De naturaleza amarga (2007), de Aleqs Garrigóz

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TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS: ALEJANDRO GARRIGÓS ROJAS, MÉXICO, 2007

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ÍNDICE SOLILOQUIO DE UN POETA ROMÁNTICO / 5

MURO DE ESPEJOS UN NIÑO / 7 INICIO / 8 EL NIÑO ENFERMO / 9 JUVENTUD / 10 UN POEMA / 11 MI CABEZA ES EL PLOMO QUE PESA / 12 LA COLUMNA ROTA / 13 SOLO / 14

NATURALEZA AMARGA LA POESÍA / 15 LLORAR / 16 BALADA DEL ANGEL FUNERARIO / 17 VERDAD / 19 CALAMIDAD / 20 LA MINA / 21 ELEGÍA MARINA / 22 CANTAR DE LA GOLONDRINA DE LAS CAVERNAS / 23 PUERTO / 24

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MEDITACION DE MADRUGADA / 25 NADA NUNCA VUELVE A SER IGUAL / 26 DEL MAÑANA / 27 OTOÑO / 28 EL AMOR ES MAS FRÍO QUE LA MUERTE / 29 LA NORIA / 30 ASEVERACIÓN, PREGUNTA E INJURIA / 31 VIOLIN EN MEMORIA DE LAS VICTIMAS DEL HOLOCAUSTO / 32 CEMENTERIO EN LA NIEBLA / 33 CONGOJA / 34 DEL DESEO / 35 LA MALA SUERTE / 36 A MI HIJO EN EL REGAZO DEL COSMOS / 37 SI NO FUERA... / 39

*** RECONCILIACIÓN / 40

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Lo quisimos eterno, irrevocable. Como el infierno. Rosario Castellanos

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SOLILOQUIO DE UN POETA ROMÁNTICO Porque desde el principio cargamos un destino como lápida, la ficción se nos mezcla en la sustancia, tiñéndonos las hebras con el color de la sangre enfermiza. Nuestros días en la historia son como una ligera llovizna, como cuando la brisa arriba a la estepa desolada. Somos amigos del girasol y del crepúsculo. Caminamos inermes a la hora de los tardíos placeres. Bebemos solos. Y la melancolía de ser es en nuestras venas honda y permanente como los congelados mares. Rosas, cortinas, palomas, ventanas, sepulcros, horizontes donde la lividez vierte sus encantos, jardines gloriosos donde los pájaros mueren, fuentes, salones que son vacíos como la vida, nos circulan lo mismo que carruseles en la mente. Conocemos el encanto en la distancia, el sabor de las lágrimas, la textura de las cartas antiguas, el olor de las habitaciones viejas. Amamos la tibieza del hogar, la magia de los otoños cayentes, la somnolencia de la nieve. Y somos tanto cómplices de los amantes feraces y de su entrega indócil y plena como de la belleza que muere. Tiene el fruto de nuestros sobrios esfuerzos un encanto innegable, ligeramente amargo, que recuerda los vinos seductores y transitorios. (¿Compañero, como responderé a tu asentada certeza de que es el miedo a la vida lo que nos mantiene tan vivos?) Más que el teatro de nuestras subsistencias, deberá ser la obra nuestra acotación ante el hombre. En algunos, el ímpetu arde como un sol cercano; la fiesta los sonsaca con su olor a licor y sexo mezclados: su paso en la existencia es igual que una orgía sin término. Otros –los que lloramos aparentemente por nada, los enamorados de la lluvia en la ventana–, andamos caminos poco fecundos

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y, prensados en la mano de la nostalgia, terminamos aprendiendo el suicidio. Pues –se sabe– en nuestro pequeño círculo, de algún modo o de otro, se muere joven.

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MURO DE ESPEJOS

UN NIÑO Un niño es un poeta que canta las destrucciones del mundo o la risa del venero que nace del núcleo de la roca y el arco iris tendido como una mano de montaña a montaña y el amor de las aves que empollan un huevo. A veces como la nube que todo contempla. A veces como la hoja que el otoño desecha. Un niño dibujado con tiza blanca en un suelo terroso, bajo el galope bárbaro de los caballos: eso soy.

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INICIO Cada noche zurzo los harapos de mis alas –aquellas que no me harán volar–, recojo mis memorias inconclusas, mi juventud rota y dispersa, y cuento y recuento con creciente angustia las últimas cerillas de mi vida, los últimos días del calendario para cumplir una promesa descomunal. ¿Cómo he de continuar si el piso de desliza al presentir mis pasos y cada puerta se aleja cuando llamo? No sé si al andar esta vereda hacia el derrumbe, hacia el inapelable borde precipicio, no confundo con una distancia más hueca mi camino. Me remuerde mi palabra, mi lazo al mundo que no amo, mi estigma de arena, polvo y agua turbia con lo que no podré levantar un pilar. Lloro por lo que no tendré nunca: el cimiento fuerte de una casa, el pájaro de la vida asintiendo en la jaula de mi pecho, quedándose ya por el resto de lo que debió haber sido...

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EL NIÑO ENFERMO Lo confieso: mi corazón es un niño enfermo que en una casa de cartón mira a su angustiada madre y dice: “no soy feliz” Tose y tose el niño enfermo escuchando la música de una incesante lluvia que ningún otro escucha. Tose y tose el niño enfermo y a su madre dice: “quiero morir”. Su madre acaricia tiernamente su mejilla y lo arropa y lo duerme y le guarda el secreto. Y en sus sueños el niño enfermo sueña que tose y tose.

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JUVENTUD Es como abrir los ojos de las alas recién desplegadas, donde algo en lo alto dibujó la cara de la muerte (ver mariposa), para darte cuenta que el espacio es demasiado angosto para intentar el vuelo, que estás contenido en un frasco circular en el que se enrarece el aire, donde no hay rincones para llorar, donde todo es un andar en círculos mirándose los pies, hasta enloquecer. Juventud es la incomprensión que sufres bajo el árbol sin compañero. Allá, a lo lejos.

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UN POEMA Soy un poema de un solo verso escrito en la arena. El que pasa me huella. La marea ha hecho tal estrago en mí que ya no recuerdo mi origen. –¿Era la H muda o la O hueca? – Hurga en mis entrañas una gaviota y expone una lombriz de arena. ¿Qué significa esta palabra incompleta? Despegaría mis escasas letras del bajo relieve, si pudiera… ¡Soy este puñado de signos que ya el viento lleva y al mar ahogado arroja mis miembros y los dispersa!

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MI CABEZA ES EL PLOMO QUE PESA Mi cabeza es el plomo que pesa; acostumbrado estoy a perderla en cada declive. Es la rueda que desciende en cada cuesta, la piedra alucinada rodando la colina para caer entre los pies del fango e internarse en el matemático corazón de la tiniebla, donde tiene su origen la noche, donde la muerte muerde la ubre y se desarrolla con el mudo rumor del cáncer, de la duda. Resplandecen con algún brillo mortecino algunos guijarros en su interior, que se astillan y quiebran en las paredes lisas entretenidas en inmovilizar al mismísimo frío sin dejarlo salir: algunas ideas que tuve y me condenan, que pesaron en mí lo que el cemento pesa. Mi cabeza es el peso que cae y que cae.

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LA COLUMNA ROTA A mitad de un infecundo barbecho se levanta una columna rota. —¿En verdad se levanta? Nadie sabe qué hace en el mundo. Pero allí está. Y la gente pasa y la mira y en su contemplación le dedica serios estudios. Como si fuese el centro el planeta. Como si fuese... algo. La evado como a mi reflejo en un charco o en el remanso congelado de un cristal. Si el camino polvoroso siempre largo del cirquero, del vidente temido y del artista trashumante hacia ella me conduce... prefiero no mirar. Porque si la miro y nadie más nos mira, hacia ella corro, inevitablemente. Con amorosos brazos la mido y pego mis mejillas a sus burdas aristas y le canto madrigales y actúo que con ella bailo y que los dos en el mundo tenemos un lugar.

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SOLO Como gaviota herida que la bandada deja atrás. Como barco fantasma a la deriva que nunca alcanzará el horizonte. Como faro sin luz a medio derruir que, en un islote ignoto, recibe la atroz embestida de las olas. Como el océano ahogado en sí mismo. Como el silencio.

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NATURALEZA AMARGA

LA POESÍA La poesía es como el árbol de ancho follaje que crece a mitad del páramo desierto. La forman nostalgias y temores. Sus brazos se alargan para alcanzar el infinito; sus fuertes raíces se ahondan en tierra oscura; su ancho ramaje es ámbito de emociones contenidas; en él giran los vientos, se reordena el mundo. La Poesía es el Arte; que se nutre de sí mismo y sobre sí mismo reposa. Su ramaje es coro donde los ancestros cantan. Lo integran llamados distantes, del mañana que es el hoy muerto la voz ya sin sentido, resonancias de canciones perdidas y olvidadas, oscilaciones de brillo y sombra, elegías que son constelaciones de hojas muertas, palabras mustias de soledad y pena y crujidos que son su débil lamento. Para siempre. En su tallo se han grabado inscripciones nobilísimas. Su semilla es eterna. La poesía es el llanto desolado del sauce y el refugio vivo de la higuera. Aprenda yo a encontrar fuerza en sus frutos y descanse mi fatiga bajo su sombra hasta el último día.

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LLORAR Si a todos nos duele la vida; si a todos mata una duda, un amor, una alegría atroz. Si la fruta se pudre y el trigo se acaba y las rosas se agostan y el niño crece y se vuelve ermitaño y hostil... Quiero decir: si a doquier que volteamos un cadáver se trasmuta para generar más vida y la pezuña de la bestia va hollando la flor... ¿Qué somos junto al cielo al que no alcanzan las ansias o a la tierra que se abre para dar paso al magma? ¿Qué es la música que nos distrae? Nada. Nada valen ceremonias y concilios, ni los bosques intrincados de los textos, ni los empeños de la diligencia y la perseverancia, ni las máscaras que usamos para medir la maldad. Sólo nos queda llorar. Llorar hasta florecer el peñasco umbrío, hasta que el desierto vuelva a ser mar. Llorar hasta subir en una marea lacrimal y alcanzar la luna de hueso, los astros girando en su perfecta órbita de vidrio, y poder plegar en nuestro pecho la punta de una estrella azul. Hasta que peces multicolores jueguen en nuestros pies. Hasta romper las presas, los diques, los muros que separan y estancan las aguas inefables de Poesía. Hasta que la generación espontánea nos diseñe un hermoso hábitat de tréboles náuticos, anémonas radiantes, medusas con luz de neón, y seamos como el delfín que tiene memoria universal y alas para nadar.

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BALADA DEL ÁNGEL FUNERARIO Ángel funerario, eriges tu silencio mineral a mitad de un campo sembrado de osamentas. Estás solo, rodeado de un leve bosque artificial de álamos lóbregos de lastimosos chillidos. Un viento conocido tantea tus cabellos de piedra, sin mover uno solo, ángel. Ángel adolescente, detenido en un largo, largo e inquebrantable mirar sin mirar, ausente, posado en un lamento para siempre: tus ásperas y pétreas mejillas atesoran un ansia fría y muerta, que no late. Cae el polvo que te viste de un velo ligero, que el viento moldea sobre tu túnica gris, donde retozan las mariposas que te estudian con los ojos de sus alas y te acarician a veces, sólo a veces, ángel. Ángel guerrero, derrotado por el duelo, caída está tu espada en tierra fértil de amapolas, de rosas como corazones desgarrados en todo su esplendor, húmeda tierra de lentos caracoles, nutrida de cadáveres y ataúdes podridos. Ángel autista velando a la muerte, centinela, si escrutaras tu entorno hallarías no más que mármol, lozas cuadradas, antiguos epitafios tristes, cruces de grueso tallo, cruces celtas acaso, conteniendo en su centro el sol que te es vedado, sin piedad, por tener por ojos un bajo relieve tallado. Lejos resuena el fúnebre campanario... y las madres plañideras, ojerosas y enlutadas, arrastran su pie en la inminencia verde del prado. Cerca pasea el cuervo inteligente y se posa en tu hombro y grazna perversamente. Por su boca hablan demonios blasfemos y vuela en círculos sobre tu corona. Pero tú, hermosa efigie, nada haces, nada puedes hacer sino permanecer en la sombra, desgastarte deshojando monótonos días, centurias penosas que son años. Ángel moldeado por la mano un artista taciturno y cansado, tus brazos forman el ángulo de una ojiva, en tus manos escondes la cara abatida 17


sin lágrimas que la laven, sin sonrisa. Ángel concebido en una inspiración religiosa, logrado con el cincel y el sudor de un hijo de Adán. Ángel de mis pesares, de mis contemplaciones medidas, de mis vanas ambiciones de volverme como eres para hablar tu silencio y entender tus secretos. Ángel que me hace llorar versos que nadie escucha, perfección de estatua, amigo, te saludo.

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VERDAD No basta la noche para gritar: “¡no!”, para beber la asfixia quieta del ambiente y desentrañar una, sólo una buena razón. Nadie tiene a nadie. La vida no se hace repentinamente benigna. No por decir esperanza, alegría o futuro corrige sus leyes el mundo. (Las miradas rodarán aún de piedra en piedra, el horizonte seguirá fugándose, los pájaros partirán de nuevo hacia el sur. Mira la alondra: ¡ya no está!) Recuérdalo: nadie tiene a nadie. Cuando das la mano dices: “necesito”, cuando besas dices: “soy frágil”; y cuando a solas enciendes una lámpara es únicamente para acomodar tu mano en la hemorragia vitalicia de tu vientre.

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CALAMIDAD Todos tenemos algo que defender: una palabra absurda, una flor en las manos, un puñado de tierra; algo que hacer para ocuparnos de la vida: esperar, fingir que olvidamos, dormir a solas. Cuando en la alta fiesta alguien llama nuestro nombre no sabemos si queremos responder. Cuánta atrocidad se yergue sobre nuestro destino. Mañana es jamás. Y aunque como niños cerremos los ojos al miedo, al peligro, el enemigo continuará de pie en la habitación contigua. Basta para contentarnos estar aquí, pensar que no morimos.

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LA MINA La prisión de tu amor es semejante a una mina, amor. Lo confieso... Por una oscura grieta he bajado a ella, deseoso de beber en mi sed el agua y en mi delirio acariciar el musgo y en mi avaricia encontrar, en el centro de esta caverna de tu pecho, un palpitante corazón en un cáliz de oro. Te repito, amor: tu amor es la fría mina en la que el hombre que busca fortuna se interna con una lámpara de llama tambaleante, donde letales gases emergen de ranuras secretas, donde súbitamente aparecen prodigiosas cadenas de explosiones. Tu amor es la mina de silencio donde el hombre envejece rápido, donde pierde la vista como el topo. Y ahora que, a tientas, solo, torpe y ciego como un topo, tu corazón he hallado –un tosco carbón–, y que al tocarlo mis manos de culpa se han manchado, con el saco próximo a romperse, presuroso de encontrar la salida, siento el ensordecedor temblor de este lóbrego claustro tapiándome la oportunidad de sobrevivir, dentro, muy dentro, prisionero de tu amor, en la mina de tu pecho.

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ELEGÍA MARINA Vienes y te vas. Me golpeas obstinadamente y te humillas ya ante mí levantando espumas altas como roncas y funestas pronunciaciones. Yo escucho y atesoro el eco de tus lamentos como el caracol el susurro del mar, abandonado a la orilla. Vienes siempre a mí queriendo devastar el margen que me asila, lleno de tu cuerpo de agua estruendosa y amarga, presto a romper las riveras que te apresan. Te esparces en mi cercanía ahora muy lánguidamente sin alcanzar a arrancarme de mi anclaje y llevarme confundido entre lo tuyo. Me golpeas monótonamente... Y yo permanezco en mi sitio, pétreo, casi fosilizado, sin poder consentir o negar.

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CANTAR DE LA GOLONDRINA DE LAS CAVERNAS Con el ala te rozo al volar juntos, mi constructor. Voy silbando en tu oído cantos de significado sensual que los observadores de aves ignoran. Con tu saliva y tu pico minucioso y tu espíritu has moldeado, para formar nuestro nido, un cuenco de paja delicada, engomada al muro. ¿Cómo será el polluelo que nos hable en nuestro idioma sin antes habérselo enseñado? ¿Tendrá mi rapidez? ¿Tendrá el elegante moño rojo de tu cuello? Le has dado volumen material a mis ansias para empollar una esperanza cálida y segura en este sótano donde nos aferramos juntos, ala con ala, a un abismo de sombra, a esta caverna como la boca de un animal rocoso donde colgados hay millares de murciélagos que escupen y buscan niños para extraerles la sangre, asilo de pavor como el interior de una ballena yerta que, a veces, exhala letales vapores, humaredas de aniquilación desde las profundidades ignotas.

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PUERTO Melancólico recinto abierto naturalmente para recibir a la embarcación grande y a la pequeña, para dar hospitalidad a los extranjeros que traen enfermedades, costumbres extrañas y dejan un puñado de cobre a las sigilosas mujeres que en el suelo extienden sus muñecas de trapo, sus crucifijos toscos. ¡Qué algarabía de prosapias y tránsitos! ¡Qué ruido de silbatos y groserías de marino! Adversaria la marejada que azotará el muelle, desatará las lanchas que irán a zozobrar bajo un cielo gris de estrepitosas y cobardes gaviotas y dejará en las redes del paciente pescador pobre un pez globo boquiabierto de perturbadores ojos, un nudo de ponzoñosas algas. Enemiga la tormenta haciendo flaquear las palmeras, perdiendo los humildes tejidos de los techos en el océano como una boca voraz abierto. Áspero este lugar de los adioses, donde los amantes ondean pañuelos blancos y despiden los barcos que no vuelven.

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MEDITACIÓN DE MADRUGADA Si muriera en este momento, nada, nada en el mundo cambiaría. Las olas seguirían golpeando las playas amargas, la tormenta volvería a batir la selva oscura. El tornado se formará otra vez en la misma planicie abandonada. No alcanzo a ver el propósito en la grandeza de tanta destrucción. Repara en ello un momento, observa el comportamiento de los animales bellos: el lobo de la tundra, el cuervo elegante, el tigre mendaz, la diminuta viuda negra. ¡La flor más exquisita es la más venenosa! Con más rapidez que la débil progenie se reproduce el predador nuestro. Y no es suficiente la cueva a los que tienen miedo. Tampoco el fuego alcanza a tibiar a la pobre familia que un ojo inexorable, al acecho, vigila. La enfermedad nos circunda. Y el amor... –¿Qué es amor?– ¡Su alcance nos destruye! Después de su furia sólo quedan las ruinas, la huella de su pie sobre el frágil heno, el hocico de un cerdo que aún el corazón devora. Y, en verdad, una cierta nostalgia mortecina temblando entre los árboles, a mitad de la noche.

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NADA NUNCA VUELVE A SER IGUAL Cuando a veces en la alta noche sobresaltados no podemos el sueño volver a unir, los fantasmas interiores son tan reales que si abrimos la boca un instante exhalamos un vaho de inquietudes tan espeso que a la alcoba parece asfixiar. Y sabemos: no es lo mismo ya. La infancia no vuelve del pasado, los parientes de la muerte no regresan, un amor de verano es imposible en la vejez, la confianza en el futuro ha cesado de existir y nada bajo ningún sol ardiente o una luna apagada vuelve alguna vez a quedarse, a ser igual. Es entonces que un sueño, como una tumba profundo, desciende hasta nuestra frente, y al abandonarnos esta vez entre sus brazos, nos es difícil, muy difícil despertar.

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DEL MAÑANA ¿A qué hablar del mañana imposible si el hoy nos corroe con su lepra incurable? Si el ambiente es un cúmulo de sustancias mortales y sólo respiramos para oxidarnos más y más. Si siempre, para siempre, caerá la noche, sepultándonos, matando la ilusión, arrasando la esperanza. Es el hoy lo que se nos va tan lentamente; impotentes nos rendimos al naufragio. Es el hoy lo que toca a nuestra puerta exaltándonos, dejando una carta vacía, abatidos los ánimos; lo que cae como gotera en el sueño, como el cabello que se desprende cuando te estás peinando frente al espejo. Porque no hay futuro. Porque hablar de lo que vendrá es anticiparnos a querer asir la niebla, es señalar en el mapa un tesoro que no existe.

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OTOÑO ¡Llega el otoño a bosque! Como las esperanzas del hombre, caen ya de las altas florestas las secas hojas, antes lustrosas. Desnudándose al frescor de las tardes, ofrecerán a nuestros ojos de niño todo el memorable encanto de aquello que en círculos perece, para de nuevo en flor, aferrarse al mundo. Vayamos al pardo campanario, anunciemos a los grandes su llegada. Los viejos caminos quedarán sepultados de hojas amarillas tornándose cafés. Crujirán por nuestro paso consternadas, desintegrándose. Las tomaremos aún completas en nuestras manos y cual simple basura las abandonaremos, irremediablemente atrás. ¡Llega el otoño al bosque! El panorama se mustia. Preparados están el roble y el olmo, la ardilla nerviosa amontona piñones, la oruga se momifica en su hilo, dos castores organizan sus últimas labores. La gran cellisca de nieve caerá sobre ellos. Y habrá que emplear la pala y el rastrillo en este tuyo y mío vulnerable sueño de amor.

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EL AMOR ES MÁS FRÍO QUE LA MUERTE El amor es un viento que te quiebra como un golpe violento a un delgado cristal o una estalactita que se va clavando en tu pecho segundo a segundo a segundo a segundo. Es, también, un ronco metal que te aplasta o las vías de un tren que no conducen a ningún lado. Hay veces que buscas tu pulso y preguntas: “¿estoy vivo?”, porque el chasquido de los pasos más tibios va cruzando la distancia, tan lejos, tan lejos, donde el horizonte se vuelve un filo inapelable. Hay veces que, plegado en ti mismo como una flor asustada, piensas en una ternura inadmisible, en un beso o en un adiós que el ojo no lloró; y las ventanas se van tapiando de escarcha y la cama se erige en témpano de hielo humeante y la alcoba se torna en congelador de carniceros. Pero afuera se siguen abriendo las flores de primavera y los días trascurren para otros benignos, cálidos, aromados. Hay veces, muchas veces, suficientes veces. Y el corazón late ya a penas, endureciéndose o derritiéndose, lo mismo que un puñado de granizo. Frías son las incesantes búsquedas del ahínco y de la incertidumbre los laberintos abstrusos. Y es más frío aún el amor que la muerte.

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LA NORIA Como la bestia encadenada hemos andado, día tras día, siendo observados por el ojo del sol sin llegar nunca... ¡como en noria! Nuestro ámbito es un estrecho círculo de angustias, sofocos cotidianos y jadeos. Como la bestia hemos tropezado, muchas veces. Las heridas no nos dejan arrodillarnos a rezar por la hinchazón de nuestros pies. Como la yunta es esto; esto que verdaderamente es nuestro amor: dos animales lerdos, alienados y alineados. Date cuenta: hacemos un trabajo muy grande y no sabemos por qué, y si lo sabemos no lo comprendemos, y cuando al fin lo comprendemos lo olvidamos. Refrescamos los belfos en el lodo hecho con sudor. Una cuerda tensa contra el cuello: tal es el pacto, tal la alianza. Date cuenta, amor. Date cuenta...

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ASEVERACIÓN, PREGUNTA E INJURIA En un bosque de eucaliptos brillantes quiero dejar mi cuerpo más rendido que rendido, como el niño que olvida un suéter en un parque. Se sabe: la playa es amable para morir; pero yo, versador triste, amo el fresco olor que tiene, jubiloso en la armonía de la tarde, el aire aserrando las puntas floridas de los árboles. Y antes que ser lanzado por la patada de un asno o dejarme embestir por un carruaje, quisiera recoger las monedas de una fuente y dejarlas en los bolsillos de mi saco anchuroso cuando, decidido, vaya a tenderme en la sombra. ¡Que los hombres egoístas trabajen para mí, que yo, sin hogar, ni amigo, ni amiga, depuré con palabras, sin que ellos la vieran, una amigable comarca de esclarecidas huertas! Quiero un entierro modesto, sin plañideras farsantes. Yo, que detesté el lujo, podría conformarme con un leve montículo de tierra que perros raquíticos pudieran escarbar por sobrevivir o sino un rinconcito en la huesa común. Y aunque amo las cruces no pido para reposar más que ese claro al cual pueda descender gustoso el petirrojo a cantar mis amores malogrados. ¿Por qué todas las frases que en el tedio intento lograr parecen ser sólo el lúgubre eco de las voces de los poetas de antaño que jamás conocí? ¡Malditas sean!

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VIOLÍN EN MEMORIA DE LAS VÍCTIMAS DEL HOLOCAUSTO Del cuarto de cuerpos hacinados y paredes carcomidas de pobreza, a través de la ventana vencida lo miraba: un tierno jovencito de corto pantalón y boina sesgada que con la mejilla apoyada en el madero –como allegándose a alguien que le faltaba– tocaba su violín desafinado. Estaba asustado y no comprendía las cosas, pero nos ofrendaba, con inocencia, una música que nos era hiriente y nos recordaba. Mi corazón se estremecía en lágrimas y volaba libre junto a ese lastimero quejido. Los ancianos se miraban unos a otros cuando la música se volvía, poco a poco, menos terrible y alguno entonces acaso sonreía. Yo lo miraba y lo amaba en silencio. Amaba su valor, su posición erguida en el frío, su nombre tibio que no conocía, las melodías que improvisaba. Y deseo –incapaz de seguirlo– que su suerte haya sido mejor que la mía después que los hombres de uniforme con largas metrallas y el terrible verde camión lo arrebataran de la calle donde dormía sobre papel periódico marcado con una cruz gamada. Eran tiempos de penuria. Las tiendas habían sido saqueadas, madres e hijos comían nieve y tulipanes, los hombres masticaban correas de zapatos. Y, a pesar de la imparable nevisca, las viviendas ardían incendiadas.

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CEMENTERIO EN LA NIEBLA Sobre lápidas y mausoleos violentados, en el antiguo cementerio en bruma, la niebla desciende cada vez más. Un esqueleto ríe con dientes escasos en el suelo fecundo en limos y hierbas malas. Extrañas formaciones de vaho salen de bocas que tiritan y picos de ruda labor van desgarrando las gasas de niebla: son los saqueadores de tumbas que, con la nobleza de su oficio plebeyo, retribuyen al pobre en filigrana fúnebre y oro lo que el tirano robó. Dan las tres de la madrugada. Con la hora satánica, los bríos aterradores de los hermosos animales del mal su potencia aumentan, ocultos, prestos a servir con elegancia a su amo y señor. (No teman, hombres buenos de empeño. De trabajo su campo santo es.) Sigan andando sobre el cementerio en bruma como sobre una playa sembrada de tesoros preciosísimos, anden como niños en un huerto de frutos dorados. Pero, sobre todo, hagan haciendo estragos en lo nuevo: la simetría deslumbrante es capaz de cegarnos, la desolación es de la muerte buena compañera, la gloria de toda belleza reside en su propia destrucción. Destrocen. El cementerio, en ruinas, luce aún más hermoso. Y aún más: el alma que reposa en contemplación sólo en penumbra escabrosa y desierta encuentra el paisaje de sí misma.

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CONGOJA Por una y otra vez, nuestros ojos dirigen sus rayos al albor, y como un gas, la noche, parece disiparse a nuestra espalda. El sol inicia la lenta cabalgata que nos cansa. No importa cuánto intentemos: el miedo es el bosque monumental al que siempre volvemos, la oscura catedral por la que nunca dejaremos de ser culpables. El miedo vivifica la desconfianza, los vergonzosos errores del pasado, los monstruos de la infancia que hibernaban bajo la cama, la torpeza de la adultez a la que estamos resignados; más todo lo que nuestro nombre nos señala de pecado, de padecimiento, irrealidad y pereza: todo lo que nos pesa como trozos de hierro en los bolsillos y que llevamos como prendas más, no desprendibles. Tiembla nuestro pulso y todo el corazón sangrante se congela una y otra vez. Por eso la vida es hermosa. Y lo amamos.

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DEL DESEO Alguna vez dices: “quiero” y tu pecho se hincha de vehemencias, tu corazón redobla con más fuerza en las tinieblas, tus músculos se ensanchan apenas perceptiblemente y un benigno rubor se instala en tus mejillas. Tus pupilas aprenden las dimensiones de su plenitud. Alguna vez, alguna vez... (Y es como cuando se enciende un cerillo para intentar iluminar la tempestad y su estrago.) Nadie es tan fuerte para tolerar la fortuna. A nadie perdona la ley brutal del natural orden. Inútil exaltarse, hacer las danzas, los gestos, los ritos para atraer la prosperidad. Inútil convocar la magia. ¿Qué vas a desear? ¿Un antídoto para la congoja que te consume? ¿Un manual para sobrellevar más dignamente la existencia? ¿Una vida más corta? ¿Un miedo más soluble? Mira tus manos rezando ya hace tantas noches, tus rodillas hincadas sobre incómodos guijarros. Y ese rostro fatigado que envejece y envejece.

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LA MALA SUERTE No sé qué hay trazado en el mapa de mi destino, uncido a la palma de mi mano, que de ella resbalan las botellas de generoso licor, las manos de la pareja para el baile, las mazorcas doradas de sol, el manojo de las espigas esponjosas y dulces. No sé por qué en el hueco de mis dos manos juntas queriendo sostener el regalo esplendoroso del día mueren de hambre y frío las golondrinas. ¿De dónde proviene esa repentina nube que mosquitos? ¿Qué es ese remolino que se forma a espaldas de mi casa, presto a arrebatar mis rudimentarias posesiones? A doquier que voy va la escasez. A doquier que vuelvo la mirada un águila rapaz, un chacal, una rata, una serpiente, desenvainan entre relámpagos las garras y colmillos. El ámbito donde mi mano alza el vuelo para señalar algo que erróneamente creyera mío se torna súbitamente penumbra intraspasable. Las puertas se me tapian de gruesas maderas ¡y la leche se me vuelve fango en el vaso a medio llenar! ¿Soy el contenedor donde vierte su malevolencia el mundo? Momento. ¿Qué hago aquí recontando mis pérdidas, si en el espejo puedo leer –sin que nadie más pueda verlo– un rotulo de ceniza que dice: “Señor de la desgracia, Príncipe de infelices y cojos de alma”. ¿Qué hago lamentándome como ayer, como anteayer, si bien sé que el hombre es incapaz de desviar el rayo del destino? ¿Qué hago aquí? ¿Qué hago aquí?

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A MI HIJO EN EL REGAZO DEL COSMOS I No sé si algún día me arrepienta de mi verbo. En verdad, no sé. Hierve el mundo en mis sienes; en la frente se me agolpa el odio y embiste. Rompo el espejo por no ver el rostro de mi crimen. II No es un juego de niños esta vida. Vine a aprender que el destino no es la seda que se ciñe a la piel. ¿Y ahora qué? ¿Qué me queda? Yo, que en la infancia soñé con crecer y multiplicarme, vengo desde mi nacimiento hasta mi vejez prematura, con el mismo pie del errar, del error y del horror, a escupir en el rostro del mundo su blasfemia. No. Ahora lo sé. No hay apuesta posible en esta altura desde donde caigo en picada hacia el abismo, sin redes tendidas ni jergones: sólo una fuerza enorme que me aspira al final, que me hace vacilar, pensar aún todavía que yo quería trascender en un hijo, continuar como la plaga continúa en la infestación, sustentar mi progenie con la oleada de mi sangre presa, reconocerme en él, darle mi consejo, sentir su jugueteo a mi lado, entregarlo a los brazos del sueño, a esa pequeña muerte que tan maternalmente nos recrea. Quería, en fin, ensayar el papel de padre en madurez. Y no es posible. No es posible aquí. Ni lo será. No tengo entereza para luchar por otro. No conozco el valor ni el ímpetu. Fraude es la palabra en mi frente. Viéndome, la vergüenza se encoge de vergüenza. Tengo miedo de lo que mi semilla sea capaz. No podría soportar ver el horizonte roto en la esperanza de un niño, ni cómo su alegría va cediendo su lugar al desvelo, ni su espalda encorvada tan tempranamente de trabajos forzosos, destierros y culpas heredadas.

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¿Y ahora qué? ¿Qué me queda? ¿Seguir cayendo como bulto al sumidero, a esta ciénaga donde se pudren todos los paraísos prometidos? III Hijo, cierra tu oído a esta canción desconocida, mi gemido de árbol tronchado, mi crepitación de hoguera a punto de apagarse, mi lamento de campanario abandonado. Hijo, sigue tú en el regazo del cosmos, protegido. Trocito de ámbar, miel de la colmena, no bajes al mundo; sigue tú en lo tuyo. La leche más pura, el durazno más tibio, pequeñito, pequeñito, permanece al arrullo. No es la isla a la deriva capaz de contener un tesoro: no desciendas. Esta plataforma no basta a los seres que se aman; ni es la tierra lugar seguro para anidar: de ella sube una ancha onda de extinción. Este jardín exterior es el sitio de las emboscadas y las aniquilaciones. Puedo ver que el olor de la catástrofe ha inquietado a las bestias. Donde tú estás está la dicha. Hijo, donde tú estás temprano estaré.

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SI NO FUERA… Si no fuera esta gárgola de terror en la lluvia amparada a la sombra de horribles catedrales, si no fuera esta mudez mineral que congela un grito en sus adentros con los ojos perplejos y un gesto crispado y un ademán que arremeda la vida. ¿Qué sería, Señor dueño de todas las cosas, padre que quebrantas la perfección del huevo, que celebras los tristes nacimientos y abandonas a tus hijos a la piedad de la garra animal? Dime, Señor que llora la lluvia, dime. Dímelo si tú lo sabes.

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RECONCILIACIÓN La vida es hermosa pues tenemos licores de excesiva melancolía, jardines donde admirar las estatuas, aposentos repletos de jirones de memoria, música y pinturas antiguas. Tenemos miedo y mejillas fáciles de ruborizar y dioses para ofrendar nuestros cantos primitivos y nostalgias y guitarras que amplifican la voz en su estómago vacío y un lago de sueño donde reposar nuestra muerte y un bosque intrincado de poesía. Ahora lo sé: la vida es también el plumón de los gansos caminando cómicamente, el vellón de la oveja y del zorro la benévola mirada, los campos sembrados amapolas, el manantial naciendo de grutas metálicas que expresa una música de invisibles cascabeles, el colibrí suspendido en pleno vuelo como un hada virtuosa, hongos, orquídeas, catarinas, la aurora boreal, el crisantemo que en cada pétalo dice: “sí”. ¿Qué más puedo pedir que este prodigio?, colmena de mieles agridulces, círculo de júbilo o desesperanza, cerrado siempre; escalera para subir y encontrar un abrazo confeccionado a la medida de nuestros brazos. Tenemos un reflejo donde nuestro espíritu se reconoce: el océano inmenso, bravío y vehemente, entre litorales preso, que viene y va murmurando sílabas de espuma. Y libros. Libros donde emparedar a la efímera mariposa. Y cuencos para las lágrimas y lunas de plata que se ensanchan. Y soledad y amor. Y claros amaneceres imantados de falsas –y a veces reales– esperanzas.

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