El diario de Abdul Tabut Sefarad Mi familia y yo somos de origen judío, pero vivíamos en un barrio de Polonia llamado Jozefinska. Vivía con mi mujer, Leuma Freixo Perdomo, y con mis dos hijos, Avidan Tabut Perdomo y Zehava Tabut Perdomo. Antes de estallar la Segunda guerra mundial, llevábamos una vida de lo más normal, ya que celebrábamos todas las fiestas de la tradición musulmana y cumplíamos con nuestras normas. ¡Éramos muy felices! Nuestros hijos podían jugar con toda la libertad del mundo y sobretodo, podían ir a la escuela. El único problema que teníamos los judíos era que los ciudadanos polacos y alemanes no nos querían en su territorio y nos hacían la vida imposible para que nos largásemos. En la escuela, mis hijos pasaban por un verdadero infierno, ya que los niños alemanes les pegaban, les insultaban, les despreciaban y les amargaban la existencia. Los profesores también pegaban a los niños judíos por ir a una escuela polaca y a menudo, si se portaban mal, les encerraban en habitaciones muy oscuras durante tres días seguidos. En estas situaciones, los padres no podían hacer nada por sus hijos. Para que mis hijos no sufrieran esos abusos, no tuve más remedio que sacarlos del colegio. Una vez fuera, nunca volverían otra vez a una escuela, no estaba dispuesto a que esos dichosos alemanes hicieran con nosotros lo que les diera la gana. En cambio, yo trabajaba en una tienda de libros y mi mujer, en una tienda de relojes. Nosotros afortunadamente, no teníamos jefes polacos, ya que la tienda de libros era mía, y la tienda de relojes era de mi mujer. A veces también sufríamos los abusos de clientes alemanes, pero no podíamos faltarles el respeto si no queríamos meternos en un buen lío. Lo que más me llamaba la atención, era que nosotros los judíos respetábamos a los alemanes y a pesar de eso, ellos no nos respetaban a nosotros. Nosotros teníamos mucho miedo a acercarnos a los barrios alemanes, porque a veces los veía pegando a otros judíos en medio de la calle, sin importarles quien estuviera mirándolos. Ellos solo respetaban a las autoridades judías, como los policías, pero policías judíos habían muy pocos, eran casi todos de raza aria. A los alemanes, desde pequeños, se les inculcó la violencia y