El nuevo lujo: la era del hedonismo premium (Clase Ejecutiva, mar 2015)

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LA ERA DEL HEDONISMO PREMIUM POR ANDREA DEL RIO

a afición al lujo, por mucho que nos remontemos en el tiempo y miremos adonde miremos, es una constante antropológica”. El filósofo francés Yves Michaud, exdirector de la Escuela Nacional de Bellas Artes de París, es uno de los pensadores contemporáneos que con mayor constancia reflexiona sobre la evolución del vínculo que la humanidad ha establecido con los objetos costosos y exclusivos. En su flamante ensayo, titulado El nuevo lujo: experiencias, arrogancia, autenticidad (Taurus), el exprofesor en Berkeley analiza el componente hedonista de la ostentación en el siglo XXI y lo califica, provocadoramente, de “un placer algo turbio, pues reúne a la vez vanidad, sensación de superioridad y una cierta crueldad respecto a los que no tienen la misma distinción ni el mismo engreimiento”. Se trataría, conjetura, del germen de una nueva era, derivada de los fenómenos de democratización del lujo y ‘lujurización’ de lo cotidiano que en los ‘90 convivieron como fenómenos de marketing y justificaron la industrialización y deslocalización del tradicional artesanato de alta gama europeo. Si en la primera década del segundo milenio fue Deluxe: Cuando el lujo perdió su esplendor, de la periodista Dana Thomas, el libro de cabecera de quienes quería comprender el cambio de paradigma del sector –donde ya no importa lo que el objeto es, sino lo que representa–, el análisis de Michaud tiene todas las chances de convertirse en el veredicto inapelable de esta época. Como tantas veces, todo comienza con una pregunta: “¿Qué sentido tiene la obsesión contemporánea por el ‘verdadero lujo’ o el ‘lujo auténtico’, una obsesión que va mucho más allá del temor a la nivelación y a la democratización, pero que es sintomática de la fragilidad del sujeto contemporáneo, que necesita la autenticidad para existir sin jamás creer completamente en ella?”. Según Michaud, de la definición clásica del lujo como algo superfluo pero necesario en tanto “marcador de pertenencia tanto en términos de exclusión (otros) como de inclusión (nosotros)”, se ha llegado al estadío del lujo como “dominación arrogante, como exhibición de la insolencia del dinero”. Ello explica que los objetos de deseo hayan sido desplazados, a veces hasta el extremo de su desmaterialización, para ser reemplazados por “vivencias difusas y momentáneas, frágiles e intensas, vividas sin que se puedan compartir, ni prestar, ni transmitir, ni atesorar, ni legar, ni contar. Pero en cambio se pueden mostrar”. Así, la ‘experiencialización’ del lujo es el síntoma de un estilo de consumo que “consiste menos en

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De la posesión y el consumo al disfrute. El carácter del lujo en la segunda década del siglo XXI se vincula con la fatuidad, en términos filosóficos, de lo efímero.

adquirir y apropiarse de objetos que en procurarse y vivir experiencias”, sean de distinción, de goce, de evasión, de dispendio, de exhibición. O de exceso. Y es justamente esa faceta moralmente reprobable en la que hace hincapié Michaud, quien ya había abordado tangencialmente la cuestión en El arte en estado gaseoso: Ensayo sobre el triunfo de la estética, un estudio sobre la paradoja del arte contemporáneo en los siguientes términos: “Es como si, a más belleza, menos obra de arte”. ¿Su punto de partida? El devenir de la producción artística en performances, instalaciones, site-specific y work-in-progress que, por su naturaleza misma, no pueden ser compradas, coleccionadas ni exhibidas. El recorrido conceptual que propone Michaud se detiene ante el abismo de una hipótesis inquietante: “el lujo contemporáneo corresponde profundamente a una modificación del equilibrio de las satisfac-

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ciones y a la primacía de la búsqueda del placer en nuestras conductas”. Y sostiene que el signo de la época es el hedonismo del sentir, sea “ruptura de la vida cotidiana (desconexión), relajamiento de las obligaciones (liberación) o intensidad de las experiencias (goce)”. ¿Su planteo? Que la principal diferencia entre el hedonismo clásico y el actual está dado por el inédito poder de control que la humanidad ha alcanzado sobre sí misma, la naturaleza, la tecnología y otros recursos dados o creados. “Todo ello hace que la felicidad sea un resultado que, hasta cierto punto, puede producirse. Eso es lo que se llama bienestar. El bienestar es la felicidad cuando se puede fabricar y controlar”. Hacerlo de modo banal o trascendente será, quizás, lo que evitará que la civilización del siglo XXI sea recordada como la que creyó que “no ser ‘alguien’ es no ser nadie”. ◆ adelrio@cronista.com / @andrea_del_rio


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