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OBSERVÁNDOTE TRAS LA REJA

Las gotas salinas, de vida, escurrían por tu cuerpo rocoso, accidentado como planeta viejo, duro como el diamante, brillante como plata recién lavada. Y allí estaba yo, del otro lado, tras la reja.

Cubierto por el manto nocturno, te contraías y volvías a abrir, ofreciendo tu pecho, brindando tu imagen para ser adorada, arrodillando a las galaxias que giraban a tu alrededor. Y mis músculos se tensaban contigo y las gotas escurrían también en mí. –Yo te imitaba involuntariamente–.

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Luego te fuiste y contigo se fue el universo.

Yo permanecí aislado, marginal, aferrándome a la reja, para no caer.

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