Lisboa Total

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Lisboa y alrededores


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ALFAMA Y CASTELO Los barrios de Alfama y Castelo, núcleos de la Lisboa musulmana y judía, se extienden sobre la zona más elevada de la capital portuguesa y se prolongan sobre su falda abierta hacia el Tajo, constituyendo el sector más característico de la antigua ciudad medieval anterior a la conquista cristiana. De trazado tortuoso y difícil, sus límites se extienden entre las zonas de la Sé y Graça, en un laberinto horadado de callejas, plazuelas, arcadas, travesías, escalinatas y pasadizos que inevitablemente recuerdan a otros recintos urbanos peninsulares, como Toledo o Segovia. Su perfil, más morisco que hebreo debido a los vestigios que han llegado hasta el presente, se dibuja entre palacios y templos elevados por el impulso cristiano de las mesnadas medievales que tomaron Lisboa en el año 1147 y ahora oscurecidos por el paso del tiempo y la incuria. Alfama fue conquistada a los árabes por el primer rey de Portugal, Afonso Henriques; sus orígenes se remontan a la época visigótica, y hasta el terremoto de 1755 fue residencia de buena parte de la aristocracia del reino lusitano. Después del terrible cataclismo, fue ocupada en su totalidad por los marineros y pescadores lisboetas, cuyas costumbres siguen dando al barrio su peculiar sabor. En la zona del Castelo se hallaba el primitivo castro celta, que daría paso, en el correr de los siglos, a la gran ciudad ribereña del estuario del Tajo. La fortaleza que domina el conjunto urbano sucedió, en época medieval, a una fortificación romana construida en el año 137 a.C. por Junio Bruto. Tras una larga etapa como núcleo de la alcazaba musulmana, la conquista cristiana convirtió aquel conjunto defensivo en centro neurálgico del nuevo reino de Portugal, dando a sus calles y edificios un aire entre castrense y palaciego, todavía perceptible en la actualidad. Cerca de dos mil años han transcurrido desde la primera configuración urbana de esta zona lisboeta, llevada a cabo por el cónsul Decimo Junio Bruto durante las etapas romanizadoras que, desencadenadas a partir del asesinato de Viriato, utilizaron a la naciente Olisipo, en el 130 a.C., como cabecera de sus operaciones en el centro de Lusitania. Ochenta años después, el país fue dominado por las legiones de Julio César. La ciudadela, enclavada en la zona del actual barrio del Castelo, fue elegida por los pueblos germánicos, que acabaron instalados en el que fuera solar del Imperio romano, sirviendo sucesivamente de asentamiento a las tropas del suevo Maldras y del visigodo Eurico. Fue sede del poderío oc-

cidental godo durante algo más de tres centurias, pero después cayó bajo control musulmán a comienzos del siglo viii. La nueva ciudadela así surgida, denominada Lissabona, se desarrolló sin altibajos hasta que la presión de los cristianos norteños se dejó sentir sobre sus muros en tiempos de Alfonso II de Asturias, que saqueó sus tesoros. Tras él, Ordoño III de León causó grandes estragos en el entonces reducto islámico. Después de esta convulsión, la ciudadela, capital de la provincia de Belata, junto con sus palacios, fue entregada por su dueño, el rey de Badajoz Mutavaquil, a Alfonso VI de Castilla, como parte del trato de una alianza peninsular contra los almorávides marroquíes, mandados por el rifeño Texufine. Ocupada por estos invasores saharianos, la fortaleza lisboeta fue liberada en el año 1095 gracias al valor de los caballeros de Alfonso VI, quienes la mantuvieron integrada en el reino castellano durante dieciséis años. El primer rey portugués, Afonso Henriques, que intentó por primera vez apoderarse de la ciudadela en el año 1140, culminó tal empresa, siete años más tarde, con la ayuda de 15.000 cruzados europeos; esta conquista abrió la etapa cristiana del Castelo y Alfama, en octubre de 1147. Treinta y dos años después y como represalia musulmana a una incursión portuguesa contra Sevilla, los contingentes árabes saquearon parte del enclave lisboeta. En el 1373 los castellanos de Enrique II ocuparon los alrededores del Castelo hasta ser alejados de allí mediante una intervención papal. Sería Juan, hijo de Enrique II, el nuevo monarca de Castilla, quien intentaría la conquista de la ciudadela para los castellanos; la acción 29


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no pudo llevarse a cabo en aquella ocasión debido a una epidemia de peste que asoló el campo de los sitiadores. Sede de cuarteles, prisiones y moradas de aristócratas guerreros y burócratas cortesanos, la zona del Castelo conocería su última era de esplendor en el período de integración portuguesa en la corona española, protagonizado por los reyes de la Casa de Austria, pasando por último un período de decadencia que terminaría bruscamente a causa del terremoto que tuvo lugar en el año 1755. El recorrido por Alfama y Castelo parte del mirador de Santa Luzia y, desde allí, continúa por la rua de São Tomé, eje que divide en dos partes este sector. La parte del itinerario que recorre Alfama parte de Santa Luzia para descender por las tortuosas calles que se entrecruzan en la falda de la colina, llegando hasta São Vicente; desde esta significativa iglesia lisboeta se regresa hacia la rua de São Tomé, para cruzarla y ascender hacia el Castelo y su singular barrio. Palacio Azurara (Largo das Portas do Sol). En la explanada mirador del largo das Portas do Sol, donde se puede ver una estatua de San Vicente portando un navío con los dos cuervos de su leyenda, se encuentra este palacio, construido aproximadamente sobre el trazado de la antigua muralla, árabe y visigótica, como demuestra la torre que se halla a la derecha de la fachada. Fue construido por la familia Sottomayor. Recibió el nombre del vizconde de Azurara, João Salter de Mendonça, cuando este lo convirtió en su residencia, en 1779, a su regreso del Brasil. La fachada, pintada de rojo, muestra en su parte inferior una hilada de sillares. Sobre la portada noble corre un segundo nivel de balcones con cornisas y sobre este la cornisa que corona el edificio. La portada noble está decorada con un friso de triglifos y metopas y un frontón partido. En los laterales de la portada se abren otras dos puertas. En su interior pueden admirarse frisos de azulejos del siglo xvi, así como un excelente mobiliario, antiguos tapices e interesantes piezas de cerámica y orfebrería de plata. Conserva un patio pavimentado que sirve de cobertura a una cisterna, también de origen árabe. 30

En la década de los cincuenta, el financiero e intelectual lisboeta Ricardo do Espírito Santo Silva creó una fundación en la cual incluyó el Palacio de Azurara, junto con una selecta colección de obras de arte, que en la actualidad es el núcleo del Museu de Artes Decorativas que alberga el edificio. Museu-Escola de Artes DecorativasFundação Ricardo do Espírito Santo Silva★ (VIII, C-D5) (Largo das Portas do Sol; abierto todos los días de 10 h a 17 h, excepto los martes). La sala de entrada está decorada con azulejos azules y blancos y muestra un antiguo carruaje. Este museo, que contiene la recreación de un hogar nobiliario de los siglos xvii y xviii, muestra sus salas organizadas según períodos y funciones y equipadas con sus respectivos ajuares domésticos. Su intención es la de ofrecer una amplia muestra de las artes decorativas portuguesas de los siglos xvi al xviii; a pesar de la variedad y diferente factura de los trabajos expuestos, mantiene en todas sus salas una imagen de unidad funcional y coherencia estética. El aspecto de palacio habitado confiere a los objetos que integran las colecciones un valor especial, ya que permite la reconstrucción de los entornos domésticos donde estaban colocadas en su época, creándose de esta manera conjuntos ornamentales en consonancia con los diversos estilos artísticos. Las principales secciones de este museo se hallan distribuidas por grupos de mobiliario, orfebrería, cerámica y textiles, donde se integran, respectivamente, muebles de los estilos indoportugués, Pedro II, João V, Maria I y João VI, labores en plata de orfebres locales de los siglos xv al xix, azulejos dieciochescos y mayólicas de la Real Fábrica do Rato, tapices barrocos, alfombras de Arraiolos, colchas y paños bordados y tejidos orientales. Junto a este patrimonio decorativo, se exponen también algunas tablas de Gregório Lopes, Vieira Portuense y Joaquim Marques, porcelanas de la Compañía de las Indias, un hermoso tapiz de aire flamenco del siglo xvi, denominado O Cortejo das Girafas, salido de los talleres de Tournai, y grabados de Pillement, Noel, Bartollozi y Delerive.


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LA CiudAd dE LiSbOA Lisboa es la ciudad más antigua de Portugal y una de las primeras fundadas en tierras europeas. Es más antigua que Roma. Los primeros vestigios de la ciudad se remontan a ocho siglos antes de la ocupación de los romanos (siglo II a.C.). Su “admirable antigüedad”, afirma Ángel Crespo en Lisboa mítica y literaria, supone “uno de los mayores atractivos” de la ciudad, que es “una dádiva del Tajo, tal y como Egipto lo es del Nilo”. Cuenta una leyenda que fue fundada por Ulises y los suyos, que la bautizaron como Olissipo. Otra, que su nombre se deriva de Elassipos, séptimo hijo de Poseidón y de la mortal Clito y hermano de Atlas, y aún existe otra leyenda que relaciona su topónimo con Olis hippon (“lugar en el que se reúnen los caballos”). Y también Lixbona (“la de agua buena”) o Alis ubo (“ensenada amena”), así llamada por los fenicios. Julio César prefirió Felicitas Julia Olissipum en un tiempo en el que los nativos juraban que las nereidas y los tritones jugueteaban en las aguas del río. Más tarde, los geógrafos árabes describieron la ciudad como un auténtico paraíso terrestre.

En su primer piso, el museo alberga piezas barrocas, rococó y neoclásicas; en el segundo se pueden ver ejemplos de estilo Luis XV y de la época de Dom José, y en un entresuelo, al que se accede a través de un patio, exquisitos ejemplos de arte mobiliar del siglo xviii. En la tercera planta el museo acoge el despacho de Dom José y la Sala de las Esteras. La cuarta planta, que es la noble, cuenta con salas como la Cadaval, la de los Belenes, las habitaciones de Dom João V y Dom José, la sala de música, etc. En el quinto piso, por fin, se recrean un comedor, una habitación dieciochesca y la sala del enfermo. Los sillares de azulejos está compuestos por fragmentos procedentes de los palacios de los Duques de Cadaval, del Almoxarifado y la Quinta do Ramalhão. Aledaña al museo se encuentra una Escuela de Artes Decorativas, donde se imparten clases y se restauran muebles, tallas, libros y tapices, siguiendo siempre técnicas tradicionales. Iglesia de São Miguel★ (VIII, D5) (Largo de São Miguel). Después de la visita al Palacio de Azurara, se penetra en esa villa

dentro de la ciudad que es el barrio de Alfama. Para ello hay que cruzar el largo de Santa Luzia, desde el que contemplamos los tejados de Alfama, São Vicente y la cúpula de Santa Engrácia, y descender primero por el dédalo de escaleras que forma la rua Norberto de Araújo, pasando por detrás del ábside de la iglesia de São Braz y Santa Luzia; conforme se bajan las escaleras se pueden ver tramos de la antigua muralla, a la derecha. Se continúa bajando, una vez que han finalizado las escaleras, dejando una calle que se bifurca a la izquierda. Se llega a la rua da Adiça, continuación de la rua Norberto de Araújo, donde, bajo un pequeño emparrado, hay una fuentecilla de piedra de la que mana agua a través de una cabeza de león. Su trazado es tortuoso con tramos de escaleras. Finaliza en el largo de São Rafael, breve plaza rodeada de edificios del siglo xvii en la que aún se pueden vislumbrar, hacia poniente, los vestigios de la torre de Alfama, que perteneció a la muralla árabe de Lisboa. Aunque no hemos hecho más que entrar en la Alfama, ya nos comienza a cautivar su tipismo, sin falsificaciones, y el colorido de las ropas tendidas, los azulejos, las flores y las jaulas de los canarios 31


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y periquitos en las ventanas, el olor de las sardinas asadas en la calle, con los gatos aguardando su ración, los pequeños puestos de alimentación con su mercancía expuesta, los talleres de los artesanos y jóvenes artistas, etc. El corazón de la Ciudad Blanca, que ha seducido a pintores, escritores y directores de cine, solo puede ser comparado, incluso por la ausencia de coches –las escaleras les impiden el paso a gran parte del barrio–, a la decadente y popular Venecia. En el largo de São Rafael se toma a la derecha, bajando a su parte inferior, donde se puede ver una pequeña fuente con cabeza de león, para llegar a la rua da Judia-

azulejos en los que figuran angelotes, con una fuente seca acompañada de una placa en la que se puede leer el poema que le dedicó António Botto (Nesta fonte que fala na surdina/de qualquer coisa que eu não sei ouvir/ matei agora mesmo a minha sede/ e sentei-me ao pé dela a descansar). Junto a la fuente, sobre la muralla surge un palacio de aspecto genovés; si se cruzara el arco do Rosário, situado al fondo de la plazoleta, se llegaría al largo do Terreiro do Trigo. De regreso al largo de São Rafael, se continúa por la rua de São Miguel para girar enseguida a la izquierda por la rua da Galé, que asciende después por unas escaleras, dejando a la izquierda el patio da Cruz;

Vista desde el mirador de Santa Luzia sobre el barrio de Alfama y el río Tajo.

ria, reliquia de lo que fuera el barrio judío, en la cual se mantiene erguida una mansión del siglo xvi provista de ventanales geminados y adyacente a los contrafuertes de la vieja muralla musulmana. La Judería Pequeña, convertida en un gueto desde 1373, era cerrada todas las tardes, al toque del Ave María, para evitar que sus moradores tuviesen contactos nocturnos con los cristianos. Esta rua acaba en la Fonte do Poeta, pequeña plazoleta decorada con 32

desde el beco das Canas se continúa, ahora descendiendo, por la derecha, para llegar a una pequeña plazoleta donde se encuentran las escadinhas de São Miguel (fuente del tritón), por las que se desciende hasta alcanzar, bordeando la iglesia, el largo de São Miguel, dominado por la iglesia del mismo nombre y una alta palmera. Este templo, de origen medieval, fue muy transformado en 1673 de acuerdo con un diseño de João Nunes Tinoco, su-


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friendo finalmente una definitiva remodelación hacia la mitad del siglo xviii. En la fachada, de dos torres gemelas y una hornacina central que se eleva a mayor altura, figura el titular con su balanza, a poco que sople la brisa, en movimiento. Su interior, de una sola nave, está decorado con pinturas atribuidas a Bento Coelho. El techo, de madera, aparece cubierto con pinturas de José Ferreira da Araújo. En el altar mayor, decorado con magnífica talla dorada, obra de Manuel de Brito, se pueden ver las estatuas colosales de los cuatro evangelistas, realizadas por Félix Adauto. pedir um real Destaca, en el lateral izquierdo, el altar de Nuestra Se-

ñora de los Dolores decorado con magnífica talla de madera, atribuida a Santos Pacheco. Se continúa el itinerario tomando la rua de São Miguel, a mano izquierda, desde la cual se divisa una hermosa perspectiva barroca con la torre de Santo Estêvão al fondo; más adelante se deja a la derecha el beco do Pocinho y se continúa por la rua de São Miguel; casi al final de esta calle se gira a la derecha para tomar el angosto beco do Mexias que finaliza en el largo do Chafariz de Dentro. En esta

plaza de la antigua ribera, cuando las terrazas de los restaurantes no están puestas, los niños juegan al fútbol. Frente a la fuente, un edificio –antigua estación de bombeo de agua– al que se accede desde el largo do Chafariz de Dentro acoge la Museu do Fado (todos los días, de 10 h a 18 h; última entrada 17.30 h; cierra los lunes). Se trata de un centro en el que evocar sonidos y a los grandes artistas, que incorpora un auditorio y un atrio exterior en el cual, con buen tiempo, se programan recitales. Asimismo, cuenta con una escuela de guitarra. En la inmediata rua dos Remédios, se alza la ermita homónima, fundada en 1551 bajo la advocación del Espíritu Santo. Más adelante, a la izquierda, se sigue por el beco do Espírito Santo hasta la rua da Regueira que se toma a la derecha para girar después a la izquierda por la rua dos Remédios, subiendo por ella y dejando a la izquierda la calçadinha de Santo Estêvão. A continuación, se toman a la izquierda las escadinhas de Santo Estêvão, que suben hasta una pequeña plazoleta cuadrada llamada patio das Flores. Se continúa la ascensión llegando al final de las escaleras donde se puede ver un chafariz, decorado con azulejos que representan a la Inmaculada. A este lugar se llega también por la calçadinha de Santo Estêvão. Se sigue subiendo hasta la rua de Santo Estêvão, que se toma a la izquierda para llegar a la fachada de la iglesia; desde aquí se goza de una buena vista★ de Alfama y del Tajo. Iglesia de Santo Estêvão (VIII, C6) (Rua de Santo Estêvão). Presenta una fachada de líneas simples, fechada en 1773, dividida en cinco paños por pilastras; los tres centrales se adelantan un poco y son coronados por un sencillo frontón, colocado sobre un friso; en el lateral derecho se levanta una esbelta torre-campanario. En los paños centrales se abren tres puertas, la central de mayor tamaño, decoradas con diferentes frontones. Sobre ellas se abren, primero, unas pequeñas ventanas y, más arriba, grandes ventanales rematados por cornisas, la central quebrada. La primera iglesia en honor a San Esteban fue fundada por Dom Dinis. Posteriormente se elevó otro templo que fue 33


HISTORIA Lisboa aparece envuelta en misterio ya desde sus orígenes. Para explicar su nombre se han presentado a lo largo de los tiempos distintas hipótesis sin que ninguna de ellas logre destronar definitivamente a las otras. Leyenda e historia se confunden. Fonéticamente, Lisboa es la evolución de la palabra latina Olisipona, aunque no acaba de aclararse el origen de este vocablo. Para algunos, el nombre proviene de Ulises, héroe de la Odisea de Homero y rey de Ítaca, quien, victorioso en la guerra de Troya y de regreso a su patria, habría llegado con sus compañeros de armas y de viaje a esta hermosa y agradable desembocadura del Tajo, fundando aquí una ciudad. Según otra hipótesis que hace remontar la fundación de Lisboa a tiempos aún más lejanos, su nombre tendría origen en Elisa, biznieto de Noé, llegando algunos escritores a situar los famosos Campos Elíseos en los alrededores de Lisboa. Finalmente, hay quien afirma que Olisipo es la corrupción de las palabras fenicias Alis ubbo que significan “ensenada amena”, con lo cual habrían sido los fe-

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nicios, célebres navegantes de la antigüedad, quienes habrían fundado una colonia que, más tarde, se convertiría en la ciudad de Lisboa. La última explicación parece la más razonable. Pero la más conocida y popular es la primera, la que consagra a Ulises como el fundador de Lisboa, cantada y celebrada por poetas e historiadores a lo largo de los siglos. De Julio César a Dom Afonso Henriques: romanos, godos, moros y cristianos La historia confirma, pues, que pueblos diversos tales como celtas, fenicios y cartagineses se establecieron sobre el monte del castillo hasta que los romanos ocuparon la villa, en el siglo iii a. C. Julio César la elevó a la categoría de “municipio romano” y le concedió el honor de llamarla Felicitas Julia, esto es, “Felicidad de Julio”. Estas distinciones demuestran la importancia que Olisipo había adquirido ya en aquellos tiempos. Los romanos edificaron termas, teatros y fortificaciones. Pero de todo ello solo se conservan hoy las rui-


Historia

nas de un teatro romano cerca del castillo, unas termas en la misma “Baixa” (la parte más baja y central de la ciudad) y algunos cipos funerarios y votivos. Las “invasiones bárbaras” del siglo v, y los diversos terremotos que desde entonces destruyeron una y otra vez distintas partes de la ciudad, se encargaron de eliminar los vestigios de aquellas construcciones con las que los romanos habían enriquecido la ciudad. La caída del Imperio puso fin al período romano de la historia de la ciudad que, al igual que el resto de la península, fue progresivamente invadida por los llamados “bárbaros del norte” entre los siglos v y vii. A mediados del siglo v, la vieja Felicitas Julia de los romanos estaba ya bajo el dominio de los visigodos pero no solo no había perdido la importancia administrativa que Julio César le había otorgado sino que había ganado una cierta importancia política y religiosa a juzgar por el hecho de que, por lo menos desde el año 633, los obispos olisiponenses asistían ya a los concilios de Toledo. En el año 711, la batalla de Guadalete, entre los moros de Tarik y los godos capitaneados por el rey Don Rodrigo, puso fin

a la dominación visigótica en la Península. Y, según se cree, el moro Abdelasis entró pacíficamente en Lisboa en el año 716. En boca de los musulmanes, el término latino Olisipo evolucionó hacia Olisibona, posteriormente a Lisibona y, finalmente, a Lixboa. Para algunos historiadores el dominio árabe perjudicó más a Lisboa que el de los “bárbaros”. No porque los musulmanes, oriundos del sur, fuesen más violentos que los pueblos del norte sino porque la ocupación de una parte de la península dio lugar a una lucha a muerte entre musulmanes y cristianos. La guerra era, también, religiosa. En efecto, desde finales del siglo viii o principios del ix hasta su conquista definitiva a los moros por Dom Afonso Henriques el 24 de octubre de 1147, Lisboa no cesó de pasar de mano en mano, de las de los moros a las de los cristianos, de las de los cristianos a las de los moros y así una y otra vez. Hasta que el ejército de Afonso Henriques, nieto de Alfonso VI de León, ayudado por los cruzados cristianos (flamencos, ingleses y renanos) que, camino de Tierra Santa, pasaban por la costa norte de Portugal, la li-

Batalla de Aljubarrota, castellanos y portugueses luchando.

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