CATÁLOGOS |
Obra editada bajo licencia Creative Commons 3.0: Reconocimiento - No Comercial - Sin Obra Derivada (by-nc-nd) © de los autores, Ander Gondra Aguirre y Gorka López de Munain, 2017 © de la edición, Sans Soleil Ediciones y Fundación Sancho el Sabio Vitoria-Gasteiz, 2017 Diseño gráfico: Mikel Escalera Maquetación: Sandra Rodríguez García Corrección de textos: Isabel Mellén ISBN: 978-84-946119-7-1 Depósito legal: VI-251/2017 WWW.SANSSOLEIL.ES Contacto: info@sanssoleil.es
VISIONES MÍSTICA Y POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO
VISIONES MÍSTICA Y POLÍTICA EN EL PAÍS VASCO
ANDER GONDRA AGUIRRE Y GORKA LÓPEZ DE MUNAIN
Catálogo de la exposición celebrada del 9 de mayo al 3 de junio de 2017 en la Sala Araba y en la Fundación Sancho el Sabio de Vitoria-Gasteiz
VITORIA-GASTEIZ • 2017
ÍNDICE
Introducción: Entre la mística y la política................... 9 Ver lo extraordinario: fantasmas, aparecidos y retornados.............................................................. 13 Mística, política y poder terrenal................................ 21 Visionarias................................................................... 33 Visiones e imágenes.................................................... 57 Ver con el ojo del alma........................................... 57 Estética e iconografía del visionario....................... 62 Apariciones de la Virgen.............................................. 83 Los ecos de Ezkioga y su silenciamiento...................... 93 Algunas conclusiones.................................................. 105 Bibliografía citada y de referencia............................... 111 Bibliografía expuesta en la Fundación Sancho el Sabio... 115
INTRODUCCIÓN: ENTRE LA MÍSTICA Y LA POLÍTICA
Buena parte de los santuarios marianos del País Vasco conservan todavía hoy leyendas prodigiosas que intentan explicar sus orígenes. En ocasiones, las brumas de la historia han modificado sustancialmente los hechos o han terminado contaminando su propia leyenda con las de otros lugares cercanos de mayor influencia. Independientemente de la veracidad histórica que pueda tener cada uno de estos relatos, lo cierto es que se han transmitido a lo largo de generaciones y han sobrevivido a vicisitudes de toda índole, lo cual nos demuestra que contienen en su germen un sustrato antropológico de gran carga simbólica. La mayor parte de estas leyendas describen el momento en el que un pastorcillo o un inocente aldeano del lugar se topó –de manera accidental, o a través de algún suceso inexplicable o milagroso– con una imagen de la Virgen que parecía llevar siglos aguardando su descubrimiento. Desde ese preciso momento, y en ocasiones bajo la orden explícita de la propia Virgen, el pueblo y las autoridades competentes ponían en marcha los preparativos para financiar la construcción de un templo que albergase la prodigiosa figura. Lo que en un primer mo-
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mento solía ser una sencilla ermita, si la suerte estaba de su parte y, por ejemplo, la fuente en la que había aparecido la talla resultaba ser milagrosa, terminaba convirtiéndose en un importante santuario que recibía la visita de miles de peregrinos y visitantes ansiosos por conocer y sentir en sus propias carnes los poderes de la imagen. Bien sea en casos sumamente rurales y de mínima proyección o en santuarios de fama internacional, en todos ellos se ponen de manifiesto las conexiones que siempre han vinculado lo divino con lo humano, lo religioso con lo civil, la creencia sincera con el interés espurio. Tanto el sencillo pastor que había encontrado la imagen a la que dedicaría su alma durante el resto de su vida, como los devotos que llegarían hasta el punto señalado con la esperanza de lograr consuelo y alivio para sus penas, se mueven en un plano totalmente diferente al de las autoridades (bien sean eclesiásticas, civiles o de otra índole) que, al amparo de todo ello, satisfacen sus propios intereses (políticos, económicos, etc.) de formas muy variadas. El equilibro entre ambos planos es altamente complejo y no permite resúmenes rápidos. Los prejuicios y las lecturas simplistas nos pueden conducir por terrenos poco provechosos y, sobre todo, nos impedirían acercarnos a un fenómeno tan fascinante como esquivo, que nos concierne aún hoy en la era de lo digital. En la exposición “Visiones” tendremos ocasión de analizar algunos de los casos que afectan al País Vasco, pero nos parecía oportuno además acompañarla de un breve catálogo con el que poder ampliar algunas de las cuestiones que precisan de un desarrollo más amplio. La mayor parte de los puntos que iremos desarrollando se acabarán contrastando, de un modo u otro, en el espejo de las extrañas y complejísimas apariciones que tuvieron lugar en Ezkioga.
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El 29 de junio de 1931, un día después de celebrarse la primera vuelta de las elecciones generales a Cortes Constituyentes de España, dos niños (Andrés y Antonia Bereciartúa, de siete y once años respectivamente) que vivían en este pequeño municipio guipuzcoano afirmaron haber visto a la Virgen (Fig. 1). Nadie podía imaginar que este episodio inicial daría pie a muchas otras apariciones, experimentadas por docenas de videntes –se habla de doscientos aproximadamente–, hasta el punto de que la localidad alcanzó en torno a un millón de visitas tan sólo durante ese año. Aunque hoy en día ha quedado olvidado y pocos recuerdan ya lo acontecido, la envergadura que adquirió el fenómeno convirtió a Ezkioga en el epicentro de una de las apariciones más masivas del mundo católico hasta el momento. Pero los sucesos de Ezkioga se enmarcan en un contexto mucho más amplio desde un punto de vista político y antropológico. Por poner sólo un ejemplo, a principios del siglo XX, y como se desprende de los Anuarios de la Sociedad de Eusko–Folklore, las creencias en la aparición de los difuntos era algo real y sumamente frecuente. Estos sustratos –epidemias de brujería, creencia en las ánimas retornadas, leyendas de apariciones milagrosas, etc.– nos darán una visión más amplia y nos permitirán comprender con mejores argumentos una realidad daimónica –en palabras de Patrick Harpur– que, a pesar de su insistencia, siempre parece escurrirse entre los dedos cuando intentamos apresarla.
Fig. 1. Los dos primeros videntes de Ezkioga, Andrés y Antonia Bereciartúa. Fotografía de Joaquín Sicart (1931).
VER LO EXTRAORDINARIO: FANTASMAS, APARECIDOS Y RETORNADOS
Antes de entrar a analizar los ejemplos puramente religiosos, nos parece oportuno apuntar, aunque sea brevemente, algunas líneas sobre apariciones y visiones que se sitúan al margen de estos fenómenos. Las apariciones de difuntos, o seres misteriosos y supraterrenales, lejos de ser algo más o menos reciente, acompañan al ser humano desde tiempos inmemoriales. En la Ilíada de Homero, cuando el poeta narra la muerte de Patroclo, nos encontramos ya con descripciones en las que el alma del difunto sale del cuerpo para descender al Hades: “Apenas acabó de hablar, la muerte le cubrió con su manto: el alma (psyqué) voló de los miembros y descendió al Hades, llorando su suerte porque dejaba un cuerpo vigoroso y joven”. Estas almas o figuraciones etéreas podían visitar de noche a las personas con las que habían compartido la vida, lo cual era motivo de gozo y alegría, e incluso el propio Aquiles, en cierta ocasión, trató de abrazar en vano a la sombra de su amigo Patroclo, aunque pronto advirtió que se estaba abrazando a sí mismo mientras la aparición se esfumaba.
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Tomando como punto de partida la literatura y las fuentes históricas de la Antigüedad grecolatina, donde se describen todo tipo de apariciones fantasmales y se da cuenta de sucesos paranormales de lo más variado –desde casas habitadas por fantasmas hasta retornados que buscan venganza–, la Edad Media amplió el abanico del fenómeno al entroncarlo con la tradición cristiana. De este modo, el diablo se hizo presente en multitud de narraciones y no faltaron santos cuyo cometido era lidiar con aquellas presencias que se ocultaban en los ídolos paganos. Además, la creación del Purgatorio y su posterior consolidación, permitió dar sentido a aquella tradición de retornados del Más Allá, que tuvo gran eco en época clásica y que continuaba su estela en los siglos posteriores en unos términos cristianizados. Estos espectros no clamaban venganza ni buscaban los brazos protectores de su amado; en la mayoría de los casos su petición era más sencilla: rogar a los vivos que rezasen por su alma y conseguir así abandonar los tormentos del purgatorio lo antes posible. Sin necesidad de acudir a los mitos clásicos, y desoyendo las advertencias del propio San Agustín cuando expone que “los muertos, por naturaleza, no pueden inmiscuirse en las cuestiones de los vivos”, encontramos sucesos, sin salirnos de los límites del País Vasco, en los que sus protagonistas describen sus particulares encontronazos con lo sobrenatural. La casa, junto con el cementerio y la iglesia, eran los lugares habituales en los que tenían lugar las apariciones de las ánimas. A veces su aspecto vaporoso puede conectar estas tradiciones con sustratos grecorromanos que han sobrevivido con el paso del tiempo –donde los fantasmas solían describirse con esta apariencia–, pero en otras ocasiones los nexos se diluyen en los relatos, costumbres y tradiciones de geniecillos y figuras de la mitología vasca. Como demostra-
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ron las encuestas e investigaciones de los Grupos Etniker, lideradas por José Miguel Barandiarán, y al igual que ocurre con las apariciones de la Virgen, estas manifestaciones de las ánimas de los difuntos se están actualmente diluyendo y su pervivencia se da en el marco de las evocaciones ya lejanas, manteniéndose con escasa convicción. Sin embargo, si ahondamos en su naturaleza, comprobamos que su recuerdo –hoy lejano y sombrío– revela un pasado sobre el que merece la pena detenernos brevemente. Aunque en esta exposición las apariciones se refieren fundamentalmente a las vinculadas con personajes religiosos (en la mayoría de los casos la Virgen, pero también Cristo, San Miguel y otros santos), ambas comparten un punto clave: la necesidad de acontecer en un contexto social y cultural que posibilite su comprensión y su asimilación, en el marco de una tradición en la que estos hechos tenían codificadas unas respuestas y unas actuaciones posteriores. Por ello, comprender cómo se reaccionaba y se transmitía la aparición de un familiar difunto en el contexto del hogar, nos permitirá también conocer mejor el fenómeno cuando tenía lugar fuera de este ámbito y su protagonista era un ser de origen ultraterreno. Todavía es posible documentar en el País Vasco la creencia en las apariciones de las almas o espíritus de los antepasados fallecidos, denominadas ánimas errantes o almas en pena (arima herratuak o arima erratiak en euskera), existiendo además toda una variedad de fórmulas. Según las investigaciones de Barandiarán, se clasifican en ánimas luminosas (argileak), ruidosas (herotsegileak), las que tienen forma de sombra (gerixetiak) o las espectrales (izugarriak). También son múltiples los motivos que tienen las almas para retornar del Más Allá, pero casi siempre se conectan con el lamento por una promesa no cumplida: a veces es
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un secreto no revelado a un miembro de la familia, otras el no haber acudido a un lugar de peregrinación cuyo viaje se había prometido, o incluso no haber sido lo suficientemente generoso con la limosna. Es impresionante comprobar la riqueza y variedad de estas creencias (hoy casi olvidadas) que, sin lugar a dudas, y más allá de las discusiones sobre su veracidad, cumplían un propósito claro dentro de la comunidad o del núcleo familiar. Además, en muchos casos, las apariciones se vinculaban con una falta cometida en vida, lo cual también tenía un propósito moral o aleccionador. Los poltergeist que hoy vemos en las películas de terror se manifestaban ya en los caseríos de nuestro entorno. Por ejemplo, en la localidad navarra de Mélida, los vecinos de una de sus casas fueron testigos de fenómenos sorprendentes: muebles que se desplazaban de forma ruidosa, golpes en las paredes, objetos que se movían… Ante esta situación, la dueña decidió dirigirse al fantasmal artífice de aquellos sucesos con la pregunta: “¿Quién es?” Al poco rato escuchó: “Paula, misa”. Todos entendieron que debían hacer una misa en favor de esta alma en pena, tras lo cual todo volvió a la normalidad. Pero nos detendremos ahora brevemente en las apariciones luminosas, por el parecido que presentan en algunos casos con las apariciones de la Virgen, que iremos viendo después. Como explica Barandiarán, casi siempre se han relacionado estas extrañas visiones con las almas de los difuntos, aunque no por ello debemos descartar las conexiones con otras lecturas en las que se ha querido ver en ello una visión mariana o celestial. Lo habitual era que estas luces, móviles y de formas cambiantes, aparecieran en los caminos o en los exteriores de ciertos hogares. Sorprende la pluralidad de testimonios recogidos en los estudios etnográficos dedicados a su análisis. En Nanclares de Gamboa (Álava), un viudo sufrió en varias ocasiones la persecución de una
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luz en el camino, que él no dudó en vincular con su difunta esposa. En Plentzia (Bizkaia), por el contrario, se cuenta con temor la impresionante luz que en ocasiones descendía desde el cielo hasta la tierra. Incluso en Zeberio (Bizkaia) se conserva aún la creencia de que si durante la noche se dan tres vueltas seguidas al pórtico de la iglesia se pueden ver luces en el cementerio del pueblo. El siguiente relato, descrito en el Atlas etnográfico de Vasconia, nos cuenta una curiosa aparición fantasmal (Fig. 2): Se murió el dueño de un conocido caserío de Zegama y aquella misma noche se apareció ante su mujer con la mortaja. Y ella le preguntó: “Joxe Mari, ¿has vuelto?” “No mujer, he venido a pedir una misa para poder entrar en el cielo.” Y una vez hubo dicho esto, dejó su boina en la cabecera de la cama y se escondió. Cuando su mujer cogió la boina, ésta tenía el rastro de los cinco dedos (del marido).
Curiosamente, también en el caso de Ezkioga los difuntos, desde un principio, se entremezclaron en las apariciones con los seres supraterrenales, y fueron muchas las visiones de familiares o vecinos fallecidos, extrapolándose posteriormente el fenómeno a los difuntos ajenos de sus seguidores –principalmente catalanes–, a los que los videntes identificaban, a menudo, valiéndose de fotografías. En múltiples ocasiones los visionarios oficiaron como intermediarios, ayudando a los difuntos a entrar en el cielo. Incluso Evarista Galdós, una vidente destacada durante los primeros meses del fenómeno, huyó de su primera visión de la Virgen al pensar en un principio que se trataba de un ánima del purgatorio en busca de ayuda y alivio. Se da la particularidad de que un nutrido grupo de videntes de Ezkioga continuó hasta la década de los años cincuenta ejerciendo de intermediarios con los muertos a través de la figura de Ama Felisa, una panadera de Zumárraga con
Fig. 2. Las huellas que las ánimas del Purgatorio dejaron en multitud de objetos han sido un tema recurrente en los últimos siglos. Eran el testimonio material al que los familiares y allegados se aferraban para demostrar la existencia de un Más Allá con el que, eventualmente, se establecían conexiones. En la pequeña iglesia neogótica del Sagrado Corazón del Sufragio (Roma), se conserva todavía una curiosa colección de piezas en las que las almas dejaron su huella. A finales del siglo XIX, Victor Jouët, miembro activo de los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, inició esta colección única con el propósito de demostrar la existencia del purgatorio y la posibilidad de comunicación con este espacio cristiano. En la imagen se puede ver la huella de dos ardientes dedos que dejó una de estas ánimas sobre una biblia durante una aparición.
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supuestos dones de clarividencia que recurría a varios de estos videntes para satisfacer las preguntas y demandas de una nutrida red de clientes. Nos encontramos bordeando el espiritismo, una práctica que, desde mediados del siglo XIX, había irrumpido en infinidad de países alrededor del mundo, llegando también al País Vasco durante la primera década del siglo XX. Hubo quien comparó en la prensa las visiones de Ezkioga con el espiritismo, y se dio la paradoja de que ciertos periódicos de corte republicano, en los que Ezkioga era objeto de burla, informaban abiertamente de este tipo de prácticas espiritistas.