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RESEÑAS A PROPÓSITO DE NADA AUTOBIOGRAFÍA DE WOODY ALLEN Domingo Varas Loli

A PROPÓSITO DE NADA

Autobiografía de Woody Allen Por Domingo Varas Loli

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Como cualquier lector en plena civilización del espectáculo empecé a leer la autobiografía de Woody Allen, A propósito de nada (Alianza editorial, Madrid, 2020, 439 pp), picado por una malsana curiosidad. En cada página que leía esperaba el pasaje en el que el autor se impusiera una autoflagelación e hiciera un mea culpa para aplacar las iras santas de la opinión pública. Es casi imposible leer este libro con una intención aséptica, sin que asome la intriga por conocer la versión de Allen sobre la denuncia de abuso sexual contra Dylan, su hija de apenas siete años, formulada por su ex pareja Mia Farrow y que desde hace más de dos décadas lo persigue como una ominosa sombra. Con el estilo humorístico que es su marca personal y el uso de relaciones intertextuales, el comienzo de A propósito de nada parodia el de Un guar-dián entre el centeno del famoso escritor misántropo Jerome D. Salinger: “Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso”, escribe Salinger y Allen lo parafrasea del siguiente modo: “Al igual que le ocurría a Holden, no me da la gana de meterme en todas esas gilipolleces al estilo David Copperfield, aunque, en mi caso, algunos pocos datos sobre mis padres tal vez os resul-ten más interesantes que leer sobre mí.” La alusión al personaje de Salinger, caracterizado por ser un joven rebelde que encarna los malestares y esperanzas de una generación, favorece la complicidad del lector. Woody Allen se presenta como un ser humano común y corriente que va a contar su vida sin mayores pretensiones. Autodi-dacta convicto y confeso, Allen revela que desde muy pequeño detestaba el régimen cuartelario del colegio, por lo que prefería refugiarse en una sala de cine en un barrio de su Nueva York natal. Allí en la penumbra de una sala de exhibición cinematográfica se incubó la vocación de cineasta. Se inició precozmente

en el periodismo escribiendo notas humorísticas para diversos periódicos norteamericanos hasta que venciendo su timidez con-génita debutó como comediante haciendo monólogos en cafés nocturnos. No tardó mucho en llamar la atención de productores teatrales y cinemato-gráficos, quienes le encargaban la escritura de guiones. Así incursionó en el competitivo sétimo arte donde muy pronto se le presentó la oportunidad de dirigir sus propios filmes. Cabe resaltar que su carácter independiente y la confianza en sí mismo que derrochó desde sus inicios, así como el es-píritu deportivo con el que afrontaba sus fracasos, le permitieron sobrevivir e imponerse en un medio darwiniano en el que se imponía la ley del más fuerte. Un capítulo aparte son sus historias amorosas. Relaciones esporádicas y matrimoniales se suceden una tras otra sin mayores percances. Entre sus más envidiadas conquistas está la de Diane Keaton y entre sus fracasos la fallida tentativa de flirtear con Margaux Hemingway, nieta del autor de “El viejo y el mar”. Hasta que aparece la actriz Mia Farrow, con la que mantuvo una relación que durante un buen tiempo fue icónica porque demos-traban que no era una utopía un romance sin celos en el que cada uno podía salvaguardar su libertad y mantener a raya su independencia. La infideli-dad de Allen con la hija adoptiva de ambos puso fin irreversible a esa relación y sacó a la luz las más hediondas pasiones que alberga el corazón hu-mano. Pero el caso Allen no solo revela los abismos de la condición humana. También pone en evidencia la perversión que la civilización del espectáculo causa en las relaciones humanas La verdad judicial poco importa frente a las suspicacias de la temida opinión pública, una entelequia cuyos fallos son más contundentes e irrevocables. Allen, sin embargo, no se rinde y sigue filmando películas y acudiendo al Festival de San Sebastián tratando de mantenerse inmune al boicot de la poderosa maquinaria de Hollywood, al margen de la cual ha forjado su genial obra creativa. Hasta el prestigio-so New York Times ha tomado partido contra Woody Allen, desconociendo la decisión de las autoridades policiales y judiciales que tras exhaustivas investigaciones declararon la inocencia del célebre cineasta. Parece irreversible que continúe esta suerte de canibalismo moral que consiste en juzgar expeditivamente a alguien, condenarlo, lincharlo y bajarlo de su falso pedestal. En las páginas finales de su autobiografía Woody Allen acepta resignado este linchamiento moral del que ha sido víctima y con estoicismo su condición de apes-tado. La ironía y e buen humor de los que hace gala un hombre de ochenta y cuatro años se granjean la simpatía de los lectores. Al terminar de leer este volumen de 439 páginas uno descubre que el autor no lo ha escrito para exorcizar su arruinada reputación, lavarse las manos o expiar sus culpas con subterfugios autocom-placientes. Y que no se desvela por la suerte que correrán su vida y su obra porque “más que vivir en los corazones y las mentes del público, prefiero seguir vi-viendo en mi casa.”

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