CARAVAGGIO Objetos de alegorĂa en sus bodegones.
Caravaggio era el creador de una singular y eficaz manera o modalidad figurativa, basada en una personal manera de entender la representación de los objetos, el espacio del cuadro, la relación entre las figuras y los valores plásticos. Esta modalidad figurativa era compleja y en cierto grado distinta de lo anterior a él, de ahí su impacto, y de ahí también quizás su rechazo por algunos. Los aspectos relativos a la personalidad psicológica y social de Caravaggio eran tenidos en cuenta, pero sólo eran relevantes si aclaraban algo acerca del modo figurativo del pintor, cosa que en pocas ocasiones ocurría. El término realismo era ahora empleado con un valor relativo, pues que Caravaggio copiara los modelos del natural era sólo un aspecto del sistema de su pintura y no la finalidad de la misma. En Caravaggio lo importante eran las relaciones de los cuerpos, la luz, la sombra y el espacio con el escenario vacío, la gestualidad contenida y el ambiente general unificado. Era la suma de todos estos aspectos lo que hacía que la obra de Caravaggio fuera impactante a la mirada. Y algo más; una nueva palabra, antes impensable, comienza a ser utilizada para hablar de Caravaggio y para definir su pintura: esencialidad.
CENA EN EMAÚS. La mesa abunda en referencia alegóricas. El pan, como quiere la misma
investidura del Cristo bendecidor, se convierte en el símbolo de su cuerpo y, obviamente el vino que se transparenta en el recipiente de vidrio, en el de su sangre. En la representación de este tema, canónica es asimismo la presencia en la mesa-altar, junto al pan y el vino, de un animal muerto alusivo al sacrificio de Cristo: puede ser un cordero, un pez o, como aquí, un pollo o una gallina, figura evangélica de Jesús. Dado el contexto, deberá leerse en clave alegórica también la cesta de fruta, resaltada para el ojo del observador, en la típica posición relevante que se atribuía a los objetos ejemplarmente <<significativos>>. En efecto, la cesta contiene uvas y granadas, emblemas corrientes del martirio de Cristo, y manzanas, alusivas tanto a los <<frutos>> de la gracia como al pecado original del que ha sido redimida la humanidad.
MUCHACHO CON CESTO DE FRUTA. El Muchacho de la Galleria Borghese, que lleva entre los brazos una cesta de
fruta análoga a la de la Cena en Emaús, aunque contenga un mayor número de frutos (además de las uvas, las grandes y las manzanas, aparecen también higos). Precisamente en esta más variada y analítica descriptividad se capta la separación temporal existente entre las dos realizaciones pictóricas y la menor capacidad de síntesis que caracteriza al primer Caravaggio. Sin embargo, la obra ya es extraordinaria, por la sensibilidad de las notas naturalistas con que se evoca la vida silenciosa de los mágicos frutos, la sabiduría de las penumbras que gradúan la posición de las hojas en el espacio, y por la exquisita intensidad de las remisiones de color, desde el mórbido negro de las cabelleras y los ojos al más brillante de los granos, desde los blancos con toques de gris a los verdes pálidos, hasta llegar a las distintas tonalidades de rojo.
JOVEN BACO ENFERMO La nota amarilla y encendida de los dos melocotones dispuestos junto a la uva
negra en primer plano, el verde de la corona de hiedra contra la cabellera en primer plano, corvina, los ojos profundos, de una tonalidad marrón. La atención con que está representada la coloración de las frutas y el distinto tamaño de las uvas, de las que una está seca, o la variación luminosa de las hojas de hiedra, una de las cuales está marchita, confirman la disposición cuidadísima a reproducir del natural; y otro tanto sucede con la descripción del rosto, psicológicamente intensa y connotada en cada pliegue. La uva como validez cristológica, mientras que la hiedra siempre verde es un símbolo habitual de la vida eterna.
BACO <<La copa misteriosa-comenta San Ambrosio-, como torneada por el mismo autor de
nuestra fe, es perfectísima y siempre se encuentra llena de un licor completamente espiritual y celestial. Ya que la iglesia tiene el vino en su copa, que alegra el corazón del hombre>>. Cesare Ripa define a Baco como <<símbolo del divino intelecto>>, escribe en la entrada <<Gracia>>, recordando la frase del Esposo: <<La copa denota la Gracia, según la frase del Profeta Calix mens inebrians quam praeclarus est. Allí se podrán escribir esas palabras: Bibite, et inebriamini, porque quien está en gracia de Dios siempre está ebrio en sus dulzuras; por eso esta embriaguez es tan hermosa, y tan potente que hace olvidar las cosas mundanas>>. Con un dedo de la mano derecha, ceñido por un lazo, el joven indica su propio ombligo ( <<nudo>>, o sea, centro, ónfalos, neoplatónicamente nodus mundi) y con la izquierda ofrece el cáliz de vino, como para subrayar la relación sugerida por el Cantar ( <<Tu ombligo es una copa redonda, donde no falta el buen vino), y visualizando la invitación del texto a la ebriedad. Y se vuelve a proponer el numinoso vino en la tersa botella tocada mágicamente por la luz, una vez más cercana a la cesta con las uvas (que ciñen asimismo la cabeza), las manzanas, los higos y las granadas, o sea, los frutos del Cantar de los Cantares.
EL MUCHACHO MORDIDO POR EL LAGARTO Contiene una evidente advertencia moral: entre las delicias de los placeres (las
cerezas) anida la insidia del reptil, el símbolo del dolor, y toda rosa tiene sus espinas. O bien: los placeres de la vida son breves dado que la muerte está siempre al acecho.
CESTA DE FRUTA De la cesta Caravaggesca, escribe Borromeo, flores micant, relucen las flores; el
aparente lapsus (en efecto, se trata de frutas) se explica por la costumbre de llamar flores vineae, con palabras inspiradas en el Cantar de los Cantares, a los místicos racimos de uva. Y, comentando los mismos versículos del Cantar transcritos en el Descanso de la Galleria Doria (videamus si flores fructus parturiunt) observa que, aunque en realidad los frutos no nacen de las flores, en esto hay una verdad poética, y que la misma expresión <<flor de las viñas>> debe entenderse extensivamente, siendo el Esposo, o sea Cristo, flor y fruto a la vez. El voluntario cambio de palabras de Borromeo se convierte así en la mejor confirmación del significado sagrado de los naturalísimos frutos que componen las cestas caravaggescas.