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1. Entrevista a Mónica Martín

Nos encontramos con Mónica en la sede de la Fundación 26 de Diciembre (26D), fundación que tiene como objetivos, entre otros, el apoyo especializado y profesional a personas mayores LGTBI, la atención residencial y la gestión de recursos sociosanitarios para este colectivo.

Mónica es una mujer trans que inició su activismo en los años ochenta y, desde entonces, no ha dejado de trabajar por y para los derechos de las personas trans en nuestro país. Habla rápido y sabiendo lo que dice. Todo lo que comparte lo ha visto, lo ha vivido y lo ha luchado. No es fácil resumir una hora y media de conversación sobre el derecho a la protesta en España en los años ochenta y noventa, ¡pero lo vamos a intentar!

Gracias, Mónica, por tu trabajo todos estos años y, sobre todo, por la generosidad con la que has compartido esta parte de tu ¿vida? con nosotros.

1. Mónica, tú no eres de Madrid, ¿no? ¿Qué te encontraste en esta ciudad en los años ochenta?

El proceso de identificación era muy duro en aquellos tiempos, finales de los años setenta, porque no tenías nada de información ni de referentes. Yo no sabía qué me pasaba, pensé que era homosexual. Me daba cuenta de que me gustaban los hombres, pero yo no quería que los hombres me vieran como otro hombre, sino como una mujer. Envidiaba a mis compañeras de clase con sus lacitos, sus melenas… Y vi que ahí pasaba algo, que yo no era homosexual, sino que había algo raro. Entonces empecé a mirar revistas, como Party, donde empezaron a salir personas trans. “Travestis” era el término entonces. Y fue cuando me dije: “¡Anda, claro, hay gente como yo!”. Este fue mi proceso de identificación.

Cuando vine a Madrid ya había iniciado un proceso hormonal por mi cuenta. Las hormonas que conseguíamos nosotras eran un antiabortivo, que nos lo daban en la farmacia y nos lo pinchábamos a criterio nuestro. O sea que no existía control ni diagnóstico ni nada. Era el boca a boca. En mi caso, yo tendría 17 años, vi a una trans en Sevilla, me fui detrás de ella y le dije: “Niña, yo quiero ser como tú”.

Yo me fui de mi casa, me vine a Madrid en el año 82, y aquí es donde empecé ya el proceso definitivo. Fui buscando por la calle… Me

2. ¿Qué te motivó a hacerte activista?

El activismo vino porque era necesario. Nos machacaban mucho, había todos los días redadas, detenciones, nos aplicaban escándalo público, porque yo ya no llegué a la Ley de Vagos y Maleantes sino un poco después. Con la Ley de Peligrosidad Social te detenían, te tenían 72 horas retenida: un día en comisaría, otro en Sol, en la Dirección General de Seguridad, y otro en el juzgado de Plaza Castilla, y luego ya te soltaban. O te llevaban al juzgado de distrito y allí te exponías a que el juez dictara arresto en Carabanchel. Yo me libré de Carabanchel de milagro porque me busqué un abogado y acabó en arresto domiciliario.

Según nos cuentan compañeras de la Fundación, en los años setenta y ochenta la policía las detenía a cualquier hora sólo por transitar por la calle. En aquellos años ibas a un centro penitenciario de hombres, siendo mujer trans. No fue hasta finales de los noventa cuando se consiguió que fueras a un centro penitenciario adecuado según tu identidad de género. Era muy duro, sobre todo a nivel de abusos sexuales en las cárceles.

Por este y otros motivos tomamos conciencia de que teníamos que organizarnos. También estaba el tema

Fundamos Transexualia en 1987 y tuvimos las primeras reuniones con Ana Tutor, la gobernadora civil de Madrid, para impedir ese tipo de cosas. Ella se portó fenomenal y ahí es cuando se fue frenando un poco el acoso policial.

Transexualia al principio era un grupo que reivindicaba de forma independiente. Luego, en los noventa, vimos que había que estar dentro de los colectivos para tener más fuerza, y ya los colectivos de gais y lesbianas empezaron a entender que también formábamos parte.

¡Me costó mucho! Porque sumar la “T” era muy bonito para las subvenciones, la foto… Pero claro, la “T” era jodida porque había que reivindicar el tema del trabajo sexual y la cuestión era sensible. Había muchas cosas que a la gente le chirriaban… “Pero es que si queréis la T, la T tiene esto”, les decía.

Después tomamos conciencia de nuestros derechos. Surgió la primera resolución del Parlamento Europeo, en el año 89, que era una recomendación a los países miembros de tomar medidas para las personas trans. Tenía 14 puntos y hablaba de prestaciones económicas, temas de desempleo, vivienda, sanidad, etc. Y entonces, con eso, ya fuimos a todos los ministerios: “Mire, es que esto lo está diciendo Europa, si somos Europa hay que cumplirlo”.

3. ¿Cómo era el derecho a la protesta en los años setenta y ochenta?

Éramos un grupo LGTBI de personas que reivindicaban sus derechos no de una forma festiva, sino más sindical, de trabajadores/ as luchando por sus derechos. Éramos muy poquita gente, con espacios de manifestación más reducidos. Utilizábamos eslóganes tipo: “Detrás de las ventanas, también hay lesbianas” o “Entre los mirones, también hay maricones”.

En aquellos años no había redes sociales y era más difícil contactar para convocar a las personas, pero nos reuníamos en asambleas presenciales con mucha participación. Todo era más personal, más primario y, después de la asamblea, socializábamos y salíamos.

Actualmente, en mi opinión, el movimiento LGTBI se ha politizado y mercantilizado.

Ahora estoy en el sindicato Las Otras. El otro día estuve en una manifestación frente al Congreso apoyando la petición de derechos para las trabajadoras sexuales. También afecta a muchas mujeres trans, y echo en falta el apoyo de los colectivos LGTBI en este tema.

Pero hay que seguir acudiendo al Congreso, hay que protestar, porque si no protestas no existes. Por eso hay que protestar.

4. ¿Cómo ves la situación de las personas trans en países con legislaciones más restrictivas?

Cada país tiene que hacer su proceso, como hicimos aquí. Es evidente que en esos países hay más personas trans ocultas que visibles, para poder sobrevivir, porque una vez que sales ya estás expuesta.

Yo no salí del armario, yo me puse en una vitrina para que todos me vieran. También por esto no todas las personas trans son visibles.

Actualmente la mayoría de las mujeres trans que ejercen la prostitución en España son de países en los que no tenían unas garantías mínimas de supervivencia y se han venido aquí en busca de una seguridad personal y jurídica; pero la falta de papeles y el hecho de ser trans las lleva a ejercer la prostitución como salida laboral.

5. ¿Cómo ha cambiado la situación de las personas trans en España?

Sin duda ha mejorado mucho. Yo he vivido cosas que no pensé que iba a ver jamás: como el matrimonio igualitario o que la sanidad pública madrileña incluyera entre las prestaciones los tratamientos para las personas trans.

La situación sanitaria también ha cambiado para bien. Antes ni te miraban a la cara porque los médicos no sabían ni cómo tratarte, les generaba conflicto el hecho de tenerte delante. La gente se hormonaba por su cuenta, hacía barbaridades. La cirugía de reasignación tenía que ser privada, fuera de España, con cirujanos que te cobraban una burrada y te hacían destrozos. Si salía mal y te morías, a tomar por saco.

Y luego, cuando llegó el VIH, nos convertimos en apestadas. ¡No nos dejaban entrar ni en los bares de Chueca! Aumentó muchísimo la marginación en la que ya vivíamos.

Por su parte, el “colectivo gay” (tal como se decía en aquella época) era bastante tránsfobo. Nos costó mucho, a mí y a otras compañeras, incluir la “T”, porque se asociaba casi exclusivamente a la prostitución y eso generaba rechazo. Ha habido que trabajar mucho para conseguir incluir a las personas trans en las demandas del colectivo.

“Me he pasado la vida luchando por un carnet, por un DNI que a cualquiera no le costaba nada conseguir”.

6. ¿Qué nos falta por conseguir?

En mi opinión, hay que regular el derecho al trabajo sexual porque es una salida laboral legítima para muchas personas que no encuentran otra forma de subsistir.

Yo fui una de las fundadoras de Hetaira en 1995, el primer colectivo en defensa de las trabajadoras sexuales. Muchas personas trans que se dedican a esta actividad se están viendo afectadas por esa falta de regulación.

También es muy importante el tema de la educación. Si no se modifica la conducta de los que vienen, van a repetir los mismos errores.

7. ¿Qué te motivó a continuar con tu activismo?

Siempre he tenido vocación solidaria. He hecho voluntariado desde los 14 años. Para mí, ayudar es muy gratificante: recibo más y más por cada experiencia vivida y por cada aprendizaje, lo que es una satisfacción tremenda.

De ahí que gran parte de nuestra lucha me haya compensado. Me emocioné mucho cuando se aprobó nuestra Ley en el Congreso en 2007. ¡Todo el trabajo fue reconocido! Eso te ayuda mucho y te hace pensar en la gente que ha caído, que ya no está.

Por mi parte, aunque creo que el activismo no se deja nunca, ya no estoy en la primera línea. Ha de venir gente más joven.

8. ¿Colaboras en la Fundación 26 de Diciembre?

En las personas mayores LGTBI hay mucha soledad porque no tenemos hijos. Además, las residencias de ancianos no son espacios de visibilidad y hay que trabajar por poder vivir nuestra vejez con normalidad, pudiendo hablar de nuestra vida sin que nadie nos juzgue.

En la Fundación puedo compartir libremente mi vida con otras personas: comemos, hacemos actividades y, además, me preparo para envejecer viendo a los mayores que vienen aquí. Yo aprendo mucho de los mayores.

Esta Fundación trabaja por las necesidades específicas de las personas mayores LGBTI y hace incidencia política en este sentido. Hay que lanzar el mensaje de la diversidad en la tercera edad.

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