Penetrado por el amor (2015), de Aleqs Garrigóz

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A l e q s G a r r i g ó z:

PENETRADO POR EL AMOR

© TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS: ALEJANDRO GARRIGÓS ROJAS, MÉXICO, 2015

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ÍNDICE

Garín / 3 Arte de magia / 4 Rendición del embeleso / 5 Me he dedicado a anticiparte en sueños / 6 Cuerpo presente / 7 Sistema solar / 9 Amar es arder un poco / 10 Oración del segundo Adán / 11 Memoria del cuerpo / 12 Todo su cuerpo es un pie / 13 Tú y yo / 14 Estrofas sencillas / 15 De lluvia / 16 Retrato a lápiz / 17 Estamos juntos / 18 Cordero / 19 Claro de luna / 20 Pastoril / 21 Eres / 22 Príncipe azul / 23 Lenguaje corporal / 24 Yo dependo de ti / 25 Cursi / 26 Venéreo / 27 Crush / 28 Baladí o nuestros primeros días de romance / 29 Sólo puedo acariciar tu cabeza / 30 Afilado y noble como un lápiz / 31 Acaso / 32 Mal de amores / 33 De cualquier modo / 34 Renuncia / 35 El que ama las sombras / 36

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GARÍN Eres el templo vivo, ardiente, de mi apego. Pájaros chispean y echan a volar de tus manos, porque en ti todo es prodigio: la risa del niño, sus dientes blancos haciendo explotar la calma, llenando el círculo del día de oboes, tronos, lúdicas geometrías. Circunstancia de la dicha, en ti como mi pan amasado con saliva y bebo mi leche siempre a tiempo. Un alba dulce nos ampara y cubre, si juntos; y ni el lirio se vistió así en su gloria. Puerto de luz, escala por donde baja el milagro a la tierra oscura, siembras de astros la noche de mi sueño, la llenas de raíces y alas; le otorgas consistencia. Todo es colmenas a tu alrededor. Patriarca, hijo siempre grato. Gacelas humildísimas corren por tu sangre; pero tu pecho es la fuerza de mil mares golpeando. Cuando en la fiesta del verano llueve sobre los espacios florecidos, eres tú lo más hermoso. (Eres entonces el fruto desgajado, dispuesto a incendiar toda mesa y garganta.) Trago de luz, ebriedad, escarcha para embellecer cualquier invierno, nadie me ha tocado como tú alguna vez. Más allá de los límites y las formas, en ti conocí el amor.

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ARTE DE MAGIA En trance de cirios y esbeltas sinfonías, el alba perenne de las mocedades, sus lámparas de gozo ensanchando las almenas del pecho para dejarnos pasar, niegan toda vergüenza terrestre, el humor negro del hombre violentando la sexualidad de la flor. Así me cantas, y el amor es otra vez esfera; das vida al ronroneo en que crece la sonrisa que se unta a nuestros dedos para levitar sábanas. Todo es anhelo de placer en ti, en mí, metamorfosis que produce levedades de ala, piel obsequiosa algo más abajo del ombligo para la honestidad de tus miembros. Palpamos y somos más que naturaleza; como ella generosa y nutritiva; cardumen vuelto ave, la naranja que brilla en las manos del niño, pan suspendido a mitad de la estancia abierta, la flauta que lleva al apetito ciego tras la música. Tú eres la visita del polen. Los rosados vientos. Basta que una esencia se derrame en tus muslos o una mariposa encienda el altar para vencer para siempre: cada fruta en tus besos arranca lágrimas de júbilo que riegan este campo encantado en que renacemos uno adentro del otro.

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RENDICIÓN DEL EMBELESO Trabazón del hueso, espumeo de cerveza para horas merecidas, eres el lucimiento súbito, otorgado en justicia para que otra leche de afecto se derrame por el hábitat que compartimos. Voy a ti como paloma a su natural alimento: pulsión que reconoce derroteros. Mapa proteico, tu cuerpo es exacto puerto de abandonos. Y algo es por ello crisantemo abierto asistiendo al poder de tu belleza viril ensañándose sin saberlo: brillo apolíneo, incesante relámpago. Vierto en ti lágrimas de júbilo en secreto. Mejores dones temen salir. Es el hambre gozosa, venerándote en la magnitud del conocimiento seguro que da tu pie cuando es mordaza para callarme a tu lado. Amabilidad tu cabeza; honestidad tu nombre. Olas un de placer modesto sutilmente se van así inclinando. Dormir contigo es la avaricia permitida. Te recibo en ambas mejillas. Dignifícame, pues, con tu golpe; píntame en el lienzo al que pertenezco. Cuerpo y acto serían disciplinados donde tus botas vayan pasando y anuncies con tu sonrisa la aparición de los milagros. Contenme en tus manos, para que no resbale. Manos de artista: lujuria que va de las planicies a los nichos para modelar un mundo perfecto.

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ME HE DEDICADO A ANTICIPARTE EN SUEÑOS Abandonado a la sábana de mayor fortuna, sueñas en mi sueño la entereza de una fruta; y algo angelical, religioso, acude a ordenarse al instante: como si de tu frente naciera una estrella y tus pies fueran lavados por leche. Y cuando despierto, el día bendice las horas que paso delineando cada uno de tus cabellos, tu rostro en que la hermosura del niño y el hombre están juntas, sin disputarse el trazo definitivo. Eres algo que no podría compartir con nadie: mi gotita de miel, mi pedacito de oro. Te busco como la madrugada busca cumplir su hora; y te intuyo siempre dichoso, ráfaga de fuego para arrasar cualquier espíritu. Cuando pueda estarte cerca y tu cuerpo sea algo más que luz del pensamiento, algo inabarcable como el mundo habrá declarado la paz: confirmaré mi locura y tú estarás completo ante la voluntad que te adora. Serás la vida de verdad u otra máscara de la nada. Pero serás al fin mi igual.

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CUERPO PRESENTE Brillo azul, almíbar secreto, ansiedad que revela la saliva animal: tu cuerpo a media luz sobre la cama. Sé entonces que tus ojos son espejos del alba y manojo de estrellas; que tu mirada es la garza evanescente de los cielos más despejados. Pululan insectos de oro en tu rostro, un fuego misterioso. Tu boca es un racimo de moras salvajes. Y hay siempre sal en la comisura de tus labios. De tu hombro y espalda bajan arroyos; y tus montes son siempre verdes. Tu pecho canta desde que es un arpa tensada por los dioses. Es eléctrico: lo aprieto contra mí, y sobrevivo. Tu vientre es selva amorosa: hay tucanes, arcoíris y gemas al alcance de la mano. Tus nalgas: tambores primitivos que invitan a una danza arcaica y atroz. Tu sexo tiene la fuerza del océano. En el latido más eufórico de su carne, navego como un niño asustado, en una balsa frágil. Si acaricio tus muslos, hay un rehilete adentro. En tus piernas se tiende un lujo, que es la vida misma que anhela su muerte. Y te lo digo de una vez: tus pies me someten como un milagro. Ante ti soy el diminuto hombre más grande. Brutalidad y ternura, obsequio y abandono:

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has venido a explicarme el mundo a través de ti.

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SISTEMA SOLAR Eres un sol: mi sol. Y tú y yo hacemos el orden. Fuego exterior, mi obediencia a ti es ley que te engrandece y glorifica. Porque tu brillo es de mañanas promisorias, imantado estás de majestad, alabada con el templado diapasón de una música celeste. No te busqué: extraviado, tu beldad dictó mi camino. Así muchos otros se atraen y, humildes, aquí estamos: las risas diamantinas, los meteoros de la idea, dulce melancolía de cristales que se quiebran, nubosidades si te alejas un poco y polvo de muerte que no desecharías. Pero sólo yo –esférico destino– estoy así, tan cerca tuyo, como en un regazo; y en mi te reflejas como un padre en su hijo. (Y no hay mejor patrimonio.) Tu reino se expande al soñar. Y allá va, tras los ecos del nacimiento total, los dones repartidos, el sentimiento unívoco que no eclipsa la hora más amarga. Tú das a cada día su justicia. Eres el centro conocido. Toda una edad dorada tendré tu pecho abriéndose, las luces que de ti, caudalosas, vienen y se quedan.

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AMAR ES ARDER UN POCO Amar es huir del mundo por refugiarse en unos brazos que sepan del dolor que jamás compartiste y, entonces, en ese nuevo abismo abierto, cerrar los ojos y querer para adentro. Es dejar caer la ropa blandamente, murmurar su nombre a las puertas del misterio y sentir cómo su mano te guía, no sin oprimir un poco, como es debido. Amar es desear sus labios y tenerlos, prodigando abundancia. Y escuchar que la palabra cede al gemido, centímetro a centímetro, poro a poro, fundiéndote como cera en el caldero. Es derrochar el cuerpo con el salvajismo en que animal y hombre son la misma cosa jadeante, enardecida. Y apurar el trago cárnico de la copa traslúcida como si la muerte esperara. Es sentir, dentro, el torrente que fluye, quemando, sin querer detenerse. Y quedarte un instante suspenso para escuchar crepitar el fuego de tu hermosa perdición.

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ORACIÓN DEL SEGUNDO ADÁN Que tu ojo, Hacedor del Paraíso, no quiera mirar cuando mordamos la serpiente. Que el sexo sea la medida de nuestra debilidad por el conocimiento de nosotros y la natural desobediencia del hijo. Que los pintores no impongan hojas de parra a nuestras erecciones hermosas. Que el cielo no se aparte del desierto si decidimos errar por beber sudores. Que la cruz de la historia nunca forje cinturones de castidad a nuestro albedrío; y pueda caber siempre otro hombre en el lecho. Que la semilla sea sacrificada si no puede prosperar entre condenas. Que el mal nos libre cuando el bien no sea apetecido. Pero que pueda siempre acercarme a él sin espantar sus palomas fugaces; y besar con devoción, en su costilla, lo que es divino.

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MEMORIA DEL CUERPO Mis manos preguntan por ti y no sé qué responderles. Parece que hubieran quedado prendidas a aquella cama donde, quinceañeros, descubríamos los misterios del tacto, el deleite de las formas de la carne y la dicha de ser flexibles. Todo lo que recuerda mi boca pertenece a la tuya: esa savia espesa que de ella escurría, la lengua que más de una vez generó palabras dulces para mí, tus dientes caníbales y todo que me hacías con ellos. Mis dedos soban mi cuerpo, lo auscultan, lo sopesan reconociéndolo desnudo, pretendiendo que eres tú el dueño de esas pericias: mi dueño al fin. En mi corazón al rojo vivo sigue sonando, como un eco inextinguible, tu nombre. Lo sé: he entrado a la sombra del zodiaco, y bajo su ley implacable estoy sufriendo las trampas que su mano sabe urdir. Ah, quisiera que me vieras ahora con mis ojos en los quedó grabada tu imagen suspirando, preguntándome: ¿a dónde va el amor púber si no es a la separación?

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TODO SU CUERPO ES UN PIE Todo su cuerpo es un pie que va pisando los lagares de mi piel caliente y ofrecida, que danza sobre las brasas de mi deseo y gotea bálsamo sobre cada herida abierta de mi cuerpo. Su imagen vive encerrada en mi memoria, jalándome el sentido, dejándolo lacio como boscaje después de la tormenta. Para hablar de él tendría que encender incienso, hacer sonar cascabeles finísimos, levantar mi rostro hacia el rincón más puro del día. Todo su cuerpo es un pie, que camina descalzo por los corredores de mi mente; y presiona mi pecho para que pueda gozar un delicado instante de sometimiento.

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TÚ Y YO Como un potro salvaje eres, que devora la hierba pequeña de mis actos, que bebe de las aguas inquietas de mi placer y cuyas pisadas se han quedado grabadas como hierros candentes en mi corazón. Somos ramas del mismo árbol cuyas hojas, ebrias de savia, nunca caen y a cuya sombra se acercan dorados niños a cantar coros de alabanza a la tierra. Soy para ti un sudor abundante, que escurre por tu torso mientras trabajas; y como un pozo de agua fresca y risueña en la que, desnudo, nadas. En tus manos he sido un arco siempre en tensión apuntando hacia la eternidad del cielo. Y tus pisadas van trasfigurando la uva roja de mis entrañas en un mosto espeso, dulce y aromático que bebes para comulgar con otros hombres en la festividad de las cosechas.

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ESTROFAS SENCILLAS Más hermosos que el océano tus ojos, ¡y el océano es tan hermoso! Alternativamente azul y gris allí centellean y se hermanan, como en los cielos lluviosos del verano. Son la casa de la lágrima y el asombro. Más tibio que el murmullo de una madre tu nombre, procesión de luceros a medianoche, repentino espasmo vertical que me estremece, como esos orgasmos que dormidos nos sorprenden, regalándonos de una benigna vergüenza. Es tu paso por la tierra el de una bestia apacible y diurna, cuyo lomo lanoso es bueno para acariciar. Es tu cercanía la de un volcán nuevo que necesitara pronto hacer erupción, tú, impasible, pálido adolescente. Preferible tu saliva a la dulzura amante de los vinos, tu hálito al roce sensual de los vientos. No sé exactamente quién seas. Ni si desaparecerás cuando vuelva a parpadear. Pero te amo. Y mi amor por ti es como un fuego o como un miedo. Así como la palabra divina conduce nuestros pasos, así el amor nos llama a reunirnos, pastor de ovejas tiernamente sumisas cuyas baladas en el aire puro se entrelazan. 15


DE LLUVIA ¿Alguna vez has levantado tu boca, para beber esa frescura continua que nos viene del cielo: la lluvia? Salgamos a beber de las nubes y a recibir en nuestras cabezas esa gracia con que se lavan la preocupación y el tedio. Mira cómo se han curvado las flores del durazno bajo la redondez de alegres gotas. Así nuestro cuerpo se doblará del placer inefable que es cantar hacer rondas y reír bajo la repartición del afecto celeste. Nos bañaremos juntos. Correremos sobre el campo lleno de gratos olores. Desnúdate conmigo... Así. Pero no seas tan pudoroso; déjame mirar bien tus pies: sus uñas me parecen hoy más brillantes que las estrellas vespertinas que justo ahora despiertan.

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RETRATO A LÁPIZ El hombre que amo tiene la cara como un sol de vez en cuando atravesado por la nube de un pensamiento: ¿Qué será de sí cuando no pueda agasajarlo con mis labios, con mi palabra tendida sobre su cuerpo como una red insalvable? No hay dos como él. Sus miembros, su torso son los de un espécimen ejemplar. Es fuerte como bien me gusta y me hace montarlo para correr con celeridad las horas inquietas de la noche, venciendo tormenta y oscuridad con nuestro fuego: mi heroico corcel hasta el amanecer. Huele a trabajo. Y a veces a ron: los días de fiesta en que nos amamos mejor y me emborrachan su saliva y nuestras sonrisas que sólo paran para besar. El hombre que amo tiene ojos sinceros. En ellos siento caer más allá del amor y más adentro de su carne. Hasta la unidad. Su desnudez es regalo de dioses, manjar inagotable. ¿Qué será de mí cuando ya no pueda enamorarlo con mis versos?

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ESTAMOS JUNTOS Estamos juntos. Si alargo un poco mi mano podré sobar tu pecho, tu cabello espeso, tu cara más pulida que un vidrio de la orilla del mar. Y estamos juntos porque nos gusta, porque si unimos nuestras bocas hacemos brotar de ellas miel. Así que lo hacemos con frecuencia. Y juntos somos más que una playa tranquila donde el amor dibuja corazones en la arena, más que un jardín donde se recuesta la melancolía a contar estrellas; mejor que el oro de la tarde en el que se mecen flores púrpuras y rosas. Somos jóvenes y campesinos: la mano que carga el fardo rumbo al hogar, la canción entre los trigales, el sudor que fructifica la tierra. Así de aromados y buenos.

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CORDERO A ti estoy completamente entregado, cordero que deja su rebaño para echarse a los pies de su amo. Pido tu leche putativa con grandes balidos. Mis vellones blancos y ondulantes son para que hagas correr a través de ellos los ríos de mi propia sangre. Y es que te amo hasta el sacrificio. Si lo único que quieres hacerme ahora es poner tu mano sobre mi espalda, para que pueda sentirme querido, puesto que aún deseas que crezca un poco más, déjame cerrar los ojos y desear ingenuamente que tu cuchillo se hunda en mi carne y la traspase. No me devuelvas nunca a la majada, para dejarme confundido entre los otros. No te olvides nunca de mi necesidad.

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CLARO DE LUNA En el parque todo lleno de rumores tranquilos, miramos los tardíos transeúntes pasar, bajo el claro de luna. Sobre la banca callas con solemnidad; pero en tu silencio hay, únicamente, amor que descansa para incorporarse pronto con nuevas violencias. Busco tu mano. Es una noche de niebla, fría como acero. Entrelazamos los dedos haciendo un nudo compacto; sentimos en ellos la misma hoguera que no mengua con los años. No conforme, me inclino hacia ti, buscando escuchar la canción de tu pecho. No resta, para esbozar la sonrisa, sino sentir el galope de tu sangre tan cerca; y pensar que el mundo no es un lugar peligroso.

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PASTORIL Bajo el sol nuestro amor es tan dichoso. Suenan los cencerros, locos, y se pierden en lontananza. ¡Cómo amamos dejar un momento la obligación para amarnos conforme la hora! Nos saluda el río con sus palabras de niño; “hola”, al pasar, dicen los hongos; y complacientes nos miran las nubes en su cercanía. Radiante, el aire entona una melodía juguetona que despereza al pasto. Todo brilla en su sueño calmoso. Y al lago, que duplica la frescura del cielo, vamos a hundir los cuerpos sin ropa. Las vacas regresarán solas. Sólo es necesario esperar sentados uno al lado del otro, mientras la tarde de la luz se despide. Otra vez caerá la noche. Vendrá la tormenta; vendrá el trueno que te hacen temblar. Y mañana el campo estará lleno de lodo. Pero nuestro amor, como hace tantos veranos, permanecerá el mismo.

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ERES Eres el mensajero del hondo cielo que vino a corregir mis días de acuerdo al sol, agua que llenando el cántaro lo hace reír. Jarabe o sinfonía de azúcar. Magia sonriente, la fe recuperada ha descendido, absoluta y triunfal, sobre mi pecho a desalojar tinieblas y temores. Pira de purificación, la orgullosa cifra de nuestra alianza se levanta una vez más y resplandece. Eres lo que dice el viento del verano al mediodía, una nota pletórica de vapores exaltados y fragancias que sentencian: “Soy feliz porque vivo.” Bajo los arcos de la tarde, das de comer a mis palomas tu pecho desgranado, que, inocentes y agradecidas, llevan por los aires la noticia de tu abundancia. Pero, sobre todo –júbilo mío–, eres la noche mullida del amante, donde se ejercitan los cuerpos en el sexo acrobático: movimiento cadencioso por el que perdoné todo ayer y hoy me reconozco, más que enérgico, viril, deleitoso y colmado.

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PRÍNCIPE AZUL En la dorada fantasía de mis sueños, soy la doncella rendida a tus imponentes ojos, que venciste con el arma enhiesta de la pura sonrisa. Joven más gallardo que leones, conquistador de mis vírgenes campos con sólo haberlos pisado. Dichosamente varonil y sin macha en la honra, tu arrojo busca en la aventura el merecimiento. Y allá voy desde entonces, siguiéndote adonde sea, fiel a la guía de tu mano, a tus pies soberbios cuales templos inviolados. Y te anudo por las noches a mi cintura para mantenerte próximo a mis besos. Y te cubren mis perfumados cabellos, cual mágico ungüento, cuando tu piel necesita cuidados. Tu palabra, así la más pueril, hace que mis prendas interiores caigan a tu frente. Y así sólo es posible descubrir mi seno para dártelo a morder como manzanas sabrosas de mayo. Blanca como paloma de lívido fuego, te sirvo con devoción hasta la muerte. Y soy el vino con que celebras cada triunfo en toda lucha que invariable espera. Porque reinas en mi celo íntimo como radiante sol sobre un paisaje de cerezos.

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LENGUAJE CORPORAL ¿Que me amas más que a nada? ¿Que el mundo es hosco y devorador cuando no puedes licuarte en mis brazos? ¿Que la naturaleza no se equivoca y por eso nos ha unido tan así, en trance de tendones como alfileres? ¡Calla! No hay necesidad de mentir con el cascabel ilusorio de las palabras que nunca expresarán la convulsión de los sentidos. Tu cuerpo me dice todo, con gran solvencia, cuando sobre la cama me tomas tuyo. Acércate una vez más y electriza mis células, pendientes siempre de cada movimiento tuyo, más allá de toda biología y metafísica. No hay mensaje más sincero que el que envía tu sudor cayendo a mi pecho. Ni sintaxis más diáfana que tu semen escurriendo dentro, muy dentro de mí.

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YO DEPENDO DE TI Yo dependo de ti. Porque el hombre depende del amor. En tu mirada esquiva, en tus brazos lejanos, encontraría mi última residencia: donde soy finalmente levantado en una luz poderosa como el universo. Al despertar, mi pensamiento te busca antes que al sol. A ti corren mis bárbaros empeños, queriendo recoger cada paso tuyo en el cofre diminuto del corazón. La noche no puede cobijarme si no tengo ni una imagen tuya. Te empeño ya, oh, mi encandilada voluntad –esa brújula extraviada–, sin regateo ni queja: bien lo sabes. Porque dependo de ti como la esperanza de la nada. Tú me das la duración cada hora, como gotas que caen sutilmente para lavar y nutrir. Cada una de tus palabras es una promesa, aunque las mías apenas te alcancen. Y tejas y destejas mis ilusiones como un dios sus criaturas.

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CURSI Muerdo mis uñas contando las horas para por fin volverte a ver. Y es que te amo hasta la desesperación; porque el amor es también desesperación. De noche, imagino tu boca en la almohada y la beso, trémulo y nervioso... ¡Ah, cuánto doy porque la fortuna nos dibuje con su mano espléndida; y que el al usar los colores rojo y violeta nos rocíe y salpique en cantidad! Por estar unido a ti en todo momento: en las buenas y las mejores. Ir tras de ti siempre en vibrante alucinación, sin atender nada más del mundo, como un niño embelesado sigue una mariposa. Pienso en ti y escribo. Y esto es horroroso como un corazón que se triza o cae a un abismo de congoja. Y como el fracaso de la elocuencia.

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VÉNEREO Cuando tus pies alrededor de mi cuello trenzan mis triunfos y entro así en ti, presionando de improviso para el espasmo, estoy ya obnubilado por la locura del planeta que nos hechizó: ese rútilo azul de la tarde que señala la visita a la cama de la fornicación. Intercambiamos salivas; y te muerdo más. Despojo tu aliento, y ya estás preparado para recibirlo todo. Minutos más contigo, sopeso precio al fumar. Y sé: el amor es bueno porque es libre, aun cuando sea suma de soledades. Ruego entonces desconocer la comezón de extrañarte sin ir a buscarte a los prostíbulos. Que un rubor no me acuse la falibilidad del comercio. Otro día: igual animosidad. Echo una moneda al aire. Cae de nueva cuenta al abismo que gusta de llamarnos por nombre. Ese espanto gozoso. Ese imperativo de abandonar mis efusiones en alguien. Luminiscencia luciferina.

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CRUSH Pubertad con sabor a vértigo y piel de frutos cordiales, entraña que se sacrifica adentro del colegio y regresa rápido a casa por estar a solas: piensas en él cada hora; ese hombre mayor que te lleva en las autopistas de la fabulación en un carro rojo a abrir su billetera en las tiendas. Y al que quieres... a tu modo. Él podría raptarte. Sería quien restaure el hogar; y regrese en la noche justo a la hora en que el amante confunde al amado con un dios. Lo imaginas interesado. Esperarías que dieran las cuatro, para irlo a buscar y cruzar la ciudad de su mano. Él no es más que un hombre modesto, que cultiva un ciruelo y limpia los baños donde has rayado una copa que recoge la sangre de un pecho. Mas lo quisieras tu maestro para la vida, del que serías la sombra. Un vigor tutelar: no una espina que da una nota de pavura al rosal de tu corazón al que impiden tocar, al que impiden tocar.

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BALADÍ O NUESTROS PRIMEROS DÍAS DE ROMANCE Recuerdo muy bien aquello: pensar en ti con ese velo de hormonas que disimulaba tus torpezas haciéndome revolotear entre paredes. Esperar a que tocaras a mi puerta como un niño espera el premio piadoso de una golosina; y apretarte al recibirte queriendo exprimir, del olor de tu ropa a limpio y a colonia, hasta mi último suspiro. Sonrisas a la menor excusa. Brindar porque sí. O ver juntos comedias estúpidas, yo recostado en tus piernas, comiendo pizza hasta que nos doliera el estómago. Canciones de sopranos para caramelizar esas tempranas noches y apretar tu mano para llamarte la atención a alguna frase que se asemejara a mi gozo. Pensar que la vida sería buena sin pensar en nada más. Y esperar a que afuera hiciera buen clima para que a tu regreso a casa ni viento ni lluvia pudieran desalojar mis besos que se aferraban todavía a ti para no resbalar desmayados, ya por pudor, ya de impudicia.

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SÓLO PUEDO ACARICIAR TU CABEZA Cuando puedo acariciar tu cabeza, te mimo en silencio con los gestos de amor más benignos que recibirías de un compañero: sólo súbitas sobaduras en la frente, sólo juguetones roces en el pelo. La inocencia del cariño no tiene edad... Y yo he sabido procurártela siempre con dulce sabiduría de hermano mayor. Mostrarte, con transparencia de alma, lo preciado que me eres. Una poesía del tacto, así, sencilla, satisface mi inquietud de quererte. Es alegría modesta, pero beatífica, calurosa como un horno que va dorando el alimento de a poco. Llueven ligeras gotas de lo sagrado cuando, familiar y seguro, mi mano con suavidad te halaga consintiendo al indulgente niño que en ti habita. Lo más maravilloso tuyo, rodeado, como está, del celo que lo protege. Quisiera que tú pudieras verme de otra manera, más especial acaso. Yo sólo puedo tiernamente acariciar tu cabeza...

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AFILADO Y NOBLE COMO UN LÁPIZ Eres afilado y noble como un lápiz. Vas perfilando en este mundo ternuras que desconoces, en mí un modo de amarte tan sólo por ser como yo fui y soy: esa sombra que se alarga sobre sí misma buscando palabras exactas mas esquivas, luces en unos ojos que te miran y dejan en los tuyos un agua de purificación o bautismo. Delgado y erguido como paleta de caramelo que no empalagaría jamás. En este enorme bosque de páginas que es el mundo, somos cercanos como la rama y el retoño. (¡Alegría!) Escribes signos breves pero de gozosa intensidad. Estar cerca de ti es asegurarse que una divinidad disparó un dardo al panal henchido, al núcleo carnal del afecto y éste ya gotea y destila. Porque la vida guarda siempre un sentido sacrificial. Si pudiera curar tus rodillas con un beso, lo haría, como un santo imbécil que hubiera nacido sólo para compartirte una lección milenaria. Luego dejaría mi cabeza en tu regazo indefinidamente para que pudieras reconocer que también te pertenezco. Así. Por verte correr triunfal por los campos radiantes del porvenir, luego de haber también anudado las cuerdas de tus zapatos. Una emoción prístina, aún virgen, que a veces desearía romper su brida. Línea sutil de colores múltiples que quiere crecer a la par tuya hasta que el grafito se acabe o la madera se rompa ¡no sin haber logrado su mejor poema! 31


ACASO Acaso te amo sin una razón verdadera: por instinto, como se ama a la familia predispuesta al incesto. Y en ese deseo, el ritmo va nimbando dudas, noches en que la distancia entre tú y mi mano se hace más gris: pequeña borrasca. Acaso estarás otra vez entre mis brazos y oleré tus cabellos que tienen la juventud de todos los verdes. Y te diré al oído cosas que ya sabes. Y entonces mi voz se adelgazará hasta el quiebre, como si confesara mi más íntima necesidad, desgarrada como fruto desperdiciado. Y vendrán más otoños y seguiré pensando en tu tez canela. Y acaso olvidarás nuestro cariño, como los niños se olvidan de cuidar un animal y muere. O yo me sienta apático, traicionado por el destino, por no haber podido cerrar tus traviesos labios con los míos. Y una hondonada insalvable se abra entre los dos cuando esta ciudad y lo poco que ofrece dejen de tener sentido para ti. Y entonces, ni celebraciones ni caminatas juntos. O acaso estemos siempre juntos –yo amándote hasta el fin del amor en el cosmos–, como dos átomos en una molécula indestructible. Como de hecho ya lo estamos, en este poema.

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MAL DE AMORES Alucinas con él en una enfermedad del sentimiento. Arrobamiento que te mancilla con un tic tac en suspenso. El ojo ya no alcanza a mirar más y acudes de vuelta a su fotografía. Te adhieres a su fantasma. La flecha de Cupido fue demasiado gruesa; y ahora estás derramándote lánguidamente por toda la habitación. Recuerdas: no está. Respiras: aún duele. Ah... la aspereza silente que ha decidido practicar su identidad de lastre. Vociferas ahora: el sabor de tu boca es el de un vinagre reposado una eternidad. Muy dudoso es dar a luz el poema genial. Acaso sólo galimatías que harán tu vergüenza y olvidarás. El coraje te muerde los labios. Que ya estaban preparados para besar, al que, en su nimbo de este día, es el solo amor de tu vida.

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DE CUALQUIER MODO En el amor no se gana, cariño, tibieza de los días que arden como papeles inservibles. Es tan fácil entenderlo; como para el niño enfermar y para el limosnero extender la mano. Volverá el verano a espantar la vida; volverá un nido de golondrinas a engalanar el oscuro alero. Y otra galaxia –dos amantes en dócil sumisión en su centro– habrá explotado. Estaremos tú y yo sonrientes viendo la misma estrella; pero tan cerca de la Nada. Y en cada beso habrá el mismo polvo de los ancianos; y en cada suspiro se anticipará, hechicera, esa temida guadaña como la luz más perfecta. En el amor no hay victorias. Volveremos a pasear al borde del abismo, locos como colegiales, y correremos de la vida huyendo como cometas. Pero se abrirá de nuevo una boca al centro de las palabras y las devorará. Y otra vez mis manos entrarán a tu corazón como a una masa familiar y saldrán manchadas de sangre. Y volveremos a tocar la puerta y no habrá nadie.

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RENUNCIA Sé mi compañía para el asesinato del amor. El universo es una secreción oscura supurada desde afilados vértices: no hay asideros. Pero algo clama: es un pájaro singular. Una veladora contra el vacío. Algo menos que una lágrima a punto de secarse. Es ya el tiempo de la resignación. Imposible volver a la ceguera que nos hizo buscarnos en otros cuerpos, a los que no pudimos llegar. Es la copa que rebalsa esta espesura que no cesa de engendrarse. Nada más. Mañana estaremos separados, ya distantes los remos que opusimos a todas las aguas. Mi voz será algo solidificado, tu boca un cristal sin reflejos; y entre los dos se habrá erigido un iceberg, un eclipse, un designio cualquiera: esa suerte echada desde cada lugar de este limbo atónito, del cual somos –¡oh dolor!– también un centro. No más la conciencia que analiza hasta el pecado y disecciona el último átomo de lo vivo. El destino está entonces en los huesos; que son blancos. Está en el polvo luminiscente que circunda las estrellas. En un barco formado sólo de puntos titilantes que no iría a ningún lado.

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EL QUE AMA LAS SOMBRAS El que ama las sombras gusta todo el catálogo de fallecimientos. Pero más adora su sensación de ahorcamiento cercana, presentida. Estudia la oscuridad; sabe su peso exacto: cierto aflojamiento del cuerpo que daría pereza a desentendidos. Tiene por corazón un murciélago ávido de todas las lascivias mientras conduzcan al horror. Su quehacer es ceniza: acaso sueña, acaso escribe. Y va por cementerios cantando fugas; y en cada tumba encuentra una casa. Ciñe una cinta a su corazón para regalarlo a la nada; o le clava un puñal sólo por decorarlo. Pero nada tiene, nada puede tener. Sino el torrente de lágrimas que lo lleva a la deriva por los hielos de su alma, en que sumerge el dios que quisiera ampararlo. En que se ahoga su amor, imposible como él.

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