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ÚLTIMA VOLUNTAD

BAJO EL TAMARINDO

(Amaury estudió leyes. También gusta de la literatura. Le recomendé encarecidamente novelas góticas. Tuvimos un fuerte vínculo de pocos días. Siempre fue claro acerca de los límites de esa compenetración. Sus besos eran pródigos en saliva. Tiene aún una bella cara como de niño. Le gustaba el cerro. Soñaba un mundo laico y justo.)

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Aún recuerdo la primera vez que te vi: caminabas por la acera de enfrente con tu mezclilla deslavada y esos pasos animales tan cargados de virilidad, muy propios de ti, siempre en un mundo donde tú eres lo mejor. Algo se despertó en mí que quise hablarte, que inventé pretextos absurdos para escuchar tu voz.

Y hoy recargas tu brazo en mi hombro para hablarme de las cosas que están enfrente: las montañas azules hincadas ante la inmensidad.

Ah, compañero mío, Dios nos ha hecho gentiles y nosotros nos vamos juntando, nos vamos dando probaditas de nosotros el uno al otro. Tenemos palabras, gestos para hacernos sentir mejor. Nos queremos, nos tenemos… Aún.

Aquí estamos, recostados en la hierba húmeda, temblorosa bajo los dedos del viento. Tú miras las nubes pasajeras y me señalas en ellas formas que me hacen reír. Yo escribo otro poema, melancólicamente, como soy. Arrancas una brinzay la muerdes; yo acaricio tu cabeza latiendo sobre mis rodillas.

Cerca tenemos agua, pan, libros, una canasta en la que hemos acomodado nueces, pasas, algún mantel, hojuelas y miel. Estas semanasha corrido tan velozmente que, me parece, fue ayer que nos dimos el primer beso en aquel callejón, bajo el frescor de noviembre.

Y cuando la última perdiz cruce el cielo y la primera estrella empiece a espiarnos, me habrás arrancado otra risa insegura, a donde caerán algunas lágrimas. Porque se acabarán las vacaciones.Yte dirás a ti mismo que todo esto no fue más que una aventura sin importancia de la que nunca contarás a nadie.

Y te casarás y tendrás hijos. Pero no será conmigo.

ÚLTIMA VOLUNTAD

(Siempre me atrajeron los dientes de Armando. Es punk. Tenemos prácticamente la misma edad. Le gustaba que le dijera palabras tiernas cuando nos escribíamos por la computadora. Nunca hizo caso de mis insinuaciones. Le gustó mucho este texto. Ya engordó mucho. Vive aún con sus padres. Su novia lo engañó. Se siente fracasado.)

Si padeciera de esa enfermedad mortal de la sangre que tanto me horroriza, te pediría que fuéramos juntos a la playa que más te gusta a pasar un día, en ese puerto de palmas y almendros donde nos encontró la juventud y que no has querido dejar. El sol guardaría en su ojo cada escena de una fantasía tan real en la que el dolor y la angustia no tendrían lugar. Un reloj de arena imaginario empezaría a marcar los últimos instantes felices de mi marchita lozanía.

Al empezar a rayar la mañana, sin zapatos, caminaríamos por un litoral de polvillo de oro y brisas, buscando la caracola más perfecta, el claro más seguro. Allí armaríamos una casa de campaña; recogeríamos maderos para hacer una fogata en la que asar malvaviscos y tomates, en la que cocer una cazuela de habichuelas para comerlas con el pan de nuestra compañía.

Al mediodía, platicaríamos de todo lo que vivimos juntos entre el ruido de la gente que algunavez no nos dejó encontrarnos, de nuestra niñez en la que me hubiera gustado conocerte para jugar contigo almohadazos, de los amigos que quisimos y se fueron, de las veces que lloramos porque el amor nos quebró, y de muchas tonterías tan sólo para explotar en carcajadas hasta donde la saliva nos alcance, frente a frente, descubriendo en nuestras caras hoyuelos que no nos conocíamos. Nos quedaríamos algunos momentos en silencio, pero ese silencio no sería incómodo, pues en él vibraría el afecto.

Y nadaríamos largamente, flotando sobre una paz sin orillas, bajo un cielo colmado de luz, blanco como tu pecho. Y me enseñarías a jugar fútbol. Yo te enseñaría algunos pasos de baile extraños y te tiraría súbitamente en la arena, para hacerte cosquillas. Te levantarías queriendo tirar de mi escasa ropa, persiguiéndome por la orilla espumosa del mar, esa lengua de agua queriendo escurrirse en nuestros cuerpos. Un perro pequeño nos seguiría ladrándonos, por no ser capaz de comprender tanto alboroto y tantas risas.

Latarde caería sobre nuestra dicha y, tiernamente cansados, nos recostaríamos en una duna a mirar las barcas, los pelícanos pasar, sin nada en qué pensar mas que en la inmensidad del mar y del cariño.

Antes del atardecer entraríamos a nuestra casa de campaña a pelar naranjas, a cantar himnos de correspondencia. Fuera de ella ya habríamos construido un castillo de piedrecillas con murallas tan sólidas como lo que siento por ti.

Veríamos juntos el ocaso, sin llorar. (Nadie hablaría de mis brazos marcadamente flacos, ni de las zonas ya calvas en mi cabeza queriendo

recostarse en tu hombro, ni de la tos que a veces me atacaría haciéndome escupir espesamente.) El ocaso que nos recuerda que todo acaba como lo hacen la juventud, la alegría yla vida. Así llegaría a su finnuestro día juntos. Y estaríamos entonces más morenos que el caramelo, dulces como él, y más compenetrados que la sal en el océano. Pero irremediablementeenfrentaríamosel adiós.

Con un abrazo, en el que se rozaran nuestras mejillas, nos despediríamos por última vez. Tú te irías a tu casa y yo a la mía: tú a cumplir las obligaciones, las formalidades absurdas que nos impone la sociedad; yo a descansar y a inyectarme medicamentos, lejos de la música de las palabras que disfruté en tus labios, del olor de nuestro sudor que se hermanó en el aire. Atrás quedaría el hueco que dejaron nuestras espaldas en la arena. Nuestras pisadas las borraría la marea. Las olas golpearían la playa hasta arrasarla.

Pero acaso, por la noche, fatigados y aún ebrios de recuerdos, en la soledad de nuestras habitaciones, antes de descender a la caverna del sueño, bajo unas sábanas tibias y recién lavadas, tú pensarías en mí y yo pensaría en ti. Y entonces sonreiríamos al mismo tiempo.

Y entonces ya no tendría miedo de morir dormido.

SI SÓLO ESTUVIERAS AQUÍ

(Enamorarme de Edson fue doloroso. Le confesé lo que llegué a sentir por él solo años después, pues yo sabía que no tendría ninguna oportunidad. Sospecho que eso quebrantó nuestra amistad. Le he escrito para saludarlo pero ya no me responde. Es introvertido. Vive constantemente deprimido y cansado. Nunca le hice leer esto.)

Si sólo estuvieras aquí, esta tarde de mal agüero en la que el viento va silbando por las calles como una loca, podríamos los dos, tal vez, ir por un café a las grandes avenidas y, caminando bajo la niebla, uno al lado del otro, mirar cómo sobre los automóviles se ha congelado la brisa, y allí, en sus vidrios, con los dedos escribir nuestros nombres.

Si sólo estuvieras aquí, quebrando con tu voz esta quietud en la que el único sonido que hay es elde la tos del enfermo en la habitación contigua, podríamos los dos, arropados en la misma cama, leernos poemas como dos novios compartiéndose un secreto. O simplemente mirar el techo para darnos cuenta de que nunca caerá sobre nosotros.

Podríamos… Bueno. Quiero decir… ¿Cómo decirlo?

Mi mano buscaría la tuya para rozarla en una falsa casualidad, mientras te hablo desde el fondo de mi soledad, como en un confesionario.

Sí: hay tanto que tengo que decirte de cerca, al oído tal vez, o en voz baja, para que los vecinos no se den cuenta.

Hay la necesidad imperante de comunicarte lo que no sé si podría decir por tímido; pero lo que te diría a perfección mimirada desnuda.

Algo que no sé si me engrandece o me avergüenza.

ABRÁZAME, VÍCTOR

(Víctor es a quien más he deseado en mi vida y quien me ha despertado los más bellos, intensos y duraderos

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