IÑAKI URLEZAGA en Clase Ejecutiva (nov 2009)

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LA DÉCADA DE IÑAKI A LOS 33 AÑOS, EL BAILARÍN SE CONSAGRA COMO COREÓGRAFO CON EL ESTRENO MUNDIAL DE LA ÓPERA LA TRAVIATA EN VERSIÓN PARA BALLET. FIGURA DEL ROYAL BALLET DE LONDRES DURANTE UNA DÉCADA, ASUME SU ROL DE EMPRESARIO CON UNA SUPERPRODUCCIÓN INÉDITA. Y ASÍ CELEBRA LOS 10 DE SU COMPAÑÍA PRIVADA DE DANZA. PERFIL DE UNA PRIMERA FIGURA QUE SE PROYECTA COMO MECENAS. Texto: Andrea del Río Fotos: Antonio Pinta y gentileza I.U.

¿Cuántas vidas vive un hombre que vive la vida como un regalo al que puede quitarle el moño y rasgarle el envoltorio tantas veces como lo desee? ¿Cuántas vidas vive un hombre que baila otras vidas? ¿Cuántas veces ama, sufre, duda, elige, muere y sobrevive un hombre que vive, sobre el escenario, esas vidas que son una sucesión de eternidades danzantes? Iñaki Urlezaga, el bailarín Iñaki Urlezaga, es ese hombre. Que vive su sueño de infancia como un regalo. Que ha interpretado a los príncipes trágicos del ballet con una madurez conquistada en los más exigentes coliseos del mundo. Que no se pregunta cuánto. Que no recuerda cuánto. Que no proyecta cuánto. Que vive. Tanto. Hay éxitos que nacen del fracaso. En 1853, Giuseppe Verdi estrenó, en La Fenice veneciana, una adaptación operística de La dama de las camelias, la novela de Alejandro Dumas (h.) que pocos años antes se había consagrado como un best seller –romántico– y que había llegado a las tablas también con gran suceso. Sin embargo, salió abucheado. Algunos dicen que los espectadores no pudieron soportar los precipicios de la pasión a que se ven arrojados los amantes Margarita/Violeta y Armando/Alfredo, traducidos en una composición de lirismo lacerante. Otros dicen que la audiencia no le perdonó al autor de Rigoletto e Il trovatore ese espejo de lujuria y truculencia en que los obligó a contemplarse. Como fuera, un año después Verdi probó las mieles de la revancha. Una nueva puesta de su obra se consagró como el más desgarrador relato de amor desencontrado, contrariado, trágico –romántico– del repertorio lírico. Una fábula de redención, donde la cortesana tuberculosa sacrifica su único vínculo sincero para salvar al desdichado de la deshonra en que ella eligió vivir y a la que aquel se precipitó por pecado de idealización. Nacía así el mito de La traviata. Desde entonces, literatura, teatro, ópera y cine ensayaron revisiones de esta tragedia de amor mundano. Y, sin embargo, nadie, nunca, se había animado a bailar ese drama, esa desazón, ese desengaño. Nadie, nunca. Hasta ahora.

El estreno del año Tras su estreno mundial en el Teatro Provincial de Salta, la segunda etapa del estreno mundial de La traviata convertida en ballet tiene fecha programada para los días 11, 12 y 13 de diciembre, en el Teatro Coliseo. Con coreografía, puesta en escena, dirección general y protagónico de Iñaki Urlezaga, se trata de una megaproducción con la participación de más de 150 artistas –la primera bailarina Eliana Figueroa en el rol femenino–, además del diseño de vestuario de Verónica de la Canal, una presencia innovadora en la escena local. A los 60 integrantes del Ballet Concierto se suman los 80 de la orquesta salteña, más 20 figurantes. El staff se completa con 30 técnicos y 12 asesores artísticos. Y el despliegue es de una magnificencia explicitada en los 120 vestidos, los 80 trajes y los 1.500 kilos de escenografía, que incluyen dos casas de fiestas, una casa de campo y una alcoba. Tras las funciones locales, será el turno de la gira por Europa. No se descarta volver a montar esta puesta en el país durante 2010. No pocos sueñan con que sea en un renovado Teatro Colón, de cara al Bicentenario.

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Cuando lea estas líneas, Iñaki Urlezaga –hijo pródigo de La Plata, niño mimado del Teatro Colón, figura indiscutida del Royal Ballet de Londres durante 10 años, actual primer bailarín invitado del Dutch National Ballet– habrá disfrutado, en Salta, de la primera noche de aplausos tras el estreno mundial de La traviata en versión para danza clásica. Y ya estará saboreando –en su soledad defendida a ultranza– la satisfacción del sueño cumplido. Uno más. Porque la superproducción musical con más de 150 artistas en escena que a principios de diciembre pondrá a prueba en Buenos Aires es la culminación de dos años de trabajo creativo en que ha consolidado su vocación de coreógrafo, la celebración de 10 años de gestión de su compañía privada de ballet y la consagración de 25 años de trayectoria sobre las zapatillas de punta. Muchas historias en una vida. Mucha vida en 33 años. “Al estreno del 19 de noviembre llegamos con 8 semanas de ensayo. Aunque este proyecto nos llevó dos años de trabajo, junto con el Maestro Luis Gorelik –actual director de la Orquesta Sinfónica de Salta–, para hacer el pasaje de la ópera al ballet. Es la primera vez que se hace semejante trabajo con esta obra de Verdi. Y nos ha llevado mucho tiempo porque cada uno tiene sus compromisos. Durante el primer año nos juntamos cada mes, consecuentemente y de manera discontinua, para definir la mirada diferente que queríamos aportarle a una historia tan conocida. El siguiente año fue de mucha intensidad pero aplicada a componer toda la música, a hacer las copias de la nueva partitura. Porque el hecho de que el hilo vocal de la ópera no esté presente en el escenario obliga a escriturar convirtiendo cada palabra cantada en palabra bailada. Me reconforta, diría que me alegra, comprobar que la versión para ballet no tiene nada que ver con la operística, que plantea otra realidad, que rescata todo lo diferente que somos los bailarines de los cantantes. ¿Cómo será recibida esta reformulación? Eso no lo sabe nadie, nunca. Hay que tirarse a la pileta y recién ahí, en el vacío, descubrir si hay agua o no. Claro que me gustaría que esta pieza permanezca en el repertorio de la danza clásica más allá de mi idea original, de mi compañía, de mi protagónico. No soy egoísta. Además, la obra va a seguir cambiando a medida que el público la vea, porque son los espectadores quienes redondean lo que uno propone sobre el escenario. ¿Cuánto? Eso no lo sabe nadie, nunca”. Nadie, nunca, dice. Hasta ahora. Las biografías oficiales de las estrellas del ballet, especialmente si son primeras figuras internacionales, suelen ser unidimensionales, enumerativas. Un compendio de proezas difíciles de dimensionar para los profanos, un certificado de buena conducta espartana o megalómana. La biografía oficial de Iñaki Urlezaga suele resumirse así. “Comienza sus lecciones de danza a 36

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muy temprana edad en su ciudad natal, La Plata, y prontamente ingresa al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón de Buenos Aires. Por su promedio (10) gana una beca de perfeccionamiento en The School of American Ballet, donde permanece un año completo. Su carrera profesional la comienza en 1991 como Primer Bailarín del Teatro Argentino de La Plata y, ya en julio de 1993, ingresa por concurso internacional al Teatro Colón de Buenos Aires, asumiendo la categoría de Primer Bailarín. En marzo de 1995 se une al Royal Ballet de Londres, y como Primer Bailarín de la compañía, se presenta hasta 2005 en todas las temporadas anuales del Covent Garden Royal Opera House. En octubre de 2005 se une como Principal Guest Dancer del Dutch National Ballet (Holanda). Hasta la actualidad se presenta en las temporadas que la compañía realiza en el Het Muziektheater Opera House”. Así, fácticamente, se describe Iñaki Urlezaga en su sitio web oficial. Lo cual no implica que sea eso. Así. “Con este estreno festejamos, oficialmente, los 10 años de mi compañía Ballet Concierto. Nadie, nunca, podría haberme convencido de que lo haríamos de este modo. Cuando arrancamos no había nada planificado porque no soy ambicioso. Ahora, por supuesto, estoy feliz. Aunque no fueron años fáciles, en absoluto, porque esta es una empresa de capital privado, absolutamente propio, que produce y exporta ballet, que enseña ballet, que publicita ballet. Es una fuente de trabajo para 200 personas, lo cual me llena de alegría porque es muy movilizador el hecho de crear arte. Pero no me olvido de que es un emprendimiento que nació en la época de la convertibilidad. Y después pasó lo que pasó. ¡Una vida, pasó! Porque para un artista una vida transcurrida se mide en el caudal de expe-

riencias y emociones pero también de trabajo proyectado y concretado a pesar de. Al principio, pensábamos funciones más esporádicamente, con bailarines contratados por obra, sin orquesta, sin personal, sin sala de ensayo, sin talleres de vestuario y escenografía. ¡Sin nada de todo lo que tenemos ahora!”. Ahora. Ahora, el Ballet Concierto es una compañía integral de producción, realización y exportación de ballet, con sede en La Plata. Que administra su hermana (abogada) Marianella. Que dirige artísticamente su tía (bailarina) Lilian Gióvine. Que él gestiona. “Trato de tomar siempre la decisión final, aunque a veces me exceda la dinámica de la responsabilidad presente y la programación futura, porque de eso depende el rumbo que tomarán muchas vidas en los siguientes seis meses. Claro que hay cuestiones que delego en mi hermana adorada porque si ahora trabajo 12 horas y hay cosas que no comprendo, si estuviera las 24 horas... ¡sería mi ruina!”. Se ríe, Iñaki. Gorjea. Trina. De pronto, la sombra. “Ojalá alguien pudiera acercar a la cultura algún tipo de patrocinio, sería fantástico. Pero, en este país, las empresas sólo invierten en el deporte. En el fútbol. En el fútbol y en el deporte. No existe vocación de mecenazgo. Si hasta yo tengo que estar al tanto de los números. Yo, que soy un pésimo economista y siempre quiero contratar a los más caros. Claro que puedo hipotecar mi casa pero no la de los demás”. El límite. No la de los demás. Ninguno de los clásicos le ha sido ajeno. El lago de los cisnes, Don Quijote, Bella durmiente, Cascanueces, Romeo y Julieta, Manon, Winter Dreams, Giselle, Carmen, La sylphide, The bayedere, Le corsaire, Paquita, Coppelia, Carmina Burana. Ninguno de los grandes escenarios le ha sido esquivo. Covent Garden Royal Opera Hou-



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se, Metropolitan Opera House de Nueva York, Teatro Bolshoi de Moscú, Teatro Mariinski (ex Kirov) de Lenningrado, Scalla de Milán. Con una suerte de especialización en esos príncipes de sino trágico que el ballet suele reservarle a sus profesantes masculinos, Iñaki comenzó a probarse en otros roles. Con igual lustre sobre el escenario pero, seguramente, menor exposición mediática. Así, ejerce la creación coreográfica, en paralelo con su carrera como principal dancer, desde 2003. Sylvia, con música de Delibes; Floralis, con música de Prokofiev, Danzaria, con música de Vivaldi; Constanza, con música de Chopin, Cascanueces, con música de Verdi. Clásico. Ideológica y estéticamente clásico. Lejos del lugar común del primer bailarín que se retira a una vida de dislates largamente reprimidos y también lejos del que se resiste a bajar del escenario aunque eso implique bailar ante un pelotón de cruceristas en plan cenatango-show o integrarse a una troupe de teatro de revistas en gira marplatense. “La ideología de Ballet Concierto pasa por honrar los clásicos, no reformularlos ni cambiarlos, sino mantener el espíritu de esas obras emblemáticas. Personalmente, siempre he respetado mucho el repertorio clásico. Lo que no quiere decir que, como intérprete, no me anime a abordar otros lenguajes. Alguna vez, por ejemplo, me he tirado un balde de agua en la cabeza sobre el escenario, pero nunca en el marco de una obra clásica. Muchos proceden como si, después de Chopin y Mozart, hubiera aparecido Fito Paéz y no hubiera habido nada más en el medio. La diferencia es que soy un bailarín de formación clásica con la amplitud cerebral para hacer cosas nuevas. Pero eso no me exime de hacer Cascanueces o La traviata como corresponde”. Así. Como corresponde. Antes del estreno que hoy lo devuelve a la tapa de los diarios con toda la pompa y la circunstancia, Iñaki y su compañía llevaron otro espectáculo de gira por China. Después de la escala argentina, lo esperan Egipto e Israel. Aquí y allá, pura disciplina. “¡Es mentira que seamos víctimas sometidas a un régimen espartano que nos hace sufrir! Al contrario, esta profesión a mí me ha dado una vida divina. No una carrera, ¡una vida! Claro que se trabajan muchas horas y se podrían trabajar menos, pero yo elijo esa exigencia y no me quejo. El otro gran llanto tiene que ver con nuestra vida útil, como sucede con las modelos, que en cuanto arrancan ya corre la cuenta regresiva. ¡Pero si desde el principio nos aclaran que tenemos para 20 años! No es que nos prometen 100 años de carrera y después nos los quitan. Ya lo sabemos desde el principio y no da para hacerse el mártir. Esas estupideces no las entiendo. Claro que noto enormes cambios en mi cuerpo y no los celebro, porque envejecer no es bueno para nadie y verme peor no me va a encantar nunca. Pero también es cierto que hay algo en uno que mejora, la vida interior se profundiza. No 38

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le veo lo bello ni lo erótico a la decrepitud, pero hay que llevarla con la mayor entereza posible. Como todo en la vida. Porque la juventud también pide dignidad”. Como todo en la vida. ¿Y en una vida que no es como todas? Corresponde aclarar, a esta altura, otra singularidad del presente profesional –vital– de Iñaki Urlezaga. El contrato que, desde 2005, lo vincula con la Dutch National Ballet –y que lo tiene viviendo en Ámsterdam, entre canales, bicicletas, loas a la argentinidad compartida con la princesa Máxima– excluye esa cláusula de exclusividad por la que, tantos, tantas veces, están dispuestos a tanto. En su caso, fueron 10 años de dedicación absoluta al Royal Ballet de Londres, a su exigencia, a su rutina, a su repertorio, a su calendario. Una década estratégica, pero no planificada. “Si en vez de Londres me hubiera quedado en Nueva York, hoy no esta-

ría estrenando La traviata. En cierto sentido, fue algo que me tenía que suceder. Tan sencillo como eso. En el momento, no lo tenía tan claro, me fui sin saber porqué. Pero cuando llegué, comprendí. Eso se lo debo a la vida. Por eso, no me costó irme. Entiendo la dinámica de los procesos, no soy apegado ni nostálgico. Mi objetivo es estar bien. Y cuando siento que algo no funciona más, mi decisión es irrevocable. En el gris no puedo vivir”. Entonces. Se entiende que, ahora, disfrute de un vínculo con cama afuera que le permite darse el lujo adicional de programar espectáculos con su compañía. “Es un privilegio, después de tantos años, elegir los trabajos que hago. Pero eso no me libra de tener que hacerlo bien”. Cama afuera pero no touch & go. En 2006, Iñaki Urlezaga fue la figura elegida para cerrar la temporada de danza en el Teatro Colón hasta su reapertura en el Bicentenario.

Fue una sentida manera de coronar, también, diez años de excepción. Y reconocimiento. Porque Ballet Concierto fue la única compañía extranjera –ajena– a la que se le permitía presentarse en el marco de la programación anual del gran coliseo argentino. “Fue un escándalo, muchos hablaron de acomodo porque no hubo concurso sino una elección en base a valores artísticos. Pasaron los años, cambiaron los directores y nosotros permanecimos como artistas invitados”. Se ríe, Iñaki. Gorjea. Trina. “Muchos colegas, a partir de cierto punto de la carrera, se prueban en otros roles, como una estrategia de retiro anticipado. No es mi caso, porque empecé a dirigir a los 23 años, algo que no es usual en mi profesión, aunque ya desde chico, cuando me marcaban dos pasos, yo reformulaba toda la obra. Siempre tuve desapego de esa idea de la figura principal como

estrella vuelta sobre sí misma. Me resulta grato ayudar a otros. Y creo que mi aporte, en todo caso, reside en que la creación coreográfica contemple qué les queda bien a esos bailarines para que usen su instrumento de la mejor manera posible, se sientan parte del proyecto y puedan, además, definirse como artistas. Se trata de darles la libertad para explorar porque si, como coreógrafo, los restrinjo todo el tiempo, terminarán siendo un producto de lo que uno quiso y se perderá la oportunidad de ayudarlos a desarrollar lo que son. De todas maneras, no especulo. Es cierto que mi carrera no se entiende sin planificación pero, personalmente, bailaré hasta el día que me jubile. Y el día que me jubile, veré qué hago, en lo que sirvo y lo que puedo. O no haré nada. Pero no me veo ahora preparando ese camino ni creo que, porque ser un gran bailarín, necesariamente vaya a ser un gran director o gran coreógrafo”. No cree. Y sin embargo.◆


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