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Dónde alzar la Bandera Discutida

Alejandro Cerezo Ortigosa

Menudo, dormido y cárdeno, el Cristo del Amor tiene esa privativa capacidad de llevarnos hasta el confín de su estancia, toda calma y reflexión, cada vez que vamos a su encuentro. Ocurre en el Santuario, cuando al cruzar el sotocoro se quedan los ruidos empeñados en la bóveda y acudimos a su encuentro, desnudos y frágiles, como entramos a un quirófano a ponernos en manos de quienes saben extirpar nuestros problemas.

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Ahí está ese Amor concentrado en la barbilla clavada, en los brazos calientes, en el costado sin fin, en la pureza sucinta, en las costillas punzantes. Es la admirable traducción al lenguaje de Cristo del tormento: Amor sin dobleces. Amor sin condiciones. Amor a ojos cerrados.

Y a la contraseña del Amor se gira María. Debajo; sentada pero nunca vencida. A veces, nuestro afán de teatralizar nos lleva a pensar que grita, clama o se pregunta por qué. Pero, ¿y si está exhalando un nuevo fiat al Señor? A los pies, azucenas como único recuerdo de la escena de Gabriel en medio de tanto gris, tanta calavera, tanta tribulación.

Va tocando desprenderse de esa imagen preconcebida de una María perdida en la Pasión de Cristo, como invitada de piedra pasiva y desconcertada, y comenzar a saberla consciente de su papel. Cabe imaginarla recordando, con la espada atravesada, las palabras de Simeón: “será bandera discutida”. Porque “Jesús no viene a traer tranquilidad, sino a generar un proceso doloroso y conflictivo de conversión radical”, en palabras de José Antonio Pagola.

Recientemente, se ha hecho público el diseño definitivo para el nuevo trono del Cristo del Amor: una más que necesaria empresa para ayudar a realzar la dignidad de un conjunto escultórico que precisaba de unas andas definitivas frente a las actuales que, aunque vistosas, por su acentuada modestia y su tosquedad habían dado todo lo posible de sí y no admitían mayores apaños que los paulatinamente añadidos con el paso del tiempo.

Es la hora, pues, de trabajar en un altar en donde alzar esa Bandera Discutida para renovar la silueta por excelencia de la Semana Santa de la Málaga de los años veinte; para que su figura continúe recortando los balcones y cierros de calle Victoria; para que estalle, como una flor de azahar hecha Cristo, entre el verdor de los árboles del Jardín de los Monos, de la Merced, de la Alameda. Para que el Viernes Santo quede, ya sí completo, el más bello monumento al Amor de nuestros días santos.

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