Ambiance · Spare Time | Stories
J
imena lloraba todas las noches porque tuvo que posponer varias veces la boda de sus sueños, sin saber cuándo se quitaría el semáforo rojo en el país. Tras infinidad de discusiones, más lágrimas y azotones de puertas, decidieron hacerla con pocos invitados. Jimena entró radiante al salón, cubriendo el vestido de novia que había comprado en Miami con una capa negra, herencia de su abuela, para que los vecinos no dieran el pitazo de que habría fiesta. Aunque no era lo que la novia había soñado, el baile se puso bueno y brindaron por su nueva vida. A eso de las nueve de la noche, cuando la pachanga estaba en pleno esplendor, llegaron tres patrullas que se estacionaron tapando la entrada. Los invitados fueron instados a ponerse el cubre boca, y varias mujeres se encerraron en el baño. Jimena daba gritos histéricos y el novio, para acallar el ataque, le propinó una cachetada que la novia tomó como un mal presagio. Los agentes dijeron que tenían que dar por terminada la fiesta. Pero si son cincuenta invitados, reclamó el papá de Jimena, que se sintió ridículo discutiendo con su traje de pingüino. No señor, contando meseros y los del Valet Parking pasan del número permitido. Ni las lágrimas negras que bajaban por las mejillas de la novia como agua del Atoyac les ablandó el corazón. La música paró a las nueve y media de la noche, no hubo tiempo de comerse ni los chilaquiles ni las tortas de cochinita.
Toque de queda por Isa González fb. Duermevela Casa de Alteración
Jimena amaneció al otro día con una sensación extraña; parecía que un puño gigante le atenazaba el cuello. Las lágrimas seguían brotando como grifo descompuesto. Echa un ovillo, con espasmos intermitentes de sollozos, daba la espalda al esposo sin saber que era el primer desaguisado del maravilloso mundo de los casados.