|Editorial
El futuro esplendor del mar chileno. Por Humberto Merino @humberto_merino
S
omos un país dotado de un inmenso mar. Tan inmenso que el mar presencial de Chile (el área de influencia marítima que abarca desde la Zona Económica Exclusiva hasta el meridiano del borde occidental de la plataforma continental de Isla de Pascua) tiene una extensión cercana a los 17 millones de km², es decir supera más de 23 veces la superficie continental terrestre, equivalente a 756 770 km². Si bien el principio de “mar presencial” no le otorga soberanía absoluta a nuestro país sobre este vasto espacio marítimo, sí le ha permitido a Chile acrecentar su posición de liderazgo en materias oceánicas. De hecho, según el Índice de Gobernanza Costera 2015 del The Economist, Chile figura entre las 10 economías oceánicas más relevantes del mundo, el mejor evaluado entre los países en desarrollo. Un dato que podría ser insignificante en caso de que los chilenos no tomemos conciencia de la importancia de proteger y explotar de manera sustentable los recursos marinos; recursos que están amenazado por la contaminación, la pesca ilegal, la sobreexplotación y la acidificación de los océanos. Lamentablemente los chilenos contribuimos significativamente a aumentar estos flagelos. Estudios recientes estiman que de las 8,5 millones de toneladas de plástico que llegan anualmente a los mares, nuestro país aporta con 25 000 toneladas de esta basura. En relación a la pesca ilegal, la FAO la considera la tercera actividad ilícita más lucrativa a nivel mundial con US$23 mil millones. En Chile esta actividad genera ingresos por más de US$30 millones anuales. Pero no todo lo legal es bueno. La sobrepesca y la pesca de arrastre industrial forman una dupla casi letal que amenaza la sustentabilidad pesquera mundial y por cierto, la de nuestro país, considerado como el segundo mayor exportador de harina de pescado del mundo, insumo elaborado principalmente en base a jurel, anchoveta y sardina; recursos, que al igual que la merluza, están en la categoría de sobreexplotadas y en la cual varios estudios advierten que, de no eliminarse estas prácticas, será imposible la recuperación de su bioma-
sa. Finalmente, la acidificación de los océanos está generando cambios en los corales, y afecta negativamente actividades como el cultivo de ostras, camarones y ostiones. En Chile las principales actividades amenazadas son los cultivos de mitílidos (mejillones) y salmones. Los recientes episodios de marea roja y varamientos masivos de peces y moluscos se explicarían como causa de este fenómeno. Puede verse catastrófico, sin embargo, también existen ejemplos e iniciativas que nos mantienen optimistas. Gracias al liderazgo de Chile en materias oceánicas, el Acuerdo de París sobre cambio climático firmado por 195 países, por primera vez hizo referencia directa al océano en sus disposiciones operativas, buscando la protección y conservación de los ecosistemas marinos. Nuestro país es, además, uno de los principales promotores del Acuerdo de Nueva York de las Naciones Unidas, que contempla el combate de la pesca ilegal y el uso sostenible de las poblaciones de peces transzonales, como es el caso del jurel, y las poblaciones de peces altamente migratorias, como los atunes, tiburones y el pez espada. Finalmente, Chile está dando pasos importantes en materia de conservación y protección de los mares. En 2015 el Gobierno se comprometió con la creación de dos nuevas áreas protegidas: una en la emblemática Isla de Pascua, y otra en las cercanías del archipiélago de Juan Fernández (ver reportaje Nazca-Desventuradas). Está ultima se oficializó en agosto de este año y de concretarse Isla de Pascua, Chile tendrá una superficie protegida total de más de un millón de kilómetros cuadrados, una de las más grandes del mundo, lo que contribuiría a la meta global de llegar en cinco años a cubrir con reservas un 10 % de la superficie marina. Junto con celebrar estos logros hay tres áreas en las que Chile debe hacer un mejor trabajo: revisar la ley de pesca en lo relativo a cuotas de captura y otorgamiento de licencias; monitorear lo que pasa en alta mar; acabar con la pesca ilegal y la sobreexplotación de los recursos marinos; y avanzar en conocimiento científico en acidificación de los océanos y marea roja.
El mar chileno
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