RAFAEL ALBERTI Y ANDALUCÍA
MANUEL ÁNGEL VÁZQUEZ MEDEL
RAFAEL ALBERTI Y ANDALUCÍA
Sevilla, 2005
Colección Alfar Universidad, nº 141. Cubierta: Dibujo de Alberti dedicado al autor en Puerto Rico sobre otro de Rafael Alberti hecho por Vázquez Díaz.
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Para Alfonso y Cinta, mis hermanos, con quien leía y a quien leía la poesía de Alberti a principios de los años 70, llenos de anhelo de libertad. A Jorge Urrutia, maestro, con el recuerdo albertiano de San Juan de Puerto Rico y Turín. A Luis García Montero y Manuel Ramos Ortega, que me incitaron a pensar estas cuestiones el año del Centenario de Alberti. A Manuel Díaz Vargas, cuya tenacidad me ha llevado a dar a estas páginas forma de libro.
ÍNDICE
PRÓLOGO: Razones personales........................................11 Andalucía, alfa y omega del universo creativo de Alberti..35 Ideal andaluz y cultura andaluza en el primer tercio del siglo XX. El lugar de Alberti..............................................47 Andalucía en los inicios literarios de Alberti......................59 De Marinero en tierra y La amante, al lugar central de El alba del alhelí y Cuaderno de Rute en la evolución poética de Alberti................................................................65 El giro de los años 27/29 y la creación posterior: Andalucía y lo universal......................................................97 Otra Andalucía: una visión poético-política de Andalucía..........................................................................117 A modo de conclusión: la Andalucía total de Rafael Alberti..................................................................................129
PRÓLOGO: RAZONES PERSONALES
Conocí a Rafael Alberti poco después de su regreso a España aquel inolvidable 27 de abril de 1977. Su presencia, como la de Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri, junto con la legalización del Partido Comunista durante la Semana Santa de 1977, eran hechos que indicaban que los tiempos estaban cambiando. Yo entonces tenía veinte años, cursaba estudios de Filología y militaba en la causa de la democracia en el Partido que aquel año se presentaba a las elecciones bajo el lema “Socialismo en libertad”. Mi primer encuentro se resumió en un abrazo –en medio de una oleada de abrazos– y unas palabras de complicidad en el común amor por la poesía. Rafael tenía el aire a la vez venerable y juvenil que le otorgaban su melena cana y su chaqueta azul marino, elegantemente complementadas por un pañuelo al cuello que asomaba por su camisa abierta y su gorra de marinero en tierra. Se veía inmensamente feliz, y su alegría se extendía a cuantos le rodeábamos. Era la expresión más tangible de la alegría de un pueblo que recobraba, con duro esfuerzo, su libertad. Incluso tuve
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ocasión de ser testigo del nacimiento de algunas coplillas de Juan Panadero como las que tan ingeniosamente dedicó a la Macarena durante su visita a Sevilla con ocasión de la Semana Santa del 78: Déjame esta madrugada lavar tu llanto en mi pena, Virgen de la Macarena, llamándote camarada.
Y me sentía feliz de llamar “camarada” a Rafael Alberti. Lo cierto es que había leído casi toda la obra de Alberti gracias a las ediciones clandestinas que traía Paco Barco a la librería Seminario de Sevilla, y admiraba en él, por igual, su facilidad, su felicidad (a pesar de los pesares) y su fidelidad. Quizás inspirado en el de Celaya, «La poesía es un arma cargada de futuro» escribí mi primer artículo sobre Alberti, publicado con seudónimo en el semanario Tierras del Sur: «Rafael Alberti: un poeta necesario» (núm. 93, 29 marzo de 1978, págs. 40-41). Casi dos meses antes, en el Ciclo «En torno al 27», organizado por la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla ofrecí mi conferencia: «La teoría poética en el Alberti del destierro y la espera» (jueves, 2 de febrero de 1978). También estuvo Alberti en el núcleo de mis intervenciones en el Ciclo de Conferencias en Homenaje a la Generación del 27, organizado por el Ateneo de Sevilla, por iniciativa de Juan Collantes de Terán: «Vigencia y desfase en la estética de la Generación del 27» y «Apuntes para una estética de nuestros días» (viernes, 28 de abril de 1978, coincidiendo con el aniversario de su regreso). Durante 1978 pude seguir de cerca y con gran interés, gracias al poeta Fernando Ortiz, la divertida edición de Los 5 destacagados publicada en los preciosos «Suplementos de Calle del Aire». Entonces me correspondió asumir la alta responsabilidad de uno de los grandes proyectos culturales de la transición democrática, la Coordinación General de Redacción de la Gran Enci-
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clopedia de Andalucía, para la que encargamos al poeta Carlos Álvarez la redacción del artículo sobre Alberti. Durante los años siguientes tuve ocasión de presenciar varios de sus recitales en su recorrido por Andalucía. Pero no sería hasta septiembre de 1981 cuando se me presentara la ocasión de conocerlo más a fondo y de iniciar una entrañable amistad. 1981 fue el año del Centenario del nacimiento de Juan Ramón Jiménez. Yo acababa de obtener el Premio Aljarafe de Ensayo por el que sería mi primer libro, El campo andaluz en la obra de Juan Ramón Jiménez1 y había leído el 28 de mayo mi Tesis de Licenciatura, Análisis estilístico-textual de Baladas de Primavera de Juan Ramón Jiménez, bajo la dirección de Rogelio Reyes. Además, tuve el privilegio de colaborar con Jorge Urrutia en el Congreso del Centenario de Juan Ramón (La Rábida, Huelva), que marcó un verdadero hito en los encuentros científicos sobre literatura en nuestro país. La Universidad de Río Piedras, que acogió los últimos años del poeta moguereño, había convocado un Simposio Internacional para mediados de septiembre y, en el vuelo que salió de Madrid la madrugada del sábado 12, coincidimos Jorge Urrutia y yo, que acudíamos en representación de la Universidad de Sevilla, con Rafael Alberti y Pepe Hierro. Llegamos a la ‘Isla de la simpatía’ con las luces del amanecer, y apenas descendimos del avión pudimos percibir su peculiar atmósfera caribeña: olor a azufre, sensación de humedad en la piel y unos singulares pájaros negros saltando por la pista. Pero, en aquella ocasión, no fue la simpatía la que nos acogió –pese a que se encontraba esperándonos la encantadora Raquel Sárraga, directora de la Sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez: los empleados de aduanas se empeñaron en retener a Rafael Alberti, que no había solicitado el visado de entrada a Estados Unidos, y que se empeñaba en repetir “¡qué carajo tiene 1
Manuel Ángel Vázquez Medel, El campo andaluz en la obra de Juan Ramón Jiménez, Sevilla, Caja Rural, 1982.
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que ver Puerto Rico con Estados Unidos!”. Lo cierto es que, además, el nombre de Alberti aparecía en la lista de personas “non gratas” para EEUU por su condición de comunista, y la policía del aeropuerto no ofrecía más solución que devolverlo a España en el siguiente vuelo. Raquel Sárraga consiguió que pasaran a Alberti a una salita mientras ella realizaba gestiones a través del ex Rector Jaime Benítez, una auténtica institución en la isla, que en 1956 recogió el Premio Nobel de Literatura en nombre de Juan Ramón. Hierro, Urrutia y yo insistimos en acompañar a Rafael en una larga espera de varias horas, hasta que se presentó Jaime Benítez y sacó, bajo su directa responsabilidad, a Rafael del aeropuerto. Olvidado el incidente llegamos al Hotel El Convento, un hermoso conjunto con aire colonial en el San Juan viejo, y mientras los demás tomábamos zumos o cafés, Alberti pidió una copa de Jerez para saborear el gusto de su tierra a miles de kilómetros de distancia. Estuvimos varias horas hablando, pues Rafael –ya casi con ochenta años– demostraba una vitalidad increíble y una asombrosa capacidad para sobreponerse a cualquier circunstancia incómoda o enojosa. Y hablamos mucho de Andalucía. Yo era el más joven del grupo, y en él desperté una especial simpatía por tres circunstancias que no olvidaría en nuestros posteriores encuentros: mi nostalgia ante la separación de mi pequeña hija Leticia, nuestra coincidencia en el compromiso político y el hecho de que hubiera nacido en Huelva. “Desde hoy serás para mí –me dijo–, como yo lo fui para Juan Ramón, mi amigo y triple paisano: por tierra, mar y cielo del oeste andaluz”. Recordó con vivos detalles su visita a Juan Ramón, en compañía del malogrado José María Hinojosa cuando –dijo– tenía más o menos mi edad. Y hablamos de poesía, de política, de Andalucía, mientras nos acompañaba el rumor de fondo de los coquíes, las pequeñas ranitas de la isla… Días después me regalaría, pintado con los rotuladores que siempre llevaba consigo, un mantel de papel con dos bailarines –“recuerdo de nuestra común Andalucía”– y la entrañable dedicatoria:
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“A Manuel Ángel Vázquez, en San Juan de Puerto Rico con J.R.J, Rafael Alberti. 16-IX-1981”. [1] Una huelga estudiantil impediría que el Simposio se celebrara en el recinto de la Universidad, y los organizadores decidieron convertir uno de los salones del hotel en el que nos alojábamos en improvisada aula para recordar a Juan Ramón Jiménez. Esta circunstancia hizo que los participantes estuviéramos especialmente unidos durante aquella semana: comíamos juntos, paseábamos juntos, juntos exponíamos y debatíamos diversos aspectos de la poesía de nuestro Premio Nobel y su extraordinaria influencia posterior. No faltaron anécdotas a aquella pequeña ‘troupe’ que capitaneaba Alberti, y en la que, además de Pepe Hierro, Jorge Urrutia y Raquel Sárraga, estaban Aurora de Albornoz, Ricardo Gullón, Graciela Palau de Nemes, Antonio Sánchez Romeralo, Ignacio Prat… y varios ilustres hispanistas de la isla, como Humberto López Morales, impulsor de extraordinarios estudios lingüísticos desde Río Piedras. Rafael bromeaba con todo. Especialmente por los carteles que delataban un español fatalmente contaminado por la lengua inglesa. Por aquellos días, al parecer, las agresiones sexuales se habían incrementado en la isla y, por carreteras y playas, grandes carteles proclamaban escuetamente “En caso de violación, ayude”. Rafael se preguntaba, ante aquella falta de concreción, si se reclamaba la ayuda al violador o al violado. (“Ser violador también debe ser sufrido”, añadía bromeando). Tal era la obsesión por este tema, que un día que paseábamos, por la orilla y al atardecer, Alberti, Aurora de Albornoz y yo, la policía nos invitó a que nos reuniéramos al resto del grupo que estaba algo más arriba. Tanto insistían, que Rafael exclamó “Aurorita, sube con los otros, que te van a violar”, ante lo que el policía replicó muy serio: “súbanse antes ustedes, que estos delincuentes tienen preferencia por los señores…” Ya se podrán imaginar las bromas de Rafael, contemplando la posibilidad de ser violado a sus setenta y nueve años.
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Otro de aquellos días, cuando acudíamos a bañarnos a la playa, un empleado del hotel por el que bajábamos a la orilla, ya al atardecer, nos dijo con extrema discreción: “Tengan cuidado los señores”. Rafael, con gesto de extrañeza le interpeló (pensando en la obsesión por los ataques sexuales): “¿Por qué hemos de tener cuidado?”. A lo que el joven respondió: “Por las barracuditas”. Rafael, asombrado de que nos advirtieran de la presencia de estos pequeños tiburones caribeños, respondió: “¡Caramba con las barracuditas! ¡Pues se va a bañar mi tía!”. Y se volvió hacia las hamacas de la playa, improvisando divertidas aleluyas sobre el ataque de los escualos. Durante aquellos paseos, en los que tantas cosas le recordaban su bahía gaditana, de cuando en cuando, Rafael se quedaba como ausente, y al rato recitaba, en voz alta, nuevos versos para el romance que espontáneamente estaba componiendo sobre Juan Ramón. Aquellos octosílabos surgían con una facilidad pasmosa, pero Rafael matizaba y corregía constantemente, buscando la palabra precisa, el adjetivo exacto… Quiero hacer un romance a su altura. Juan Ramón es el verdadero creador del romance moderno. Quiero diluir, como él hacía, la anécdota en música, y crear un romance con el aire de Andalucía y el de Puerto Rico. No debían habérselo llevado de aquí.
Y volvía, con solemnidad, a escanciar los versos que anotaba en su memoria prodigiosa: “y sentí tu voz, el soplo/ florido de aquellos años”. De cuando en cuando recordaba: “sí, es verdad, tenía ‘mu mala sangre’, pero ha sido el mejor poeta de este siglo”. De todos los momentos que tuve el privilegio de vivir con Rafael Alberti en Puerto Rico, ninguno tuvo tanta intensidad como la visita a la Sala Zenobia-Juan Ramón de la Universidad de Río Piedras, en compañía de su directora, Raquel Sárraga, Antonio Sánchez Romeralo y Jaime Benítez, documentada en algunas fotos entrañables. [2 y 3] Raquel estaba muy preocupada porque no
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quería que Rafael viera las anotaciones de Juan Ramón sobre algunas primeras ediciones de Alberti, especialmente las tachaduras y sobrescritos en la portada de Sobre los ángeles, que el moguereño había subtitulado “Diario poético-profético de boca hueca” y en la que inscribía el juego “Hojalata. Hoja de Lata. Lata de Hojas. Lata”. También, entre los libros de Alberti seleccionados en la Sala había algunos en los que, al final de un poema, aparecían las siglas J.R.J. que, además de documentar textos para el proyecto juanramoniano «Ecos de mi voz» y, por tanto, marcar deudas de los poetas para con su poesía, significaban en el fondo su aprobación. Pero Alberti conocía perfectamente el carácter de Juan Ramón y sus ‘maldades’, incluso para con él. Y le divertían. “Hay que reconocer –comentaba– que no era sólo exigente con los demás. Era implacable consigo mismo y con su escritura. De ahí su obsesión por corregir, o ‘revivir’, como él decía”. Y recordaba que, por encima de anécdotas y contrariedades, siempre les unió una entrañable amistad y respeto, muy diferente a la relación de Juan Ramón con otros compañeros de generación, como Pedro Salinas, aún enterrado en la isla. …Una vez estuvo a punto de desahuciarme, cuando en su azotea decía: “Alberti anda con gitanos, banderilleros y gente de mal vivir. Está perdido, está perdido…”. Y es verdad que en 1927 formé parte de la cuadrilla de Sánchez Mejías en la plaza de Pontevedra. Pero en esto se equivocó. Aquí estoy, para la poesía.
Siempre destacaba el peculiar sentido del humor de Juan Ramón, que muchos no supieron entender. Especialmente orgulloso se encontraba de que Juan Ramón le hubiera confiado, para su colección «Mirto» de Editorial Pleamar, en Buenos Aires, la primera edición de Animal de fondo, y recordaba su visita clamorosa a Argentina el año 1948, de cuya experiencia surgiría el libro.
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Él, que dedicó su Segunda Antolojía “A la minoría siempre”, se vio entonces rodeado de auténticas masas que lo recibieron con entusiasmo. Pero es cierto que esa dedicatoria se entendió mal y él la aclaró muchas veces, diciendo que lo que le importaba es que, quienes le leyeran, se llenaran de la honda emanación de su poesía. La clave estaba –añadió– en no degradar lo que hay que comunicar al pueblo, sino dignificarlo para que sea capaz de participar de lo más sublime y experimentarlo con intensidad.
Rafael vivió momentos de intensa emoción en aquellas dependencias cuidadosamente ordenadas por el celo de Raquel Sárraga: ante las páginas con la peculiar escritura de Juan Ramón; ante las fotografías que decoraban sus paredes; ante las máscaras funerarias de Zenobia y Juan Ramón. Sonreía releyendo las dedicatorias que hiciera a Juan Ramón en algunos de sus libros más importantes. En algún momento quedó solo y pensativo en una de las mesas de trabajo. Después le oí comentarios muy parecidos a los que había hecho años antes a José Miguel Velloso: Juan Ramón Jiménez es uno de los poetas más grandes que ha habido en Europa en el siglo XX. Para mí, como densidad, capacidad y vocación de poeta, creo que Juan Ramón Jiménez ha sido quizá el poeta más extraordinario que ha habido en este siglo, como vocación, como hombre exclusivamente poeta… Quizá está mal para mucha gente: para mí no lo está2.
No. No lo estaba, y así lo demostró con su testimonio personal en el Simposio, que finalizó con la lectura de aquel romance que yo había visto hacerse verso a verso, y que creo, pese a todo, no consiguió los altos propósitos creativos que se había planteado Alberti: 2
Testimonio recogido en Rafael Alberti, Federico García Lorca, poeta y amigo. Ed. y prólogo de Luis García Montero, Granada, Editoriales Andaluzas Unidas, 1984, pág. 288.
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A JUAN RAMÓN JIMÉNEZ DESENTERRADO DE SAN JUAN DE PUERTO RICO Aquí estás. Y no debieron nunca de haberte llevado. Fui a ver tu casa y el mar, fui a sentirte en los espacios que penetraron tus ojos, que te llenaron los labios de olas, espumas y vientos, de árboles desesperados de tantos verdes y hojas, luces y cielos quemando. Y sentí tu voz, el soplo florido de aquellos años. Bajé las escalinatas de las calles. De tu brazo vi balcones y azoteas, limpios, azules y blancos, gracia de San Juan, sonrisa de los pueblos gaditanos, y fuimos sal de las playas, brisa dormida en los barcos. Tú estás aquí y yo contigo. Aquí, con los que te amaron. Siempre aquí… que no debieron nunca de haberte llevado.
Rafael Alberti reflexionaba sobre el hecho –seguro para él– de que Juan Ramón no hubiera permitido nunca que le trasladaran a una España sin democracia ni libertad, en la que aún estaba prohibida la circulación de algunas de sus obras. Y procuraba encontrar, en cada lugar de reminiscencias juanramonianas, su mirada y su espíritu. Recuerdo cuando llegamos en el Campus de Río Piedras al lugar desde el que se veía la Torre con una arcada: “Aquí se hizo una foto Juan Ramón. Vamos a hacernos una foto como él”. Y, divertido, posaba (y nos hacía posar) con un libro en la misma disposición con la que recordaba haber visto la foto de Juan Ramón.
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La despedida fue entrañable. Quedamos en vernos a nuestro regreso en España. Todavía, durante mi estancia en Puerto Rico los días posteriores al Simposio, con la guía extraordinaria de Antonio Sánchez Romeralo, pude leer el ensayo inédito de Juan Ramón «Lo popular y lo popularista: Lorca y Alberti», que sólo se comprende desde el profundo amor y confianza que Juan Ramón sentía por Lorca y Alberti, así como del desengaño que tuvo a partir de un momento determinado (en torno a 1928), al ver que no seguían la senda de la creación poética que él creía adecuada. Aún así, en el balance de estos años, Juan Ramón se decantaba por Alberti, cuando afirmaba –refiriéndose al talante ‘popularista’ de su escritura– que los dos “bailaban”, aunque Federico bailaba “hacia afuera” y Alberti bailaba “hacia adentro”. Los que siguieron fueron años duros de trabajo para Rafael, y no volví a verle hasta el Encuentro de Poetas Andaluces celebrado en Granada en 1983, el año en que le concedieron el Premio Cervantes. En aquella ocasión, en el Hotel Victoria de Granada, lo que más me impresionó es que me recordara. Cuado me acerqué a él me abrazó, me preguntó por mi hija Leticia, y en un ejemplar que tenía de Sobre los ángeles, me hizo la silueta encantadora de un barco y lo dedicó “A Leticia, de su tío Rafael Alberti”. [4] Hablamos con calma, y le conté que había contribuido a poner en marcha una nueva editorial en Andalucía: Ediciones Alfar. Le divirtió la coincidencia del nombre con la revista de vanguardia de La Coruña con la que había colaborado en los años veinte, y me dijo: “seguro que esta nueva Alfar también publicará textos importantes de Rafael Alberti”. Ni él ni yo sabíamos que, en esta benemérita editorial andaluza, aparecerían algunos de los textos y ediciones más importantes sobre su teatro, en espléndidos trabajos de Gregorio Torres Nebrera y Rosario Martínez Galán3. 3 Rafael Alberti, El hombre deshabitado. Noche de guerra en el Museo del Prado. Ed. crítica y estudio preliminar de Gregorio Torres Nebrera. Sevilla, Alfar, 1991. Rosario Martínez Galán, La trilogía del exilio. Interpretación del teatro poético de Rafael Alberti, Sevilla, Alfar, 2000.
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Poco después, Manuel Barrera, Antonio Zoido y yo –que entonces era Presidente de Editoriales Andaluzas Unidas– volvimos a retomar el contacto con Rafael Alberti y Luis García Montero, pues deseábamos que entre los primeros títulos de la Biblioteca de Cultura Andaluza estuviera un libro de Alberti. Finalmente convinimos en que ese libro fuera Federico García Lorca, poeta y amigo, espléndida selección de escritos albertianos sobre Lorca, con excelente prólogo del –entonces– jovencísimo Luis García Montero, «Poeta y amigo: un caso extraño». Además Rafael nos regaló para celebrar el inicio de la colección un precioso grabado titulado “Tres limones”, del que se hizo una edición limitada y cuya prueba de autor conservo. [5] Pasaron varios años con contactos esporádicos hasta que, en febrero de 1990, volvimos a encontrarnos en Turín. Concluía el Convegno Internazionale Antonio Machado verso l’Europa, que impulsaban Pablo Luis Ávila y Giancarlo Depretis, en el que yo presentaría la ponencia «Antonio Machado y Heidegger». Pero, además, en aquel contexto, se procedía a la investidura como Doctores honoris causa por la Universidad de Torino de Rafael Alberti y José Saramago, que acudían acompañados de María Asunción Mateo (con la que Alberti contraería matrimonio el 13 de julio) y Pilar del Río. Tomé conciencia entonces de que –para bien o para mal– la relación de Alberti con sus amigos y conocidos estaba cambiando. Durante los varios años que tuve responsabilidades en la Fundación Luis Goytisolo de El Puerto de Santa María y visité con frecuencia la ciudad, pude ratificar aquella primera impresión. No deja de ser curioso que los dos momentos más intensos de mis encuentros con Alberti tuvieran relación con dos de los poetas que más influyeron en sus inicios poéticos: Juan Ramón Jiménez (1981) y Antonio Machado (1990). No soy nada fetichista ni idealista (lo cual no quita nada para que atribuya valores afectivos a las personas –o a las cosas– y en confiar en valores ideales). Siempre he dicho que el mayor regalo que nos hace un escritor es el de su obra. Más incluso que el de su
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relación personal que, en muchos casos, termina siendo decepcionante (como todo lo humano). Sin embargo, a través de estos flashes, me queda una imagen primera, sucesiva y última, verdaderamente entrañable del poeta portuense. Fuera ya de los oportunismos de un Centenario deliberadamente desplazado por la política ultraderechista de un Partido Popular que a punto estuvo de llevar a España al desastre, que tantos resentimientos tuvo con Andalucía, y que tantas falsificaciones presentó de Rafael Alberti, con la connivencia inaceptable de quienes más tenían que haber protegido su memoria, acepto ahora el reto de redescubrir ese vínculo profundo de Rafael con su tierra, Andalucía, sabiendo que la mía es una lectura parcial y motivada por impulsos que –eso sí– no creo muy alejados de los que rigieron la vida y los valores de Alberti. *** Las páginas que siguen son una libre reescritura –sustancialmente ampliada con otros materiales– de mis dos aportaciones al Centenario de Alberti: «Estudio de la obra El alba del alhelí», en M. Ramos Ortega y J. Jurado Morales (coords.): Rafael Alberti libro a libro. El poeta en su centenario (1902-2002). Universidad de Cádiz, Cádiz, 2003, págs. 51-70. «Rafael Alberti y Andalucía», en L. García Montero (ed.): Rafael Alberti: El poema compartido. Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, Granada, 2003, págs. 67-98.
Matalascañas, junto a Doñana, desde un triple paisanaje por tierra, mar y cielo del oeste andaluz, agosto 2005.
[1] Regalo y dedicatoria de Rafael Alberti al autor en San Juan de Puerto Rico en 1981.
[2] Fotografía del autor junto con Rafael Alberti y Giannina en la Sala Zenobia-Juan Ramón de la Universidad de Río Piedras (Puerto Rico, 1981).
[3] Fotografía del autor junto con Rafael Alberti y Jaime Benítez en la Sala Zaenobia-Juan Ramón de la Universidad de Río Piedras (Puerto Rico, 1981).
[4] Dibujo dedicado a Leticia, hija del autor, en un ejemplar de Sobre los รกngeles en Granada en 1983.
[5] Grabado Tres Limones. Regalo de Rafael Alberti a Editoriales Andaluzas Unidas con motivo del inicio de la colecci贸n Biblioteca de Cultura Andaluza.
ANDALUCÍA, ALFA Y OMEGA DEL UNIVERSO CREATIVO DE ALBERTI
Rafael Alberti nació en El Puerto de Santa María (Cádiz, Andalucía) el 16 de diciembre de 1902. Para pocos escritores el ámbito natal –habitualmente tan importante en la peripecia biográfica de los grandes creadores– ha sido tan determinante como para nuestro poeta: La atmósfera infantil de la bahía gaditana –afirma Luis García Montero– ha nutrido temáticamente buena parte de sus poemas y de las páginas de La arboleda perdida (1942). La niñez libre, el mar, las huidas clandestinas del colegio y el temblor fértil de los primeros sentimientos forman un hilo mitológico que se impone con mucha frecuencia en la literatura albertiana. Es un mundo importante, primer condensador de algunos de los aspectos centrales de su estética4.
4
Luis García Montero, «La poesía de Rafael Alberti», Prólogo a Rafael Alberti, Obras Completas. Tomo I. Poesía (1920-1938), Ed., intr. y notas de Luis García Montero, Madrid, Aguilar, 1988, pág. XXXVI.
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Esa estética, en constante despliegue y transformación, llevará siempre la impronta del Sur: sus luces y sonidos (pero también sus sombras y silencios), su paleta cromática, su imaginería sensual y conceptual, su potencia metafórica, su sentido de la existencia, transido de mitos y ritos, serán profundamente andaluces. Cerrando el círculo de su azarosa existencia, tras largos años de exilio y dos décadas de reencuentro con su tierra, falleció nuestro poeta en Ora Marítima, su casa en la ciudad que le viera nacer, el 27 de octubre de 1999, poco antes de su centenario. Andalucía es el alfa y la omega de la vida y de la obra de Alberti. Como en círculos concéntricos, El Puerto, Cádiz, Andalucía, España, Europa, la entera Humanidad, han sido referencias constantes –y fundamentales– en la vida y en la obra de Alberti. Sin embargo, por muy especiales razones de época, ideológicas, culturales, de afinidad personal, etc., Andalucía constituye el marco más radical de pertenencia del poeta, desde el cual se contemplan horizontes territoriales mayores (como corresponde a su ideología internacionalista), y al cual se remite para fijar las coordenadas más locales de su espacio infantil y juvenil. Pero se trata de una vivencia y de una conciencia de identidad no excluyente, impregnada de la universalidad y de la apertura, de la solidaridad radical con lo humano que caracteriza –sin esencialismos– lo andaluz más auténtico5. Basta observar la inmediata referencia a Andalucía en el párrafo inicial de La arboleda perdida, biografía o, mejor, libro de memorias, cuyo título viene, como es bien sabido, del melancólico lugar de retamas blancas y amarillas, situado a la derecha del camino que va desde El Puerto al mar: 1902. Año de gran agitación en las masas campesinas de toda Andalucía, año preparatorio de posteriores levantamientos revolucionarios. 16 de diciembre: fecha de mi nacimiento, una inesperada noche de tor5
Cf. Manuel Ángel Vázquez Medel, La construcción cultural de Andalucía, Sevilla, Alfar, 1994.
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menta, según alguna vez oí a mi madre, y en uno de esos puertos que se asoman a la perfecta bahía gaditana: el Puerto de Santa María –antiguamente Puerto de Menesteos–, a la desembocadura del Guadalete o río del olvido6.
Es difícil encontrar tantas claves del universo albertiano juntas y en tan breve espacio: su sentido de lo histórico, del fluir temporal que nos constituye, y en cuyo crisol nos fundimos; su sensibilidad social y política; el acento de lo personal, de lo singular, que no se diluye en ninguna forma artificial de colectivismo, pero que está abierto a la fraternidad y a la alteridad; la atención “al mapa y al calendario” (por decirlo con expresión machadiana), al trazar su justo emplazamiento en el inicio de la vida. Finalmente, la profundidad de una mirada capaz de trascender lo inmediato y la anécdota, para descubrir el espesor de lo simbólico tras la magia de los nombres. Y ahí, en el centro mismo de esta dinámica discursiva, construida con la belleza que fue siempre (junto al compromiso con la vida, especialmente con las mujeres y hombres concretos) el horizonte de su creación, encontramos Andalucía… y el mar. Así aparecen en los primeros y conocidos versos del «Prólogo» a Marinero en tierra, «Sueño del marinero»: Yo, marinero en la ribera mía, posado sobre un cano y dulce río que da su brazo a un mar de Andalucía, sueño en ser almirante de navío, para partir el lomo de los mares al sol ardiente y a la luna fría7.
6
Rafael Alberti, La arboleda perdida, Primera Parte, Barcelona, Círculo de Lectores, 1975, pág. 9. La primera edición apareció en México, Séneca, 1942. 7 Rafael Alberti, Obras Completas. Tomo I. Poesía (1920-1938), ob. cit., pág. 79.
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El mar –la mar– es, en efecto, uno de los grandes elementos de la cosmovisión del poeta: tal vez el que da forma al resto de su mundo y su realidad. Y es el mar del sur, el Atlántico del Golfo de Cádiz el que, como intuía Juan Ramón, informaba el núcleo de su poética. Sin duda, también Rafael Alberti hubiera suscrito estas hermosas palabras de Juan Ramón Jiménez: Me represento mi escritura como un mar verdadero, porque está hecha de innumerables olas; como un cielo verdadero, porque está hecha de innumerables estrellas; como un desierto verdadero, porque está hecha de innumerables granos de arena. Y como el cielo, el mar y el desierto está siempre en movimiento y cambio8.
En una nota autobiográfica publicada en La Gaceta literaria el 1 de enero de 1929, un momento crucial en su evolución ética y estética, había establecido sintéticamente nuestro poeta las claves de su identidad personal y colectiva: Yo soy Rafael Alberti, con dos abuelos de origen italiano y un tío garibaldino, pero con dos abuelas andaluzas. Mis apellidos españoles no pueden serlo más: me llamo Sánchez Bustamante y también Gómez. Nací a la sombra de las barcas de la bahía de Cádiz, cuando las gentes campesinas de Andalucía se agitaban, hambrientas. Los primeros blancos que aclararon mis ojos fueron la sal de las salinas, las velas y las alas tendidas de las gaviotas. En los zapatos de mi infancia duerme la arena ardiente de las dunas9.
Esos zapatos fueron siempre, en su universo simbólico, los que llevaron a Alberti de un lugar a otro del mundo: desde las calles de Buenos Aires y las playas de Punta del Este al Trastévere de Roma y –de nuevo– a las calles de Madrid o de El Puerto de 8
Juan Ramón Jiménez, Ideolojía, ed. de Antonio Sánchez Romeralo, Madrid, Anthropos, 1990, pág. 518. 9 En Rafael Alberti, Prosas encontradas (1924-1942). Recogidas y presentadas por Robert Marrast, Madrid, Ayuso, 1970, p. 25.
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Santa María. Estos son los zapatos de los que proclama en su Elegía cívica: “Con los zapatos puestos tengo que morir”. García Montero, a propósito del funcionamiento de uno de los más importantes símbolos albertianos, el mar, afirma: “Esta obsesión constante del poeta surge desde el principio relacionada con la imaginería andaluza, con la evocación de un lugar privilegiado en el Sur capaz de soportar el mapa de los paraísos perdidos”10. Algo parecido afirma Solita Salinas, subrayando la conexión de la imagen del mar con la experiencia de un mar de infancia perdido y ahora de algún modo recuperado a través del recuerdo y la ensoñación: El mar es mar de infancia. El esfuerzo de Alberti en su primer libro consistirá en trasladarse a un mundo marino ucrónico y mágico, un paraíso perdido y encontrado a la vez por el verso y por él (…) La base de la creación será el contacto de recuerdo y sensación, o la sensaciónrecuerdo que nos coloca en un tiempo intermedio entre el pasado y el presente. Esta es una actitud que parte de Proust, y antes que él Baudelaire. Uno y otro intentan ver el mundo con ojos de niño y absorberlo así en su vida interior11.
En efecto, el sentimiento de la pérdida y la nostalgia por su separación del ámbito que se considera más propio aparecerá muy tempranamente, con ocasión del traslado de la familia a Madrid en 1917 (el año de la Revolución de Octubre), y su expresión más conocida es el poema primero de la tercera parte de Marinero en tierra: El mar. La mar. El mar. ¡Sólo la mar! 10
Luis García Montero, «Aparición de Rafael Alberti», en Rafael Alberti, La arboleda perdida, Segunda Parte, Barcelona, Círculo de Lectores, 1988, pág. 349. 11 Solita Salinas de Marichal, El mundo poético de Rafael Alberti, Madrid, Gredos, 1968, pág. 15.
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¿Por qué me trajiste, padre, a la ciudad? ¿Por qué me desenterraste del mar? En sueños, la marejada me tira del corazón. Se lo quisiera llevar. Padre, ¿por qué me trajiste acá?12
Alberti aprende, siendo casi un adolescente que –como dijera Antonio Machado– se canta lo que se pierde. Pero ese canto y ese toque elegíaco llevarán siempre, en Alberti, una impronta o base poética nítidamente juanramoniana. Y no es sólo cuestión de coincidencia estética, sino de comunión vital: Juan Ramón y Alberti inauguran una vía de “Lírica de una Atlántida” apenas proseguida, tímidamente, por algunos epígonos. Al frente de esta parte final de Marinero en tierra aparece la carta que le dirigió Juan Ramón Jiménez, fechada el 31 de mayo de 1925, en la que –entre otras cosas– le decía: cuando José Mª Hinojosa, el vívido, gráfico poeta agreste, y usted se fueron, ayer tarde –después del precioso rato que pasamos en la azotea hablando de Andalucía y de poesía–, me quedé leyendo –entre las madreselvas en tierna flor blanca y a la bellísima luz caída que ya ustedes dejaron hirviendo en oro en el rincón de yedra; trocadas las lisas nubes, con la hora tardía en carmines marrones y verdes– su Marinero en tierra.
La inmejorable opinión que mereció al moguereño la poesía de Alberti se encierra en estas palabras en las que queda fuera de 12 Rafael Alberti, Obras Completas. Tomo I. Poesía (1920-1938), ob. cit., pág. 123.
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toda duda el reconocimiento de su entronque con la tradición poética de Andalucía: “Poesía ‘popular’, pero sin acarreo fácil: personalísima; de tradición española, pero sin retorno innecesario; nueva, fresca y acabada a la vez; rendida, ájil, graciosa, parpadeando: andalucísima”. Se despedía, finalmente, invocando de nuevo el común paisanaje: “Enhorabuena y gracias de su amigo y triple paisano: por tierra, mar y cielo del oeste andaluz”13. Por curiosos cruces del destino, además de compartir el Colegio San Luis Gonzaga de los jesuitas de El Puerto de Santa María, Alberti ha recordado en sus memorias que una de sus abuelas era de Huelva, mientras Juan Ramón intentaba conectar las claves de su vida con los juveniles años gaditanos de su madre en “Trascádiz”, el arranque de ese libro fabuloso, verdadero viaje iniciático hacia el origen, que es Olvidos de Granada14. Podemos aproximarnos a las ricas y complejas relaciones de Alberti con Andalucía desde muchas perspectivas: en primer lugar, a partir de su realidad biográfica, inventariando los diversos momentos de la relación del poeta con su tierra. Sin embargo, tratándose de un creador, lo que realmente nos interesa es el trasunto y la huella que esta relación ha podido dejar en su obra (en la expresión y en el contenido, en la sensibilidad y en la cosmovisión, en la integración en una tradición poética andaluza que se renueva y amplía constantemente). Las experiencias externas se transforman en Alberti en vivencias interiorizadas, y reciben en su palabra (o en su pincel, sin olvidar tampoco su universo musical) un tratamiento peculiar, si bien el poeta insiste en que él no ha idealizado ni su vida ni su entorno, y que si de algún modo ha sido así, se trata de algo inconsciente. Es, en todo caso, su mirada la 13
«Carta de Juan Ramón Jiménez», en Rafael Alberti, Obras Completas. Tomo I. Poesía (1920-1938), ob. cit., págs. 117-119. 14 Juan Ramón Jiménez, Olvidos de Granada, Ed., intr. y notas de M. A. Vázquez Medel, Granada, Diputación Provincial de Granada, 2002. cf. págs. 18 y 51-52.
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que sorprende la belleza allí donde se encuentra, donde otros no la saben ver, y nos la entrega hecha verbo para que participemos de su vibración y de su emanación. Finalmente –dedicaremos una breve referencia a ello–, el compromiso de Alberti con Andalucía, sobre todo a partir de 1977, ha sido explícitamente político, a través de su militancia en el Partido Comunista, y poético, como poeta en la calle y marinero en tierra. Así, desde dicha perspectiva ha sido capaz de reflexionar para contribuir a la gestación de Otra Andalucía15. Se trata de un aspecto esencial de la vida y la obra de Alberti que, frente al ideologizado y falso purismo de algunos, hemos procurado defender desde hace tiempo16. Si a alguien puede quedar alguna duda de la conciencia específica que Alberti tiene de su ser andaluz, bastarían para confirmarla estas palabras en las que también reivindica el carácter andaluz de Picasso (más adelante insistirá en ello, frente al intento de algunos de relacionarlo especialmente con Cataluña), recogidas en Canciones del alto Valle del Aniene: Picasso mamó de Andalucía hasta casi los diez años. Yo, hasta poco más de los catorce. Él no volvió más. Yo, poquísimas veces, y en viajes cortísimos. Toda esa claridad, locura, gracia, pasión, arrebato, arbitrariedad, esa chufla y burla violenta se las debe Picasso sin duda –y esto ya se ha dicho– a su infancia malagueña. Como yo –y perdón por este paralelo que establezco con él– le debo al mar de Cádiz toda la sustancia de mi poesía17.
15
Tal es el título de un pequeño librito publicado con ocasión de la creación de “Izquierda Unida-Convocatoria por Andalucía” y de la candidatura de Anguita a la Presidencia de la Junta de Andalucía. Julio Anguita y Rafael Alberti, Otra Andalucía, Pról. y notas de M. Vázquez Montalbán, Madrid, Ayuso, 1986. 16 Manuel Ángel Vázquez Medel, «Rafael Alberti, un poeta necesario», en Tierras del Sur, núm. 93 (29-III-1978) págs. 40-41. 17 Rafael Alberti, Obras Completas. Tomo III. Poesía (1964-1988), Ed., intr. y notas de Luis García Montero, Aguilar, Madrid, 1988, pág. 220.
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Además, Alberti, sin esperarlo cuando escribía estas palabras, tendría aún la posibilidad de regresar a España, a Andalucía, y vivir en ellas los últimos veinte años de su vida.
IDEAL ANDALUZ Y CULTURA ANDALUZA EN EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX. EL LUGAR DE ALBERTI
El primer tercio del siglo XX fue especialmente importante en el avance del “ideal andaluz”: una toma de conciencia histórica, política y, especialmente, cultural sobre la realidad de un territorio y un pueblo que se encontraban en un estado de postergación, a pesar de contar con tan importantes recursos y un pasado tan esplendoroso. Muchos fueron los hitos de este proceso, en el marco del andalucismo histórico: el Congreso Fisiócrata y la Asamblea de Ronda, el Manifiesto Autonomista de 1919, la Asamblea Regionalista de Córdoba, etc18. Es conveniente recordar –ahora que se reabre el debate estéril de las llamadas ‘naciones o nacionalidades históricas’– que, de no haberse producido la Guerra Civil, Andalucía hubiera contado con su propio Estatuto, al igual que el País Vasco, Cataluña o Galicia. Y que un hombre tan moderado como Blas Infante, simplemente por reclamar los derechos 18
Cf. Manuel Ruiz Lagos, El andalucismo militante, Jerez de la Frontera, Centro de Estudios Históricos Jerezanos-CSIC, 1979.
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de Andalucía, a la que quiso dotar de símbolos de identidad (bandera, escudo, himno) fue fusilado al comienzo de la Guerra Civil. El mundo de la cultura no fue, en absoluto ajeno a esta toma de conciencia y positiva valoración del acervo cultural de Andalucía. En arquitectura (bastaría recordar el neo-regionalismo de Aníbal González), en pintura (pensemos en la impronta andaluza de Romero de Torres, pero no menos en lo andaluz de Picasso o Pepe Caballero), en música (y aquí son de obligada mención las obras de Falla y Turina, pero también el extraordinario interés por lo andaluz demostrado por los grandes compositores de finales del XIX y principios del XX), incluso en cine (pensemos en el Aguaespejo granadino del cineasta vanguardista de las misiones pedagógicas José Val del Omar)… Todas las manifestaciones culturales encontraron, en la materia y las formas de Andalucía, excipientes para la creación. Es cierto que no sin incurrir en muchas ocasiones en un andalucismo de cartón-piedra, que topificaba y extendía lo andaluz a una España “de charanga y pandereta”. Tal vez por ello, y en este sentido, Antonio Machado llegara a afirmar en su Juan de Mairena que “un andaluz andalucista es un español de segunda y un andaluz de tercera”. Hay que reconocer que, en casi ningún caso, se plantea en este proceso reivindicativo una confrontación entre lo andaluz y lo español. Muy al contrario, como veremos de inmediato, se trata de reclamar que lo andaluz es, también, español, más allá de las topificaciones castellanistas, que creían ver en valores muy ajenos a nuestra cultura la esencia de lo español. Por ilustrar esta situación con un ejemplo significativo, recordemos lo que Manuel Castillo dice a propósito de Joaquín Turina y su proceso a través del cual reflexiona sobre la historicidad de las formas musicales y encuentra en Andalucía el modo de acceder a lo universal: Estas enseñanzas marcan a nuestro músico de forma decisiva, a pesar de la profunda mutación que su estética sufre al seguir los conse-
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jos de Albéniz y encuadrarse plenamente en el movimiento Nacionalista. A partir de aquí, Turina busca su identidad personal y la razón de ser de su música en Andalucía (…). Toda la obra de Joaquín Turina nace de un esfuerzo constante frente a la búsqueda de un lenguaje musical conexo con la tradición, y el deseo de “traducir el ambiente de alegría triste de la región andaluza”. Para entender el andalucismo de Turina no es suficiente buscar las relaciones puramente musicales de su obra con los elementos constitutivos del canto popular (ritmos, modos, cadencias, etc.). Tan importante como este análisis técnico es intentar comprender su actitud frente a lo andaluz19 .
La actitud de Turina frente a lo andaluz era –como en el caso de Alberti, para quien también las manifestaciones musicales fueron determinantes en sus inicios poéticos– extraordinariamente positiva. En el tercer congreso de Musicología celebrado en Barcelona en la primavera de 1936 ofrece una reflexión sobre “El canto popular andaluz” con el fin de “despertar y poner en marcha a los músicos especializados en este género de actividades para que comiencen a desbrozar el intrincado laberinto del folklore de Andalucía”20. Y termina igualmente reclamando la investigación “en pro del canto popular de Andalucía, manantial inagotable de infinita belleza”21. No deja de ser significativa, por ejemplo, su reivindicación de las raíces andaluzas de Albéniz (a quien considera un precursor en esa voluntad de hacer vivir en sus obras “el sentimiento hondo, profundo, del alma andaluza”): La importancia de Albéniz en la música sinfónica española es decisiva. Aún más: su importancia es mayor todavía desde el punto de vista andaluz. En este catalán, nacido en la provincia de Gerona, había un hilito genealógico que lo ataba a la provincia de Cádiz. Y tan fuerte era
19
Manuel Castillo, «Introducción» a Joaquín Turina, La música andaluza, Sevilla, Alfar, 1982, págs. 8-10. 20 Idem, pág. 48. 21 Idem, pág. 58.
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este hilito y tal presión hacía en el alma del compositor, que el espíritu andaluz resplandece en las tres cuartas partes de su obra22.
Nos parecen interesantes las citas por lo que de común presentan con la experiencia de los inicios poéticos de Alberti, que encontrará en Andalucía no sólo el ámbito del paraíso perdido (Marinero en tierra), el prisma desde el que contemplar otras realidades, como las tierras de Castilla (La amante), o la realidad ‘otra’ de otra Andalucía (El alba del alhelí y Cuaderno de Rute), sino también el impulso estético para integrarse en las experiencias de vanguardia desde las raíces de su tierra y su cultura (Cal y canto, Sobre los ángeles). Y todo ello, sin conflicto y sin soluciones de continuidad, en natural continuidad y despliegue ético y estético. Un papel muy especial en lo más digno de este proceso cultural correspondió a Juan Ramón Jiménez, quien lideró un modo de entender la poesía con raíces profundamente andaluzas23. García Montero lo ha señalado en sus justos términos: Frente al prestigio literario de Castilla, Juan Ramón Jiménez, y más tarde, los poetas andaluces de la generación del 27 sintieron la necesidad de reivindicar la geografía andaluza como ámbito de tradiciones y de energías líricas. Para comprender el sentido de esta reivindicación debemos tener en cuenta no sólo las situaciones literarias y personales del momento, sino también sus cruces con el debate abierto sobre el problema de España, acentuado a finales del siglo XIX24.
22
Idem, pág. 70. Manuel Ángel Vázquez Medel, «Andalucía y los andalucismos en Juan Ramón Jiménez», en El Poema Único. Estudios sobre Juan Ramón Jiménez, Huelva, Diputación de Huelva, 2005. 24 Luis García Montero, «Luis Cernuda y Andalucía», en James Valender (ed.), Luis Cernuda (1902-1963), Madrid, Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, 2002, pág. 90. 23
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La relación de Juan Ramón con Andalucía fue siempre muy intensa. En sus últimos años de vida, cuando apenas le queda impulso para corregir su obra y para esbozar algunos interesantísimos aforismos escribe: “Yo tengo setenta y dos años, soy español de Andalucía y pasé mi primera juventud en Sevilla y Cádiz. Ni una sola noche mientras estaba en Sevilla dejé de ver bailar ni oír cantar o tocar lo andaluz”25. Juan Ramón es el primero en adoptar, aplicado a sí mismo, el apelativo de “Andaluz Universal”, por razones que deja claras en este texto, publicado en Clavileño en 1953: Yo tenía conciencia de que era andaluz, no castellano, y ya consideraba un diletantismo inconcebible la exaltación de Castilla (...) Mi idea instintiva de entonces y consciente de luego, era la exaltación de Andalucía a lo universal, en prosa, y en verso, a lo universal abstracto; y como creo que es verdad que el hábito hace al monje, yo me puse por nombre ‘el andaluz universal’ a ver si podía llenar de contenido mi continente26.
El rechazo de Juan Ramón hacia el centralismo españolista de Madrid no admite duda alguna, y no sólo tiene raíces políticas, sino que se encuentra en la raíz misma de su reivindicación de la universalidad, la sensualidad y la belleza de lo andaluz, frente a la austeridad e incluso la tristeza del tópico de lo castellano: España, no más Madrid (…) ¡España, Francia, países de absurdo centralismo intelectual y triste! Obligado desertor de Andalucía, por eso, y nostáljico habitante simultáneo de toda mi grande, hermosa, eterna España, detesto cada día nuestra ridícula necesidad madrileña. En mi movimiento interno, toda
25
Juan Ramón Jiménez, Ideolojía (1897-1957). Metamórfosis, IV. Ed. de A. Sánchez Romeralo, Barcelona, Anthropos, 1990. Aforismo 26 Juan Ramón Jiménez, Por el cristal amarillo. Sel., orden. y pról. F. Garfias, Madrid, Aguilar, 1961, págs. 156-157.
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idea de capitalidad la relaciono siempre con una Sevilla posible o con una imposible jeneralidad27.
García Montero ha afirmado muy acertadamente: El andalucismo universal cantado por Juan Ramón Jiménez, en nada costumbrista y adormecedor, tiene una de sus mejores moradas en esta metáfora albertiana del Sur como patrimonio de la plenitud perdida de todos los hombres. El primer estilo neopopulista de La amante y El alba del alhelí conecta con la vuelta de todas las vanguardias pictóricas y literarias al paisaje primitivo y a la sabiduría salvaje. La tradición popular era un arma cargada de vanguardia28.
No era sólo Alberti quien secundaba este “idealismo andaluz” (tal era el título que dio Bergamín a su reseña de Perfil del aire [1927] de Cernuda): Salinas, Guillén, García Lorca, Alberti, Cernuda y Altolaguirre confluyen en este nuevo idealismo andaluz, donde más que las modernidades exteriores adquiere protagonismo la novedad genuina de la lírica eterna29.
Como indica Juan Collantes de Terán en el prólogo a Andalucía y la generación del 27, todos los escritores que viajan a Sevilla en diciembre de 1927 “se inscriben en un eje de coordenadas cuyos nombres son eminentemente andaluces: Luis de Góngora y Juan Ramón Jiménez”30, que representan respectivamente el rigor 27 Juan Ramón Jiménez, Estética y Ética estética. Sel., ord. y pról. de Francisco Garfias, Madrid, Aguilar, 1967, pág. 53. 28 Luis García Montero, «Aparición de Rafael Alberti», ob. cit., pág.350. 29 Luis García Montero, «Luis Cernuda y Andalucía», ob. cit., pág. 93. 30 Juan Collantes de Terán (ed.), Andalucía en la generación del 27, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1978, pág. IX. En este volumen Pablo del Barco ofrece el interesante artículo «Ángel Andaluz en Castilla (Sobre La amante, de Rafael Alberti)» en el que afirma: “Alberti contempla la luz perdida; es nostalgia y es desesperación. No hay mares del sur, se ha perdido para siempre la arboleda perdida” (pág. 4).
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del esteticismo barroco y la impronta de lo popular y a la vez de depuración intelectualista (especialmente a partir de Sonetos espirituales). Sin duda habría que añadir, a través de Juan Ramón, el nombre de Gustavo Adolfo Bécquer, tan determinante en la evolución poética del moguereño como en la de muchos de los jóvenes poetas del 27. Esteticismo, libertad expresiva e intelectualismo son tres impulsos de raíces andaluzas de los que participaron los mejores poetas del momento, en el espíritu de las vanguardias. Pero no cabe duda de que fueron Lorca y Alberti quienes con más fuerza hicieron sentir la presencia de Andalucía en sus versos: “Llevados por esa ideología de la verdad natural, casi todos los críticos que se detuvieron en la poesía inicial de García Lorca y Alberti enfocaron sus reseñas a partir del andalucismo”31. JoséCarlos Mainer lo ha expresado con extraordinaria precisión: Rafael Alberti parecía predestinado a ocupar en la generación un papel muy especial: el del intuitivo y certero, el alegre, divertido y un punto casquivano. En la conocida organización del grupo por dióscuros (Guillén y Salinas, los puros e intelectuales; Aleixandre y Cernuda, los neorrománticos…), nuestro poeta hizo compañía a Lorca: los andaluces e imaginativos32.
La imagen de Alberti aparece siempre, en efecto, profundamente vinculada con Andalucía: “La gran Andalucía de belleza 31
Luis García Montero, «Poeta y amigo, un caso extraño», prólogo a Rafael Alberti, Federico García Lorca, poeta y amigo, Sevilla, Editoriales Andaluzas Unidas, 1984, pág. 32. Cita las reseñas de J. Mora Garrido, «Dos poetas andaluces, Federico García Lorca y Rafael Alberti», en La Pluma, IV, Montevideo, 1926; Enrique Diez-Canedo, «Marinero en tierra, de Rafael Alberti», en El Sol, 20 de febrero de 1926; A. Serrano Plaja, «Dos poetas, el andaluz y el gitano (Alberti y Lorca)», en El Sol, 15 de mayo de 1932. 32 José-Carlos Mainer, «Rafael Alberti, después de 1939: La construcción del poeta popular», en AA.VV., Entre el clavel y la espada. Rafael Alberti en su siglo, Madrid, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2003, pág. 311.
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madre viene en su auxilio con olas de todos colores y olores, arrastradoras de mezcladas vidas de los tres reinos”33, dirá Juan Ramón en la caricatura lírica que le dedica en 1929. A Dámaso Alonso no se le escapa que “los tres focos de irradiante alegría de aquella generación, Rafael, Federico y Manolito Altolaguirre”, eran andaluces: “Federico y Rafael eran cosa distinta de todos los demás: una fertilidad manante de gracias, una novedad en inventarlas, variarlas sin fin; una simpatía creativa, imaginación, creación poética en el trato diario”34. Vicente Aleixandre recuerda su primer encuentro con Alberti en la Sierra de Guadarrama, cuando Rafael ya había publicado Marinero en tierra y le traía versos de La amante: El gaditano reconocía a esta Castilla donde tantos andaluces vienen y desembocan, sin desnaturalizarse (…) El seseo de Cádiz sonaba bien en esta orilla enjuta. Pero no era Andalucía la Baja, aunque lo fuese en aquel perfil casi romano, casi tarteso. El ritmo era también de allí abajo. Mas en las canciones, los nombres… Lerma, Burgos, Quintanar, Salas de los Infantes… Los nombres andariegos, pisados por el poeta en los caminos castellanos, sonaban bien en la boca del Sur, integrados en el habla del juglar ribereño y mejidos con su verso quebrado con la gracia del revelado conocimiento35 .
“Él es un hombre del sur –diría Neruda-, nació junto al mar sonoro y a las bodegas de vino amarillo como topacio. Así se hizo su corazón con el fuego de las uvas y el rumor de la ola”36. Arturo Serrano Plaja, en un artículo de El Sol (15-V-1932), sintomáticamente titulado «Dos poetas: el andaluz y el gitano (Al33 Juan Ramón Jiménez, «Rafael Alberti (1929)», en Rafael Alberti, Obras Completas, T. II. Poesía (1939-1963). Ed., introd., bibliografía y notas de Luis García Montero. Madrid, Aguilar, 1988, pág. 1. 34 Dámaso Alonso, «Rafael entre su arboleda», en Rafael Alberti, Obras Completas, T. II. ob. cit., pág. 10. 35 Vicente Aleixandre, «Dos lecturas de Rafael Alberti (1963)», en en Rafael Alberti, Obras Completas, T. II. ob. cit., págs. 14-15. 36 Pablo Neruda, «Rafael Alberti», en Rafael Alberti, Obras Completas, T. II. ob. cit., pág. 26.
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berti y Lorca)», atribuía al poeta de El Puerto el papel de “fino andaluz”, frente a la asunción de lo gitano por Lorca: Este poder lumínico quizá no fuera tan grande si no estuviera acentuado a cada instante por un jirón del airoso colorido que existe siempre en Andalucía; en el misterio limpio de su arábigo atavismo destaca, subrayándolo, el egipcíaco misterio, fuerte y armónico de su andrajosa gitanería. Sin proponérselo tal vez, quizá sin darse cuenta, un fino andaluz y un gracioso gitano son acaso los más destacados poetas de su generación: Rafael Alberti y Federico García Lorca37.
Alberti tiene plena conciencia de la existencia de una “poética andaluza”, a la que él mismo pertenece y de la que –para él– Federico era el más alto exponente: Federico era el cante (poesía de su pueblo) y el canto (poesía culta); es decir, Andalucía de lo jondo, popular, y la tradición sabia de nuestros viejos cancioneros. Aunque en casi todos los poetas contemporáneos del Sur, con Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez a la cabeza, pueda encontrarse esta misma veta, este recuperado hilillo de agua transparente, es García Lorca quien con más fuerza y continuidad representa esta línea (…) En la imaginería de la poética andaluza de García Lorca, las ciudades y los pueblos, la orografía e hidrografía, cobran volumen, cuerpo de humanas criaturas, alzadas unas veces como sobre altares o carrozas floridas; otras, como en túmulos de negros festones dramáticos38.
Los ejemplos podrían multiplicarse. Pero lo más interesante es la fuerza de la autoconciencia de Alberti y su intencional filiación en una tradición y en una actualidad poéticas: “Yo, como Juan Ramón y García Lorca, era también andaluz. Y esto se me notaba, dándole acento definido a mi naciente poesía”39. 37
En Rafael Alberti, Federico García Lorca, poeta y amigo, ob. cit., pág. 33. Rafael Alberti, «Imagen primera y sucesiva de Federico García Lorca», en Fedrico García Lorca, poeta y amigo, ob. cit., págs. 114 y 121. 39 Rafael Alberti, La arboleda pedida, Primera Parte, ob. cit., pág. 154. 38
ANDALUCÍA EN LOS INICIOS LITERARIOS DE ALBERTI
No es necesario insistir en la importancia que tienen los casi quince primeros años de la vida de Alberti para su formación estética y vital. Especialmente, su período de formación en el Colegio de San Luis Gonzaga40, donde estudió hasta el curso cuarto del bachillerato, este último interrumpido en mayo de 1917 por el traslado de su familia a Madrid. Pasados los años, el poeta cerrará con estas palabras la Segunda Parte de La Arboleda perdida: Las primeras páginas de mi primer libro de mi Arboleda aparecen llenas de niños que juegan, entrando y saliendo conmigo de los colegios. Ahora, a mis ochenta y cinco años, me veo, como saliendo de mi casa de la calle Santo Domingo, yo solo, camino de aquel colegio de San Luis Gonzaga, en El Puerto de Santa María, frente a la bahía gaditana41. 40
Hay valiosos datos sobre este período en Agustín Castro Merello, Alberti, colegial y marinero (Historia y Poesía), Las Palmas de Gran Canaria, Unelco, 1994. 41 Rafael Alberti, La arboleda perdida, Segunda Parte, ob. cit., pág. 344.
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Son los años –nos dirá el poeta– en que comienza a pintar “barcos, playas, olas, salinas, árboles y castillos de la bahía de Cádiz”. Los recuerdos infantiles permanecerán, indelebles en su memoria y serán fuente de muchos de sus mejores poemas. Especialmente el mar, la mar, símbolo de todo lo fundamental de su existencia, configurado en el vasto territorio de su infancia. Así lo reconoce su hija Aitana: Mar del colegio, mar de los tejados, mar de las rabonas infantiles; ligera mar que suelta golondrinas o cabalgan niños; bronco mar espantable de naufragios y catástrofes; maestro mar de concertadas voces volcadas en una única irrepetible ola: Gil Vicente, Machado, Juan Ramón, Darío, Góngora…; mar que le diste la gracia de tu ritmo repetido; madre mar de la libertad: “Homme libre, toujours tu chériras la mer!”; mar muchedumbre, múltiple mar humano42.
La vocación literaria de Alberti, según él mismo ha testimoniado, comienza en 1921, tras su primera inclinación a la pintura, de la que se despide con una exposición en el Ateneo madrileño: Mi primera vocación poética casi empieza de pronto, pero no sin sostener una angustiosa lucha con mi primera vocación: la pintura. Antes de Marinero en tierra, escribí algunos poemas, no muchos, de los que solo he logrado encontrar estos que aparecieron (1922) en Horizonte y en Alfar, dos revistas juveniles de entonces, –afirma en la presentación a los «Primeros Poemas»43 en la edición de Aguilar del 77–.
En ellos –que, por cierto comienzan con “Descalzo de las cosas,/ ¡qué polo sur el del alma!”– el joven de apenas diecinueve años ofrece en embrión muestras de lo que será su poesía desde Marinero en tierra hasta Sobre los ángeles: una gran versatilidad y dominio de los resortes rítmicos y métricos, conocimiento de lo 42
Aitana Alberti, «La nostalgia inseparable», en AA.VV., Entre el clavel y la espada. Rafael Alberti en su siglo,ob. cit., pág. 45. 43 Rafael Alberti, Poesía (1920-1938), Madrid, Aguilar, 1977, pág. 79.
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mejor de la tradición popular (especialmente la andaluza) y un impulso que conectará con las sensibilidades de las vanguardias. Estos «Poemas anteriores a Marinero en tierra» se ofrecen incrementados en la edición preparada por García Montero, y el propio Alberti nos recuerda otras interesantes circunstancias: “mi primer poema lo escribí la misma noche en que murió mi padre, mientras en las calles madrileñas se voceaba la revista Ultra, verdadero ariete de la vanguardia literaria española”. Sobre todo, marcan esos primeros poemas ese machadiano cantar lo que se pierde: “éste es el comienzo de mi voz, el registro de mis primeros pasos en la ciudad que desde mi llegada temí siempre borrase los límpidos azules de mi infancia de vientos y salinas”44. Pero no se borrarán, y desde los también límpidos aires de la Sierra de Guadarrama el poeta comenzará a gestar, en 1923 y 1924, Marinero en tierra, “con la nostalgia del mar”. Marinero en tierra, como vimos, será recibido desde la expectativa creada ante un despliegue inusitado de lírica proveniente del Sur. La amante ratifica el hecho diferencial andaluz desde el contraste con Castilla, y El alba del alhelí confirmará –ya en proceso de despedida de los aires de copla y canción– su captación de una única y a la vez plural Andalucía, desde sus experiencias en la Sierra de Rute y en las costas de Almería45. Alberti ha explorado las vías principales que se ofrecían en los años veinte a un poeta de Andalucía: Las relaciones poéticas con el Sur –afirma García Montero–, de fulgurante actualidad en aquellos años, propiciaban fundamentalmente dos posibilidades: fijar en él la nostalgia del paraíso perdido o convertir
44
Rafael Alberti, Obras Completas, T. II. ob. cit., pág. 8. Manuel Ángel Vázquez Medel, «Estudio de la obra El alba del alhelí de Rafael Alberti» en M. Ramos - J. Jurado (eds.), Alberti libro a libro, Cádiz, Universidad de Cádiz, 2003, págs. 51-69. 45
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al poeta en un portavoz de la oscura verdad natural, silenciada en otros lugares más desolados por la civilización46.
Si Marinero en tierra era expresión de la nostalgia, en El alba del alhelí encontramos la expresión dramática de la denuncia. Esta serán, a partir de ahora las dos coordenadas mayores de la relación poética de Alberti con Andalucía: la evocación elegíaca (pero no por ello menos revolucionaria) y el compromiso con su transformación. No será preciso anotar a cada paso que una buena parte del simbolismo y de la imaginería poética albertianas tienen –se apliquen al tema que se apliquen– una clara filiación andaluza.
46
Luis García Montero, «La poesía de Rafael Alberti», ob. cit., pág. LV.
DE MARINERO EN TIERRA Y LA AMANTE, AL LUGAR CENTRAL DE EL ALBA DEL ALHELÍ Y CUADERNO DE RUTE EN LA EVOLUCIÓN POÉTICA DE ALBERTI
No es preciso insistir en la importancia de Andalucía en Marinero en tierra e incluso en esa mirada contrastiva de La amante. Ya desde su primer texto en prosa, publicado en la revista Alfar de junio-julio 1924, «Paisajes de Vázquez Díaz», destaca Alberti una manera de mirar propia de Andalucía: “Su retina –andaluza–, educada lejos del Sur, gusta de las coloraciones suaves…”47. Pronto, esta manera universal de entender lo andaluz se verá enriquecida con la apreciación de lo andaluz plural. En este proceso tiene un papel fundamental El alba del alhelí. El alba del alhelí forma parte, como es sabido, de la primera estación poética de Rafael Alberti, integrada –junto a esta interesante obra– por sus poemas iniciales, Marinero en tierra (su primer libro y Premio Nacional de Literatura), La amante y los poemas rescatados en 1977 del Cuaderno de Rute, obra coetánea a la que nos ocupa. Se trata de la poesía primera de Alberti (192047
Rafael Alberti, Prosas encontradas, ob. cit., pág. 19.
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1926) que considerara muy acertadamente José Luis Tejada48 “entre la tradición y la vanguardia”, y que se nutre de lecturas muy diversas, desde la tradición renacentista e italianizante, presente en la primera parte de Marinero en tierra, al novecentismo y modernismo (sobre todo, la influencia de Juan Ramón), pasando por sus lecturas de la poesía de cancioneros de los siglos XV a XVII, la tradición popular andaluza o ciertas reminiscencias becquerianas. Todo ello catalizado por la penetrante mirada de un poeta que nunca dejó de ser pintor y que recoge la realidad con una vivacidad (especialmente cromática) verdaderamente extraordinaria. El alba del alhelí, tercero de los poemarios de Rafael Alberti, ocupa –como hemos dicho– un lugar muy especial en su trayectoria poética: por un lado profundiza y culmina muchos de los recursos y claves temáticas de Marinero en tierra (hasta el punto de que un número importante de poemas de su tercera parte –16 en total– pasarán a Marinero en tierra desde la primera edición de Poesía, en 1934); por otro, radicaliza algunos aspectos de esa poética de tierra adentro que aparecen en La amante (obra a la que incorporará, a partir de la tercera edición de 1946, Dos estampidas reales (1925), incluidas también en la primera edición de El alba del alhelí), pero que adquiere en la nueva obra un sentido más dramático. Esta dramaticidad, reservada para la segunda parte, contrapunto del tono lírico y festivo de las canciones de la primera, será el embrión de la obra de teatro El adefesio, ya escrita en los años del exilio argentino, pero con claras raíces temáticas en algunos de los poemas de El alba del alhelí, especialmente «La encerrada». Emilia de Zuleta estableció sintéticamente la continuidad de El alba del alhelí con las obras anteriores: 48
José Luis Tejada, Rafael Alberti, entre la tradición y la vanguardia. (Poesía primera: 1920-1926), Madrid, Gredos, 1977. La acertada interpretación de Luis García Montero nos hace ver que la tradición ya era contemplada, en sí misma, en estos momentos, como “un arma cargada de vanguardia”.
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El alba del alhelí está integrado por cierto número de poemas en los cuales se ejercita hasta el agotamiento un repertorio de temas y motivos que figuraban en Marinero en tierra y en La amante. Reaparecen, en efecto, figuras míticas y reales –el marinero, la hortelana del mar, la sirenilla–, del primer libro, sobre todo en la parte titulada «El verde alhelí». Se diferencian, según los casos, por un mayor desarrollo en la parte narrativa o dramática […], por el predominio creciente de elementos fantásticos y absurdos y por un sentimiento de agorería y de misterio que se impone al gozo y la alegría asociados antes a los poemas marineros de Alberti. De La amante perdura, aunque de modo menos explícito, el carácter de diario lírico de los pequeños pueblos, con su presentación de tipos humanos cualificados por oficios y situaciones49.
Pero, además, en este extenso libro con que culmina su inicial etapa neopopularista apreciamos algunas claves de superación y a la vez de anticipo del neogongorismo de Cal y canto, como acertadamente ha señalado Kurt Spang: El siguiente ejemplo (…) ya deja entrever técnicas poéticas más bien culteranas, deja entrever una fase en la creación de Alberti que sigue inmediatamente a este libro: “Coronados de alfileres dos noches en barcas negras, tus ojos cuando los mueves”.
Y añade: “El sonetillo [«Día de caza»] demuestra tan claramente el rumbo neogongorista de la poesía albertiana que no necesita comentario”50. Tal vez sea conveniente destacar aquí que el tránsito del neopopularismo al neogongorismo se ofrecerá, a través de este libro gestado en la sierra de Rute y en las playas de Almería, y de un libro de viaje –La amante– que Juan Ramón 49
Emilia de Zuleta, Cinco poetas españoles (Salinas, Guillén, Lorca, Alberti, Cernuda), Madrid, Gredos, 1971, pág. 309. 50 Kurt Spang, Inquietud y nostalgia. La poesía de Rafael Alberti, Pamplona, EUNSA, 1973, pág. 59.
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Jiménez veía claramente conectado con el periplo de Diario de un poeta recién casado. El poeta moguereño consideraba en 1930 a Alberti, entre sus compañeros, como “el de más poderío, pero con una gran interrogación todavía, aunque le parece el Rubén Darío de su generación”51. Es interesante su valoración de la poesía de Alberti a la altura de 1931 en el testimonio ofrecido el 21 de febrero: Respecto de Alberti, mi opinión es que lo mejor suyo es Marinero en tierra, luego La amante –aunque hay en ella mucho de mi Diario, en cuanto al modo de ir combinando lo que ve en el viaje con lo que piensa, y mucho también de Antonio Machado–; y El alba del alhelí. También en Cal y canto hay algunos tercetos muy hermosos; y ya ve usted, esto es lo que él y sus amigos repudian como malo para ensalzar lo de última hora52.
Tal vez exagere algo Juan Ramón, y sin lugar a dudas Sobre los ángeles, ya publicado por esas fechas, se encuentra entre lo mejor de Alberti. Lo que sí es cierto es que nuestro poeta demostró, a lo largo de su vida, una extraordinaria versatilidad para acomodarse a ecos, tendencias y claves estilísticas y temáticas muy variables. En la obra que analizamos se entrecruzan dimensiones muy distintas, aunque es dominante una tendencia popularista (no “popular”, diría Juan Ramón), en la que la poesía de Alberti “baila hacia adentro”, frente a la de Lorca que, a juicio del poeta moguereño “baila hacia fuera”. Hoy a más de setenta y cinco años de la escritura de El alba del alhelí podemos apreciar en la aparente extroversión y dimensión lúdica de Alberti un eco interior e incluso un atisbo de intereses sociales que apenas hace unas décadas una visión tópica del poeta de El Puerto impedía apreciar en los escritos de esta época. Nuevas vías de acceso a sus textos, que privilegian una lectura presidida por una correcta interpretación 51
Juan Guerrero Ruiz, Juan Ramón de viva voz, vol. I (1913-1931), Valencia, Pre-Textos, 1998, pág. 73. 52 Idem, pág. 155.
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de las claves simbólicas como reflejo de un complejo mundo interior y de una mirada plural sobre la realidad deben corregir las lecturas extrínsecas, superficiales y mecánicas de sus escritos. Si subrayamos el lugar estratégico de El alba del alhelí, podemos suscribir plenamente estas palabras de Solita Salinas: la originalidad de Rafael Alberti, desde que empieza a escribir hasta nuestros días, radica en la convivencia en su poesía de actitudes vitales, formas de expresión, temas e imágenes de una diversidad a primera vista desconcertante: el alegre arrebato juvenil y la desesperación total, la canción de corte popular y el soneto de clásica hechura barroca, el huerto submarino y los espacios cósmicos, la sirena y el ángel, el remoto mundo mítico y el presente vivido en su palpitante actualidad. En particular, la media década de sus cinco primeros libros (...) se destaca en su biografía poética porque en ella se define, en forma definitiva, la personalidad poética de Rafael Alberti53.
En ninguna otra de sus primeras obras está tan definida esta personalidad poética –incluso en esa dimensión proteica y plural– como en El alba del alhelí, donde su consuman y a la vez se inician vías poéticas, y en el que su facilidad para la versificación, el ritmo, la música verbal, llega a uno de sus más altos exponentes. Así se nos aparece nuestro libro como un Jano bifronte que, por un lado, contempla la poesía marinera de Marinero en tierra y la interior de La amante, y por otro anticipa el neogongorismo de Cal y canto y en muchos de sus juegos fónicos, próximos a la jitanjáfora, como han señalado algunos investigadores, así como en aspectos que Zuleta calificaba de “absurdos”, tenemos en germen algunas claves de la peculiar escritura vanguardista de Sobre los ángeles (también anticipada temáticamente como tendremos ocasión de ver al hablar del Cuaderno de Rute).
53 Solita Salinas de Marichal, El mundo poético de Rafael Alberti, ob. cit. , 1968, pág. 9.
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Génesis de El alba del alhelí. Conocemos las circunstancias de escritura de esta obra –cuyas composiciones van desde 1924 (especialmente, finales de 1925) a 1926– mejor que las de ninguna otra de Alberti. Como recordaba Solita Salinas, “el poeta se detiene, por única vez en sus memorias, a identificar serie por serie la experiencia vivida que da lugar al poema”54. Ello no es accidental: sin negar las profundas raíces biográficas de sus dos obras anteriores y la conexión de los poemas incluidos en ellas con el mundo albertiano, El alba del alhelí es la primera obra en la que lo vivido se impone a lo imaginado, a lo deseado… Aunque esa vivencia, sin lugar a dudas, deba pasar por el tamiz de la elaboración estilística y estética. Y en el núcleo de todo ello se encuentra Andalucía: el contraste que representan los paisajes, las gentes y las costumbres de la Alta Andalucía para alguien que ha nacido contemplando las olas del Atlántico. Alberti marcha en 1924 a Rute, a pasar unos meses en casa de su hermana María, que residía en este “poblachón escondido en la sierra de Córdoba” desde que se casara con el notario Ignacio Docavo. En este peculiar enclave de la Alta Andalucía, una Andalucía interior bien distinta a las luminosas tierras marítimas de las costas de Cádiz, encuentra Alberti claves, argumentos y motivos que van a ensanchar temática y estilísticamente su universo poético. De su primera visión de Rute nos dejará una hermosa estampa en La arboleda perdida: Casi de noche llegué a Rute, cargada el alma de olivares, sorprendido de la extraña visión de Lucena, una vieja ciudad amurallada por anchos tinajones de aceite; de Martos, con su peña tajante; del hiriente blancor de la cal derramada sobre pueblos urgidos como golpes de tiza contra las llanas tierras rojas o en las escarpaduras de los montes plomizos. ¡Triste y dramático viaje hasta la súbita aparición de Rute, levanta-
54
Idem, pág. 109.
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do al fin ante mis ojos bajo la sangre oscura de un poniente ya muerto! (...) Algo duro, casi siniestro respiraba todo el aire de Rute55.
Obsérvese que en esta rememoración sintetiza la atmósfera dominante sobre todo en «El negro alhelí», corazón dramático del libro y esencia de su primer proyecto Cales negras: el carácter triste y dramático del viaje, ese algo duro y siniestro que se respira en el aire, la sangre oscura de un poniente ya muerto… Años más tarde dirá: “leídas hoy a tanta distancia, creo, quizá, encontrar exageradas, más que injustas, algunas apreciaciones sobre Rute”56. Sin embargo este tono de dramatismo se impondrá en buena parte de El alba del alhelí, aproximando la poesía de Alberti a la de Lorca más que en ningún otro momento de sus trayectorias poéticas. La primera estancia en Rute estuvo marcada por el trabajo sobre el manuscrito del que sería Marinero en tierra: “Una noche, de pronto, comprendí que mi libro Mar y tierra estaba terminado. No había más que añadir. La copia a máquina –tres ejemplares– era perfecta”. Pero, una vez terminado el libro, y aunque con ciertos remordimientos por haberse presentado al Concurso Nacional de Literatura, eché tierra a mi audacia y me dispuse a comenzar un nuevo libro. Necesitaba, primeramente, el título. Desde mis días iniciales, pretendí que cada una de mis obras fuese enfocada como una unidad, casi un cerrado círculo en el que los poemas, sueltos y libres en apariencia, completaran un todo armónico definido. ¿Por qué decidirme? Me tocaba, me sacudía la atmósfera de Rute, aquel dramático pueblo andaluz al pie del Monte de las Cruces, pueblo, como tantos otros escondidos de aquellas serranías, saturado de terror religioso, entrecruzado de viejas supersticiones populares, soliviantado aún más por una represión de todos los sentidos, que a veces llegaba a reventar en los crímenes más inusitados y turbios; pueblo rico, abundante de suicidas y borrachos, de gentes locas que después de invocar a los espíritus vagaban a caza de tesoros 55 56
Rafael Alberti, La arboleda perdida, Primera Parte, ob.cit., pág. 162. Rafael Alberti, Cuaderno de Rute, Málaga, Litoral, 1977, pág. 20.
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por los montes nocturnos, terminándose casi siempre estas expediciones diabólicas a palo limpio, tiros o navajazos. Creí, por fin, luego de eliminar algunos otros, haber hallado el título: Cales negras, pretendiendo condensar así todo lo oscuro, trágico y misterioso que se escondía bajo la cal ardiente de Rute57.
Alberti comienza la escritura de las primeras canciones, bien distintas de las anteriores playeras y salineras gaditanas: era otra música, más quebrados los ritmos; otros los tonos de la luz; otro el lenguaje. Aun a pesar del sol, la voz tajante, dura de las sombras iba a poner como un manto de luto en casi todo lo que entonces escribiera. De entre las cosas que veía, las que me contaban o adivinaba, iría extrayendo yo los pequeños motivos. La esencia dramática de mis nuevos poemas: algunos con verdadero aire de coplas, más para la guitarra que para la culta vihuela de los cancioneros58.
Alberti experimenta y nos muestra que, como en los diferentes registros del flamenco, la guitarra puede acompañar los “palos” más alegres o, como aquí, los más tristes y dramáticos. Como ya hemos anticipado, el tono que domina El alba del alhelí es el que proporciona la realidad vivida, no la añorada como de algún modo ocurría con sus obras anteriores: No surge, pues, este libro, de la nostalgia primera, como Marinero en tierra, ni de la mezcla de nostalgia y realidad vivida que es La amante. Aquí el poeta traduce diversos momentos de una realidad vivida en tiempo y espacio presentes59.
La fuerza de dicha presencia, que late en el interior de los poemas está, con todo, contrarrestada en parte por la deliberada 57
Rafael Alberti, La arboleda perdida, ob. cit., págs. 168-169. Ibidem. 59 Solita Salinas de Marichal, El mundo poético de Rafael Alberti, ob. cit., pág. 109. 58
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retórica de canción (y de copla) que Alberti utiliza para buena parte de la obra. Por las entregas de poemas en diversas publicaciones entre su primera y su segunda estancia en Rute podemos hacernos una idea del proceso de gestación de la obra. Aunque Alberti no transformará el previsto primer título Cales negras hasta su segunda estancia en Rute, el título definitivo estaba ya latente en el poema «Prólogo» que publicara en Revista de Occidente en julio de 1925: Todo lo que por ti vi –la estrella sobre el aprisco, el carro estival del heno y el alba del alhelí–, si me miras, para ti. Lo que gustaste por mí –la azúcar del malvavisco, la menta del mar sereno y el humo azul del benjuí–, si me miras, para ti.
Muchas de las claves de la parte más luminosa de la obra están en este poema: la importancia de la visión y la mirada; los colores mencionados y sugeridos (aquí el verde, el blanco, el azul); la dimensión dialógica en el juego yo/tú que irá adquiriendo en la obra dimensiones lúdicas y dramáticas… Incluso –como se ha señalado acertadamente– la extraordinaria propensión a la rima aguda en –i, que será especialmente fecunda en los juegos en los que están implicados los monosílabos afirmativos. Ya había señalado González Lanuza60 en el título mismo un peculiar juego de aliteraciones que privilegia lo prosódico. La historia de una hermosa muchacha recluida, guardada celosamente por sus tías y a la que el poeta intentaba –inútilmente– 60 Eduardo González Lanuza, «Homenaje a Rafael Alberti», en Sur (Buenos Aires), 281 (1963) 52-53.
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ver en la primera misa, al amanecer, dará lugar a las canciones de «La encerrada» y, pasado el tiempo a El adefesio. La proximidad de su cuarto a la celda desde la que se oían los gritos y lamentos de un preso será la ocasión para la escritura de «El prisionero». También se inspiran en historias conocidas o bien oídas en Rute «La maldecida» y «La húngara»: De aquellos paseos por el campo traje «La húngara», coplillas dedicadas a una preciosa muchacha magiar, vagabunda con su familia dentro de un carro verde ornamentado con flores, pájaros y espejitos; traje también unos pregones, versos ligeros exaltando la flora popular, las gentes y el viento olivarero de toda aquella geografía serrana61.
Será, sin embargo, durante su segunda temporada en Rute (de diciembre de 1925 a febrero de 1926), tras el triunfo por el premio concedido a Marinero en tierra y una vez ya finalizado La amante, cuando se plantee –incluso sistemáticamente– la escritura de El alba del alhelí, obra de la que ya había entregado algunos poemas (junto con otros de Marinero) para su publicación en Revista de Occidente: Me propuse, como única tarea de esta nueva temporada ruteña, dar fin al (libro) que iniciara la anterior: Cales negras, cuyo definitivo título sería El alba del alhelí. Se acercaba Navidad. Para alegrar a mis sobrinillos, escribí una serie de canciones inspiradas en las figuritas del Nacimiento que yo mismo les levanté. (...) Nuevos pregones, estampas y coplillas fueron definiendo el libro, dándole ese perfil, ese dibujo que siempre, y casi sin querer, me exijo para todas mis cosas. Ya bien crecido dividí aquella parte ruteña de El alba del alhelí en dos secciones: «El blanco alhelí» agrupaba los poemas ligeros, graciosos, juguetones, suaves...; y «El negro alhelí», los más dramáticos y oscuros (...) La tercera sección –«El verde alhelí»– se la dejaba al mar, que visitaría pronto62.
61 62
Rafael Alberti, La arboleda perdida, ob. cit., pág. 170. Idem, pág. 211.
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En efecto, Alberti abandonaría con el inicio del año Rute, y no para encaminarse a Granada –donde le había invitado Lorca– sino hacia Málaga: Con Manolo y Emilio pasé en Málaga horas inolvidables. Juntos recorrimos las playas, viendo las redes al sol, espejeantes de boquerones; paseamos el Limonar, subiendo al Castillo de Gibralfaro, la vieja fortaleza mora63.
En Málaga dejaría no sólo la amistad profunda con los dos poetas, sino el manuscrito de La amante, que sería publicado ese año 1926. Luego, Un feo barquichuelo, de aún más feo nombre –Enriqueta R.–, me llevó a Almería. Mi hermana Pepita, la más querida de todas, me esperaba en el muelle con su marido, un joven abogado (al que estaría reservada una muerte terrible los primeros días de nuestra guerra). Allí estuve con ellos, matrimonio reciente, aún sin hijos, un par de meses. Almería me gustó. Era como una avanzada de África (…) En la playa o entre las palmeras del parque, comencé las canciones destinadas a la última parte de El alba del alhelí64.
En Almería se enamora de una joven filipina, y cuando, por sugerencia de su hermana, abandona la ciudad, “lo hice –dirá–, pero llevándome un montón de canciones y uno de los recuerdos más dichosos de mi juventud”. Sin lugar a dudas todas estas circunstancias biográficas, que tan pormenorizadamente nos relata Alberti, están en el trasfondo creativo de El alba del alhelí, su tercer libro (aunque hay poemas que coinciden con el ciclo de Marinero y otros con La amante) y ya también la ocasión de replantearse un cambio de escritura: “Ya el poema breve, rítmico, de corte musical me producía cansancio. Era como un limón ex63 64
Idem, pág. 213. Ibidem.
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primido del todo, difícil de sacarle un jugo diferente. ¿A qué apretarlo más?”65. Esta sensación de culminación y la conveniencia de un cambio fue sabiamente apreciada por la crítica, pero especialmente por Bergamín –quien sería, precisamente, el que más tarde le aconsejaría el cambio de título de su próximo libro, Pasión y forma por Cal y canto. José Bergamín en su artículo «El canto y la cal en la poesía de Rafael Alberti», publicado en La Gaceta Literaria, 54, 15 de marzo de 1929 contempla ya como un ciclo los tres primeros libros de Alberti, de los que afirma: entre los tres ofrecen una riqueza poética sorprendente, variadísima plenitud primera. Sorprende de esta adolescencia lo sobrado de dotes, de facultades creadoras, de espontaneidad; y su conciencia y gracia perfecta; su dominada, dirigida, contenida facilidad, artística naturalidad. El más seguro conocimiento crítico, contratando la exuberancia lírica; consciente dominio de las formas métricas, soltura de ritmo, maestría retórica tradicional66.
Y se pregunta si no acabaría encerrándose en el círculo de una perfección retórica o abandonándose a su natural facilidad. A la vista de su nueva obra contesta: sorteó, ágil, el peligro, los dos peligros: el de su facilidad y el de su maestría. En el libro siguiente, Cal y canto, da el resultado exacto (espontáneo y perfecto) de su poética victoria; la expresión justa de su personalidad verdadera.
A estas coordenadas sobre el proceso de escritura de una de las obras de Alberti que tiene un más claro trasfondo de realidad vivida (o bien oída) hemos de añadir la inclusión de «Joselito en su gloria» y «El niño de la Palma», aunque gestadas en Rute, com65 66
Idem, pág. 214. En Manuel Bayo, Sobre Alberti, ob. cit., págs. 125.
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puestas en Sevilla en mayo de 1927 con ocasión del Homenaje ofrecido a Joselito por Sánchez Mejías. También pertenecen a este contexto las «Seguidillas a una extranjera», cuya inclusión, junto con las anteriores en la sección «El negro alhelí», la más dramática y ruteña, justificó el poeta en una conferencia de 1932: Este jugar con fuego, este burlarse de la muerte esquivándola y provocándola a un mismo tiempo, este arriesgar el cuerpo bailando, esta fiesta, esta fiesta española del gana y pierdes, yo la he visto encarnada en el toreo. Y con el mismo espíritu de saltarín de las sevillanas anteriores escribí estas chuflillas o burlas, del torerillo jugando con el toro [cita «El niño de la Palma»]67.
Emilia de Zuleta destaca la importancia del tema del toro, que irrumpe en este momento: El alba del alhelí incorpora, además, el tema del toro y la rica constelación de figuras y motivos con él conectados. José María de Cossío se ha referido al carácter personal, alejado de toda concepción tradicional o realista, de la visión de Alberti en este tema de la fiesta de toros68.
En efecto, en Alberti el toro conecta con la rica tradición mítica y simbólica europea y conecta con otras dimensiones telúricas, como ocurre con la pintura de Picasso. Pasados muchos años, María Asunción Mateo recoge un interesante testimonio de Alberti al preguntarle qué tiene de autobiográfico La amante [suponemos, por la respuesta, que se refiere más bien a El alba del alhelí]: –Mucho, desde los lugares que voy recreando que son los que tengo ante mis ojos, el trigo, los habares, los olivos, los pastores, las mulas, la cárcel de Rute que estaba pegada al muro de mi habitación, hasta la
67 68
Rafael Alberti, Prosas encontradas (1924-1942), ob.cit., pág. 123. Emilia de Zuleta, Cinco poetas españoles, ob. cit., pág. 313.
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mayor parte de las situaciones que reflejo. Por ejemplo, el personaje de la húngara, a la que dedico varios poemas, era en la vida real una muchachita húngara, claro, de dieciséis años, de la que me enamoré platónicamente. Se llamaba Carmen Mymí, todavía me acuerdo. Era muy bonita y muy chica, y hablaba varios idiomas, pues durante toda su vida no había hecho otra cosa que viajar con su familia de un lugar a otro. La descripción que hago de ella en los versos, su forma de hablar, su ropa, su hermanillo pequeño, que me recordó al verlo al Niño Jesús de Praga que tenía mi madre en una hornacina de cristal, y por eso lo llamo así en uno de los poemas… También el personaje de «La encerrada» está inspirado en aquella muchacha que yo veía cuando se dirigía a la iglesia, porque su padre la tenía casi secuestrada entre cuatro paredes…69
Edición y evolución textual. Aunque finalizado en 1926 (con algunos poemas añadidos de 1927), El alba del alhelí no vio la luz hasta finales de 1928 o, más probablemente, a inicios de 1929 (la primera edición no lleva fecha) en la serie «Libros para amigos» de José María Cossío. Alberti nos dice en La arboleda perdida: 1928 resbalaba a su fin. El alba del alhelí, en edición de 150 ejemplares numerados no destinados a la venta (…) publicado este año, apenas si llegó a la crítica (…) Esto no me importó gran cosa, pues mi interés estaba concentrado en la aparición de los otros dos libros: Cal y canto y Sobre los ángeles70.
Tanto para el propio autor como para la crítica, esta serie de 139 composiciones dividida en un poema-prólogo y tres libros queda, pues, en parte desvirtuada al coincidir en su aparición con las obras que marcaban otra deriva estética: el neogongorismo y el peculiar surrealismo albertiano.
69
En María Asunción Mateo, Rafael Alberti. De lo vivo y lejano, Madrid, Espasa-Calpe, 1996, pág. 65. 70 Rafael Alberti, La arboleda perdida, Primera Parte, ob. cit., pág. 249.
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Alberti había anticipado la publicación de algunos poemas: «La húngara» aparece en Meseta en mayo de 1925; otros varios aparecerán en el número XXV de Revista de Occidente de julio de 1925, aunque más tarde todos ellos, excepto «Canción» y «Pregón» pasarían a Marinero en tierra. También en el Suplemento literario de La Verdad ofreció en 1926 poemas de la serie «La encerrada» y la «Estampida celeste de la Virgen, el Arcángel, el lebrel y el marinero». El poema «A Jean Cassou» apareció en el núm. 2 de Papel de Aleluyas (1927) y las «Seguidillas a una extranjera» en el núm. 1 de Carmen (1927). Realmente la primera aparición pública de El alba del alhelí es la que se incluye en la edición de Cruz y Raya de 1934 de su Poesía (1924-1930), aunque con notables cambios en relación con la edición príncipe no venal: ya indicamos que 16 poemas pasan a Marinero en tierra, las «Estampidas» a La amante, incluye el poema «¡El tonto de Rafael! (autorretrato)», que había aparecido en el núm. 5 de Lola en abril de 1928 y, finalmente, suprimió cinco canciones. Nada nos puede extrañar esta curiosa incorporación de «¡El tonto de Rafael!», que conecta en el tono jocoso con la serie «El pescador sin dinero», escrita en la segunda estancia de Rute, y motivada, según el propio autor indica “por la manera un tanto tonta de tirarme el dinero del Premio Nacional con amigos ocasionales”. Esta será la estructura básica de la segunda edición de El alba del alhelí (1925-1926), aparecida en la Biblioteca Contemporánea de Losada en 1947, y la recogida en otras ediciones posteriores de su Poesía. Entretanto, son muchas las ediciones sueltas de poemas –especialmente de «La Húngara», «El niño de la Palma» y «La Encerrada»–, sin variantes de interés. Un completo cuadro de la historia textual de El alba del alhelí puede consultarse en la edición crítica de Robert Marrast71. 71
Rafael Alberti, Marinero en tierra. La Amante. El alba del alhelí, Ed., intr. y notas de Robert Marrast, 2ª edición corr., Madrid, Castalia, 1982, págs. 273-280.
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La propia dinámica textual del libro revela con claridad que los poemas que constituyen El alba del alhelí surgieron muy hechos y que sufrieron muy pocas variantes, algunas de ellas incluso imputables a los procesos tipográficos de edición. Lo más interesante es apreciar la proximidad de nuestra obra con sus dos primeros libros, a pesar de dejar en el lector una innegable impronta propia, por encima de su heterogeneidad de tonos y matices.
Estructura y temas de El alba del alhelí. En su primera edición no venal de 150 ejemplares, de la colección «Libros para amigos» de José María de Cossío, El alba del alhelí ocupa la nada despreciable cantidad de 182 páginas en octavo, con un total de 139 composiciones o fragmentos, que suponen un total de 1666 versos y lo convierten en el más extenso de sus libros primeros (recordemos que Marinero en tierra tenía un total de 1286 y La amante 508)72. Se trata de una obra excesivamente extensa para tener carácter unitario y tono homogéneo. Sin embargo ello no quiere decir que no responda –como ya vimos– a un plan deliberado o que adolezca de estructura. La división tripartita es totalmente pertinente: Tras el poema-prólogo «El alba del alhelí» que da título a la obra (y que ya anticipa muchas de sus claves), nos encontramos con tres libros, reflejo también de voces o tonos distintos: I. PRIMER LIBRO: «EL BLANCO ALHELÍ», que consta de 47 composiciones o fragmentos agrupados en varios bloques o series de poemas: 72
Se puede consultar el índice de la primera edición en J.L. Tejada, Rafael Alberti, entre la tradición y la vanguardia, ob. cit., págs. 535-538 y una completa tabla con el contenido de cada una de las ediciones de El alba del alhelí en la ed. de R. Marrast (ob. cit., págs. 272-280).
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«Navidad» «La Húngara» «El pescador sin dinero» «Estampas, pregones, flores, coplillas...» «Estampida real del vaquero y la pastora» II. SEGUNDO LIBRO: «EL NEGRO ALHELÍ», con 45 composiciones o fragmentos agrupados en los siguientes poemas o series: «La mal cristiana» «La maldecida» «La encerrada» «Alguien» «Prisionero» «El extranjero» «El buen amigo» «Estampas» III. TERCER LIBRO: «EL VERDE ALHELÍ», con 46 composiciones o fragmentos agrupados en la única serie «Playeras». Aunque por esta estructura y por la confesión de Alberti acerca del carácter unitario de sus libros pudiera parecernos una obra cohesionada, ya refleja ese entrecruzamiento de tendencias que se da en la obra y ese cierto cansancio por la copla. Así lo ha indicado acertadamente K. Spang: Alberti habrá notado el cansancio ya durante la creación de esta obra puesto que en ella hay tanta variedad de temas y de formas que en su conjunto el libro da la impresión de que su autor andaba ya buscando nuevos caminos poéticos. Los rasgos distintivos de los poemas de El alba del alhelí son, pues, la diversidad de formas y de temas en compa-
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ración con los libros precedentes y unos ensayos de poemas dramáticos de influencia lorquiana. (La) repartición temática, aparentemente homogénea, no debe hacer olvidar la heterogeneidad temática y formal del libro73.
Dicha heterogeneidad temática y formal se mueve, con todo, sobre ejes bien definidos. Por una parte, se confirman aquí y acentúan (si consideramos su obra desde la poética material analizada por Bachelard) las dominantes de tierra y mar propias de esta primera etapa, aunque hay anticipos de aire y fuego (la segunda parte del poema «El buen amigo» se titula, precisamente, «(El agua, la tierra, el aire, el fuego)». Robert C. Manteiga ha destacado que Alberti’s early works, Marinero en tierra, La amante and El alba del alhelí, are centered around the elements land and sea. While the somewhat less tangible elements, fire and air, are occasionally alluded to in these works, they remain in the background. Beginning with Cal y canto, howewer, we witness a noticeable transition in Alberti’s poetry. The water-dominated environment of Marinero en tierra gives way to a more ethereal environment governed primarily by the elements fire and air74.
De modo concomitante a la progresiva transformación de los elementos, desde la dominante marítima de Marinero en tierra, a la importancia de la tierra en El alba del alhelí, pasando por La amante como obra de transición, se produce un importante cambio del cromatismo. De hecho Solita Salinas indica que “la variedad cromática es mayor que en cualquier otro momento de su poesía”75. Si en Marinero en tierra los colores dominantes son el blanco, el azul y el verde, en La amante ocupará un lugar central el 73
Kurt Spang, Inquietud y nostalgia, ob. cit., pág. 57. Robert C. Manteiga, The Poetry of Rafael Alberti. A visual approach, London, Tamesis Books, 1978, pág. 43. 75 Solita Salinas de Marichal, El mundo poético de Rafael Alberti, ob. cit., pág. 122. 74
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verde, y en El alba del alhelí verde y blanco aparecerán en función del color dominante negro. Se aprecia en ello también un cambio desde la felicidad e inocencia del tiempo de la infancia en Marinero en tierra hasta los tonos más dramáticos de El alba del alhelí 76. Igualmente hay un giro desde lo más externo hacia una progresiva interiorización y subjetividad. Andrew P. Debicki77 ha ofrecido, a través del estudio del “correlativo objetivo”, importantes claves para apreciar factores de coherencia sobre la heterogeneidad de sus cinco primeros libros: se trata de un “equivalente del significado total que el autor encarna y ofrece en el poema”, al modo como T.S. Eliot entendía que se podía crear en los lectores una emoción similar a la que experimenta el autor, a través de imágenes y efectos sintéticos y complejos, aunque Debicki amplía estos efectos desde lo estrictamente emocional hasta lo sensorial e incluso conceptual. Así experimentamos, por ejemplo, la nostalgia del mar que articula Marinero en tierra, pero que sigue presente en La amante y El alba del alhelí. El conflicto entre tierra y mar forma parte, sin embargo, de un conflicto arquetípico, en el que diferentes elementos representados se convierten en correlatos objetivos de un conflicto básico entre lo alegre y lo triste o negativo; entre lo bello y lo común o vulgar. Así lo ha expresado Debicki: En El alba del alhelí el conflicto que hemos estado observando crece y se representa en toda una variedad de escenas e imágenes. Si en Marinero en tierra y La amante el anhelo de un mundo puro formaba el plano central y lo negativo sólo se insinuaba, en El alba del alhelí parece haber un equilibrio mayor entre ambos, y tal vez hasta una preponderancia de lo negativo. La mayoría de los “correlativos objetivos” que se perciben en este libro constan no tanto de imágenes o cuadros sueltos como de escenas dramáticas78. 76
Idem, pág. 122. Andrew P. Debicki, «El “correlativo objetivo” en la poesía de Rafael Alberti», en M. Durán (ed.), Rafael Alberti, ob. cit., 119-151. 78 Idem, pág. 128. 77
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En efecto, en «El prisionero», por ejemplo, más allá de la queja de la persona encarcelada por conseguir su libertad apreciamos la voluntad de unirse a un mundo puro natural, expresada a través del paralelismo y alternancia entre el anhelo del prisionero y el mundo vivo de la naturaleza exterior. El prisionero se convierte, por tanto, más allá de su circunstancia, en la representación de cualquier ser humano al que se le ha negado la comunión con lo natural. Una lectura de El alba del alhelí desde la óptica propuesta por Debicki despoja la obra de elementos puramente formales e incidentales para penetrar en una cosmovisión más dramática y pesimista que en sus libros anteriores: Las escenas dramáticas que hemos visto en El alba del alhelí sirven, igual que las imágenes visuales estudiadas, como equivalentes objetivos a valores predominantemente afectivos (…) Estas escenas se emplean más a menudo para revelar una atmósfera negativa, y su frecuencia en este libro parece relacionarse con el mayor pesimismo aparente en él y con la resolución cada vez más desilusionada entre lo puro y lo destructivo que pervade toda la poesía temprana de Alberti79.
Veremos, con todo, que al igual que ocurriera con la fórmula aplicada por Juan Ramón en Platero y yo (donde la presencia del mal, el dolor y la muerte está contrarrestada por la constante aspiración a transmutar el mundo desde la óptica de la belleza), incluso en los poemas más dramáticos de El alba del alhelí la resolución métrica y estilística apuntan a un cierto juego más formal y lúdico que proporciona mayor equilibrio ante la cosmovisión negativa del trasfondo. Es importante señalar que la diversidad de tonos, matices y cauces expresivos del libro podrían integrarse, desde una óptica adecuada, en una mirada superadora: si «El blanco alhelí» introduce un tono más alegre, festivo, navideño, próximo a la copla 79
Idem, pág. 135.
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popular andaluza, no es menos cierto que también refleja una visión de la poesía como juego, y que esta dimensión lúdica también queda trazada –desde la inmovilidad del anclaje en Rute– por el sueño de la gran aventura de camino, de la existencia como un errar constante (¡curiosa anticipación del destino de Alberti!). Por ello tiene tanta importancia en esta parte el poema «La Húngara», en el que también se expresa el deseo del poeta: Quisiera vivir, morir, por las vereditas, siempre, ¡Déjame morir, vivir, deja que mi sueño ruede contigo, al sol y a la luna, dentro de tu carro verde!
En contrapunto –pero no lo olvidemos: en viva relación dinámica– «El negro alhelí» ofrece en sus poemas dramáticos este conflicto de la clausura, del estar encerrados –trátese de «La maldecida», «La encerrada» o «Prisionero». En este último poema, la expresión viva del deseo de libertad (“¡Lo que haría yo,/ si saliera al sol”) se concentra en «Rutas», fragmento en el que reconoce Solita Salinas el “resumen de lo que representa El alba del alhelí en la creación poética albertiana”: Por allí, por allá, a Castilla se va. Por allá, por allí, a mi verde país. Quiero ir por allí, quiero ir por allá. A la mar, por allí, a mi hogar, por allá.
El sentido trágico, envuelto en un tono alegre e irónico, se ofrece en contrapunto en los poemas taurinos dedicados a Joselito
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y el Niño de la Palma, y anuncia el tránsito a la resolución del conflicto en libertad y tensión. Finalmente, «El verde alhelí» recoge en la serie de «Playeras» todo el impulso de libertad que proporciona el mar, aunque el destino esté en su fondo y la muerte, aunque no sepamos si el marinero que parte regresará… Métrica y estilo. El análisis métrico y estilístico de El alba del alhelí fue acometido con minuciosidad por José Luis Tejada, y a él remitimos. Ofrecemos una síntesis de sus planteamientos y procuraremos abundar en ciertas claves hermenéuticas que están ausentes del descriptivismo imperante en los estudios literarios en la década de los setenta, al tiempo que llamamos la atención sobre la versatilidad de Alberti como una característica que entronca, naturalmente, con las formas expresivas netamente andaluzas. Como ya indicamos, del recuento de 1666 versos repartidos en 139 composiciones en la primera edición, resulta una media de 12 versos por composición, más elevada que en las obras anteriores. Los versos de arte mayor e incluso los octosílabos han disminuido a favor de versos muy cortos, como consecuencia de la influencia popular y del cancionero. Además, la disposición tipográfica en versos escalonados favorece esta fragmentación del verso, potenciada por el acusado anisosilabismo de las composiciones, en las que se armonizan versos de medidas muy distintas. Hoy no podemos separar estos factores de experimentación métrica, aparentemente acogidos a la influencia de la métrica tradicional de cancioneros y a la poesía popular, del trasfondo vanguardista imperante en el momento de la escritura de la obra. Además de esta mayor libertad versificadora, el ritmo, más quebrado, variado y flexible que en los libros anteriores, contribuye al tono musical, cantable y bailable de algunos poemas, en los que el juego con las rimas agudas y el silabeo, o acumulación de
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palabras monosílabas o bisílabas, acentúan el carácter lúdico (un factor igualmente propio de algunas de las estéticas de vanguardia del momento). La rima consonante se ha intensificado frente a la asonante, y no faltan rimas consonantes por variantes dialectales, rimas asonantes de esdrújulas y las que Carvajal ha denominado “rimas en caída”, en las que la última tónica o la postónica no coinciden exactamente. Las estructuras estróficas son muy variadas, y en algunos casos siguen el esquema de las canciones medievales (estribillo, mudanzas o coplas expositivas y vuelta). Entre otros, encontramos poemas de estructura doble y triple, dialogada, de villancico o paralelística. Tienen gran importancia las estrofas de tradición popular: “La soleá, asonantada o consonante, simétrica (a,b,a) o asimétrica (a,b,b), adquiere en este libro su máxima autonomía como estrofa y es en él uno de sus más claros rasgos popularistas”80. José Luis Tejada ha insistido en la huella del Cancionero, reconocida por el propio autor: el elemento tradicional más decisivo en éste y acaso en los otros tres libros aquí estudiados es el elemento cancioneril, hasta el punto de que caracteriza este neotradicionalismo de nuestro poeta, frente al de García Lorca, mucho más entroncado con el Romancero81.
Conviene, con todo, no extremar las diferencias, ya que, paradójicamente, algunas de las composiciones de El alba del alhelí están más cerca de Lorca que las de los libros anteriores. Tejada señala como de posible raíz cancioneril ciertos procedimientos creativos como los hipérbatos cargados de resonancias culteranas (“…a besar sólo se atreve/ su alba la mano”) y que por 80 81
José Luis Tejada, Rafael Alberti, ob. cit., pág. 554. Idem, pág. 589.
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ello anunciarían rasgos de la próxima obra; poliptotos (“faro, farol, farolera… / del faro farolerí”); quiasmos (“Quisiera vivir, morir (…)/ Déjame morir, vivir”); entrecruzamiento temático, muy apto para ese juego de deseos y peticiones no satisfechos en «La marinera, el pastor, el marinero y la pastora». A ellos habría que añadir otros rasgos cultistas como la incipiente presencia del verso blanco en cuatro composiciones, los dos sonetos (aunque octosilábicos), la presencia de temas mitológicos o astronómicos, las rimas esdrújulas, ciertos arcaísmos (“a cualquiera parte”, “roja color”). Todos ellos se potencian con la peculiar disposición del verso (con escalonamientos tipográficos, usos de cursivas, potenciación con exclamaciones o suspensiones de una puntuación más libre…), la importancia de los títulos, y con ciertos rasgos que marcan la dramaticidad de los poemas (seudoacotaciones, apartes…). Sin embargo, el avance hacia el estilo que encontraremos en Cal y canto no hace perder el vínculo con elementos más populares o folklóricos propios de la tradición andaluza, presentes en Marinero en tierra y La amante: un léxico que trae recuerdos infantiles (“confitería”, “ventorrillo”) y denominaciones populares (“redondeles”, “chinas”, “granas”, “encalar”), incluso de argot (“que le birla los monises”); lleno de diminutivos afectivos, de interjecciones y exclamaciones, de movimientos de vaivén, coloquialismos, reflexivos pleonásticos (“…me digo yo/ te dices tú…”), reduplicaciones (“me digo y me retedigo”), incluso concesiones a lo plebeyo o folletinesco… Si el estilo, como afirmaba Buffon, “c’est l’homme même”, aquí podemos reconocer la voz propia de Rafael Alberti, incluso en el germen de algunas de sus derivas posteriores. Que El alba del alhelí tuvo un lugar determinante en su trayectoria poética lo demuestra el hecho de que sea la obra a la que, proporcionalmente, dedica mayor extensión en La arboleda perdida.
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Cuaderno de Rute. La revista Litoral, que ofreciera en el inicio de su trayectoria poética el segundo libro de Alberti, La amante, dedicó en 1977 su número triple 70-72 a publicar, como libro inédito, el Cuaderno de Rute, fechado en Sierra de Rute (1925) y Almería (1926). La edición reproducía (parcialmente, pues se eliminaron versiones distintas de poemas ya conocidos de El alba del alhelí) el cuaderno descubierto tardíamente en Madrid por María Alberti, su sobrina. En nota preliminar para la edición, fechada en septiembre de 1977 nos aclara el poeta: Algunas de las poesías –canciones– que aquí dejo, quizá no las incluí en El alba del alhelí por considerar unas ecos de otras o por no haber tenido a mano este cuaderno en el momento de componer aquel libro, al que realmente pertenecen. Entre estas canciones, lo mismo que en las de «La encerrada» y «La Maldecida», ya publicadas, hay algunas que pueden también considerarse el origen de El adefesio, mi obra teatral, que urdí, pasado el tiempo, en los primeros años de mi destierro en la Argentina82.
El Cuaderno de Rute contiene en su «Parte primera», «Coplas, canciones, poemas, que no fueron incluidos en el libro El alba del alhelí». La «Parte segunda» está integrada por «Seis narraciones breves inspiradas en personajes reales que vivían por aquellos años en Iznájar, Rute y Almería». Según confesión de Alberti no fueron publicadas por parecerme, sobre todo entonces, demasiado ceñidas a lo local, sin trascender más allá de los límites de aquel dramático pueblo caído entre los montes cordobeses. Hoy las encuentro interesantes, además de un jalón, algo diferente, en la totalidad de mi obra literaria.
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Rafael Alberti, Cuaderno de Rute, ob. cit., pág. 20.
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En efecto, se trata de algunas de las primeras prosas que conservamos de Alberti, llenas de vida y de gracia, además de profundamente conectadas con la parte segunda de El alba del alhelí: «Rafael el de la Lázara», «Carabina», «Diálogo en la taberna de Julián el Quemado», «Budia», «La enlutada», «Iznájar», «Ginesillo el marinero». La «parte tercera» –“lo que tal vez aprecie más en este Cuaderno”, nos dirá Alberti– está constituida por los borradores de cartas hasta entonces inéditas dirigidas a Emilio Prados, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, José Bergamín, Claudio de la Torre, Celestino Espinosa, León Sánchez, Juan Guerrero, Gustavo Durán, Pepín Bello, Fray Justo Pérez de Urbel y José Ruiz Castillo. Se trata de un material valiosísimo que, además de permitinos reconstruir muchas claves en la escritura de El alba del alhelí, documenta esa red de relaciones amistosas que fue parte fundamental del tejido de esta que se ha llamado la “generación de la amistad”. Cuaderno de Rute responde, pues, plenamente, a la atmósfera creativa de la segunda estancia de Alberti en Rute a finales de 1925 y primeros días de 1926, así como a su posterior estancia almeriense. No cuesta ningún trabajo, por ejemplo, relacionar el poema «El Panadero (Aparición)» con la serie «Navidad» de la sección primera, «El blanco alhelí», en la que están poemas como «El cazador y el leñador», «El platero», «El pescador», «El zapatero», «El sombrerero… », «Aleluyas» recoge la entrega de regalos de Reyes a sus sobrinos. Desde el propio título reconocemos la ubicación de «Tres coplillas no incluidas en la serie llamada ‘La Húngara’», de las que, por ejemplo, la segunda, revela el mismo tono compositivo basado en diálogo, el paralelismo, la contraposición, la complementariedad: Toma este clavel de grana, y cerca ya de tu Hungría, dí, ¿qué te recordará? –España.
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Toma esta roja toquilla, y, lejos ya de tu España, dí, ¿qué te recordará? –Hungría83.
La persistencia del tema del mar está conscientemente asumida en el siguiente poemilla: ¿En qué lengua y de qué modo decirte, mi mar salado, que estoy de ti enamorado, enamorado del todo? ... Si alguien se cansa de oírme hablar del mar, que se canse…84
Encontramos incluso, en el marco y el tono de coplas de este momento algún atisbo y anticipo temático –no estilístico– de Sobre los ángeles en el poema «El amante solo. Oraciones a San Rafael»: ¡Príncipe de los arcángeles, protege a mi dulce amante! Líbrala de las cadenas de los malos rondadores. ¡Protege nuestros amores!85
No faltan en el Cuaderno de Rute los poemas de circunstancia, que constituirán toda una línea rastreable a través de la bio83
Idem, pág. 37. Idem, pág. 41. Creemos que se refiere fundamentalmente a Diez-Canedo, del que dirá en «Carta a Bergamín»: “Estoy haciendo otro libro de canciones marineras que, naturalmente, al excéntrico Díez le volverán a parecer amaneradas, influenciadas por todo bicho viviente” (pág. 139). 85 Idem, pág. 45. 84
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grafía poética albertiana, como los dedicados a Pepín Bello o a Emilio Prados, o el que lleva el título del libro de Bergamín de 1923, «El cohete y la estrella». El ingenio de Alberti y su sentido del humor encuentran libre cauce en las prosas del Cuaderno de Rute y en las cartas a sus amigos, en las que vuelve como motivo constante su impresión de Iznájar, “pueblo de espiritistas, criminales, suicidas y descreídos. Es imponente. Está, con su castillo árabe, en la cumbre de un precipicio comido de pitas y chumberas”86; sus peculiares amigos: Tengo algunos amigos deliciosos: Carabina, Antoñito-cantaseco, Simeón el adivino y otros de ‘menos valía’. Los dos primeros son poetas y, además, borrachines. El último, espiritista, echador de cartas y, también, bebedor de aguardiente. En La Lamparilla, taberna casino del barrio alto, lo paso muy bien con ellos.87
Las bromas sobre el espíritu de Fátima: ¿Quieres –dirá a Celestino Espinosa– que Simeón el espiritista te ponga en interviú con el espíritu de Fátima? Pues fabrícate una vela de cera virgen y ‘semen masculino’. Vente, con ella encendida al monte de las Cruces. Y a las 12 en punto de la noche, el espíritu de Fátima se te posará sobre el hombro izquierdo …88
Casi como coda, la tercera carta a Bergamín resume, ya desde Almería, este tiempo decisivo para la escritura de El alba del alhelí: Anduve casi dos meses por la sierra de Rute. Allí trabajé bastante. Te mando copia de algunas poesías de las escritas por esa Andalucía
86
Idem, pág. 132. Idem, pág. 129. 88 Idem, pág. 126. 87
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interior. Hoy, en la marítima, trabajo menos […] Yo nunca me cansaré de hablar del mar. Estoy haciendo un libro de canciones marineras…89
Es muy posible que Alberti pensara, en algún momento, en dos libros distintos: uno de canciones marineras y otro con los textos más propios de su estancia en Rute. Ya hemos señalado que, en realidad, el proyecto de Cales negras responde al segundo libro de El alba del alhelí, «El negro alhelí», la parte que amplía y enriquece más su poesía en relación con los libros anteriores (recordemos, con todo, que hay cierta coetaneidad entre algunos poemas de Marinero en tierra y de La amante con la escritura de El alba del alhelí). Con el estudio de El alba del alhelí y Cuaderno de Rute cerramos un ciclo, la poética auroral de Alberti, en la que su voz suena ya con acento y timbre propios, y prefigura muchos de los logros posteriores.
89
Idem, pág. 139.
EL GIRO DE LOS AÑOS 27/29 Y LA CREACIÓN POSTERIOR: ANDALUCÍA Y LO UNIVERSAL
Como sabemos, Cal y canto (1926-1927) introducirá un punto de inflexión en la poesía de Alberti, cuyo hilo conductor interno va mucho más allá de la topificada visión crítica que establece la progresión “neopopularismo, gongorismo, surrealismo y poesía civil”. Lo cierto es que se abandonaban ciertos peligrosos caminos que, según algunos, de no producirse el giro, le hubieran conducido a una poesía local y regionalista (tan denostada, por cierto, por el andalucismo universalista de Juan Ramón). Gerardo Diego, con ocasión de un viaje a Argentina en 1928, afirma: Alberti se ha dado cuenta a tiempo del peligro que encerraba la limitación de una poesía exclusivamente andaluza, y mientras él –y Lorca por otros caminos– halla un nuevo rumbo para sus dotes poéticas, la poesía española se puebla de una plaga de cancioncillas más o menos
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marineras o andaluzas, y de romances seudogitanos, como hace pocos años de poemas maquinísticos y helicoidales90.
Y José Bergamín, tras elogiar sus tres primeros libros, se pregunta si Alberti no acabaría encerrándose en el círculo de una perfección retórica o abandonándose a su natural facilidad. A la vista de su nueva obra contesta: sorteó, ágil, el peligro, los dos peligros: el de su facilidad y el de su maestría. En el libro siguiente, Cal y canto, da el resultado exacto (espontáneo y perfecto) de su poética victoria; la expresión justa de su personalidad verdadera91.
Habría que recordar, con todo, que también ahora las raíces y el impulso de su creación literaria son genuinamente andaluces: se trata de la rica tradición que abrió el cordobés Luis de Góngora, y que había quedado truncada y casi en vía muerta, hasta su rescate por Alberti y otros compañeros de generación. Alberti es plenamente consciente de ello: Ya el poema breve, rítmico, de corte musical me producía cansancio. Era como un limón exprimido del todo, difícil de sacarle un jugo diferente. ¿A qué apretarlo más? ¿Acaso no había tanteado ya otras formas en mi Marinero? Y comencé, primeramente, a escribir tercetos aprovechando aún mis amados temas marinos, pero añadiendo otros, nuevos, que andaban golpeándome las sienes. Ya había empezado entonces nuestro entusiasmo por Góngora, acrecentado por la proximidad de su centenario92.
El Sur no desaparece en Cal y canto. Se enriquece y se transforma. Bástenos recordar el poema «Estación del Sur», la sección 90
En Manuel Bayo, Sobre Alberti, Madrid, CVS Ediciones, 1974, pág. 135. Idem., pág. 125. 92 Rafael Alberti, La arboleda pedida, Primera Parte, ob. cit., pág. 214. 91
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4 «Homenaje a Don Luis de Góngora y Argote», o apreciar la presencia de lo meridional en estos ejemplos (de entre los muchos que podríamos citar): Contra el rumbo del mar, roja una vela, estandarte del sol, nuncio del día, tiende en el Sur celicoral su estela. [Del poema «(Muerte)»] *** Sin candiles ni faroles, que el guantelete más férreo del Sur, de una dentellada los hizo añicos, el lienzo de los bandos ultramares, estelar, un marinero, los ojos aceituníes en sombra y vino revueltos busca amarrado a la cola nocturna y larga del viento. [Del poema «Romance que perdió el barco»] *** … Hay peces que se bañan en la arena y ciclistas que corren por las olas. Yo pienso en mí. Colegio sobre el mar. Infancia ya en balandro o bicicleta. [Del poema «Carta abierta»]
Desde la publicación de Cal y canto (1929) y Sobre los ángeles (1929) (obra en la que, como afirmó Bowra, se aprecia el coraje de Alberti de transformar una experiencia desvitalizadora en alta poesía), hasta el final de la Guerra Civil se acentúa el compromiso político de Alberti. Recordemos, entre otros hitos, la escritura de Elegía cívica (1929), el estreno de El hombre deshabitado (1931), los viajes a Francia, a Alemania, a la Unión Soviética, a varios países del norte de Europa (1932), el inicio de su actividad como “poeta en la calle” y la edición de Consignas, primera reco-
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pilación de poemas revolucionarios (1933-1934), la fundación de la revista Octubre (1934), el viaje a América (Nueva York, La Habana, México) (1935), el trabajo en la Alianza de Escritores Antifascistas, desde 1936, y la activa participación en el II Congreso Internacional de Escritores de Madrid, Valencia y Barcelona… Pero Andalucía no se encuentra olvidada ni lejos del corazón del poeta: buena parte del impulso luchador de Alberti procede de su experiencia y de su conciencia de la situación denigrante en que se encuentran los trabajadores y, muy especialmente, los campesinos andaluces (léase, por ejemplo «Al volver y empezar», de El poeta en la calle, que arranca del texto “Se les prometen los campos/ y al campo van a matarles”, o el poema «La lucha por la tierra»). Las páginas de La arboleda perdida están llenas de testimonios que avalan cuanto decimos. Bástenos recordar, de su estancia en la URSS en 1932, el testimonio del romancillo «Granada» del cosaco Svetlov, quien se puso delante de los ojos la lejana Granada “batiéndose ilusionado por ella para liberar de los ejércitos blancos las aldeas de su país”: Aquél era Svetlov, al que esperábamos desde las 11 para oírle decir su poema «Granada», popular en toda la Unión Soviética desde la Guerra Civil y repetido siempre por Maiakovski, su gran amigo. Svetlov, cosaco de la estepa, cuando luchaba por liberar a su patria, Ucrania, de los blancos, al ir al asalto de una aldea se imaginó, no sabía él por qué impulso misterioso, que corría a la toma de Granada para darle la tierra a los campesinos andaluces, mientras iba cantando Manzanita, una hermosa canción popular rusa93.
Por otra parte, ya avanzada la Guerra Civil, en el corazón mismo de la brutal contienda, desde París, en esas largas noches de soledad y congoja, comienza a escribir La arboleda perdida, verdadera recapitulación del sentido mismo de su vida, que debe enraizarse en sus orígenes, que debe nutrirse de la savia de Andalu93
Rafael Alberti, La arboleda perdida. Segunda Parte. Ob. cit., pág. 28.
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cía. Pero no sesguemos tampoco el sentido de la poesía de Alberti, que desde su sensibilidad andaluza se abre a todos los hombres que sufren, a todos los oprimidos, sean de donde sean. E incluso, metafóricamente, más allá de lo humano, en una fraternidad con lo animal y lo vegetal, por ejemplo en el poema «El diario íntimo del burro explosivo», de El poeta en la calle, en el que, a través del protagonista animal, proclama su hermandad con el Rucio de Sancho Panza (“Tuve un hermano, tuve, mayor que yo, un hermano./ (Ser andaluz, no quita que él fuera castellano”) o con Platero (“Otro hermano más chico tuve en Andalucía./ Un ángel de los burros, un burro de alegría”). Recordemos, por cierto, que años más tarde, en el exilio argentino, María Teresa León pondría su voz a una selección de capítulos de Platero y yo. Como última referencia de esta constante presencia del sur y de los paisajes de infancia en la poesía anterior al exilio, bastaría citar la primera parte de De un momento a otro, «La familia (Poema dramático)». En el exilio se intensifican y agudizan las dos vías de acceso temático a la realidad de Andalucía. Y ahora, además, se cruzan: por un lado, el recuerdo de la patria perdida, de los paisajes que forman parte de él, pone la nota nostálgica; pero por otro, la indignación de ver esos ámbitos mancillados y prostituidos, despiertan su denuncia y su condena, así como su llamada a la resistencia y a la insurrección, como en «Rota oriental, Spain» o en «A Cádiz, Base extranjera», de Signos del día: Cádiz, espero de ti lo que tú esperas de mí. Muy cerca estás de Gibraltar y hoy mucho más de Nueva York. Dime en qué lengua vas a hablar, con qué tacón taconear y en qué cantar decir tu amor.
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¿Quién va a mirarse en tus esteros, quién a manchar va tus salinas, quién a insultar tus marineros y tus veleras cristalinas? Haz de tu gracia un mar tirano, de tu sonrisa un viento fuerte, y sepa el norteamericano que Cádiz puede alzar la mano para la danza de la muerte. Cádiz, espero de ti lo que tú esperas de mí94.
Para Alberti, desde el exilio, el signo máximo de la degradación de su tierra, en la España siniestra del franquismo, es precisamente esta presencia de Estados Unidos, cifra de todo el mal del imperialismo, la imposición y la desvirtuación de los pueblos sobre los que se afirma por la fuerza. España y, muy especialmente, Andalucía están presentes en los Retornos de lo vivo lejano (1948-1956), en los que el poeta confiesa: En aquellos años de destierro argentino, mi lejana vida española se me perfila hasta los más mínimos detalles, y son ahora los recuerdos –lugares, personas, deseos, amores, tristezas, alegrías…– los que me invaden hora a hora, haciendo del poema, no una elegía por las cosas ya muertas, sino, por el contrario, una presencia viva, regresada, de las cosas que en el pasado no murieron y siguen existiendo aun a pesar de su aparente lejanía95.
Lo interesante es que la radicalización del sentimiento andaluz no es excluyente –todo lo contrario– de su constante rememoración de España y de su aspiración internacionalista de un orden más justo y más igualitario, frente al imperialismo norteamericano. 94 95
Rafael Alberti, Obras Completas, T. II. ob. cit., págs. 414-415. Idem, pág. 483.
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Veamos algunas de estas claves con el detenimiento que requieren, centrándonos en algunos escritos de importancia fundamental para nuestro tema. Un lugar especial en su producción del destierro, para calibrar su entrañable relación con la tierra que le vio nacer, lo ocupa Ora Marítima (1953), título que remite a la obra en verso de Rufo Festo Avieno, y que recoge un extenso y articulado conjunto de doce poemas dedicados “A Cádiz, la ciudad más antigua de Occidente, que abrió los ojos a la luz del Atlántico en el año 1100 a. de J.C., al celebrar ahora su tercer milenario le ofrece desde lejos este poema su hijo fiel de la bahía”96. Se trata de un texto pensado, elaborado y maduro, que se ha mantenido sin cambios desde su primera edición. Recordemos el hermoso comienzo, del poema «Por encima del mar, desde la orilla americana del Atlántico»: ¡Si yo hubiera podido, oh Cádiz, a tu vera, hoy, junto a ti, metido en tus raíces, hablarte como entonces, como cuando descalzo por tus verdes orillas iba a tu mar robándole caracoles y algas! Bien lo merecería, yo sé que tú lo sabes, por haberte llevado tantos años conmigo, por haberte cantado casi todos los días, llamando siempre Cádiz a todo lo dichoso, lo luminoso que me aconteciera97.
El poema inicial, poema-invocación, no lleva –a diferencia de todos los demás– ninguna cita que medie entre la vivencia del poeta y su expresión. No quiere que su sentimiento esté condicionado por expresiones literarias, históricas, culturales. Es su yo el que se expresa en un diálogo intenso con su tierra: “Siénteme cer96 97
Idem., pág. 646. Idem, pág. 647.
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ca, escúchame (…)/ Hoy tengo muchas cosas, muchas más que decirte”. Ni siquiera la distancia puede impedir que el “siempre dispuesto corazón” de Cádiz le oiga: “Por encima del mar voy de nuevo a cantarte”. El contrapunto del mito y de la historia no será sino el acicate para redescubrirse en la imagen de su tierra que termina implicando toda la Baja Andalucía en sus ecos fenicios, tartésicos, griegos, romanos. En ese caminar le acompaña el Avieno de Ora Maritima, pero también la Teogonía de Hesíodo, la Ilíada de Homero, el Geryón de Estesíscoro, el Critias o la Atlántida de Platón, la Geografía de Estrabón, el Libro de Job, los Epigramas de Marcial, el Hércules furioso de Séneca o incluso autores árabes como Abd Al-Mun’im Al-Himyari. Se trata de un libro de poemas o un largo poema articulado en la urdimbre del testimonio de un glorioso pasado, que se constituye a la vez en factor de resistencia en el presente y anticipo de un futuro que habrá de llegar. Como muy acertadamente ha señalado Ramos Jurado, el mito clásico, pues, en Ora marítima actúa con valor simbólico, el mito se convierte en símbolo que responde a necesidades subjetivas. En este caso a su desarraigo, a la pérdida de sus raíces, de su paraíso, y a la necesidad de autoafirmarse, aunque sea en el exilio, en la lejanía, a través del mito ligado a su tierra98.
Por ello, tras la invocación, el poema «Cádiz, sueño de mi infancia» permite el reencuentro, a distancia, con la mirada infantil (“Te miraba de lejos, sin comprenderme, oh Cádiz”), ahora llena de un sentido que funde el glorioso pasado con el pasado de la infancia y con la conciencia que otorga el presente, llena ya de impronta político-social solidaria: 98
Enrique Ángel Ramos Jurado, «Análisis de Ora marítima de Rafael Alberti. Una palingenesia de la tradición clásica», en M. Ramos-J. Jurado (eds.), Alberti libro a libro, ob. cit., pág. 350.
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Te miraba, ignorando aún que tus pescadores, los mismos pescadores pobres que yo veía salir del Guadalete hacia los litorales africanos, también eran los mismos almadraberos tuyos, tus desnudas gentes del mar que a Tarsis arribaban por el oro, la plata y el misterioso estaño.
Los poemas posteriores, «Bahía de los mitos» o «La Atlántida gaditana» profundizan ese contraste entre la experiencia directa de la mirada infantil, desprovista de conciencia y espesor, y un hoy en el que se entreteje el destino del niño que fue con toda la potencia telúrica del paraíso de la infancia: Iba, alegre, en un coche de caballos hacia la Santa Luz, hacia Sanlúcar, sin saber que los campos de los viejos abuelos, que las huertas marinas de tomates y soleadas calabazas eran, ya ante las aguas y los aluviones del Guadalquivir, playas, dunas del sueño de Platón, vestigios de su perdido reino azul de los Atlantes.
Ora marítima avanza a través de la mitología de Tartesos («Riotinto, lago del infierno»), la fundación de Cádiz («Los fenicios de Tiro fundan Cádiz»), la «Huida del profeta Jonás a Tartesos» o los sensuales bailes de la romana de Cádiz Telethusa («Bahía del ritmo y de la gracia») hacia el compromiso social y político de «Canción de los pescadores pobres de Cádiz», en la que contrapone la pobreza del pasado y del presente a la confianza utópica en un futuro en el que los pescadores sean dueños, y no esclavos, del mar:
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Manuel Ángel Vázquez Medel
Hijos de la mar de Cádiz, nuestras casas son las olas. Somos los pobres del mar, De ayer y ahora. (…) Cádiz nos vio desde Cádiz viviendo sobre las olas. Ir pobres y volver pobres, Ayer y ahora. Cádiz nos mirará un día dueños del mar, en las olas. Cádiz, que será más Cádiz que ayer y ahora.
«Menesteo, fundador y adivino» recuerda el héroe y caudillo de la Ilíada por el que El Puerto recibió el nombre de “Puerto de Menesteo”, en contrapunto con «Destrucción del templo gaditano de Hércules», que nos hace reconsiderar la realidad perecedera de todo: Todo no iba a ser azul, no iba todo a ser alegre. El dios de Cádiz un día halló en el fuego la muerte.
«La fuerza heracleana» cierra este ciclo de rememoración, fusión con el pasado y proyección hacia un futuro más justo e igualitario, en el que la potencia de Hércules debe vibrar para hacer todo más fuerte y luminoso: Hierva en ti, queme en tus mares, emerja en cada mañana. Se manifieste, palpite en todo cuanto te nazca.
Rafael Alberti y Andalucía
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Son numerosos los paisajes, los acontecimientos, los sentimientos del Sur que vuelven una y otra vez en su obra del exilio; o los personajes como, por ejemplo, José Caballero, “un andaluz febril y vagabundo por espacios perdidos”. Tras Ora marítima, las Baladas y canciones del Paraná (1953-1954) reflejan igualmente esta atmósfera, tal vez ahora con más fuerza, con más intensidad: Vuelven de nuevo a mí, con tanta intensidad como en los claros momentos de Marinero en tierra, las canciones de corte musical, de repetidos estribillos, pero de contenido diferente. Como por transparencia, enlazados al río y raro paisaje que las provocan, se ven latir en ellas todos los años de dolor y nostalgia que andan dentro de mí, al mismo ritmo de la sangre; porque yo no podré cantar ya nunca dividiendo en dos partes el correr de mi vida: aquí de este lado, lo sereno, luminoso, optimista, y de este otro, lo dramático, oscuro, triste, todo lo señalado por los signos crueles de mi tiempo99.
Ahora, como vemos, Alberti es consciente de que las luces y las sombras no pueden separarse; de que, aunque haya momentos de la vida en los que predominen unas u otras, la existencia está entretejida de lo positivo y de lo negativo, del gozo y del dolor. Además, el obligado destierro superpone la imagen de lo que vemos con la de lo que desearíamos ver, y abre ese espacio de la amargura y el desgarro de la distancia. En pocos poemas se presenta tan intensamente este sentimiento como en la «Balada del andaluz perdido»: Perdido está el andaluz del otro lado del río. -Río, tú que lo conoces: ¿quién es y por qué se vino?
99
Idem, pág. 673.
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Manuel Ángel Vázquez Medel
Vería los olivares cerca tal vez de otro río. -Río, tú que lo conoces: ¿qué hace siempre junto al río? Vería el odio, la guerra, cerca tal vez de otro río. -Río, tú que lo conoces: ¿qué hace solo junto al río? Veo su rancho de adobe del otro lado del río. No veo los olivares del otro lado del río. Sólo caballos, caballos, caballos, solos, perdidos. ¡Soledad de un andaluz del otro lado del río! ¿Qué hará solo ese andaluz del otro lado del río?100
Esta coloración de ánimo está presente en un buen número de poemas del libro, como la «Balada de la nostalgia inseparable», en la que siente, con todo, la llamada de su tierra, abierta a la esperanza en textos como «Balada del posible regreso», con versos verdaderamente proféticos: Mi cabeza será blanca y mi corazón tendrá blancos también los cabellos el día que pase el mar. 100
Idem, pág. 700.
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El emplazamiento de Alberti en su presente abre la herida, en el aquí y ahora, de un allí y en otro tiempo, que se imponen incluso con más fuerza. Como muy bien ha señalado García Montero, surgen en América nuevas raíces, pero están más vivas que nunca las angustias españolas. No se trata de ninguna contradicción. La existencia de una nueva realidad erosiona el pasado, evidencia su lejanía, agudiza la sensación de pérdida, la inestabilidad de todas las cosas101.
Desde esta tensión y contrapunto hay que interpretar poemas como la «Canción 9»: Esta ventana me lleva, la mire abierta o cerrada, a Jerez de la Frontera. Que este campo, donde galopan o duermen los caballos, y este río, por más grande que parezca, son Jerez de la Frontera. Campo y río De Jerez de la Frontera102.
América es contemplada desde el tamiz de Andalucía, como en la «Canción 28», en la que “Naves de Sanlúcar salen/ para el Paraná”, o la «Canción 33», espléndida síntesis de geografía emocional:
101
Luis García Montero, «La conciencia y la identidad. Baladas y Canciones de Rafael Alberti», en M. Ramos-J. Jurado (eds.), Alberti libro a libro, ob. cit., pág. 358. 102 Idem, pág. 710.
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Hoy quiero soñarte, río, más pequeño. Igual que el Guadalquivir, o más chico, como el Duero. Y todavía más chico, más pequeño. Lo mismo que el Guadalete de mi pueblo. Río que sueña en ser mar, debe ser mar, si es su sueño. Déjame que hoy te sueñe más pequeño103.
Ahora, en la distancia, Granada (a través de la figura de Federico) va a convertirse en el símbolo máximo de lo perdido, y su recuperación, en el síntoma de un futuro nuevo. Así lo expresa en la conocida «Balada del que nunca fue a Granada»: ¡Qué lejos por mares, campos y montañas! Ya otros soles miran mi cabeza cana. Nunca fui a Granada. Mi cabeza cana, los años perdidos. Quiero hallar los viejos, borrados caminos. Nunca vi Granada. Dadle un ramo verde de luz a mi mano. Una rienda corta y un galope largo. Nunca entré en Granada.
103
Idem, pág. 723.
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¿Qué gente enemiga puebla sus adarves? ¿Quién los claros ecos libres de sus aires? Nunca fui a Granada. ¿Quién hoy sus jardines aprisiona y pone cadenas al habla de sus surtidores? Nunca vi Granada. Venid los que nunca fuisteis a Granada. Hay sangre caída, sangre que me llama. Nunca entré en Granada. Hay sangre caída del mejor hermano. Sangre por los mirtos y aguas de los patios. Nunca fui a Granada. Del mejor amigo, por los arrayanes. Sangre por el Darro, por el Genil sangre. Nunca vi Granada. Si altas son las torres, el valor es alto. Venid por montañas, por mares y campos. Entraré en Granada104.
El poeta tiene la necesidad imperativa de cantar desde la distancia, pero en ese canto se siente de algún modo huérfano. Necesita que otras voces de su tierra canten, miren, sientan… Necesita que ese canto se teja en un entramado de solidaridad, más allá del canto solitario. Mira su tierra y la ve sola, baldía. Por ello incita a los poetas andaluces a que canten, miren, puedan latir alto. Es el hermosísimo texto que se convirtió en verdadero emblema de resistencia en los últimos años del franquismo gracias al grupo Aguaviva:
104
Idem, págs. 763-764.
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Manuel Ángel Vázquez Medel
Balada para los poetas andaluces de hoy ¿Qué cantan los poetas andaluces de ahora? ¿Qué miran los poetas andaluces de ahora? ¿Qué sienten los poetas andaluces de ahora? Cantan con voz de hombre, ¿pero dónde los hombres? Con ojos de hombre miran, ¿pero dónde los hombres? Con pecho de hombre sienten, ¿pero dónde los hombres? Cantan, y cuando cantan parece que están solos. Miran, y cuando miran parece que están solos. Sienten, y cuando sienten parecen que están solos. ¿Es que ya Andalucía se ha quedado sin nadie? ¿Es que acaso en los montes andaluces no hay nadie? ¿Que en los mares y campos andaluces no hay nadie? ¿No habrá ya quien responda a la voz del poeta? ¿Quien mire al corazón sin muros del poeta? ¿Tantas cosas han muerto que no hay más que el poeta? Cantad alto. Oiréis que oyen otros oídos. Mirad alto. Veréis que miran otros ojos. Latid alto. Sabréis que palpita otra sangre. No es más hondo el poeta en su oscuro subsuelo. encerrado. Su canto asciende a más profundo cuando, abierto en el aire, ya es de todos los hombres105.
Los recuerdos de las tierras, las gentes, las costumbres de Andalucía van a cruzar toda su obra posterior y a intensificarse en la poesía menor de los últimos años, ya de nuevo en su tierra. Pero, aún en el exilio, cuando por fin puede viajar desde Argentina a aquellos países (URSS, China) que para él representan la posibilidad de un sentido nuevo de la existencia, en la escritura de La
105
Idem, págs. 769-770.
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primavera de los pueblos (1955-1968) está Andalucía viva y presente. Veámoslo en el poema «Volando sobre Hungría»: HUNGRÍA. De muchacho, yo pensaba en ti, desde Andalucía. También yo pensaba en ti, ¿Qué eras para mí tú, Hungría? ¿Qué eras para mí? Dos ojos que se llevaban el sol en un carro verde y en sombra al mundo dejaban. Era una niña de Hungría. Bajar de los olivares yo le vi, yo la veía cómo sola se perdía rodando al mar, a los mares106.
En Roma, La lozana andaluza será punto de partida de uno de sus poemas, y recordará el cante de Manuel Gerena: Canta, muchacho andaluz, porque tu cante a la sombra le quita cruz y da luz107.
Y esa luz se iría intensificando poco a poco. Hasta que un buen día recibe la llamada de su Pueblo. Es la hora de la verdad. El momento del reencuentro. Y Alberti sabrá responder a la altura de las circunstancias. 106 107
Idem, pág. 789-790. Rafael Alberti, Obras Completas, T. III. ob. cit., pág. 875.
OTRA ANDALUCÍA: UNA VISIÓN POÉTICO-POLÍTICA DE ANDALUCÍA
La llegada de la democracia permitirá a Rafael Alberti no sólo regresar a España, sino vivir plenamente todas sus vocaciones: como hombre político y comprometido con su pueblo, participará en las Cortes constituyentes de 1977, en representación del pueblo de Cádiz. Como poeta en la calle, multiplicará sus recitales, recibirá el calor del pueblo y reavivará a Juan Panadero, con ingeniosas coplillas de circunstancias, como las «Coplas de Juan Panadero al Pueblo Andaluz»: 1 Éste es el pueblo andaluz, serio, puro y desgarrado, en las tierras de la luz.
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2 De los pobres campesinos sin trabajo, jornaleros del hambre por los caminos. 3 Tristes pájaros que van bajo los soles quemados, sin sueño, en busca de pan. 4 Que van más lejos, afuera, dejando el hogar en llanto, solos, a tierra extranjera. 5 ¡Campos de un único dueño, sin cultivar, y los toros contra el cielo marismeño!108
También tendrá ocasión de conocer la transformación de Andalucía y de participar activamente en ella. Acerquémonos a esta última dimensión de un poeta que puso voz a la entraña de su pueblo. Alberti cumplirá con lealtad el mandato político que recibe. Por ello, cuando en septiembre de 1977 renuncia a su escaño en las Cortes, se dirige al pueblo gaditano con unas sentidas coplas de las que queremos destacar las siguientes:
108
Idem, págs. 325-326.
Rafael Alberti y Andalucía
1 Pueblo andaluz gaditano, jamás pienses que me fui, que ya no seré tu hermano. 2 Yo vine con mi canción sencilla para llenarme de tu angustia el corazón. 3 Con mi voz clara que ardía sin sosiego, por ti, pueblo, tan solo, de Andalucía. 4 Y vine para volver a ser el mar y la tierra que me dieron el nacer. 11 Pueblo, yo cedo mi voz a otra mano que también alza el martillo y la hoz 12 Fuerte, robusta, segura mano de tu castigada andaluza agricultura.
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13 Mientras yo vuelvo al camino ese que tú me enseñaste, marcándome mi destino. 14 Por sierras y campos voy, Plazas, calles, pregonando, Pueblo, que contigo estoy. 15 Llámame cuando tú quieras… pero aunque no me llamaras, yo sé que siempre me esperas109.
Y así ha sido, mientras la fuerza y la lucidez mental le acompañaron. Especialmente, con ocasión del proyecto de “Izquierda Unida-Convocatoria por Andalucía”. En las coplillas del poema «Juan Panadero vuelve a la arena», que arrancan con “Levanto a Juan Panadero/ desde los vientos del mar,/ para gritar lo que quiero,/ porque hay mucho que gritar.// Gritar, mas gritar cantando,/ que cuando el andaluz canta/ es que está también bailando”, tras defender la candidatura de Julio Anguita a la Presidencia de la Junta, expresa su visión de la realidad del Pueblo Andaluz y su necesidad de transformación: Yo sólo vengo a pedir que Andalucía despierte y al fin comience a vivir Que ya es hora de mirar que el pueblo andaluz no quiere salir para caminar. 109
Idem, págs. 333-335.
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Aquí tiene sus dos mares, sus tierras anchas, sus cielos, sus montes y antiguos lares. Aquí el futuro jardín de la paz, aquí la gloria de una libertad sin fin. Aquí está la claridad de un pueblo que nunca quiso morir en la oscuridad. Pueblo inmortal, da la mano a quien de verdad te dice que eres pueblo soberano. Y verás que hasta los toros alzan por él en sus astas altos racimos de oro. ¡Vivan las Andalucías! Juan Panadero del mar lo canta por alegrías110.
Andalucía es, para Alberti, en la expresión sencilla de estas coplas, un ámbito geográfico privilegiado entre dos mares, dotado de una variedad geográfica y una pluralidad que la enriquece. Pero es, sobre todo, un Pueblo –con su historia y cultura propias– que no debe depender de nadie, ni verse obligado al exilio de la emigración, que debe asumir y proclamar su soberanía. Sus valores supremos son la tierra, la paz, la libertad, y la capacidad de caminar luminosamente frente a todo oscurantismo. Pero es, también, un pueblo dormido al que es preciso despertar; un pueblo parado que no acaba de ponerse en el camino de su propio destino.
110
En Julio Anguita y Rafael Alberti, Otra Andalucía, ob. cit., págs. 11-13.
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Se trata de pensamientos de una extraordinaria riqueza ideológica y política, que Alberti va asumiendo y desgranando en su diálogo con Anguita, en El Puerto de Santa María, frente al inmenso Atlántico: Andalucía es muy grande. Es un territorio muy grande, es una nación ¿verdad? Y hay que recorrérsela, para que te conozcan en todas partes. Y en eso, los andaluces no son nada tontos. El pueblo andaluz es muy listo…111.
Alberti vive inseparablemente su condición de andaluz y su compromiso político y estético, como otros grandes creadores del siglo XX: Yo soy de una generación politizada. Soy de la generación de Maiakovski para acá. Y nosotros en Europa, en esa época, nos hemos formado con los sucesos que pasaban a nuestro alrededor. Y yo he nacido ya con los ecos de la guerra del catorce. Después vino la revolución de Octubre, que yo conocí. Y oí hablar de Lenin desde que yo tenía 16 años. Y con la Revolución, entonces, la literatura se ligó a los sucesos y a la vida. A la esencia de la vida. Yo no soy un poeta de quita y pon que se mete en esto o en lo otro. Yo soy de la generación de Maiakovski, de Neruda, de Aragón, de Eluard, de César Vallejo, de todos los poetas que realmente hemos tomado participación en las luchas de todos esos años, que han sido muy duras, muy tremendas y muy positivas112.
La conciencia política de Alberti entronca con su visión de lo universal, pero sin abandonar la referencia a sus coordenadas andaluzas: Hay que tener una coincidencia real con la historia, y esa coincidencia la tuvimos nosotros con la Revolución Rusa de Octubre y su repercusión en el mundo entero. Éramos poetas universales, no poetas
111 112
Idem., pág. 43. Idem., pág. 17.
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locales. Yo he hablado de todo lo habido y por haber; Andalucía era una maravilla. Se llamaba Andalucía la Roja (…) Hay en ello algo fantástico que hay que hacer de nuevo. Ahora ese espíritu está en calma (…) Pero si al pueblo andaluz se le pone el dedo en la llaga, surge de nuevo la gente, con un nuevo entusiasmo. Porque se cuenta con un pueblo soberbio, único, que no es como el resto113.
Alberti denuncia en muchos de sus textos el carácter pasivo de los andaluces en ciertos momentos y la necesidad de espolearlos, de sacarlos del inmovilismo y llevarles a actuar para conquistar su propia soberanía y su propio futuro, frente a quienes les interesa este letargo andaluz: La inmovilidad. Interesa que Andalucía siga así, inmóvil, y que no levante ni un dedo. Es una cosa que se ve claramente, porque en estos años Andalucía no ha explotado, ni ha sido como Andalucía era. Andalucía ha sido siempre muy peligrosa y le están quitando peligrosidad. La están aminorando, le están poniendo inyecciones de horchata, y tenemos que salir al paso de eso114.
Vázquez Montalbán ha sintetizado extraordinariamente el espíritu de Alberti en relación con la transformación de Andalucía y, a la vez, la conservación de aquellos valores históricos que entiende como positivos; una Andalucía que no pierda su identidad y a la vez una Andalucía diferente: Y esa realidad diferente e inmediata es la Andalucía aplazada. Pero cuidado… exclama Alberti y en esa llamada de atención le secunda Anguita y le ayuda a clarificarla. No se trata de cambiar Andalucía para que no la conozca ni su madre, no se trata de cortar las raíces que hacen de Andalucía una de las reservas de vitalidad y fantasía del universo. Se trata de garantizar lo más positivo del “eterno andaluz” y erradicar los aspectos negativos de la vivencia de un pueblo históricamente sometido
113 114
Idem., págs. 19 y 21. Idem., pág. 27.
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a una mala división interior de su riqueza y a un mal reparto de papeles realizado por el estado central. Víctima por doble partida, sus propios señoritos y el Estado, Andalucía ha recibido el encargo de cantar y emigrar y contra esa aparente fatalidad histórica se rebelan tanto el poeta como el político, dueños de un proyecto social de emancipación115.
Que la visión que Alberti tiene de Andalucía y de los andaluces no es nada idealizada, y que cuando es preciso adquiere ribetes críticos lo evidencia este fragmento en el que se defiende la naturalidad con que ha de llevarse la condición de andaluz, frente a toda impostación teatral: Hay que ser andaluz sin saberlo. Porque en tu carácter está todo, hasta tu clima. Pero lo malo es que hay mucho andaluz que dice “qué gracioso soy como andaluz”. En cuanto tú aceptes este enunciado, no eres nada gracioso. Eres un tipo que está tratando de ser gracioso. Se es gracioso sin saberlo. Lo malo es la Andalucía deliberada, teatral: esa no tiene gracia”116.
Alberti ha planteado muy razonablemente estas coordenadas en las que se puede –y se debe– participar de la condición de andaluces, tener conciencia de ella, pero no ostentarla espectacularmente. Del mismo modo que es un rasgo constitutivo de lo andaluz la universalidad, la apertura a otros pueblos, pero “sin olvidar que somos andaluces”117. No hubiera sido justo un homenaje sincero a nuestro poeta poniendo entre paréntesis u olvidando esta condición de Andaluz Universal, como Juan Ramón, que le acompañó en el exilio y que se hace presente en su pintura y en su poesía. En ellas vibra –sin caer en el tópico– el color y la luz de Andalucía, la entraña mineral
115
Manuel Vázquez Montalbán, «Dos andaluces hablan de su tierra», en Julio Anguita y Rafael Alberti, Otra Andalucía, ob. cit., pág. 8. 116 En Julio Anguita y Rafael Alberti, Otra Andalucía, ob. cit., pág. 24. 117 Idem., pág. 31.
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de sus sierras y el pulso libre del mar como caballo desbocado. Pero, sobre todo, el talante inquieto de un pueblo que busca su libertad y su soberanía, que –como quería Alberti– es capaz de sacudirse cualquier yugo que quieran poner sobre su cerviz.
A MODO DE CONCLUSIÓN: LA ANDALUCÍA TOTAL DE RAFAEL ALBERTI
En nuestro rápido esbozo, siempre apoyados en los textos del poeta y en las referencias más significativas de la crítica, hemos podido intuir la importancia que Andalucía tiene para la obra toda de Alberti. Nos quedaría aún una tarea más ardua, que debe realizar aún el tiempo: descifrar la transcendencia que para Andalucía tiene la obra de Alberti. Nuestro objetivo fundamental ha sido su palabra poética. Pero hemos procurado señalar, con breves pinceladas, la importancia que tiene también Andalucía en su trazo de dibujante y pintor, en su obra como dramaturgo, e incluso en esa implicación constante con la música, que ejemplarmente ha estudiado Eladio Mateos Miera. La Andalucía de Alberti es una Andalucía plural, contradictoria incluso… Lo es en el espacio y lo es en el tiempo. Sus raíces gaditanas le llevan a sobrevalorar el pasado más remoto, en el que la historia está en contacto con el mito… pero no por ello ignora otras raíces de la compleja Andalucía. Y, aunque habitante de la
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Baja Andalucía, de esa Andalucía en la que el Guadalquivir se vuelca sobre el Atlántico, no ignora otras tierras interiores, otras costumbres, otras costas hacia el Mediterráneo. El Puerto de Santa María-Cádiz y Granada serán los dos grandes ejes de su mitología poética. Aquéllas ciudades marcan el origen, el inicio… Granada, marcada fatalmente por el brutal desenlace de Federico, apunta hacia una muerte que debe convertirse en resurrección y que debe quedar vencida en la palabra. El círculo se ha cerrado. Despidámonos con las palabras de Alberti, 16 de diciembre de 1995, con la seguridad de que sus huellas indelebles nunca serán borradas de nuestra memoria ni falseadas por oscuros intereses: Abrí la primera página de La arboleda perdida con mi nacimiento una noche de tormenta en El Puerto de Santa María. Hoy, coincidiendo con otro día de tormenta, también un 16 de diciembre, quiero cerrarla mientras contemplo ensimismado el fuego de la chimenea de Ora Marítima, mi última casa en esta pequeña ciudad surgida a orillas de la milenaria bahía que me abrió los ojos a los primeros azules, a los blancos deslumbrantes de sus cales hirientes… Desde aquí, cada día me siento más cerca de aquel camino que conducía a un melancólico lugar de retamas blancas y amarillas en el que todo sonaba a perdido. Y, poco a poco, me voy adentrando, esta vez ya definitiva e irremediablemente, en ese golfo de sombras que entonces anuncié, con la ilusionada y tal vez vana esperanza de que el paso del tiempo no borre mis huellas de tantos caminos recorridos. Sobre todo, aquellas apresuradas y menudas que, casi al amanecer, me llevaban cada día con los ojos todavía entornados por el sueño hacia mi colegio de los jesuitas de San Luis Gonzaga…118.
No. El tiempo no borrará sus huellas. Porque sus huellas, hechas de palabra y de silencio son, como diría Horacio, monumentum aëre perennius: un monumento más perenne que el bronce.
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Rafael Alberti, La arboleda perdida. Quinto libro (1988-1996), Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1996, pág. 12.
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O, como diría su (nuestro) Antonio Machado: “Ni mármol duro y eterno,/ ni música ni pintura,/ sino palabra en el tiempo”. Eso nos queda de Rafael Alberti: Palabra en el Tiempo de una Andalucía posible o imposible… De la Andalucía de un niño que murió casi centenario, con arena de las playas de El Puerto en los zapatos.