Trebolar

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Colecciones de Arte

Trebolar


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Javier Marticorena Álvarez Manuel F. Sanfuentes Vio Palito Wood Barros

Trebolar © 2013 Al Fragor Ediciones Colecciones de Arte, 1 144 p | 14,8 x 21 cm. | CDD 759.98

® Inscripción DDI 230.293 ISBN 978-956-9317-00-2 Maturana 308 Dp. 77 Santiago de Chile Agosto 2013.


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Dedicamos este libro a los amigos de Luis Beltrand, al Taller Santos Dumont y al arte de vivir en Chile.


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Presentación

Una didáctica tarde a oscuras en un lugar de memoria mal llevada, leyendo algunos versos imposibles de retener en el recuerdo, apenas estos lienzos recibiendo esa luz casi reticente para encenderse en el motivo recurrente del vacío, la muerte, el libro y la palabra; toda la extrema claridad de un día pleno de la existencia en una sola imagen. Una reunión sobrecargada por el ennui y la quietud del tiempo, demoraba todo el aparecimiento de las virtudes del aprendiz y sus ejercicios. La religiosidad aparente del motivo se reservaba una caridad del silencio, más bondadosa todavía que la procesión a la que asistíamos con un fervor aún entre nosotros contenido. La representación en el hecho pictórico, símbolo de lo apareciente, daba cuenta de una realidad atónita de sí misma y de una verosimilitud que sostenía a los objetos en una atmósfera reservada para ese íntimo momento y no otro, como si uno allí no estuviese. Como en una espera caduca de antemano, la pintura parece advertirnos de la epifanía de un universo que no sabían nuestros ojos acostumbrados a un re-trato con las cosas. La vía directa que la poesía esgrime ante los hechos parecía una distancia insalvable para un pintor de brocha y colofón. De manera que los motivos se iban configurando en el observador, y quien conduce su mirada, como un secreto particular y propio que se revelaba en la intimidad de la contemplación que ese instante tembloroso nos ofrecía; el paisaje tornábase un acertijo y en el descampado sucedía que la tarde reposaba a orillas de un mar en celo.


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Al tanto que reconoce los hitos de frontera, o propone otros para adentrarse en lo que no se ha visto, el camino de la dilucidación de la imagen representada no es otro que la concreta sensatez que el hecho revela a través de las formas con que se ex-pone. Conocido es que la pittura è una cosa mentale, y a la vez tangible como un objeto entre las manos; esta doble pertenencia, por tanto, sostiene al «encuadre» aún entre lo que se ve y no se ve, entre lo que se muestra y lo que se oculta. Habrá un día pues, que todo el arte transparente al unísono pensamiento y materia como una misma cosa. Los esfuerzos han sido enormes en la de-liberación del objeto de su servilismo representativo e ideológico, y en el despeje de la función que tenga que...; todo esto para hacer aparecer lo que ahí acontece, el «lugar de encuentro» de Courbet, donde surge la esperanza de un aquí. La abstracción, en todas sus épocas y variantes, ha jugado en esto un papel doblemente marcado; por un lado hace patente la disfunción del arte, y por otro abre el encuentro entre la memoria y la materia, dando paso a una multiplicidad representativa que roza el límite de su propia performatividad, y por lo tanto se desmaterializa... le sirve todo. Y esa visible convergencia de lo nuevo y lo antiguo nos permite cotejar el presente con todo aquello que ha contribuido a traerlo aquí para re-presentarlo.


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Aún faltarían las mudas vanitas eclesiásticas que puedan dibujar estas acciones como un tratado seminal del acontecer, del ser humano, su existencia y el vacío que le da profundidad a su quehacer. A los clásicos combate espiritual, batalla de los hombres, vida y obra, etc., suponemos una colección desembalada de un corazón refugiado en la persona de un tercero; los múltiples rostros de Andréi Rublev, coinciden en que el motivo de la pintura está siempre fuera del autor, a lo lejos, en el rostro ajeno de la iconografía. La pintura y las letras, como la realidad y el lenguaje, se descomponen en la mirada y en el texto; el cuerpo y la palabra transcriben al unísono la privación en que se han amado. Así, el pastoreo y el silbido que nos ha conducido hasta este lugar, viene de aquella voluntad deliberada de hacer visible el oculto de las obras que reposan a las sombras del arte. Vaya uno a saber si acaso la belleza que aparece de los hechos mismos pueda alcanzar estos laureles crecidos para marchitarse; y sin embago esta duda cartesiana no reniega la ruralidad en que han surgido estos florismos que más allá de una determinada maestría o principado, se nos presentan como frutos de una devoción apolínea a las bacantes, que vino a tener lugar a un lado del convento de los Recoletos, en Cerro Blanco, Santiago centro; en una esquina de colegiales y moda uniformada como en el paraíso dictatorial de los ochenta. Tal encuentro en nosotros fue un regalo, que recibimos, primero con silencio y reserva, y luego con muestras de una enorme gratitud.

Manuel Sanfuentes V. Santiago - Valparaíso, abril 2013.


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Trebolar


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La Paz a Deshoras

Ă“leo sobre tela Javier Marticorena Ă lvarez


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En el Taller

25 x 25 cm.


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Morir en Chile

56 x 56 cm.


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Jota Jota

56 x 74 cm.


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Summer Pillow

56 x 74 cm.


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Cocina

150 x 150 cm.


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Cama Roja

175 x 115 cm.


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Un hombre negro se cruza en el camino de un gato. ¿De qué color el gato? Listado blanco y café.


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Fractura I

200 x 200 cm.


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Fractura II

200 x 200 cm.


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Fractura III

200 x 200 cm.


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Pinacutecus

Es así que ha habido de ir el Pinacotecus por el camino, con paquidermo afán entre escurridizas visiones como ardillas abisales hospedadas no en las cosas, sino en el espacio entre ellas y no siempre, o al menos eso le ha parecido al Pinacotecus. Son docenas, pero lento y encandilado el Pinacotecus sólo las ve de vez en cuando, escapando siempre, divirtiéndose con él. Hasta que un día de clima sin pronóstico y pronóstico sin clima, una tropieza en su pie; aturdida retoma el brinco, pero el Pinacotecus la ha capturado y su destino es doloroso y fatal. Es entonces cuando el juego deja de serlo, es entonces que comienza el drama.


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Desnudo con Palomas

56 x 115 cm.


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El Bosque a tu Paso

56 x 115 cm.


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Embiriko’s Failure

156 x 115 cm.


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Ladrones

56 x 56 cm.


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A veces en el horizonte aparecen unas lĂ­neas pardas que parecen ser tierra, pero en la medida en que se acercan su color cambia. Y cuando ya debiera estar a punto de alcanzarlas su color no es otro que el de todo el ocĂŠano.


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Paisaje Nuevo I

40 x 60 cm.


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Marcha I, frag. 1

40 x 110 cm.


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Marcha I, frag. 2


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Marcha II


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Paisaje Nuevo XI

135 x 175 cm.


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Domingo

No comer en el auto. Limpiar la saliva a tiempo. Adoptar gatos. Reírse sólo de lo gracioso. Dar en el tímpano de la era.

28 x 38 cm.


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Tierno Dolo

71 Melopeas Fervorosas 18 Tintas chinas sobre papel. 27,5 x 21,6 cm. Manuel Florencio Sanfuentes Vio


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En el silencio previo, el instante no anticipando el portento, la vida cambiaba lateralmente; todo el parecido se perd铆a en el coraz贸n de cualquiera. La esperanza se refugiaba en mi soledad como un ajuste de realidades.

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Terminantemente apostaba mi recesión y recogía los ramilletes que habían sido esparcidos entre las piedras, volví tardíamente a no advertir otra vez esa diferencia. Miro atardecer ese vacío, una pausa concluyente que no conocía mi proclive lejanía.

El pasador enardecía el alero; el conjunto en el estribo con su nombre anticipaba el aguacero sobre el corcel de baya gruesa. De la mano y de la otra, se ve, la caricia sobrepasa la superficie y el cariz toma el cauce con que se desviste.

II

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La razón pasajera que promete la noche convertida en un enigma; la quebrazón del culto y lo verdadero premiaron a la levedad del alba; invitó el sueño a su lado y cubrió sus bajeles cuando fue puesto en su boca la dicha.

En el paraje las páginas revertían la idea en un pliegue del contratiempo, una cosa por otra; sin la proeza de un expectante o la licencia de un familiar amado; la pieza que todos visten.

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La inocencia del guante a mano, la sonrisa deslizando su hermosura ante el peligro ciego del dĂ­a y el regalo de una noche entera adormecida, desparramando el sueĂąo entre los saltos de un gobelino atroz.

En la velada el viento favorecĂ­a esperando en la luz un cumplimiento, o la ternura de un nombre con su mirada tentativa, palpando en lo visto un tramo de su gesto.

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La gentil panacea latente, una escuadra cautiva peligra a su lado; un tambiĂŠn eriazo ante la pausa; el empobrecimiento que pronuncia dislocado como mintiendo la proveniencia que el dĂ­a corrobora.

El cerco priva del magistral opaco, la copa embebida se traba en el indicativo; la ventana tararea el rubor de su presencia. Y pareciera el inconveniente un vago mĂĄs de la indolencia.

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El límite lejos, la prolija nota consecutiva dividía los afectos que nos permitían zozobrar el uno al otro; argentino, blanco... un tesón que ruina las tentativas.

Huye silencio aquel, duro revés del habla entera; no toca ese dicho la boca del cuerpo, es silencio la cumbre que el cielo promete. Miente como el día, reza el poema; la verdad conciente de su adveniemiento, mientes mías.

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Esa dádiva que al pecho golpea por dentro y quedan sin afueras los ojos mismos... pueden con nada los trigos solos? Cómo dicen todos, algunos y uno; la página aguardando lo inaparente.

Su blanca niega, las tercias aplacándose cuando huyen los límites enormes de un cuerpo nulo e ignoto; la forma de un nada encontrándose. A guisa, decí! Trábale de opacos las perentorias, después ausente, calmo en esta alocución sin.

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El ángel que de noche damas desvestido en el dibujo de su desconocido y su mensaje, el sueño en el que vivo permanece de su lado acallándose.

Mirando sus adentros con los míos, estallando el símil de una retirada crucial como un parlamento deliberando por nosotros. El tenor canto de los ojos cada día, efemérides de las piezas claves.

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La que suspende un tiro con un rezo en la memoria; un connatural acople cuando los dedos recogen la realidad afuera de uno, no sangre por sangre; la agonĂ­a del centauro en el contorno.

Pertenecen perdidas las imperdonables, un acantilado que bracea aclara la tarde y la luz cautiva reaparece sobre todo. Ten ahĂ­, al cielo van los fuera de la vida; en el suelo muere todo, nada tiene nadie que no cese... cĂłmo temen y se entregan las lealtades.

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Quieren ambas zozobrar en el umbral de un entreacto, de pie, infringiendo ese minuto ya vivido; el relieve de un juego unificado o el debut que una vez tuvo lugar.

Se me allega mĂĄs sin que sospeches, se me hace este silencio perentorio y lejos en gracia todo, la fiesta no retira mi abnegado dejar tus pasos inseparables. Luz que tarda y frio, la caligrafĂ­a estipula en este tranque quieto.

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Tocan en mis lágrimas tus párpados tendidos, de blanco quedan mi caída y el levante de la última transparencia distinta a la verdad. La tregua sincera, las marejadas a destiempo.

Cuatro líneas adentro de la perspectiva, el reposo que observa sin regla la posición en el cuadro familiar privilegiando su sonrisa. ¿Dónde está cuando no está? Dónde nos separa y nos reúne el temblor sereno de ambos?

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No conduce el otro el don que en uno le habla, la interrogante nos mantiene...? Seco, el paréntesis cierra el agregado; en el párrafo ciñe la historia del precedente y nada conduce al malhechor o a lo hecho.

Y en el tramo incólume, aguardaba como si la espera se hiciese presente desprovista del deseo y de la traba que no descansa entre los dos; no hay uno, no hay lo otro. La coartada no es amiga de la realidad.

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Para de noche, cosa de, las trágicas nos tenían acabados uno a otro. Notoriamente le timbraba la mano y la cortesía normal del golpe no vino a impresionar su cuerpo intransigente.

Con el viento cegó su esmero, e inmerso en el calado rehacía sus atributos. En blanco el pronombre siembra solo, yace a poco; me ladra el silencio.

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Desolaci贸n; el desvelo que se acopla, la fineza mal vestida que al error oculta; a su vez, el and茅n no demorado del tiempo insatisfecho, lo irreductible de la espera (distinto a la paciencia).

Danzas furtivas tiemblan en mis manos, en la espalda sollozaban sin observarse; hab铆a tras la ausencia una porci贸n de saludo sin serlo.

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Se precipitan sin cordura las posibilidades del nombre –el aserto–; si lo hay acaba inscrito, parafraseando, el orden adquiría una conciencia, en común, del corriente transitorio.

No había ya ciudades, la fiesta precedió al deterioro y parecía morir lo que vivía aparentemente. Y los cuerpos volvían del mar sin voluntad, y quietos, permanecían allí... pereciendo.

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Una noche su voz no tardó en acallarme. ¿Qué dista verdaderamente? Una sombría visibilidad que no concuerda con la mirada impide que sea cierto.

Acaso hay más que estas guardas vencidas, tibias... y muriendo ante mis ojos y un pavor que ya no besa la luz de un pliego marchitado.

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La prisa lastima el saludo; detrás, ni antiguo podía tender la mirada; sobre la mesa, escondida en la omisión, la crueldad del silencio intraspasable.

La verdad que cuela entre sus fauces me lacera como a un roble recortado en su fatalidad. El mosaico no hace más que palidecer sus contrastes y la figura no se presenta como una realidad acorde sino contraria.

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El fonema reabr铆a la causa y la arista nueva privilegiaba una rima disonante como si la tecla hubiese quebrado la ordenanza de un concierto funeral y catastr贸fico.

Ya no estaba ah铆 como al minuto sus tentativas. La vacilaci贸n y el arma encontraron su momento en la quietud de un combate que corrige su estrategia cuando la muerte se levanta con un hidalgo malherido.

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Al contrario, el momento sonríe sin dichas y las aclamaciones tumbaron de súbito al audible primogénito. Dudaba entonces, la generosidad congénita distrayendo el propósito.

Al fin, sus dedos extraviados en el argumento deshilan el finiquito cuando ya no pliegan su secreto ni el estupor que el combate confiere al brazo como defensa.

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Asiste fallando la cita, abriendo la trama conjunta que cierra su cláusula y defeca el esfuerzo en mitad de la cruel retención de un papel corrigiendo esa falta.

Qué quietud me lo impide; esa tarde que llora en mis ojos ha muerto; a secas, el paño recibe mi cuerpo enmarcando su fuero vaciado de mi.

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He muerto también ese día; en el vano reposa la suerte que lejos aguarda, la clave permuta inocencias por fieras. Muda, el encanto opera calzando el jalón con un término.

Otrora, mañana tampoco, el pliegue en el codo fue mío, temprano, velando su cuerpo dormido, observando en el sueño un minuto que cose conmigo.

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Y estaba enseguida el borde encendido a manos del tiempo; en el cruce que vacila, nada. Cantan las seĂąas favorecidas por el claustro matinal.

Apenas, las noches me culpan de las estrellas, a ciegas claudico desterrando cualquier profesiĂłn con su nombre, y sin mĂĄs la memoria me olvida... de paso me deja.

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Marchita imagen, niebla en el blanco, la rama a secas, el atardecer entre las piedras, la dormida donde luce el sueño y sus sombras.

Diligencias nunca, la rueda aparece todo lo posible. Cómo piensa esta moción telúrica, inefable y de verano. Una contradicción habitable, griega.

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Porque separa, las licias castas, esa indumentaria del ofrecimiento, las oraciones que rezaron abiertamente. El clero cong茅nito en que anocheci贸 ese momento.

El crepuscular trenzado sobre un semblante acabado en la omisi贸n de una letra muda que habla en el cierro permanente; la raz贸n imperfecta del crecimiento.

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Y en la huella, el paso que se sirve de aquella distancia, y dobla el regreso en una hora extraordinaria... un magnífico paralelo a la belleza cuando muere.

Devuelvo extrañas, síntoma que golpea con la sorpresa, las determinantes ignoradas, amar desconociendo, otro, sin que hable su memoria.

XLVIII

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Esa vía que descencierra, exila; la omisión silenciando a perpetuas la razón que al hecho mueve; cinco más o retenciones aspiracionales.

Una corazonada herida en la concordia, el mediodía lejos; la perfección del acto cotidiano y su exponente, suerte entre los otros. Jactas y lagrimales.

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La demora, incluso el eco de una huella desapareciendo con el viento a su favor; signo de lo intacto que habita en el instante humano.

Terminales, las manos invisibles tocando aparejadas, la esperanza mĂĄs lejos y el pretĂŠrito abandonĂĄndonos para amar de nuevo.

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Convalecientes interrumpidas; la verdad lucía entera y ya no hablaba la metáfora del bien. Estrechamente una filiación en el no aún de los hechos libres. Estas semanas se levantan con una postal de algún lugar allende, lejos de uno mismo, acabando en el poema la poesía que en mi cesa.

Me ha hurtado el entendimiento –la razón, una fachada reparada del edificio mismo. Los aceros matemáticos difieren contrariamente. El temple se enriquece de a golpes.

LIV

LV


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Tarda; huella de un tiempo y de otro, hermanas en la mirada. Un vocabulario de ilícitos accidentales y extrañamientos detallados.

Detrás del día, nunca todo y temprano tiene hora y finiquito; la voluta repetitiva y sin rostro, también fantasías del presente sin saberlo.

LVI

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La inc贸gnita de la sed; el momento cuando propicio, se ausenta. El terrenal en la deriva de una estrategia lac贸nica; amasijo del labio y el ofertorio, la piedad que mata.

Humanamente difer铆an mis principales. La terna que luce en sus pareders aguzaba la norma, exclu铆a la directriz del consentido.

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La minuta que anotan sus demostraciones y el callado retirarse de esta noche cerro arriba; el término escribe sus últimas páginas. Infinito quizás.

Se han sellado estos dedos encinta, en silencio; no levanta más un cuerpo sin vida, inerte. Cuántas veces herido muere esta mañana.

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Mi sombra tiembla a lejanĂ­as y el camino resuelve mi regreso, el hĂŠroe reside en el sacrificio; el lenguaje priva de su nombre... en el umbral del reino.

Este minuto que dice, rodea en el primer piso un balĂłn, el auto que lleva la guarda en el secreto; las tempranas que lindan en la memoria me dejan en el recordatorio.

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El último y lábil prodigar en el hilo la manga que reza como una estrofa en el confesionario; la voluntad inmediata que desliga mis manos de la materialidad de las suyas.

El modelo que coincide con su retiro, la habitación incompleta se duerme sola; una helada tarde en la ruina del muro; una historia muda en las paredes teme. En lo oscuro, el cabildo cede, recibe en las palabras la distancia con el juicio; fuerza del acto, cuerpo a cuerpo estalla; hambre de sí mismo, atentas sola... la hora perfecta.

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Hasta esta misma noche, nunca; la voz partida en la trilogía, el crucero que sangra en mi mano atravesada, vive aún... el vilo sin término; morada no.

Cuando la sombra se precipita sobre el alma nueva de una virtud inquebrantable; luz al límite de precipitaciones olvidadas sobre las manos secas de un sudor factible y placentero.

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Vanas letras, mi última distancia quiebra al frente; inmejorablemente el paradero pertinente y su destino. El viento que no vuelve, dos y más las gracias terminales sin palabra.

El paraje, la tarde sin lluvia, el cielo parecía contener al mismo ángel que hiere con las manos; pliego al descubierto sin retiro, más lejos todavía.

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Porque de historias y puntuaciones, los párrafos posteriores y apócrifos, secos en la sangre, las alas ciegan sus ojos; muere dios otra vez esta tarde.

Nuevo silencio del cielo, compañía de memoria, un lugar sin nombre donde amar siempre, de nuevo, etc.

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Quién Sabe de Paisaje

Óleo sobre couché. Palito Wood Barros


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62 x 46 cm.


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62 x 92 cm.


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49 x 71 cm.


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32 x 43 cm.


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71 x 91 cm.


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55 x 77 cm.


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77 x 110 cm.


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33 x 61 cm.


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62 x 92 cm.


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Fui

Fui, mirĂŠ el mar desde una gaviota girando, en el tĂŠrmino de su ala vi el sol como se puso de sur en mi mejilla y de aire en el norte de mi cara, vi tambiĂŠn el ruido gastado silbando y mugiendo en coro de azules.


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92 x 124 cm.


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92 x 124 cm.


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Lo Sucedido

Domingo 24 de enero del 2010

En cambio, pisó la cola del caballo que discretamente cabalgaba, en eso de escarmiento, subo el aliento mientras declaro los hechos; no creo en que se lo ha llevado todo, puede que aún respire. –El polvo lo seca y lustra su nuevo uniforme. Sólo una flor es la que da olor; amargura, no te ensañes con él tu hermano. Te dejo porque ya no llueve, ¡Puede que me enlode! Si un tímido aliento mueve tus hojas, seré yo quien te salude. Descuelga la campana de su sonar, la vela apenas se queja. –Y eso que aparezco en plenilunio. Décadas de grutas nos separan; hermosa ¿Por qué no tejes? La húmeda noche tiembla cuando lo haces, mis figuras se deponen y lavan tus heridas. Grietas giran y condenan las arpas y farolas, ese zumbido que me es conocido. Espero la espuma rocío marino y un milo galopando en el frío. –Son las 4 y me azotan las marías. ¡¡Debo cumplir!! ¿Estás ahí? ¡¡No me dejes!! Siento frío y creo que me pudro, suenan las sirenas varadas del espanto, el cielo ya se pone y estremezco las olas. Devenía con la frente manchada del olvido, me parece que te estoy perdiendo y llevando, tan solo escoge un árbol y desde la copa endureceré mi piel, la bruma me guiará hasta el desvelo, ahí volaras conmigo.


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46 x 62 cm.


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45 x 61 cm.


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32 x 43 cm.


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62 x 92 cm.


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62 x 92 cm.


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131 Quien sabe de Paisaje

18 de septiembre 2011 Alcoguáz – Valle del Elqui

Quien sabe de paisajes cuando cae la montaña sobre sus pies, se hace y sostiene la cama. Bajo de ella la tierra se mea, cubre de peñascos y pieles el deseo. El sol grava implacable su rocío, sin embargo la nube llega. Y se queda en un mar de luces y aves. Los hombres de abajo críanse como de animales. Cola de alacrán conviérteme en un valle de veneno y deja que cure tu fusil torcido!!! Espinos, higueras, piscos, destilados, secos; pircas retorcidas en sudor. Piel tostada de dientes calcios, abriga mi mente lánguida. Espinas clavadas como madrugada del campo, el silencio vuela del mar. Cruzas plazas y cubres explanadas. Es ella la espalda viva de mi mente, que suplica la suelte como lo hizo la muerte con su hijo el sol. Brillo y brillo en lo oscuro, se estrelló y volcó su vientre en todos los que giramos el paisaje.


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62 x 92 cm.


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21 x 29,6 cm.


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62 x 92 cm.


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141 Colofón

La presente edición de 500 ejemplares del Trebolar se terminó de imprimir en el mes de agosto de 2013 en los talleres de Imprenta Salesianos, calle General Gana, Santiago; asistió Helio Castillo el proceso productivo, la impresión y encuadernado del objeto. El libro recoge obras realizadas entre los años 2007 y 2012, que corresponden al período del Taller de calle Santos Dumont 482, en la comuna de Recoleta, Santiago; lugar de trabajo de los autores, antaño taller de costura, corte y confección –imagen en página siguiente. Se utilizaron los papeles Stora Enso Ahuesado de 80 g/m2 para el interior y en las cubiertas Cartulina Bristol Cream de 240 g/m2; se trabajó con las fuentes Caliche en su variante Bold para los titulares, diseñada por Luis Romanque el año pasado, y MinionPro de Robert Slimbach [1990] en su versión Regular e Itálica, para cuando hay escritos prolongados. El diseño estuvo a cargo de Flores Valdivieso, limachina, asistente de Al Fragor en artes gráficas, quien extremó las medidas de la composición para llegar al borde ajustado de la página, donde está lo que se llama el canto, que es como siempre resonaba ese susurro incontinente durante toda la ejecución del libro y el hilván de su lectura y recorrido. Alejandro Hidalgo Pinto digitalizó los originales en jornadas palaciegas con los autores, Antonio Silva Vildósola también veló por el buen compendio de las obras de arte; Mario Signorio apoyó el proyecto desinteresadamente desde sus primeras propuestas, y la Distribuidora de Papeles Industriales DIPISA nos ha vinculado con generosidad a la industria del papel. Agradecemos a todos ellos, a los amigos, familias y compinches que mantuvieron la esperanza en esta promesa que ya se puede hojear en vuestras manos.

Santiago / Valparaíso Agosto 2013.



Š Taller Santos Dumont




Mas nada ocurre, no, sólo este sueño desorbitado que se mira a sí mismo en plena marcha; presume, pues, su término inminente y adereza en el acto el plan de su fatiga, su justa vacación, su domingo de gracia allá en el campo, al fresco albor de las camisas flojas. ¡Qué trebolar mullido, qué parasol de niebla, se regala en el ánimo para gustar la miel de sus vigilias!

Muerte sin Fin José Gorostiza

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789569 317002


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