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sENTIDO
COMÚN
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AÑO 1 - NOVIEMBRE 2015
director fundador
director gerente
André Bustamante Sabrina Chávez Rossi Jesús Alberto Cumpa Eduardo Malaver
André Bustamante
editor
Jesús Alberto Cumpa
director comercial
Sabrina Chávez Rossi marketing
Eduardo Malaver
diagramación
André Bustamante Sabrina Chávez Rossi Jesús Alberto Cumpa Eduardo Malaver
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Hecho en Perú
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índice 8 8
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LIMA
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LI MA Del miedo y la paranoia al amor por una ciudad a la que llaman horrible y hermosa a la vez. Un texto de Victor Ruiz Velazco
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El primer recuerdo que tengo de Lima es el epíteto que acompañaba su mención, una y otra vez, sin que yo entendiera el porqué. «Lima, la horrible», repetían como sonsonete mis tíos, profesores y hasta mis compañeros de colegio, sin siquiera entenderlo del todo. En algún momento llegué a pensar que ese era el nombre de mi ciudad y no tuve opción sino aceptarlo. Mis primeras incursiones al centro histórico, llevado por la mano firme de mi padre, en un ya lejano 1988, no harían sino confirmarme que la ciudad tenía bien ganado su nombre, epíteto incluido. Ahora el recuerdo de ese descubrimiento, que más bien fue casi una constatación de parte, es un poco nebuloso, pero tengo muy presente la sensación de miedo y asco que acompañó aquella primera vez: las calles sucias y tomadas por los ambulantes, las veredas rotas y el caos, sobre todo el caos de una bestia informe y multicéfala es algo que nunca olvidaré. Lima era horrible, no había vuelta que darle, era horrible y gris, pero no invitaba a la tristeza sino al rencor.
Algún tiempo después de esa primera experiencia leería el cuento «El niño de junto al cielo» de Enrique Congrains y haría mío el recuerdo de la visión de Lima que experimentó Esteban, el niño protagonista del cuento, un muchacho provinciano que llega a la gran ciudad y es devorado por esta: «Cruzó la pista y se internó en un terreno salpicado de basuras. Llegó a una calle y desde ahí distinguió el Mercado Mayorista. ¿Eso era, Lima, Lima, Lima...? La palabra le sonaba a hueco. Recordó que su tío le había dicho que Lima era una ciudad grande, tan grande que en ella vivía un millón de personas». Congrains había publicado este cuen10
to en 1954, dentro del conjunto Lima, hora cero y más de treinta años después su descripción de la ciudad seguía siendo actual. Aunque hay algo que no aparece en el cuento y para finales de los años 80 era parte de nuestras vidas: la paranoia. Nunca sino en esos años un auto estacionado por mucho tiempo causaba pavor y el desplazamiento de contingentes policiales. Nunca una caja dejada en medio de la calle significó muert e. Creo que por esa razón las personas mayores de treinta guardamos una relación de dependencia familiar, debido a que el único lugar que sugería la posibilidad de seguridad era la casa, tanto así que pensábamos que poniendo cinta de embalaje a las ventanas estaríamos libres de todo mal. No tuve sino pocos encuentros con el corazón de la bestia hasta después de terminar el colegio. Entonces acababa de ingresar a la universidad y mi facultad se ubicaba en plena Avenida de la Colmena. Habían pasado casi diez años desde la primera vez pero Lima había cambiado poco o nada, aunque entonces, al recuerdo se agregaba la visión de cantinas y bares de media muerte que expendían licores con precios que empezaban desde los dos soles cincuenta y nunca superaban los diez; las barras de a sol eran otro elemento que antes no había logrado registrar, ¡cómo olvidar las barras de a sol!, y a la muchacha, que a veces era muchacho, que parecía esperar
un bus que nunca llegaba. Lima entonces me pareció menos horrible y más sórdida. Cuando estás acercándote a los veinte años lo que menos quieres es estar en casa, no te das cuenta de que lo que buscas, en el fondo, es una imagen deformada de tu hogar. En esos años de rebeldía no necesitaba sino encontrar «un lugar limpio y bien iluminado», como escribía Hemingway, y así llegué a La Noche de Lima en Quilca.
Después de todo, como con los padres y familiares, uno no elige dónde nacer pero, con algo de suerte, algún tiempo después, sí dónde vivir.
Allí descubrí que Lima no era horrible sino que faltaba un poco de alcohol para verla en su mejor ángulo. La historia de mi creciente amor por Lima es la misma que da cuenta de mis noches de bohemia y búsqueda de libros, películas y discos recomendados por amigos y maestros, el sonido de la ciudad después de la media noche, cuando el tráfico es solo un recuerdo lejano y descubres la iglesia de San Agustín en Jirón Ica, en la plazuela donde también encontramos una escultura en homenaje a Vallejo que no es la misma que se ubica en Huancavelica, frente al Teatro Segura en que la figura tenue de nuestro más grande poeta se erige para recordarnos que hay poesía en la ciudad otrora llamada de Los Reyes; hay poesía, y también belleza Ahora me resulta imposible imaginar un lugar distinto a Lima para vivir. Lima y yo hace mucho tiempo que hicimos las paces y dejé de pensarla como horrible. Por eso, hoy que esta señora cumple 479 años de fundación española, prefiero recordarla en los versos de Eielson y celebrar por todas la Limas que he vivido: «Guardo de Lima una botella / Llena de lluvia / Y un puñado de arena /En el pañuelo. A veces recuerdo / La luz de su nublado cielo / Y la acaricio / Como se acaricia una perla / En el bolsillo». 11
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MESSI:
EL INCONVENIENTE DE CRECER DEMASIADO Todos esperan más de él: que sea el salvador de la selección de su país, el putañero discreto, el argentino utópico, el hermano cómplice, el nieto ideal. Le exigen responsabilidades de adulto y que su trabajo principal sea ganar. En un circo de pulgas, si las estrellas crecen, se acaba la diversión. ¿Por qué insistir en que Messi sea el jefe?
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