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EN MI PENSAMIENTO TE LLAMABA CARIÑOSAMENTE OWY
años. Me hice amigo de sus amigos y juntos teníamos un divertido club. Él tenía ya 18 años cuando tuvimos nuestro primer encuentro sexual. Amarlo tanto, sin correspondencia, teniéndolo tan cerca, fue enloquecedor.)
Viniste –lo creo así– de un concilio de ángeles. Un niño con cabellos de nube y rostro arrojado. Tus palabras fueron como las canciones de una edad dorada vivida antes de nacer. Sencillas y luminosas, cayeron adentro de mí como una lluvia tibia en un pozo oscurecido.
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Sin saberlo te amaba desde antes de conocerte. Interviniste en la estructura del dolor; el de vivir desatento a la bondad. Tan pronto, el designio despertó la hondura donde dormía, profundamente cansada, la ternura. El mundo, trasfigurado, se volvió abrir como una cortina.
Y me desesperaba no poder arrancar una estrella para ponerla en tu frente. Porque en el toque de esa gracia se convulsionabala razón.
Lentamente disciplinaste mis actos para empatarlos al bien, como una dulce melodía que hubiera quedado prendada en el espíritu. No ha faltado por ti ya el almíbar que da a la hora la consistencia del gozo. Encanto de energías cómplices. Más la alianza del hombre con los cielos.
Cuando mi mano busca la tuya, en el saludo cotidiano, he sentido algo deteniéndome en ella: porque de algún modo siento que, en lo profundo, me perteneces. Cuando celebramos con otros, es tu risa un momento bien esperado. Y, aunque traías para mí otro don que no es la pasión que arrasa en llamas y extenúa al mártir, te honra el pecho al escuchar tu nombre, entre los favoritos apartado.
Das a mi corazón el cariño sin peligro para el que había nacido. Nada podrán los años… Siempre serás, en mi corazón, un niño.
TE LLAMABA CARIÑOSAMENTE “OWY” EN MI PENSAMIENTO
(Owen tiene veinte años. Es inteligente y bien parecido. Es creador de un juego de mesa. Entonces platicábamos
de todo, excepto de sexo. Nuestros juegos de billar eran competidos pero él ganaba al final. Lo hice retratar para obsequiarlo en nuestra despedida. “Hasta la próxima”, dijo. Espero volver a verlo. Pienso todavía en él.)
Ya la primera vez que te miré quise prenderme de ti. Como un halcón a un blanco conejo, perobenévolo, te me acerqué. Así te conocí mejor, me conociste. Hasta llegar, con naturalidad portentosa, a congraciarnos: la escuela, nuestras casas próximas y los fines de semana. Para su salud, te abrí mi corazón mil veces suturado como a un azar generoso.Cada momento contigo era una flecha de luz que más me reblandecía.
Te buscaba y esperaba paciente, como la raíz al agua. Tu cercanía suavizaba la despreciable grisura de los días. Mi inquietud se domaba en tu casta voz. Y entonces pastabas tan confiado en mí,que no supe alguna vez si te queríacomo a hermano conquistado. O como a un príncipe. En todo caso, yo te habría venerado como a un dios efebo.
Flaco y rubio como espiga, todo fuiste de consolación y ternura; placentero dulce de leche del que habría anhelado emborracharme con la voluntad y sabiduría de mis años, poco a poco. “Eres hermoso”, te hice notar por tanto. Y esperé que reconocieras en esa frase un dictamen irrevocable, eterno.
Yo sólo podía acceder a ciertaszonas detu ser, robando gotasde sangre de tu corazón para alimentar al mío. Te amaba a cada instante como amigo fiel, pendiente de tide un modo familiar y seguro. En tanto, ambicionaba tu abrazo. Y en la intimidad, descansando en la mismacamaal ver películas,mi instinto se rendía a la admiraciónfurtiva de tus pies: frutosde oro, dechadosperfectos.
Pero luego ya te habías ido: de pronto, como llegaste. Una ardua distancia de paísesse volvió a erigir entre nosotros que este verano no sabíamos que el otro existía. Me siento amputado de ti. Recónditos filamentos fueron tirados con brusquedad doliente.
Mas ensanché por ti,con esclarecido y caro ímpetu,el volumen de mi depreciada bondad. Y eso fue verdadero regalosideral.
El inviernoestá muy cerca. Sin ti será másfrío.He comenzado aenfermarme.