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A UN MUCHACHO PELIRROJO

Tu cabello es la escarcha de fuego de no sé cuál lejanía.

Quisiera sentarme a la sombra de tu cintura –palma apacible– a escribirte poemas con olor a naranja, robar los guantes de tus manos separándose de mí con una gracia que no tiene igual. Muero por desnudar tu pie, hincado ante su prohibida hermosura, como las comadronas en el templo ante el Niño Dios.

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Tus piernas me han recreado sueños de tan trémula avaricia.

¡Ah, no poder secuestrarte desmayado en mi abrazo para que despertaras en una realidad trasfigurada, de mejores y más bellos espejismos!

Tus rizos solubles en mi deseo, tu cara de blanco sol, tus andares delgados; todo a lo que se fija a mi anhelo, todo lo que debo callar, todo está aquí, oculto y preso, en este corazón de obsidiana.

Acaso sientes un tránsito de manos, un pudor infantil, si –hechicero vudú– me toco el tatuaje que llevo en el pecho, si escarbo la inicial de tu nombre con aguja cerca de mis pezones.

Si escribo un poema de ti.

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