Mi infancia – Helena Bochořáková-Dittrichová

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Vitoria-Gasteiz

* Buenos Aires


Introducción

Parece evidente que, a pesar de la crisis de los últimos tiempos, el sector del cómic atraviesa un buen momento, al menos si valoramos la calidad de los títulos que se publican año a año y la llegada de nuevos e interesantes proyectos editoriales, lo cual implica que la industria comienza a recibir cada vez más atención y ayudas, aunque aún quede mucho por hacer. En todo este proceso, la irrupción y popularización del término “novela gráfica” ha tenido ineludiblemente su efecto. Han corrido ríos de tinta sobre la utilidad de esta etiqueta, confrontándola con palabras con más tradición en nuestro país como cómic, tebeo o historieta1. Dejando a un lado los 1. En los años setenta aparecen las primeras obras estadounidenses que se autodefinen como “novelas gráficas”, pero es con la llegada de la primera edición en rústica de Contrato con Dios de Will Eisner (1978), en cuya portada se empleaba el término, cuando la etiqueta se adopta progresivamente y comienza a normalizarse. En realidad, conviene apuntar que en España también existen antecedentes en su uso, como las obras publicadas en la colección de Novela Gráfica de Ediciones Toray, entre 1960 y 1966.

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debates terminológicos, y el oportunismo comercial de alguna de estas fórmulas, lo que sí parece claro es que el uso cada vez mayor del formato libro y la vinculación del cómic con la literatura, ha facilitado el acceso de estas obras a los canales tradicionales de distribución editorial, propiciando que un nuevo público adulto se acerque a este sector y provocando también, quizás de forma colateral, el repunte del libro ilustrado. Dentro de este auge de la novela gráfica a nivel mundial, un enorme porcentaje de las obras tiene un marcado tono biográfico o autobiográfico, primando una mirada costumbrista que articula una forma propia de construir la memoria en viñetas. Muchos de los hitos del género dan cuenta de este filón: Maus de Art Spiegelman (1980-1991), Viaje al corazón de la tormenta de Will Eisner (1990) o Persépolis de Marjane Satrapi (2000-20003), y ya en el panorama nacional, Paracuellos de Carlos Giménez (1975) o, más recientemente, María y yo de Miguel Gallardo (2007) y El arte de volar de Altarriba y Kim (2009), por nombrar tan sólo algunos de los títulos con mayor repercusión. La obra que presentamos en esta edición, rescatada del olvido en el que ha estado sumida durante más de ochenta años, constituye por derecho propio un antecedente fundamental de todo este entramado. En primer lugar, Helena Bochořáková-Dittrichová es considerada por los especialistas como la primera novelista gráfica de la historia –sin entrar ahora en disquisiciones sobre los términos–. Ella es, in9


dudablemente, la principal exponente femenina de la corriente de las novelas en imágenes o sin palabras (aquí también podemos encontrar varias etiquetas más o menos ajustadas), un género que vivió a finales de los años veinte su mayor momento de gloria, a rebufo del cine mudo que vivía, igualmente, su época dorada. Este género, iniciado por Frans Masereel y en el que se alcanzaron grandes cotas de genio narrativo, participando además del revival de la técnica del grabado propiciada por el Expresionismo, ha sido reivindicado en las últimas décadas por varios historietistas que han confirmado la influencia que las obras de Masereel, Lynd Ward u Otto Nückel ejercieron en su trayectoria. En este sentido, el espectáculo Wordless!, ideado por Art Spiegelman y el compositor y músico de jazz Phillip Johnston, es un ejemplo significativo del interés renovado en estas tempranas muestras de la narrativa gráfica. En segundo lugar, Mi infancia puede además reivindicarse como un ejemplo muy temprano de narración visual autobiográfica, siendo ésta quizás la primera obra que desarrolla con una cierta extensión –más de noventa grabados– y en formato libro una historia centrada en la biografía particular de un artista. Este foco en las historias personales es, además, un hecho diferencial de la obra de Bochořáková-Dittrichová en comparación con sus contemporáneos, y una línea que la artista checoslovaca trabajará a lo largo de su carrera, dando como resultado distintas series de grabados. 10


La mayoría de novelas en imágenes presentaban, en clara deuda con Masereel, un cariz marcadamente social y reivindicativo, asociado a la vida urbana. El caso de Mi infancia supone una notable excepción en este sentido, al dirigir su atención al ambiente doméstico de una familia de comerciantes de clase media en un entorno semi-rural, con el protagonismo de una niña y su candorosa mirada. En vez de tratar de despertar conciencias y alertar sobre los peligros de la deshumanización en las sociedades modernas, la obra de Bochořáková-Dittrichová se centra en las cosas positivas de la vida, en los recuerdos mayormente felices de la infancia de la pequeña Helli, en los sucesos que marcan la niñez y en ese puñado de situaciones que nuestra caprichosa memoria almacena –con el apoyo, habitualmente, de los familiares que se encargan de recordarlas, modulando y amplificando el recuerdo– como hitos cronológicos con el paso de los años. Este tono hace que Mi infancia se asemeje a una especie de álbum de recuerdos, a un diario fragmentado que no debe valorarse en base a una secuencia narrativa excesivamente engranada, sino a una sucesión de evocaciones e impresiones que se suceden, además, apoyándose libremente en los breves apuntes que acompañan y guían al lector a lo largo de toda la obra. Es probable que todos, en mayor o menor medida, nos sintamos apelados por algunos de los recuerdos de la niña, que compartamos quizás vivencias muy parecidas: las primeras travesuras y regañinas, el cariño de los familiares, la conciencia 11


temprana de la muerte, los momentos de ocio y disfrute, la honda impresión causada por las ceremonias religiosas, etc. No obstante, es cierto que el mundo que retrata la autora, con una clara estructura patriarcal, división de labores e influencia notable de la religión, pertenece ya a otro tiempo y se percibe con cierta lejanía. En todo caso, como apunta la autora en el comentario introductorio, es fácil que los recuerdos del lector puedan “llenar las lagunas de este pequeño volumen, aclarando los puntos oscuros”, pues lo fundamental no es la articulación de una estructura argumental con su introducción, nudo y desenlace, sino la evocación de una atmósfera que nos permita transportarnos al pasado, dejando a un lado nuestras momentáneas inquietudes y preocupaciones. A nivel técnico, la obra de la artista checoslovaca puede parecer ruda en un primer momento, pero observada con atención revela una gran destreza a la hora de expresar con apenas una mancha, el gesto de una mano o unas sencillas líneas, una amplia gama de expresiones faciales, posturas corporales y personajes. Bochořakova-Dittrichova comenzó su formación artística en Praga, trabajando en sus primeros años con un estilo más detallado y recargado que el que observamos en la obra que nos ocupa. En los años veinte, Helena consiguió una beca que le permitió trasladarse a París y continuar allí con sus estudios. A lo largo de esta experiencia parisina, la cual quedó reflejada en la obra inédita Malířka Na Cestách, compuesta por cincuenta y dos grabados 12


inspirados en sus viajes como estudiante, la artista entró en contacto con la obra del grabador belga Frans Masereel, resultando evidente la influencia del padre de la novela en imágenes tanto en Mi infancia como en otros ciclos de Bochořáková-Dittrichová. En esta ocasión, destacan los juegos compositivos entre el blanco y el negro, el uso de la luz y la construcción de espacios. Encontramos grabados más luminosos y otros en los que, sobre una gran superficie negra, se logra una notable expresividad con tan sólo un puñado de líneas. Es también característica la manera en la que completa los cielos y las paredes de las estancias mediante una sucesión de rayas más o menos espaciadas. No es necesario extenderse más en esta somera introducción, que únicamente buscaba ubicar, a grandes rasgos, la obra que nos ocupa dentro de un panorama más amplio, subrayando los puntos fuertes de la misma y su inestimable valor en una suerte de “arqueología” del cómic, que encuentra eslabones olvidados pero aún poderosos en la Europa de entreguerras y en el género de las novelas en imágenes. Además, la recuperación de esta obra de Helena Bochořáková-Dittrichová, da cuenta del papel a menudo olvidado de las mujeres en el mundo de la historieta –y, por qué no recordarlo, de la Historia del Arte en términos generales–, algo que ha sido evidenciado también en los últimos años con polémicas como la del Festival de Angulema en su edición de 2016, en la que se boicoteó el elenco inicial de nominados al Grand Prix al no incluir el nombre de ninguna mujer.


Nos enorgullece poder aportar un granito más a esta labor de reedición y puesta en valor de obras pioneras de la narrativa visual, que comenzamos en 2015 con la publicación de Destino de Otto Nückel y que continuamos a principios de 2016 con Mi Guerra de István Szegedi Szüts.

Ander Gondra Aguirre - Sans Soleil Ediciones. Estíbaliz, julio de 2016.

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Espero que el amigo que posea estos grabados entre sus manos tenga la amabilidad de olvidar, por un momento, sus inquietudes y preocupaciones para que, al detenerse en la atmósfera que baña estas páginas, sea capaz de transportarse al pasado, a los tiempos de su propia infancia. Que el encanto de los recuerdos pueda llenar las lagunas de este pequeño volumen, aclarando los puntos oscuros, que sus reminiscencias le den la clave y que la fantasía que evocará el pasado sea la guía más segura. Pero temiendo que esta tarea requiera de un esfuerzo excesivo por parte de mis queridos lectores, y temiendo también que mis grabados no sean lo suficientemente claros, trataré de ayudar a su imaginación guiándolos a través de la vida de la pequeña Helli.

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La joven Helli naciĂł en una casa burguesa de una pequeĂąa ciudad. Era una casa de techos abovedados, con escaleras de madera y largos pasillos. En la planta baja se encontraba la tienda donde ya comerciaba su difunto abuelo. Un gran cuadro de Mercurio, dios de los comerciantes, estaba colgado en medio del negocio. Alrededor de Mercurio se enroscan las serpientes, talladas en la madera, con el cuerpo recubierto de escamas y con unas horribles cabezas rematadas con una corona.

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Es en esta antigua casa donde ella experimentó sus primeras impresiones. Su madre, su niñera, su hermana, todos la mimaban. Cómodamente acostada en una gran butaca, rió por vez primera. En los brazos de su niñera, dio su primer paseo. El padre la pesó en una gran balanza de cobre, la madre le mostró a Mercurio.

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Con la llegada de la Navidad, Helli espera que el niño Jesús le traiga el árbol de Navidad. Está muy impaciente. Su hermana Claudi viene en su ayuda. Ella aparta la cortina de la puerta acristalada. Allí, en la habitación de al lado, el árbol está listo para que, cuando suenen las campanas, se enciendan velas multicolores. Entonces la puerta se abrirá y la pequeña podrá abalanzarse sobre todas esas maravillas.

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