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a afición se mueve por el multiverso, de blog en blog, con la gloriosa visión de disfrutar del hobby. Algunos blogs han encontrado un hueco vacío en la defensa de sus lectores y quieren llenarlo con una nueva publicación llena de información confidencial y altamente peligrosa.
Solo aquellos elegidos, supervivientes de años y años en el multiverso friki, podrán encontrar en estas paginas que prosiguen la sabiduría de años pasados y ya casi olvidados por todos. Las mentes eruditas recuerdan cuando la publicación mensual de la galaxia dirigida por el gran Emperador Workshop era un libro de culto para todos. Cuando sus hojas llenaban de conocimiento nuestras débiles y vacías cabezas, todavía jóvenes en aquellos años dominados por ediciones pasadas. Algunos siguen leales al Emperador Workshop, pero muchos están en continua rebeldía porque piden volver al saber primordial. A aquellas publicaciones donde todo iba dirigido para cuidar a sus leales súbditos y lectores. La guerra ha comenzado, un enfrentamiento que nos envolverá en un trabajo arrasador para conseguir satisfacer las ansias de conocimiento de todos los que esperan conocer mucho más que hasta ahora les han ofrecido. Los blogs arden. Goblin Panzudo nace para llenar el hueco perdido hace milenios y ser la fuente del conocimiento supremo perdido. Fieles al Imperio, a la idea de adorar el juego, pero traidores a la idea de seguir al Falso Emperador. Dictamos nuestras leyes para un futuro más placentero para todos nuestros seguidores, cada vez más numerosos. Blog e Iniciativas unidas en esta cruzada que encabezamos por el bien de los seguidores del verdadero placer. Y cada vez seremos más unidos a la causa. La guerra solo acaba de comenzar y las batallas se irán desarrollando periódicamente. Sobre estas paginas marcadas de sangre de infieles, encontrareis todo lo que necesitáis. Dominaremos la Galaxia. Invadiremos la red. Ganaremos el saber supremo en bien de todos.
E D I t O R I A L
Bienvenidos lectores a nuestro GP4, un goblin panzudo que es nuestro primer especial (esperamos que de muchos). Estamos muy ilusionados en seguir mes a mes ofreciendo este proyecto de revista online que hacemos entre varios blogs e iniciativas. Y ver que lo seguís recibiendo y leyendo como lo hicisteis desde el principio. Este mes, en GP4, os ofrecemos un especial con relatos fantásticos y futuristas. Relatos muy variados, muy interesantes y que seguro os agradara pasar una grata lectura fantástica. Diversos autores han intervenido en este número y queremos agradecerles a todos este apoyo a la revista dándonos sus trabajos para poder compartirlos con vosotros. También gracias a nuestro equipo de diseño, haciéndonos estas portadas y contraportadas tan logradas. Nos encanta poder contar con este equipo que nos apoya y anima nuestros trabajos con sus dibujos originales y divertidos. Esperamos que se nos queden por el proyecto de Goblin Panzudo por mucho tiempo. Bueno, que lo disfrutéis y esperamos que comentéis que os ha perecido este Goblin Panzudo especial Navidad. Buena lectura y muy felices fiestas frikis. Alfonso Ortega
Á
NAVIDAD Hijo mío, no hay enano que no conozca esta historia, pues nuestras madres y padres por estas fechas siempre nos la cuentan, y ya es hora de que la conozcas. Es la historia de Barbanel. La historia cuenta que Barbanel es un enano barrigón y con una gran y larga barba blanca y espesa, que vive en las montañas del norte nadie, sabe dónde, nadie sabe si es ayudado por los dioses del caos, el enano lo ve todo y tiene una gran fábrica de juguetes donde creó a sus renos motorizados y su girocoptero especial que es tirado por ellos. Barbanel lo ve todo hijo mío, y trabaja todo el año para crear los deseos de jóvenes, elfos, humanos y enanos, pero con cuidado, pues vigila todo lo que hacen los pequeños, y si un niño es malo le trae carbón. Así que Grumiel, hijo, acuérdate de hacer tu lista de regalos, pues si te portas bien y cumples con las labores de la casa y la mina, Barbanel vendrá y te traerá tus deseos y regalos, sino carbón, pues el 24 de diciembre es un día especial para todos pues da comienzo a un periodo de paz y armonía que es la navidad. Recuerda hijo, se bueno y diviértete estas navidades, ya queda poco para que venga Barbanel. Jose Manuel Cuerda
Relato 40K
L
os proyectiles silbaban sobre su cabeza. Algunos impactaban en el rococemento cerca de él levantando esquirlas que en algunos casos le golpeaban la piel. Su respiración entrecortada apenas si se podía escuchar bajo el intenso fuego. Una vez más, tenía que comprobar la distancia al objetivo una vez más. Se dijo a sí mismo.
El dolor del hombro se extendía, y le costaba sostener la pistola mientras los dedos se le adormecían lentamente. La miró con aprensión, mientras seguía intentando tranquilizarse. Necesitaría estar tranquilo si quería lograr lo que se proponía. Tenía que lograrlo, sino estarían condenados el y el resto de reclutas.
Reuniendo todo el valor que aún quedaba en su maltrecho cuerpo, giró tan rápidamente como pudo y asomó su cabeza en el lateral opuesto al de la última vez. De nuevo una lluvia de disparos fue el recibimiento que le concedió el enemigo. Uno de los disparos impactó en su hombrera y atravesó el blindaje que le protegía la carne. Una punzada de dolor le recorrió el cuerpo entero. Entrecerró los ojos y se fijó en el objetivo. En su cabeza solo había un objetivo, calcular la distancia que le separaba del generador.
Los renegados habían caído sobre ellos mientras realizaban la primera revista de la mañana. Había sido una auténtica matanza. Sangre y gritos era todo lo que uno podría recordar de un momento como ese. No sabían cómo, pero habían logrado burlar todas las defensas e irrumpido en la fortaleza. Tras la zozobra inicial, y aún a pesar de las grandes bajas, la disciplina les permitió reorganizarse, al menos parcialmente. Y es que los mandos habían sido asesinados y solo algunos cabos de adiestramiento habían logrado salvar la vida.
Un segundo más, y otro proyectil habría desparramado el contenido de su cráneo sobre el suelo repleto de barro. En el último instante, volvió a guarecerse tras la protección que le confería aquel trozo del muro derrumbado. Contempló la granada que tenía en su mano izquierda y la pistola láser en su derecha. Las apretó con más fuerza como si eso le proporcionase algún tipo de paz interior. Realmente trataba de calmar los nervios y el temblor que tenía metido en el cuerpo. No era culpa de la fina llovizna que llevaba cayendo desde hacía varias horas y que le empapaba por completo. Era el miedo lo que le atenazaba cada músculo del cuerpo.
Y el suyo no era precisamente un ejemplo de liderazgo. Su obesa papada le colgaba lustrosa sobre el uniforme. Uniforme, que apenas si lograba abotonar y que en algunos puntos mostraba signos de estar a punto de rasgarse. Sus botas, siempre impolutas eran lo único que alguno de sus subordinados pudiese alabar. Su reputación entre los reclutas era nefasta siendo benévolos en calificativos. Demostraba un auténtico desprecio por todo ellos y les llevaba siempre al límite, aunque con total seguridad el no sería capaz de aguantar ni siquiera una décima parte de los ejercicios físicos que les exigía realizar a diario.
Tras haberse asomado esta última vez, pudo contemplar claramente que cualquier dirección que decidiese tomar estaba bajo alguna línea de tiro enemiga. Además, varios de los renegados habían avanzado por el campo de batalla aprovechando que el fuego imperial había decaído a consecuencia de las bajas. Pronto los tendría encima y su pistola láser serviría de poco. Su destino parecía sellado.
No obstante, el cabo de adiestramiento, pronto cayó ante los disparos del enemigo. Su voz chillona, quedó ensordecida por el rumor del combate y sus reclutas tampoco prestaron gran atención a su muerte. Así pues allí quedó sobre el suelo, con las tripas abiertas a consecuencia del disparo y una expresión de terror en el rostro, que a más de un recluta le gustaría recordar si eran capaces de salir con vida.
Dos horas más tarde, su regimiento había logrado establecer un punto de defensa y detener la sangría que el enemigo había causado en primera instancia. No obstante la situación era muy comprometida y apenas si quedaban soldados suficientes, el fuerte estaba a punto de caer. Un mensaje de auxilio había sido recibido por un destacamento próximo que decidió enviar las fuerzas aéreas disponibles en un intento por romper el cerco. El objetivo, que los guardias imperiales supervivientes pudiesen retroceder a una posición más segura. No obstante, el enemigo había logrado apoderarse de las defensas antiaereas de la fortaleza y la aproximación de las fuerzas de apoyo sería una carnicería más que no podían permitirse. El tiempo corría en su contra y no había otra alternativa, había que destruir el generador que mantenía a las defensas antiaereas funcionando. No hubo muchos voluntarios. Aunque tampoco había mucho donde elegir. Una granada cayó sobre su posición y la detonación segó la vida de gran parte de los que allí estaban. El y otros tres hombres salvaron la vida, saltando al otro lado del parapeto justo a tiempo de evitar la onda expansiva de la granada. Los oídos les zumbaban y se vieron zarandeados por la explosión. Aún así, sabían que no tenían tiempo que perder, ahora estaban al otro lado del parapeto expuestos a los disparos del enemigo. Salieron corriendo justo cuando una ráfaga de disparos caía sobre su posición ahora expuesta. Oyó los gritos de dolor de uno de sus compañeros cuando un disparo le hizo caer. Sabía que poco podía hacer por él, así que aceleró aún más en su carrera. Por suerte, lograron encontrar una zona de escombros donde guarecerse justo a tiempo de evitar que otra ráfaga de fuego acabase con ellos en un instante.
Separados del resto del grupo, bajo el intenso fuego enemigo y conscientes que la situación era desesperada, bastó una mirada para que los tres hombres entendieran cuál sería su forma de actuar. Sabían de la necesidad de destruir el generador, así que revisaron si disponían de granadas. Sólo tenían dos. Dos oportunidades de inutilizar el generador y todo ello en el peor de los escenarios, con fuego enemigo cayendo desde todas partes y sin más apoyo. No obstante, eran guardias imperiales, y se les entrenaba para eso. Jason era el que mejor puntería tenía de los tres, así que él se encargaría de intentar cubrirles en su avance. Necesitaban aproximarse porque a aquella distancia sería imposible alcanzar el objetivo con las granadas. Walles correría por el flanco derecho mientras que él lo haría por el izquierdo. Había bastantes vehículos calcinados y zonas de escombros que podrían garantizarles cierta cobertura, pero el fuego enemigo era muy intenso y además, parecía que empezaban a avanzar sus posiciones. Por tanto, no había tiempo que perder. Revisaron sus armas, comprobaron los seguros de las granadas y asintieron. Jason se levantó el primero y comenzó a disparar para que Walles y el salieran a continuación de la cobertura. Los silbidos de los disparos sonaban por todas partes y algunos parecían pasar demasiado cerca. Su mirada se centraba en el suelo, no quería tropezar y quedar allí en medio expuesto, agachó la cabeza y sólo se permitía levantarla ocasionalmente para buscar el siguiente punto de cobertura. Jason seguía lanzando ráfagas ocasionales, con la intención de ofrecerles una pequeña salvaguarda. Cuando escuchaban sus disparos Walles y él salían nuevamente de su cobertura y buscaban el siguiente punto. A cada avance les respondían cientos de proyectiles, que hasta ahora habían pasado siempre cerca, pero no habían logrado alcanzar su objetivo.
Hasta que uno impactó en la rodilla derecha de Walles, este cayó al suelo al tiempo que otros disparos acabaron con su vida aprovechando que no se podía mover. No había tiempo para lamentos, ya lloraría la pérdida de Walles en otro momento. Esperó de nuevo a escuchar los disparos de Jason y salió corriendo una vez más. El avance era exasperadamente lento. Jason apenas podía ofrecer gran cobertura ante un enemigo tan numeroso y sus ráfagas eran cada vez más cortas, síntoma de que la munición estaba escaseando cada vez más. Apenas veinte metros más de avance y Jason también había caído. Ahora estaba solo, granada en una mano y pistola láser en otra. El sudor le cubría por completo y los nervios amenazaban con atenazarle cada músculo de su cuerpo. Eso había sido lo que había sucedido en los escasos minutos previos, que no obstante parecían haber sido horas. Intentó respirar más calmadamente e hizo un repaso mental de lo que había observado justo antes de tener que volver a cubrirse por el fuego enemigo. No debía haber más que unos veinte metros desde donde se encontraba hasta el generador. El espacio que le separaba estaba cubierto de escombros. El fuego enemigo cubría cualquier línea de avance y algunos de los renegados se habían situado peligrosamente cerca. Era ahora o nunca...
De nuevo otra explosión. Y otra, otra más. Ruidos confusos que llegaban a sus oídos mientras la vida se le escapaba por las heridas. Gritos. El cuerpo se le helaba poco a poco. Casi no tenía fuerza ni para sus propios pensamientos. Esas explosiones de nuevo... y un zumbido, una vibración. Una oleada de calor en un punto no muy lejano a donde yacía inerte volvió a hacer que recuperase la consciencia. De nuevo más explosiones y otra vez ese zumbido y esa vibración... había fallado, las baterías láser antiaéreas estaban disparando. Esas explosiones a buen seguro serían las de las naves imperiales, todo estaba perdido allí... Apenas si guardaba un hilo de vida y de nuevo en su mente se fijó el rostor del cabo de adiestramiento. Su papada untuosa meciéndose obscenamente, mientras profería unas palabras que ahora podía recordar dolorosamente: “no lo olvidéis, no hay mejor héroe que el héroe vivo, y de momento yo estoy vivo, así que mover vuestros sucios culos y empezar el ejercicio de nuevo”. Ironías de la vida, con ese recuerdo y con la sensación de que el, Walles y Jason serían tres más de los millones de hombres que mueren anónimamente... Su nombre no sería recordado como el de un héroe. La pistola láser se escapó finalmente de sus dedos, mientras expiraba por última vez.
No llegó a ver donde caía la granada. Un disparo le atravesó el abdomen. Luego otro le impactó en el muslo izquierdo. A pesar del dolor, reunió toda fuerza que aún había en su cuerpo y girando la muñeca sobre su cabeza arrojó la granada hacia el generador. Justo antes de recibir otro disparo en la pierna y caer definitivamente al suelo... todo se volvió negro... más disparos, esta vez cerca. Ruido de motores a lo lejos. El sonido del enemigo avanzando y pasando junto a él. Y entonces la explosión.
...
Igarol
Kiran Dedos Rรกpidos: Granuja de Mundo Salvaje
M
e llamo Kiran Dedos rápidos…
Nací hace dos décadas en el Mundo Salvaje XV285, clasificado por el Imperio como un mundo semidesértico. En él, sólo los más fuertes aprendieron a sobrevivir al calor y las altas temperaturas que provoca el sistema triple estelar sobre el que orbitamos. Mi madre murió cuando nací, y mi padre, que siempre me ha culpado por ello, me vendió al líder de una de las tribus de saqueadores que vivían a las afueras de Hypos, la ciudad colmena más grande, a cambio de inmunidad… pero le sirvió de poco, ya que dicho líder, Hogan, le mató en cuanto mi padre recogió del suelo la bolsa de créditos con la que le habían pagado… Desde entonces, fui acogido, con apenas dos años, en la tribu Naankarii, quienes me criaron como uno más de los suyos. Allí fue donde comencé a formarme en la escuela de la supervivencia, pues en aquellos desiertos, o luchabas o morías… Cuando cumplí los 12 años pasé las pruebas finales de aceptación en la tribu, que consistían en permanecer una estación entera, en tiempo local, en el desierto, sin más provisión que un triste cuchillo de caza. Fue una prueba muy dura, intensa, en donde tuve que moverme muy rápido entre las arenas, esquivando a los predadores más grandes, e incluso teniendo que alimentarme de las sobras que ellos dejaban al irse, y beberme sus excrementos para no caer en la deshidratación. Fue en dichas pruebas cuando conseguí las pieles que aquí veis, extraídas de las gruesas tripas del Skaar, una lombriz del desierto, y algunas cicatrices a lo largo del cuerpo… pero logré salir de allí vivo y más fuerte que nunca, con los sentidos agudizados. Al volver, Hogan me recibió con halagos, y me puso bajo la tutela de una de sus bandas de pillaje, en la que me gané mi sobrenombre. Tras la experiencia desértica había vuelto famélico, y unido a unos andrajos que me fabriqué, me disfrazaba de pobre en las calles de Hypos, lo cual me servía para mezclarme entre el populacho, opulento, y robarles sus créditos y joyas cuando menos lo esperaban, comenzando así mi amplia co-
lección personal de baratijas. Dado que en la ciudad había fuerte presencia de la Guardia Imperial, me costó un par de balazos aprender que debía ser más y más rápido, y pronto conseguí ser un maestro en el arte del robo. Pero ay amigos, ésta historia tiene un final incierto, ya que iluso de mí, comencé a fijarme en objetivos cada vez más valiosos… y esa fue mi perdición. Ya que un día, tomando una buena jarra de jugos de Wurl en la tasca de Karl, nuestra tapadera legal ante el Imperio, llegó al local la persona que sería mi mayor azote desde entonces. Yo no lo sabía, pero bajo la mugrienta gabardina y el sombrero que le tapaban al entrar en la tasca, se ocultaba un acólito de la Inquisidora Galene Euthymia, una de las más famosas del sector, y conocida por su poca tolerancia a los babosos que intentaban entablar algún tipo de relación corpórea con ella. Nunca intentéis robar a un Inquisidor, y menos a una Inquisidora, ni a nadie de su séquito! Cuando quise echar mano a sus pertenencias, el acólito se giró, y me tiró con fuerza al suelo, deteniéndome. Podría relataros cómo sentí miedo por primera vez en mi corta vida, en su presencia, y cómo sus ojos, llenos de ira y fuego, golpeaban mi mente como un terrible martillo mientras me interrogaba. Pero he aquí que sobreviví, y que ahora pertenezco a la colección de juguetes privados de la Inquisidora, dispuestos a jugar sus guerras en el mundo que sea necesario… a cambio de mi vida. Eso sí, espero conocerla algún día!
Taberna de Laurana.
“Escuchad, hijos míos, y prestad atención a mis palabras. Esta es la triste historia de cómo el orgullo y la codicia condujeron a una nación a la guerra y provocaron la muerte de muchos inocentes”
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urante el reinado del ilustre rey Fénix Caledor II, la paz reinó en el mundo y el pueblo de Ulthuan dio la bienvenida a los Enanos. Nuestros ancestros eran los maestros del mundo y no intentaron esclavizar a otros pueblos, sino instruirlos con nuestros conocimientos. Recuerdo bien que los Enanos aceptaron nuestra amistad. En las forjas de los tozudos habitantes de las montañas se construyeron armas exquisitas para nuestros ejércitos y que nuestros mejores magos podían convertir en potentes artefactos mágicos. A cambio, nosotros educamos a su pueblo, pues se trataban de gentes sencillas que aún seguían grabando sus textos en piedra. Les educamos en la magia, en las artes, en la literatura y en la poesía; así fue una alianza bienvenida por todos. Pero los Enanos son una raza irascible y rencorosa. Son impetuosos y el lado fiero de su temperamento se impuso y les hizo enloquecer. Los Druchii, nuestros traicioneros primos oscuros, atacaron una caravana enana. Tal y como corresponde a su temperamento diabólico, acabaron con todos los guerreros y doncellas y robaron a los Enanos todas las armas que transportaban. El Rey Enano Gotrek Rompeestrellas, cuya ignorancia era conocida incluso por los suyos, no supo distinguir la diferencia entre nuestra raza y la de Naggaroth. De temperamento irascible, envió a un emisario a Ulthuan que solicitó una indemnización ante un acto que no era propio de nuestra raza. Yo mismo me encontraba entre los Elfos que dimos la bienvenida a nuestra ciudad al enviado Enano; pero, debido a su falta de modales, su rudo comportamiento, su desagradable aspecto y su repugnante olor, no cumplió su cometido como emisario. Juró por su barba que no se iría hasta que se hiciese justicia y, desenfundando su hacha delante de nuestro Rey, exigió una compensación. Desde la Secesión, nadie había osado jamás blandir un arma preso de la furia en el interior del palacio del Rey Fénix. Aunque nuestro deber era matarle allí mismo, nos compadecimos de él y le condenamos por sus palabras: le afeitamos su barba salvaje y le expulsamos de Ulthuan.
No puede decirse que los hijos de Aenarion actuemos temerariamente, pues nuestra raza siempre ha tenido predilección por el arco y la flecha. Somos igual que un arco, ya que podemos doblegarnos ante los deseos de otros y vivir en armonía con los que no han sabido encontrar la sabiduría. Pero, igual que la flecha, si nos liberan, podemos golpear con rapidez y certeza y destruir a aquellos que osan interponerse en nuestro camino. Por tanto, cuando los ejércitos enanos marcharon contra nuestro pueblo con sus corazones ardiendo con un sentimiento erróneo de vengar su orgullo herido, el propio Caledor se puso al frente de la hueste de Ulthuan en un intento de evitar la guerra. Yo mismo, entre otros, escuchamos sus órdenes, en las que decía que ningún Enano sufriría daño a menos que atacase primero a un Elfo; pero los Enanos estaban cegados y rechazaron nuestra propuesta de paz. La sangre tiñó de rojo los campos, ¡e incluso tiñó las aguas de los ríos! Aun así, les demostramos nuestra piedad. Aunque los Enanos contra los que luché mostraban el brillo del odio en sus ojos, como había dado mi palabra a Caledor, no maté a ninguno que no buscase primero mi muerte. Para evitar más derramamientos de sangre, Caledor hizo llamar al Príncipe Snorri Mediamano y le conminó a que resolvieran la disputa antes de que se perdiesen más vidas innecesariamente. No obstante, el grosero e infame Príncipe era joven y colérico, así que atacó a Caledor. Este se defendió de los golpes mientras rogaba al Enano que entrase en razón hasta que, al final, el Príncipe no dejó otra salida al Rey que no fuese matarlo. Aquel día mi corazón se entristeció por la pena. Incapaz de derramar una gota más de sangre, nuestro ejército abandonó el campo con el honor intacto.
Pero el arrogante orgullo de los enanos hizo que Morgrim, primo del fallecido Mediamano, jurase vengar la muerte de su príncipe. La razón y la sensatez habían abandonado las mentes de los Enanos y se prepararon para la guerra. Durante dos días nos replegamos, pues preferíamos evitar cualquier acción hostil, pero la ira Enana no se aplacó. Llegó el momento en que nos cansamos de huir de una causa que no teníamos por qué defender; así que, con el corazón apenado, nos preparamos para la guerra. Los arqueros intentaron frenar el avance enano. Recuerdo que el cielo se oscureció debido a las nubes de flechas que caían delante de las líneas Enanas, pero los Enanos no se detuvieron. Siempre agresores, los enanos ballesteros fueron los primeros en verter sangre enemiga. Como respuesta, les atacamos y por cada enano que caía derramábamos una lágrima; pero, aun así, continuaban llegando más y nosotros seguíamos matándoles. El muro de guerreros Enanos chocó contra nuestra línea y el Señor Imladrik nos instó a no acabar con el enemigo y limitarnos a detener su ataque. Se dio cuenta demasiado tarde de que el ejército de Morgim estaba sediento de venganza. Su corazón era tan noble, que Imladrik bajó la espada y ofreció su propia vida a cambio de que los Enanos abandonasen la lucha. Morgrim, implacable, mató al indefenso Príncipe y nuestros guerreros se retiraron con la certeza de que los Enanos no tenían honor y de que toda esperanza de paz se había perdido. No satisfechos con el daño que habían causado a nuestra raza, una sed de sangre encolerizó todavía más los oscuros y codiciosos corazones de los Enanos. Habían coronado a Morgrim el asesino como si se tratase de un héroe y, al haber saboreado las recompensas del mal, ansiaba todavía más. Implacable, se lanzó sobre nuestras ciudades acabando con nuestros conciudadanos y arrasando nuestros campos. La hermosa ciudad de Athel Maraya, un lugar de serena belleza, fue destruida y las muestras de su arte ancestral fueron quemadas. Después, llegaron a Tor Alessi, donde ya se conocían los brutales ataques enanos; pero allí encontraron resistencia, pues el propio Caledor había ido a defender la ciudad. Durante cien días, las máquinas de guerra enanas trataron en vano de echar abajo los resistentes muros construidos por los Elfos. Cuando se dieron cuenta de que su tarea resultaba fútil, los enanos concentraron su atención en las hermosas torres de la ciudad y las destruyeron sin motivo, pues sabían que estas no poseían valor estratégico alguno.
Finalmente, Caledor permitió la entrada a la ciudad a los Enanos si prometían venir en paz. Gotrek Rompeestrellas, Gran Rey de los Enanos, accedió y se hizo acompañar por un séquito de sus sanguinarios guerreros para entrar en nuestra hermosa ciudad. Lamentamos el día en que confiamos en la raza enana, pues aquella misma noche asesinaron a nuestros centinelas y abrieron las puertas de la ciudad. Los Enanos irrumpieron en la ciudad y acabaron con nuestros guerreros mientras dormían. Asaltaron los palacios reales e intentaron acabar con la vida del Rey Fénix, pero Caledor se había despertado, alertado del peligro. La paciencia y los deseos de paz de Caledor eran tantos que no quiso luchar con Gotrek Rompeestrellas. Los ojos del Rey Enano brillaban con una furia encendida y el Rey Fénix, al observarlo, compendió que, si acababa con él desaparecería toda esperanza de reconciliación con este pueblo. El Rey Enano atacó a Caledor poseído por una furia enloquecida que nublaba su razón. Permanecí expectante observando el combate desde lejos. Caledor pudo dar un golpe fatal al Enano en muchas ocasiones, pero su ira estaba contenida por su resolución de encontrar la paz. No obstante, Gotrek lo había perdido todo excepto sus deseos de venganza, así que empuñó su martillo con ira, rompió la defensa de Caledor y acabó con el Rey Fénix. Además, como si no tuviera suficiente con este acto tan cruel, el Enano robó la corona al Rey Fénix y su codicia le hizo olvidar todo posible remordimiento tras sus terribles acciones. Regresó a Pico Eterno y allí, a salvo tras los muros de su fortaleza, sacó la recompensa robada con sus manos sucias y manchadas de sangre. Nuestros guerreros enfurecidos por la amarga herida abierta en sus corazones, se reunieron para intentar recuperar lo que una vez nos perteneció; pero el traicionero Rey BrujoMalekith, el oscuro gobernante de los Elfos Oscuros, había sellado un pacto con los Enanos e invadió Ulthuan antes de que pudiéramos recuperar lo que habíamos perdido. No somos una raza vengativa, pues conocemos demasiado bien el precio del odio. Ahora buscamos la recompensa, pues conocemos demasiado bien la locura del orgullo. Todo lo que nuestro pueblo desea es recuperar lo que por derecho nos pertenece y oír palabras de remordimiento de labios de aquellos que acabaron con las vidas de nuestras gentes. ¡Hijo mío, tarde o temprano llegará ese día y no tendrás que soportar esta carga como yo!”.
Biblioteca del Viejo Mundo
A
manece. Los últimos borrachos dejan la libertad de la noche para volver a la monotonía de sus vidas mientras las palomas comienzan a desplegar las alas calentándose bajo un tímido sol otoñal. Como cada mañana de domingo, Víctor Hooker se enfundó su traje amarillo y sus flamantes mocasines blancos. Tenía una entrevista con Julius Verniel, el dueño del teatro Gulliver, una de las principales salas de la ciudad. Una llamada telefónica de Julius y todo había quedado solucionadopara que se conociesen en persona. La cita sería en el teatro de Verniel, temprano, para que les diese tiempo de charlar sobre la obra antes del almuerzo. Mientras Víctor terminaba de peinarse el fino bigote que tímidamente sombreaba su labio superior, le pareció ver reflejada en el espejo a su tía Amelia cuando él todavía era un mocoso y ella, entre risas, le decía a su madre: “Este chico llegará lejos en el mundo del arte, no hay más que verlo bailar”. La tía Amelia era la hermana mayor de la madre de Víctor y había sido la bailarina principal del “Chiqui-dancing”, un club de bailes latinos que estuvo muy de moda en los años cuarenta en la calle 42 de Broadway. – Bueno – dijo en voz alta – de momento voy a llegar al teatro Gulliver – y sonrió mostrando una blanca y artificial dentadura ante el espejo. El hombre del tiempo había pronosticado una ligera tormenta. Hooker salió a la calle y se acercó andando hasta la estación de metro más cercana. Le extrañó no ver a nadie paseando a las ocho de la mañana, pero lo achacó al hecho de ser domingo y al pronóstico de mal tiempo que el meteorólogo había anunciado. Las lluvias en aquella zona del país solían ser bastante comunes en esa época del año. El tren llegó a la hora exacta. Las puertas del vagón se abrieron y subió orgulloso el escalón que separaba el vehículo del andén. Estaba vacío. Como era habitual desde hacía unos años, los graffiti y pintadas “adornaban” los asientos del transporte público, por lo que escudriño la mirada buscando un lugar medianamente en condiciones donde poder sentarse sin ensuciar su traje. Quería dar una buena impresión a Julius. Cuando alargó la mirada hasta el fondo del vagón, apreció la figura de un hombre que antes le había pasado desapercibida. Hubiese jurado que hacía unos segundos se encontraba solo. Estaba de espaldas a él y por lo que pudo apreciar le pareció que era un vagabundo, sentado en el extremo opuesto a la puerta de acceso por la que él había entrado.
Hooker se sentó tres filas de asientos por detrás del individuo. Hacía años que disfrutaba observando a la gente de clase social baja, dejando volar su imaginación y sumergiéndose en peleas nocturnas y trifulcas de bar inspiradas por aquellos seres sumergidos en un infierno sin haber pecado. La mayoría de sus conocidos disfrutaban los ratos de ocio sentados en un bar de la avenida principal, acompañados por una cerveza o un café mientrascharlaban con amistades y dejaban pasar el día pausadamente. Él era feliz sentándose en esa misma avenida, cuando el sol comenzaba a bostezar, observando a los vagabundos, a los borrachos y a las prostitutas luchar por subsistir, para más tarde poder plasmar en escritos todas las fantasías y dramas que podía leer en los ojos de los protagonistas de la noche, todos aquellos seres que ahora le recordaban a aquel pobre individuo… El vagabundo volvió su rostro hacia él despacio, mirándole con cara de aburrimiento. Si no hubiese sido por un leve brillo que tenía en las cuencas de los ojos, hubiese jurado que se trataba de un cuerpo vacío de vida, tal como había visto alguna vez en los funerales a los que, de vez en cuando y por desgracia, no tenía más remedio que acudir… le vino a la memoria el rostro de tía Amelia el día que la encontró muerta en uno de los aseos del Chiquidancing, con una aguja clavada en su blanco brazo. Fue la primera vez que vio una persona muerta, y también la primera vez que había salido una noche de juerga con sus amigos… aquella imagen de tía Amelia se le quedó registrada en lo más profundo de la mente y cuando alguna vez salía de fiesta con amigos o conocidos no podía levitar recordar el triste recuerdo del rostro de su tía. El vagón comenzó a avanzar al tiempo que ambos hombres cruzaban sus miradas. Los ojos del vagabundo comenzaron a moverse de forma rápida mirando al vacío, como si de repente hubiesen recobrado la vida que hacía un momento no tenían. Las pupilas del hombre terminaron depositándose sobre el hombro izquierdo de Hooker. Una pequeña mosca había detenido su vuelo sobre la chaqueta amarilla del escritor. Ante la mirara incrédula de Víctor, el extraño individuo abrió su boca dejando ver, al tiempo que se extendía, una lengua que creció rápidamente como si de una serpiente se tratase.
En cuestión de segundos el apéndice del vagabundo había alcanzado el hombro de Hooker, quedando la mosca pegada en la punta, envuelta en un amasijo de saliva de color verdoso. Al instante el insecto desapareció en la boca del extraño tan rápidamente como había hecho su aparición en escena. Un pequeño rastro de baba verdosa oscureció el amarillo de su americana. Hooker se encontraba todavía asustado e incrédulo ante la escena que acababa de ver. Miró hacia la puerta del vagón pero estaba cerrada. Pulsó el botón de emergencia, para intentar salir de allí lo más rápido posible, pero el botón de alarma no funcionó. Tras unos segundos que a Víctor le parecieron eternos, se armó de valor y se levantó acercándose al extraño que hacía un instante le había lamido literalmente la solapa de la chaqueta. El vagabundo, sin decir nada, se relamía de su asqueroso bocado, sin levantarse de su asiento. -¿Como ha hecho eso?- le preguntó Víctor entre sorprendido y asustado – ¿es usted un bicho raro, un extraterrestre o algo así? El rostro de Hooker estaba descompuesto solo de pensar en la escena tan desagradable que le acababa de ofrecer el extraño.-Se equivoca amigo – respondió el vagabundo sonriendo – soy un tipo normal… todo depende del lugar en que se viva… si usted supiera como come la gente en otros países no hablaría así. Hay países cuyos habitantes alargan sus brazos hasta un metro para alcanzar los frutos más altos de algunos árboles – una pata de mosca sobresalía entre sus labios. En ese instante resbaló una pequeña gota de baba verdosa por su barbilla. -Disculpe – respondió Víctor. Estaba a punto de vomitar pero se contuvo haciendo un gran esfuerzo – no me mal interprete…- ¿no insinuará que lo que he visto ocurre en otros sitios? El rostro del extraño volvió a relajarse, al tiempo que su tono de voz se calmaba. La voz artificial de una mujer anunció la inminente llegada a la plaza de Ramonet Stanley. Hooker continuó: -Usted se ha comido una mosca que yo tenía en el hombro como quien se come una gamba rebozada a la hora del aperitivo. – balbuceó Hooker.
-Mire – exclamó – yo no soy nadie para usted y usted no sería nadie para mí de no haber estado esa mosca sobre su chaqueta y yo hubiese podido desayunar mi ración de cucarachas alemanas esta mañana – una arcada con sabor amargo acudió a la bocade Hooker al escuchar las últimas palabras y esta vez sí creyó vomitar. Apartó la mirada y cerró los ojos con el único fin de que el extraño no advirtiese el asco, el miedo y el temor que seguramente reflejaban su rostro. -Usted ha visto lo que puedo hacer y eso le convierte en alguien peligroso para mí – añadió el extraño hombre. Hooker comenzó a notar un sudor frío por la parte baja de su espalda al tiempo que su estomago comenzaba a excretar jugos gástricos provocándole cierto malestar. El vagón continuó su camino sin detenerse en la estación. El hombre siguió hablando: – Así que puede elegir entre unirse a mi o, digámoslo de buena manera… desaparecer ahora mismo – el tono del vagabundo se tornó más serio, hasta el punto de que Hooker pensó que aquello era una broma pesada de alguna cadena de televisión y el hombre un actor que estaba llevando su papel hasta un punto demasiado lejos. Víctor sonrió ante la idea mientras giraba la cabeza en todas direcciones buscando la cámara oculta. Le vino a la mente la noticia que habían dado en televisión sobre la aparición en India de unos extraños individuos a los que denominaron “mutantes”. Aquella noticia en su momento le pareció una pesada broma de esas que hacen a veces las cadenas televisivas. Pensó entonces que se trataría de un chalado disfrazado que se creía un mutante deaquellos. La idea relajó su estomago por unos instantes. -Está bien – continuó el extraño – está usted pensando que se trata de una broma ¿verdad? A todos nos pasa la primera vez… -¿La primera vez? – repitió Hooker extrañado mientras palpaba debajo de un asiento lleno de pintadas ¿qué quiere decir con eso de la primera vez? - Siempre hay una primera vez para todo, incluso para los deseos – el hombre tragó por fin la mosca, acercó su mano derecha hacia los labios y extrajo entre los dedos una de las alas, tirándola al suelo – y cuando alguien nos conoce por primera vez siempre se le pasan por la cabeza las ideasmás absurdas… siempre hay una primera vez y si he de ser sincero, todos se lo toman a risa – exclamo sonriendo.
- No le entiendo – exclamó Hooker – no le conozco de nada y la verdad es que no tengo ni la menor idea de cómo ha hecho eso, aunque yo creo que es una broma de mal gusto – Víctor señaló con eldedo la solapa de su chaqueta – pero sé que tiene que haber algún truco por aquí… - y volvió a palpar con su mano izquierda por debajo de los asientos- no creo en esa noticia de los mutantes… -Tiene usted las manos muy largas amigo – exclamó el extraño observando los brazos de Víctor. En ese instante el vagón se detuvo y la voz encorsetada de la mujer anunció que habían llegado a la estación de San Martinet. El vagabundo se levantó rápidamente – nos volveremos a ver prontoseñor Hooker – exclamó – y tenga cuidado con esas manos porque las tiene demasiado largas – y salió por la puerta antes de que Víctor pudiese reaccionar. Varias personas entraron en el vagón impidiendo a Hooker observar la dirección que tomaba el hombre y para cuando quiso darse cuenta este había desaparecido sin dejar el menor rastro. Diez minutos más tarde el tren se detuvo en la estación de Perolat Place. Cuando Víctor ascendió a la superficie se había levantado una breve brisa otoñal. Unos pinchazos en el brazo izquierdo le hicieron sentirse incómodo, pero pronto pasaron y los achacó a los cambios de clima y a losataques reumáticos que había heredado de su madre. Tras cinco minutos más caminando llegó hasta la fachada del teatro Gulliver. Se trataba de un edificio pequeño, más de lo que él había creído - “unas cien butacas” - pensó, y se dispuso a abrir la puerta principal del edificio. Estaba cerrada. La pequeña ventanilla que hacía las veces de taquilla estaba tapada por una cortinilla, y a los lados de la entrada los carteles de la obra que se estaba representando esos días no indicaban el horario de apertura. Miró a ambos lados de la acera pero no vio a nadie, parecía que la humanidad se hubieseextinguido esa noche y tan solo él y el extraño individuo hubiesen subsistido. Buscó un timbre o un picaporte donde llamar, pero no encontró nada. Tras unos segundos en los que dudo que hacer, eligió caminar hacia la derecha buscando alguna otra entrada. En ese instante recordó que entró gente en el vagón de metro cuando el desconocido salió, pero que en su estación no se apeó nadie ni subió nadie... nadie. Al doblar la esquina de la calle encontró una pequeña puerta con un cartel que indicaba la entrada de actores. Se aproximó y esta vez sí se encontraba abierta. Un pasillo estrecho y con olor a humedad se abrió ante él.
Aquella mezcla de olores le recordó su pasado como actor sinéxito intentando representar los clásicos en pequeños locales de pueblos olvidados. Avanzó por aquel pasillo mohoso en silencio, y a los pocos metros se vio obligado a doblar hacia la derecha. Al fondo un hombre estaba de pie indicándole con la mano que avanzará…
****** Julius Verniel supo de la existencia de Víctor Hooker por un amigo de ambos. Una tarde Verniel y su amigo se citaron para comer y, tras charlar sobre varios temas la conversación derivó hacia elmundo del teatro y lo difícil que era conseguir una buena obra de vanguardia. El amigo le comentó a Julius que en una ciudad al norte vivía un conocido suyo del que decían que escribía muy bien, aunque nunca había leído ninguna obra suya. Verniel siempre andaba a la búsqueda de autores noveles, por lo que rápidamente se intereso por Hooker y tras varios intentos infructuosos consiguió contactar con él. Fue una conversación rápida, vía telefónica, pero todo quedó arreglado para que Víctor Hooker viajase hasta la ciudad para representar su primera obra. Ante Víctor apareció un hombre alto, grueso, de mediana edad, de cara pequeña y delgada, nariz afilada y ojos hundidos. Se podía percibir que años atrás, cuando fue más joven, debió tener un cuerpo bastante atlético que ahora había desaparecido bajo una capa de grasa. -¿Víctor Hooker?– preguntó el hombre ofreciéndole la mano – me llamo Julius Verniel y soy el dueño del teatro Gulliver… -Sí, soy yo – respondió- es un placer. -¿Qué le parece, a que es precioso? – Exclamó altivo Verniel - lo adquirió mi padre hace diez años y es la niña de mis ojos. Por aquí han pasado Jordi Martín , Pepe Cuevas y Fernando Abad entre otros menos conocidos, ¡ah!- exclamó- y aquí comenzó su carrera teatral el gran Víctor Castillo, el protagonista de la serie “Aquí se viene a reír” junto a Montserrat Dajan Donay… ¿supongo que la habrá visto alguna vez? -Sí, sí – acertó a contestar Hooker estrechando la mano de Julius – la verdad es que es un edificio muy bonito. No mentía, aunque a Hooker le hubiese dado igual el estado del teatro… estaba tan ilusionado con estrenar su obra que le hubiese contestado cualquier cosa a Verniel con tal de regalarle los oídos.
primera fila. -¿Porque la ha traído verdad? – añadió. -¿Cuántas butacas tiene su teatro señor Verniel? – preguntó Hooker. -Noventa y tres - señaló – en sus comienzos hace ochenta años tenía casi ciento cincuenta, pero mi padre lo reformó y amplió el escenario, y yo hace unos años también reemplace las butacas originales por otras más modernas y amplias, con lo cual tuve que reducir el número de asientos…mejor menos y cómodos que muchos e incómodos – añadió Verniel sonriendo –, además hay que adaptarse a los nuevos tiempos y la gente quiere apoyar sus traseros en sitios tan blandos como el sofá de su casa. Bueno – añadió – ahora vayamos al escenario y hablemos del estreno. Verniel giró hacia su izquierda dirigiéndose hacia una puerta de chapa que se encontraba cerrada. Víctor Hooker le siguió. -Tras esta puerta – añadió mientras introducía la llave – está el corazón del teatro Gulliver. Abrió la puerta con un giro. – señor Hooker, ¡bienvenido al corazón del gran “Teatro Gulliver”! Hooker quedó sorprendido. El aspecto exterior del edificio no permitía imaginar la belleza que escondía en su interior. El teatro era pequeño sí, pero muy coqueto. Diez filas de butacas rojas de última generación se desparramaban delante de un escenario enorme – “por lo menos tiene diez metros de largo por cinco de fondo” – pensó Víctor. -Veo que le gusta – exclamó Verniel al observar la cara de Hooker – noventa y tres butacas de una comodidad superior, sesenta metros cuadrados de escenario – Verniel le exponía orgulloso lasventajas de su teatro – y venga, venga conmigo – Verniel se dirigió hacia las filas de butacas y Víctor le siguió como un corderito – mire, entre las filas de butacas hay un espacio de medio metro para que la gente pueda caminar sin problemas, no como en esos teatros del centro en los que vas pisando a todo el mundo hasta alcanzar tu asiento. -Es perfecto para el estreno de mi obra – murmuró Hooker dejándose caer en uno de los asientos – no podría haber elegido un lugar mejor para iniciar mi carrera. -Celebro que esté así de eufórico señor Hooker – exclamó Verniel sonriendo – y ahora si es tan amable me voy a sentar en esta butaca y usted va a salir al escenario para leerme su obra – dijo mientras le indicaba a Víctor con la mano la dirección del escenario al tiempo que se sentaba en una de las butaca de la
-Sí, pero ¿quiere que le lea toda? – . -Hombre de dios – le dijo Julius sonriendo – toda no, el primer capítulo para que yo la escuche de la voz de su autor. -Ya perdonará señor Verniel, pero no estoy acostumbrado a esto… -No se disculpe señor Hooker, es algo de lo más habitual entre los grandes escritores de teatro recitar parte de su obra antes del estreno, incluso dicen que da buena suerte – añadió -. Víctor se levantó y avanzó despacio hacia los escalones que separaban la platea del escenario. Una vez arriba, sacó un puñado de folios doblados del bolsillo de su chaqueta y se dispuso a leer. -No señor Hooker – exclamó Julius sin darle tiempo a comenzar – colóquese un poco más en el centro, que yo le vea bien – señaló hacia un lado con el brazo. – Donde está ahora se le ve demasiado perdido en el escenario. Hooker avanzó tímidamente unos pasos hacia la izquierda. – Ahí, ahí señor Hooker, ahí está usted perfecto – dijo Verniel – cuando lo desee puede comenzar a leer. Un sudor frío le resbalaba por la espalda. Nunca antes había leído su obra delante de nadie y los nervios y el miedo escénico (aunque su único público fuera el dueño del teatro) estaban haciendo mella en él. Comenzó a leer.-Presentación, dos puntos, acto primero, dos puntos – Hooker carraspeó tímidamente – el protagonista de la obra sale a escena y dice con voz de ultratumba: “-Solo en las noches, las noches más espesas, mi cuerpo vive la magia del oxígeno que de día no puede respirar… me presento: soy un vampiro… ¡pero no un vampiro cualquiera no!, soy un vampiro de hospital…” – Hooker leía con voz gutural intentando crear una atmósfera de misterio. Julius Verniel levantó las cejas removiéndose en su butaca… -¿Ocurre algo señor Verniel? – preguntó Víctor al observar que este parecía sentirse incómodo. -No, no, prosiga por favor – respondió el dueño del teatro.
que se merendaba a uno de los vuestros… Hooker continuó leyendo: -“Me llaman Aznalarín y soy un vampiro muy joven,
de hecho solamente tengo 235 años y 6 días… vamos que todavía tengo los colmillos de leche y mi estomago soporta bastante bien una horchata, aunque no me de la fuerza y el vigor de la sangre de los guerreros. Os explico: aunque vosotroslo dudéis, los vampiros existimos desde hace muchísimo tiempo, aunque no descendemosde Rumania ni existe ningún conde llamado Drácula… Somos originarios de América y ya existíamos antes de que Colón llegase. “ Víctor Hooker carraspeó y tosió. Levantó la vista para ver la cara de Verniel mientras le escuchaba. Este tenía la mirada enfocada en el techo de su teatro. A Hooker no le pareció correcto y observándole se dio cuenta de que la cabeza inclinada hacia atrás no cuadraba sobre el cuerpo: una cabeza tan pequeña con un cuerpo tan robusto… resultaba cuando menos grotesco observar al dueño del teatro mientras escuchaba su lectura. A Hooker se le antojó como un gran insecto de cabeza menuda, una asquerosa chinche transmisora de enfermedades. Además, no le estaba prestando atención y aquello le disgustaba enormemente. Estaba dando todo lo que tenía dentro de sí para que una repugnante chinche pasase de él y se entretuviese mirando el techo… Verniel bajó la mirada. -¿Le pasa algo señor Hooker? – dijo al apreciar que Víctor había dejado de leer y lo miraba fijamente. -Disculpe señor Verniel, ya continúo-. Víctor bajó la mirada y continúo leyendo con voz gutural. No podía quitarse de la mente la idea de que Verniel parecía una chinche con mirada de imbécil.
“-Cuando vuestro descubridor llegó a nuestro continente, descubrimos que la sangre de los europeos estaba más rica y tenía más alimento que la de nuestros conciudadanos. Mi abuelo (los vampiros, como vosotros, nacemos, parimos y morimos, aunque vivimos muchos más años) partió en un barco junto a Colón y otros españoles. Antes de partir se cebó bien con algunos indígenas para pasar desapercibido durante el viaje y no pasar hambre. Cuando llegó a España (por cierto antes de que me lo preguntéis, mi abuelo se llamaba Falsamet) descubrió un mundo excitante para él: fiestas, guerras, broncas, ajusticiamientos, poder… sangre y más sangre de cuerpos blancos y pecaminosos, suaves y abiertos al placer que conseguían que mi abuelo se extasiada cada vez
-¿Qué estupidez es esta? – Exclamó Verniel levantándose de repente de la butaca - ¿No pensará representar una obra de teatro con un comienzo tan absurdo? -No-no-no creo que sea tan mala señor Verniel – tartamudeó Hooker – los vampiros siempre han sido un reclamo muy bueno en las historias de terror. Recuerde a Nosferatu… -Pamplinas, es usted un idiota. No se trata de vampiros o no, sino de su forma de hablar, esa voz tan ridícula intentando dar miedo y lo que da es risa, sus gestos e incluso la obra en sí misma – los ojos de Verniel estaban inyectados en sangre y no podían contener la rabia y el desprecio que le transmitía aquel hombrecillo diminuto vestido de color amarillo y que a la postre llevaba el cuello de la chaqueta manchado. – El público se reirá cuando descubra que el “terrorífico” protagonista es un chupasangres de hospital ¿no lo comprende? Hooker agacho la cabeza sin decir nada. La asquerosa chinche estaba soltando todo su veneno en el ambiente y Hooker no quería contagiarse. Mientras Verniel le improperaba gritos e insultos, volvió a observar que la cabeza de Verniel no estaba bien situada sobre aquel cuerpo, que los ojos de Verniel eran en realidad ojos compuestos que miraban en todas direcciones, como los ojos de las moscas, que si no hacía algo para evitarlo muy pronto, él, Víctor Hooker, acabaría contagiado de alguna enfermedad transmitida por aquella chinche con forma humana, y acabaría muriendo sin poder estrenar su obra… -Pero señor Verniel – balbuceó al fin – yo solo intento representar una obra entretenida… -¡Entretenida dice!, usted sí que es un entretenido – exclamo Verniel mirando con desprecio a Hooker. Su rostro estaba rojo de ira – y que le pasa en ese brazo que lo lleva escondido bajo la chaqueta, acaso también es parte de su forma de ver la vida o es que necesita colocarlo así para que le salga esa voz tan ridícula que pone cuando lee. Hooker se miró el brazo izquierdo. Inconscientemente lo había escondido debajo de la chaqueta. El dolor que sintiera un rato antes había pasado ya, pero notó un escalofrío que le recorrió desde la mano hasta el hombro pasando a la columna vertebral. Intentó cambiar de conversación. -Si no le gusta la obra siempre se puede cambiar algo… - exclamó.
-¿Cómo cambiar? – respondió Verniel – si faltan cuatro días para el estreno… esto me pasa por confiar en escritores de pacotilla y sinvergüenzas como usted – carraspeó y expulsó una flema enviándola al escenario, a medio metro de los pies de Hooker Más le vale a usted tener la obra terminada y en condiciones para el día del estreno porque de lo contrario le voy a denunciar por estafador… Al escuchar las últimas palabras los ojos de Hooker miraron fijamente a su interlocutor con una mirada que a Verniel le produjo desazón durante unas décimas de segundo. Hooker notaba como su corazón palpitaba a toda velocidad dentro de su cabeza a la vez que su cerebro no paraba de enviarle mensajes… “esa chinche asquerosa no puede seguir haciéndome tanto daño… “–pensaba obsesivamente. -Sí, y no me mire con esa cara –añadió Verniel-, es usted un inepto y me está empezando a hartar. No había nadie más en la sala. Verniel siempre había tenido aires de grandeza y procuraba que las obras que se representasen tuviesen al menos un mínimo de calidad, aunque fuesen pocos los espectadores que se dejaban caer en sus cómodas butacas cada noche. Por eso gustaba de citarse unos días antes a solas con aquellos autores que iban a estrenar y así escuchar parte de su obra. Hooker bajó la cabeza e introdujo su mano derecha bajo la chaqueta, acariciándose el brazo izquierdo. -¿No le irá a dar un infarto ahora verdad?- exclamó Verniel mientras avanzaba en dirección al escenario – ya lo que me faltaba, que me cerrasen el local con todos esos médicos y la policía dando vueltas por aquí. Hooker comenzó a desabrocharse los botones, uno por uno, mientras dirigía sus pasos hacia Verniel. El dueño del teatro comenzó a subir los escalones que separaban el patio de butacas del escenario, maldiciendo la hora en que se había dejado engañar por aquel mequetrefe, ajeno a lo que hacía Víctor. Cuando volvió a mirarle observó horrorizado como Hooker dejaba caer la chaqueta en el suelo quedando al descubierto lo que parecía una pata de insecto en lugar de su brazo izquierdo. Sin tiempo a reaccionar, Verniel retrocedió sobre sus pasos cayendo al foso. El deforme brazo izquierdo del escritor se abalanzó sobre su cuello apretándolo con las pinzas que tenía en el extremo, impidiendo que cayese. Hooker levantó el cuerpo del hombre como un monigote de trapo y comenzó a zarandearlo bruscamente.
En ese instante la cabeza cayó hacia atrás cercenada… los ojos de Hooker estaban en blanco, como si no fuese consciente de sus actos. La sangre salpicó la chaqueta que el escritor había dejado caer al suelo, al tiempo que el cuerpo sin vida caía como un saco de patatas sobre las butacas rojas de la primera fila. El deforme miembro de Hooker se dejó caer a la vez que se abrían las pinzas asesinas y el escritor se arrodillaba. La cabeza de Verniel tenía una mueca extraña. El cuerpo sin vida yacía sentado de mala manera en una butaca de la primera fila, como si se tratase de un bailarín agotado que se había dejado caer de cualquier forma sobre su asiento. Así pasó un tiempo indefinido. Hooker cayó inconsciente. Se levantó. No recordaba nada. Habían pasado escasamente cinco minutos desde que Verniel diese su último suspiro… Cuando Hooker vio el cuerpo sin cabeza en la butaca no pudo evitar una arcada, pero no vomitó. -¡Dios santo! – Murmuró - ¿Qué ha pasado?… “me duele la cabeza como si me la hubiesen golpeado” pensó. Hooker se palpó para comprobar si tenía alguna herida. Sus brazos, sus piernas, el abdomen… todo estaba bien y sin rastro de magulladuras. No sabía que hacía allí y menos aún que hacía un cuerpo sin cabeza sentado ante él… Se pellizcó en un brazo, tal como había visto hacer en el cine, para asegurarse de que no se trataba de una pesadilla. Se percató de que unas gotas rojas manchaban su camisa. Se asustó... -“Tal vez sea sangre y esté herido”- pensó. Poco a poco los recuerdos se le vinieron encima como una jarra de agua fría. Recordó primero al extraño del vagón de metro, su lengua atrapando una mosca y como se relamía mientras el insecto era despedazado dentro de su boca… recordó las palabras de aquel tipo:
“Puede elegir entre unirse a nosotros o desaparecer para siempre…”
Ya llega nuestra segunda edición del Concurso de Relatos Breves Fantasticos de FanHammer en 2014. Ya estamos esperando esos magníficos relatos de vuestra creación para cada una de las dos categorías que tenemos en el concurso. Os dejamos aquí las bases del concurso y esperamos muchos y magníficos relatos en el concurso. Poco a poco os iremos informando de las novedades, los premios y demás. Actividad dentro del Festival de Espadas 2.
Tendremos dos Categorias, es decir, dos premios. Categoria Fantasia/Medieval y Categoria Futurista. Los relatos tendran una extensión maxima de 10 paginas en letra Arial 10. Se podran enviar un relato por categoria por persona, antes del 14 de Febrero (incluido). Se mandara por correo electronico a: fanhammerct@gmail.com con un pseudonimo en el relato. Se apreciara en vuestros relatos, la originalidad, la buena expresión escrita y el rigor ortografico. Una vez recibidos, seran enviados a nuestros jurados que esperamos en un par de semanas nos daran el resultado, que sera publicado el 2 de Marzo en FanHammer y el el blog del Circulo de Terra dentro del Evento Festival de Espadas, donde queremos participar con este concurso.
2 Edición
E
n una forja privada, en lo profundo de los sectores industriales septentrionales del Mundo Forja Dreheim III,el Adeptus Superioris Abbeas Morkinsky, muy ilustre Heptarca y Guardián Misterios Mecánicos ,se afanaba en dar los últimos retoques a un trabajo del que se había encargado personalmente los últimos 55 ciclos terrestres. Si bien es cierto que la forma del Adeptus Superioris era humana en lo básico (Cabeza, tronco, dos extremidades inferiores y dos superiores) y las bendiciones de Omnissiah eran muchas, amplias y evidentes, aun retenía ciertos rasgos de su personalidad humana como un avaro retiene el dinero y que a veces se solapaban con su mente analítica y precisa. Morkinsky se sentía muy orgulloso de que se apreciaran sus talentos y era celoso de su posición, además de ser ambicioso. Cierto que era uno de los siete miembros del consejo gobernante, un puesto de gran prestigio y responsabilidad pero las presiones y los intentos de socavar su posición por parte de Adeptos de rango inferior que ambicionaban su puesto eran constantes y no se podía bajar la guardia. Además, el puesto de Heptarca Supremo quedaría vacante en breves cuando el Venerable Archi Magus Vidar diese el paso final para integrarse en la bendita máquina y abandonase las preocupaciones de los mortales, para estar en comunión permanente y eterna con el Omnissiah.Y todos los datos que manejaba, al menos él, indicaban que era el más adecuado para sucederle. Aunque eso no evitaría que la competencia fuese feroz. De ahí que este encargo personal, y secreto, fuera tan importante para él. Su patrocinador y mecenas era un alto cargo de la Inquisición y se había dirigido personalmente a él para hacerle una petición a la medida de sus talentos. Las áreas de trabajo del Adeptus Superioris eran muchas y variadas, pero destacaba en la fabricación de armas de fuego portátiles, sobre todo Bolters.Le había pedido un arma con unas características muy concretas, polivalente, resistente y fiable. El pago por sus servicios había sido por adelantado y muy generoso: Nuevos hornos conversores de plasma. Eran muy eficientes y habían ayudado a aumentar la producción de sus forjas en un 2. 3 en muy poco tiempo, permitiéndole ir un paso por delante de sus compañeros Heptarcas, cumpliendo más eficientemente sus deberes en el gran esquema del Opus Machina. Entre eso y el saber que contaría con el apoyo en secreto de la Inquisición para cuando fuese la elección, Morkinsky casi podía acariciar el trono del Heptarca Supremo.
Terminadas las ultimas libaciones y bendiciones sobre su obra, Morkinsky admiro las formas pulidas y suaves del arma que había creado, su hermosa letalidad y el poder divino de la Maquina que fluía en cada una de sus formas. Inconscientemente, su mente le llevo a pensar cuán sorprendentes eran los paralelismos entre los Bolters y sus usuarios principales, los Astartes. Los Bolters, en su forma básica, eran un tipo de armas de mecánicas aparentemente simples, robustos y letales poco dados a la sutileza. Era un arma diseñada para disparar proyectiles autopropulsados con un gran estruendo que donde impactaban y perforaban el objetivo estallaban dejando agujeros tan grandes que uno podía meter el puño holgadamente el hueco y sacarlo por el orificio posterior con total tranquilidad. Un arma que hacía algo más que daño físico. Causaba miedo y mostraba un poder crudo que solo podía provenir de la divinidad. Pero con los ajustes adecuados, y unos ciertos retoques, el arma podía valer para muchas más cosas. Podía ser un arma precisa de francotirador, disparar múltiples tipos de municiones, ser operativo en cualquier tipo de ambiente y condiciones, aumentar su alcance o candencia de fuego, combinarse con otras armas y complementarlas…Podía ser un arma sutil, transformada por el poder y la gracia del Dios Maquina que se manifestaba a través de individuos como él. Los Astartes eran igual que el Bolter. Formas simples, orgánicas, brutales y directas que sin embargo podían ser entrenadas, mejoradas y adaptadas a cualquier tipo de entorno o tipo de lucha. Muchos capítulos destacaban gracias a esto en múltiples formas de combatir a los enemigos de la Humanidad, incluidas en aquellas que requerían un íntimo contacto con las maquinas. Cuando era más joven, en el Anillo de Hierro de Marte, el mismo se había encargado de instruir a cientos de Astartes en los misterios Mecánicos y había llegado a apreciar de sobremanera su talento y devoción hacia el Opus Machina. Que un arma como aquella, creada por él, acabara en manos de los Astartes le producía un cúmulo de emociones extrañas y a la vez placenteras. El parpadeo de una runa en su visor retinal le sacó de sus ensoñaciones. El adepto Doniar, su subalterno de más confianza se comunicaba con él por un canal privado y seguro: Tenía una visita muy importante. El enviado de la Inquisición había llegado.
Ligeramente irritado por ser sacado de forma tan brusca de sus pensamientos y a la vez sorprendido por la sincronía de los acontecimientos, indicó a su subalterno que guiara a su huésped a las galerías de prácticas del sector PBE-12X (Las más apartadas del complejo y previamente desalojadas y revisadas para evitar miradas indiscretas).Él se reuniría con ellos en 5.19 minutos, tras lo cual cortó la comunicación sin casi dar tiempo a Doniar a contestar afirmativamente. Guardó el arma en un cofre especialmente preparado, con las municiones desarrolladas y forjadas por el mismo y llamó a un servidor, que se presentó sigilosamente con un cuerpo montado sobre unas orugas de bronce pulido. Tras una rápida y última comprobación, se dirigió hacia uno de los paneles laterales que formaban las paredes de la forja privada y con una orden en código binario, activó una puerta secreta, que desembocaba en un largo pasillo forrado de plomo y que en los planos de la Forja salía simplemente como un conducto secundario de eliminación de residuos. Le llevaría directamente a las galerías de prácticas. Ya dentro del pasillo cerró el panel y bloqueó el acceso a toda la forja privada con una serie de algoritmos de seguridad especiales que solo él podía abrir. La discreción en este tipo de asuntos siempre era necesaria y esta vez más que nunca. Habían transcurrido 5.19 minutos exactamente cuándo Morkinsky y su servidor entraron por uno de los laterales de la inmensa galería de pruebas. En el otro extremo le esperaban dos figuras. Una era la figura robusta y parcialmente mecanizada del Adepto Doniar mientras que la otra era una figura alta, esbelta y hasta donde se podía apreciar enteramente orgánica, al menos en su superficie, de un humano de sexo femenino. Morkinsky aprovechó el escaso tramo que le separaba de las dos figuras para hacer un rápido escaneo multiespectral de ambas, tanto de constantes vitales como de campos electromagnéticos y psíquicos que estuvieran activos. Nada fuera de lo común. Con unos últimos pasos, analizó la figura de su invitada. Tendría más de un metro noventa de altura, el rostro ovalado y pálido, de líneas duras, cubierto en su lado izquierdo de una serie de complicados dermatoglifos en colores azul eléctrico y verde brillante. Llevaba el pelo largo y muy liso, de color azabache brillante, recogido en una alta cola de caballo que le llegaba casi hasta media espalda. Sus ojos eran de un inusitado color verde brillante, naturales al parecer y que hacían juego con un ceñido mono de material sintético, muy parecido al que usan en ciertos planetas con entornos hostiles, y que le cubría por entero excepto la cabeza y el rostro.
Tenía el cuerpo de una luchadora curtida y su postura aparentemente relajada no ocultaba la precisión marcial de sus movimientos. Al acercarse él, la mujer hizo una profunda reverencia mientras hacía el símbolo del Aquila sobre el pecho. -Muy Ilustre Heptarca,mi nombre es Vera.Soy una de los acólitas de mi señor y he sido enviada por él para probar y recoger el encargo que os hizo-Dijo con una voz suave y ligeramente ronca, al tiempo que se incorporaba y bajaba una cremallera de la manga derecha de su mono, lo que dejaba al descubierto por entero la pálida carne de su mano. Morkinsky la tomó con su mano biónica izquierda, en lo que aparentemente parecía ser el tradicional y arcaico gesto de darse la mano como saludo. Sin embargo, en el momento que cerraba su mano sobre ella, una serie de mecadendritos finos como cabellos se introdujeron en la piel y la carne de la palma de la mano, hasta alcanzar un chip subcutáneo implantado en la muñeca de ella. Al mismo tiempo, recogían muestras orgánicas y escaneaban sus constantes vitales a todos los niveles. El rastreo y análisis minucioso duro un minuto y si la mujer sentía alguna incomodidad o molestia no la dejó traslucir ni en su rostro ni en sus signos vitales. Satisfecho de confirmar la identidad de su huésped y saber que todo lo que decía era cierto, Morkinsky retiró sus mecandendritos de la piel de ella con suavidad y soltó su mano. -Os estoy muy agradecida por vuestra amabilidad y hospitalidad. Os transmito los saludos y buenos deseos hacia vos de parte de mi señor y maestro.-Contesto Vera. Morkinsky asintió y con un leve cabeceo indicó a su subalterno que se retirase. Este, con una profunda reverencia, abandono el lugar por la puerta contraria a la que había entrado su señor con el servidor. Tras quedarse solos en la estancia, Morkinsky indico a su invitada que le compañase hasta una de las múltiples mesas y bancos metálicos que había colocados en la galería y una vez allí, tomo el cofre de manos del servidor, lo abrió y presentó su contenido. Vera pudo ver un exquisito Bolter labrado en titanio y adamantio, con adornos de metales nobles, de formas familiares y la vez innovadoras, reposando en el fondo de un cofre forrado de espumas ablativas de color bermejo. A su lado diferentes tipos de proyectiles y cargadores estaban colocados como soldados brillantes y letales esperando que les fuera pasada revista.
-Este es el Mk-e X10-Dijo Morkinsky- Está basado en el diseño del modelo Tigrus, pero con una serie de añadidos extras, miniaturizados e incorporados al diseño base, para que pueda usarse en todo tipo de escenarios de combate sin necesidad de añadirle accesorios nuevos o usar otro modelo. Admite todos los tipos de munición conocidos para Bolter y además he creado algunos tipos especiales, adaptando municiones de otras armas. Admite todo tipo de cargadores y sus mejoras incluyen miras multiespectrales integradas, suspensores extras de retroceso y una bayoneta retráctil, muy parecida al diseño de la Sarisa, además de un sistema especial para evitar los encasquillamientos muy parecido al usado en los Cañones de Asalto. -¿Puedo probarlo?-Pregunto Vera. Morkinsky asintió, satisfecho ante la leve excitación que la mujer hacía gala ante el arma que tenía delante. Dijo una serie de códigos binarios por el intercomunicador de su laringe, y la galería cobro vida, encendiéndose más lúmenes y saliendo un verdadero carrusel de servidores de prácticas y drones-diana de diferentes compartimentos y túneles situados tanto en las paredes como en el techo y suelos de la galería. Vera tomo el arma en sus manos, que parecía enorme en comparación a ella, con la seguridad de alguien habituado a las armas y siguiendo las indicaciones del Adepto fue probando todas las configuraciones del arma, todas las municiones y todos los tipos de cargador de forma secuencial. Daba igual que fuera en ráfagas cortas, tiros sueltos, contra blancos cercanos o lejanos, en movimiento o estáticos, a cubierto o en campo abierto, en grupo o diseminados,…el arma cumplía las tareas de forma impecable y los servidores de prácticas se desplomaban implacablemente destrozados con toda una serie de variados impactos y explosiones en sus cuerpos, mientras los drones-diana estallaban y esparcían sus restos de todas las formas posibles. Las pruebas duraron más de 20 minutos y no se dejó nada al azar, probándose todas las municiones, desde la normal hasta la munición química o buscadora, así como todos los modelos de cargadores. Una vez terminada, el veredicto por parte de Vera era claro y contundente: Era un arma más que sobresaliente, apta para ser manejada no solo por Astartes si no por humanos como ella misma, sin especiales modificaciones. Una obra de arte. Una hermosa y letal obra de arte
-Estoy satisfecha, Adepto, muy satisfecha. Y mi satisfacción es la de mi señor-Dijo Vera, mientras los últimos restos de cordita y propelentes eran dispersados y absorbidos por los sistemas de reciclado de aire. Morkinsky se permitió una nueva sonrisa ensayada, pero antes de que pudiera hablar, Vera lo hizo de nuevo: -Decidme, mi muy estimado adepto, ¿habéis oído hablar alguna vez de los Finn?-Morkinsky, pillado por sorpresa por la extraña falta de protocolo de Vera, que esta había estado exhibiendo hasta el momento de forma impecable y por la repentina pregunta, no supo muy bien que conquistar. Antes de poder hacerlo, Vera se le adelanto-Era un pueblo de Terra, al noreste de los Scandios, que se unieron activamente a la Gran Unificación al ser enemigos naturales de sus sanguinarios vecinos. Un pueblo duro y guerrero, pero con una gran y fascinante cultura. Muy cultos, sin duda. Hay un hermoso poema habla de cómo un padre le pide a un dios que le dé el talento de un artista para que su hijo se sienta lleno de orgullo hacia el.-Vera sonrío a Morkinsky mientras aun sostenía el arma en sus manos y continuo-Es un poema trágico, ¿sabéis? Ya que el reconocimiento de su hijo le llega tarde, pues fallece antes de que su hijo le pueda decir lo orgulloso de que se siente de su padre y su labor. El poema se llama Kuolema Tekee Taiteilijan. Significa “La muerte hace artistas”.En el momento que Vera termino de decir esas palabras, Morkinsky supo cuál era su terrible significado, pero antes de poder hacer nada, la mujer giró el arma y con tres proyectiles a quemarropa de una munición creada por el propio Morkinsky ,que combinaba munición silenciosa con munición de fragmentación Tormenta Metálica, en cabeza, pecho y bajo vientre segó su vida y salpicó de restos orgánicos, metal y lubricante industrial al servidor que había traído el arma y que fue mudo espectador de lo ocurrido. -Ahora sí sois un verdadero artista, MorkinskySusurró Vera ante los restos mortales del Adeptus Superioris. Con un gesto suave saco un minúsculo intercomunicador del cuello ceñido de su mono y llamó al Adepto Dorniar para que se deshiciera del cuerpo, tal y como se había planeado. Mientras se dirigía, tras tener antes una breve conversación con el recién autonombrado Adeptus Superioris, al discreto hangar donde esperaba su aún más discreta lanzadera con el arma y las municiones, dio una segunda orden subvocalizada en un extraño código binario.
En tres minutos y medio, los hornos conversores de plasma tendrían un inexplicable fallo en los sistemas de refrigeración, habría una fisión catastrófica y el mandato del Dorniar sería lamentablemente efímero al explotar la forja y provocar una serie de reacciones en cadena en las demás forjas conectadas a ella. El caos se adueñaría de Dreheim III durante varios días, paralizaría su producción para el Imperio varias semanas y borraría las pistas de su vista de paso. No había que dejar cabos sueltos. Una vez en órbita y alejándose a gran velocidad del planeta por la cara oscura del mismo, Vera volvió a abrir el cofre y contemplo el arma que sería la herramienta de los planes de su señor. Ya había un listado preliminar de 43 objetivos que incluían desde dirigentes xenos de todas las razas a importantes miembros del organigrama imperial. Las eliminaciones serian llevadas a cabo por operativos especialmente entrenados con réplicas del arma, que serían creadas por sus propios y fieles adeptos en bases secretas dispersas por el espacio imperial. La locura y la paranoia subirían unos cuantos puntos más en la ya de por si esquizofrénica y violenta galaxia.
Su señor estaría muy contento y su felicidad era la felicidad de Vera. Vera sonrío, y mientras la lanzadera se preparaba para un salto disforme al punto acordado y ella se ponía cómoda para el viaje en estasis, retiró despreocupadamente las mangas de su mono de combate, dejando ver la piel blanca y tersa de estos, y con ello un tatuaje sinuoso en la cara interior del brazo izquierdo. Tras lo cual, mandó un lacónico mensaje a su señor, que le esperaba en la profundidad del espacio, por un canal inviolable: “Misión cumplida. El instrumento esta en nuestro poder y es perfecto para la tarea que le espera .Cabos sueltos atados Realizando preparativos para el salto disforme fuera del pozo gravitacional del planeta. Tiempo estimado de llegada al punto de reunión 14 días 22 horas y 7 minutos. Ave Hydra.Hydra Dominatus”
Descanso del Escriba
Reencuentro
M35. Planeta Hagia. Despacho de Lord Kiodrus, jefe supremo del Segmentus Pacificus. Cerca de las dos de la madrugada, hora local.
L
lovía sobre la gran ciudad-colmena de Hagia Capitol, la actual capital de todo el Segmentus Pacificus. La lluvia repiquetea en el gran mirador del inconmensurable despacho de Kiodrus. Él se encuentra sentado en su cómodo y carísimo asiento de cuero de Zooter, disfrutando de un amasec de sesenta años destilado en las mejores destilerías de Terra y observa el vasto conglomerado de edificios y factorías gracias a una cristalera que le permite ver todos los altos edificios de la capital. Solamente la alta torre plateada del Monasterio de Santa Bottina se alzaba más alta que su despecho. La puerta se abrió sigilosamente y tras unos segundos se volvió a cerrar. La visita que esperaba acababa de hacer su aparición. Le fastidiaba tener esa reunión a esas elevadas horas de la madrugada pero era algo que él no podía elegir. Lord Kiodrus giro lentamente su sillón para encararse con su recién llegado. Entre las sombras del despacho, levemente iluminado por la luz de dos generadores lumínicos a baja potencia, la figura era imponente y parecía como si alrededor de ella la oscuridad fuera más intensa. Seguramente, pensó Kiodrus, estaría usando alguno de sus poderes psíquicos para ocultar su apariencia. Intento recordar el rostro de aquel visitante, ya que no era la primera vez que lo visitaba, pero en seguida se dio cuenta que no tenía ninguna imagen clara de su rostro en sus recuerdos. El Inquisidor Jacobus Midas había llegado a Hagia hacia un tiempo, según sus fuentes de información, pero hasta el momento no se habían reunido nunca, a pesar de las muchas invitaciones que Kiodrus le había ofrecido. Ahora había sido Midas quien había solicitado una reunión lo más reservada posible a esas altas horas de la madrugada. Lord Kiodrus había pensado en denegar la reunión, en venganza por sus numerosos rechazos, pero no quería irritar a unos de los Inquisidores más poderosos e implacables del Ordo Xenos. No era una persona para tenerla de enemigo. Así que acepto. El inquisidor se acerco un poco más y tras unos segundos de silencio, observando a Kiodrus sin mostrar ningún rasgo de su rostro, gracias a la oscuridad de la habitación, giro hacia el ventanal dándole la espalda.
“Gracias por haber aceptado mi petición para esta reunión. Se que son horas en las que usted suele dormir pero quiero que este asunto se conserve con la mayor prudencia posible. He venido a su planeta porque he recibido unos informes de una fuente anónima, pero que creemos bastante fiable por la detallada información que nos ha aportado y por el uso del código Azul Celeste que ha usado. En dicho informe no aparece muy bien su actuación como gobernador de este planeta y el resto del sector.” Termino suavemente como soltando las palabras con cierta musicalidad. “Hago todo lo que puedo por ser una luz en toda esta oscuridad, Señor”. Dijo Kiodrus. “Según el informe recibido, se han detectado piratas eldars en todos los núcleos de su sector, incluido aquí, en la capital. Incluso otras fuentes que hemos investigado, nos han revelado que usted mismo y algunos de los miembros de su consejo de gobierno también han realizado negocios con ellos.” siguió armónicamente diciendo el inquisidor sin cambiar en ningún momento el tono o la velocidad de las palabras. Todo en él, era tranquilidad. “Así que espero, primero su colaboración para finalizar rápidamente con estas prohibidas relaciones con los herejes eldar y segundo, toda la información que necesito para acabar con ella. Supongo que querrá colaborar, ¿No es así Lord Kiodrus?”. Una pequeña y maliciosa sonrisa apareció en el rostro del inquisidor, pero era tan leve que era imposible que Kiodrus la hubiera percibido. El comisario se giro y se encamino hacia la puerta con un paso lento y muy medido. Se acerco a la puerta, pulso el interruptor de abertura y antes de salir por la recién abierta esclusa comento: “Para mañana espero un detallado informe hecho por usted con toda la información que usted pueda proporcionarme. Espero que no intente ocultarme nada y mucho menos engañarme. Por su bien, lo espero. Gracias por la velada Lord Kiodrus. Ha sido muy gratificante hablar con usted. Mañana a la misma hora recibirá la visita de uno de mis ayudantes para recoger el informe. Ahora me marcho, quiero ver a un viejo amigo que hace mucho tiempo que no veo. ” termino diciendo. Y acto seguido salió por la puerta abierta y poco a poco desapareció el sonido de sus pasos. El gran jefe supremo del Segmentus Pacificus acababa de ser amenazado por la Orden Inquisitorial y eso, lo sabia Kiodrus, era muy peligroso, fuera cual fuera su alto cargo. Los Inquisidores estaban fuera de toda ley y actuaban sin impedimento alguno. Su vida, corría grave peligro si no revelaba todo lo que sabía. Cogió papel y su pluma de Nacar de Prioritanio y comenzó a escribir. A pesar de las altas horas de la madrugada que eran, no tenía nada de sueño. Y menos sabiendo que el gran Inquisidor Jacobus Midas estaba tras él.
M35. Planeta Hagia. Hangar 522 de la zona del sector industrial GEW-oreus Tres y cuarto de la madrugada, hora local. Una amplia zona de talleres de producción se encontraba al Este de la ciudad-capital. Solamente le superaba en tamaño la gigantesca factoría de Tanques Leman Russ que los seguidores de Marte tenían al sur. Aquella factoría de los adeptus mechanicus era en si sola una enorme mole que funcionaba y se gestionaba como una ciudad aparte. La zona este, en cambio, tenía varias factorías con diversas funciones, aunque todas juntas también componían una gran urbe de toneladas y toneladas de metales, miles de construcciones y donde trabajaban más de tres millones de obreros cualificados. La mayor parte de este entramado industrial pertenecía a la familia Oreus, la familia con mayor influencia de todo el Segmentus Pacificus. Poseía además de aquel entramado, muchos otros en otros planetas del Segmentus y una poderosa flota de transporte que era conocida por estar en ocasiones también al servicio del Imperio, bajo pago de una buena suma de dinero, por supuesto. La flota Oreus contaba según los últimos cálculos del Imperio con más de 300 navíos entre barcazas de transporte medias, gigantescos navíos de carga y naves de guerra como escolta de sus flotas. Una multitud de obreros, ciudadanos e incluso personal de la guardia imperial de permiso estaban reunidos en el hangar 522. Apartado de toda vigilancia, se estaba celebrando una clandestina cita de boxeo, muy típica en cualquier rincón del imperio. Aunque prohibidas por la ley, era muy habitual que se celebrasen y que los servicios de vigilancia hicieran un poco la vista gorda. Porque realmente era necesario que los cansados obreros y el resto de servidores del imperio tuvieran momentos de diversión. Con ello se pensaba, liberaban el estrés y redirigían su violencia acumulada allí en vez de hacerlo en algún bar o en plena ciudad. El ring, ahora vacio, estaba totalmente construido de manera provisional y precario. Pero era funcional. Dos jóvenes limpiaban el ring de la sangre y sudor del anterior combate. Un gigantesco obrero apodado “Oso Gris” acababa de destrozar al campeón de la factoría-forja de munición. Un breve reposo para que las apuestas fueran pagadas y comenzara una nueva ronda de apuestas con el siguiente combate: Gregor “Puño de Adamantium” contra Ibram Coeme, presentaba un tablón rudimentario escrito con pintura oscura, encima del cuadrilátero. Jacobus Midas estaba allí, entre la multitud, envuelto en su capa oscura y pasando totalmente desapercibido gracias a sus poderes de camuflaje psíquicos. Estaba allí, ocupaba su plaza entre el bullicioso y desenfrenado publico pero nadie detectaría su presencia de forma clara. Esperaba al siguiente combate.
Sus informadores le habían confirmado que su viejo amigo, el comisario Ibram Gaunt luchaba allí aquella noche con el nombre falso de Coeme. Todo el regimiento conocía de las frecuentes luchas del comisario en peleas clandestinas. Según sabia era la mayor y única afición del comisario-coronel Gaunt. A Midas no le extrañaba, porque sabía que Gaunt era un hombre para luchar y en tiempos de reposo y descanso necesitaba de aquellas luchas clandestinas para poder soltar toda la adrenalina que acumulaba en tiempos de paz. Era su válvula de escape. Pelear. Un hombre alto y mejor vestido que el resto de los allí presentes, subió al cuadrilátero después de que este estuviera limpio y comenzó a presentar la siguiente batalla utilizando un microelevador de voz. El inquisidor no había venido solo esta vez. Venir a un ambiente tan cargado de adrenalina y lleno de gente peligrosa solo hubiera sido una estupidez, aunque el solo pudiera, pensó para sí mismo, acabar con la mayoría de aquellos humanos. Pero si algo le había enseñado su experiencia, era a no subestimar a nadie ni a nada. Así que Hurtin, uno de sus ayudantes de campo más ferviente estaba a su lado. Era un experto y veterano combatiente, capaz de enfrentarse a los peores horrores xenos. Estaba al servicio del inquisidor desde hacía tres años y en ese tiempo había demostrado ser un admirable combatiente a las órdenes de Midas. Ahora vestía una levita marrón raída por el uso y los años y unos pantalones oscuros también bastantes desgastados. Una mochila colgaba sobre su espalda y por último, una gorra cubría su casi calva cabeza. “Señor, que hacemos aquí, si puede saberse” pregunto con un leve susurro Akel Hurtin, siguiendo con su mirada perdida en el público asistente. “He venido a disfrutar de una buena pelea y a buscar información como se suele decir, a los bajos fondos, mi querido Akel. Relájate y disfruta tú también del combate. Ya tendrás tiempo de estar preocupado y vigilante en otro momento” contesto el inquisidor tranquilamente.
Hurtin intento hacerlo, relajarse, pero estaba tan poco habituado a ello, que solo consiguió ponerse más nervioso. Decidió que seguiría expectante y en alerta como lo hacía en todo momento. Ni siquiera se relajaba al dormir, desde hacia un par de años. Las noches estaban llenas de sueños horribles y pesadillas llenas de seres que siempre querían robarle el alma y la vida. Solo conseguía descansar de vez en cuando usando psicofármacos adormilantes y otros tipos de drogas. El combate estaba a punto de empezar. Dos figuras estaban opuestas en ambos lados del cuadrilátero. A la derecha, una enorme figura, una mole de músculos y un enorme pectoral gritaba intentando intimidar a su contrario. De piel oscura y con un corte de pelo rapado, parecía un descendiente de ogrete por su aspecto bárbaro. En el lado opuesto, una delgada y alta figura, vestida con un mono azul de trabajo de las fuerzas imperiales, observaba fríamente a su contrincante y realizaba leves movimientos de calentamiento de sus piernas. Una leve sonrisa relajada se reflejaba en el rostro de aquel delgado contrincante. La confianza en sus habilidades de batalla le hacía estar relajado. Jacobus se fijo en la esquina destinada a Ibram y allí vio un rostro que también le era conocido. El sargento Mkoll de los fantasmas de Tanith estaba allí como asistente de combate del comisario. Era otro viejo conocido de Jacobus y como él sabía, uno de los mejores guerreros del ejército de los fantasmas. Supuso que entre el público, seguro, habrían más soldados de unidades tanith envueltos entre la masa de cuerpos sudorosos y apestosos. Pero no le interesaba buscar ahora a más miembros de las unidades tanith, porque el combate acababa de empezar y no quería perderse detalle de las habilidades de ambos cuerpo a cuerpo. Fuerza bruta contra velocidad y técnica.
M35. Planeta Hagia. Hangar 522 de la zona del sector industrial GEW-oreus Tres y treinta tres de la madrugada, hora local. El combate había finalizado. Tres minutos donde el inmenso guerrero había lanzado golpes al aire e Ibram Gaunt había esquivado cada golpe y asestado pequeños pero dolorosos golpes en zonas vitales del cuerpo. Finalmente una patada en la rodilla derecha había hecho vencer a Gaunt por K.O. técnico. Después todo fue una locura. Gritos de aquellos que habían perdido una apuesta segura a favor del adversario de Gaunt, empujones por aquellos malos perdedores que querían que le devolvieran el dinero, los pocos que habían apostado a favor de Gaunt intentando recibir la gran suma de dinero que aquel combate les había repostado. Y las fuerzas de seguridad contratadas por la organización tuvieron que intervenir para poner orden en las pequeñas reyertas y discusiones aquí y allá.
Jakobus se movió entre la multitud seguido de su ayudante. Se dirigieron a la zona más cercana al cuadrilátero donde se había producido el combate. Allí se encontró con que Gaunt, lejos de querer fama o algo parecido, había desaparecido hacia la parte de detrás del hangar, destinado a la organización y el servicio. Los bastidores estaban algo más tranquilos que actualmente la gran sala que acababan de abandonar. Solo se cruzaban con algunos hombres de la organización, como camareros, ayudantes técnicos y algún guardia de seguridad. El inquisidor era observado ahora por aquellos que se cruzaban en su camino, pero no podían sostener la mirada más de dos segundos frente a él. Jakobus Midas utilizaba de nuevo su agresividad psíquica para evitar miradas indiscretas o interrupciones innecesarias en su camino. En su mente, Midas había conectado con Mkoll, el ayudante de Gaunt. Sabía que estaba acompañando al comisario por los pasillos hacia el exterior del hangar. En su mente también sentía que un vehículo estaba esperándolos. No es que viera claramente las sensaciones pero si podía sentir las ideas y escuchar los pensamientos de Mkoll. Solía hacerlo a menudo, cuando necesitaba conocer información de algún ser o adelantarse a sus movimientos. Lo único que necesitaba era concentrarse en el ser y conocerlo un poco. Noto como estaba muy cerca de los dos perseguidos y que estaba a punto de llegar a ellos. También sintió que el aire fresco de la noche daba en el rostro del sargento Mkoll. Acababan de salir al exterior. Un camión de las tropas Firianas se encontraba allí parado a unos cincuenta metros de la puerta trasera del hangar. Las tropas Firianas, unas tropas novatas de infantería, no notarían su ausencia hasta pasada la noche, y para entonces, el camión estaría ya pintado y modificado para el bien de las tropas Tanith, que a partir de ese momento, disfrutarían de un nuevo transporte. Eso era supervivencia, solían decir los soldados tanith. Dos soldados tanith esperaban al lado del vehículo, envueltos en sus capas y en la oscuridad para pasar inadvertidos para el resto de personas. Hiwer y Mitias observaron cómo se acercaban sus superiores y saludaron al comisario. “Señor” dijeron al unisonó. “Bueno podemos volver a nuestro camastro caballeros, ha sido demasiado fácil, demasiado. Esperaba algo más de este combate.” Termino el sobrio comisario. Sabia que habían más fantasmas durante el combate, entre el publico. Solían acudir a todos sus combates y apostar por él. Eso les aportaba mucho dinero para luego poderlo gastar en alcohol, varas de Lho y otros placeres. Había reconocido a Frees, Larkin, Quentin, Budon, Gol Kolea y Tona Kriid. Nunca sabría como se enteraban sus soldados de aquellos combates. Siempre intentaba llevarlos en secreto, solo dándoselo a conocer a los que le acompañaban cada noche.
segundo plano. El inquisidor se quito la capucha que le ocultaba parte de la cara y dejo ver una pequeña cicatriz en el lado derecho de la cara, a la altura de la barbilla y un tatuaje tribal alrededor del ojo izquierdo de color azul. Gaunt miro sorprendido a aquel hombre. No podía ser. Pero recordaba perfectamente aquel tatuaje. Y mirando a los ojos del inquisidor, por un momento reconoció al muchacho que hacía diez años había sido su ayudante de cámara. “Milo” susurro el sorprendido comisario.
Pero siempre sus soldados estaban allí. Por casualidad o por otros motivos desconocidos. Hoy no había visto a Rawne, su segundo al mando, un habitual espectador también de sus peleas. Quizás, pensó, no lo había visto entre tanto público. Hiwer se subió a la cabina del camión para conducir el vehículo. Cuando el resto de tanith se dirigía para subirse también, oyeron el sonido de la puerta del hangar cerrarse. Oan Mkoll fue el primero en encararse hacia el sonido. Dos figuras se acercaban desde la puerta hacia ellos. La luz a su espalda producida por una tenue bombilla de Helio amarillo provocaba sombras en sus rostros. Mkoll no reconocía ningún uniforme de la Guardia imperial en ellos ni otro atisbo para poder identificarlos. El resto de tanith también se giró, incluido Gaunt. Todos observaron cómo se acercaban aquellas dos siluetas. Mitias apunto con su rifle laser a los extraños y dio un par de pasos hacia delante de forma amenazadora. “Quietos donde estáis”. Ordeno con voz clara el soldado. “Y ningún movimiento extraño u os achicharro ahora mismo” continuo añadiendo un leve movimiento del rifle laser. Las dos siluetas se detuvieron y permanecieron un tiempo sin hacer ni decir nada. Luego la figura más alta y grande dio unos pasos hacia delante, buscando una luz lateral que había en la callejuela. La luz le ilumino y todos los soldados tanith se quedaron asombrados. El signo de la Inquisición era claramente visible en la pernera izquierda de la armadura que portaba aquella figura. Ahora podían observarlo perfectamente. Y no había ninguna duda. Era un inquisidor del Ordo Xenos, con una armadura bronceada bajo sus vestimentas largas de tela granate que la ocultaban en su mayoría. Tenía unos 30 años y su pelo oscuro como el azabache era corto y bien cuidado. Sus ojos eran redondos y grandes y su mirada era fría y calculada. Su compañero, también corpulento pero algo más bajo y mucho más viejo, se quedo unos pasos detrás en un
Jacobus Midas sonrió al ver que Gaunt todavía lo recordaba. Era el único hombre al que seguía admirando todavía. Había ejercido de padre cuando abandonaron su planeta natal después de la fundación del regimiento. Durante unos años Gaunt le protegió y lo instruyo en las artes militares y estratégicas mientras había ejercido de su fiel y trabajador ayudante. Ahora el era un inquisidor del Ordo Xenos y el tiempo había pasado pero sabía que su amistad con aquel hombre seguía tan fiel como en aquellos tiempos. “Comisario Gaunt. Que sorpresa verdad. Supongo que la información sobre mi paradero y mis logros se han mantenido fuera de su alcance. Si soy Milo, pero ahora le pido que me llame Jacobus Midas. Es mi nombre rebautizado después de tomar juramento ante la corte inquisitorial.” Razono pausadamente Jacobus mientras se acercaba y estrechaba la mano al comisario. Mkoll se acerco también, incrédulo y seguía con un rostro que reflejaba total sorpresa. “Hey muchacho, eres tú de verdad. Sagrado trono del Emperador. Nuestro muchacho hecho todo un inquisidor. Es increíble. Permíteme, señor, que le dé un abrazo. “pidió el viejo tanith. Jacobus asintió con un leve movimiento de cabeza. Mkoll le propino un fuerte abrazo y fue como si un hijo hubiera vuelta a casa después de haber estado en una guerra fuera de casa durante años. Luego, después de unos segundos, se separo de él y sonriendo y con los ojos humedecidos, pregunto: “¿Y cómo has llegado a ser Inquisidor? ¿Cómo han sido estos diez años lejos del regimiento?” El inquisidor volvió la vista hacia Gaunt y respondió: “Os lo contare, pero es una larga historia que requerirá de toda la noche y de unas buenas botellas de sacra robada por los Fantasmas de Gaunt.”
CONTINUARA… Alfonso Ortega Martinez Fanhammer
La Iniciacion L
a noche se cernía sobre el bosque, los copos de nieve caían lentamente sobre los altos arboles, las nubes encapotaban el cielo y tapaban la luz de la luna. A lo lejos se veía la caravana orca que había hecho un alto para descansar, la luz de la hoguera se veía entre los árboles, Nu’ri veía a trabes de su casco y los sensores de su armadura de reconocimiento, las siluetas de los orcos y incandescentes alrededor de la hoguera y los camiones cargados de armamento y provisiones. Por su cabeza solo pasaba un pensamiento, le habían dado una orden, “marca al objetivo y espera a que el bombardeo tiburón solar destruya al objetivo y vuelve”, Nu’ri sabía que era una misión fácil.
Cuando estaba ya cerca el objetivo del alcance de su marcador telemétrico, se paro y observó, susurro unas palabras de refuerzo, caminó los pocos metros que le quedaban, apuntó al camión de la munición y esperó unos segundos. Un silbido partió el cielo y una fuerte explosión se dio en la caravana, muchos orcos salieron despedidos por los aires, algo grande cayó cerca de Nu’ri.
Cuando ya estaba en el cráter cuando lo vio claro, eso era un noble orco. Y el noble orco se levanto con su armadura de metal hecha añicos, y vio a la rastreadora arrodillada observando el cráter. Antes de que se pudiera dar cuenta la Nu’ri estaba esquivando el brazo metálico del noble orco, tras dos movimientos de agilidad Nu’ri cogió su carabina de inducción y la disparo contra el cuerpo del noble orco, proporcionándole unas heridas grabes en el cuello y pecho, lo que propicio que el Noble se callera al suelo herido de muerte. Nu’ri no lo pensó mucho – debo acabar con él- se acercó al noble orco y notaba la respiración le apunto con su arma y le disparó.
Nu’ri volvía al campamento, y por su cabeza solo pasaba, un pensamiento y era el reconocimiento que iba a tener, y que por fin sería una rastreadora, y algún día podría tener una armadura mimética. Cuando llego al campamento base, recibió los honores y felicitaciones por su trabajo bien hecho, contó la historia con el noble orco, y por fin se lo dijeron, ya era una rastreadora e iba a estar a as ordenes de la futura promesa como comandante, Shas’O Kir’qath.
Jose Manuel Cuerda Ya solo tenía que volver al campamento, pero tenía que asegurarse de que todo había ido bien, se acerco al lugar de la explosión y un gran cráter se había formado por la bomba de inducción, tras relajarse un segundo, pensó -debo de volver al campamento, por fin soy una rastreadora.Mientras caminaba a la vuelta vio una gran polvareda y humo donde había caído la bola de metal cerca de ella, decidió pasar a mirar, pues no le llevaría mucho tiempo.
Conocimiento y Deber
1.1 Prólogo: Transmisión desde Tartenis. Transmisión. Recepción: Fragata Puño de Ferrus. Nivel: Codificado. Ordo Hereticus. Origen: Tartenis II. El Emperador Protege. urante una visita del Ordo Hereticus a Tartenis, el Inquisidor Porzak ha descubierto una cripta que puede resultar de interés para el Capítulo de los Martillos de Wikia. En agradecimiento a su buen proceder en cooperaciones anteriores, Lord Porzak ha pedido que este mensaje les llegue lo más rápido posible aprovechando la ruta próxima de la Fragata de Combate Puño de Ferrus.
La pobredumbre del ambiente les fue útil a los Marines Espaciales para no llamar la atención. No es que fuera necesario, además de que el gobernador planetario y sus representantes locales estaban al corriente de sus operaciones, pero siempre era preferible no llamar la atención. - ¿No se pone la máscara, capitán? El capítulo preferiría que a nuestra vuelta no necesitásemos un apotecario. - Tonterías. - Gruñó el capitán de la Décima Compañía. Sin embargo hizo caso al Sargento Torin y se colocó la máscara de gas, realmente excesiva pero útil para la instrucción. Un simulacro para una situación realmente adversa, dado que los pulmones mejorados de un Astartes poco debían de temer de un ambiente viciado y contaminado como aquel.
Tartenis II estará esperándoles, la Administración local les facilitará los detalles cuando se persone cualquier representante de su Capítulo."
Hel Vaal aprovechó la sencilla misión para practicar con los nuevos reclutas, una escuadra dispersa entre los tres Land Speeders.
La placa de datos con el mensaje inscrito, transcrito respecto a lo dictado a través del astrópata, se deslizaron por la pulida mesa de metal hasta llegar a la mano del otro capitán. Seis Martillos de Wikia estaban reunidos para discutir el proceder. Dos capitanes y varios hombres de confianza, además del capitán de la nave con su lugarteniente.
- ¿Apotecario, me oye? - El ruido de los motores y la velocidad complicaban un tanto la comunicación, la única forma de hablar con los tripulantes de los otros Land Speeders era a través de la intercomunicación de la escuadra y ése era el método que estaba usando el capitán. Thanio respondió ipso facto.
- Capitán Bael. - Llamó el capitán Romerae con un suspiro quedo, adelantándose a la exposición de su colega. - Desvíenos de ruta para hacer escala en Tartenis II. La Décima Compañía deseará examinar esa cripta sin esperar llegar primero a Wikia. - Será provechoso y podremos hablar con Porzak. Los Inquisidores siempre saben... cosas interesantes. Asintió Hel Vaal contento. - Hermanos, no quiero implicar a más compañía que la Décima en esto. Nos servirá de instrucción. Y así empezó todo.
1.2 Prólogo: El Santuario de Tartenis II El escuadrón de Land Speeders mantuvo la formación eludiendo las grandes estructuras con eficacia. Las enormes y oscuras chimeneas se asemejaban a mastodónticos dedos que intentaban arañar el cielo, un cielo empobrecido por los residuos que ellas mismas continuamente expulsaban. En aquella ciudad colmena hacía siglos que no se veía con claridad el sol, y la luminosidad de los ruidosos motores de los Land Speeders sería lo más parecido a las estrellas que sus habitantes verían en el resto de sus vacías vidas.
- Sí capitán ¿Algo va mal? - No, ¿Por qué pregunta eso? - Nadie reclama un apotecario yendo todo bien. - Hoy no eres nuestro oficial médico. Ahora eres el encargado de las telecomunicaciones y te usaré como tal; contacta con la Puño de Ferrus e informa al Capitán Romerae de que estamos en posición y comenzamos el desembarco. - Hel Vaal se aferró el sombrero con fuerza cuando se removió y se expuso al viento para alcanzar con la mano el hombro del piloto e indicarle con un simple gesto descender. - ¡Recordad que ninguna escuadra actúa sola! La Puño de Ferrus supervisa nuestra operación y nos ofrecerá apoyo si lo necesitamos. Siempre habrá un hermano preparado paraayudaros cuando lo necesitéis. Thanio estaba confundido por el cambio de responsabilidad, pero no tardó en cumplir con su tarea aferrándose fuertemente a las sujeciones. El viaje no era cómodo. - Aquí la escuadra de exploradores Tertius informando a la fragata Puño de Ferrus. Capitán Romerae, estamos en posición y procedemos a cumplir con nuestro deber. Cambio.
- Confirmado. Suerte. Cambio y corto. - Respondió el Capitán Romerae lacónico desde la órbita. Desde el puente de mando la operación no era más que tres triángulos sobre un plano holográfico de la ciudad. Una runa señalaba el punto donde iban a aterrizar, hacia donde los triángulos se aproximaban rápidamente. La zona de aterrizaje era un barrio podrido y viejo de la Ciudad Colmena, prácticamente abandonado, donde ya sólo habitaban ratas y desechos humanos. Sus fachadas gastadas y semiderruidas eran un simple recordatorio de tiempos mejores. Allí no había nada que los Martillos de Wikia pudieran temer, pero seguía siendo un ejercicio: - ¡Vamos! ¡Abajo todo el mundo! ¡Calvex, encara el bólter pesado hacia la arcada! ¡Sargento asegure esto con una escuadra de combate! - Los tres Land Speeders tomaron tierra en los suburbios; de dos de ellos bajaron apresuradamente los diez miembros de la escuadra Tertius desplegándose en un empedrado irregular que predecía un regio edificio dedicado como santuario al Emperador, una antigüedad abandonada que había llamado la atención a los Martillos de Wikia gracias a lo leído en Wikia. - Quedaos cerca, Hermanos. - Pidió por último el capitán al piloto del Land Speeder antes de bajar. Hel Vaal echó un vistazo alrededor mientras Torin y cuatro exploradores se dispersaron para asegurarse de que no había nadie por las calles circundantes, mientras el resto aseguraba la entrada. La hora nocturna y el toque de queda prometían que no hubiera ningún curioso, aunque en aquel barrio no había una autoridad real desde hacía decenas de años. Una gran puerta de bronce, doble y cerrada, daba paso al santuario. El águila bicéfala del Imperio estaba grabada entre las dos hojas, y la fachada circunstante había estado decorada con exquisitas figuras y estatuas ahora perdidas o demasiado dañadas por la lluvia y el tiempo; cristaleras oscuras cubiertas de polvo, rotas en algunos puntos, culminaban el aspecto tétrico y vetusto del santuario. Está despejado capitán. - Informó uno de los exploradores tras el breve registro de esa plaza. Nuestro contacto debe estar dentro. Entremos de una vez. - Una vez reunida nuevamente la escuadra, Hel Vaal simplemente pidió a uno de los reclutas que empujase la puerta doble, y esta se abrió con facilidad dándoles paso a un interior húmedo, viciado y pobremente iluminado.
La Tertius se desplegó lentamente, bajo la claridad de las linternas instaladas en el pectoral, por una recepción cubierta de polvo que, tras una doble arcada, dio paso a la nave principal del santuario: Bancos carcomidos estaban distribuidos en torno a figuras religiosas del Emperador y algunos de sus Santos. Más vidrieras, cuadros y estatuas completaban la escena. Dos escaleras daban acceso a un segundo piso, y una raída alfombra conducía directamente al único punto de luz del lugar, el altar principal cubierto de velas encendidas… con una corpulenta figura arrodillada ante él, de espaldas a los recién llegados. - Quiero un barrido de Auspex. - Pidió Torin arrugando la nariz en gesto de desconfianza. Su capitán señaló a quien quiera que estuviera allí y con simples gestos, metódicos y entrenados, distribuyo a la escuadra por la amplia sala en dirección a ella. - No hay nadie más. - Confirmó el explorador responsable del radar portátil. - ¡IDENTIFIQUESE! - Bramó a continuación Torin sin levantar el bólter. No hubo respuesta y los exploradores continuaron acercándose despacio. Un destello metálico indicó el despliegue de la cuchilla relámpago que Hel Vaal llevaba en su mano derecha. - ¡Es una Sororita! - Exclamó primero Thanio cuando vio con claridad la servoarmadura con numerosos motivos de las Hermanas de Batalla. La Hermana siguió sin responder, estaba diciendo algo en susurros que se perdían en la distancia. Su pose y su tono incitaban a pensar en un rezo inalterable. Cuando llegaron a ella tampoco se inmutó, y aunque no parecía hostil el sargento no permitió que bajaran la guardia. - ¿Me oye? ¿Me ve? - Torin se inclinó sobre ella cogiéndola del hombro, reclamando su atención. Dos ojos vacíos y febriles se dirigieron hacia él, la Hermana de Batalla tenía el pelo alterado, el rostro demacrado y los labios morados. Dio la impresión de que realmente no le veía. No paró de repetir la misma palabra una y otra vez. Cuando la entendió, Torin palideció y buscó rápidamente con la mirada al Capitán de la Décima. - ¿Qué está diciendo? - Preguntó ceñudo Hel Vaal. - "Alpharius." - Respondió el nervioso sargento.
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