ENRIQUE PINTI en Clase Ejecutiva (enero 2017)

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ENRIQUE

ES

EL ÚLTIMO CAPOCÓMICO DEL PAÍS.

HEREDERO

DE LA TRADICIÓN DEL

MONÓLOGO DE HUMOR POLÍTICO DE

TATO BORES, CAPUSOTTO

RECONOCE A

DIEGO

COMO EL RENOVADOR DE UN

GÉNERO EN VÍAS DE EXTINCIÓN.

10

AÑOS,

SALSA CRIOLLA

DURANTE

FUE EL ESPEJO

DONDE SE REFLEJARON LAS LUCES Y SOMBRAS DE LA IDIOSINCRASIA ARGENTINA.

A

TRES DÉCADAS DEL DEBUT DE SU

ESPECTÁCULO MÁS APLAUDIDO, Y CON

77

AÑOS, VOLVIÓ AL ESCENARIO CON UN

UNIPERSONAL DONDE CONVIVEN EL HARTAZGO Y LA ESPERANZA. UNA VEZ MÁS,

“PASAN

PORQUE,

LOS AÑOS, PASAN

LOS GOBIERNOS, LOS RADICALES Y LOS PERONISTAS, PASAN VERANOS, PASAN INVIERNOS, QUEDAN LOS ARTISTAS”.

Txt: Andrea del Rio Phs: Patricio Pérez

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“La desigualdad es el fermento de lo que nos está pasando

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ESCENA 1. MONÓLOGO

“EN EL PAÍS SIEMPRE HUBO 30 % DE POBREZA. LA FRAZADA ES CORTA. Y TODOS LOS GOBIERNOS HACEN LO MISMO.”

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“En la Argentina, otra vez sopa era lo que los chicos normales decían todo el tiempo, porque nunca querían tomarla. Yo sí, porque he sido sopero toda mi vida. Ahora, cuando uno lo dice de grande, es porque una cosa te tiene hasta acá. Significa el hartazgo de una persona como yo, de 77 años, que ve pasar la Historia como un tren que, por suerte, a mí no me atropelló, pero que a tanta gente dejó paralítica, muerta o afuera de los rieles para siempre. Cuando uno tiene 20 ó 25 años, cree que la Historia empezó cuando uno nació y se plantea: “Esto es una m****a. Lo voy a cambiar” o “¡Qué lindo, está todo fenómeno!”. Cuando tenés 40, ya decís: “¿Otra vez? ¿La gente no aprende absolutamente nada? Voy a apostar a otra cosa, para que algo cambie”. Ahora, cuando llegás a los 65 y ves que todo sigue más o menos igual –o peor, en muchos casos–, te empezás a hartar. No es que nadie nos deba nada a nivel personal, porque cada uno hace su propio destino. Pero uno no puede gritarle, como antes, a los padres, a una maestra, a un profesor: “¡Ustedes no me comprenden!”, porque uno ya forma parte de este cuerpo de baile que es el país. Y después de los 70 estás más allá del bien y del mal: te permiten decir un montón de cosas que a los 20, 30 ó 40 eran consideradas subversivas, redundantes o facilistas. Después de los 75, creen que te has vuelto loco, que ya tenés el Alzheimer metido adentro y te tienen piedad, o si no –algunos– piensan: “Debe tener razón, porque ya vio todo”. Y hay una especie de reverencia y respeto, que no siempre se produce pero que a veces da buenos resultados, porque te dejan hablar y se cuestionan: “¿Será cierto lo que dice, no será un chiste, no estará exagerando como todos los humoristas?”. Este paso de las décadas es importante, además, porque, cuando sos chico, los gobernantes pueden ser tu abuelo; cuando sos adolescente, pueden ser tu papá; cuando sos maduro, pueden ser

tus hermanos; cuando ya llegás a esta edad, pueden ser tus hijos... Y, entonces, ¡tenés todo el derecho del mundo a mandarlos a la re p**a madre que los parió! Porque al abuelo se lo respeta, al padre se le teme, al hermano se lo comprende y al hijo se lo c**a a patadas. Evidentemente, cuando tenés esta edad y te empiezan a contar distintos discursos y enfoques ideológicos, uno tiene la tendencia a ver qué es lo que arruinó a este país maravilloso. Uno empieza a investigar, si es que quiere, puede, tiene la guita para hacerlo y está tranquilo sin tener que ir a buscar trabajo o a poner una manta en Once para vender tres forros usados y tener miedo que te saquen. Si no tenés esos dramas, tenés tiempo para la perspectiva histórica y ver qué pasaba en ese mundo maravilloso de mi abuelo, quien decía que el país se desmejoró porque vino Perón. ¿Pasó? Porque, antes de Perón, los peores prostíbulos de América latina estaban acá, por lo tanto, violencia de género y trata de personas; chicas que en vez de venir de Perú venían de Polonia; todavía no había penicilina y morían todas de sífilis en prostíbulos inmundos


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regenteados por la mafia que estaba en Rosario, la Chicago argentina, o Bahía Blanca, que era el puerto de entrada de todo lo peor que había en la época y, por supuesto, el conurbano. Sumale al Petiso Orejudo... ¡Degenerados por todos lados! Hoy nos conmueve el asesinato de Nisman en un departamento, en una torre, pero en la década del ‘30 se intentó asesinar, en plena sesión en el Senado, a Lisandro de la Torre. Y fue un sicario de la oposición (sic)–¡también había!– porque no querían que denunciara la introducción de los frigoríficos ingleses en la Argentina en forma absolutamente fraudulenta. Y, para evitarlo, se puso a un señor en un palco, que no hizo una inteligencia en los servicios del baño como Stiuso, sino que ahí, en el palco, delante de toda la sesión, pegó el tiro. ¡Época divina, gloriosa! Entonces, me pregunto de qué me hablaba mi abuelo cuando decía que se perdieron los códigos. ¿Dónde estaban? Después vino la Década Infame, donde no hubo un solo gobierno que subiera al poder sin fraude: voto cantado, quema de urnas... Bueh, todo lo que después vimos que hicieron los kirchneristas por todo el

país, ya era quinta edición, ya se había hecho 150 veces en esa época gloriosa, llena de códigos, donde la gente no decía malas palabras y a las señoras, en la calle, se les decía “Pase”, y después les pegaban un tiro. Entonces, vas empezando a ver toda esa historia que hay detrás de lo que te cuentan y no es que ahora decís “estamos mejor”, si cada vez estamos peor, cada vez son menos los códigos, cada vez son más violentas las acciones, cada vez la trata de personas es más agresiva y cruel... Pero que viene de años, años y años, no lo podemos negar absolutamente. Ni que está enfocado en los mismos lugares. Pasan esos gobiernos y viene el populismo de Perón, que quiere industrializar el país porque tiene bronca con los estancieros, que habían sido sus enemigos permanentes. Era una buena oportunidad, con Europa en llamas, todas las industrias se habían ido al carajo, las ciudades arrasadas, una cantidad de inmigrantes que huían como ahora de Siria... Con Europa y los Estados Unidos ocupados en la guerra, podía Perón darse el lujo de hacer una industria fuerte acá. Para eso se necesitaban manos: las de los inmigrantes no alcanzaban, así que atrajo a la gente del campo. Que estaba explotada porque, si no hubiera sido así, ¿vos te creés que alguien, con buena cabeza, deja esa pureza para venir a la ciudad de Buenos Aires, que era un hacinamiento? Ahí nacen las primeras villas miserias, porque no había dónde ponerlos. Siempre la frazada es corta acá. Todos los gobiernos hacen lo mismo. Perón, la ayuda social, Evita, todo divino. “Pero, ¿dónde vamos a vivir?”. “¡Ah, de eso nos olvidamos! No tenemos viviendas. Así que vayan armando, que nosotros ya vamos a ver...”. Y así nacen las villas, que se fueron extendiendo a través de todos los gobiernos. Porque a Perón lo derrocan: se va el populismo, la demagogia, la tiranía. No se puede hablar del peronismo del ‘55 hasta el ‘73... ¡Tuvieron tiempo de arreglar el país y sacar toda la m****a que se supone había hecho Perón! Como él tuvo tiempo –del ‘46 al ‘55– de sacar toda la m****a que habían dejado los conservadores. Pero parece que la m****a estaba muy pegada, no la podían sacar ni encontraban un buen detergente. Entonces, evidentemente, te siguen engrupiendo. Así como los conservadores engrupieron a mi papá diciendo lo del granero del mundo, la tierra de paz, que este país está abierto a todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino; y como en mi juventud nos engañaron diciendo que Perón había levantado al obrero y esto era una maravilla, cuando estaba lleno de villas y se perseguía políticamente a la gente y había torturas también. Después viene la Revolución Libertadora, Frondizi, Illia... A uno no lo dejan gobernar y lo mandan a Martín García, al otro no lo dejan gobernar y lo sacan a patadas en el c**o de la Casa de Gobierno. ¿Quiénes son los que gobiernan? Los neoliberales, que sostienen a una

parte del Ejército. Porque eso tampoco lo tenemos claro: una parte del Ejército es nacionalista y quiere el país estatal, y otra parte es amiga de la CIA y quiere ser como los Estados Unidos. Mucho lío. Porque la parte nacionalista hizo los ojos ciegos y los oídos sordos a Hitler y Mussolini y, por eso, la Argentina no le declaró la guerra hasta que terminó, cuando ya supieron claramente que lo habían matado a Hitler. Esas dos facciones, colorados y azules, eran una dictadura muy facha o muy entreguista. Entremedio, Frondizi, que era radical pero desarrollista, e Illia, que era radical pero socialdemócrata. ¡Imaginate si esto lo va a tener claro la gente que tiene que salir a laburar todos los días! Sólo un b****o como yo, que se está rascando el c**o todo el día y tiene tiempo de estudiarlo, lo comprende. Pero el pueblo no tiene tiempo de ver todo esto, la corriente lo arrastra, lo lleva. Así, cada uno le echa la culpa a su fobia personal. A mí me criaron en una fobia gorila absoluta: en mi casa, Perón era el diablo. En otras casas, eran los militares, los conservadores, los radicales. Mientras tanto, lo que no varía son las cosas que están mal, que no te cierran. Por ejemplo, la pobreza: acá siempre hubo 30 por ciento de pobres, lo que pasa es que estaba distribuido de distinta manera. Antes, no los ibas a encontrar en el centro de Buenos Aires, ni siquiera en el primero ni segundo cordón del conurbano. Pero si vos ibas por el interior, como hice cuando tenía 18 años, cuando me fui de mochilero con unos compañeros de escuela secundaria al Noroeste... ¡Era Biafra, viejo! Ese 30 % estaba repartido en las zonas rurales y en los quintos o sextos cordones del Gran Buenos Aires, pero siempre existió. Ahora, cada gobierno te dice que los pobres desaparecieron. Estaba Cristina, con los planes sociales y todo el quilombo, y había 30 %; sube este señor, y hay 30 %. “No, señor, 29,2 %”. “No, señor, 23,7 %”. ¿Qué, los fueron a contar? Los pobres están. Y la desigualdad es el fermento de lo que nos está pasando. El lío de los manteros viene porque, a lo largo de todos los gobiernos, hubo precariedad laboral. Cuando no existía tanta desigualdad, había artesanos y ferias. Luego vinieron las mantas, que forman parte del trabajo informal en la Argentina después de 12 años de kirchnerismo, cuando dijeron que todo eso había desaparecido. Todo eso en un país donde El Turco Inmortal, el líder riojano, sacudiendo los huevos contra la yegua, tacatún tacatún, disfrazado de Güemes, te decía que estábamos en el Primer Mundo y que el dólar era igual al peso. ¡Y nos lo creímos! Porque un grupito iba a Miami, simplemente. El mismo país que Néstor y Cristina dijeron que era el más igualitario del mundo y que se había acabado el trabajo en negro. ¡Y uno se lo tenía que creer! O que iban a restaurar los ferrocarriles, una de las cosas que Menem había sacado, pero para ir a Mar del Plata tardabas 8 horas y media porque los durmientes están dormidos y los rieles están pegados con

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“Admiro su frontalidad” Por Carlos Rottemberg* Conocí a Enrique Pinti hace ya muchos años. Antes como espectador de sus presentaciones teatrales y sólo después como empresario o productor de algunos de sus espectáculos. En ese largo recorrido he podido conocer al hombre por sobre el artista. Al artista lo conoce todo aquel que consume su arte. Para conocer al hombre, hay que tratarlo. Una de las cosas que más admiro de él es su frontalidad. No es de los que dicen: “Sí, pero no; no, pero tal vez; bueno, pero no estoy seguro”. Con Pinti, uno siempre sabe a qué atenerse. A esa virtud, que podría sumarla a su hombría de bien, se le anexa un valor agregado poco común entre los integrantes de la familia artística que, en la práctica, de familia tiene poco: Enrique es, fuera de cámara, micrófono o escenario, el mismo que delante de ellos. Eso no es menor en un medio donde lo que luce es bastante diferente a lo que se esconde. Por fuera de lo personal, me resulta un placer seguirlo en su catarata verbal, aquella que nos arranca una sonrisa casi siempre basada en alguna vivencia de nuestra realidad que, de cómica, no tiene nada. Actualmente nos presenta Otra vez sopa. A esta altura podrá cambiar el menú. El cocinero será siempre el mismo. *Productor teatral y director del Complejo Multiteatro

moco de sapo cancionero, y así no hay espacio para no tener una tragedia permanente; además de que había planes sociales repartidos de cualquier manera. Y ahora estamos en el otro discurso, donde te dicen que si ganás $ 20 mil sos rico, cuando la canasta familiar cuesta $ 12.800. Los ricos no piden permiso, como decía la telenovela, ¡pero esto ya me parece mucha cargada! Fijate Vaca Muerta: no servía para nada, dijeron en la campaña los de Podemos, No Podemos, Cambiemos, Nos Cag***s o no sé cómo se llaman. Que había sido uno de los engaños del kircherismo, dijeron. Y también me lo creí: “Claro, es el mayor yacimiento petrolífero, pero está tan abajo que para hacer las excavaciones se gasta un huevo y la mitad del otro justo en un momento en que el petróleo está bajando. ¡Qué mala hostia!”. Ahora, acabo de escuchar al Presidente de la República decir que es el emprendimiento más maravilloso. ¡Ni siquiera cambia el disco! Yo pensé que hacían todo al revés de La loca de la cadena. Ahora tenemos al P******o de la bicicleta y pensé que iban a cambiar. No, no: volvemos a Vaca Muerta. Entonces, llega un momento, a esta edad, con diabetes y todo lo demás, que no es que me chupan un huevo sino que, directamente, a mí no me engañan más. Y puedo decirlo porque salí indemne de todo esto gracias al público. Muchos ahora dicen: “Éste se queja tanto, pero mirá qué bien que le va”. No me va bien por Cristina, por Macri, por El Turco, por los militares: sí, yo hablo de ellos, pero me va bien porque la gente viene al teatro. El día que llene sólo cuatro filas, el empresario me dará el balde: “Amoroso, limpiá el vestíbulo porque no traés gente”. Y se acabó. Lo que pasa es que, aún en este país, si durante 35 años te fue bien y guardaste algo, puede ser que tengas una vejez más digna. Claro, los comprendo... Yo también, cuando subió la Alianza, pensé que el país se salvaba. Y no fue hace tanto. Fue la última vez que me ilusioné con la política argentina: se juntaban los radicales moderados con los peronistas autocríticos, como De la Rúa y Chacho Álvarez. Y pensé: “Uno es un burgués tranquilo, que no tiene ningún antecedente de corrupción; y el otro es un peronista que no está con Perón, Evita y el bombo. En el medio está Elisa Carrió, que es símbolo de honradez y coherencia. Ya está”. ¡Y mirá lo que pasó! Corralito, desastre, quilombo, horror, espanto. Y la Carrió diciendo: “Mi límite es Macri”. ¿Y ahora? Pero los gordos tenemos poco límite, eso es lo que pasa. Yo también digo: “Mi límite son los ravioles”, pero de pronto me ofrecen un plato de ravioles y la c***é. Debe ser un problema de obesidad...”.

INTERVALO A sus 77 años, Enrique Pinti es el sobreviviente de una raza en extinción. El último capocómico argentino lleva más de cuatro décadas valiéndose

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del humor para señalar –una y otra vez, las que hagan falta– las fallas de origen de la clase política vernácula. Con su sello inimitable –que combina un conocimiento enciclopédico de la Historia nacional, una capacidad verborrágica sobrehumana y un talento natural para insultar sin ofender–, protagoniza el unipersonal Otra vez sopa, en el Teatro Liceo. Tras varias temporadas consagradas a su faceta actoral –durante las cuales protagonizó Los productores, con Guillermo Francella; el musical Hairspray; la comedia británica Lo que vio el mayordomo y el clásico El burgués gentilhombre, de Moliére, en el Teatro San Martín; todas obras que colgaron el cartel de sold out–, se dedicó a la reposición de su inolvidable Salsa Criolla que, a 30 años de su debut, demostró la vigencia de Pinti como la voz irreverente del inconsciente colectivo.

ESCENA 2. DIÁLOGO ¿Por qué vuelve a subir a un escenario para criticar a los políticos si los cree incorregibles? A mí me sigue gustando hablar de la política argentina porque me desahogo. Eso es algo muy importante y no todo el mundo se lo puede permitir. Y que me paguen, es inédito. Es un gran placer. Pero, cuidado, que también es una mochila muy pesada hablar siempre de lo mismo, porque te va cargando. Por eso, en los últimos años entré y salí del género. Después de Salsa Criolla 30 Años estaba pensando en volver a la ficción. Pero el cambio de gobierno, que fue un cambio para no cambiar –esta cosa de toda la vida en la Argentina–, me decidí a hacer una revisión, de la que salió Otra vez sopa. A esta altura, ¿considera que la memoria a corto plazo es el gran defecto de los argentinos? Todo lo que cuento ahora ya lo dije 80 veces en el escenario. Y lo demuestro con cinco canciones que son la columna vertebral del espectáculo y están referidas a problemas que no se solucionan nunca. Las estrené en shows que fueron de 1983 a 2008, y hablan sobre la salud, la educación, la contaminación, el quilombo social. En el ‘93 hice un interregno en Salsa Criolla y salí de gira por el país. Cuando volví a Buenos Aires, en 1996, y estrené El infierno de Pinti, la gente estaba tan creída de que el dólar era igual al peso, que Menem había salvado al país y que Cavallo era un genio, que no me


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entendieron el mensaje. ¡Decían que estaba amargado e histérico! Ahí cantaba la canción En estos tiempos (NdR: En estos tiempos de contratiempos los malos vientos no parecen amainar sino arreciar). La hago ahora y me consultan si es nueva... En aquel momento me preguntaba cómo no se daban cuenta de que el campo estaba parado, que las fábricas cerraban... Pero estaban fascinados, simplemente por el hecho de que podían ir a Miami y comprarse una camisa al mismo precio que acá... “Fijate que cuesta lo mismo que en la avenida Santa Fe”. ¡¿Y?! Eso no tiene ningún valor. ¡Me parece una cosa tan infantil, tan tonta! ¿Encontró explicación para ese rasgo cínico del carácter nacional? Lo que no se puede explicar es, por ejemplo, por qué en todos lados baja el combustible y acá sube. Son cosas que van pasando en todos los gobiernos. Y cuando no pasan, uno huele mal: “Esto es pan para hoy y hambre para mañana”. Como cuando empezaron a dar planes sociales, yo decía: “Esto lo vamos a pagar caro”. Y sí. Recuerdo que, cuando subió Alfonsín, lo primero que hizo fue el Plan Alimentario Nacional (PAN), porque uno de los reclamos populares era el hambre. La gente cree que el hambre es de ahora o, en todo caso, otra de las aberraciones de Cristina Kirchner. Pero si un gobernante sube después de dictadura, desaparecidos, horrores, quilombo y, junto con el Juicio a las Juntas, lo primero que hace es repartir las cajas de PAN y enseguida le reprochan que no van a parar a las manos de quienes lo necesitan sino que es un negocio que hace una mafia que tiene que ver con su gobierno, huelgan los comentarios. Siempre está la ley y la trampa. Como la Asignación Universal por Hijo y lo que pasa con la Villa 31. Que ya había pasado antes con las pistas de El Turco para las aceitunas, allá en el Norte. ¡Cualquier b****o se daba cuenta que era para el tráfico de droga! Pero nadie se atrevía a decir nada porque el dólar era igual al peso. Entonces, cada beneficio que te dan tiene un precio altísimo que vas pagando en incómodas cuotas mensuales. Por eso, hacer estos espectáculos a mí me hace sentir que no estoy tan al p**o en la vida. Igual, a veces uno hace las cosas con una sinceridad total y a alguna gente le cuesta creer si es verdad o una exageración chistosa.

Pese al hartazgo, ¿mantiene la esperanza? No puedo vivir en otro lado. Ojo, hay gente que se hartó y encontró su lugar en el mundo en otro lado... Y ahora que ganó Trump, se quieren suicidar, cortar los huevos e irse a Marte. Estaban contentísimos con el sistema estadounidense, con que lo que pagan de impuestos se ve, con que quien las hace las paga... Y el triunfo de Trump los dejó alelados. A mí también. ¿Pensó que viviría para ver a Trump presidente? Es que hay ciertos monstruos colectivos... Cuando se incentiva a la gente en el odio racial, sexual, al diferente, evidentemente es más fácil que ciertos líderes surjan. Los crímenes de odio están in crescendo en los Estados Unidos: cada vez hay más locos que entran a un cine o a una capilla, matan y no se arrepienten. Son producto, evidentemente, de un odio que no germina en todo el mundo, gracias a Dios. Cuando me dicen: “Si vivieras en Suiza, te morirías de aburrimiento”. ¡¡Ahora, no!! Si es mayoría la ultraderecha xenófoba, cuando Suiza son cuatro cuadras y media y lo único que tienen son bancos: viven del c**o de todos los extranjeros de toda la vida y ahora son xenófobos. ¡No se entiende! Entonces, si estuviera en Suiza, viviría puteando. Como si estuviera en Suecia o Dinamarca, países que eran ejemplares y donde ahora están estas democracias medio dictatoriales y populistas. El problema es que la Humanidad tiene ciclos, y parece que no aprende. Porque cuando se exacerbaron los nacionalismos, se armaron las guerras. Y eso dejó una estela de horror y espanto que duró desde la década del ‘30, cuando se gestó el huevo de la serpiente, hasta el ‘45. Y a partir del ‘50 llegó la socialdemocracia, que dejó de lado todo eso. Hasta que se cayó el Muro de Berlín y a uno se le ocurrió decir: “Es el fin de las ideologías”. Y cag***s fuego, porque sin ideologías el mundo fue a parar a esto: da lo mismo todo. O peor: se vuelve para atrás, con el Brexit y el “fuera los extranjeros”. ¿La grieta ya está suturada? Acá hablamos siempre pavadas, con eso de la grieta y por qué los artistas se meten en política. ¡Miren lo que pasa en los Estados Unidos! Por ejemplo, el otro día, lo de Meryl Streep (NdR: Se refiere a su discurso anti Trump en la entrega de los Golden Globes). El cine y el teatro estadounidenses tienen una larga historia de gente que fue prohibida, censurada y hasta expulsada por expresar públicamente sus ideas políticas en plena democracia. Mirá lo que pasa: el 80 % de la comunidad artística de Hollywood no está de acuerdo con lo extremo de Trump. Y Streep, con gran elegancia, lo mandó a la c****a de su madre. ¡Pero el tipo insistió con que es una actriz sobrevalorada y lacaya de Hillary! Entonces, cuando acá se quejan de la grieta... ¡La grieta existe desde Adán y Eva! Y, en la República Argentina, ya desde la Revolución de Mayo: al ter-

“Es un capocómico indiscutible” Por Mirta Romay* Mi experiencia con Enrique se limita al día que fuimos a firmar el contrato para que Salsa Criolla, su espectáculo más emblemático, formara parte de teatrix.com. Una vez alojada la obra en nuestra plataforma de teatro online, rápidamente se colocó primera en el ranking y despertó un fuerte movimiento, en el que la crítica social conmovió a la famosa grieta desde sus dos orillas y dejó comentarios picantes en las redes. Es que Enrique nos pega hondo a los argentinos y nos hace reflexionar con el mecanismo más benévolo y más efectivo: el humor. Escritor, dramaturgo y actor polifacético, es un capocómico indiscutible que nos habla de nosotros y de una identidad forjada desde Colón hasta nuestros días en saltos y crisis que sólo nos dejan en el mismo lugar. Aquel día que firmamos contrato, cuando llegué a su camarín para saludarlo, me dijo: “¿Viniste a inmortalizarme?”. Enrique ya tiene, mucho antes de la filmación para Teatrix, una página importante en la historia del humor argentino junto con otros grandes que nuestro país produjo. De hecho, algo del legado de Tato Bores es fácil de reconocer en su trabajo. Sin embargo, hay una de esas páginas que pocos conocen: su capacidad y talento para la escritura. Es un adaptador teatral excepcional. Me tocó de cerca conocer su trabajo en Chicago, el musical de Bob Fosse que aquí protagonizaron Nélida Lobato y Ámbar La Fox, con Juan Carlos Thorry, en el año 1977: su pluma fue decisiva en los 2 años de cartelera y 210 mil espectadores. Sucedió algo similar con Yo quiero a mi mujer, con Rudy Chernicof, Leonor Benedetto y Gerardo Romano, una obra transgresora y disparatada para 1979, donde dos parejas se metían juntas en una cama. Ambas obras, producidas por papá (Alejandro Romay), tenían como característica común la transgresión que ambos compartían en su mirada hacia el teatro. *Empresaria, fundadora y presidenta de Teatrix.com

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cer día, ya estaban peleados. Saavedra por un lado, Moreno por el otro... ¡Y lo liquidaron! Tanta grieta, tanta grieta, y hablan de lo obvio: la grieta siempre está porque así somos los seres humanos. Uno piensa una cosa, otro piensa otra cosa y, en la medida que toma estado público, la grieta va a existir siempre. Ahora, una cosa es la diferencia de opinión y otra cosa es lo irreconciliable: si la grieta es muy profunda, un abismo, es inútil. Porque cuando estoy de un lado, la otra persona del otro y, en el medio, un precipicio... ¡Cruzalo vos y caete a la m****a! Dirán que es absolutismo, pero ¿qué voy a discutir con alguien que está en las antípodas? Por eso me parece bien lo que hizo Meryl Streep, que habló de Trump sin siquiera mencionarlo, como si se le cayera la lengua... Y fue lo que más rabia le dió. Creo que los argentinos estamos, siempre, descubriendo la pólvora cinco siglos más tarde: claro que hay diferencias y grietas, pero no es exclusivo de nuestro país ni de esta época. ¿Es cierto que votó en blanco en las últimas elecciones presidenciales? Siempre dije que era malo el voto en blanco y demás. Pero cuando vi a Scioli de un lado, a Massa del otro y a Macri, dije: “Me corto los huevos o voto en blanco”. Y voté en blanco, directamente. ¡Porque ya está! Ya me engrupieron 50 veces, así que ya no creo más. En otra época hubiera votado a Massa, porque no era una cosa ni la otra... Como la Alianza. Y mirá lo que pasó: no fue ni una cosa ni la otra... ¡Fue peor! También voté en blanco cuando ganó Kirchner. Era tan confusa la situación: a Menem no lo iba a votar, ni en p**o, y la oposición me sonaba a otra vez lo mismo. ¿Tiene trato personal con algún político? El problema es la edad, que hace que conozca a Scioli y a Macri de cuando no tenían nada que ver con la política. Juanito Belmonte, que era mi amigo y jefe de prensa, era amigo de Scioli cuando era campeoncito de náutica, y jugábamos a la generala en los barcitos de La Bristol en Mar del Plata, cuando estaba de novio con una vedette inglesa. ¡Tengo fotos jugando a los dados con ellos! Después, el nene creció y mirá todo lo que hizo. Con Macri lo mismo... Decí que no soy futbolero, porque lo hubiera conocido más, como todos mis amigos que lo conocen de cuando era presidente de Boca. No, no tengo amigos ni conocidos en la política. ¡Y no vienen a verme, gracias a Dios! En algún momento me ilusioné mucho con Cristina, La Gorda Carrió y la (Alicia) Castro: las invité personalmente porque dije que eran la representación de la verdadera nueva política... ¡En este país, ni Pinti resiste un archivo! ¡Las cosas que uno ha dicho! ¡Qué voy a resistir un archivo! Es que me las encontré cenando en Edelweiss y les dije: “Chicas, tienen que venir al teatro porque son la esperanza de la política”. Era cuando estaban abriendo las cajas de Moneta, todas juntas, en el programa de Lanata. Ahí hablaban,

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“ESTOS SHOWS ME HACEN SENTIR QUE NO ESTOY AL P**O EN LA VIDA. IGUAL, A ALGUNOS LE CUESTA CREER SI ES VERDAD O UN CHISTE”

bailaban, se besaban. En eso sí creí. Pero después dije basta. La política es así. Y la farándula también: “Te quiero, te adoro, te compro un loro”. Te das vuelta: “Es un p*****o”. Pero, en la política, en medio de la batalla, se dicen barbaridades de un día para el otro, como cuando Macri dijo que Massa era un opositor fantástico y, al otro día, que era un impostor. Pero si yo invité a Cristina y a la Carrió, y Lanata las recibió y aplaudió diciendo “Mucha mujer, mucha mujer”, lógicamente ellos tienen derecho a cambiar de opinión. La política te lleva a eso. Entonces, ser amigo de un político, únicamente que haya sido compañero de colegio, porque no le vas a retirar el saludo. Pero, gracias a Dios, mis compañeros de escuela tuvieron otros delirios. ¿Es la corrupción el mayor de los males? En mi casa, mis abuelos decían que a Yrigoyen lo habían sacado por corrupto. Y ellos mismos se acordaban de los muebles viejos que habían encontrado en la casa. Siempre me pareció una fábula: ¿dónde gastó la guita, entonces? A mí, durante los primeros años de Alfonsín, había gente que me decía que los radicales estaban robando. Hacían las cosas para el o**o, pero ¿robar? Entonces, cuando en cada gobierno se habla de las corrupciones ante-

riores, yo tengo que creer lo que dicen periodistas. Unos dicen que Cristina es una santa y que Milagro Sala es la heredera de la Madre Teresa de Calcuta; y otros dicen que son el demonio vivo y tenían una cadena de prostíbulos en el Norte. ¿Qué tengo que creer, si no tengo constancia de nada? Entonces, opto por no creer nada, por esperar. Evidentemente, la plata en algún lado tiene que estar, porque nosotros no la tenemos. Pero ver para creer. Tienen que ser cosas más contundentes y no que únicamente salen a la luz cuando un gobierno ya no está: ahí la Justicia se despierta y hace un montón de cosas porque ese gobierno ya cayó en desgracia. Pero mientras, están callados la boca. “Porque tienen miedo”. ¿Y por qué no se dedican a otra cosa? Yo tengo miedo pánico a las alturas, así que paracaidista, nunca. Entonces, si tengo miedo, no tengo que dedicarme a la Justicia a ciertos niveles, como Corte Suprema y demás. “Es que pienso en mis hijos”. ¡Dedicate a otro trabajo si tenés miedo de que la mafia mate a tus hijos y degüelle a tu suegra! ¿Por qué eligen una profesión para la que se necesitan cojones si no los tienen? ¿Por qué es el único capocómico que hace humor político en la actualidad? Soy el único que quedó. No hubo muchos antes tampoco, salvo Tato Bores, que lo hacía fantásticamente bien y con una penetración muy masiva en la televisión. Sí hay gente que habla de la política como tiro por elevación: Diego Capusotto es muy político, pero no con nombre y apellido, como cronista, sino con sus personajes que pintan, de forma muy brutal, como acuarela gruesa, a la sociedad argentina. En general, este estilo está pasado de moda. Pero como lo hago de manera amena, con mucha mala palabra en el medio porque me sale naturalmente, la gente se divierte. Pero los críticos muy exquisitos y fruncidos consideran que bajo mucha línea. “Pinti siempre con el dedito levantado... No vengo al teatro para que me reten”. ¡Vos no, b****o, si sos crítico! Pero a la gente le gusta escucharlo. Sí, bajo línea. Es algo tan evidente como que soy gordo. ¿Alguna vez intentaron censurarlo? Nunca jamás. Cuando estrené Salsa Criolla, el monólogo final –que fue cambiando según cada época– me lo criticaban los colegas. “Si ya explicaste todo durante el espectáculo, no es necesario que lo repitas, es mucha enumeración”. Pero, si no, no tiene sentido todo lo demás. Y no porque la gente sea tonta, sino porque partía desde Isabel la Católica y llegaba hasta la bicicleta financiera para señalar lo que estaba mal en ese momento. Y por ese monólogo final vinieron a verme los siguientes 30 años, para saber qué tenía para decir del hoy. ¿Su mensaje llega a las nuevas generaciones? Muchos me paran en la calle, porque me vieron en los videos viejos que pasan en Volver, y me dicen que les abro mucho los ojos acerca de de dónde venimos y adónde vamos. Y es el mejor elogio.◆


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