Muestras de urbanidad (2006), de Aleqs Garrigóz

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ALEQS GARRIGÓZ

MUESTRAS DE URBANIDAD

© TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS: ALEJANDRO GARRIGÓS, MÉXICO, 2006

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ÍN D I C E s e h a b l a d e s í, s e h a b l a d e n o 21 años / 5 El loco / 6 Trayecto / 8 La juventud tiene el sabor de la infancia muerta / 10 Destino / 14 Sólo un iluso puede dedicar su juventud a la locura y las letras / 15 Discurso de un enfant terrible / 16 Confesión / 18 Rompimiento / 19 Recuerdos de la escuela primaria / 20 Fortaleza pequeña / 21 muestras de urbanidad El rezagado / 22 La enamorada / 23 El ausente / 24 El amigo ido / 25 El cine porno / 26 Golden shower / 27 Circle jerk / 28 Glory hole / 29 El travesti / 30 Condilomatosis / 31 Anorexia / 32 Seropositivo / 33 Gripe / 34 La uña encarnada / 35 El maniquí / 36 El actor / 37 El falso / 38 Hipótesis de estado comatoso / 39 De un abuso doméstico / 40 De un breve noviazgo / 41 De uno que cayó ebrio de su azotea / 42 Otro cine porno / 43 Sex shop / 44 El lavaplatos / 45 El rapero / 46 Obesidad / 47 Acné / 48 2


Halitosis / 49 Podobromidrosis / 50 Fuego labial / 51 Hipomanía / 52 Déficit de atención / 53 Un esquizofrénico / 54 Depresión / 56 Borderline / 57 TLP / 58 Despersonalización / 59 Estrés / 60 Síndrome de Estocolmo / 61 Síndrome de Peter Pan / 62 Déjà vu / 63 Central camionera / 64 El migrante / 65 El huérfano / 66 Perro de la calle / 667 El concierto underground / 69 Necrofilia / 71 Asfixia autoerótica / 72 Homopedofilia incestuosa / 73 Trata de un niño que / 75 Coprofagía / 76 Autolaceración / 77 Balada de los suicidas / 78 las maravillosas compañías XTC / 80 Cocaína / 81 Heroína / 82 2-CB / 83 Cristal / 84 Malviaje tras beber un frasco de jarabe para la tos / 85 Recuerdo y deliberación / 86

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No creo en nada

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S E H A B L A D E S Í, S E H A B L A D E N O

21 AÑOS Antes, para inquietarme, necesitaba una palabra vibrando en el aire como abeja ebria de zumbidos, gota deliciosa reintegrándose a la plenitud de su origen, piedra arrojada para quebrar el cristal invisible del silencio. Pero todos los cuerpos generan resistencia a lo ajeno; y lo que antes fue alimento y vivificación parecer ser lejano y borroso recuerdo. Ya saben a nada las palabras. Ya no son la sal desmenuzándose en la boca, la droga dejando extasiada la maraña de mis nervios. Ya no hay más secretos herméticos que descifrar en los nombres, ni en adjetivos terriblemente equívocos. Estoy aquí más desnudo que un árbol en la extensa sequía. ¿Con qué nueva ilusión engañaré a mi vasta carencia? ¿Qué haré con mi primera persona del singular? Busco en el holocausto tu rostro o tu rastro, sin hallarlo. ¿Dónde estás? ¿Por qué apartas tu cercanía de mi orfandad? Desde mi desamparo te estoy llamando. Mi desamparo que es un desahucio y que se llama 21 años. ¿Eres acaso el desquicio? ¿El hecho de clavarse las uñas en la cara, de abrirse la carne para dejar fluir la ansiedad?

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EL LOCO Cuando atravieso la avenida repleta de hombres mecánicos, escarabajos de hojalata y tardos camiones con cabellos de esmog; con la mirada fija en nada, monólogo en boca, solo, los dedos se alzan como saetas a mi alrededor y entonces alguien grita: “¡El loco!” Mi cabeza, como he dicho antes, es una roca sumergida en tiniebla, el guijarro lanzado a un pozo de sombra produciendo leves ondas que apenas alguien percibe. Mis ojos son almendrados como los del venado y otros animales que entes suprainteligentes de otros mundos usan para, trasfigurados, andar desapercibidos por este mundo. Mis brazos son igual a los del niño que apenas come pan. Mi pecho es un sótano a donde se han ido a vivir los ocasos marchitos, los pájaros muertos, las rosas secas. Mi vientre es abultado como el de un embarazo psicológico; en él escondo chícharos para alimentar mis sueños mórbidos. Mis piernas son dos espaguetis bajo el diluvio. Mi pie es un roedor obstinado en el mismo obstáculo. Acepto que no soy un ser normal: mis mecanismos de defensa y supervivencia están atrofiados, tal vez porque nunca los usé. Aún así, mi tacto sensual o pudoroso, mi gusto de serpiente haciendo la señal del infinito, mi olfato agudizado por los vicios, mi vista cientos de veces recreada en el más allá, mi oído que capta el pensamiento y mi memoria fotográfica me confieren útiles poderes. Pero voy la vida haciendo no sé qué cosas: recorriendo la misma frontera que no puedo cruzar, puliendo minúsculos ataúdes para inhumar mis esporádicas dichas, llorando a los pies de las estatuas, cuestionando al silencio, arrojando mis días a las aspas de todos los molinos, contando los fragmentos de mi niñez arrebatada hacia delante, que llevo como únicos tesoros, pegados a mí con cinta adhesiva; golpeado por ideas disparatadas que se enmascaran tras plumas y elegantes antifaces monocromáticos o se visten con harapos de indigente y se adornan con incrustaciones de jade: ideas, al fin, de cosas que no existen, que los soñadores compulsivos llamamos Poesía. 6


Y hablando, hablando, hablando cosas que no tienen más sentido que los despojos de un otoño que se incendia, que una nube con la forma idéntica de un ideograma chino que se desvanece o se va.

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TRAYECTO Ya no es hora de decir esperanza con los labios abiertos, con las mejillas sonrosadas de inocencia. No es hora de decir futuro mientras bebo leche tibia. (Los frascos están vaciados y ningún surtidor celestial habrá de rellenarlos.) No es hora de sentarse a esperar a que caigan los frutos en el huerto con la frente sudorosa de trabajos, de absorber con boca ávida la dulzura de un mango, de exprimir en mi frente el zumo de un amor. ¿Te das cuenta? Tengo veintiún años y me miro al espejo y no veo nada. II Otra vez la mañana mi almohada incendiando, el refugio donde me abandono a otro mundo mejor, la nube en que recuesto mi cabeza cansada, el montículo de nieve para calmar mi sed, la cueva para contraer mi cuerpo atrincherado. ¡Qué obligación la de salir a recorrer las calles y atreverme a fijarme un rumbo entre los hombres que me miran como se mira a un leproso! Para salir e internarme a jugar mi parte del juego en las entrañas de esta gran máquina viviente, sé que debo creer… ¿Pero… en qué? III Otra vez el estruendo de la enorme ciudad reventando en mi oreja. ¡Qué confusión de agresiones dispersas! Cada puerta que se cierra, cada escupitajo en el suelo, cada carraspeo de una garganta incómoda, encierran una inevitable carga de violencia. No se me escapa, no, que el humano es una bestia; 8


y que las bestias compiten y se destruyen. ¿Qué táctica bélica habré de escoger yo que de niño nunca jugué a la guerra, sino que jugaba con muñecos que eran huérfanos igual que yo? IV De regreso al principio del miedo —a la tumba de mi lecho—, doy testimonio de mi desarraigo. Escribo porque las yemas de mis dedos alguna vez recuerdan que existen, porque algo en mí aún reprocha contra la ola de muerte que nunca pidió permiso para venir hacia mí. Después de todo, ¿cómo habría de poner todo mi empeño en salvarme si desde el principio supe que la pulsión de vida es en mí un mecanismo descompuesto? ¿Hacia dónde dirijo mi paso tembloroso? ¿Hacia qué playa incierta llevo mi popa raída? ¿Es este mar de cianuro —en el cual soy náufrago— la mortaja que habrá de envolver mi cadáver?

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LA JUVENTUD TIENE EL SABOR DE LA INFANCIA MUERTA Pero mis brazos insisten en abrazar el mundo porque nadie les ha enseñado que ya es demasiado tarde. Alejandra Pizarnik

A Juventud sembrada de flores de cempasúchil, iluminada por lámparas amarillentas y alejados crepúsculos. Cuerpo de ciprés esbelto escarchado de rocío, ceñido por un viento sensual y rumoroso, pecho de melancólica paloma, garganta ronca vociferando campanadas grises. Juventud nimbada de cirios mortecinos y delgados espejos, adornada de hojas de palma, con la flor de los labios aún intacta, violenta en su rojez, hermosa en su aspereza. Ciervo sacrificado en el altar de los sueños: yo. B I No acierto a recordar de la infancia mas que mi mutismo apagado, una presencia sigilosa y hermética que era mi cuerpo, un miedo a pedir y a decir no, y aun más: a alzarme entre los otros que ya entonces me parecían como cadena de siluetas recortadas de un mismo cartón, dotadas de abyectos y torpes movimientos. Deambulaba de noche sin poder dormir por un patio interior. Me columpiaba en él bajo un cielo atravesado por desbandados murciélagos. Enclaustrado, me internaba en los pastos crecidos del jardín buscando un sapo, una canica azul. Y mis ansias se estrellaban contra una alta reja enmarañada, siempre deseando escapar, huir… Escondía mi desamparo bajo la sábana de una conciencia tremenda: la certeza del ambiente emponzoñado.

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¿Qué iba a ser del niño tartamudo que se arrobaba ya en las riveras de la emoción peligrosa? ¡Ay mis primeros años cumplidos en el circulo estrecho de una labilidad que no termina de abandonarme! (Y escapaba entre las páginas de libros despastados como escapa el desahuciado en el sueño que precede a su muerte.) II Cantábamos en la escuela primaria un himno de guerra frente a un redoblar de tambores, a la marcha de una bandera ensangrentada, hecha de la tela de las tiendas más baratas: “Y también por su amor morir…” Como ejemplo nos era impuesto el de un héroe ficticio que arrojó su juventud al vacío. (¿Defender qué?, ¿Una mentira colectiva?) ¿“Solidaridad”, “Ahora sí vamos a progresar”? Hablo de lo que vi: la infamia de mi pueblo que se traiciona a sí mismo. Pero yo tenía un universo conversacional conmigo mismo, que yo mismo poblaba. Y donde me recreaba. Así, ¿qué podía ser la adolescencia sino una sombría confusión, una inseguridad mortuoria, una distorsión constante de mi propio reflejo? ¡Ay ese pequeño muchacho distraído tropezándose con las cuerdas de sus zapatos! C I Antes pude salir de casa como quien sale a coger setas. Decía la palabra sí y la palabra futuro. La mano que me tocaba me segaba dulcemente, como a espiga tierna. Era la inocencia del que cree, del que ama un amanecer; y hacia mía la tarea de quien tiene el tiempo abierto buscando un recinto repleto de canciones y juegos. ¿Cómo fue mi garganta llenándose de lodo y hiel? ¿Cómo fueron las vías torciéndose, 11


cuadrándose, hasta volverse un laberíntico manicomio? Aquí me quedaré mirando siempre arriba, con ojos perplejos. Extasiado contemplo la fuga irrevocable de las nubes, la huida del cielo aún más allá. Cavo las paredes con uñas gastadas, chillo como la rata de las prisiones, hago los ademanes monótonos y repetitivos del animal de jaula. Aquí se quedarán mis poemas mecidos por un vientecillo preso que tan tiernamente me favorece la combustión en mi propio fuego, como a un cigarro artesanal. Aquí me quedaré a veces tan cerca del tapiado umbral. III He aquí que el amor nos acuchilla en todas sus variantes. Llevo aún abierta la herida de aquel último estrago. Palpo mis miembros reconociendo las cicatrices de aquellas otras guerras con fantasmas y lejanas presencias. Si bien agotado, dolorosamente, me dije: “me restauraré”. ¿Han valido la espera, el llanto en el pañuelo del cuaderno, la mirada ruinosa en los espejos de desilusión, la mirada oblicua en el ajedrez del mosaico? De mis romances luctuosos casi al borde de un filo inapelable, he recogido algunas gotas de un licor corrosivo que conservo en mínimos contendores bibliográficos. ¿Han valido las penas? D Esto he querido hasta ahora, muchas veces: primero que la dicha me apuñale; pero no de espaldas, de espaldas jamás. Quiero abrazarla y morir; quiero bailar con ella la danza del final. Luego el sueño deleitoso y cándido de quien mira la realidad desde el revés del cristal. ¿Qué es lo que vendrá? ¿Por qué esta manía de inventar monólogos, a veces más? 12


Me invento ciudadelas alzadas con palabras, compañías de papel para dialogar. No tengo nada que decir y me asalta siempre la misma necesidad de estar sentado frente a frente con el papel en blanco y decir lo que no he dicho, lo que no volveré a decir jamás. Rodeado de muros como de catacumba, digo lo que dice con la mirada el moribundo. Escribo largas cartas que borro cuando la vergüenza expande mis mejillas. ¿A qué estas declaraciones de ternura estéril? Esta escalera no sube a ningún lado. Los muros se van cerrando. Y esta ansia permanece en el corazón aturdido, siempre queriendo escapar, huir… II Pero yo te invito a que respondas: ¿qué es la juventud si no un fuerza indestructible, un grito interior brotando para dejar sobre el mundo su pisada, un ímpetu presto a arrebatarte hacia adelante como un huracán, una potencia de gente hermosa, de gente seductora y ágil? (Aunque a veces se atavíe de terciopelo púrpura, se recame de crucifijos y prefiera internarse en una mazmorra lírica para esparcir sus anhelos ojivales.) Con la sangre de mi brazo inundo el tintero y tapizo las paredes enmohecidas de reniegos. Responde. Háblame desde tu juventud. Y yo te hablaré desde la mía.

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DESTINO Sólo la soledad y el temor. Ningún ámbito para el vuelo de la mano que escribe; ningún aprecio para el que horada la tiniebla y trae al mundo un poema catastrófico con el mismo dolor de la preñez y el parto. Un poema llamado desesperación. Sólo la habitación estrecha donde no caben dos sin pelear, donde se vuelve paralítico o enloquece o se autodestruye y lo visita el demonio del pánico o un ángel iracundo de mortal luminosidad. Una habitación llamada infierno. Nada aquí que no sea yo mismo: odio, angustia, cara rasguñada por la certidumbre del jamás, un desdichado cúmulo de laberintos y duelos donde se pudre el acto más puro del hoy: aquel que yo haría en muestra de hermandad y confianza al primer paseante de la calle con la última sonrisa de mi niñez posfechada. Una niñez llamada orfandad. Parálisis, locura, autodestrucción… ¿qué más da? Nada sería sin mi yo mismo. Un yo mismo llamado memoria de una generación o artista genial. (Léase: oficio supremo, inmortalidad.)

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SÓLO UN ILUSO PUEDE DEDICAR SU JUVENTUD A LA LOCURA Y LAS LETRAS Hay un muchacho que crece solitario y cabizbajo en un cuarto cuyas paredes son espejos de deformación. Su frente está generalmente pegada a un turbio cristal a través del cual mira la tarde consumirse mas allá. Sus ojeras conocen la plenitud del insomnio, de la desdicha que se mide en quebrantos. Su trabajo es un sacrificio, una tarea terrible y pesada que lo marca como una cruz de madera la espalda de un títere. Su anhelo es un camino sufrido que todos rechazan. Habla de sí como de un astro distante, inexplorado, las pocas veces que rompe su perfil estatuario, de lobreguez congelada. Se comporta como un feto hundiéndose en una piscina de ácido, como sombra desvanecida escondiéndose bajo la cama. Hay un muchacho que construye un manicomio musical cuyos cimientos están siendo amenazados. Su nombre es un grito de auxilio en el tercer mundo. Y es él mismo su antagonista frente a un descomunal anfiteatro de miradas.

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DISCURSO DE UN ENFANT TERRIBLE Es hora de hablar de mí, del niño que se encontró un poema y se perdió en el laberinto de las ensoñaciones: ¡mi anhelo se agranda en la noche! A la hora que se acentúa este dolor marcado en mi pecho como un reloj, no duermo por resguardar el tesoro del mañana incierto defendido por mí con lunas, dientes y uñas fieras. Me gasto el hoy asomado al pozo de los deseos, kamikaze aleccionado en sílabas de sueño. ¿Qué voy a hacer cuando me pregunten por mi heredad? ¿Con qué mentira o disculpa andaré entre los hombres que me vieron gritar y lanzarme al aire como un cohete y caer si mi ala no roza siquiera el borde de una cumbre, si la rompe la tempestad de la fortuna? ¡Mi sueño se ensancha en la noche y ya no cabe en mí! II He dado las horas de la fiesta y del descanso a la muerte anticipada, para probarme las pesadas vestiduras de terciopelo y el encaje luctuoso, tan caro, de lo que tal vez no seré jamás. A pesar de todo el fragor de este fuego que carcome ya mis talones, no renuncio a mi trapo impregnado de éter que me anestesia y disuelve las pesadas burlas con que algunos intentan lapidar mi talento, sea éste cual sea. ¿Pero… por qué esta manera de hablar… si al comparar el pulso de mis ansias con las ansias erráticas de otros hombres de palabras, muchas, muchas veces las encuentro tan pobres, tan nimias, que corro velozmente en línea recta hacia delante a escupir una feroz y triunfal carcajada? Soy lo que quiero ser. Pero no estoy seguro de ser feliz. No lo sé. Se me agolpa la incertidumbre en el cerebro, hierven en mí los pensamientos como en olla de presión. (En verdad no sé si soy feliz…) III 16


Pero soy otras cosas igualmente exquisitas: soy joven y groseramente hermoso. Y todo un enfant terrible. Soy un pino artificial y esbelto que se ha colocado por sí mismo la estrella —coronación y guía para los que vendrán—. Y ahora que siento un leve sol de amanecer —traído al mundo casi a la fuerza— es hora de continuar siendo lo que he querido: telegrafía de lo mudo y lo innombrable. Piedra sobre el lomo me pongo a trabajar. Para mí no el amor abyecto que enajena, ni la celebración que nos distrae y nos ahuyenta la idea. Para mí el trabajo persistente y fecundo de los que sueñan y en los que se atreven a dejarse soñar en estas amuralladas ciudades de chatarra. Sueño una alta torre de memoria que me nombre. Y, piedra a piedra sobre el lomo, voy construyendo otro peldaño.

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CONFESIÓN Muchas veces la angustia me invade como un océano al naufrago, se debate conmigo en tercas peleas, me extrae el oxígeno en los pulmones y termina vulnerándome a su antojo, a su autoridad natural. Muchas otras, hasta el centro de mi corazón marchito, la desesperanza arriba con un obstinado garfio, reconociendo palmo a palmo la extensión de sus secos dominios. Y otras más, entre la multitud de rostros borrados, un camino de luz resplandece antecediendo a una puerta abierta a un infinito de magia cuyo encanto festejo y que no he conocido nunca. Yo llamo a ese camino suicidio. Porque la vida es la mentira, confieso: yo he deseado andar ese camino, inmolarme en aras de una necesidad febril y verdadera.

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ROMPIMIENTO A veces se me quiebra la vida entre las manos. Y me arrodillo o me sostengo en pie y es lo mismo… ¡Lo mismo es! Y cuando empiezo a flotar sobre la alcoba busco en los rincones el cuerpo acribillado, pero aún no hay sangre en las paredes ni sesos explotados con pólvora. Y regreso a mí en una angustia sin respiros. Y es lo mismo también… ¡Otra vez! Si me busco en los cajones como se busca un retrato opaco, papel para una nota suicida, una moneda sin valor, la cinta para unir el perdón y el adiós, es sólo por tener algo que hacer. A veces se me rompe el mundo en un abrir de ojos. Sin acertar a unir cada pieza intangible, a mis pies se derrama el reto. Imposible este rompecabezas de hoy y ¿mañana?, donde cada vena de vidrio, cada cabello caído frente al espejo, se mueven como vivos, sin encontrar lugar.

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RECUERDOS DE LA ESCUELA SECUNDARIA Recuerdo mi escuela secundaria y sus canchas mal pintadas. Recuerdo los harapos del conserje, la delgadez de su pequeño hijo. Recuerdo la sonrisa estropeada de algunos niños y su forma burlona de llamarme "raro". Recuerdo a mis maestros jugando baraja en su sala privada y el día en que sorprendí a uno inhalando cocaína. Recuerdo una niña llamada Diana y el salón polvoroso de las arañas. Si las clases eran más aburridas que siempre, recuerdo que iba a los baños a escribir ESCAPAR en las paredes. Recuerdo el árbol torcido que crecía justo a mitad del patio. —Yo odiaba ese árbol, lo golpeaba, lo hacia "sangrar" a palos. — Hoy, después de mi trabajo en la funeraria, opté por ir caminando a casa. Sin planearlo, pase por mi vieja escuela secundaria; entré, recordé. Tantas cosas recordé... El viejo salón de las arañas era ya una gran oficina. Y, lo juro, al ver al gran árbol del patio, no pude evitarlo: lo abracé y lloré en su regazo.

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FORTALEZA PEQUEÑA Saludar sin rencor al sol que nos hiere. Poder sostenerle la mirada al espejo. Caminar con la mirada paralela al suelo sin pensar en los traspiés del ayer. Apretar con firmeza una mano que saluda. Aprender las frases que abren las puertas, dar con la justa medida de ruido al cerrarlas. Hacer el baile con la gracia del cisne. Comer sin pensar en esa porción que al morderla mata de hambre a otro. Amar sin flaquear por esa certeza de despojo. Aferrarse en la embriaguez al pulso de la resignación a vivir. Y al fin de la jornada lidiar, sin ser vencido, con los fantasmas de la soledad y el desamparo.

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MUESTRAS DE URBANIDAD

EL REZAGADO Cuando en la fiesta, en la vida, la gente se abraza una a otra, se mira a los ojos complaciente, se trueca ademanes; en fin, se corresponde con naturalidad, con esa energía estelar casi imperceptible que conduce a todos y en la que pocas veces reparamos, siempre hay alguien nervioso en una silla, observando esa medusa de movimientos en la que todo se enreda; alguien que no entiende, que actúa en la soledad de su habitación frente al espejo, preguntándose si es normal, exclamándose: "¿Lo hice bien?"; alguien que se retrae, que no aprendió a la par. Alguien que escribe.

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LA ENAMORADA Apaga las velas del encuentro, desmaquíllate, arroja las flores al inodoro, porque no vendrá, aquello, lo último por lo que valía vivir… ¿Qué haces, grande tonta, desgarrando el encaje que te adorna como un regalo dispuesta a entregarte al él? ¿Qué haces cortando tu cabello como una loca en señal de ridícula rebeldía? Escuchaste sus pasos alejarse y aún te mueve y te estalla el último beso robado con un falso juramento de amor. Crees oír esos pasos en la escalera y ver una silueta que se pierde entre las sombras. ¡La silueta de lo que no es! Derrúmbate sobre la alfombra, desgarra tus vestidos, rompe algunos trastos, corta tu cabello como una loca; pero no rasgues más tu cara, para que no vuelvan a decir por las esquinas que aquella enamorada que grita en la noche eres tú.

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EL AUSENTE Hoy pensarás en él. Abrirás tus ojos a la fuga de las lágrimas, abrazarás su recuerdo entre dos noches y entonarás una melodía para distraer tu desvelo. Pensarás: "Regresará". Él es el ausente. El que se afana en merodeos circulares, en movimientos repetitivos sin mérito. El que no puede morir porque espera. No puede su uña cavar el concreto ni el puño iracundo doblar el acero. Y cuando cae la noche, el pánico se le viene encima como una mortaja. ¡Ay la ansiedad de aire puro, de espacios sin murallas; la soledad de la fría litera de metal encubada entre humedades y grietas! A veces su pensamiento flota en la sombra, sin poder ir adelante, hacía el porvenir, atorado entre las redes inconsistentes que la locura va tejiendo alrededor de su cabeza. Mañana no pensarás en él. Regarás las macetas, podarás el césped, harás llamadas. Pero tu corazón, como una mente escuchando a otra, sentirá su pulso fulgiendo en las tinieblas y pensarás acaso sin saberlo: "Está vivo."

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EL AMIGO IDO Hay una banca vacía, que nadie puede ocupar. Hay, también, un frío sudor que escurre en nuestra frente cuando alguno menciona tu nombre, el persistente nombre de tu niñez tempranamente arrebatada. Hay un amigo ausente en la fiesta y cuando alguien pregunte “¿Dónde está él?”, todos diremos: “Se ha ido a un lugar mejor, lejos de los relojes de arena y los espejos de soledad; los espejos y los relojes que nos hieren tanto.” Todavía, evocamos tus dientes quebrándose en una carcajada, la explosión de tu alegría en la serenata, el susurro de tu vaho adormecido en nuestros hombros, el peso de tu incertidumbre en nuestras horas. Mirabas el azul profundo del techo de una carretera, seguramente contando estrellas, ignorando la suerte que Dios había puesto en tu camino. Un vuelco, un golpe en la cabeza, y ya estabas muerto. Tan fácil fue, como fácil es caer para una estrella fugaz. Tus últimas palabras, tu inolvidable estela: “Ayúdame, por favor…” Hay un amigo ausente en el círculo de juegos. Una fotografía que no podemos mirar.

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EL CINE PORNO El cine porno está entre dos calles lóbregas que la gente transita apresuradamente, donde los borrachos duermen sobre las aceras. Es como cualquier otro cine: oscuro. Sin embargo, en su interior, en las esquinas de sombra, los hombres se masturban unos a otros y, de vez en cuando, se hincan. Todos sabemos lo que en él se proyecta. He visto a los adolescentes que odian las clases entrar con falsas identificaciones, con la mochila atestada de golosinas, y dormitar la permanencia voluntaria tras cansar la muñeca sobre sus miembros. Es como cualquier otro cine: inmundo, construido para albergar multitudes que escupen, eructan, gritan insolencias. He visto sus baños rayados con graffiti donde los tímidos se esconden para orinar y los orgullosos se muestran tal cual. Hay en él un cuarto más oscuro que oscuro, que está allí, anexo, y que sirve para… El cine porno está aquí. ¡Pasen y vean la maravilla del hombre: el cinematógrafo!

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GOLDEN SHOWER Del surtidor de oro líquido en tu vientre deja una lluvia caer en mí. ¡Que choquen y rompan sus picos sus estrellas para quedar sin remedio mancas, buscándose unas a otras en mi cuerpo que iluminas con la emulsión de tu lumbre! Dorado es el color de la suerte. Déjame tan bien mojarte con mi cascada de afecto, con mi chorro caliente de sol fundido, con este rayo dividido en chispas que la fricción del aire redondea. Fluyen por nuestros cuerpos accidentados los diminutos ríos enfriados tan rápidamente. Hemos derrochado la riqueza en un instante, apostándola en un juego de niños, en una travesura brillante y amarilla que nos deja bruñidos, en suspenso mirándonos, y nos hace abrazarnos más que amigos: cómplices de la misma fortuna gastada, del mismo vicio repetido una y otra vez. Y otra vez. Varias veces al día.

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CIRCLE JERK Colegial inquieto, trae a tus amigos que haremos un círculo. Como armas de carne, presumiremos nuestros miembros eréctiles, en riña de longitud y grosor. Ganará quien en sus genitales acumule más miradas. (De deseo o envidia. Da igual.) Nos masturbaremos, a veces unos a otros. (¿Y por qué no?) Y entonces nos sorprenderá quien eyacule primero, o más lejos, o en mayor cantidad y espesura. Dicen los libros de psicología que es normal. Sólo un año en la vida se tiene trece años. Trae a tus amigos, colegial inquieto ¡que haremos un círculo!

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GLORY HOLE El hombre ingenioso que invento la trilidosa, la cúpula y el arco ojival, inventó el glory hole. Detrás de un agujero siempre hay otro lado. Ese cuerpo que no es tuyo, y cuyo rostro ignoras, es más excitante tras la pared sanitaria. (El otro lado: lo oculto, y aun lo valioso; lo prohibido y por el morbo ansiado.) Fabuloso invento del ocio: agujeros de diversos diámetros y usos, distribuidos para que des cauce a la curiosidad que te es inherente, te recrees y diviertas e instruyas y hasta aquel dé sentido a su existencia. Date la oportunidad. Inclínate. Asómate a ver.

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EL TRAVESTI El travesti abre la ventana de su cuarto y se ofrece a las miradas. Pinta en sus labios, ante un espejo cortado, la vagina roja y palpitante que no tiene. Corre hacia arriba sus medias negras, peina sus cabellos oxigenados. Se asemeja a una burda muñeca inflable: kilogramos de pintura, extensiones capilares, uñas de acrílico, senos de goma, tacones con punta de aguja, …cinta de unir en el corazón. Y de pronto, el cuarto se ilumina como por un poderoso reflector lo mismo que un foro de televisión; y el vacío se repleta de diálogos inventados en el bullicio de una corte donde todos son como… ¿él? Y sale al fin contoneándose del cuarto apretado donde nadie lo espera.

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CONDILOMATOSIS (El médico a un estudiante.) —Míralos sobre esta charola fría. Les llamamos condilomas y crecen en tus interiores, habitando tus íntimas cavidades fértiles de jugos viscosos y/o residuos fecales. Tienen la forma de las cabezas de las coliflores duras y sanas. Se reproducen como los conejos, llegando a vivir una encima de la otra: la de arriba tiene sus raíces en otra que es más grande y le es nutricia. Cuando piensas haberlas extirpado quirúrgicamente, estas fascinantes hortalizas de carne demuestran capacidades iguales a las del Fénix y la Hydra: renacen de sus escombros y sus cabezas regresan multiplicadas. Y el extraño ente autorreplicable que los produce —que no es vivo ni inerte— nos hace creer tener la capacidad de sobrevivir al ácido y al láser.

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SEROPOSITIVO Súbitamente mi cuerpo ha perdido, por completo casi, los juveniles vigores. Y tengo veinticinco años. Aposentado en un camastro que huele a medicina, contemplo las constantes idas y venidas de enfermeras; contemplo andar por los pasillos de esta clínica a la muerte, como en su propio reino. Súbitamente me han dejado de interesar las películas; los libros de aventuras, de planes, de risa, de todo. El espejo es el terror corporizado. Mi mirada se centra en una gota cayendo desde una bolsa fría al interior de mi vena acribillada. Cabeza, huesos, los pulmones marchitos, el hoyo amargo roído por la gastritis, el pelo que cae: todo duele. Mi futuro es una lápida y duermo casi todo el día. Vine a saber que ser seropositivo es tremendamente negativo.

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ANOREXIA Una adolescente cruza una avenida concurrida, envuelta en toallas, sábanas y suéteres. Es verano. Sobre el pavimento, el calor trasforma la visión en una ondeante expectación de líneas vaporosas. Una niña se dirige al supermercado a comprar su miserable dieta de pepinos y lechugas. Pero sus energías la traicionan y cae desmayada en una esquina. —Mira, mami. —Sí, hija. Es tarde. Date prisa. Ante su debilidad, la mezquina indeferencia. Y los rostros que circulan junto a ella continúan pretendiendo que nadie la observa. Una adolescente consigue arribar a su departamento solitario y vuelve a mirar a su espejo trucado. Ella sabe que revela una figura agrandada pero, empujada por algo más fuerte, corre a buscar no medicados purgantes. Una adolescente se posa en su báscula que parece hablarle, compañera de cuarto que ocupa el centro y cetro en su morada. —Estas fallando. ¿Acaso no recuerdas nuestro pacto? (Entonces ella baja la mirada y asiente avergonzada.) —Iremos juntas a París. Llegarán los días para la diversión… Tan solo algunos kilos más. Aún hay músculo entre tus huesos y tu piel. (Y es únicamente su sueño de gloria lo que la mantiene con vida todavía.) Una adolescente reposa sobre un camastro frío. —Vestirás lujosas prendas de diseñador. Sin duda vas a llamar la atención. Pero he aquí que ha llegado el fin del final… y todos sus sueños diluyeron en la distancia. Lo único que llama ya la atención en ella es la etiqueta rígida que sirve para identificar a los muertos.

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GRIPE Más que el hambre y la fatiga, la gripe es el castigo de Dios para los hombres. ¿Recuerdas las tardes sin fin en que en calidad de fiebre un demonio se instala en tu frente? La noche es un foso de horrible desamparo. Tu garganta arde en un fuego infernal. La tos expulsa al mundo a tus pulmones inflamados. La gripe mata más que la guerra y la pobreza. Y el hombre es simplemente incapaz de luchar contra ella.

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LA UÑA ENCARNADA La incorrecta pedicura, el calzado inadecuado y otros factores producen un molesto aplastamiento de la uña contra la carne. Si bien, uña y carne y mugre se acompañan, éstas deben vivir juntas, más no revueltas. Que las uñas se entierren en la carne, ¡caray, que agonía tan tremenda! Si esto sucede, primero, se inflama la chicha circundante, se amorata como berenjena y supura lentos humores: sangre y pus. Después, es el impedimento de caminatas, de calzar calcetines siquiera. Y es salir a la calle en sandalias y ocultar por vergüenza el dedo en cuestión. Y siempre tu dedo choca contra el más mínimo obstáculo, y entonces gritas, como grita un quemado. Finalmente, lo más terrible: cuando te ha impedido el trabajo y el solaz y acudes a un hospital público —por desgracia— a que una enfermera inexperta arranque de raíz tu cándida uña, sin anestesia porque se ha agotado, sin cuidado que implica tiempo que es dinero, sin sensibilidad porque nadie es sensible ya a excepción del que padece de una uña encarnada.

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EL MANIQUÍ Carente de articulaciones, tieso cual esfinge, se erige el maniquí, con su sonrisa falsa. No será prudente que lo llame con todas mis fuerzas. Nada; ni el menor movimiento. Ni sus párpados le caen. Sus pupilas están crispadas, como si un terror estirado anidara en ellas. Sus genitales anudados me producen asco. Encuentro su ombligo. ¿Qué grotesca madre lo habrá parido? Sé que si despertara de su letargo sentiría vergüenza, culpa, lástima de sí mismo, por estar tan solo y tan expuesto. Él no sabe la fortuna de su condición: ni su piel será lacerada por el frío ni el herpes florecerá en su boca. Rápidamente lo visten y adornan ridículamente, pero jamás emitirá una queja accidental. Han traído algunas pelucas anticuadas y lo coronan como es debido. Cortésmente me despido de él. Lo saludo al alejarme, mirando a través de la vitrina, como si mirara ante un espejo.

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EL ACTOR ¿Qué es más insustancial que el trabajo del poeta que deja al mundo un legado de textos confusos, contradictorios, alucinados, incomprensibles… y sin embargo, en su vacuidad, es instantáneo cobrador de satisfacciones que se eslabonan día a día? El trabajo del actor falaz y sin duda, que no mide su ambición en balanzas pues no es palpable su sueño en memorable materia ni ciñe al mundo sus deseos en letras creadas para la inmortalidad. El actor que se afana en quehacer de fantasmas, el que entreteje en su vida los hilos del fraude y la mentira, aquel cuya moneda común es de instintos tan bajos: engaño, seducción, cobarde hipocresía. Siempre viviendo a través de otros. Siempre muriendo por otros, en otros. Oscuro oficio de la fascinación, de los ademanes que embelesan y obsesionan, de las miradas incendiarias que intimidan. Como un ladrón a mitad de la noche, codiciosamente midiendo sus pasos, presto a probarse cualquier mascara, con semblante indefinido, helo allí tan alegre y tan triste como un payaso después de su jornada. Mi aplauso no basta a lo que quiero expresarle. Aprenda en él mi torpeza a construir el futuro controlando a otros, a salir airoso del asedio. En fin, a vivir, a habitar el mundo.

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EL FARSANTE Huele a leche agria y a perfume barato; y bajo la gruesa placa de maquillaje no hay pedazo de luz en su cara. Pero finge, finge con pretensión ingrata al no haber clima benigno en su alma. Se imagina especial en su pose y con vacío hablando de ideales que cuestan caro, de leyes, genios y artistas, haciendo burla de ritos paganos y mancias; pero su casa es la ruina del caos, nido de cucarachas donde ha pillado sus mañas. Y es esclavo de sus propias falacias. Dice que llueven semillas de oro en su techo y hablar con la felicidad a cualquier hora, mientras sus tripas con dolor se devoran. Y cada noche llora a solas. Llora sí, y de orín son sus lágrimas, pues siente el pesar de la vida sobre su espalda como tenedores clavándosele en la espina, deseando con todas sus fuerzas esconderse del mundo refugiándose en una vagina.

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FIGURACIÓN DE ESTADO COMATOSO Hace tantos días —que han sido un solo día largo y negro— que estoy conectado a esta maquina que respira por mí, que emite agudos chillidos y rojas alarmas luminosas. No es una comunión de amor este enlace a artefactos extraños, a la sonda que me extrae la orina, a las jeringas que irrigan en mis venas medicamentos, sustancias que no sé identificar. Escucho nítidamente el llanto desesperado de mi madre, el flirteo telefónico de la enfermera, los pronósticos de los hombres de bata que no pueden salvarme, las palabras hipócritas del sacerdote que viene a hablarme del reino de Dios, en el que no creo. Quisiera por lo menos gritar que lo odio, que odio todo, mover siquiera un dedo para apagarme la vida artificial. Es necesario que alguien entienda que no soy un objeto, que aún tengo conciencia. Que dentro de mí un hombre en la negrura de sus ojos cerrados se ahoga en un mar de imposibilidad. Lo veo hundido en una inmensidad en la que nada y nada, sin salir a flote. Acaso me estoy volviendo loco y nadie se da cuenta. Tengo ideas extrañas, impresiones que no puedo expresar. Un vegetal en estado de suspensión: eso soy. Quiero morir. O más que querer, me atrevo a decir que lo necesito. ¡Alguien venga a matarme! En verdad. Por favor… ¿Por favor? ¿Qué favor podría hacer?

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DE UN ABUSO DOMÉSTICO Ella no fue contigo más que un harapo envilecido. Sus ojos decían hambre cada vez que veía un rostro incendiado de dicha, alguna mano posarse sobre la espalda de un extraño, el calor mínimo, la paz accidental y secundaria. Impiadosas aves de rapiña eran los gritos ahogados en la inmensidad de su impotencia. Su cara lucía los golpes de tantos años encadenados por el miedo. Sentía la garganta constreñida por tu mano todo el día y, por la noche, no podía evitar soñarse libre, mariposa planeando sobre una pradera infinita. ¿Vale la pena permanecer así, en el tren de un destino incierto, si puedes tomar el control de tus días, tus acciones, y conducirte a un lugar de luces verdaderas? Ella conoció la respuesta; y fue como la oveja desobediente que renuncia al pastoreo para correr emancipada en las campiñas. No pudiste con su ánimo y la decisión perfectamente tomada, el paso siniestro pero certero. Y ahora vienes aquí, confundido y terco, burlado e incrédulo, queriendo explicarte el íntimo secreto de tu fracaso con ella. Y, además, te niegas a dar fe de que el coraje exista hasta en los más violentados. —Pobre tonto: hay caminos que nunca se cierran.— Pues fue que ella caminó con los pasos de un vigía y soltó los lastres y la lápida que cargó tantos días. Caminó sorteando muebles, evitando la sorpresa, temerosa aún del castigo, pero orgullosa y sabiéndose bella, directo a su baño. Fue allí que encontró la seguridad que aguardaba en un frasco y hoy, que es mujer segura, ya no podrás hacerle más daño.

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DE UN BREVE NOVIAZGO Compartimos sólo una incómoda borrasca. Te vi morir por mí, en todo; y aún me asusto, como ante lo natural mismo. Recuerdo nuestras citas furtivas, las tardes en que nos cansábamos frente al incesante crepitar del sol; los concurridos cafés donde tú pedías mi interés y yo pedía un vaso de agua, para ahogarme; esa tensa cuerda rompiéndose en las entrañas; el plato de vidrios rotos que apurábamos con idéntica saliva amarga, en silencio, frente a frente, con un enjambre de preguntas gravitando a nuestro alrededor, que jamás fueron expresadas: el miedo extendiéndose como una mortaja. Y yo, como un payaso en medio del caos, permaneciendo por no saber huir. Cada utensilio de mesa nos hacía un guiño; las servilletas y el mantel se deslizaban queriendo escapar, para no ser salpicados en sangre. La multitud a nuestro entorno, esperando el fin de la escena, reía o aplaudía, como ante un espectáculo barato. ¿Qué se hace en un momento así? ¿Cuál es el siguiente acto del sainete? ¿Qué cubierto utilizo? Huiste porque yo veía siempre el vaso a medio llenar, porque para mí las flores eran más bellas en la otra mesa. Desertaste y fue más que un duro tajo tu afrenta. Porque yo era pesimista y te daba poco, decías…

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DE UN EBRIO QUE CAYÓ DE SU AZOTEA Inundado de pensamientos raros, me balanceo en los bordes de la azotea. Bailo con las quimeras. Y es tan alegre mi danza que mi cara se desfigura en sonrisas. Beso la brisa, embriago a la luna y me envuelvo en mis delirios. He bebido el mar hecho licor. Seducido estoy por el olor de la tragedia y estos pasos de baile tan propios. La muerte con traje limpio me espera; me ha estado guiñando desde hace tantos años. Y bailo, bailo, bailo, bailo sin zapatos, desnudo de futuro. Cada movimiento osa y osa más... (Me acerco a la caída final.) Y bailo, bailo, feliz bailo... Yo bailo…

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OTRO CINE PORNO Habituales en toda ciudadela de hierro son los pornográficos cinemas, agazapados en callejas donde se ilumina el rojo. Puedes reconocerlos por sus fluorescentes luces, sus anuncios que son fotos de prostitutas en faldas de colegiala. Cuando te acerques un chistido te llamará para que pagues por sexo en algún motel con regaderas frías. (¿Conoces esos cuartos maltrechos que los adictos rentan para drogarse?) Si entras podrás comprar cigarrillos y gomas para mascar en su deficiente tienda de refrigerios. Son la diversión del obrero pobre que duerme en el mismo cuarto que su madre. Es frecuente que en sus pasillos o escaleras observes ojos buscando al que atiende las señales, manos que encuentran a un bulto pulsante o al botón que encarcela a ese falo que se erguirá en el circulo de jugadores que gana y pierde elementos. Algunas manos cambian a una boca sin rostro en la penumbra, pero no podrás reconocer a nadie afuera entre los que escupen la acera o fingen limpiar su nariz. Son el consuelo del renco. Al salir entenderás que los dueños del cine —que son la pareja de ancianos que te cobró la entrada— son cómplices de lo que acontece en los baños, donde residen los espectáculos mayores y un ojo husmea a través de un orifico estratégicamente colocado en las delgadas pareces que separan los pestilentes escusados. La entrada cuesta medio salario mínimo. Y puedes fumar adentro.

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SEX SHOP El aire se enrarece tras sus puertas prudentes. Vender ilusiones sexuales para la gente es tan emocionante como lavar la acera del lugar. Visitantes suspicaces acuden a pasear su escepticismo, su falta de mundo. Otros buscan la consolación de la materia. Extraña necesidad copular con un plástico: los dispositivos se alargan o recaman barrocamente; los colores fosforescentes y las formas animales dan un aire más bien ridículo. Más interesante es mirar, en pausas, la réplica del actor célebre con venas y surcos testiculares. Poco favorecería a algunas desventuras. Pero reúnes disfraces, afeites mágicos, instrumentos de dominación y baratijas como en una feria de rancho. Vendes según el protocolo pensando el asco de hacer una felación como un niño come un caramelo con la envoltura. El hombre finalmente ha podido pillarse los genitales esperando un estímulo en ti que eres el mozo; y, ya en confianza, inocente te preguntó por algún género pornográfico ilegal. Entonces sonríes un poco. Nadie puede probarse nada. Pero, si gustan, lo podrían llevar puesto. Ah y cuando el cliente finalmente se va, más sutil o más gravemente estafado (algunos desearán creer que todo los ofendió), algo rancio puede permanecer: rocías aromatizante.

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EL LAVAPLATOS De mucho pensar en murciélagos y cisnes, en el inicio del tiempo y la desaparición de la materia, ha creado frases magníficas en su mente que se abisma tanto y ríe al recordar otras sandeces. Se acumulan las vajillas siempre incompletas, los cacharros sarrosos, los cubiertos carroñeros. Pero él se deja jugar con el ratón de su cerebro, pues la mano jabonosa no descuida pericia. Come bocados desdeñados cuando no lo mandan a algún servicio ingrato que no le corresponde. Así espera pagar sus estudios universitarios. Así escribe algunos versos que corrige muy de noche y alguna vez olvidaría. No así la humillación de lavar la baba, los virus, los desperdicios de los pudientes. Ni el maltrato del compañero de turno que lo reconoce como el más bajo eslabón de la cadena empresarial (y alimenticia).

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EL RAPERO Haciendo del pestífero silencio un festival, el rapero es capaz de improvisar de su vagancia en el peligro y de su derroche al gastar el dinero siempre sucio, sus excitantes preciados y su calmante amor, las palabras netas, aflorando en rítmicas cadenas ajustadas al balaustre de lo real, cual metrallas afrentando el vacío. Le basta un cuaderno para escribir la épica moderna de sus tropiezos y ambiciones con el sudor y sangre de su celo. Una pista y un micrófono para hacer callar al otro que mide con él su hombría encarnada en verbo. El rapero es un truhan que baraja las sílabas de sueño de su mundana forajida gloria sobre el rostro tatuado de la ciudad.

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OBESIDAD No es sólo un problema de salud pública: es también de orgullo, dignidad y estima. Es el exceso de sudor pudriéndose en las axilas, el cuello inexistente y el ombligo a punto de expulsarse a sí mismo. Es no poder mirarse los propios genitales, ni inclinarse por necesidad vital, por cortesía. (Esa que destrozas con la imagen que ofreces.) Es la poca gracia que engulle, vorazmente, la ridiculez. No podemos ser moles andando a duras penas, moviendo una nefanda condición de isla a la deriva. No es bueno tener el cerebro en el estómago, ni que las sillas se usen de a dos por persona. Eso dice la gente. Que, tristemente, somos todos.

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ACNÉ Al espejo. Al espejo otra vez. Tu otrora piel de durazno es ahora un lienzo grasoso donde cunden volcanes de sebo aquí y después. Su tersura ha cedido el paso a una rugosidad irritada, irritante, infecta y un tanto asquerosa donde quedarán poros abiertos como cráteres lunares. Eres un adolescente y te confunde esa envoltura invisible y asombrosa que es la edad de las vertiginosas permutas corporales; ese ajetreo incansable de hormonas y humores. Eres un adolescente y miras al espejo la deformación que sufre paulatinamente tu rostro: es ahora hábitat de bacterias lo mismo que un caldo de cultivo. Eres un adolescente al fin y adoleces.

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HALITOSIS Si bien no es el alma el aliento, sí es una insignia de aire que sale del cuerpo y actúa como palabra de identidad, como saludo. Lo mismo te hará conquistar el amor, seducir a alguien que con ojos cerrados se estremece, que habrá de señalarte como el viento a la fosa séptica, a la cercanía de un perro muerto. ¡El mal aliento es producido por residuos emparentados con la materia fecal y los cadáveres!

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PODOBROMIDROSIS No intentaré describir con palabras lo que no podrá describirse jamás: el olor. Las palabras —agradable, fuerte, picante, etc. — son inútiles cuando se intenta adjetivar lo inefable: no bastan, fallan, se proponen sin ajustar; porque lo que quieres nombrar es sólo un vago celaje en la memoria; porque el recuerdo es error. Pero diré que una vez un grupo de científicos investigó por qué algunos moscos son atraídos tanto al olor a queso como al olor humano de pies. Y aunque se llegó a una conclusión y se anotaron los resultados fue una de las investigaciones más inútiles de la historia.

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FUEGO LABIAL Es un hoyo siniestro que te impele a no hablar, no comer, no besar, con su escozor de charco contaminado. El niño masoquista le echa sal para sentir un placer que no imagina posible. Su mamá le dice: “Te falta vitamina C”. De grande, le avergonzará dar a sospechar la naturaleza sexual su herida.

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HIPOMANÍA Cuando una vida de desajuste te lleva —sin razón— hacia las altas cimas de la grandeza del sentimiento, eres solamente una sonrisa de bufón sin relación con nada. Produces entonces confusión, descrédito, miedo... Y la gente procede a apartarte, como a objeto indeseable. Pero a ti no te importa y vas rebotando y rebotando por los lugares, flotando sobre el mundo: mariposa henchida de milagros, sin precaución ni miramiento. Y es entonces evidente: ¡también la alegría es un peligro!

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DÉFICIT DE ATENCIÓN Es difícil este déficit. Cuando quieres leer y entender santo y señal hay una canción en tu cabeza que no puedes desechar, que te hace mover dedos de pies, y una conversación ensayándose y una lista de las cosas que querrías hacer pero no harás. Pon a calentar agua en la estufa: la vas a olvidar. Alguien toca a tu puerta y te conversa y, cuando vuelves la vista, la cocina está incendiada. A veces llega tu mejor fortuna y no le ves interés. Al chiste más simple no le escuchas el color. Es un tanto cómico para ti, para mí, para todos. Y no se puede comprender.

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UN ESQUIZOFRÉNICO I Se abre una voz a mitad de la noche. ¿Qué es ese lenguaje inconexo, ese decir “lejos” para decir “jamás”, ese torpe pensar que intenta trasparencias, ese nudo gutural de significados vacío? ¿Por qué su risa le viene en lo inoportuno? Su espejo no es tan imaginario para reflejar su imagen expandida o deformada. Un grito en él está contenido y siente que los ruidos lo agraden, que debe bailar con el acto y ganar. El miedo le crece hasta lo innombrable. (Miedo de ser borrado del umbral por el aleteo de una mosca.) Se encaja las uñas en la cara, escondido en el baño. Desesperado. II Sujeto replegado sobre sí, retraído como una ostra, como la flor que se cierra si la tocas. Desconcierto de ser uno mismo, y en el uno la multiplicidad, lo poliforme, la ausencia. Autodestrucción inconsciente del propio yo; porque no quiere vivir, pero tiene miedo hasta de morir. III Duda sobre su mano derecha y su mano izquierda en un mundo que le explota de delirios. Habla de lo que no está, dice que lo observa una conciencia perversa, que hay voces en su interior “jugando de él”. 54


Dice que esconde una idea suya el que no habla, el que calla en el sitio más hondo de su pecho. (Su corazón, su puño de papel arrugado.)

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DEPRESIÓN La vida es un crucifijo. Si extiendes los brazos abrazas sólo un limbo de pena y soledad. En los puños crispados aprietas dolor, dolor, más dolor. Cada cuerpo gravitando alrededor parece hecho en hierro zumbante de tensiones, mientras el tuyo se desmorona como pilar de arena rendida, al margen de los cauces. Y duermes para no saberlo, pero sufres al soñar. Basta abrir los ojos un instante. Pero despertar es tan difícil cuando quieres morir.

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BORDERLINE Como un vaso que se vierte en sí mismo me pruebo plenitudes y bajezas por intentar sorprender al vacío. No sé lo que quiero, pero lo quiero ahora mismo. Instantes me unen al mundo y me separan de él alternativamente. Espanto al contemplarme en mis propios espejos que me dañan tanto. Asco al saborear mi propia palabra que me sabe tan mal. Preso en el infierno de vivir al extremo, al borde de la locura, la emoción es mi exterminio.

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TLP La personalidad es un arco tensado de donde se disparan los mas insospechados asombros. Nos mueve de la risa al llanto doloroso y siempre nos acosa: nos aprieta unos contra otros, o nos abre a la vez, pétalos de una misma flor oscura. Pero aquel que no conoce límites lo llena todo consigo.

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DESPERSONALIZACIÓN Existo; pero no soy, no estoy. Mi cuerpo, absorbido por sí mismo, irradia sólo energía oscura, que a nada es capaz de conmover. Nadie puede sentirme sino como a figura sin llenar, fantasma, sombra que se arrastra menesterosamente. Mi mente que no ancla aquí ni ahora se fragmenta, volátil, al flotar sobre las cosas armónicas. Me afano entonces en actuar con todos los gestos posibles de la voz y el movimiento; me finjo sustancial para que alguien así le otorgue sentido a mi presencia, materia al espacio que ocupo.

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ESTRÉS Se trastorna una respiración, se tensan nervios como clavos lacerando carne y alma. El mundo se afana en unas sienes, prensa a punto de reventar el cráneo. El gran mal ha invadido una vez más… Y entonces la madre azota a su hijo amado hasta sangrarlo; y el padre desconoce razón, paciencia, compromiso destruyendo en un instante —irremediablemente— el hogar. Y el amante se vuelve contra el amor. Y la diabólica pasión tiñe de púrpura la vida misma. Todo en un instante ciego que todos prefieren olvidar; pero que olvidan sin perdonar. Así la historia continúa dejando severas huellas en lo profundo. Todo inició con una sensación ajena crecida ahora hasta el infinito.

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SÍNDROME DE ESTOCOLMO Quiero a quien me hiere lo más, a quien me permite el mínimo respiro sólo para sobrevivir, a quien escupe al suelo mi alimento, a quien me cambia el grillete de tobillo para que la presión no cercene mi pie y pueda ir a él, siempre a él. Lo amo aunque en la espalda lleve el recuerdo imborrable de sus latigazos. Lo amo aunque me destruya. No importa. El juego del captor y la victima siempre estuvo así dispuesto a ser.

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SÍNDROME DE PETER PAN Porque el pensamiento incide en la materia, así deseamos tanto no envejecer que el cuerpo deja de madurar para la muerte. No es el pan el alimento favorito del hombre: es la juventud, su hermosura irrepetible. Déjanos pues, mundo, morir jóvenes o vivir para siempre volando sobre la fábula en la que nosotros seamos la maravilla: elasticidad de la esbeltez, risa imberbe embriagada de sí misma, manos amigables con el juego y una vestimenta verde para conocer mejor la vida que, como nosotros, produce lo que sueña.

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DÉJÀ VU Alguna vez tuve esto, tal vez en un sueño. Y estuve así vinculado a la misma percepción, a las mismas correspondencias e iguales asociaciones. O no lo tuve. Lo pareció por lo rutinario de la vida o por lo intrincado de la mente y su inquietante sistema fotográfico. O por nuestro hambre desmedido de un más allá. Fue el mismo instante frágil que se quiebra al pensarlo en su mínimo valor. O no lo fue. Da igual. En verdad siempre es así: la sensación llega y rápida se va. Y no da mucho de qué hablar.

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CENTRAL CAMIONERA Éste es el lugar de los andenes. Aquí despedir a la familia, a la ciudad natal, al amor verdadero: un adiós que a veces es nunca. Aquí la siesta incómoda de las horas desiertas, el ajetreo exasperante de las tardes pico, el hedor de los baños públicos. Mira los desvencijados camiones como al ejército de un mundo tercero, los empleados en verde seco o café. Recuerda —añora si puedes—: las vacaciones en playas atestadas y sucias, las visitas embarazosas de los parientes lejanos, los difíciles tiempos de estudiante, la edad de la pobre niñez cuando usabas una cajas de cartón como maleta. Nunca des mucha confianza a un extraño ni le aceptes un caramelo que puede endulzar tu vida. Pasajeros con destino al destino: favor de abordar.

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EL MIGRANTE Es un fantasma entre la noche que lo expulsa y la que no quiere recibirlo. Arrastrándose por baldíos y bajo murallas de hojalata, no hay tierra que lo reclame. Hambriento de futuro, expuesto y en fastidio, sufre todo por la quimera de mejores días. No la fuga romántica de las aves: la caminata exasperante por los desiertos, la persecución de las balas y los perros en el escarnio de la ley absurda. Cruces anónimas delatan la hosca cifra imprecisa que no será lavada por las lágrimas de los que quedan., Si el río lo devora será mártir sin gloria. Y ya en la boca del lobo: el subterfugio de la oscuridad que se esconde hasta que el regateo haga la medida. Porque en el otro lado ansiado, el destino sólo podría ser la humillación de esa vida que no tuvo patria verdadera.

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EL HUÉRFANO No importa lo mucho que escriba el novelista o divague el poeta. Nadie, sólo el huérfano sabe lo que pesa y dura hasta el último final la orfandad. El huérfano debe combatir solo y aparte contra el mundo, el dolor, la vida —esa pesadilla atestada de gentes y de ruidos, de befas e ironías de cuchillo—. Allí está, tan cerca del odio, del desprecio, del abuso. En sus ojos hay no sé cuánta muerte, cuánta soledad, cuánta pereza andada en desconfianza. Hay no sé cuánto. No sé cuánto… II —Respiro un solvente impregnado de sueños en el que se han vertido los juegos de color en movimiento que el desamparo, con la inocencia, me arrebató: esclavo de un de un de trapo roto. Y ese trapo roto soy yo. Entre ellos, una estopa es sólo eso. Para mí, media naranja es una máscara, pues en sus calles no quieren verme. Este hueco en el concreto es mi trinchera. Porque no tengo nada, porque para mí no hay mañana, hoy bajo el puente donde he vuelto a comer nada, el áspero vapor inhalo y me esfumo hasta no verme.

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PERRO DE LA CALLE Husmeando un basurero, con el hocico sucio, hay un perro sin amigo, sin nombre y sin hogar. Las costillas se pegan a su piel luciendo igual que un clavicordio primitivo: ¡es casi un esqueleto andante! Sus ojos enfermos supuran lagañas verdosas. Grandes garrapatas (lapas vampirícas, botones de sangre henchidos) le absorben los escasos nutrientes adheridas al pellejo por la sarna herido. Sus patas enlodadas por el errar nos traen ideas de lo que vivir sin tener a donde llegar es. Su cola, sus orejas mutiladas, nos revelan que alguien, alguna vez, creyó poseerlo y dispuso de él como de un juguete vivo. Sus patas arqueadas tiemblan ahora en el frío como lo harían dos carrizos en el légamo. Quisiera recordar su tierna indigencia, su infancia canina de la calle, su desasosiego en los dominios del mal, en este apretado y rojo cinturón de miseria. Hoy anda por aquí, saluda con una mirada lastimosa, quitado de toda la pena que es él mismo. Pero tal vez el exterminador, esta misma tarde, venga por él a aplicar con electrodos en su cabeza la nueva ley de “Cero tolerancia”. ¿A dónde van los perros de la calle cuando mueren? ¿Hay un cielo que los espera, abierto, por todo el martirio que realizaron en vida? Incapaz de llevarme su fotografía, dibujo con letras esta calcomanía adherida a este panfleto que el viento lleva de esquina a esquina, de mano al suelo. Estampa que, para cumplirse a sí misma,

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sólo la voluntad de la lectura salvadora espera.

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EL CONCIERTO UNDERGROUND En los suburbios tiene lugar un magnifico evento, fascinante como los motines de reclusorios y los malformaciones genéticas: el concierto underground. Jóvenes con mechones en pico salen de cloacas vestidos en cuero y rota mezclilla, adornados con cadenas, tachuelas y estoperoles vistosos. A cual más radical, la originalidad es su marca en la metrópoli. Sucios, bebedores empedernidos, rudos, violentos a veces, reclaman la anarquía como bandera, vistiendo un tartán rebelde aunado a la tosquedad de militares prendas en parodia. Son punks: creativos, desertores, insumisos ante toda autoridad, los artistas de la basura. Las insignias suelen confundirse en ellos, múltiples, tremendamente visuales, incluso contradictorias. Aunque sediciosos hasta límites extremos, la organización vibra en sus planes de tribu urbana. De otros caminos, delgados cuerpos salen a la luz moribunda de las sombras de fabricas abandonadas, hermosos, con ropas que evocan lo antiguo, lo solemne. Son los portadores del poder del arte antiguo, llevan como antorcha oral la tradición del vampiro, herederos de la poesía maldita, conocedores de la arquitectura gótica, silenciosos, con alta conciencia de la muerte y la belleza. Goths son llamados. Visten aristocráticos holanes, medievales faldas, terciopelo, gargantillas, argollas. A cual más excéntrico, se maquillan, perforan sus rostros, combinan lo sacro de la cruz cristiana con lo erótico y moderno del látex o la elegancia de la gabardina romántica. Para sus glamorosas reuniones prefieren cafés, bares de quinta, el exterior de las catedrales altas. Ambos se mezclarán. Y abrazarán nuevos intereses, dando origen a nuevos grupos que proclamarán su autonomía ante otras quiméricas sociedades nuevas. Vienen de todas direcciones a la redonda, solitarios, motorizados, en grupo, directo de sus casas okupadas, de sus centros sociales y comunas, prestos a volar con el humo del hachís o con el vapor del pegamento industrial, 69


a bailar frenéticamente en borracheras que terminan en vómito. Es el festival subterráneo de la insurrección civil, el encuentro del pensamiento radical y la moral alterna, del “el hoy por el hoy”, del “aquí y ahora” y de “el futuro está en nuestras manos”. En él se intercambian grabaciones, prensa, fluidos en encuentros sexuales fortuitos. Es el espectáculo de la extravagancia capitalina, de la muy normal juventud a mitad de los años ochenta.

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NECROFILIA Ambulancias, patrullas, mujeres que lloran desconsoladas, un hombre gordo que toma un papel y escribe un dato que permanecerá archivado hasta que una secretaria lo envié a incinerar. Los estudiantes que llegan, observan, y esperan el silbatazo. Una vez en ese cuarto frío, ellos abren sus maletines y sus loncheras: en una mano el acero afilado, en la otra mano otras entrañas, no tan frescas. Después, uno de ellos, el que usa lentes, el que habla poco y tartamudea debe permanecer para cuidar; tal vez alguien, el hombre gordo, venga a mitad de la noche. Cuando los pasos lejanos se extinguen y las puertas han sido debidamente cerradas, él se quita los guantes y se desabrocha el pantalón, sonríe, toca los pies helados, la cara y todas las zonas que no fueron cortadas. Sabe que sólo hoy puede hacer esto. Él solo vive el momento consigo mismo, sin arrepentimientos. Las mujeres que ya han regresado a su casa, destrozadas, duermen y tienen pesadillas; pero aun así, para ellas despertar es tan duro.

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ASFIXIA AUTOERÓTICA Digas lo que digas ya no es lo mismo; y debes usar otros modos a los que tu genitalidad, tu psicología, no estén acostumbrados al momento de hacerte justicia por tu propia mano. Pero ten cuidado cuando te enrollas un cable al cuello durante la masturbación; luego querrás pasar un segundo más de ese breve instante extático que es el límite del más acá. Pero en este caso, si llegas tal vez sólo un poco más allá, ya no podrás regresar. Te lo dice la experiencia criminológica.

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HOMOPEDOFILIA INCESTUOSA I Me llamo ******, tengo 14 años. Mi nombre suele evocar aquellos algodones en lo alto de luminosos cielos, acolchonados vellones donde los ángeles retozan. Pero mi nombre e imagen sólo me evocan culpa, vergüenza de manos sucias, de pensamientos comprometedores y tristes anocheceres sin estrellas. Mi existencia se ha visto nublada por un grisáceo recuerdo: el de la tarde en que mi padre manchó los algodones de sangre, desgarró los ingenuos vellones e hizo del cándido ángel receptáculo de pecados donde el crimen iza su bandera. II Recuerdo: aquella tarde la pubertad era aún en mí alegre como un sol, mis cabellos rubios vibraban en el aire lo mismo que un millar de abejas. Fue cuando él regresó de su taller. Estaba alcoholizado. El bulto de su pantalón era muy notorio; pero yo no sospechaba nada. Sus manos grandes y sucias de grasa sobaron las mías. Entonces supe lo que estaba pasando. Fue allí cuando sentí la cárcel del pánico que se cerraba ante mi cara, asegurando una condena de vitalicias cadenas. Cuando vi su pene firme cual mástil en su cuerpo desnudo recordé que mi fuerza era inútil al caso, que las puertas de la calle estaban cerradas con llave y que no teníamos vecinos. Él me estrujó la inocencia y su boca sabía horrendo cuando me besaba. Entonces me precipite en un doloroso sopor de minutos como centurias No deseo contar detalles de su trozo viril de carne en mi virginal garganta, de su estallido seminal en mi recto. Ustedes sabrán entenderlo. III Ha pasado apenas un año. Mi único consuelo es la certeza 73


de que mi padre supo despertar en mí los anales placeres y el delicado gusto por los falos adultos y definidos.

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TRATA DE UN CHICO QUE Espera en el crucero con pantalones justos y esa mirada en que cada pestaña es una antena. No es necesario un cartel. Todo en él invita: carne dispuesta, roja elasticidad. Los transeúntes en sus carros lo miran bajo sus gafas. Se ha aromado de dudoso perfume que, si no cautiva, le disimula el tufo a cigarro y sudor ajenos. Ha dejado lápices por un día de paga cada día. Ante el desfile de hombres, prefiere imaginar ser el astro de un orbe como aceitado, (en el que no sabe que resbala) hecho para el placer. Y en la complacencia siente el sacrificio golpeando en sus adentros. Astro roto, aparente, de lo que dura su noche. Al volver, el padrastro que le ha impuesto oficio, le arrebatará el metal cobrado. Apenas sí le ha dejado para una prenda nueva radiante. Si no, es la bofetada que no se discute, la vejación en que el hogar se hace infierno. Del que no escapa, porque asume, con todos, que no hay lugar mejor para recogerse que la casa familiar.

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COPROFAGIA Aquel que se lamenta de comer pan duro y agua como único sustento, que pruebe las materias con las que otros se deleitan: mierda, cagada, caca, popó, excrementos, heces, estiércol, bosta, boñiga, deyecciones. Otros. Es decir: algunos de nosotros.

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AUTOLACERACIÓN El adolescente en disforia entra a su habitación. Lava hirviendo es el interior de su cabeza. Quisiera no pensar, no ser, no sentir. Sufre, sufre el caos del mundo, el dolor vital. Su inocencia es estos días una flor de pétalos marchitos, pisoteados. (Abandono o rechazo: alternativamente perdido y perdedor: no poder más de lo que se puede). Toma la navaja guardada en su bota, —su amistad competencia ni traición— la aprieta en su mano como a un crucifijo y corta su pierna. No duele… ¡Cómo fluye sensualmente el ansia contenida! ¡Cómo se desliza la sangre sobando sus piernas y escurre calentándolo, ofreciéndole su benigno olor! Su placer se adivina en su lúcida sonrisa, en su aspecto tremendamente relajado. Finalmente abre de par en par las ventanas y ve lo que antes no veía: las palomas acurrucándose en un recoveco, el atardecer más hermoso que un sueño de amor donde viajan gaviotas haciendo formas juguetonas, ese cielo rosado y sublime como el suicidio. Y las nubes, las nubes, las nubes: las nubes que se embrazan fraternalmente. Acaso horroroso. Pero válido. Cada uno es dueño de su cuerpo y lo administra como le place

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BALADA DE LOS SUICIDAS Para honrar a los suicidas digo este canto derramado en papel como sangre en una sábana cualquiera: aquella en que el adolescente desilusionado dijo: “hasta aquí”, en que la enamorada y el anciano valeroso cortaron los nudos que los ataban a la vida que no ya no deseaban. Hasta aquí. Hasta aquí hemos llegado los que acunamos la muerte desde niños en una cavidad intima del cuerpo y, así, con sangre la nutrimos. Muertos desde siempre, anduvimos entre noches indagando en las sombras, buscando su negra lactescencia, desterrados del día, envueltos en una nebulosa que nos pedía caer, rompernos, ceder, negar con las entrañas lo que era nuestro, lo que nos defendía. Como una semilla maldita crecimos. Extendimos nuestra infelicidad como una imploración; miramos los surcos ya cavados, sin fijarnos a uno. Pusimos los pies en el viento del desinterés, de la huída. Como una semilla maldita maduramos. He aquí el pútrido fruto: la locura, hospitales luminosos como el más allá, encierros donde andamos con cabellos arrancados, cuerpos que laten pero sin respuesta sacudes, caminantes que van por aceras con una soga de angustia al cuello que luego truecan por una real. Lo hemos dicho: no queremos vivir. Y sellamos con un cadáver ésa, la última enunciación. Nos hemos probado innumerables adioses desde el inicio de la historia: vasos alzados de somníferos infalibles, cuchillas de una certeza irrevocable y afilada como la hoja final de un cuento que no puede ser regresada, lanzamientos a un vacío mejor que el vacío interior, drogas tan dulces que hasta un niño miraría con una sonrisa. No. Nadie levante la mano para señalarnos. Aquel que ama la vida no puede ofender a quien la aleja. Hay algo que viene desde las páginas de las constelaciones. Se llama Destino. Y por su principio fui un niño, y luego lo que fui… en fin… a su hora. ¿Quién dice que nos hemos amputado la posteridad? Es bueno decirlo para todos: permanecemos.

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Porque el dolor, el dolor —o algo que no sé ya diferenciar— nos ha hecho inmortales; porque nuestra vida fue digna en el arte de la autodestrucción. Permanecemos en la memoria de un hombre al que no vemos, en una fotografía pegada a un muro de lamentaciones, en una plática morbosa, en una carta iracunda, en un poema que brilla como una hebra de pensamiento astral. Nadie escriba sobre nuestra lapida una palabra de desprecio. Yo alargo la mano hacia ti desde acá, que quisiste, que pudiste ser.

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LAS MARAVILLOSAS COMPAÑÍAS

XTC Ves las luces de la noche y sabes lo que hacer. —Un paraguas gira bajo la llovizna. — Finuras al oído. El amor es algo químico. Acércate.

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COCAÍNA Dilatas mis pupilas para mirar el paraíso. Haces que mi corazón despierte y no quiera más dormir. Ensanchas mis límites. Arrebatas la sed, la fatiga. Pones una nota de claridad en el aire. Abres mis ojos para mirar la maravilla del mundo, polvo de las alas de Dios.

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HEROÍNA El cielo baja a la tierra. Cada pequeña cosa es mejor que nunca, estando igual que siempre. Como pluma en el aire vas por el suelo. Embelesados queremos tocar la magia rebosante: una eternidad, un infinito nos invita a su intimidad… Pero una vez nunca es suficiente. Escojo otra vena.

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2-CB La piel es membrana traspasada por la música. Y lo sientes. Energía del cuerpo que se goza a sí misma en un frotarse contra las materias. Derramarse es el anhelo. Alegría: eres como yo. Ven y bailemos.

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CRISTAL Vértigo de agrado: la piel y el sentimiento licúan. A la caricia de la palabra se distiende el ánimo ofrecido. La euforia insomne te consagra. El corazón se entusiasmado ha gustado bien su caramelo.

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MALVIAJE TRAS BEBER UN FRASCO DE JARABE PARA LA TOS Estaba adolorido y exhausto. Mi cuerpo se combó de aprensiones y fui, una noche entera, de la pesadumbre el ámbito oscuro. Estremecido en la sombra, la electricidad jugaba en mi cuerpo porque entidades espirituales me alargaban su poder, manipulando mis emociones, mirándome con lástima. Enfermo, mi frente se nublaba de agonía; sudorosa mi cara ardía en fiebre inconsolable. Al lecho me visitaban horrendos recuerdos; la conciencia de la soledad y la pobreza me recorrían como un escalofrío. Quería escapar de todo. Mi pensamiento atormentado volaba sobre la calle con últimas fuerzas, de sí mismo huyendo, perseguido por el fúnebre repique de los campanarios. Mi corazón fue un tambor de resonar lúgubre ahogado en la marea nocturnal. Flotaba en el ambiente un fuerte sentimiento de luto, un olor a bienes perdidos, un pavor al futuro, un resonar de pasos de auxilio cada vez más lejanos. Oí llantos de recién nacidos abandonados y la certeza de su muerte inminente me taladró el corazón. Y quise dormir, para soñar o morir. Y cuando se cerraron mis párpados abatidos, mi alma se desdobló. Un enemigo de otra dimensión, jaló mi pie etéreo; espectrales seres de mi tiraban, me doblaron el cuerpo sutil y contra la pared lo oprimieron. Incapaz de despertar, me asfixiaba sintiendo mi cuerpo entumecido tan lejos de mí. Tuve innumerables pesadillas; mis miedos se proyectaban sobre un fondo negro. La conciencia del mundo, de odio y maldad repleta, me hablaba una vez más de desesperanza y miseria, en un idioma que yo desde siempre a la perfección conocía.

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RECUERDO Y DELIBERACIÓN Los desesperanzados niños con encogidas piernas esperábamos —¿Esperábamos qué? No importa: sólo esperábamos— en el recinto sombrío. La noche había extendido ya su sábana de melancólico negro azulado cuando la jeringa punzante brilló a la luz de las débiles cerillas. El vagón vencido de la estación sin uso crujió lastimosamente cuando nos tiramos al piso y abrazamos nuestros cuerpos. La fiebre se aposentaría en nosotros por días. Pero todos estibábamos acostumbrados. Durante las siguientes nueve horas el vagón ascendió por el aire ligero, las estrellas se diluyeron en un cielo acuoso y algunos susurros salían de entre la neblina que nos rodeaba. Los árboles eran caracoles luminosos, y toda la visión un fosforescente sueño compartido. Podíamos ver las ternuras de la pasmosa noche a través de las ventanas radiantes, pasajeros de viajes perdurables, avecinados a nuestros cuerpos calientes, extasiados. Pobremente puedo tan sólo insinuar la armonía inexplicable que ante nosotros se desenvolvía, esos ritmos que eran de algún modo extracorpóreo aprehendidos, el sentido en expansión, el viento de formas envolviéndonos, sus mandalas descifrando la madeja absurda del presente. Lentamente cayeron fascinantes esféricos pétalos, copos de luz, pelusa, botones de fuego; y las líneas de todo se confundían, y los objetos se contraían. La risa traviesa de otros niños me hizo entender que nunca estuvimos solos. Había quienes entendían nuestros juegos en otro lado del mundo, y nos saludaban. Éramos inocentes y sinceros. Siempre lo hemos sido. II Con el boleto en mano, subo al tren de la ciudad parecido a un pesado gusano de hierro. Mi gastada gabardina abriga el vespertino diario

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en el que busco empleo. Algunos viajes siempre van a llevarte por monótonas venturas, de elegancia carentes, en cuya repetición reside la ordenación preciada de los hombres cuadrados y graves. Pero otros poseen el encanto de la gloria, de la magia expresándose: el ancestral encuentro de los que buscan con el maravilloso mundo de las visiones.

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Recuerdo y deliberación

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Malviaje tras beber un frasco de jarabe para la tos

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Balada de los suicidas

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Homopedofilia incestuosa

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Autolaceración

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Trata de un niño que

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Asfixia autoerótica

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El huérfano

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Perro de la calle / 667 El concierto underground

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Central camionera

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Síndrome de Peter Pan

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Un esquizofrénico

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Hipomanía

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De uno que cayó ebrio de su azotea

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Hipótesis de estado comatoso

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De un breve noviazgo

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Sólo un iluso puede dedicar su juventud a la locura y las letras

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La juventud tiene el sabor de la infancia muerta

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Confesión

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21 años

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Discursode un enfant terrible

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