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Circunstancias histórico-sociales. Hacia la definición del barrio

CAPÍTULO 2

Circunstancias histórico-sociales. Hacia la definición del barrio

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Fig. 2.1: Avrial y Flores, J. M. (1840) “Plaza de la Paja” [óleo sobre lienzo]. Disponible en: http://www.memoriademadrid. es/buscador.php?accion=VerFicha&id=9745 [Consultado el 23-7-2022].

«VIVÍA EN LA CALLE DE TABERNILLAS (PUERTA DE MOROS),

QUE PARA LOS MADRILEÑOS DEL CENTRO ES DONDE CRISTO

DIO LAS TRES VOCES Y NO LE OYERON. ES AQUEL BARRIO

TAN APARTADO, QUE PARECE UN PUEBLO. COMUNÍCASE, DE

UNA PARTE CON SAN ANDRÉS, Y DE OTRA CON EL ROSARIO

Y LA V.O.T. EL VECINDARIO ES EN SU MAYORÍA PACÍFICO Y

MODESTAMENTE ACOMODADO; ASENTADORES, PLACEROS,

TRAJINEROS. EMPLEADOS NO SE ENCUENTRAN ALLÍ, POR

ESTAR AQUEL CASERÍO LEJOS DE TODA OFICINA. ES EL

ARRABAL ALEGRE Y BIEN ASOLEADO, Y CORRIÉNDOSE AL

PORTILLO DE GILIMÓN, SE VE LA VEGA DEL MANZANARES, Y LA

SIERRA, SAN ISIDRO Y LA CASA DE CAMPO».

GALDÓS, 1887.

Fig. 2.2: grabado de Pellicer (1877) “Madrid antiguo. Calle de los Mancebos y barrio de la Morería”. Disponible en: https://hemerotecadigital.bne. es/hd/es/viewer?id=a841684c-0033-4413-9500-51459cda3b1c

Fig. 2.2: Pellicer (1877) “Madrid antiguo. Calle de los Mancebos y barrio de la Morería” [Grabado]. Revista “La Ilustración española y americana” nº1 (8/1/1877). Disponible en: https://hemerotecadigital.bne.es/hd/es/ viewer?id=a841684c-0033-4413-9500-51459cda3b1c [Consultado el 9-7-2022].

CAPÍTULO 2.1.

El concepto de barrio. Problemas en su definición

Parte del problema de la pérdida de identidad e indefinición de La Latina viene de la imprecisión en la definición del concepto de “barrio”. Ello ha derivado en una delimitación muy ambigua y forzada que no se ha realizado a partir de su morfología o su historia, sino por motivos convencionales administrativos y, en los últimos tiempos, persiguiendo simplemente generar una delimitación cómoda con fines turísticos. Pero esta definición del barrio está totalmente desconectada con su realidad y del propio concepto de lo que es un barrio. Por ello, se comenzará realizando una pequeña investigación acerca de las diferentes definiciones y explicaciones de la noción de barrio.

La definición que recoge el sentido del término que es común a la mayoría de los hispanohablantes es la aportada por la RAE (2021), para la cual el barrio es «cada una de las partes en que se dividen los pueblos y ciudades o sus distritos». Partiendo de aquí, podemos ver cómo el barrio está muy ligado al concepto de delimitación administrativa, aunque a diferencia de la palabra “distrito”, el barrio tiene una connotación en la que existe cierta distinción de una comunidad social respecto a otra y de sentimiento de pertenencia de sus ciudadanos (Londoño García 2001).

Sin embargo, si atendemos a la etimología de la palabra, observaremos que el término barrio viene del árabe “barr”, afueras (de una ciudad) o “barri”, exterior. Por lo tanto, la palabra se usó primeramente para designar los núcleos poblacionales situados a las afueras de la ciudad, para posteriormente evolucionar al término “arrabal”, el cual hace referencia a las construcciones surgidas extramuros (Coromines 1980).

Actualmente la palabra barrio no tiene por qué designar a un lugar a las afueras de las poblaciones, y se utiliza para dividirlas administrativa o socialmente, sin depender de la relación de distancia del barrio con el núcleo central de la ciudad. Esta definición actual del concepto no se comenzó a dar hasta la llegada de los ayuntamientos democráticos (Tapia Barría 2013), pues durante los siglos XIX y XX la palabra “barrio” se usaba para designar a las agrupaciones obreras que solían situarse a las afueras de las ciudades junto a las industrias, lo que añadió un componente de comunidad y lucha obrera a la noción de barrio (Londoño García 2001).

Si precisamos más la definición de este concepto desde el mundo del urbanismo y la sociología, podemos extraer una explicación más compleja de un diccionario más especializado como el Diccionario de geografia urbana, urbanismo y ordenacion del territorio, del grupo ADUAR (Zoido et al. 2000), donde el barrio se define como:

«Parte del núcleo urbano relativamente homogénea, con limites más o menos imprecisos que constituye una unidad básica en la percepción de la vida urbana. Los barrios pueden estar habitados por grupos sociales con características afines y son un escalón intermedio entre la ciudad y el individuo. Los barrios reflejan fácilmente las características y modos de vida de sus pobladores y proporcionan a sus vecinos identidad y puntos de referencia dentro de la población. […] Constituyen lugares de vida, de actividades, de relaciones y de construcción de unas señas de identidad colectiva. Además, poseen un nombre que les confiere una presencia diferenciada en la ciudad. Unos barrios hunden sus raíces en antiguas unidades de carácter religioso, las collaciones o divisiones de la ciudad bajomedieval cristiana, subsistiendo el viejo templo o parroquia, sus tradiciones y su santo o patrón; otros se distinguen por su especialización funcional, por la edad de sus construcciones, por su plano, por su carácter étnico, social, gremial o profesional, por su posición. Para la geografía, el barrio es suma y compendio de todas esas categorías:

funcionales, sociales, morfológicas y fruto de la evolución histórica. Sin embargo, los criterios de delimitación no se definen con claridad, porque no son obvios ni

fáciles de perfilar. No toda la individualidad del barrio es espacialmente homogénea. En él se distingue un núcleo donde las peculiares relaciones sociales se manifiestan de modo acusado, para irse difuminando en los bordes o intersticios donde se solapan influencias de los barrios contiguos. En el presente se concede gran importancia a otras adjetivaciones que ayudan a matizar esas porciones urbanas e incluso la de su delimitación, entre ellas la de barrio vivido. Espacio que el individuo perfectamente conoce y practica; el que percibe como propio y familiar y que evoca cuando habla de su barrio. La definición comporta otra dimensión de lo geográfico: la de la imagen del barrio según los que lo habitan […]».

(Zoido et al. 2000, p. 46)

Dentro de esta extensa definición encontramos multitud de elementos que conforman una idea de barrio mucho más compleja que la delimitación institucional o administrativa, adentrándonos en ciencias como la sociología o la antropología urbana. En consecuencia, el barrio está definido por la gente que en él vive, por los edificios que lo conforman, por las actividades realizadas en él, por su morfología y por su historia. Así, el concepto tiene múltiples realidades, siendo la suma de todas ellas las que dan sentido a la existencia de un barrio y las que le diferencian de otros. Además, vemos como la noción de barrio deja de ser algo exterior a la ciudad o situado a sus afueras, para comenzar a hablar de ciertas comunidades y delimitaciones de toda la ciudad, con una tradición más ligada a las divisiones por parroquias que se vienen dando desde la Edad Media.

Entonces, la palabra “barrio” implica una cierta homogeneidad social y ambiental, y está conformado por una comunidad con unas características y un comportamiento similares (Londoño García 2001). De ahí que la delimitación del mismo sea tan complicada e implique la definición y estudio de diversas capas.

Esa asociación entre barrio y comunidad ha hecho que sea un concepto que atraiga el interés de los antropólogos, quienes estudian los vínculos entre el medio ambiente y el ser humano, sus relaciones interpersonales y la cultura que cada grupo etnológico genera en diferenciación del resto. Dentro de esta rama de conocimiento se puede distinguir la antropología urbana en los estudios que comenzaron a desarrollarse en los años 30 con la Escuela de Chicago (Lucio 1993).

Consecuentemente, para los antropólogos de la Escuela de Chicago el barrio es definido por dos principales características: ser refugio de la comunidad y ser una unidad autocontenida. Esta tesis entronca con la idea de comunidad desarrollada por esta escuela, definida como un grupo de personas cuyas instituciones se sitúan en un lugar específico y que desarrollan una forma de vida y una cultura específicas. Esta comunidad se organiza en una localidad concreta donde encuentran los medios necesarios para su subsistencia, es por ello por lo que definen el barrio como refugio de un grupo social. Además, el hecho de ser una comunidad con un comportamiento y una cultura específicas hace que sus integrantes desarrollen cierto sentimiento de pertenencia y una identidad propia ligada a esa comunidad (Tapia Barría 2013).

En este sentido, barrio y comunidad se entienden como sinónimos en ciertos contextos, aunque la asociación comunitaria del barrio originalmente pudiera haber sido algo espontáneo entre personas afines (véase las juderías o morerías en la Edad Media), posteriormente la pertenencia a un barrio puede darse por otros motivos, tales como la cercanía del lugar de trabajo o el nivel de renta, por lo que este sentimiento de comunidad se genera por el contacto frecuente entre los habitantes del barrio (Anderson 1965). Para Louis Wirth (1938), sociólogo miembro de la Escuela de Chicago, esto es lo que hace que desde el pasado siglo se esté comenzando a diluir el concepto del barrio, ya no hay tanto contacto entre las personas que forman estas comunidades debido al debilitamiento de los vínculos de parentesco, la decadencia de la significación social de la familia o la facilidad de los medios de comunicación y transporte que permiten distribuir los intereses de las personas por toda la ciudad.

Esta identificación entre barrio y comunidad que aportaba la Escuela de Chicago se relaciona con el concepto de “área natural” que también definieron, el cual sería el resultado de la relación entre las comunidades y el lugar en el que se asientan y transforman. Así, el área natural resulta un fragmento geográfico con unas

Ciudad

Barrio 1 = comunidad 1 Barrio 2 = comunidad 2

Barrio 3 = comunidad 3

Fig. 2.3: concepto de barrio para la Escuela de Chicago. Elaboración propia.

Ciudad

Barrio 1 Barrio 2

Barrio 3

Fig. 2.4: concepto de barrio alternativo al dado por la Escuela de Chicago. Elaboración propia. características físicas propias, al que la comunidad allí asentada aporta una serie de cualidades culturales que terminan sumando a la identidad de ese lugar. Esto trasladado a la ciudad acaba convirtiéndose en la diferenciación de diversas “áreas naturales” con características físicas, económicas y culturales particulares, que resultan ser los barrios (Tapia Barría 2013).

Sin embargo, la Escuela de Chicago fue muy criticada en los años posteriores, por definir la ciudad como un proceso natural y por ser una consideración muy ideal donde se prima el sentido comunitario, la solidaridad o la identidad (Tapia Barría 2013). Sin embargo, los orígenes de los estudios de esta escuela de sociología, centrados en los pueblos primitivos, hacen ver el valor que sus consideraciones sobre el concepto de barrio tienen dentro de un estudio de la ciudad histórica, porque definen los posibles procesos que se manifiestan en el origen de una comunidad o un barrio y las conexiones entre las comunidades sociales y el lugar donde se asientan.

Los críticos de la Escuela de Chicago (Manuel Castells o Henri Lefebvre) defienden que el barrio no puede ser explicado por sí mismo ni autónomamente a los procesos sociales, económicos, culturales y políticos, que la ciudad es un desarrollo impulsado por estas fuerzas (Tapia Barría 2013). Además, para ellos el concepto de barrio es permanentemente variable, y no consideran los barrios como conjuntos cerrados y autónomos, sino elementos superpuestos unos a otros y sólo relativamente autónomos (Castells 1979).

La definición de barrio que aporta la Escuela de Chicago fue considerada como una descripción nostálgica del concepto, lo cual lleva a una especie de ideología barrial en la que se considere cada barrio como un ente único y especial, con una identidad exclusiva y forzosamente asociado a una comunidad específica. Además, ello contribuye a considerarlos como un núcleo impermeable que debe resistir a unas fuerzas globales externas (las del resto de la ciudad) contrarias a la comunidad que habita la zona (Tapia Barría 2013).

Como alternativa a la definición de barrio que aportó la Escuela de Chicago, los antropólogos y sociólogos proponen considerar el barrio como un lugar abierto, de intersección de relaciones sociales en un momento dado que no sólo se dan en ese barrio concreto, sino que se extienden a otros lugares. Además, el barrio no es un lugar con unos bordes y delimitaciones fijos en el tiempo, sino que se construye y cambia en relación al presente y al pasado (Tapia Barría 2013).

Por otro lado, también fue muy criticada la idea de que un lugar esté obligatoriamente definido por una comunidad concreta con una identidad propia única, ya que se consideró que los barrios están compuestos por multitud de comunidades diferentes

que conviven y aportan diversas identidades al lugar y, además, una misma comunidad no tiene por qué vivir en un único sitio (Tapia Barría 2013). En este sentido, un barrio se compone de diferentes identidades en relación, por ejemplo, al género, la edad, la etnia, etc. y el caso contrario generaría una concepción de la ciudad constituida a partir de guetos.

Por ello, la concepción de barrio ligada a una comunidad concreta que propone la Escuela de Chicago está más enlazada a los orígenes de esos lugares, cuando en sus calles se agruparon personas de una misma condición, oficio o religión, generando la estructura morfológica y funcional del barrio. Sin embargo, sus detractores ofrecieron una visión más realista y contemporánea del asunto, definiendo los barrios como lugares con múltiples personalidades que se extienden a lo largo del tiempo, barrios cambiantes y en constante relación con el resto de la ciudad.

Lo que está claro es que la esencia de un barrio la construyen principalmente sus habitantes, su conexión con el lugar, las relaciones vecinales que se generan en un determinado contexto y, por supuesto, la tradición y evolución histórica de todos estos conceptos. Es decir, un barrio se va construyendo a lo largo del tiempo y va evolucionando según una serie de circunstancias políticas, económicas o sociales. Por tanto, para intervenir en un barrio habrá que hacerlo de acuerdo a estos criterios, teniendo en cuenta todo lo que lo define para poder integrarse en él y su comunidad. En caso contrario, la intervención no consensuada ni reflexiva en ese lugar generará problemas y rechazos, o incluso en casos extremos, la destrucción y despersonalización de ese barrio, que es lo que realmente está pasando en La Latina con la gentrificación.

En este mismo sentido resulta clarificadora la lucha y movilización social que realizaría Jane Jacobs en el barrio Greenwich Village de Nueva York para evitar su desaparición por parte de un planeamiento urbanístico realizado por tecnócratas especuladores. Dicho planeamiento consistía en la creación de nuevos barrios totalmente desconectados de los vecindarios ya existentes con identidad propia, actividades y relaciones vecinales. En su lugar, esos nuevos barrios en realidad eran guetos y lugares dormitorio producto del “zoning”.

Para Jacobs, por lo tanto, el barrio es un elemento que no se puede forzar ni definir sin contar con los elementos que generan su esencia y tradición pues se caería en «moldear a la fuerza la vida de una ciudad como imitaciones de la vida residencial o provinciana. El sentimentalismo juega con melosas intenciones en lugar de con el sentido común» (1961, p. 65). Y añade además que en las ciudades «debemos deshacernos de cualquier ideal de barrio como unidad introvertida y autosuficiente» (p. 66), pues para ella esto generaría múltiples problemas en la ciudad a nivel

organizativo y social, desde guetos enfrentados hasta la zonificación de la ciudad en barrios que se conciben como pueblos más que como parte de la ciudad.

Por lo tanto, la delimitación de los barrios debe realizarse de manera cuidada y siempre conectada a su historia, de forma que se mantengan en todo momento las relaciones vecinales y funcionales que dan sentido a ese lugar, así como su conexión con el resto de la ciudad favoreciendo la movilidad de actividades y relaciones sociales, que eviten caer en una concepción hermética del barrio.

Entonces, es en este punto en el que llegamos a una consideración del barrio desde una perspectiva urbanística de organización de la ciudad, no tanto administrativa como morfológicamente. Si el barrio es cada una de las partes en que se divide una población, resulta evidente que forman parte inseparable de la concepción morfológica de las ciudades.

En este sentido, multitud de arquitectos y urbanistas han tratado la cuestión desde diferentes perspectivas, destacando la concepción desde la problemática de la ciudad histórica y su evolución que Aldo Rossi trata en “La Arquitectura de la Ciudad” (1966) o la visión desde el paisaje urbano y la orientación ciudadana aportada por Kevin Lynch en “La Imagen de la Ciudad” (1960).

Para Aldo Rossi (1966) la ciudad resulta ser una manufactura transformable que representa la identidad y la cultura de sus habitantes. Al igual que una obra de arte, la ciudad es una representación de la sociedad en cada época, aunque a una escala mucho mayor, y como tal es transformable según la cultura de cada etapa de la Historia. De esta modificación de la ciudad sólo se mantienen algunos componentes que él llama “elementos primarios”, de los cuales depende la forma de la ciudad, ya que han sido los que han motivado su crecimiento de la manera en la que se ha realizado.

Al ser los componentes cuya forma se ha mantenido a pesar de los cambios habidos en la ciudad, estos elementos primarios son los constituyentes de su estructura urbana. Se trata de monumentos, murallas, conjuntos de edificios, ríos, canalizaciones de agua, etc. que, aunque hayan desaparecido como tal, siguen manteniendo la reminiscencia de su forma en el tejido de la ciudad. Dentro de la estructura urbana creada por los elementos primarios se sitúan lo que Rossi llama como “áreas”, es decir, el resto de los componentes de la ciudad.

Este esquema se repite en la mayoría de las escalas de la ciudad: su totalidad, los distritos, los barrios y la calle, conformando una organización en la que la forma de cada uno de estos conjuntos está definida a través de unos elementos primarios y el área que los rellena.

Elementos primarios

Áreas Áreas

Áreas

Áreas

Fig. 2.5: concepción de la evolución morfológica urbana de Aldo Rossi según elementos primarios y áreas. Elaboración propia.

Fig. 2.6: consideración que realiza Rossi acerca del anfiteatro de Arlés como elemento primario generador de la forma urbana. Arriba, grabado de 1686. Abajo, fotografía aérea. Adaptado de Rossi, A. “La Arquitectura de la Ciudad” (1966). Barcelona, Gustavo Gili.

Así, en la totalidad de la ciudad existen ciertos elementos primarios que conforman su estructura general, mientras que los barrios resultan ser las áreas que rellenan esa estructura. Sin embargo, a escala de barrio la tesis se repite, con unos elementos primarios que «se distinguen por su forma y, en cierto sentido, por su excepcionalidad en el tejido urbano» (Rossi 1966 p.107), conformando los hitos materiales e inmateriales del barrio, lo que le aporta identidad.

Por otro lado, Rossi también define los barrios más allá de este concepto como «una unidad morfológica y estructural que se caracteriza por cierto paisaje urbano, por cierto contenido social y por una función. Por tanto, un cambio de uno de estos elementos es suficiente para fijar el límite del barrio» (p.63). Además, expone la necesidad de tener en cuenta el origen de este concepto como modo de segregación

de clases o razas y como hecho social basado en la función económica, lo que ha dado lugar a la ciudad moderna, cambiando el concepto en la ciudad contemporánea, donde los barrios son partes relativamente autónomas pero relacionados con el resto de la estructura urbana.

Rossi introduce la noción de paisaje urbano como elemento definitorio de un barrio, lo cual forma parte de la tesis aportada por Kevin Lynch (1960), en la cual un barrio es definido por una cierta homogeneidad visual, continuidad de elementos como la textura, la forma, los símbolos o el tipo de construcción, donde una serie de hitos orientan al ciudadano y dan identidad al barrio, funcionando como símbolos del lugar.

Fig. 2.7: el barrio según Kevin Lynch. Adaptado de “La imagen de la Ciudad” (1960). Barcelona, Gustavo Gili.

Fig. 2.8: Concepto de mapa mental de la ciudad según los barrios y sus hitos. Elaboración propia. Para Lynch los barrios son «las zonas urbanas relativamente grandes en las que el observador puede ingresar con el pensamiento y que tienen cierto carácter en común. Se los puede reconocer desde el interior y de vez en cuando se los puede emplear como referencia exterior cuando una persona va hacia ellos» (Lynch 1960 p.84).

Al fin y al cabo, el barrio resulta ser un referente urbano para los ciudadanos, facilitando su orientación dentro de la ciudad y generando un mapa mental de la misma según los barrios y zonas en las que se divide. Cada uno de los barrios tiene cierta identidad formal con unos rasgos particulares como pueden ser los edificios de los que se compone, la forma de sus calles y plazas, los monumentos o hitos que posee, etc. Estas características formales de la ciudad unidas con los usos que los ciudadanos realizan de cada lugar motivan la creación de la identidad del barrio y facilita la orientación de las personas en la ciudad (Londoño García 2001).

Es decir, dentro del imaginario colectivo de los ciudadanos la ciudad posee diferentes partes con unos nombres e hitos concretos. Estas partes suelen ser los distritos, barrios o zonas, cada uno con unas características morfológicas concretas o con unos edificios de diferentes cualidades, mientras que algunos de estos edificios se convierten en hitos destacables, generando un símbolo para el barrio, una imagen mental con la que será reconocido por la población y los visitantes de la ciudad.

Esta idea está conectada con la Psicogeografía, definida como el estudio de los efectos que genera el medio físico en el comportamiento de las personas, las cuales se mueven por la ciudad mediante impulsos, según sus propias referencias urbanas o sus propios hitos (Barreiro León 2015). De esta manera, nos movemos por la ciudad según lo que acontece o nuestros intereses, sin un recorrido claro o funcional. Así, por ejemplo, una persona que se encuentra realizando la compra se moverá por el barrio según los diferentes comercios que en él se sitúen, ignorando el resto de cosas que componen el lugar.

Barrio + hito

Barrio + hito

Barrio + hitos

El concepto de la Psicogeografía surgió en 1921 con las exploraciones del París más banal realizadas por los dadaístas. El surrealismo tomó estas experimentaciones para complejizar más su estudio unidas a la entonces reciente ciencia del psicoanálisis y explorar los territorios del inconsciente. Esto evolucionó en una serie de experiencias que los situacionistas realizaron deambulando por la ciudad, estudiando los conceptos psíquicos que el contexto produce en las personas (Careri 2002).

Así, el individuo genera su propio mapa mental de la ciudad y los barrios, según lo que él conoce y su propia experiencia, generando un nuevo concepto de barrio totalmente subjetivo y que posee únicamente cada persona. Este barrio está construido a partir de unos hitos propios según los cuales el individuo se mueve y orienta (Valera 1997).

En una escala más amplia, la ciudad está constituida por ese mapa mental que tenemos cada uno realizado a partir de fragmentos según los lugares que más

Fig. 2.9: Debord, G. (1957). “The Naked City”. Disponible en: https://www.plataformaarquitectura. cl/cl/02-268926/ estudios-urbanos-y-ciencias-sociales-conoce-la-revista-urbs/ 51bb9117b3fc4b01ee00006a Fig. 2.9: Debord, G. (1957). “The Naked City” [imagen]. París. Disponible en: https://www. plataformaarquitectura.cl/cl/02-268926/ estudios-urbanos-y-ciencias-sociales-conoce-la-revista-urbs/ 51bb9117b3fc4b01ee00006a [Consultado el 14-6-2022].

frecuentamos o que mejor recordamos. Estos fragmentos, o incluso barrios, flotan en una especie de líquido amniótico sin más conexiones que el transporte que utilizamos para ir de un lugar a otro, olvidando en nuestra memoria el resto de la ciudad. Esto lo representó gráficamente el filósofo situacionista Guy Debord en 1957 en “Naked City”, con partes de un plano de una ciudad unidos por flechas que tratan de representar este concepto.

En definitiva, se puede ver cómo la definición de barrio resulta muy compleja y necesita del estudio de muchos parámetros para evitar caer en un concepto nostálgico o, por el contrario, meramente administrativo que no se corresponda con la realidad de las personas que allí viven, de su tradición, de su funcionalidad, de su morfología o incluso de su concepción psicológica como elemento simbólico dentro de la ciudad.

De esta forma, plantear la delimitación de un barrio histórico como La Latina debe pasar por definir sus características antropológicas, morfológicas y sociales, para determinar qué es lo que realmente define al barrio de modo que pueda actuarse en consecuencia y evitar los desastres urbanísticos, resultado del proceso de turistificación que se está dando, los cuales están acabando con esos elementos que forman parte de la esencia de La Latina.

Ello justifica la necesidad de realizar un análisis desde la perspectiva histórica del barrio, que rastree sus orígenes, las comunidades sociales que lo definieron en su pasado o las actividades que poblaron sus calles, siempre pasando por la evolución morfológica y los hitos que generan una identidad y un sentimiento de pertenencia de los habitantes.

Realmente, la mayoría de las definiciones aportadas del concepto de barrio remarcan la importancia de tener en cuenta su historia y tradición, considerando al barrio como un elemento que se define según su continuidad temporal, de la que no se le puede separar y la cual conecta a sus habitantes con los hitos que lo simbolizan, los hechos acontecidos e incluso los antiguos pobladores del lugar, generando un vínculo de pertenencia con el barrio y de relación entre la ciudad y la gente que vive en ella.

CAPÍTULO 2.2.

Los hitos simbólicos de un barrio. Proceso de identidad social

Si hay algo casi constante en las diferentes definiciones del barrio aportadas es la consideración del hito como elemento simbólico de un lugar. Los hitos representan los barrios en el imaginario colectivo y hacen que sus habitantes se identifiquen con la zona donde viven. Pero ¿qué es exactamente el concepto de hito? ¿Cómo se genera ese proceso de identidad social con el barrio a través de ellos?

Los hitos son confundidos en muchas ocasiones con la palabra monumento, debido a que estos suelen considerarse en la mayoría de las ocasiones como tales. Pero un hito no tiene por qué ser un monumento exclusivamente. Esta idea se entiende mejor si vemos las connotaciones de la palabra inglesa “landmark”, que traducido literalmente significaría “marca en la tierra”, por lo que un hito es un punto de referencia física en la zona mientras que un monumento puede no ser lo suficientemente destacado o simbólico como para ser considerado como hito (Medina Moro, Lapayese Luque 2021).

Según la definición desde la perspectiva de la morfología y el paisaje urbano aportada por Lynch (1960) los hitos son puntos de referencia visuales que se consideran exteriores al observador, siendo una opción entre otras muchas posibilidades. Los hitos construyen ese mapa mental personal que la Psicogeografía trató de representar, generando una identificación espacial entre el lugar y la imagen que las personas tienen de él en su imaginario. Pero el concepto va más allá, los hitos son elementos simbólicos que no sólo representan al barrio donde se sitúan, pues representan una idea, un hecho o a un grupo de personas (Valera 1997). De esta manera encontramos una diferencia sustancial entre los hitos materiales e inmateriales que construyen el espacio físico y social en el que se enmarcan.

Un hito material es un elemento físico aún existente que destaca en el paisaje generando una referencia visual y simbólica para el lugar, orientando a prácticamente cualquier persona que se encuentre en la zona, esté o no familiarizada con ella (Lynch 1960).

Por el contrario, un hito inmaterial es una referencia más sutil y difuminada dentro de la estructura urbana. Puede ser evidente su carácter de hito o pasar desapercibido para algunas personas no familiarizadas con él. Suele ser hito sólo para algunos

Fig. 2.10: hito según Kevin Lynch. Adaptado de La imagen de la Ciudad (1960). Barcelona, Gustavo Gili.

individuos, quienes se identifican con él o lo guardan en su memoria, pero no suelen resultan evidentes dentro del paisaje urbano (Medina Moro, Lapayese Luque 2021).

De esta manera, los edificios desaparecidos que han jerarquizado la forma del barrio desde su origen, es decir, los elementos primarios de los que habla Rossi, que han dejado su huella en la forma urbana, resultan ser hitos inmateriales cuya presencia se ha mantenido en la toponimia, en la morfología o incluso en la memoria de los habitantes. Otras veces, estos hitos inmateriales son algunos eventos o actividades efímeras realizadas en el barrio, pero que resultan tan importantes que representan al lugar (por ejemplo, el mercadillo del Rastro de Madrid). También son hitos inmateriales los elementos que sirven como referencia a un solo sector de la población, pasando desapercibido para el resto. (Medina Moro, Lapayese Luque 2021).

Como veremos en el análisis del barrio a estudiar, existen algunos edificios desaparecidos, como el hospital de La Latina, que en cierto modo siguen actuando como hitos inmateriales en la memoria del barrio. Este caso es tan paradigmático que ha dado nombre al barrio entero.

En cualquier caso, el concepto de hito también resulta una cuestión compleja e incluso subjetiva. Si el hito es lo que genera la imagen mental del barrio en sus habitantes o visitantes, lo que aporta identidad al mismo, entonces, tal y como decían los detractores de los conceptos definidos por la Escuela de Chicago, el barrio posee multitud de identidades y de imágenes colectivas, tantas como grupos sociales vivan en él. Sin embargo, hay hitos incuestionables como por ejemplo algunas de las plazas, los edificios institucionales, los espacios de ocio o de intercambio comercial con especial repercusión y aceptación, etc.

Fig. 2.11: Pérez Villaamil, G. (1838). “El Rastro” [dibujo]. Madrid. Disponible en: http://www.memoriademadrid.es/ buscador.php?accion=VerFicha&id=140610&num_ id=14&num_total=46 [Consultado el 29-7-2022]. Fig. 2.11: el mercadillo del Rastro es uno de los hitos inmateriales de Madrid más representados por dibujantes y fotógrafos. Pérez Villaamil, G. (1838). “El Rastro”. Disponible en: http://www.memoriademadrid.es/ buscador.php?accion=VerFicha&id=140610&num_ id=14&num_total=46

Por lo tanto, si los hitos resultan ser espacios simbólicos del lugar para sus habitantes o los grupos específicos que se identifican con ellos, estos se apropian del espacio y generan un sentimiento de pertenencia del mismo, añadiendo un componente emocional. Además de los propios espacios físicos, existe una gran importancia de los nombres de las calles, de los barrios o de los monumentos dentro de ese proceso de identificación y pertenencia a un lugar, lo que genera unos paisajes lingüísticos en el imaginario colectivo del grupo (Valera 1997).

Precisamente, el valor simbólico de un lugar se construye a partir del conjunto de significados que socialmente se elaboran y comparten de ese lugar (Stokols y Shumaker, 1981 citados por Valera, 1997), definidos según:

– Su contenido, es decir, los diferentes significados aportados al espacio.

– La claridad del hito o si el significado que se le da es común a la mayoría.

– La complejidad o número de significados dados a un mismo lugar.

– La heterogeneidad o la cantidad de grupos que aportan un significado diferente al espacio simbólico.

– Distorsiones o discrepancias entre el significado que tiene el hito y las prácticas sociales que allí se realizan.

– Contradicciones, es decir, las discrepancias entre el significado del valor simbólico y las preferencias de los habitantes del lugar.

De esta manera, cuanto más favorables sean estas características en la concepción del hito o espacio simbólico, mayor fuerza tendrá en la identidad del barrio y la identificación de los habitantes o los diferentes grupos con el mismo.

Así, la concepción del hito dentro del imaginario colectivo se da según dos realidades: sus características físicas y visuales, y el conjunto de significados que el grupo aporta a esa realidad matérica. Además, como se verá más adelante, la toponimia es en muchas ocasiones el elemento que conecta las dos realidades, de manera que los nombres de los lugares físicos evocan en la mente de las personas los significados que la colectividad le ha aportado (Rodríguez de Castro, Rodríguez Chumillas 2014).

Según esos conceptos dados a un lugar, el individuo genera un sentimiento de identificación con la idea que representan, haciendo que se produzca un sentido de pertenencia con la zona. La identidad social de una persona está conformada por todos los elementos con los que ella se identifica, siendo estos, por ejemplo, los grupos profesionales, sociales, religiosos o étnicos a los que pertenece. De este modo, su identificación con el lugar resulta un elemento más en esta identidad social propia (Valera 1997).

La construcción de esta capa de la personalidad de un individuo se puede desgranar según una serie de dimensiones que la componen, definidas por Sergi Valera (1997), psicólogo social:

– Dimensión territorial: la delimitación geográfica del espacio con el que los sujetos se identifican, definida por ellos mismos. Este aspecto resulta especialmente importante en la distinción y relación con otros grupos que ocupan lugares diferentes.

– Dimensión psicosocial: una imagen o propiedad del barrio hace que sus habitantes se autoasignen ciertas características diferenciadoras respecto a otros, en función de la calidad de las relaciones sociales, la calidad de vida, el estatus social, etc.

– Dimensión temporal: la historia del barrio y de sus habitantes son un elemento fundamental en la concepción de la identidad social con el lugar, pues se genera una percepción de continuidad temporal en el grupo, lo que le diferencia del resto por no compartir ese mismo pasado.

– Dimensión conductual: las actividades que realizan las personas que se consideran parte de un grupo o barrio y les diferencian del resto.

– Dimensión social: la identificación de una persona con una comunidad y un lugar depende en cierto modo de la composición social de esa comunidad, de si esa persona encaja en las características del grupo. Si no es así, el sentimiento de pertenencia y de identidad con el lugar no se dará.

– Dimensión ideológica: los monumentos, calles, edificios, etc. construidos en un determinado contexto histórico o social pueden ser considerados formas culturales y de expresión de ideologías concretas. Ello podrá generar un sentimiento de aceptación o rechazo hacia esos lugares.

Fig. 2.12: esquema conceptual del proceso de identidad social con un espacio urbano simbólico o hito. Elaboración propia con información de Valera, S. (1997). Por lo tanto, vemos como el sentimiento de pertenencia de una persona o grupo de personas con el barrio se puede dar de diversas maneras y se materializa a través de los hitos y sus nombres, que conectan esa imagen mental que los ciudadanos tienen de su barrio con el medio físico que lo compone. Ahora bien, si la concepción del barrio es completamente diferente según las distintas personas o grupos sociales que lo componen, entonces el problema de su delimitación y su interpretación se complejiza aún más, habiendo tantas posibilidades como habitantes tenga el barrio.

Características físicas del hito

TOPONIMIA

Imagen subjetiva del hito

(significados atribuidos)

ESPACIO SIMBÓLICO URBANO

Dimensión territorial

Dimensión temporal

I DAD SOCIAL URBANA IDEN T

Dimensión conductual

Dimensión psicosocial

Dimensión social

CAPÍTULO 2.3.

El barrio histórico. Cuestiones de delimitación e interpretación

Para la antropología urbana un barrio posee unos límites imprecisos, cambiantes y en superposición con los barrios con los que limita. Sin embargo, se debe afrontar el problema de su delimitación a la hora de realizar un estudio del barrio, para definir mejor sus características y fenómenos (Rossi 1966), y así conocer mejor lo que realmente define al barrio para poder actuar en él.

En primer lugar, hay que tener en cuenta que los límites creados por una calle no suelen coincidir con los creados en la conciencia de los habitantes (Gravano 2003), por ello se establece una dialéctica con los límites perceptuales que establece simbólica y socialmente la ciudadanía.

El problema de la delimitación de los barrios normalmente se ha dado desde la perspectiva organizativa del urbanismo y la política, determinando los límites según datos censales o estadísticos. Verónica Tapia Barría (2013), antropóloga y doctora en Geografía, Planificación Territorial y Gestión Ambiental, ha estudiado el concepto de límite en los barrios desde una perspectiva cualitativa, de manera que se pueda extrapolar una serie de conclusiones para determinar las técnicas de la delimitación sin la necesidad de datos estadísticos concretos para cada caso, pues esta técnica depende en gran medida de la posibilidad de acceso a la información, más que de una reflexión teórica y metodológica basada en cuestiones sociológicas o históricas.

Esta perspectiva cualitativa del problema, que se está asumiendo en este trabajo, se basa en la historia del barrio, las formas de habitar de los ciudadanos, su vida cotidiana, el desarrollo de identidades sociales, el sentido de pertenencia o las interacciones colectivas.

En este punto Tapia Barría hace hincapié en la necesidad de distinguir entre la definición conceptual del barrio, como lugar abierto y relacionado con el resto, que se concibe con unos límites difusos, de una definición operativa que implica una consideración útil para un estudio y que deriva de una serie de decisiones, por lo que los límites del barrio se modificarían dependiendo de lo que la investigación priorice.

De esta manera, la delimitación interpretativa de un barrio puede variar en función

de las características que se quieran estudiar, según los atributos espaciales de un barrio definidos por George Galster (2001, citado por Tapia Barría, 2013):

– Características infraestructurales: las redes de comunicación del barrio, calles, aceras, vías de transporte, etc.

– Estatus social de los residentes: nivel de estudios, de renta, tipo de ocio, etc.

– Características de los servicios públicos: clases y cantidad de equipamientos que hay en el barrio.

– Características medioambientales: niveles de contaminación, tipos de suelo y pavimento, topografía, etc.

– Características de conectividad: capacidad de acceso a lugares de trabajo, ocio, tipos de transporte, etc.

– Características políticas: grado de movilización de los grupos políticos o activistas del barrio o la influencia de los residentes en las decisiones políticas.

– Características de interacciones sociales: tipo y calidad de interacciones entre vecinos, sentido de comunidad entre los residentes, grado de participación en asociaciones vecinales, etc.

– Características emocionales: sentido de identificación de los residentes con la zona, significación histórica del barrio, etc.

De este modo, la delimitación del barrio pasará por la definición de uno o varios de estos atributos, dependiendo del estudio que se quiera realizar. Así, un estudio histórico del barrio definirá algunas de estas características mediante una perspectiva histórica, tales como la evolución morfológica de la zona, la definición de hitos y elementos capaces de dotar de una identidad al barrio con la que sus habitantes se puedan ver identificados, la evolución social del barrio que puede llegar a generar un sentimiento de continuidad en sus habitantes o el estudio de las actividades que se realizaban en la zona.

Aun así, el problema de la delimitación no da como resultado un barrio con unas fronteras totalmente definidas y herméticas, pues el barrio puede tener múltiples realidades incluso desde una misma perspectiva, dejando al autor del análisis la capacidad de decisión respecto a sus propias interpretaciones de la información recogida (Tapia Barría 2013).

En este sentido, el estudio histórico de La Latina realizado en el siguiente capítulo del trabajo parte de una delimitación genérica del barrio y sus alrededores, para posteriormente determinar qué zonas aportan identidad verdaderamente al barrio y cuáles son las diferentes realidades barajadas que ponen frontera a la consideración histórica del barrio.

Sin embargo, dentro de la ciudad histórica hay que tener mucho cuidado con la delimitación de diferentes zonas y cómo esta es tratada, pues normalmente la interpretación de un barrio histórico desde el punto de vista de los planes políticos se da desde la perspectiva del turismo y el consumismo, creando una especie de museo al aire libre en el que la funcionalidad de la ciudad se vuelque a la visita masiva de personas ajenas al lugar (Moragas 1994).

En un barrio histórico debe ponerse en valor aquello por lo que se le reconoce, sus hitos y monumentos, pero también sus comercios, sus residentes, sus establecimientos de uso cotidiano o el sistema de habitabilidad de sus vecinos (Fontana Bertrán 1998). Estos elementos dotan de identidad al barrio, y debe evitarse su banalización y descuido en las políticas urbanísticas que traten de crear una imagen del barrio al servicio del turismo, con procesos más ligados al marketing en los que se trata de vender una idea de ciudad y de barrio totalmente desligada a su realidad (Layuno Rosas et al. 2020).

En este sentido, la idea de ciudad histórica ligada al turismo y al ocio da como resultado un lugar genérico en el que la única identidad la aportan los monumentos desconectados de su entorno, cuya imagen se quiere vender al turista (Moragas 1994). De esta manera se genera una interpretación discontinua de la ciudad o el barrio históricos, conservando únicamente los relatos de los edificios importantes, y obviando los del resto de la ciudad y los otros hitos materiales o inmateriales que mantienen la memoria de los habitantes, lo que no interesa a los turistas.

Se banaliza el discurso histórico puesto al servicio de la anécdota y el marketing, desdibujando lo que realmente da sentido a un barrio: sus actividades, su gente, el entorno que rodea esos monumentos. No se trata de una mirada nostálgica o romántica al tiempo pasado, sino de mantener una memoria que da identidad al barrio, de comprenderlo y saber interpretarlo.

Las postales son elementos que recogen la perspectiva desde la que el turista ve la ciudad, lo que le interesa. De esta manera, se ha realizado la comparación de una postal actual (superior) con una del siglo XX, ambas mostrando el mercado de la Cebada que había en cada época. En la primera se muestra el interés por el objeto, el monumento y su espectacularidad, mientras que en la segunda se muestra el barrio tal y cómo es, con sus gentes, sus actividades y su identidad.

Fig. 2.13: superior:

Pascual, I. (2015). “Madrid a todo color”. Disponible en: https:// www.secretosdemadrid.es/la-postal-dela-semana-madrid-atodo-color/

Inferior: Cánovas del Castillo y Vallejo, A. (1902). “Madrid. Plaza de la Cebada y Calle de Toledo.” Disponible en: http:// www.madrid.org/ archivos_atom/index. php/madrid-plazade-la-cebada-y-calle-de-toledo-2

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