4 minute read

VIDA Y OBRA DE SUSAN SONTAG Aurelio Major

VIDA Y OBRA DE SUSAN SONTAG

Aurelio Major

Advertisement

Pocos intelectuales (los escritores que intervienen e influyen en la vida pública) han sido objeto de tan insistente inquisición biográfica como Susan Sontag. Benjamin Moser es conocido en español por su biografía de Clarice Lispector, cuya publicación no estuvo exenta de graves objeciones de fondo entre los especialistas brasileños. El lector infortunadamente no debe esperar de este nuevo libro descubrimientos relevantes que no se ofrezcan ya en biografías anteriores y entrevistas, o que no se hallen presentes en la importante edición a cargo de David Rieff de los cuadernos o diarios de Susan Sontag. Moser tuvo además a su disposición los archivos de la autora depositados en la Universidad de California en Los Ángeles; sin embargo, no se trata ésta de una biografía intelectual, y menos aún de una nueva aportación de juicios argumentados que permitan ponderar el legado literario o intelectual de Sontag encuadrados en la trayectoria de sus influyentes y debatidas intervenciones públicas (de la guerra de Vietnam a la de Bosnia, de su defensa de Heberto Padilla a la de Salman Rushdie en momentos cruciales, de su afirmación de que “el comunismo no es sino fascismo con rostro humano” a sus declaraciones sobre el intervencionismo estadounidense tras los atentados del 11 de septiembre de 2001). Lo que sí advertirá el sorprendido lector es que Moser blande, otra vez, con cierta inepcia intelectual habida cuenta de los ingentes materiales a su disposición, un ampliado pliego de cargos contra la ensayista de Ante el dolor de los demás, y que algunos han venido proclamando desde los años setenta. Entre ellos destacan tres, a los que dedica muchas páginas a lo largo del libro. El primero imputa a Sontag no haber puesto su obra al servicio de la militancia feminista; el segundo, no ser “honrada” o “sincera” cuando Moser intenta ciegamente conciliar los hechos vividos por la persona privada (e íntima) con la obra narrativa, y el tercero, no haber hecho manifestación pública de su homosexualidad. Es decir, Moser pretende, entre otros aspectos objetables de este libro, darle merecido castigo a su biografiada.

El primero de los cargos viene de antiguo. En una célebre refutación de 1975 a Adrienne Rich, que la inculpaba puerilmente de no integrar la militancia feminista a sus recientes obras (acusación repetida años después por Camille Paglia), Sontag escribió que sin duda no constituye una traición sostener que existen “otros objetivos además de la despolarización de los dos sexos, otras heridas que las de género, otras identidades que la sexual, otra política que la política de los sexos; y otros ‘valores antihumanos’ que los ‘misóginos”, como si la razón y la autoridad debieran de arrojarse también al basurero de la “historia patriarcal”. El segundo persigue detectar la incipiente falta de probidad de la autora en el cuento Peregrinación, el inicial de los diversos ejemplos aducidos por Moser, pues los hechos de la visita juvenil de Susan Sontag a Thomas Mann anotados en los cuadernos de ella no coinciden con los del relato de esa misma visita a la casa del novelista alemán exiliado en California. Es decir, se le recrimina que el cuento no sea el reportaje de los hechos. Moser además atribuye el origen de esa supuesta proclividad a la tergiversación a que Sontag era la primogénita de una madre alcohólica, y cree descubrir en la lectura reduccionista de sus obras narrativas, desde El benefactor hasta En América, meras recónditas piezas psicológicas o biográficas que pretendidamente expliquen las discrepancias entre la persona pública y la privada, pero que muy poco dicen de la narradora y ensayista. De la influencia intelectual y moral de Arendt, Taubes, Barthes o Cioran, por ejemplo, Moser apenas aporta algo. Es relevante añadir que en años recientes se han venido reconsiderando algunas obras narrativas de Sontag, sobre todo a partir del estudio que le dedicó Jerome Maunsell en 2014, obra muy sospechosamente ausente de la copiosa bibliografía citada por Moser. El tercer cargo, acaso el más insidioso de todos ellos, se formuló con más ahínco a partir de los años ochenta y de la epidemia de VIH que ha asolado la vida de millones de personas: la ocultación de su homosexualidad. Moser hace caso omiso de las repetidas declaraciones de Sontag con las que rechazó categóricamente referirse en público a su vida privada (e incluso “espiritual”). A estas alturas debería ser una perogrullada sostener que, al tratarse de un escritor, lo esencial es la obra, pues esta constituye, justifica e ilumina la propia vida, y no al revés. Al final de esta biografía falazmente moralista, Moser incluye un largo listado de quienes colaboraron en su redacción, pero sin discriminar en modo alguno las aportaciones de cada cual, con lo que allí quedan mezclados los parientes del autor, por ejemplo, con Jasper Johns. La casi nula colaboración de interlocutores como Edgardo Cozarinsky o Paolo Dilonardo (esencial éste para dar cuenta del último decenio de la vida de Sontag), y la ausencia de informantes como Juan Cruz, Patti Smith o Ed Vulliamy (esencial éste para documentar la presencia de Sontag en Bosnia), explican que la biografía de Moser se haga paulatinamente más rala en la última de sus cuatro partes, a pesar de que se trata del periodo en el que cabe suponer mayor abundancia de materiales al ser el más reciente. Los procedimientos de esta biografía son entonces cabal síntoma de la manera en que algunos viven ahora: entre noticias que no son noticias, amigos que no son amigos, naciones que no son naciones y libros que no lo son en esta, la era de Trump.

This article is from: