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La frontera y yo

LA FRONTERA Y YO Fronteras externas e internas

Nicole Diesbach

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Anuestro cuadro mental cartesiano el término frontera le sugiere generalmente división, separación, demarcación, obstáculo; pocas veces encuentro, reunión, enriquecimiento mutuo o amistad. Usamos el concepto sobre todo en el nivel físico; escasamente en el psicológico, mental, emocional o espiritual. Comúnmente nos identificamos con una sola faceta de nuestro organismo total –y la sentimos como la auténtica realidad–, conocida con diversos nombres: la mente o psique, el ego, la personalidad. Biológicamente no hay base para esta escisión radical entre la mente y el cuerpo, la psique y el soma, el ego y la carne, pero psicológicamente la disociación es tan común que adquiere carácter de enfermedad contagiosa. El individuo, al identificarse con una sola faceta de sí, tiene sólo una imagen mental de sí mismo con los procesos intelectuales y emocionales que van asociados a esa imagen. Al no identificarse con la totalidad del organismo, traza una línea limítrofe, la cual establece que la identidad se da principalmente con el ego.

Todas las dimensiones espaciales y direccionales representan un par de opuestos, también las cosas que nos son importantes, los valores sociales y estéticos. Y el mundo de opuestos es un mundo de conflicto; en este mundo de oposiciones, conflictos y fronteras, cada línea fronteriza es también una línea de batalla, y cuanto más firmes son las fronteras, más crueles son nuestras batallas. Nuestros problemas vienen de nuestras fronteras y de los opuestos.

Si vemos fronteras alrededor de nosotros es porque éstas existen en nuestro interior, en lo individual y lo colectivo. Lo que vemos es lo que reflejamos. Las fronteras de nuestro mundo nacen de esas representaciones, que se han reforzado en la medida en que hemos creído en esa necesidad de sobrevivencia y por tanto de protección frente al otro. Nos

hemos quedado con el miedo de que “el otro”, el de fuera, el extranjero, nos vaya a hacer daño o tome nuestro hogar o nuestros bienes. Este miedo interior, nacido de la creencia en nuestra debilidad, impotencia y condición de víctimas, ha trazado fronteras invisibles e inconcientes en nuestro ser que se hacen visibles en la realidad externa. Es el miedo inconciente al cambio, que siempre conlleva la inseguridad ante lo desconocido, al vacío, a la muerte.

Es nuestra mente la que crea las fronteras, las produce y refuerza. De una manera general producimos una persistente alienación de nosotros mismos, de los demás y del mundo, al fracturar nuestra experiencia presente en diferentes partes separadas por fronteras. Efectuamos así una división artificial de lo que percibimos en compartimientos separados… Cada frontera que trazamos en nuestra experiencia constituye un principio separatista con una función organizadora de la realidad, pero también resulta en una limitación de nuestra conciencia: fragmentación, conflicto, batallas. Suprimir las fronteras en nuestra mente puede crear, al contrario, vivencias sobrecogedoras de iluminación en las que nos llegamos a sentir uno con todo el universo, con cada uno y con todos: nuestro sentimiento e identidad se expanden mucho más allá de los estrechos confines de la mente y el cuerpo, abarcando el cosmos en total. Esta modalidad perceptiva puede llamarse unidad de la conciencia o identidad suprema, y constituye la naturaleza y condición de todos los seres sensibles. Paulatinamente vamos limitando nuestro mundo, apartándonos de esa naturaleza al establecer fronteras. Entonces nuestra conciencia, pura y unitaria en su origen, comienza a funcionar en diversos niveles, con identidades y límites distintos. Estos niveles son básicamente las múltiples maneras en que podemos responder a la pregunta ‘’¿Quién soy yo?’’

Un proceso básico subyace a todo el procedimiento de establecer una personalidad. Cuando uno responde a esa pregunta sucede algo muy simple: al describir o explicar quién “es” uno, incluso cuando se limita a percibirlo interiormente, en realidad está trazando una línea o límite mental que cruza en su totalidad el campo de la experiencia, y todo lo que queda dentro de este límite se percibe como “yo mismo” mientras siente que todo lo que está fuera queda excluido del “yo mismo”. En otras palabras, nuestra identidad depende del lugar en donde tracemos la línea limítrofe.

Uno llega a percibir “soy esto y no aquello” por trazar una línea entre “esto” y “aquello” para después reconocer su identidad con “esto” y su no identidad con “aquello”. El que es muy alto traza la línea mental entre estaturas y se identifica como “alto”. De modo que al decir “yo” trazamos una demarcación entre lo que somos y lo que no somos. Lo que llamamos crisis de identidad se produce cuando uno no puede decidir cómo ni dónde trazar la línea. Como para un país, preguntar ¿Quién eres? a una persona significa preguntarle ¿Dónde trazas la frontera?

EL YO PIEL Entre las líneas que cada individuo traza la más común es la de la piel. Se trata aparentemente de una demarcación entre lo que uno es y lo que no es. Por lo menos es lo aceptado universalmente. Todo lo que hay dentro del límite de la piel es “yo”, mientras que lo que queda más allá es “no yo”. Algo fuera del límite de la piel puede ser mío pero no es “yo”. Mi casa, mi familia, no son “yo” como sí lo son todas las cosas que están dentro de mi piel. Esa frontera es una de las más básicas aceptadas entre lo que uno es y no es. Este límite de la piel es tan obvio, auténtico y tan común que en realidad es la única frontera que tenemos. La piel es la envoltura que sirve de sustento corporal a la representación psíquica de la frontera del yo. Un sistema de pro-

tección de nuestra individualidad y uno de los primeros instrumentos de intercambio con los demás. El yo piel tiene su apoyo en las diversas funciones de la piel. La primera es la de bolsa que contiene y retiene lo bueno y pleno (para el infante, la lactancia, los cuidados, las palabras acumuladas en él. La segunda es la de mediador, que marca el límite con el afuera y lo mantiene en el exterior, la barrera que protege de la penetración de la avidez y agresiones provenientes de los otros seres. La tercera función es parecida a la de la boca: la piel es un lugar y un medio primario de comunicarnos y de establecer relaciones significativas, así como la superficie donde se inscriben las huellas que el otro deja.

La fantasía de un yo piel como configuración de las fronteras del yo le permite a éste diferenciarse, o sea concebirse a sí mismo, protegerse, establecer intercambios y elegir en cuanto a éstos, o sea mantener fuera o rechazar lo que no acepta y retener o incorporar lo que puede asimilar. La constitución del yo piel se debe en gran medida a los intercambios que se tejen entre la superficie cutánea del infante y de la madre. La constitución de la fantasía del yo piel es condición de existencia de la capacidad del individuo para relacionarse con su entorno.

Otra línea limítrofe es la identificación de la persona principalmente con el ego, es decir, con la imagen de sí misma. Esta línea entre lo que uno es y lo que no es puede ser muy flexible. Incluso dentro del ego o mente se puede erigir otro tipo de línea limítrofe; además es posible que el individuo se niegue a reconocer que algunas facetas de su propia psique son suyas. En realidad, como el individuo se identifica solamente con facetas de su psique (la persona) siente que lo que resta de ella no es él: territorio extraño y peligroso. Niega y excluye entonces de su conciencia los aspectos de sí mismo que no acepta, llamados la sombra. Entonces la persona se aliena.

Otra línea limítrofe es la asociada con los llamados fenómenos transpersonales. Wilber define lo transpersonal como cierta clase de proceso producido por el individuo que en cierto sentido va más allá de él, como la percepción extrasensorial. Entre varias formas reconocidas por la psicología están telepatía, clarividencia, precognición y retrocognición y pueden incluirse las experiencias extracorporales. Todas éstas tienen en común una expansión del límite entre lo que uno es y lo que no es. Y eso llega a trascender la frontera del organismo constituido por la piel. En las experiencias transpersonales la identidad no se confina al organismo.

Dice Wilber: "Lo que importa de este análisis de los límites entre lo que uno es y lo que uno no es, estriba en que el individuo no solamente tiene acceso a uno sino a muchos niveles de identidad". Señala cinco niveles principales de identidad que parecen ser aspectos básicos de la conciencia humana. Cada nivel resulta de los diferentes lugares donde la gente puede trazar, y en realidad traza, este límite. La línea limítrofe empieza a hacerse discontinua en la zona llamada transpersonal y desaparece completamente en el nivel de la conciencia de unidad. En este nivel final la persona se identifica con el Todo y lo que uno es y lo que no es hacen una totalidad armoniosa.

Al haber distintos niveles del yo también hay distintos niveles de conflicto consigo mismo. La razón, según Wilber, es que la línea limítrofe de lo que es la identidad de una persona se traza de modo diferente en cada nivel del espectro. Pero esta línea es también una línea de batalla en potencia, pues delimita campos opuestos. Esta línea de batalla puede adquirir también una gran importancia en el nivel de la persona, el de la "máscara" porque aquí el individuo ha trazado la línea limítrofe entre facetas de su

propia psique, de modo que la línea de batalla se encuentra ahora entre el individuo en cuanto persona y su medio, pero a la vez entre su cuerpo y ciertos aspectos de su propia mente.

El objetivo del psicoanálisis y de la mayoría de las formas de terapia es remediar la radical escisión entre los aspectos concientes y los inconcientes de la psique y ayudar a que la persona se ponga en contacto con la totalidad de su mente. Tales terapias orientadas al nivel del ego apuntan a reunificar a la persona o máscara (que oculta los aspectos inaceptables del ego) con la sombra (que proyecta al exterior esos aspectos) con el fin de crear un ego sano y fuerte. La mayoría de las llamadas terapias humanistas tienen por meta curar la escisión entre el ego y el cuerpo, reunir la psique y el soma para así revelar el organismo total. Por eso a la psicología humanista se le denomina movimiento del potencial humano. Al extender la identidad desde la mente o ego hasta la totalidad del organismo como tal se liberan los vastos potenciales del organismo total poniéndolos a la disposición del individuo. Otras terapias se dirigen hacia las bandas transpersonales del espectro, situadas entre el nivel de conciencia de unidad y el del organismo. Estas terapias se interesan profundamente por procesos que se dan en la persona pero son realmente supraindividuales, colectivos o transpersonales. Entre las terapias que se

CONDESA Nuevo León 115, 52 86 94 93

POLANCO Alejandro Dumas 81, 52 80 41 11

ZONA ROSA Hamburgo 126, 52 08 23 27

SANTA FE Centro comercial Santa Fe, 2º Piso. 52 59 76 04

PERISUR Centro comercial Perisur, 2º Piso. 56 06 31 14

dirigen al nivel transpersonal se hallan la psicosíntesis, el análisis junguiano, yoga, meditación trascendental y otras.

El desarrollo humano consiste en tomar conciencia de los límites o barreras impuestas al potencial de cada uno de los niveles del espectro. El desarrollo entendido como una ampliación y expansión de los horizontes propios, exteriormente en perspectiva e interiormente en profundidad.

LA OPOSICIÓN ILUSORIA Al tomar una decisión o desarrollar una idea o elegir una cosa en vez de otra estamos creando un par de opuestos. Y el mundo de los opuestos es un mundo de conflictos. La mayoría de nuestros problemas son creados por las divisiones y los opuestos: cuanto más me aferro al placer, más temo al dolor, cuantos más éxitos busco mayor será mi terror al fracaso, cuanto más voy en pos del bien, tanto más me obsesiona el mal, etc. La forma en que intentamos resolver estos problemas es eliminar uno de los opuestos porque los creemos irreconciliables. Pensamos que anular el negativo e indeseable de los pares de opuestos (el dolor, el mal, la enfermedad...) nos dará una vida placentera y apacible. Esta idea parece ser la base misma del concepto occidental de progreso, en su economía, su medicina, su ciencia y su religión. Esa búsqueda olvida que lo positivo se define en función de lo negativo y destruir lo negativo es destruir toda posibilidad de disfrutar de lo positivo. Esto porque, como bien lo enseñaban Lao Tse y tantos sabios de ayer y hoy, todos los opuestos comparten una identidad, son inseparables e interdependientes.

Entonces podemos concluir con Wilber que una línea, ya sea mental, natural o lógica, no sólo divide y separa sino que también une y aproxima. Las fronteras, así, son pura ilusión, fingen separar lo que no es separable. La realidad no tiene fronteras; la división y el conflicto surgen sólo si olvidamos que el interior coexiste con el exterior e imaginamos que sólo separa sin unir al mismo tiempo.

¿Cómo liberarnos entonces de nuestra costumbre de separar, de vivir conflictos y problemas absurdos, fruto de la guerra de opuestos? No se trata de separar los opuestos para lograr un progreso

hacia lo positivo sino de unificarlos y armonizarlos descubriendo un fundamento que trascienda y abarque a ambos. ¿Y cuál es este fundamento? Es la conciencia de unidad misma. Quizá un pasaje del libro de sabiduría hindú Bhagavad Gita nos inspire para librarnos totalmente de los pares de opuestos y no sólo de lo negativo:

Contento con tener lo que por sí llega, más allá de los pares, liberado de la envidia, sin apego al éxito ni al fracaso, aunque actúe, no queda encadenado a su acto. A ése reconozco como eternamente libre, el que no abomina ni anhela, porque quien se ha liberado de los pares fácilmente se libera del conflicto.

Las separaciones que hemos creado en todas las cosas, aunque parecen tener sus raíces en la física clásica, las podemos encontrar en un nivel más profundo: el de nuestra conciencia. La conciencia aquí tiene una acepción diferente de la conocida, generalmente coloreada con una connotación moral; se trata del darse cuenta que se traduce al inglés como awareness. Muchos autores modernos hablan del despertar de la conciencia; por ejemplo, don Juan, en los libros de Carlos Castaneda, habla de la capacidad de ver más allá de lo que vemos. Teilhard de Chardin habla del despertar de nuestra conciencia a alguna superconciencia.

Las fronteras de la conciencia se borran con el paso de la evolución humana para llegar a la aprehensión del verdadero territorio sin demarcaciones que es la conciencia sin fronteras, o sea la conciencia de unidad o la superconciencia de Teilhard. Si en la realidad no hay demarcaciones entonces la conciencia de unidad es el estado natural de la conciencia que reconoce este hecho. La percepción de lo que no tiene fronteras es una percepción directa, inmediata y no verbal.

De todas las fronteras que construimos y defendemos, la fundamental –y a la que menos dispuestos estamos a renunciar– es la que establecemos entre lo que somos y lo que no somos. Es precisamente la que establece nuestra sensación de ser seres separados. Tan básica es esta demarcación primaria entre el yo que somos y lo ajeno a ese yo, que de ella dependen todas las otras.

Estos límites que seguimos trazando son límites obvios a la conciencia de unidad. En este nivel de conciencia, en la percepción de lo que no tiene fronteras, el sentimiento del yo se expande hasta incluir totalmente todo aquello que antes se creyó ajeno al

yo. Y cuando se entiende el carácter ilusorio de la demarcación primaria, el sentimiento de la propia identidad alcanza el Todo. Saliendo de la ilusión, nos damos cuenta de que no hay un "yo" separado, un "uno" aparte del mundo. Creemos siempre que somos algo aparte de la experiencia, pero al salir en busca de este algo, se desvanece en la experiencia.

Así, al darnos cuenta de que no hay parte, caemos dentro del Todo, y cuando comprendemos que no hay un "yo" separado (y que eso sucede en este mismo momento) comprendemos que nuestra identidad verdadera es la Identidad Suprema. En otras palabras, al darnos cuenta de que todo es una misma cosa, ocurre espontáneamente el estado natural.

El mundo interior y el mundo exterior sólo son dos nombres distintos para el estado único y omnipresente de percepción de lo ilimitado. No se trata de que, en la conciencia de unidad, uno esté mirando el territorio real sin demarcaciones sino más bien de que la conciencia de unidad es ese territorio.

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