Sentido Común - Noviembre 2015

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AÑO 1 - NOVIEMBRE 2015

director fundador

director gerente

André Bustamante Sabrina Chávez Rossi Jesús Alberto Cumpa Eduardo Malaver

André Bustamante

editor

Jesús Alberto Cumpa diagramación

André Bustamante Sabrina Chávez Rossi Jesús Alberto Cumpa Eduardo Malaver

director comercial

Sabrina Chávez Rossi marketing

Eduardo Malaver Sentido Común

www. sentidocomun.com.pe Av. Salaverry 222 - Lima

Hecho en Perú Sentido Común no se responsabiliza por el contenido de los textos que son entera responsabilidad de sus autores.

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índice sENTIDO

COMÚN Portada

Dossier Ayer

Dossier Hoy

Miscelánea

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LI MA

Del miedo y la paranoia al amor por una ciudad a la que llaman horrible y hermosa a la vez. Un texto de Victor Ruiz Velazco

El primer recuerdo que tengo de Lima es el epíteto que acompañaba su mención, una y otra vez, sin que yo entendiera el porqué. «Lima, la horrible», repetían como sonsonete mis tíos, profesores y hasta mis compañeros de colegio, sin siquiera entenderlo del todo. En algún momento llegué a pensar que ese era el nombre de mi ciudad y no tuve opción sino aceptarlo. Mis primeras incursiones al centro histórico, llevado por la mano firme de mi padre, en un ya lejano 1988, no harían sino confirmarme que la ciudad tenía bien ganado su nombre, epíteto incluido. Ahora el recuerdo de ese descubrimiento, que más bien fue casi una constatación de parte, es un poco nebuloso, pero tengo muy presente la sensación de miedo y asco que acompañó aquella primera vez: las calles sucias y tomadas por los ambulantes, las veredas rotas y el caos, sobre todo el caos de una bestia informe y multicéfala es algo que nunca olvidaré. Lima era horrible, no había vuelta que darle, era horrible y gris, pero no invitaba a la tristeza sino al rencor.

Algún tiempo después de esa primera experiencia leería el cuento «El niño de junto al cielo» de Enrique Congrains y haría mío el recuerdo de la visión de Lima que experimentó Esteban, el niño protagonista del cuento, un muchacho provinciano que llega a la gran ciudad y es devorado por esta: «Cruzó la pista y se internó en un terreno salpicado de basuras. Llegó a una calle y desde ahí distinguió el Mercado Mayorista. ¿Eso era, Lima, Lima, Lima...? La palabra le sonaba a hueco. Recordó que su tío le había dicho que Lima era una ciudad grande, tan

grande que en ella vivía un millón de personas». Congrains había publicado este cuento en 1954, dentro del conjunto Lima, hora cero y más de treinta años después su descripción de la ciudad seguía siendo actual. Aunque hay algo que no aparece en el cuento y para finales de los años 80 era parte de nuestras vidas: la paranoia. Nunca sino en esos años un auto estacionado por mucho tiempo causaba pavor y el desplazamiento de contingentes policiales. Nunca una caja dejada en medio de la calle significó muert e. Creo que por esa razón las personas mayores de treinta guardamos una relación de dependencia familiar, debido a que el único lugar que sugería la posibilidad de seguridad era la casa, tanto así que pensábamos que poniendo cinta de embalaje a las ventanas estaríamos libres de todo mal. No tuve sino pocos encuentros con el corazón de la bestia hasta después de terminar el colegio. Entonces acababa de ingresar a la universidad y mi facultad se ubicaba en plena Avenida de la Colmena. Habían pasado casi diez años desde la primera vez pero Lima había cambiado poco o nada, aunque entonces, al recuerdo se agregaba la visión de cantinas y bares de media muerte que expendían licores con precios que empezaban desde los dos soles cincuenta y nunca superaban los diez; las barras de a sol eran otro elemento que antes no había logrado registrar, ¡cómo olvidar las barras de a sol!, y a la muchacha, que a veces era muchacho, que parecía esperar un bus que nunca llegaba. Lima entonces me pareció menos horrible y más sórdida.

Cuando estás acercándote a los veinte años lo que menos quieres es estar en casa, no te das cuenta de que lo que buscas, en el fondo, es una imagen deformada de tu hogar. En esos años de rebeldía no necesitaba sino encontrar «un lugar limpio y bien iluminado», como escribía Hemingway, y así llegué a La Noche de Lima en Quilca. Allí descubrí que Lima no era horrible sino que faltaba un poco de alcohol para verla en su mejor ángulo. La historia de mi creciente amor por Lima es la misma que da cuenta de mis noches de bohemia y búsqueda de libros, películas y discos recomendados por amigos y maestros, el sonido de la ciudad después de la media noche, cuando el tráfico es solo un recuerdo lejano y descubres la iglesia de San Agustín en Jirón Ica, en la plazuela donde también encontramos una escultura en homenaje a Vallejo que no es la misma que se ubica en Huancavelica, frente al Teatro Segura en que la figura tenue de nuestro más grande poeta se erige para recordarnos que hay poesía en la ciudad otrora llamada de Los Reyes; hay poesía, y también belleza Ahora me resulta imposible imaginar un lugar distinto a Lima para vivir. Lima y yo hace mucho tiempo que hicimos las paces y dejé de pensarla como horrible. Por eso, hoy que esta señora cumple 479 años de fundación española, prefiero recordarla en los versos de Eielson y celebrar por todas la Limas que he vivido.

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GUSTAVO SANTAOLALLA EL HOMBRE ATENTO

¿Cómo agrandar tu ego haciendo crecer el ego de los demás? Un texto de Natalia Páez la hora del almuerzo, Gustavo Santaolalla apaga los equipos de música. El productor de rock y pop latino más influyente del mundo no puede sentarse a comer si están tocando una canción. Hay quienes no consiguen escribir, ni estudiar, ni conversar, ni tener sexo si no están en silencio: la música les impide concentrarse en lo que hacen. A Gustavo Santaolalla, la comida lo distrae de la música. Cuando era adolescente y escuchaba The Beatles, Santaolalla trataba de oír el trabajo de George Martin, el productor que sumó arreglos sinfónicos en sus canciones y convirtió el talento rustic de cuatro muchachos en un sonido que conquistaría el mundo. Cada vez que oía The Who, Santaolalla buscaba la mano de Kit Lambert, el manager que convenció al grupo de fusionar el rock y la ópera para lograr una complejidad sonora que los haría pasar a la historia. Cuando ponía The Kinks, Santaolalla reconocía la influencia del productor Shel Talmy, quien los llevó por primera vez a un estudio y grabó con ellos el hit que los hizo famosos —You really got me—, tal vez el más emblemático del pop británico de todos los tiempos. Gustavo Santaolalla, el nombre que aparece cada vez que uno teclea «gurú del rock latino» en Google, creció escuchando a los hombres que convirtieron a unos grupos de muchachos en las mejores bandas de la historia. Hoy, cada vez que prestamos atención a algunos de los temas más conocidos de Café Tacuba, Juanes, Bersuit Vergarabat, Molotov, Los Prisioneros, Jorge Drexler, Divididos, Julieta Venegas, La Vela Puerca, Caifanes o Bajofondo, estamos escuchando a Gustavo Santaolalla. —La atención también es un don —dice—. Por eso no puedo comer y escuchar música. Si estás atento ves cosas que otra gente no puede ver. Santaolalla lleva un esmoquin negro que resalta sus ojos celestes. Acaba de salir de la habitación del hotel donde se hospeda en Buenos Aires y, antes de empezar la sesión de fotos, se mira al espejo y descubre una arruga diminuta que arruina la caída de la tela debajo de una manga. Una productora corre hacia él con un alfiler para alisarla. Santaolalla vuelve a mirarse al espejo, entiende que todo está en orden, y la sesión puede comenzar. El músico y productor que ha ganado dos Óscar, un Glo-

bo de Oro, dos Grammy, dos BAFTA y catorce Grammy Latinos por su trabajo, es capaz de percibir lo que otros no ven. Veinticinco años antes de nuestro encuentro en Buenos Aires, una tarde calurosa a finales de los ochenta, Gustavo Santaolalla había caminado entre los puestos de vinilos de la feria cultural El Chopo, en México D.F., para ir a escuchar a una banda de muchachos que, además de escasa experiencia, tenían sólo tres instrumentos y no sonaban demasiado bien. Después de oírlos en el escenario decidió gastarse hasta el último centavo de su presupuesto para que pudieran grabar su primer disco. Esos músicos jóvenes que antes de conocer a Santaolalla ni siquiera se habían planteado entrar en un estudio, y que al comienzo fueron rechazados por disqueras como EMI y BMG —hoy Sony Music— se convirtieron en Café Tacuba. En 2009 la banda recibió de las manos de Morrisey el premio Leyenda MTV. Su disco Re fue elegido en 2013 como el mejor álbum latino de toda la historia por la revista Rolling Stone. «Tiene la capacidad de ver las cosas cuando flotan en el aire», dijo Quique Rangel, el bajista del grupo mexicano. «Sabe sacar lo mejor de cada uno», me contó Meme, el tecladista de Café Tacuba. «Es algo así como nuestro gurú», dijo Rubén Albarrán, el cantante de la banda. «Gustavo Santaolalla apareció y se me empezaron a abrir las puertas», declaró el músico colombiano Juanes. «Ve mucho más allá que un mero músico», dijo la cantante brasileña Marisa Monte. No sólo los medios le dicen ‘gurú’ a Santaolalla: los artistas con los que ha trabajado hablan de él como si fuera, más que un productor, un guía espiritual con una percepción superior. Solemos confundir a los productores musicales con managers o intermediarios. Los críticos del éxito mainstream suelen acusarlos de titiriteros: señores que eligen a un grupo de músicos, los reúnen en un estudio, les hacen interpretar canciones como fórmulas, les consiguen contratos y les aconsejan como peinarse. «Es una forma de hacerlo —dice Santaolalla con cierto desdén—. Yo no puedo». Casi nadie fuera de la industria sabe lo que hace un productor musical. En realidad, su trabajo se compara con el de un director de cine: el productor es quien imagina el disco en su cabeza cuando aún no existe, acompaña a los músicos en sus ensayos, busca lo mejor de sus te-

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mas, les pide más canciones, escribe arreglos, incorpora instrumentos, decide tecnologías de grabación, elige el equipo técnico de trabajo, administra tiempos, establece criterios de edición y mezcla, selecciona las tomas en el estudio, les dice «otra vez, otra vez, otra vez». El sonido y la estética artística de una banda en un disco, explica Daniel Albano, director de la carrera de Producción Musical de la Escuela de Música de Buenos Aires, son el sello de un productor. Santaolalla repite que sólo graba discos con músicos que tengan una voz propia, una visión artística definida. Su negocio es el de un jardinero atento: encuentra en los artistas un germen que otros no ven, y trabaja obsesivamente con ellos para que eso crezca, tome forma y se convierta en una identidad. Después de pasar por sus manos, ese germen casi siempre toma forma de disco de platino. A finales de los noventa, Santaolalla recibió el demo de un músico colombiano que había sido rechazado por sellos que buscaban estilos más comerciales. Santaolalla lo escuchó y meses más tarde viajaba a Medellín para producir el primer disco de estudio de aquel muchacho que fusionaba ritmos folclóricos con rock. Hoy Juanes lleva vendidos más de quince millones de discos y ha ganado veinte Grammy Latinos. El músico y productor Brian Eno —David Bowie, U2, Coldplay— dice que elige a los artistas por su sentido del humor. El productor Rick Rubin —Black Sabbath, Kanye West, Eminem— elige a los artistas cuando siente que le gusta pasar el tiempo con ellos. Gustavo Santaolalla dice que los elige con «la panza». Es lógico que no pueda comer mientras presta atención a la música.

Solemos confundir a los productores musicales con managers o intermediarios. Los críticos del éxito mainstream suelen acusarlos de titiriteros: señores que eligen a un grupo de músicos, los reúnen en un estudio, les hacen interpretar canciones como fórmulas, les consiguen contratos y les aconsejan como peinarse. «Es una forma de hacerlo —dice Santaolalla con cierto desdén—. Yo no puedo». Casi nadie fuera de la industria sabe lo que hace un productor musical. En realidad, su trabajo se compara con el de un director de cine: el productor es quien imagina el disco en su cabeza cuando aún no existe, acompaña a los músicos en sus ensayos, busca lo mejor de sus temas, les pide más canciones, escribe arreglos, incorpora instrumentos, decide tecnologías de grabación, elige el equipo técnico de trabajo, administra tiempos, establece criterios de edición y mezcla, selecciona las tomas en el estudio, les dice «otra vez, otra vez, otra vez». El sonido y la estética artística de una banda en un disco, explica Daniel Albano, director de la carrera de Producción Musical de la Escuela de Música de Buenos Aires, son el sello de un productor. Santaolalla repite que sólo graba discos con músicos que tengan una voz propia, una visión artística definida. Su negocio es el de un jardinero atento: encuentra en los artistas un germen que otros no ven, y trabaja obsesivamente con ellos para que eso crez-

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ca, tome forma y se convierta en una identidad. Después de pasar por sus manos, ese germen casi siempre toma forma de disco de platino. A finales de los noventa, Santaolalla recibió el demo de un músico colombiano que había sido rechazado por sellos que buscaban estilos más comerciales. Santaolalla lo escuchó y meses más tarde viajaba a Medellín para producir el primer disco de estudio de aquel muchacho que fusionaba ritmos folclóricos con rock. Hoy Juanes lleva vendidos más de quince millones de discos y ha ganado veinte Grammy Latinos. El músico y productor Brian Eno —David Bowie, U2, Coldplay— dice que elige a los artistas por su sentido del humor. El productor Rick Rubin —Black Sabbath, Kanye West, Eminem— elige a los artistas cuando siente que le gusta pasar el tiempo con ellos. Gustavo Santaolalla dice que los elige con «la panza». Es lógico que no pueda comer mientras presta atención a la música. —Algo

me

vibra

y

siento

que

me

atrae.

En la habitación de su hotel en Buenos Aires, sobre la mesa del living, hay un libro de Krishnamurti: El conocimiento de uno mismo. Santaolalla levanta el libro y me lo muestra. Krishnamurti es uno de sus autores de cabecera. Para comprender cualquier cosa, explica el filósofo indio —una pareja, un cuadro, un paisaje, los árboles— hace falta verdadera atención. Escuchar exige hacer a un lado las distracciones, y eso supone olvidarse también de las opiniones y creencias propias. Para Krishmanurti, la atención verdadera es un modo de estar alerta que surge sólo cuando no estamos obsesionados en nosotros mismos. Santaolalla aprendió a prestar atención desde niño, pero tardó unos treinta años en dejar de estar obsesionado con su propio plan de ser un músico exitoso. Santaolalla ganó dos premios Óscar por componer las bandas sonoras de Secreto en la montaña y de Babel tocando instrumentos de cuerda que nadie le enseñó a tocar: el ronroco (un charango andino) y el úd (el laúd árabe). Santaolalla montó una bodega en Argentina y produjo tres vinos que ganaron medallas de oro en las Sélections Mondiales des Vins de Canadá sin tener ninguna experiencia como bodeguero. Santaolalla compuso la banda de sonido para el videojuego The last of us, elegido juego del año en los Games Developers Choice Awards 2013, sin haber trabajado nunca para un videojuego. Santaolalla abrió una editorial para publicar libros de arte y fotografía sin haber sido nunca editor, estrenó un musical en Toronto sin haber hecho nunca un musical, y trabaja para montar un show de ballet sin haber hecho nunca un espectáculo de danza. Santaolalla tiene sesenta y tres años, es uno de los productores musicales más influyentes del mundo, pero no sabe leer música. —Algo me vibra y siento que me atrae. Cuando está afinando un instrumento, preparándose para tocar o examinando la ropa para una sesión de fotos, Santaolalla lleva un gesto grave, expectante —el ceño fruncido, la boca ligeramente entreabierta—, de profunda

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«El trabajo de Santaolalla suele mostrarse con la presencia de lo étnico. Pero por sobre todo creo que valora el instinto, lo emotivo, la calidez. No importa qué forma tenga lo que produce, creo que él respeta y promueve lo emocional»


concentración. Un gesto adusto que podría ser confundido con hosquedad si no fuese porque a cada momento lo desarma como una máscara de goma para lanzar poderosas carcajadas. Es la misma cara de concentración que puede verse en una foto que le tomaron a los cinco años, en una fiesta del jardín de infantes. A mediados de los ochenta Santaolalla regresó a la Argentina para producir una gira demencial junto a León Gieco, su primer ‘descubrimiento’ como productor. Durante casi dos años recorrieron el país desde la ciudad más austral —Ushuaia— hasta el extremo norte —La Quiaca—, grabando y filmando con músicos folclóricos nativos. Viajaron más de cien mil kilómetros, grabaron más de cincuenta horas de video y tomaron más de dos mil fotografías para producir De Ushuaia a La Quiaca, una gira que se convirtió en cuatro discos —uno de ellos listado entre los mejores cien discos del rock argentino por Rolling Stone—, un libro y un documental. Santaolalla ha dicho que ese viaje lo transformó. Allí conoció a cientos de artistas a los que no les interesaba grabar discos ni salir en televisión: hacían música porque para ellos era una necesidad vital. Y también conoció a su actual mujer, Alejandra Palacios, madre de sus hijos menores, Luna y Don Juan Nahuel. Santaolalla necesitaba un fotógrafo para la gira y ella se presentó a la entrevista de trabajo. Otros fotógrafos ya habían rechazado el proyecto. —Me dijo que tenía que sacar cinco rollos por día, y que se sabía cuándo empezaba el viaje pero no cuándo terminaba. Era un delirio, pero vi en él a un productor increíble— me dice Alejandra Palacios. Durante el viaje, Palacios y Santaolalla no se enamoraron enseguida: estaban concentrados en el trabajo. Él era muy caballero, cuenta su mujer, «un hombre a la antigua» que le abría la puerta de los autos y estaba atento a los detalles. Años después de aquella gira en la que se conocieron, cuando ella estaba por dar a luz a Luna, su primera hija con Santaolalla, en la sala de parto había otra mujer sosteniendo su mano, haciéndola respirar. Mónica Campins, la ex mujer de Santaolalla y madre de su hija mayor Ana, estaba allí para ayudarla a parir. Eso que la mayoría de los hombres creería imposible —ver a su mujer y a su ex unidas en un momento tan animal como trascendente— era consecuencia del efecto que Santaolalla produce en aquellos con los que se involucra. Hoy Mónica Campins es parte de la gran familia del productor argentino y vive muy cerca de la casa de Alejandra Palacios y Santaolalla. Para él, ese tipo de logros también tienen que ver con su trabajo. —No hablo de ir todos los días a la oficina, sino de trabajar las relaciones con la familia, con los amigos. Soy consciente que hago cosas que impactan a la gente, y siempre trato de que sea algo positivo. Todos los proyectos en los que se involucra, dice Santaolalla, ayudan de alguna manera al descubrimiento de las personas. «Una de sus grandes cualidades es manejar muy bien la energía y las relaciones humanas. Es algo tan fuerte en él que inevitablemente terminó dedicándose a

esto», me dijo el tecladista de Café Tacuba, Emmanuel del Real Díaz. «Es un movilizador. Pone a andar cosas. Y esas cosas terminan funcionando», dijo su amiga Marisa Monte, música y productora brasileña. «El trabajo de Santaolalla suele mostrarse con la presencia de lo étnico. Pero por sobre todo creo que valora el instinto, lo emotivo, la calidez. No importa qué forma tenga lo que produce, creo que él respeta y promueve lo emocional», dice Daniel Albano, director de la carrera de Producción Musical. Las películas con las que Santaolalla ganó premios también hablan de búsquedas, individuales o colectivas: Diarios de motocicleta, Secreto en la montaña, Babel. A los guiones con los que trabaja, dice, él los elige como a los artistas: con la piel y el estómago. Durante la última entrega de los premios Goya en España, Relatos salvajes ganó como mejor película iberoamericana pero Santaolalla —que compuso su banda sonora— no fue premiado por la música del filme. Sus nuevos fans adolescentes hicieron oír sus reclamos por Twitter. «Tendría que haber ganado el tío que hizo la música de The last of us», repetían. Santaolalla no se llevó ese premio, pero recibió una prueba de fidelidad de un público inesperado. Hacer cosas nuevas ha mantenido vivo su don para conmover a las personas: le permite prestar atención con el entusiasmo de un eterno principiante, y la pericia técnica de un escultor experimentado. Santaolalla volvió a sacar un disco solista en 2014, luego de varios años de trabajar únicamente en proyectos colectivos o de otros artistas. Desde hacía dieciséis años, cuando editó Ronroco —el disco que le abrió las puertas al mundo del cine— que no hacía un trabajo en solitario. Le puso de nombre Camino. En 2014 Santaolalla llegó también a la Argentina para filmar una serie documental sobre el Camino del Inca o Qhapaq Ñan, como se conoce en quechua al gigantesco sistema vial que integró el imperio incaico a través de seis países andinos, desde Chile hasta Colombia. El proyecto abarcaba siete provincias argentinas y arrancaba por Mendoza, donde Santaolalla tiene su bodega Cielo y Tierra. Para empezar eligieron una comunidad indígena Huarpe, en una zona cordillerana, cerca de la frontera con Chile. Santaolalla habló durante horas con la líder de la comunidad, Claudia Herrera, sobre la senda andina como un lugar sagrado para distintos pueblos, sobre sus antepasados, sobre la necesidad de buscar en los orígenes para mirar el presente. Santaolalla tenía la cabeza rapada, lo que en sus propias palabras le daba un aspecto entre astronauta, monje y enfermo mental. «Cortarse el cabello es el símbolo de retomar un camino, dar una vuelta al círculo, volver a caminar los mismos caminos quizás pero con más sabiduría y fuerza», dice Herrera. En la montaña, delante del fuego, le entregaron una pluma de cóndor para que llevara un mensaje a través de los distintos pueblos que iba a visitar, como hacía antiguamente el chasqui. Más que el portador de un simple mensaje, explica la líder de la comunidad, «el chasqui es un corredor espiritual». Santaolalla llevaba consigo su ronroco. Después de recibir la pluma tocó un tema para ellos, les regaló su instrumento, y volvió a retomar su camino.

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Mick Jagger:


al desnudo el lider de The Rolling Stones Un texto de Edwin Arias


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La esperada biografía del líder, compositor y cantante de The Rolling Stones, escrita por el destacado periodista londinense Philip Norman (Londres, 1943); retrato del “Casanova del rock” — bisabuelo de 71 años— en toda su seductora egolatría. Parece que tiene un pacto con el diablo: corretea por el escenario como un muchacho de 20 años: el cofundador de la banda de rock más emblemática del siglo XX, The Rolling Stone (desde 1962 a nuestros días), Michael Philip Mick Jagger (Dartford, Kent, Inglaterra, 26 de julio, 1943): figura central de esta agrupación británica de rock de más influjos contiguos con el country, folk, dance, rockabilly, funk, blues, soul y jazz.

Los enigmas y todas las excentricidades del otrora tímido estudiante de economía —hoy por hoy, icono concluyente del rock, hard rock, R&B, blues y rock psicodélico— aparecen en Mick Jagger (Crónica Anagrama, 2014). Philip Norman se adentra como arqueólogo en los perturbadores entresijos de una vida sellada por el éxito y los escándalos: arrogante, narcisista, mujeriego, drogadicto, caballero del Imperio Británico, millonario (fortuna de 252 mdd), calculador, inteligente y provocativo.

“En Mick Jagger todo es falso, pero es tan interesante como lo genuino”

La infancia (no era el preferido de su madre) del intérprete de “Satisfaction”; relación “tormentosa y polémica” con su compañero de la Wentworth Country Primary School, el guitarrista Keith Richards; sus gestos heroicos —desconocidos hasta hoy— en el trágico Festival de Altamont (1969); lista interminable de mujeres (Bianca Jagger, Chrissie Shrimpton, Marsha Funt, Jerry Hall, Carla Bruni, Luciana Gimenez...); el virtuoso ejecutante de armónica comparado con los grandes maestros del blues; el compositor (“Sympathy for the Devil”: una obra maestra del pop británico) reconocido tardíamente por

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sus compañeros de banda...: almanaques, que inician en los 60, de un sedicioso que se invento a sí mismo hasta convertirse en un manso aristócrata, quizás algo evasivo hoy, con cicatrices de rebeldía en las arrugas. “En Mick Jagger todo es falso, pero es tan interesante como lo genuino”, ha dicho Philip Norman, autor también de ¡Gritad! (1981), la categórica biografía de los Beatles. Sí, en esta semblanza de más de 550 folios, el lector entra a un túnel habitado por sombras y refulgencias: las fábulas se desbordan desde minuciosas anécdotas inéditas que descalzan al compositor del rotundo éxito de 1965: “The Last Times”(coautoría con Richards). Medio siglo de la historia del mejor grupo de rock del mundo: su estrella rubrica,

con épica actitud, un convite recomendado para los amantes de mitomanías glamurosas. Mick Jagger o la exuberanciransgresora: dicen que celebró su cumpleaños 71, el pasado 26 de julio, con su reciente conquista sentimental, la bailarina de American Theatre Ballet, Melanie Hamrick, de 27 años, a quien conoció semanas antes del suicidio de su novia durante 13 años, la diseñadora L’Wren Scott (se ahorcó con un pañuelo de seda negro en su lujoso departamento de Nueva York: no dejó ninguna nota, pero sí un testamento en el que legaba todas sus propiedades y dinero “a mi Michael Philip Jagger”.

“Todavía estoy luchando por entender cómo mi amante y mejor amiga pudo acabar con su vida de esta trágica manera”, expresaría en un comunicado el intérprete de “Tatoo You”). Meses antes su nieta Assissi Jackson de 21 años lo había convertido en bisabuelo de una niña. Philip Norman confirma la “gesta psicodélica” y aventurada de este rockero que sigue siendo noticia después de más de 50 años de haber iniciado un travieso y curioso periplo por la música.


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Mi encuentro con Jordan Un texto de Carlos Verástegui Un sábado de hace ya muchos años me levanté como siempre para empezar el fin de semana haciendo deporte, me puse a mirar noticias y demás y una me sorprendió de sobremanera. Era el fin de semana del Gran Premio de motos de Valencia y la capital (y alrededores) estaba lleno de motos y del consiguiente ambiente. La noticia decía, que había rumores que Michael Jordan iba a estar ese fin de semana por Valencia, apoyando a un equipo que tenía en el Mundial y para disfrutar de una de sus pasiones, el motor. Pronto me puse a investigar e intentar ver como podría acercarme o intentar lo que por aquel entonces era casi un sueño (y ahora casi que también) como sería conseguir una firma, una foto…algo.

Lo primero, ya que acercarme al circuito me era complicado y sobre todo, que allí sería imposible acercarse, fue pensar en el hotel, ya que leñe, tendría que dormir en algún sitio no? Me costó un poco, pero logré confirmar el hotel donde se hospedaba, además muy céntrico, nada de algo apartado a las afueras o en alguna urbanización cerrada a cal y canto, no, pleno centro de Valencia. Bien. Ahí empezó mi plan, cogí el coche, una vieja camiseta de Bulls con el 23 y unrotulador permanente en busca de la firma casi imposible. Llegué después de comer y la plaza donde esta el hotel estaba semi desierta, pero había un cierto ambiente de que ‘ahí hay alguien’ o al menos ahí dormía. Empezó a pasar el tiempo y al cabo de los pocos minutos vi una pareja con un balón de baloncesto. Me acerqué a ellos para preguntar, y sí, iban a lo mismo que yo, la caza y captura de Jordan. Esta pareja venían de Albacete, habían venido a Valencia a ver no se que movida de un pueblo bastante interior y al oír lo de Jordan, no dudaron en ampliar el viaje y llegar a la capital. Lo suyo tenía aún más mérito, ya que habían ido a un centro comercial que tiene un logo verde en forma de triángulo a comprar el balón y el rotulador para así que les pudiera firmar. Eramos 4 locos a primera hora de la tarde, haciendo guardia en un hotel, esperando a que bajara, apareciera o cualquier otra cosa, sólo para conseguir la camiseta y el balón firmado. Las horas empezaban a pasar y allí no salía nadie. El ánimo bajaba y la locura de venir a hacer guardia al

hotel cada vez parecía que iba a convertirse en un fracaso más que en otra cosa, pero no desistíamos. Llegó uno de los momentos claves. Uno de los empleados del hotel nos dijo que sí, dormía allí, pero que ahora mismono estaba en el hotel, aunque tenía previsto cenar allí… Las fuerzas volvieron y ahora sólo había que ver cuando llegaría y como lo haría. Al cabo del rato, un par de personas más empezaron a llegar, y luego alguno que otro más, en total no más de 10 locos por el baloncesto o por Jordan o simplemente por conseguir algo de uno de los personajes mundiales más míticos que jamás probablemente hayan existido. La noche empezaba a caer, ya eran varias las horas que llevábamos allí esperando, comentando cosas de basket, anécdotas y cosas sobre Jordan y cada vez con la sensación de: seguro que entra por otra puerta, a saber si realmente viene a cenar, hasta que hora vamos a estar aquí… Y en eso que por una de las calles aparece una furgoneta negra, con los cristales tintados. Era él. Aparcó en la puerta del hotel y acto seguido unos 4 gorilas tamaño Godzilla hacían un pequeño pasillo para que pasara, vuelvo a repetir, éramos 10 personas, no más. Michael Jordan estaba dentro, lo podía ver con un puro en la boca riendo con su inseparable Charles Oakley, nosotros nos acercamos a los gorilas, que una vez puestos hicieron un gesto y él bajó.

Pasó olímpicamente de nosotros, repito, 10 personas, no más que apenas estábamos allí haciendo nada, sólo esperando un gesto o un guiño para conseguir nuestros tesoros, pero no, pasó a nuestro lado, y se metió rápidamente en el hotel,sin saludar, ni hacer ningún pequeño ademán de acercarse a nosotros. Jordan entró en su hotel con sus gorilas, su puro y Oakley y nosotros nos quedamos fuera, sin nada, sin haber conseguido firma alguna y maldiciendo que el amigo Mike no se hubiera parado 5 min a contentarnos, ya que repito, éramos pocos y le hubiera costado nada dejarnos contentos de por vida.Entenderme que desde ese momento Jordan bajó varios pedestales y escalones para mi. Sí, puede haber sido el mejor, pero estos pequeños detalles hacen o deshacen mitos.

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CRISTIANO RONALDO,

EL HUMILDE

Así lo recuerdan los maestros de su infancia. 
Pero ya conocemos su obsesión por ganar.
¿Por qué nos obsesiona que aprenda a perder? Un perfil de Sabrina Duque


H

ace unos años, en el salón de juegos del club de fútbol Sporting de Lisboa, un chico se pasaba el tiempo apuntando con un dardo al centro de un tablero. Los adolescentes que compartían la sala se divertían a su alrededor con el futbolín y la mesa de ping-pong. Él tenía doce años y una cara de estreñido, el ceño fruncido y los labios apretados: le daba rabia fallar. El director de la escuela, Aurelio Pereira, aún recuerda esa cara de enfadado. La misma de cuando le ganaban en ping-pong, la misma de cuando lo derrotaban en billar. El gesto irritado de un niño que no se permitía perder. Semana tras semana, el chico insistía en lanzar el dardo al centro del blanco. El ojo calibrando la puntería certera. El pulso firme y el ángulo preciso del antebrazo. El envión justo y balanceado. Hasta que un día se volvió casi infalible. Pereira, su primer maestro, a quien el ex alumno visita cada vez que pasa por Lisboa, descubrió en este acto su perfil obsesivo. Todos eran trabajadores. A ningún otro chico le importaba perder a la hora del descanso. Salvo a Cristiano Ronaldo.

Los fans de Ronaldo en Facebook son un país casi siete veces más poblado que Portugal. Es el atleta más activo en internet y un pionero en los contratos publicitarios que incluyen redes sociales. Gracias a la marca de champú Clear, que lo auspicia, los fans de Ronaldo pueden elegir el próximo peinado de su ídolo. Estos contratos, según FORBES, lo convierten en el segundo futbolista que más ha ganado en el mundo después de David Beckham: recibió cuarenta y cuatro millones de dólares en 2013. Como Beckham, Ronaldo es vanidoso. Se repeina con gel y posa en los partidos cuando la cámara lo enfoca. El delantero inglés Wayne Rooney bromeó diciendo que instalaron espejos más grandes en el vestuario del Manchester United cuando el portugués llegó al equipo, procedente del Sporting. Aurelio Pereira detiene el auto cada vez que divisa en el camino a niños jugando fútbol. La obsesión del maestro de Ronaldo, Figo y Nani es educar talentos.

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Hoy es el coordinador de reclutamiento del Sporting Clube de Portugal y dice que su trabajo es encargarse de dar confianza a los chicos que llegan al equipo. El Sporting no es el club más rico de Portugal, ni el que despierta las mayores pasiones. En un país que divide su corazón entre el Benfica de Lisboa y el Porto de Oporto, el Sporting es el equipo tímido que gradúa estrellas directo a los mejores clubes de Europa. En su escuela, considerada una de las mejores del mundo, se entrenan, estudian y duermen chicos de todo Portugal. Algunos dicen que su arma secreta es Aurelio Pereira, un lisboeta que habla con calma y camina resuelto. En sesenta y cinco años, las entradas han ampliado su frente y enmarcado sus ojos azules. Cuando conoció a Ronaldo, este era un chiquillo desnutrido. Después de seis años bajo su tutela, el Manchester United pagó quince millones de euros por su alumno, que apenas era mayor de edad. De allí Ronaldo pasaría al Real Madrid a cambio de la mayor cifra jamás pagada por un futbolista. El niño despeinado que cuando debía descansar de jugar contra los demás competía contra sí mismo frente a un tablero de dardos, se convirtió en un joven de cabellera engominada que hoy no se avergüenza de

¿Para qué la falsa modestia?». Pereira dice que su labor con los chicos es enseñarles a respetar y a nunca despreciar a los otros. Porque eso no es de portugueses. En el Sporting, Pereira y Cardoso exigieron a Cristiano Ronaldo más desde que era chico y condujeron su carácter obsesivo a la búsqueda de la perfección.

Cristiano Ronaldo tenía la libertad de un niño de la calle, de esos que roban fruta del árbol del vecino, escalan muros, juegan pelota en el camino hasta que es hora de dormir. Con su madre trabajando el día entero como cocinera, él y sus tres hermanos estaban casi solos. CR7 iba a la escuela en Funchal, la capital de Madeira —un archipiélago portugués más cerca de Marruecos que de Europa—, y después salía a jugar fútbol con sus primos y también con los amigos de su hermano Hugo, diez años mayor. Quizás ahí fue construyendo su estilo de correr: bien estirado, como para parecer más alto. En la cancha hay jugadores que corren como desesperados. Otros lo hacen con gesto aburrido. Cristiano Ronaldo avanza erguido, con la columna vertebral alargada hacia el cielo, y

Al niño Cristiano Ronaldo solían encontrarlo de noche medio escondido en el gimnasio del Sporting haciendo amagues con el balón, llevando dos pesas en cada pie. Más de una década después, The Wall Street Journal calculó las horas que había jugado en un año y declaró a Ronaldo como el deportista más trabajador. decir que es el mejor jugador de fútbol del planeta. Un futbolista excepcional con fama de arrogante. Aurelio Pereira —como tantos en Portugal— no entiende por qué ven al chico al que educó durante años como un arrogante. Fuera de Portugal no caen bien las declaraciones autosuficientes de Cristiano Ronaldo, ni su falta de timidez para declarar que se merece los premios que ha ganado. Pereira no se explica por qué le reprochan la pose, la mirada, el peinado, la ropa, las respuestas cuando le preguntan por él mismo, la obsesión por ganarlo todo. «Al contrario de lo que se piensa, es un chico extremadamente humano», dice Pereira. Paulo Cardoso también fue profesor de Ronaldo. Era el técnico del equipo infantil del Sporting. Hoy también rechaza la idea de que CR7 sea arrogante. De los primeros tiempos de Ronaldo en el Sporting, cuenta que cada día se preguntaba: «¿Cómo educamos a alguien así? ¿Diciéndole que es igual a los otros?». Dice que entendió que esa fórmula no funcionaría. «No podemos esperar que quien desde niño es considerado el mejor, no tenga autoconfianza o una autoestima altísima.

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brazos y piernas se difuminan con la velocidad. Mientras la pelota está entre sus pies, es imposible mirar a otro lado. Cuando Cristiano Ronaldo corre, es el pavo real más veloz del mundo. El número 7 del Real Madrid terminaría un maratón en el minuto setenta y cinco de un partido de fútbol si lo corriera a la misma velocidad con que driblea en la cancha. Sobre un césped y rodeado de defensas, según la revista alemana Der Spiegel, el jugador alcanza los 33.6 kilómetros por hora. Con ese estilo de correr llegó en 1997 a probarse en la cancha del Sporting. Los entrenadores de divisiones menores, Paulo Cardoso y Osvaldo Silva, vieron a un chiquillo flaco y débil en cuyo cuerpo no se adivinaba al atleta de 1.85 metros de altura y ochenta kilos de peso en que se convertiría. Pero cuando la pelota llegó a sus pies, la cancha se convirtió en su autopista. Era una premonición: hoy ese terreno lo cruza el Eje Norte-Sur, la vía rápida que atraviesa Lisboa. «Comenzó a fintar a los otros a una velocidad increíble. Miré a Osvaldo Silva. Él me miró y nos preguntamos: ‘¿Qué es eso?’», recuerda Cardoso, un cua-


rentón jovial con las primeras canas asomando entre sus cabellos negros. Al final de la práctica, los adolescentes rodearon al recién llegado y le preguntaron quién era. Dicen que Maradona no se despegaba nunca de la pelota, ni aunque la práctica no incluyera balones. Del basquetbolista yugoslavo Drazen Petrovic, sus entrenadores decían que no lo sacaban de la sala de entrenamiento ni con un fusil. Al niño Cristiano Ronaldo solían encontrarlo de noche medio escondido en el gimnasio del Sporting haciendo amagues con el balón, llevando dos pesas en cada pie. Más de una década después, The Wall Street Journal calculó las horas que había jugado en un año y declaró a Ronaldo como el deportista más trabajador. En 2010 su obsesión por la perfección fue tema de un comercial. «Yo no pierdo en nada», decía para promocionar las tasas de interés del Banco Espirito Santo. Las imágenes se abrían con Ronaldo lanzando un dardo y acertando en el centro del tablero. No era un truco de cámara: el chico al que Aurelio Pereira vio fallar docenas de veces tirando dardos en su tiempo libre ahora es capaz de ensartar sin dificultad un tiro al blanco para un comercial donde bastarían sólo su rostro y su voz. Al final de uno de los partidos de la Eurocopa 2012, Bruno Prata, un conocido periodista portugués, pidió un psicólogo para Cristiano Ronaldo. «Cuando esté menos obcecado con las victorias, con los goles y con él mismo, todo será más fácil», escribió. Volvió sobre un punto común en las críticas locales al delantero: su exagerada obsesión por ganar. Unos días después, la selección nacional perdería las semifinales en tanda de penales frente a España. La llegada de Portugal a la final de esta Eurocopa se frustró cuando uno de sus jugadores falló el cuarto tiro penal. Cristiano Ronaldo, el siguiente portugués en la lista, no alcanzó a patear. Fue un golpe para alguien que a los veintiún años había declarado que estaba dispuesto a todo para ganar. Algunos periodistas creyeron que Ronaldo se había reservado a propósito el último lugar en la lista para patear los penales, y lo interpretaron como un calculado acto de vanidad: para ellos, CR7 había especulado con anotar el gol para salir en las fotos de la llegada de Portugal a la final. Pero el entrenador portugués, Paulo Bento, declararía que él había decidido mucho antes el orden de los pateadores de penales. Además de su obsesión por triunfar, la prensa local había acusado a Ronaldo de nunca jugar bien en los partidos importantes. Se decía que no sabía jugar en las Eurocopas, que tampoco funcionaba en los mundiales, que no jugaba en equipo, que no aparecía cuando se le necesitaba, que sólo servía para jugar por el club que le pagaba el sueldo, que no hacía nada en la selección porque ahí no ganaba millones. En el repechaje para la Copa del Mundo 2014 no se escucharon esas críticas. Ronaldo anotó todos los goles y fue el capitán que la prensa deportiva portuguesa había pedido durante años. Casi nada en Cristiano Ronaldo es discreto. Sus goles de cabeza son publicidades para champú. Cualquier gesto suyo de frustración en el campo es cinematográfico. Durante temporadas pareció que escogía prendas apretadas con colores que lo hicieran resaltar entre la

multitud: rosas, celestes, rojos y gamas fosforescentes. En un comercial de Nike, donde aparece junto a otros futbolistas, su papel es hacer de sí mismo: entrena en el gimnasio, busca en el vestuario una camiseta tamaño infantil y después sale a la cancha con pose de modelo y ombligo al aire. Al futbolista al que una marca de champú le paga por cambiarse de peinado para cada partido le gusta conservar en su vida a la gente que lo critica. «Me alegro de cada vez que me jalaron de las orejas —dijo en la televisión española—. Si no fuera por mis primeros profesores, no sería el jugador que soy ahora». Saber perder es una materia poco explorada en el fútbol. El entrenador colombiano Francisco Maturana repite que «perder es ganar un poco». El español Luis Aragonés dijo alguna vez que en el fútbol «hay que ganar y ganar y ganar y volver a ganar y ganar y ganar». Guardiola sentenció: «El miedo a perder es la razón fundamental para competir bien». Al futbolista mejor pagado siempre le ha dolido perder, aunque fuera una convocatoria. Ronaldo es capaz de burlarse de su propia fama de vanidoso. Pero él sabe que no siempre fue vanidoso. do quiso dar un regalo a su hijo, que cumplía dos años. Después de anotar de cabeza el gol que puso a Portugal en las semifinales de la Eurocopa, salió corriendo hacia un extremo de la cancha, rodeado por sus compañeros, que reían y lo abrazaban. Después corrió hacia la cámara de televisión gritando «¡Para ti, para ti!», y mandó un beso con las dos manos.

En 2013 Cristiano Ronaldo lloró al ganar su segundo Balón de Oro. Sus lágrimas ocuparon las portadas de los diarios y recorrieron el mundo. Se dijo que el detonante fue ver a su madre llorar. El jugador del Barcelona Gerald Piqué dijo que las lágrimas de Ronaldo podían haber sorprendido al mundo, pero no a él: «Tiene esa fama de durillo, de estar por encima del bien y del mal, y fue bueno que le saliera esa reacción. Le importaba de verdad, había sufrido, y le salió». Para Scott Moore, periodista deportivo inglés, CR7 «no es el hombre arrogante ni el crack enmascarado que mucha gente imagina. Hace poco ya mostró su carácter al proteger celosamente de los policías a un hincha que invadió el césped para abrazarlo». Entre sus agradecimientos al recibir el Balón de Oro 2013, Ronaldo recordó a Eusebio, el ídolo histórico del fútbol portugués, quien acababa de morir. Al día siguiente, el diario Público fue en busca de un psicólogo para que explicara el llanto de CR7, quien diagnosticó que eran lágrimas de alivio. Luego de recoger su trofeo, Cristiano Ronaldo dijo que se trataba de un premio especial, porque era la primera vez que su hijo lo veía recibirlo. Después de su consagración, en una entrevista con France Football, admitió que se había equivocado años atrás al declarar que le tenían envidia por ser rico, guapo y un gran jugador. Había vuelto a ser el chico de Madeira que, después de tantos esfuerzos, acertaba un dardo en el blanco.

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XAVIER DOLAN El nuevo enfant terrible del cine contemporáneo Un perfil de Alessandra Reategui

Xavier Dolan es director, guionista, actor y productor. Sus filmes fusionan intereses

estéticos de la moda, lo vintage o el diseño de interiores, al tiempo que retratan relaciones turbulentas, obsesiones amorosas o conflictos existenciales en torno a la sexualidad. Con apenas 19 años, el nuevo enfant terrible del cine realizó, en 2008, J’ai tué ma mère, cinta de carácter autobiográfico donde un adolescente homosexual sostiene una relación tormentosa con su madre. La película, presentada en el Festival de Cine de Cannes, obtuvo tres premios en la Quincena de realizadores. En 2010 el cineasta canadiense presentó Les amours imaginaires en la sección Una cierta mirada, mientras que en 2012 dio a conocer Laurence Anyways, que recibió comentarios elogiosos de la crítica. Nacido en Quebec, Canadá, en 1989, comenzó su carrera como actor cuando apenas tenía cuatro años. Dolan siguió por ese camino e incluso protagonizó las primeras dos películas en las que también se hizo cargo de la dirección. Por su parte, sus intereses formales apuestan por un cine estilizado, como se puede ver en Les amours imaginaires, donde utiliza la cámara lenta a un ritmo acompasado con música retro. Para muchos especialistas el cine de Dolan es heredero del videoclip y de la esquizofrénica cultura audiovisual contemporánea. Quizás uno de los ejemplos más emblemáticos al respecto es Laurence Anyways, que trabajó al lado del estadounidense Gus van Sant. El relato cuenta la historia de un hombre que decide convertirse en mujer. El propio director mencionó que en esta película, además, rindió un homenaje a la moda de Yves Saint Laurent. En 2013 exhibió por primera vez Tom á la Ferme, donde opta por una estética mesurada, que se opone a sus trabajos anteriores. La película fue recibida por la crítica como un gesto de talento para desplegar conflictos psicológicos en personajes expuestos a un entorno reticente. Entre sus influencias estéticas puede mencionarse a un trío dispar: Pedro Almodóvar, Roman Polanski y Wong Kar-wai. Sin embargo, Dolan ha tenido la capacidad de buscar un estilo personal que intenta poner a sus personajes en situaciones límite que posteriormente se liberan a través de una catarsis. Su película más reciente, Mommy (2014), se presentó en el pasado Festival de Cine de Cannes, y compartió el premio del jurado con uno de los titanes de la historia del cine: Jean-Luc Godard (Adieu au Langage). Los primeros 80 minutos de la película se proyectan en un formato vertical, como si hubieran sido grabados por un celular colocado en esa posición. Se trata de una cinta emparentada íntimamente con su ópera prima al retratar la ofuscación juvenil.


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Chico Trujillo Aire fresco para la música topical Un texto de Lisset Gutiérrez


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Uno, dos, tres, y se encienden las luces. Cuatro, cinco, seis, saliendo a

tarima cada cual con su cada qué: guitarras, percusiones, bajo y metales. Y a la voz de siete y ocho revienta el tren de la cumbia, la que crece y se imagina, la que vuela y se revuela reinventando la cadencia. Viene y cae con su medallita, con sus historias de amores desgarrados y sus recuentos costumbristas, una viajera inquieta que supo salir al mundo para menear caderas y jugar al monstruo de doble espalda con los más diversos géneros. A la voz de cumbia, cumbia, cumbia, salta Colombia para defender lo que le es propio, su origen caribeño no hay quien lo niegue, su sabor salado y momposino, su areíto desenfadado de perfil pocabuy. Honor a quien honor merece y que suenen los tambores. Pero la cumbia no ha sabido nunca de domicilios fijos y se entrega sin más a los revoloteos. En España se emparejó con la rumba y en Argentina se apellidó villera. Brincó en Perú, en Bolivia, en Venezuela, adquiriendo matices a cada paso. En México supo seducir al rock y allá andan Mike Laure y el señor amor, don Rigo Tovar.

Así, a lo largo de cuatro producciones, el señor Trujillo ha construido un nada despreciable harén de ritmos, donde a sus anchas le da vuelo a la hilacha explorando las posibilidades que dos guitarras, un bajo, batería, trombones, trompetas y teclados pueden ofrecer. El resultado: un completísimo jolgorio, un sube y baja emocional que nos lleva del baile caliente y enérgico a la rola reposada. No todo es parranda para Chico Trujillo: de vez en vez, sentadito en su piragua y sin que medien parafernalias, aventura sus ojos por los recodos agrios de la vida. Vienen entonces los temas del desencanto: los de amor, por supuesto, porque Chico será aventurero pero también le ha tocado perder y observar cómo se va un año más o treinta o cuarenta, y al compás de un bolerito, sin excusas recuerda besos o evoca trenes asesinos. También están los desencantos políticos, pero Chico es finísimo y denuncia poco, apostando fuerte por los cambios. “Seguimos apoyando a comités, agrupaciones culturales o ideas con todo el fondo de independencia que nos gusta. Meli Wixan Mapu, Colectivo La Idea Fija, Señal 3 de Televisión Crítica, Fundación Víctor Jara, son algunos de los colectivos con los que hemos compartido conciertos. Apoyar y hacer crecer ideas y sueños independientes es básico para que la vida de todos se torne mejor”, asegura Chico antes de apagar su cigarrillo.

Nunca se imaginó, señora cumbia, que en un punto medianamente alejado nacería un tipazo, uno de esos personajes en vías de extinción. Caballero y galán con sus trajes coloridos, bebedor de altura y gran calavera. Divertido como el que más y mostrando bajo el mostacho esa sonrisa falsamente ingenua, la del diablo lujurioso que propone casorios a las incautas. Pañuelito, flor y argolla se perfuman de tabaco cuando a este chileno se le encienden las ganas de bailar. Un gran tipo, ya lo decía, el maestrazo Chico Trujillo. Corre 1999 cuando Chico Trujillo empieza sus andanzas. Tras una gira con La Floripondio por Europa, Aldo Asenjo y Antonio Orellana comienzan a configurar al gran personaje, incluyendo a algunos amigos interesados en armar un proyecto dedicado al bolero y la cumbia. Siempre ávida de los ritmos latinoamericanos, la región europea, especialmente Alemania, le dan gran aplauso y bienvenida a esta naciente agrupación, cuya locura los llevó más allá de los límites de aquellos géneros. Y aunque dicen algunos que son momentos duros para la música, que el disco morirá pronto y que mejor sería “En los conciertos las canciones originales se mezclaban abandonar los sueños, Chico se sacude las malas ideas con interpretaciones de cumbias tradicionales, lo que dio y continúa con sus crápulas andares, pues nunca ha sido como mezcla una banda tocando cumbias, boleros y ska, sujeto que se deje atar. Con aire socarrón, y luego de once todo esto pasado por un filtro renovado con buenas letras, años de trayectoria, señala que “no vivimos ninguna criemoción y fuerza”, comparte Chico Trujillo conAcidconga. sis discográfica porque no estábamos insertos en ella. Entonces siempre han sido los conciertos, los afiches, los La ingenua en este caso fue la cumbia, pues con pizpi- amigos, el mp3, y ahora myspace, lo que nos ha ayudado retas miradas y regodeos varios, el señor Chico Tru- a que más gente conozca la banda”. jillo la invitaría a una fiesta particular que al poco rato Mundano y poderoso, el sonido de Macha Asenjo y comse convertiría en una orgía de colores, pasando por el pañía no se arredra ante lo obscuro, ni rinde pleitesías bolero, el ska, el vallenato y cualquier ritmo que a su a nada que no sea bello, divertido y libre. Les vienen paso se encontrara, pues, recuerda Chico “no tene- flojas las etiquetas y sonríen al compañero de oficio o mos algo predispuesto para mezclar, lo basamos en de gusto que encuentran en la vereda, convidándolo a la cumbia y bolero, de ahí bienvenido todo lo demás”. gozadera y beberecua mientras tiempo y humor existan.

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La cuenta, por favor Un texto de Alexandra Ortiz La propina causa una suma de problemas, ninguno de aritmética. Cuando llega la cuenta en el restaurante, mis ojos se deslizan al final, donde la gerencia tiene la atrevida idea de sugerir una propina que es casi siempre una imposición y una condena, y rara vez una elección libre: pague el diez, el quince, el diecisiete o el veinte por ciento, insinúa el papel, y ayude a estos asalariados que dependen del favor social para alimentar a sus hijos. Comprendo el valor estimulante del pago extra —alguien se esmerará por esas monedas en la charola— y su lado compasivo —la culpa de no ayudar a quien lo precisa—, pero, por sobre todo, me atosiga la abusiva convención que ha convertido un gesto de gratitud en un mecanismo de presión que promete bochorno social a quien la niega. En los bares y restaurantes de Washington, donde vivo, abundan los carteles que claman —como si se tratase de una recaudación solidaria— Se aceptan propinas, Las propinas no están incluidas o Deje propina: no sea un bastardo egoísta. Y yo suelo dejar entre un quince y veinte por ciento de la cuenta, lo que puede confortar a quien la recibe pero no a mí, en especial cuando el acto se ha transformado en un impuesto social ubicuo. Hoy se la llevan al bolsillo meseros, peluqueros, jardineros, botones, recepcionistas y conserjes de hotel, camareros, croupiers de casino, repartidores, porteros, caddies de golf, conductores de limusinas, maîtres, masajistas, aparcacoches, porteros, músicos de restaurantes, limpiabotas, taxistas, guías turísticos, mi manicurista. En Estados Unidos, donde la práctica de la propina es tan universal como un saludo, das por descontado que al final de la cuenta debes sacar de la billetera hasta un veinte por ciento extra. Es más razonable invitar al mesero a cenar que convertirse en su coempleador para completarle el salario. Soy un abolicionista del pago gratuito. Cuando no es por ética, mi resistencia es contra su clasismo rampante, su falsa filantropía. Es revelador que la génesis de la propina sea el miedo de los ricos a los miserables. Ofer H. Azar, un economista que ha investigado su origen e importancia, dice que la propina nació durante la Edad Media cuando los nobles que viajaban entre pueblos comenzaron a dar dinero a las turbas de pedigüeños desdentados a cambio de que no los ataquen.

Azar sugiere también que es posible que la propina por un servicio haya comenzado en aquellos tiempos como un modo de ostentación de los más ricos. Atractiva teoría del poder, la evolución de la dádiva pasó del miedo al sometimiento de los pobres a monedazos. No deja de ser curioso que la propina se entregue aún hoy de dos modos principales: abiertamente, con el desprejuicio de exhibicionistas y desinteresados, o en un pase de manos entre el mesero y el pagador, como si se tratara de un arreglo ilegítimo.. Es de una deliciosa picardía la idea de asumir la propina como un soborno consentido, un pequeño delito socialmente digerible. Magnus Thor Torfason, un profesor de Harvard Business School, estudió en 2012 las correlaciones entre corrupción y propinas en una treintena de países, y concluyó que las naciones donde el pago extra es más frecuente tienden a ser más corruptas. En Estados Unidos, el patrón no otorga al mesero seguro de salud ni ahorros para el retiro, sus vacaciones no son pagadas, y el despido puede ser inmediato y sin un centavo de indemnización. El salario va camino a ser sustituido por una tasa de la bondad pública. Bolcheviques de la cuenta justa: ¿dónde quedó aquello de que el precio objetivaba el esfuerzo de los que no tienen otro capital que su trabajo? Es una frase para hacer banderas: el crimen no paga, levantar platos sucios doce horas al día tampoco. Me resisto a la propina por romántico, no por tacañería. En Japón y China, dos sociedades con larga tradición de la honra y del decoro, todavía se considera vergonzoso recibir un pago extra por hacer bien el trabajo, y, tal vez por su aislamiento del mundo, piensan lo mismo en Australia y Nueva Zelanda. En los países nórdicos, la consideran una forma de servilismo y en Rusia se espera de los visitantes pero no del vecino. El periodista Michael Malice contó que los guías turís ticos tienen mejor calidad de vida que muchos en Corea del Norte por las propinas que les dejan a escondidas los atribulados extranjeros. Debe ser de los pocos casos en que la propina, esa penosa caridad, supera la misericordia y se convierte en altruismo respetable.

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Foto del a単o - Contemporary Issue Mads Nisse


WORLD PRESS

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La edición número 58 de este concurso de fotografía que reunió a 5,692 fotógrafos de un total de 131 nacionalidades quienes enviaron un total de 97,912 fotografías para participar por uno de los premios y el reconocimiento Internacional de ser uno de los mejores fotógrafos de prensa de todo el mundo.

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Daily Life - Cai Sheng Xiang

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General News Sergei Ilnitsky

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Nature Yongzhi Chu

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Portraits Raphaella Rosella

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Spot News Bulent Kilic

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VERA LENTZ Una vida dedicada a la fotografia

Probablemente la memoria de los peruanos sobre el conflicto armado no sería igual sin el gran aporte fotográfico de Vera Lentz. Desde 1983 retrató los pavorosos escenarios en donde se iba esparciendo el terror de Sendero Luminoso y del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Ayacucho y la selva de Junín fueron los lugares donde Lentz pasó la mayor parte del tiempo, a la intemperie de la muerte: aferrada a su cámara y con la convicción de seguir captando instantáneas de una guerra. “Era casi la única fotógrafa mujer que llegaba a los lugares más peligrosos”, recuerda. “Muchas personas no entendían por qué hacía esto, pensaban que había algún medio de prensa que me empujaba a ir; pero no, yo iba sola, no estaba respaldada por ningún medio, por eso los permisos para retratar eventos como los que tuvieron que ver con la fuerzas del orden fueron muy difíciles de conseguir. Sin embargo, a pesar de que era una iniciativa propia, yo no decía por qué lo hacía. Eran épocas donde no había tiempo para explicaciones”.

Empezó a los 16 años, retratando situaciones cotidianas de las calles, siempre fuera de su casa. Su madre, la también fotógrafa alemana Anne Herringuel, la cuidaba de que estuviera exponiéndose a situaciones de peligro. “Una vez, me sacó con policías y todo de un cine donde estaba tomando fotos”. Y con esa ascendencia alemana e historias de familiares que habían huido de la Alemania nazi, Vera tuvo el tema de la guerra entre ceja y ceja. “Siempre me sentí muy conectada con el deber de retratar la violencia. El Holocausto fue terrible y en el caso peruano, sentí una responsabilidad de dejar constancia de lo que pasó”, dice Lentz, quien actualmente está trabajando en la publicación de un primer libro que recogerá las mejores fotografías de su invaluable trabajo e incentivando el fotoperiodismo a sus alumnos de la UPC.

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