El Cairo: sol del Nilo, luna de Oriente (Clase Ejecutiva)

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Foto: Gentileza Four Seasons

SOL DEL NILO, LUNA DE ORIENTE PORTAL

DE INGRESO AL MUNDO ÁRABE Y PUNTO DE CONFLUENCIA DE LAS RUTAS QUE CONECTAN A TRES CONTINENTES,

DESTINO A LA ALTURA DE SU LEYENDA.

PIRÁMIDES,

ZOCOS, MINARETES Y FÓSILES DE BALLENAS, PARA EL RECUERDO.

EL CAIRO

ES UN

Texto y fotos: Andrea del Río

“Las estrellas hablan de la insignificancia del hombre en la larga eternidad del tiempo; el desierto habla de su insignificancia en este mismo momento”. Edwin Way Teale. La nada puede ser exuberante. El desierto genera un vértigo similar al de una montaña rusa. La arena es tiza, harina, pedrusco, polvo para hornear, perla, guijarro, pompa, ceniza, pelusa, castigo, ilusión. Las dunas son alfombras voladoras que se burlan de los límites entre el cielo y la tierra. Y el horizonte es tan brumoso que redefine el concepto de espejismo. Viajar a Egipto es un conjuro contra la soberbia del explorador y un antídoto contra el esnobis6

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mo del turista. Aquí, toda expedición es inmersión cultural y zambullida sensorial. Porque cuando la nada se decide a ser exuberante, seduce pero también doblega. LA BABILONIA DE EGIPTO El Cairo no es una ciudad sino una madre de ciudades. Fértil, prolífica, feraz. En rigor, se trata de un conglomerado de, por lo menos, media docena de urbes cuyos límites se han



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DESTINOS ◆ Egipto

LA VIDA EN LAS CALLES. Por obra y gracia del clima, pero también de su idiosincracia, los cairotas transcurren gran parte de su día (y su vida) al aire libre, en la vía pública, enhebrados en esa red difusa pero también compacta de afectos (familia directa, parientes políticos, amigos, vecinos, paisanos del pueblo de origen). El mercado Khan El Khalili (derecha) es uno de los más grandes, variados, dinámicos y pintorescos del mundo. También la fortaleza-ciudadela de Salah al-Din (arriba, una mezquita del complejo) es un hot spot por sus panorámicas sobre El Cairo.

difuminado como por obra y gracia de esas tormentas de arena que todo lo tiñen de sepia. Dicen que el Estado de El Cairo acoge a 20 millones de habitantes (tan sólo el distrito-urbe de Giza es morada de 8). Dicen que esa cifra trepa a la inconcebible de 40 millones durante el día. Inconcebible hasta que su arremolinado tránsito y su caracoleante lay out arquitectónico envuelven al recién llegado en una conmocionante sensación de vértigo y agobio. Pronto, lo que dicen cobra sentido. E, incluso, sabe a poco. Si se tiene en cuenta que la población total del país es de 80 millones concentrados en apenas el 5 % de un territorio de 1.002.000 kilómetros cuadrados (el resto es desierto macizo, terra incognita), el fárrago de cairotas de elenco estable u ocasión no resulta tan inconcebible. Amanece con niebla en El Cairo. Siempre. Sin embargo, allá, a lo lejos, la mítica silueta del complejo de pirámides de Giza es un señuelo. El Cairo es una ciudad sitiada por el desierto, pero también bendecida por el delta del Nilo. Cuando el sol recién despunta, el desfile de falucas (pequeños veleros de una vela) en circunspecta procesión se combina con el llamado al rezo matutino en una imagen que no por prototípica y pintoresca deja de conmover. Está en suspenso el tiempo, es pura promesa. El 8

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devenir del río-cuna de civilizaciones y la espiral musical de la plegaria son recordatorios de que todo pasa, todo permanece. Para demostrarlo, el trío más mentado de los manuales de Historia: Keops, Kefrén y Micerinos. Las más ilustres, pero no las únicas pirámides. Porque, en un radio de 50 kilómetros cuadrados, son poco más de 120 los monumentos funerarios que comparten el mérito de ser los ejemplares de la única de las Siete Maravillas del mundo antiguo en haber resistido el paso de los siglos, el saqueo de los científicos, el pillaje de los ejércitos, la ambición de sus napoleones. Razón tiene el proverbio árabe: “Todas las cosas temen al tiempo, pero el tiempo teme a las pirámides”. Algo de ese temor reverencial se inmiscuye, como la arena, entre la piel y el alma del visitante cuando se descubre: que su orientación está perfectamente alineada con la estrella polar, que el conjunto representa las tres estrellas del cinturón de Orión, que más de 100 mil obreros trabajaron durante 10 años para construir las rampas y el andamiaje y otras 2 décadas para erigir la pirámide mayor (Keops), que originalmente tenían 146 metros de altura (reducidos a un promedio de 130 por insolencia de la erosión); que suponen la conjunción de dos millones de piedra de entre dos y seis toneladas (si bien algunas rozan las 20), sufi-

cientes para amurallar Francia; que esas piezas de granito y caliza —encastradas con la precisión de una llave que calza en su cerradura— eran extraidas en y transportadas desde Asuán, a 900 kilómetros de distancia, a través del Nilo y en balsas de hojas de palmera. Como custodia imperturbable, la mítica Esfinge: esculpida in situ en una única pieza calcárea, su cuerpo de león y torso de faraón simbolizan la sabiduría y el coraje deseables en todo gobernante divino. Sin escalas, conviene buscar información de contexto y refugio a la sombra en el Museo Egipcio. En realidad, se trata del espacio que custodia todos los objetos y tesoros del período faraónico. Se estima que recorrer la exposición —dedicándole breves minutos a cada una de las 130 mil piezas en exhibición— demandaría nueve meses. Sin mencionar lo que se acumula en sus intrincados, laberínticos e inacabadamente relevados depósitos. Semejante a una estación central ferroviaria, con sus galerías y corredores monumentales, se trata, sin dudas, de un old fashioned museum: no sólo faltan los guardias, las cámaras de seguridad, la iluminación de quirófano y otros recursos a que los espacios expositivos contemporáneos nos tienen domesticados. En abrumadora mayoría, ni siquiera existe intermediación para acceder — interpretar, interpelar, interactuar— a los restos



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HISTORIA VIVA. El trío más mentado de los manuales de Historia: Keops, Kefrén y Micerinos. Las más ilustres, pero no las únicas pirámides. Porque, en un radio de 50 kilómetros cuadrados, son poco más de 120 los monumentos funerarios que comparten el mérito de ser los ejemplares de la única de las Siete Maravillas del mundo antiguo en haber resistido el paso de los siglos, el saqueo de los científicos, el pillaje de los ejércitos, la ambición de sus napoleones.

ilustres. Por momentos, sólo la solemnidad que inspiran parece ser freno suficiente a la natural tendencia a estirar la mano, quizás en busca del secreto de la vida eterna que parecen conocer tan bien esas estatuas, mosaicos, vasijas, abalorios, sarcófagos... y momias. Nada de minimalismo: por momentos, el museo se ufana de su apariencia de trastienda. Imposible abandonar el recinto sin contemplar —todo lo cerca que la aglomeración lo permite— el magnífico ajuar funerario del mítico Tutankhamón, compuesto por 1.700 ítems. Sabido es que no se trató de un faraón política ni económicamente significativo para la convulsa historia egipcia. Su mayor mérito ha sido post mórtem: su recámara mortuorio, ingeniosamente oculta debajo de otra, no fue advertida por generaciones de saqueadores, hasta 1922, cuando se convirtió en el conjunto más completo y mejor preservado descubierto por la curiosidad occidental. Sorprenden el sarcófago principal (120 auríferos kilos de 18 quilates), los pectorales con incrustaciones de cuarzo y lapislázuli, las sandalias y los amuletos en 10

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metales preciosos. Pero es su máscara funeraria, con los rasgos del joven gobernante cincelados en oro macizo, absolutamente inquietante, con esa mirada de abismo de la que resulta difícil sustraerse. UN ZOCO, TODOS LOS ZOCOS Para sacudirse el bagaje de la historia, nada como la levedad de lo cotidiano. Que en estas tierras significa —como quizás en ningún otro lugar del mundo— adentrarse en las entrañas de un zoco, reducto de artesanos, anticuarios y mercachifles. Khan el Khalili —reputado como uno de los mercados populares más grandes, dinámicos, variados y pintorescos del mundo— es, en cierto modo, una síntesis de la idiosincracia local. Así como los cairotas transcurren gran parte de su día (y su vida) al aire libre, en la vía pública, enhebrados en esa red difusa pero también compacta de afectos (familia directa, parientes políticos, amigos, vecinos, paisanos del pueblo de origen), en esta feria se alternan callejones medievales con murallas mamelucas, expendedores de baratijas con orfebres en vías

de extinción, tenderos de especias con fumadores consuetudinarios de sheesha (pipa de agua y tabaco saborizado). Decir que este mercadillo bulle, es poco. Así como tildarlo de mercadillo porque, en verdad, nadie sabe cuántos puestos se arremolinan, con su caudal de productos en desbocado desborde sobre el empedrado, bajo las arcadas, a través de los pasadizos. Siempre, con la guía cómplice del brujo aroma a incienso que multiplica la provocación a los sentidos que supone deambular a merced del capricho consumista, arrullados por la letanía de los vendedores ancianos y la picardía de los más jovenes que, tras semblantear al occidental, apuestan al idioma... y aciertan. “Bueno, bonito, no barato. Más barato, al final”, “Engaño menos”, dicho con cierta cadencia aporteñada, provocan sorpresa, sonrisas... y compras. Ya en el corazón de El Cairo islámico, la Ciudadela es un bastión amurallado que alberga mezquitas, museos, pozos y palacios, con el adicional de una soberbia terraza desde la que se obtiene una de las vistas panorámicas más asombrosas de la capital de la República Árabe



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DESTINOS ◆ Egipto LUNA DEL NILO. El atardecer sobre la corniche (costanera) de El Cairo es un espectáculo de conmovedora belleza. Y, más allá del enloquecedor ritmo del rush hour, el tiempo parece detenerse cuando baja el sol, como un tributo contemporáneo a la deidad de los antiguos egipcios.

Foto: Gentileza Four Seasons

Brújula Aéreos: Air France vuela a El Cairo, vía París, 10 veces por semana. La tarifa en primera clase es de u$s 10.644 (tasas incluidas). Sitio web: www.airfrance.com. Hospedaje y gastronomía: La cadena Four Seasons cuenta con dos complejos cinco estrellas en la capital egipcia. Four Seasons at Nile Plaza detenta una ubicación de privilegio en la zona residencial que la ha convertido, además, en un hito de la elegante corniche que se despliega a orillas del Nilo, desde donde parten las falucas que tientan con almuerzos de lujo abordo. Cada una de las vistas desde sus 30 pisos es fascinante y revela, a medida que se asciende, lo próxima que está la frontera con el desierto. Su alta propuesta gastronómica se explicita en 5 restaurantes especializados en el recetario de Líbano, Italia, China, Francia y Medio Oriente. En tanto, Four Seasons Cairo at The First Residence es una opción de lujo para viajeros de negocios. Sitio web: www.fourseasons.com. Itinerarios: La agencia Biblos Travel customiza rutas con expertise y savoir faire. Sitio web: www.biblostravel.com. de Egipto. Esta fortaleza fue originalmente concebida por Salah al-Din, aguerrido líder de la resistencia frente contra las avanzadas de los Cruzados, y más tarde fue utilizada como residencia real y reducto de solaz. Las cúpulas de alabastro y los minartes de la mezquita de Mehmet Alí son una postal arquetípica de este paseo ineludible para quien desee conocer, a través del planteo arquitectónico, el modo en que poder político y espiritual han estado, desde siempre, imbricados. También la mezquita del sultán Hassan es un prodigio de materialidad al servicio de la espiritualidad, con sus candelabros de lámparas de globo, rejas de bronce labrado a mano y columnatas de jaspe. En el camino de regreso al casco urbano, a la vera de la autopista que conduce desde y hacia el aeropuerto, un paisaje alucinado, una realidad que quita el aliento: la Ciudad de los Muertos. Se trata, en verdad, de dos cementerios gemelos del siglo IX cuyas antiguas bóvedas y mausoleos son, ahora, habitadas por unos 300 mil cairotas. Desde la mirada occidental, puede explicarse — justificarse— por cuestiones como el explosivo crecimiento demográfico en un territorio hostil. Desde la mirada local se asume, simplemente, 12

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como una variante más de una larga tradición consagrada a mantener el vínculo con los antepasados. AL DESIERTO ROJO, SIN ESCALAS Autopista. Carretera. Ripio. De repente, la nada. O todo. Puro desierto. Y un sol lacerante. Durante dos horas, las referencias geográficas se pierden, se confunden, se muestran vanas. De repente, todo. Plantaciones de algodón, tomates, cebollas y frutas. Propiamente un oasis. Tradicionalmente, El Fayoum —“el mar”— ha sido considerado un capullo en el tallo del Nilo, ya que es en esas aguas de vida donde abreva el lago Qaroun que irriga, por un sistema de canales, esta área occidental. Si bien las cercanas cascadas de Wadi El-Rayan son un canto de triunfo del ingenio humano sobre la adversidad del entorno, es la zona protegida homónima la que atrae más visitantes, dispuestos a alejarse de ese enclave de remanso para someterse, nuevamente, al rigor del páramo. Y todo, con tal de ver, por sus propios ojos, los restos fósiles de ballenas desperdigados en un erial de 170 kilómetros, jalonados por dunas de hasta 45 metros de altura. Conocido como Valle de las Ballenas, desde

2005 cuenta con protección de la Unesco y el asesoramiento de la Universidad de Michigan, ya que ha demostrado ser el lugar del mundo que prueba, con mayor fundamento, la evolución de los mamíferos terrestres en cetáceos. Así, este antiguo golfo de aguas cálidas donde recalaban en busca del alimento que se concentraba en el favorable ecosistema que propiciaban los manglares de la orilla, es considerado una up coming destination. Al momento, se descubrieron cerca de 407 vestigios, aunque se exhiben apenas 38 (el resto volvió a ser enterrado para preservarlo de la incansable erosión). El guía Obama Ibrahim explica que los antiguos consideraban sagrada a esta zona porque aquí se habría fundado la primera dinastía (en mayo pasado se halló un cartucho que lleva el nombre de un rey de 3150 a.C.). Otras leyendas señalan que éstas serían las aguas que habría abierto Moises en su peregrinar. Claro que aquí todo lleva un signo de interrogación. Excepto la vehemencia con que este estudiante de Geología en la Universidad de El Cairo niega, por razones de fe, la teoría de la evolución en lo que respecta al ser humano. Porque, siempre, en Egipto las respuestas son más antiguas que las preguntas.◆


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