología de las multitudes. Buenos Aires. Emecé. 1985. p.45.

6

Sontag. Op. cit. p.25.

7

Jorge Manrique. Coplas. España. Biblioteca Edaf. 2003.

8

Carlos Recio. “Semblanza histórica de la fotografía en Saltillo”. Voces, textos e imágenes. Hacia una historia de los medios de comunicación

en Coahuila. Universidad Autónoma de Coahuila. 2008. 9

Arthur Schopenhauer. Citado por Susan Sontag en Sobre la fotografía. Barcelona. Debolsillo. 2014. p.178.

10

Laura González Flores. Fotografías que cuentan historias. Lumen. 2004. p.44.

11

Héctor De Mauleón. “Casanova, el señor de las moscas” [en línea]. Ficticia. 01 octubre 2000. [Consultada en enero de 2015].


12

Candelaria Valdés. Ateneo Fuente: La forja de un patrimonio escolar. Fontamara. 2016.

13

Carlos Manuel Valdés. “La historia inasible”. Azimuth. México. Núm 3. 2014.

14

José Cuevas Martín. Fotografía y conocimiento. La imagen científica en la era electrónica. Ed. Universidad Complutense. 2014.

15

Alejandro Pérez Cervantes. “Edward Hopper: a 130 años del natalicio del pintor de fachadas y su paso por el norte de México” [en

línea]. Sin embargo. 22 julio 2012. http://www.sinembargo.mx/22-07-2012/305835.

92

16

Jaime Mendoza. “EL SALTILLERO…!!!” [en línea]. Saltillo del Recuerdo. 5 mayo 2011. http://saltillodelrecuerdo.blogspot.mx/.

17

Alfonso Morales. “Prólogo”. Luna Córnea. México. Núm. 35. 2015. p. 9.

18

Susan Sontag. Sobre la fotografía. Barcelona. De bolsillo. 2014. p. 66.

19

Rafael Villegas. Monstruos de laboratorio. México. Instituto Mexiquense de Cultura. 2014.

20

Georg Wilhelm Friedrich Hegel. Lecciones sobre la estética. Trad. de Alfredo Brotóns Muñoz. Madrid. Akal.1984. pp. 7-15.


BIBLIOGRAFÍA

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Fuentes orales Alfonso Morales Carrillo Carlos Recio Gabriel Berumen Jaime Mendoza Lic. Francisco de la PeĂąa


Los estatutos de la mirada. Textos e investigacion documental de Alejandro Pérez Cervantes. se terminó de imprimir en junio de 2017 en Quintanilla Ediciones. El cuidado de la impresión estuvo a cargo de Elsa Tamez y Ana Arreola. En su composición se utilizaron fuentes de la familia Minion Pro. La edición consta de 1 000 ejemplares.


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