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Unidos en ‘Un solo corazón

U n i d o s e n ‘Un solo corzón’

Este año tan complicado que hemos vivido todos no ha dejado indiferente a nadie. El equipo de redacción de este número quería conocer los sentimientos, emociones y vivencias de varios de nuestros hermanos. Saber cómo han vivido estos meses, una experiencia del Viernes Santo o su historia dentro de la Cofradía son algunos de los testimonios que se han unido en ‘Un solo corazón’.

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Juan Antonio González Zacarías Loukili

Son ya 24 años como hombre de trono del Santísimo Cristo del Amor. Tristemente, no puedo decir lo mismo portándolo, debido a esta dolorosa pandemia que estamos sufriendo y algún que otro año, mi memoria no me permite recordar cuántos con exactitud, como nazareno de vela; más de media vida ligado a la cofradía. Todo empezó cuando una gran amiga de mi hermana mayor, nos propuso a mi hermana melliza y a mí a salir de nazareno en una cofradía que se encontraba en los bajos de la Iglesia de la Victoria. Sin dudarlo dijimos que sí. Nunca se me olvidará aquel gran rinconcito que la Cofradía tenía como Casa Hermandad.

Desde entonces, cada viernes Santo, lo vivo con los mismos nervios como si del primero se tratase, con un ritual obligatorio lleno de ilusión: zapatos, calcetines, pantalón, camisa, corbata, túnica, medalla y pin. 24 años dan para muchas vivencias, pero la más importante es la de seguir caminando junto a nuestro Santísimo Cristo del Amor. Ubi Caritas. Un toque de campana. Una voluta de incienso que se eleva hacia el cielo azul, en forma de plegaria. El Ubi Caritas resonando en el salón de tronos y meciendo también nuestros corazones. Una sonrisa. Un abrazo. Cansancio lleno de alegría fraterna, alumbrado por la próxima Resurrección. Y la mirada vuelve a dirigirse a Él, a la Cruz. A la Madre dolorosa pero llena de Caridad. El Viernes Santo acaba donde empezó. Al lado de nuestros Titulares. En hermandad.

Estas son sólo algunas de las sensaciones -de las que pueden expresarse con palabras- vividas cada Viernes Santo. Siempre distinto, siempre especial, desde el Via Crucis y la Adoración de la Cruz en una mañana esperamos que siempre soleada hasta el traslado de vuelta, donde la noche y el silencio son testigos de la Victoria que se aproxima.

En cada Estación de Penitencia, mientras hacemos demostración pública de Fe en Jesús y su Madre, en la Buena Noticia, siempre intento hacer introspección. Hay sin duda, momentos pro-

picios para ello. Y analizo la Fe compartida, el caminar como Iglesia y cómo estoy tratando de dar testimonio. Y ante una pequeña duda, me giro. Allí está el Cristo del Amor, con su belleza serena y los brazos extendidos, para recordarme que aquel abrazo que dio a la humanidad desde la Cruz es el mejor regalo. La prueba inexorable del Amor más grande.

Y de repente, no puedo evitar acordarme de la conocida canción de Martín Valverde, de aquel Triduo o ese montaje para prepararlo. Pequeños momentos de intimidad casi mágica con los Titulares, enriquecidos aún más al ser vividos, compartidos, en hermandad. Esos momentos, que son tantos, en los que el canto al Amor de San Pablo en la primera carta a los Corintios se hace tangible, y que es tan especial para nosotros, quienes tenemos la suerte de ser parte de esta cofradía.

Todo lo anteriormente expresado eran algunos pensamientos que inevitablemente acudían a mi mente mientras vivíamos la tan atípica Semana Santa de 2020. Aquella que, como tantas cosas, tantas vivencias y momentos se congelaron debido a la pandemia y los motivos sanitarios por todos conocidos. Fue todo distinto, sí. Pero muy familiar a su vez. Sé que puede parecer contradictorio, pero no. Gracias al ingente trabajo de varios hermanos en montaje y edición de contenidos, y en RR.SS. pude sentir la cercanía de nuestros Titulares, la calidez, la hermandad. Un solo corazón en Dios, que diría S. Agustín.

El futuro es incierto a día de hoy en todos los ámbitos de la sociedad, pero gracias al magnífico equipo humano que compone la Cofradía, siempre guiado por el Espíritu Santo, seguirá llena de Dios. Dando testimonio cada Viernes Santo y cada día. En cada convocatoria, en cada culto. En el día a día de la parroquia. En el barrio. En la vida de nuestra ciudad. Porque donde hay Caridad y Amor, ahí está Dios.

No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. (Jn 15, 16)

El camino del nazareno es un sendero de reflexión, de oración, de fe, de silencio. La vida del cristiano es la del nazareno que alumbra con su cirio en la oscuridad de la noche.

Para mí un penitente es un cristiano comprometido que desde el anonimato aspira a ser guía de los demás. El camino se inicia al ingresar por primera vez en una cofradía, en mi caso aún era un niño.

Mi primer recuerdo en la hermandad me retrotrae a un Sábado de Pasión, cuando mis padres me llevaron al traslado de la Virgen de la Caridad por los aledaños del Santuario de la Victoria. Yo tenía cinco años. Entonces un grupo de niños acompañaba a nuestra Titular de camino a su casa de hermandad. Recuerdo las caras de ilusión de esos chicos y mi anhelo al pensar que en menos de una semana ya sería un nazareno del Amor y la Caridad. Me estrenaba ese Viernes Santo de 2008.

Desde entonces he salido cada año, aunque mi relación con la cofradía se reducía a los días previos al Viernes Santo, cuando recogía la túnica, y a la tarde en la que salíamos en procesión. Pero al cumplir los 15 años tuve la necesidad de estrechar mi vinculación con los hermanos del Amor y comencé a echar una mano los martes en albacería. Así fue como conocí a personas comprometidas y ligadas íntimamente al trabajo de hermandad con años de experiencia. Gracias a ellos la ilusión de aquel Sábado de Pasión renacía en mí. Comencé a entender que la vida cofrade no se reduce a un solo día, sino que su fundamento y razón de ser es mucho más: abarca todo el año siendo su punto álgido la Pascua de Resurrección.

Uno de los momentos que más disfruté como hermano fue la creación en el año 2019 del grupo joven. Pienso que supuso el nacimiento de uno de los pilares fundamentales de la cofradía, un grupo con una idea de unión y trabajo que se vería reflejada en el día a día posteriormente. En este grupo conocí a gente fiel que me enseñó el camino de la amistad leal. Como dice el Papa Francisco en su exhortación apostólica Christus Vivit, estos amigos son “un reflejo del cariño del Señor, de su consuelo y de su presencia amable”. Con ellos he podido compartir un camino de fe, guiado por nuestros Sagrados Titulares.

La Semana Santa del año 2020, en plena pandemia del Coronavirus, sacó lo mejor de cada uno de nosotros. Nunca olvidaré aquel Viernes Santo confinado en casa pero más unido que nunca a nuestros Sagrados Titulares. Unidos todos en un solo corazón, vivimos un día intenso, diferente, pero con la misma ilusión de siempre. Se cerraron las puertas, solo quedamos nosotros y Ellos. Allí residen la fe, la esperanza y el amor, pero el mayor de ellos es el amor. Consummatum est.

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