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DÍA DE CAMPO
Dejemos las torres de metal, su nebulosa de esmog, para internarnos en el verde recién inaugurado. Brillando de esplendor los cerros cambian vestiduras, ostentan plenitud resurgida y lavada.
Mira siempre hacia los campos floridos, los arroyos de barro que manan de fuentes tan íntimas, los taciturnos animales pastando dóciles, los pájaros que improvisan luminosas orquestas.
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La brisa que unge con leve vestido de joyas nos regala ahora un arco siete veces colorido: promesa paternal recordada.
¿Y quién dijo que nada florece porque sí, que Dios está ciego, que su voluntad no puede ser hermosura? Recoge un ramo de anís, un puñado de fresas silvestres; trae un diente de león para soplarle un secreto. Hoy es día de alabar la delicadeza de la espiga y aspirar en cada flor una nueva fragancia.
Tu pelo sombrío huele a tierra mojada. Hoy es día para el amor –ese secreto a voces que todos debemos descubrir–.
¡Aleluya! Nuestro canto se desposa con el día.