El huérfano Pero, mientras, en Tebas ocurría esto. En el norte, en la ciudad de Ávaris, su capital, los invasores no habían permanecido inmóviles, olían el peligro. Su rey, Apofis, estaba tratando de entablar una alianza con los nubios del sur. Espías hicsos desplazados en Tebas y sus alrededores informaban diariamente al rey de lo que allí acontecía. Sabía que algo se estaba cociendo. La información que llegaba a su palacio lo hacía fragmentada y sin cohesión. Si quería adelantarse a los acontecimientos debía formarse una idea global y precisa de que acontecía en Tebas. -¡Arrancad mil lenguas!- dijo- el rey a sus siervos,- ¡pero averiguad que está sucediendo! Los preparativos se aceleraron, incluso organizamos maniobras de distracción. En la guerra, el engaño es la madre de la victoria. Debíamos controlar todo: el conocimiento de la realidad (la nuestra y la de nuestro enemigo) y la previsión de las consecuencias de nuestras acciones. La inteligencia debe prevalecer para elevarse sobre el presente y otear el futuro. Planificar bien la batalla equivale, muchas veces, a ganarla antes incluso de comenzarla, mientras que una mala planificación aboca a un ejército a la derrota antes de entrar en combate. Nos conocíamos a nosotros mismos y a nuestro enemigo, el momento de la batalla se acercaba. El ejército de liberación estaba formado y preparado para embarcar en las naves. El río y sus aledaños bullían de actividad. Ahora ya resultaban evidentes nuestras intenciones, no cabía dar marcha atrás. Nuestro rey, Sequenenre, se despidió de la reina y de sus dos hijos y marchó en busca de su destino, fuese el que fuese. Estaba firmemente decidido a luchar hasta la muerte por la liberación de su pueblo. El embarque transcurrió sin novedad ni sobresaltos, a continuación Los marinos soltaron amarras, largaron las velas y pusieron proa al norte. Hasta aquí es lo yo puedo contarte, lo que mis ojos vieron. De aquí en adelante mi relato se basa en las noticias que llegaban del frente, lo que se contaba en la ciudad. Al principio todo eran buenas nuevas; los pueblos y aldeas recibían a nuestros guerreros como libertadores y los extranjeros retrocedían incapaces de contener su avance. Pero todo cambió en un recodo del río. Me contaron que aquella fatídica noche, una noche sin luna, silenciosa y tranquila, comenzaron los problemas. Varios barcos encallaron en unos bancos de arena, los hicsos habían desechado amplias zonas del cauce para hacerlas impracticables. Nuestro soberano decidió detener la marcha para encontrar una solución. Si no dejas de correr y no encuentras la solución al problema, párate y piensa. Nuestros marinos se disponían a reparar las naves dañadas. Aquello era lo que los asiáticos esperaban. Lanzaron un furibundo ataque sobre los hombres que estaban ocupados en desembarrancar las naves encalladas en las arenas. Alcanzaron a los que corrían en dirección a un somero palmeral para reorganizarse y establecer un reducto defensivo desde el que poder contraatacar. Los cazaron como a conejos, matándolos por la espalda, una auténtica masacre en la que pereció el propio rey. Sólo unos pocos miembros de su guardia personal sobrevivieron a la emboscada, pero la mayor parte de su ejército se salvó. Lograron recuperar su cadáver y embarcarlo en uno de los Boletín de la Asociación de Egiptología Iteru
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