Astronomía Alfonso Daniel Fernández Pousada
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Repercusión del ciclo de Calipo en el Calendario Alejandrino
l 15 de abril de 1866, mientras llevaba a cabo una excavación arqueológica en las proximidades de Tanis, el egiptólogo boruso Karl Richard Lepsius descubrió una magnífica estela, tallada a partir de un bloque de caliza, en la que se contiene uno de los textos más extraordinarios y enigmáticos que nos ha legado el Antiguo Egipto, tanto por su contenido como por otras particularidades sobre las que pronto volveremos: Nos estamos refiriendo al famoso “Decreto de Canopo”. Explicar que, gracias a su inscripción trilingüe en escrituras jeroglífica monumental, demótica y griega uncial, este hallazgo permitió corroborar de forma definitiva la traducción e interpretación del sistema jeroglífico hecha, décadas atrás, por Jean François Champollion, valiéndose de la “Piedra de Rosetta” como principal referente. Lo cierto es que, hasta nuestros días, han sobrevivido al menos tres decretos faraónicos que fueron mandados esculpir en diferentes lenguas y alfabetos. El más antiguo, por su fecha de composición, es el propio “Decreto de Canopo”, promulgado durante el reinado de Ptolomeo III Evergetes, el 7 de marzo del año 238 a. C. Le sigue el “Decreto de Menfis”, datado bajo el mandato de Ptolomeo IV Filopator, en el año 217 a. C., y del cual se conservan dos copias: El “Decreto de Rafah”, descubierto en 1902, y la “Estela de Pitón”, desenterrada en 1923. Concluye esta trilogía un segundo “Decreto de Menfis”, publicado, en este caso, siendo faraón Ptolomeo V Epifanes, el 27 de marzo del año 196 a. C., y que ha pasado a la posteridad gracias a sus tres copias: La archiconocida “Piedra de Rosetta”, sacada a la luz en 1799; la “Estela de Nubariya”, localizada a finales del siglo XIX; y una inscripción gemela hallada en el Templo de Filé.
El Emperador Octavio “Augusto de Prima Porta”, padre del calendario alejandrino. | Wikimedia Commons.
Nos interesa, especialmente, el “Decreto de Canopo”, dado el destacable conocimiento científico que ofrece en el campo de la astronomía, al proponer la reforma del calendario mediante la introducción de un sexto día, sumado a los 5 epagómenos, al término de cada 4 años. Con esta medida, que nosotros conocemos como año intercalar bisiesto y que aún conserva nuestro calendario gregoriano, buscaban los lágidas adaptar el calendario civil a la duración auténtica del año trópico, de 365’2422 días, al menos, en una fórmula aproximada hasta el segundo decimal, con 365’25 días, cifra que demuestran conocer los sacerdotes astrónomos egipcios, a más tardar, durante el periodo helenístico, y que seguramente habrían aprendido con bastante antelación, a juzgar por el comportamiento anómalo de su calendario de 365 días. 34 | Egiptología 2.0
Cabe explicar que esta pequeña diferencia de poco menos de 6 horas sobre la duración total del año trópico, acumulada en grandes periodos de tiempo, llegaría a ocasionar en la dilatada historia de Egipto un desfase enorme entre las estaciones de Axt (la inundación), prt (la siembra) y Smw (la recolección), con respecto a los fenómenos naturales que servían para identificarlas, aspecto que no hubo de pasarles desapercibido a sus habitantes, máxime al tratarse de una civilización eminentemente agraria. De hecho, la disfunción provocó que los astrónomos procurasen, como subterfugio, la idea del calendario deslizante, como una rueda que se desplaza a través de un gran engranaje, conocido como ciclo sotíaco: Sus 1460 años de duración vinieron a corresponderse con los que tardaba, de forma aproximada, en coincidir el día de año nuevo en el calendario civil egipcio de 365 días con el orto helíaco de Sirio (astro que los griegos identificaron con el nombre Sotis, y de ahí el nombre de este periodo de intercalación):
en las excavaciones de Kom el-Hisn, mismo año en que Maspero localizaría en Saqqara la primera versión de los Textos de las Pirámides. Por otra parte, en el Museo del Louvre, en la sala dedicada a la escritura y los escribas del Egipto faraónico, se expone la mitad de una estela de diorita, de casi 2 metros de alto, encontrada en El Cairo durante el transcurso de la campaña napoleónica en Egipto y Siria. Más recientemente, el 16 de marzo de 2004, el equipo germano-egipcio que trabaja en la región de Bubastis como responsable del “Tell Basta Project”, se topó con este mismo decreto, bien visible para los devotos, a la entrada del Gran Templo de la diosa Bastis, y a escasa distancia de las estatuas de Osorkon II y su esposa. Por lo tanto y, como va dicho en función de esta prolijidad de copias, no cabe atribuir la inaplicación a un posible desconocimiento del mismo.
‘‘(1.17) […] debe ser celebrada también una gran fiesta en su momento durante el año en honor del rey del Alto y Bajo Egipto, Ptolomeo, que viva eternamente y amado de Ptah y a la reina Berenice, dioses benefactores, en los templos de las Dos Tierras, esto es, en todo el reino, [y esta fiesta debe ser celebrada] en el día del orto helíaco de Sirio, llamado día de la apertura del año, según es denominado en los escritos de la casa de la vida, y que corresponde ahora en el año 9 al día 1 del segundo mes de shemu en el que son celebradas las fiestas de la apertura del año (1.19) […] pero si sucede que la fiesta del orto helíaco de Sirio cambia a otro día cada cuatro años, el día de la observación no debería ser cambiado y debería ser celebrado el día 1 del segundo mes de shemu, tal y como fue en el año 9 […] (1.22) […] por tanto debe ser ahora decretado que a los cinco días epagómenos debe ser añadido un día antes del año nuevo (cada cuatro años)” (traducción tomada de José Lull; 2004:76). Lo más sorprendente es que, pese a que han transcurrido más de 150 años desde el hallazgo del “Decreto de Canopo”, sigue sin existir una explicación satisfactoria al hecho de que esta reforma quedase inaplicada y, prácticamente, olvidada, cuando la útil recomendación de adecuar el año civil al año real solventaría la grave divergencia estacional a la que se enfrentaban los egipcios. En ningún caso puede deberse a una presunta falta de divulgación. Hoy día sabemos de la gran difusión alcanzada por el “Decreto de Canopo”, bastante notable para su tiempo. Así, además de la copia descubierta en 1866 en las cercanías de Tanis, el equipo de Gaston Maspero sacó a la luz una segunda “Estela de Canopo”, otro ejemplar de este mismo decreto recuperado en 1881
Busto de Cleopatra VII. Altes Museum, Berlín. | Wikimedia Commons.
Lo que más llama la atención, si cabe, es que, desde el punto de vista práctico, Sosígenes, astrónomo de la corte de la reina Cleopatra VII Filopator, recomenEgiptología 2.0 | 35
dó a Julio César la implantación del método señalado en el “Decreto de Canopo” para corregir el desfase temporal existente en el calendario civil romano, alumbrando el calendario juliano, cuya reforma entró en vigor el 1 de enero del año 45 a. C. No se entiende que los egipcios, pese a impulsar e incentivar la aplicación del “Decreto de Canopo” en el ámbito latino, mantuviesen una versión obsoleta y negligente de su propio sistema de medición del tiempo, a menos que existiese una razón de peso para continuar esquivando la reforma del mismo, a la espera de que se diesen las circunstancias idóneas para llevar a buen puerto su implementación. Siguiendo este razonamiento, debemos preguntarnos qué motivo fue el que llevó a los egipcios a perpetuar este error o, al menos, a retrasar su reajuste hasta los tiempos de Octavio Augusto, ya bajo la ocupación y dominación romana, cuando se puso en marcha la reforma alejandrina, con la que se vino a pulsar el resorte de inicio del calendario copto. De esta manera, en el año 26-25 a. C. se instauraría oficialmente la duración del año civil en 365’25 días, provocando que el año 22 a. C. contuviese, por primera vez en la cultura nilótica, un sexto día epagómeno. Con carácter general, los estudios sobre este tema se limitan a resumir los 216 años que separan el “Decreto de Canopo” del primer año bisiesto, aduciendo “causas desconocidas”, “por alguna razón”, “debido a los recelos de los sacerdotes” y un largo etcétera de eufemismos con los que
Representación de Claudio Ptolomeo. Ilustración procedente de: Les vrais pourtraits et vies des hommes illustres grecz, latins, et payens recueilliz de leurs tableaux livres et medalles antiques, et modernes. Par Andre Thevet angoumoysin, premier cosmographe du roy. | Wikimedia Commons.
se trata de justificar la tozudez del pueblo egipcio ante el mandato impuesto por un faraón de naturaleza y bagaje foráneo, helenístico. De hecho, no sería extraño vislumbrar en esta frustrada reforma la mano del también griego Eratóstenes, matemático, astrónomo y geógrafo de origen cirenaico a quien Ptolomeo III Evergetes encomendó la dirección de la Gran Biblioteca de Alejandría, poco después de promulgar el “Decreto de Canopo”, un empleo en cuyo desempeño se mantuvo entre los años 236 y 194 a. C., fecha de su muerte. Entre otros logros, Eratóstenes inventó la esfera armilar y llevó a cabo la primera medición de la circunferencia terráquea, situándola en 252.000 estadios griegos, un cálculo que se ajusta bastante a la realidad, aun habiéndose formulado 1700 años antes de que los exploradores Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano demostrasen la esfericidad del planeta con su expedición de circunnavegación, hecha entre 1519 y 1523. La introducción de los años bisiestos se arroga, finalmente, a Octavio Augusto, invocando una causa más bien frívola: Que el aniversario de su entronización se celebrase en la misma fecha, ya fuese en el calendario juliano, vigente en Roma, ya en el calendario alejandrino que implantó en Egipto, es de suponer que con más éxito y tenacidad que su lejano antecesor en el trono. Sin embargo, es posible que la realidad histórica haya sido muy distinta y que la decisión sopesada por Octavio Augusto gozase de la conformidad de los eruditos egipcios. En otras palabras, que alguna circunstancia, seguramente de género astronómico, hiciera de esta reforma algo grato, propicio, a los ojos de los dioses de Egipto. De hecho, una las primeras acciones de Octavio Augusto como faraón fue rendir honores al hombre a quien los egipcios consideraban su libertador máximo frente a la opresión extranjera, Alejandro Magno, visitando su tumba en la ciudad de Alejandría. Se hizo representar a la manera de los faraones, nombrándose “Señor de las Dos Tierras”, respetando las viejas tradiciones y haciendo ofrendas a los dioses antiguos, como se muestra en los relieves del Templo de Kalabsha. Alcanzaría, incluso, cierta popularidad como gobernante: Así, entre los años 24 y 21 a. C., la labor llevada a cabo por su prefecto en el país del Nilo, Publio Petronio, al remozar y despejar el deteriorado sistema de irrigación, vino a estimular notablemente la agricultura, despuntando una coyuntura de especial bonanza económica. También repelió la ofensiva de la candace etíope Amanirenas, quien durante su incursión en Egipto había llegado a esclavizar a los tebanos, como se desprende del testimonio del historiador griego Estrabón. No parecen, ni mucho menos, los 36 | Egiptología 2.0
gestos de un tirano, de un déspota, ciego y sordo ante las necesidades y costumbres egipcias. Más bien todo lo contrario. En consonancia, puede que exista una buena razón para justificar también la reforma alejandrina. Los ciclos lunisolares
Karl Richard Lepsius, descubridor del “Decreto de Canopo”. | Wikimedia Commons.
En el año 433 a. C., Grecia adoptó un sistema lunisolar de 19 años de duración ideado por el astrónomo griego Metón. Este ciclo, llamado enneacaidecaetérida o ciclo metónico en honor de su enunciador, permitió a los atenienses disponer de un método válido para predecir los eclipses, al establecer el lapso temporal en el que las posiciones relativas del Sol y de la Luna vuelven a ser coincidentes. Cuando Metón llegó a esta conclusión, hacía ya dos milenios que los pobladores neolíticos de Gran Bretaña habían plasmado este conocimiento en el crómlech de Stonehenge. Lo más curioso es que el sistema patentado por este griego, tan tardío con respecto a la fórmula idéntica de los británicos, no tardaría más que un siglo en ser mejorado y sustituido por un nuevo modelo de tasación lunisolar: El ciclo calípico, inventado por otro astrónomo ateniense, Calipo de Cícico (c. 370-310 a. C.), colaborador de Aristóteles y el más célebre de los discípulos de otro astrónomo de gran renombre en la Grecia de la coyuntura, Eudoxio de Cnido (c. 406-355 a. C.). Si bien el maestro ideó el sistema de esferas homocéntricas, con la Tierra en el centro, para dar sentido a los movimientos aparentes del cielo en esferas circulares de acuerdo con las teorías de Platón; el pasante superaría en fama al mentor, mediante su perfeccionamien-
to del ciclo metónico. El planteamiento de Calipo parte de la siguiente premisa: El sistema de Metón es defectuoso, por cuanto 235 lunaciones y 19 años solares no dan una solución “integral”, es decir, el número de días resultantes que conforman 19 años no suponen un número entero, sino fraccionario, de 6939,75 días. Para refinar el procedimiento, Calipo procedió a multiplicar la cifra de años solares por 4, el mínimo múltiplo que, aparentemente, convierte la cifra decimal en un valor exacto. De esta manera, creó la técnica que se basa en ciclos de 76 años solares equivalentes a 4 ciclos metónicos menos un día. El “ciclo de Calipo”, que con este nombre pasó a denominarse el nuevo paradigma de correspondencia lunisolar, gozó de gran éxito entre los grandes astrónomos de su tiempo y de las épocas venideras, como es el caso del Timócaris de Alejandría, hasta el punto de que Claudio Ptolomeo tomó este ciclo como referente de gran parte de los numerosos cálculos y observaciones presentes en su obra capital, Almagesto. Alexander Jones (2000:142-43) recoge, entre las que parecen ser aplicaciones más tempranas de la cronología en base a los ciclos de Calipo, cuatro observaciones del astrónomo Timócaris que reutilizaría Claudio Ptolomeo. A saber: El tránsito de la Luna por las estrellas de Scorpius, fechado el 16 de paofi del año 36 del primer ciclo calípico (20-21 de diciembre de 295 a. C.); el tránsito lunar junto a la estrella Spica, fechado el 5 de tibi del año 36 del primer ciclo (9-10 de marzo de 294 a. C.); el eclipse de las Pleiades tras la Luna, fechado el 29 de athyr del año 47 del primer ciclo (29-30 de enero de 283 a. C.): y las posiciones relativas de la Luna y Spica, fechadas el 7 de tot del año 48 del primer ciclo (8-9 de noviembre de 283 a. C.). Muchos papiros astronómicos del Antiguo Egipto adoptaron esta fórmula cronológica para registrar las fechas egipcias y el paso del tiempo. En este sentido, se puede llamar la atención sobre el Papiro Demótico de Berlín 13146+13147, cuyos textos contienen una relación de numerosas efemérides celestes, como es el caso de equinoccios, solsticios e incluso eclipses lunares; en torno a los años 17 y 32 de una “era” cuyo nombre el papiro no proporciona. A través de un cuidadoso estudio de los eventos señalados, Otto Neugebauer y su equipo llegaron a la conclusión de que los fenómenos observados se pueden y deben inscribir en el periodo que abarca los dieciséis años comprendidos entre 85 y 69 a. C. En base a este razonamiento, el especialista Alexander Jones, de la Universidad de Toronto, cayó en la cuenta de que el año 85 a. C. se corresponde con el año 17 del cuarto ciclo calípico, la primera de las fechas recogidas en el papiro. El mismo autor desveló que los alineaEgiptología 2.0 | 37
mientos planetarios contenidos en un almanaque egipcio, fechado en los años primero y segundo de una “era” no determinada, se pueden identificar con los años 1 y 2 del quinto ciclo calípico, al producirse idénticas correlaciones astronómicas a las referidas en el almanaque durante los años 26 y 24 a. C. Otro papiro, clasificado como pOxy LX1.4137, recoge la descripción fragmentaria de algún eclipse del siglo primero de nuestra era, y que se puede relacionar con las posibilidades de coincidencia ofrecidas si se considera su inserción en el sexto ciclo calípico (A. Jones; 2.000:141 y ss.). Al margen de estas anotaciones, como prueba del claro prestigio y preponderancia de la cual gozó esta fórmula en el Antiguo Egipto, uno de los astrónomos de la antigüedad que mayor empeño depositó en la potenciación del ciclo de Calipo no fue otro que el ya referido Hiparco de Nicea, que residió gran parte de su breve pero prodigiosa existencia en la ciudad egipcia de Alejandría, cuna de las ciencias. En los escritos del astrónomo y matemático Claudio Ptolomeo (Tebaida c. 100-Cánope c. 170), griego de nacimiento pero egipcio de adopción, queda constancia de gran parte de las averiguaciones de su colega de profesión, Hiparco de Nicea (146-127 a. C.), quien había recogido la observación de tres eclipses lunares en la Alejandría de los años 201-200 a. C. (Almagesto; 4,11). Ahora bien, la documentación de estas fechas es aportada por Hiparco en base a la cronología calípica, al referirse a la plasmación de estos fenómenos en los años 54 y 55 del segundo ciclo calípico, en la versión egipcia del calendario civil, que difiere de la ateniense al establecer el día de Año Nuevo en el solsticio estival y no en el equinoccio vernal. Se podría decir, entonces, que Hiparco “egiptianizó” el ciclo calípico, como revela el hecho de que su observación de la posición solar del día 16 de epifi del año 50 del tercer ciclo calípico (5 de agosto del año 128 a. C., Almagesto; 5,3) difiera de la cronología calípica ateniense, la cual consideraría el año como el número 51 del tercer ciclo. Se da la circunstancia de que las observaciones equinocciales de Hiparco de Nicea son las que han permitido identificar el día primero del primer año del ciclo calípico primero con la jornada del solsticio de verano del año 330 a. C., fecha que estuvo acompañada por la culminación del Novilunio. Estas observaciones están fechadas en base a dos sistemas: Por un lado, Hiparco señala que fueron obtenidas en el transcurso del año 178º tras la muerte de Alejandro Magno (323 a. C.), al tiempo que las sitúa en el año 32º del tercer ciclo calípico. Por cierto que Hiparco pasaría a la historia por otro descubrimiento: Al contrastar la posición de las estrellas tal y como se mostraban en su propio tiempo con la descrita en las observaciones del ya mentado Timócaris de Alejan38 | Egiptología 2.0
dría, advirtió el movimiento conocido Precesión de los Equinoccios, producido por la oscilación del eje terráqueo y que provoca un cambio en la constelación que se encuentra en el punto vernal. A mayores de este hecho, Hiparco de Nicea va a protagonizar una nueva reforma de la versión metónica de los periodos lunisolares, con la intención de perfeccionar el método de Calipo. En este sentido, el niño prodigio de la astronomía procedió a refinar las duraciones del año trópico y de la revolución sinódica de la Luna, estableciendo periodos de 365 días y 6 horas (365’25 días para el año solar); y de 29 días, 12 horas, 44 minutos y dos segundos (29’5305787 días para el año lunar), respectivamente. En base a lo cual, 235 periodos sinódicos equivalen a 6.939’686 días, cifra partitiva (ciclo de Metón); 940 revoluciones sinódicas equivalen a 27.758’744 días, número igualmente incompleto (ciclo de Calipo); y 3.760 meses lunares alcanzan el valor de 111.034,99 días, cifra que prácticamente llega al valor ideal de 111.035 días, cuando 304 años solares suponen tan sólo un día más, 111.036. Estas correcciones ponen a Hiparco en conocimiento de que los días del ciclo calípico tampoco se identifican con un valor entero, procediendo el propio astrónomo a crear un nuevo ciclo, compuesto por cuatro ciclos calípicos. Se trata del periodo de 304 años, que aporta valores exactos para la duración del año solar y de la suma de periodos sinódicos que lo componen, 3.760.
Busto de Augusto portando la corona cívica. Glyptothek, Munich. | Wikimedia Commons.
Existe un curioso hecho que ratifica el empleo consagrado del ciclo hipárquico en los círculos más selectos de la astronomía del Antiguo Egipto. Si avanzamos 304 años desde el solsticio de verano del año 330 a. C., fecha de referencia tomada por Hiparco, podremos situarnos en una efeméride singular, el final del primer ciclo y el inicio del segundo. Se trata del año 26 a. C., que ya conocemos por corresponderse con el año en el que se materializa la reforma alejandrina (Sánchez Rodríguez; 2.000:66), y con la que se intercala un año bisiesto cada 4 años para evitar la síncopa existente entre el calendario civil egipcio y la duración del año solar, en base al cálculo de 365’25 días. Como ya se ha visto, este conocimiento había permanecido en criogénesis durante casi 2 centurias, desde la redacción del “Decreto de Canopo”, en el año 238 a. C. Volvemos a preguntarnos: ¿Por qué esperar hasta el año 26 a. C. para materializar, finalmente, la reforma? ¿Guarda este hecho alguna relación con la apocatástasis del primer ciclo hipárquico? ¿Es la noticia astronómica que favorecía, según los dioses, la implantación de un nuevo calendario? Fin de ciclo Hasta el presente, los especialistas han considerado que la elección del emperador de Octavio Augusto se debió a la siguiente cuestión: La división existente a la hora de celebrar el aniversario de su conquista de Egipto. La caída de Cleopatra y la consecuente entronización de Augusto como faraón tuvo lugar un 6 de mesori del primer año de reinado de Octavio sobre Egipto, según el calendario egipcio, y en las Kalendae Sextilis del año 724 de la fundación de Roma, esto es, el 1 de agosto del año 30 a. C. El caso es que los romanos disfrutaban desde la reforma juliana del año 45 a. C., aconsejada a Julio César por Sosígenes, el astrónomo de la corte de Cleopatra VII Filopator, de un calendario de 365 días a los que cada 4 años añadían un día supletorio; mientras que los egipcios mantenían el método tradicional de obviar el desfase entre las efemérides civiles y solares. Por este motivo, entre los años 2 y 4 del reinado de Augusto sobre Egipto, el aniversario de su ascenso al trono coincidió con el día 7 de mesori. Ya en el quinto aniversario, el 1 de agosto del 26 a. C., la onomástica se trasladaría al 8 de mesori. La tradición acepta que, para conciliar ambas fechas, Octavio Augusto promovió la instauración del calendario alejandrino, que pondría fin a las desavenencias hasta entonces registradas entre los métodos egipcio y romano. No obstante, la introducción de esta reforma pudo deberse a motivos menos chovinistas. El año 26 a. C. fue un momento clave para el ciclo de 304 años augurado por el astrónomo Hiparco, que residió gran parte de su vida en Alejandría y cuyos
tratados gozaban de gran prestigio entre los pasantes de la Biblioteca de dicha ciudad. Es en el seno de esta institución donde surge la reforma que será denominada, precisamente, con el nombre de la metrópoli. La transformación del calendario tradicional era indispensable, ya que el método de Hiparco contaba 304 años solares de 365’25 días y, para evitar el desfase entre el calendario civil egipcio y el ciclo hipárquico, no cabía mayor solución que adoptar la medida de reconocer la presencia de un nuevo día supernumerario al final de uno de cada cuatro años: El sexto día epagómeno. Como agente verificador de esta hipótesis acudiremos a otro astrónomo y matemático natural de Alejandría. Nos referimos a Teón, o Theon, padre de Santa Hypatia (380-415 d. C.), que vivía en el siglo IV de nuestra era y que fue miembro del Museum de Alejandría, centro dedicado a la formación y a la investigación. Curiosamente, Teón se refiere en sus escritos a un gran ciclo egipcio cuyo término se produjo durante el quinto año de Augusto, señalando las fechas del 26 a. C. El cronógrafo árabe Al Biruni (973-1048 d. C.) documenta esta tradición, defendiendo una teoría idéntica a la que postulamos en el anterior párrafo:
’’Fue Augusto el que arrastró a las gentes de Alejandría a abandonar su sistema de recuento anual basado en la no intercalación de años bisiestos, para adoptar el sistema ideado por los Caldeos, método que todavía se emplea en el Egipto de nuestros tiempos. Hizo esto en el año sexto de su reinado; desde entonces, ellos toman ese año como época de nuestra era (…) Augusto quiso de los egipcios que intercalasen los años, para que siempre hubiese consonancia entre el tiempo de los griegos y de los de Alejandría. En este sentido, y sin embargo, sería necesario hilar más fino. Y es que en aquellos tiempos, en aquellos precisos cinco años, las gentes aguardaban el final de un Gran Periodo de Intercalación. Por esto mismo, Augusto esperó a que transcurriesen estos cinco años de su mandato y, entonces, ordenó a los egipcios intercalar un día entre los meses de cada cuarto año, de la misma manera que hacen los griegos. Inmediatamente, dejaron el uso de los nombres singulares de cada día porque, como dice la gente, aquellos que los usaban y sabían deberían haber inventado un nombre para el nuevo día intercalar” (Al-Biruni; 1879:33, 58). Algunas voces quieren, erróneamente, entrever en este “Gran Periodo de Intercalación” una referencia al ciclo sotíaco, entendiendo que la afirmación del cronógrafo girego Censorino al ubicar la conclusión de este periodo en el año 139 d. C. es un yerro más Egiptología 2.0 | 39
Estatua de Cleopatra VII. 51-30 a.C. Metropolitan Museum of Art, New York. | EgiptologĂa 2.0 40 | Metropolitan Museum of Art, New York.
de los numerosos gazapos que cometió en su De die Natali. No obstante, los ciclos cuya apocatástasis coinciden matemáticamente con el año 26 a. C. son únicamente el primer hipárquico y el cuarto calípico. La razón de esta confusión entre los ciclos sotíaco, calípico o hipárquico hay que buscarla en el propio Teón, quien al departir sobre el primero de ellos aseveró que su apocatástasis tuvo lugar durante el quinto año bajo la soberanía de Octavio Augusto, es decir, en el año 26 a. C.:
’’Dado que el año que nos han dado los griegos o los alejandrinos es de 365 ¼ días, y el de los egipcios es, como hemos dicho, de sólo 365 días, es evidente que en el transcurso de cuatro años el año egipcio adelanta al alejandrino en un día, y en el curso de 1460 años en 365 días, esto es, en un año egipcio. En ese momento, los alejandrinos y los egipcios señalan de nuevo el inicio de su año juntos, así como de los días y meses […]. Este apokatástasis sucede cada 1460 años desde un comienzo ocurrido en el 5º año del gobierno de Augusto, por lo que desde ese tiempo los egipcios han vuelto a ganar un cuarto de día cada año” (traducción tomada de José Lull; 2004:77). Según la costumbre de los egipcios, para que se produjese tal circunstancia, habría de resultar la coincidencia entre el día de año nuevo, celebrado en la primera jornada del primer mes de Axt, con el orto helíaco de Sirio. Sabemos, por el “Decreto de Canopo”, que tal efeméride astronómica cayó en el primer día del segundo mes de Smw, que se corresponde con el día número 271 del calendario civil. A falta de 94 días para completar el año y sabiendo que cada día tardaba a la sazón 4 años en acumularse, habría que esperar 376 años para llegar al final del correspondiente ciclo sotíaco. Dado que el “Decreto de Canopo” fue promulgado en el año 238 a. C., su apocatástasis tendría que ocurrir, a tenor de estos cálculos, hacia el año 138 d. C., lo cual armoniza a la perfección con los datos ofrecidos por el Censorino, donde el año 138 d. C. marca el final de un ciclo sotíaco, mientras que el 139 d. C. supone el inicio del inmediato posterior; muy lejos del año 26 a. C. en el que Teón sitúa el final de otro gran periodo de intercalación que, bajo la luz de estos datos, debe identificarse con alguno de los ciclos lunisolares arriba estudiados, bien sea el calípico de 76 años, bien el hipárquico de 304, de los cuales existe constancia de su utilización al menos entre los siglos V a. C. y III d. C., lo que se ofrece un abanico de más de 800 años; los 800 que transcurren entre el empleo extensivo del ciclo metónico y su legitimación en la cronología pública, en el año 433 a. C., y la obra De die Natali del cronógrafo Censorino, fechada en la segunda mitad del siglo III d. C., donde todavía se alude tanto al ciclo de Calipo como al de Hiparco (Patrick O’Mara; 2003:21).
Bibliografía
Sobre el autor
AL-BIRUNI (1879). ‘‘The Chronology of Ancient Nation’’. Oriental Translation Fund, 73. Londres.
Alfonso Daniel Fernández Pousada se licenció en periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, profesión que ha ejercido en Radio Voz y Cadena COPE, emisora, ésta última, a la que está vinculado desde 2005 y donde actualmente dirige un magazine dominical.
FERNÁNDEZ POUSADA, A. D. (2016). Dibujando Egipto sobre las Estrellas. Lulu Press. Carolina del Norte. JONES, A. (2000). “Calendrica I: A New Callipic Dates”. Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik, 129, pp. 141-58. Universidad de Colonia. Colonia. LULL, J. (2004). La Astronomía en el Antiguo Egipto. Universidad de Valencia. Valencia.
Su pasión por la egiptología le ha llevado a participar en diversos seminarios organizados por el Instituto de Estudios del Antiguo Egipto y a publicar un trabajo de investigación sobre los adelantos astronómicos de la civilización del Nilo.
O’MARA, P. F. (2003). “Censorinus, the Sothic Cycle, and Calendar Year One in Ancient Egypt: The Epistemological Problem”. Journal of New Eastern Studies, 62, pp. 17-26. Universidad de Chicago. Chicago. SÁNCHEZ RODRÍGUEZ, A. (2000). Astronomía y Matemáticas en el Antiguo Egipto. Aldebarán. Madrid. Egiptología 2.0 | 41