SUI GENERIS SOMOS NOSOTROS PORQUE NO SOMOS NATALIO RUIZ
Elias Salgado Traduciรณn Santiago Farrell
Copyright @ 2018 by Elias salgado “Sui generis somos nosotros” porque no somos Natalio Ruiz Autor Elias Salgado Traducción Santiago Farrell Coordinación editorial Elias Salgado Assessoria editorial, edición y revisión Regina Igel Proyecto gráfico y arte diagramación Eddy Zlotnitzki Tapa Eddy Zlotnitzki Foto de tapa “Ataque aquático”, Eduardo Jabib, 1996 _________________________________ 2018 Todos los derechos reservados a Talú Cultural edicoestalu@gmail.com www.edicoestalu.site123.me
Para Horacio Alter z”l y todos los amigos y agregados del Proyect Sefaradi Mossinzon, Israel, 1975-6 Beni Alter, David Abramovich, Daniel Benerman, Danyl Bach, Dani Abenheimer, Debora Anne Benchimol, Dvora Boimovitch, Eduardo Jabib Lindner, Eduardo Zlotnitzki, Elie Salgado, Gabriel Hirsch, Henrique Cymerman Benarrosh, Horacio Alter z”l, Horacio Grushka, Lely Blank, Marcela Satuchne, Marcos Friedman, Mario Montañes, Pedro Friedman, Rosita Kulik, Sara Hadjez Bensusan, Sofi Wolicki, Ruben Levy, Sandra Abramovitch, Yoel Bogdanski, Yeshua Martinez Sigala Porque Sui Generis somos nosotros
Natalio Ruiz, el hombrecito del sombrero gris Sui Generis Y cuando pasó el tiempo, alguien se preguntó a donde fue a parar Natalio Ruiz, el hombrecito del sobrero gris. Caminaba por la calle mayor, del balcón de su amada, a su casa a escribir esos versos de un tiempo que mi abuelo vivió. Donde estás ahora Natalio Ruiz, el hombrecito del sombrero gris. Te recuerdo hoy con tus anteojos, que hombre serio paseando por la plaza. De que sirvió cuidarte tanto de la tos, no tomar más de lo que el medico indicó, cuidar la forma por el qué dirán y hacer el amor cada muerte de obispo, y nunca atreverte a pedirle la mano por miedo a esa tía con cara de arpía. Y donde estás a donde has ido a parar, y que se hizo de tu sombrerito gris, hoy ocupas, un lugar más acorde con tu alcurnia, en la Recoleta. (Bis)
Sumario
LO PREFIERO A EDDY...........................................................3 SUBIDO A UN ÁRBOL A LOS 48...........................................7 «ENTONCES... O TENER QUE DEMOSTRAR QUE SOY YO MISMO» ..........................................................9 ÉL, ELLA Y TODOS NOSOTROS.........................................13 ESCALERA AL CIELO: SOBRE UN BREVE PERÍODO EN MALLORCA.....................................................................21 EL MUNDO ES UN PAÑUELO... ............................................ 37 NI UNA COSA NI LA OTRA.................................................43 ¡HEY! O COMO TATUAJES EN LA MEMORIA.................47 ¿POR DÓNDE ANDARÁ YOEL BOGDANSKY? ...............55 PARA QUE ALONA Y TALI SEPAN QUE...
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Sui Generis Somos Nosotros
LO PREFIERO A EDDY
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adie me saca de la cabeza la idea fija de que si lo hubieran conocido, Scholem Aleijem, Isaac Bashevis Singer, Sholem Asch, Albert Cohen y tantos otros gigantes de la literatura judía clásica lo habrían tenido como una de sus mejores fuentes de inspiración. Un personaje/ser que parece salido más bien de una historia de realismo mágico, Eddy no vino a este mundo solo para estar de paso. Su existencia casi mítica, de tan singular, solo la notan y comprenden otros seres humanos sensibles como él. A mi entender, es la prueba cabal de que «las apariencias engañan a los que odian y a los que aman». Que lo superficial, aquello que está a la vista de todos y que muchas veces esconde lo esencial de las cosas y los seres, es sin dudas uno de los grandes males de este incorregible mundo de los seres humanos. Sí, el verdadero Eddy se esconde. No está visible para cualquiera. 3
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Los que no conocen de verdad se lo imaginan simplón, indefenso, inseguro. Es cierto que puede ser un poco así. Pero a fin de cuentas, ¿quién no lo es? Yo mismo, que lo entiendo como pocos, dada la identificación mutua que poseemos, ya cometí el error de pensar que era así de indefenso. Una vez, cuando Marquinhos, nuestro compañero de clase en el Mosinzon, resolvió de forma impetuosa alistarse en el Ejército cuando en realidad no estaba obligado a servir, lo fui a acompañar a presentarse al servicio militar. Antes, pasamos el Shabat en la casa de la familia Zlotnitzki, en Be’er Sheva. En la mesa de la cena, el contraste era llamativo y la escena por lo menos incómoda. Marquinhos era pura felicidad ante su opción y el futuro que le aguardaba. En cambio, Eddy era puro sufrimiento y angustia, porque no quería servir y sí ir a la universidad, pero como la familia se había naturalizado israelí y Eddy estaba en edad de hacer el servicio militar, eran visibles su dolor y rebeldía ante su destino indeseado. Su padre (ya fallecido), en un vano intento de calmarlo e incluso de convencerlo de lo inevitable, aprovechó la situación y se aferró a la actitud de Marquinhos, como quien se aferra a una piedra para no ser arrastrados —él y su hijo— por las olas revueltas hacia las profundidades de ese mar amenazador: —Eduardo, hijo, toma como ejemplo la actitud de Marcos, que sin tener la misma obligación que tú, se presentará mañana de forma voluntaria. Me di cuenta de que esa frase fue el golpe fatal para Eddy. 4
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Sobrevino un llanto dilacerante. Fue una escena muy sufrida. Algo difícil de olvidar. En aquel entonces, pensé que me encontraba frente a un ser débil e indefenso. Ledo error. Pocas veces en mi vida me precipité tanto y caí en semejante equívoco al evaluar a una persona. El tiempo me demostró lo contrario. Y Eddy me demostró que me había equivocado completamente. Pocas veces me sentí tan realizado al cometer semejante error. El aparentemente frágil Eduardito, ese joven que lloró con rabia aquella noche en Be’er Sheva, se sobrepuso. A veces noto que él mismo no se ve de esa manera. Es una pena que no tenga conciencia de su valor. ¿Pero qué sucedió después de esa cena tan triste? Hasta donde supe, el servicio militar, que le parecía el fin de todo, en realidad fue la gran puerta de entrada a una nueva etapa de su vida. Eduardito, al que siempre pensé que le decían así por su estatura pequeña y delgada y su aparente esencia indefensa, fue rebautizado por sus compañeros de vida militar como Eddy. Para mí es un nombre que suena exactamente como es él: un artista, admirado y querido por mucha gente. Un gran y sensible artista. Pasó ileso por el Ejército, como varios otros de su generación. En cambio, Marquinhos, el impetuoso, no tuvo la misma suerte: su paso por la vida militar le dejó marcas profundas y arruinó para siempre su salud mental. Esa sí que es una 5
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historia triste. En cuanto a Eddy, logró realizar plenamente sus estudios. Supo refinar técnicamente su veta artística innata y se convirtió en uno de los buenos de su rubro, el diseño gráfico. Y esa es solo una de sus diversas cualidades artísticas. Eso sí, lo que concluí observándolo y conviviendo con él es que es un tímido incorregible. Pero apenas si sabe que la timidez lo vuelve extremadamente encantador. En él es algo natural, sin demagogias, sin apelar a trucos para hacerse el simpático. Es un hombre sencillo, tiene la mente abierta y llena de planes, sus cautelas y sus arrobamientos, aprecia lo bueno y lo lindo de la vida. Es una inspiración. Créeme, Eddy: te prefiero a ti, amado amigo hermano.
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Río, 30 de enero de 2006
SUBIDO A UN ÁRBOL A LOS 48
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oy me subí a un árbol. ¿Y qué vi desde allá arriba? Además del deslumbrante azul del mar y la infinita línea del horizonte, vistos sobre un frondoso árbol un bello día de verano en la tranquila punta de Leme, vi algunos pedazos de mi pasado que me definieron y aprecio muchísimo: vi la casona de la calle 7 de septiembre en Manaos, donde pasé una pequeña y feliz parte de mi infancia, subido a mi guayabo, juntando mangos de mi mango para vendérselos a las viejitas buenas en la puerta. Me acordé del viejo carbonero de la esquina y sus deliciosas galletitas de maranta. Escuché una vez más todas las canciones antiguas que cantaban mamá y mis tías, estirado y envasado en la hamaca paraguaya como un sultán. Me vi sentado frente a la vieja radio a galena, una de las piezas centrales del living y de mi mundo de fantasías por 7
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aquel entonces. Ahí escuchaba maravillado todos los días «las más bellas historias infantiles del mundo». Y entre curioso e intrigado, quería abrir la galena para ver cómo entraban y salían de ella esos seres maravillosos. Recordé las sesiones de los domingos en el cine Politheama. Volví a ver a mis viejos héroes de capa y espada, los grandes épicos que yo insistía en imitar en el inmenso patio de casa: «Los diez mandamientos», «Barrabás», «Ben Hur», «El Zorro» y el temible «Barba Azul», que quería «comerse» la boca de la bella muchachita a la fuerza: «¡Tía, le está comiendo la boca!», grité aterrado. «¡Quédate quieto, chico! Es solo un beso». Pero no se preocupen, no me traumatizó; al contrario, me transformé en un «vampiro besucón». Otro recorte del pasado que vi subido a aquella «máquina del tiempo» de tronco firme y sinuoso fue la foto en blanco y negro, sacada en el colegio Mosinzon de Israel, donde estamos Yeshua y yo sobre otra «máquina del tiempo». Pero en ese árbol, con nuestras largas y caracoladas cabelleras, nuestras sonrisas ya habían perdido un poco de la ingenuidad de la infancia y habían adquirido un aire de felicidad febril y la arrogancia de quien ya no es mero espectador, sino protagonista, los verdaderos héroes de nuestras propias películas. Ahora vivíamos en dos dimensiones temporales: el presente, que absorbíamos intensamente, y el futuro al que no le teníamos ningún miedo: allá apuntan nuestras miradas y toda nuestra energía en la foto. Solo habíamos perdido parte de la ingenuidad... 8
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«ENTONCES... O TENER QUE DEMOSTRAR QUE SOY YO MISMO»
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stábamos en la víspera de irnos de vacaciones con Mariza a España, donde nos encontraríamos con mis viejos y queridos amigos de la escuela Mosinzon: Mario, Yeshua, Eduardo y Sara Habib, Grushka, Henrique, el «Portuga» y otros que todavía no estaban confirmados. Esa vez habían quedado afuera, por motivos ajenos a su voluntad y para mi tristeza, Yoel y Eddy. La idea del viaje y el encuentro había sido mía. Un día, de repente, cansado de lo lento que venía con mi libro sobre los judíos en la industrialización de Amazonas, que por innumerables motivos se había transformado en una epopeya literaria y editorial tortuosa que estaba socavando mi salud, mi paz de espíritu y mi debilitada autoestima, tuve uno de mis típicos estallidos y me arriesgué: «¿Hacemos un viaje?». Mariza, compañera de todas las horas y luchas, no se hizo rogar 9
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y me respondió con un entusiasta «¡Sí!». Así di comienzo, con mi característica euforia, a los preparativos para el viaje. Después de un tiempo, mi euforia, mi entusiasmo y hasta mi inmensa alegría por poder volver a ver a mis adorados amigos y mostrarle a Mariza las tierras de El Cid, las tierras de nuestros antepasados, mis Elmaleh y sus Blanco, la rama originaria de su amado padre, el mítico Pedro Blanco, fueron reemplazados por una fuerte crisis de desánimo y temor, viejos conocidos míos de otras épocas que creía enterrados, o al menos sumidos en un sueño profundo. Fueron días y semanas del dolor más intenso. Casi no había momentos de alivio y muchas veces pensé en darme por vencido. Naturalmente, esa opción ni se discutía: ya estaban comprados los pasajes y reservados los hoteles, sin contar que el grupo había confirmado. Imagínense si los plantara... Después de todo, el que dio el puntapié inicial fui yo... Por no hablar de mi dulce compañera. Jamás podría desbaratar sus planes. Y yo, ¿soportaría esa frustración? «Entonces...». Esa expresión y situaciones de ese tipo son un lugar común en mi vida. Hoy, en la sesión de terapia con Dilmar, yo me refería a que ella siempre repetía que soy brillante y me puse a filosofar (esto me hace acordar a mi hija menor, Luna: «Papá, filosofas demasiado...»), diciendo que «cada piedra posee sus peculiaridades. Yo poseo la característica de un faro cuyo brillo de luz aparece y desaparece en la oscuridad una y otra vez, infinitamente». 10
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¿Pero qué hizo que la luz del faro reapareciera esta vez? ¿Cuál habrá sido su «Entonces...»? Por lo visto (?), fue el e-mail que recibí de una querida amiga de Manaos, la dulce Dina, una interesada y seria estudiosa de los judíos en la Amazonia, metida en su maestría, cuyo tema es el género femenino en la comunidad judía de Manaos. Y como en el ámbito académico local faltan especialistas en judíos, yo la vengo ayudando como «orientador extraoficial». «Nada como un historiador para dar un empujoncito, ja ja», decía ella. El tema del e-mail era: «Una ayudita». Fue suficiente para sacarme de aquel marasmo. Hecho un huracán, saqué de los estantes mi «biblioteca» sobre los judíos en la Amazonia brasileña y, como en muchas otras ocasiones, la luz del faro se encendió nuevamente y le iluminó el camino al barquito enarcado de mi existencia («Otra vez con la filosofía, ¿no, papá?», diría mi Lú). Según Dina, entre varias cuestiones, su orientadora le exigía comprobantes de «fuentes oficiales» sobre la presencia de los judíos en la Amazonia; por qué emigraron desde Marruecos; fuentes que comprobasen sus actividades... «¿O casi todas las fuentes son orales?». Me enfurecí, porque notaba —por la situación y también por mi paranoia a veces excesiva— que del otro lado había una «colega» que exigía demostrar lo evidente: ¡que los judíos existen! «Qué rigurosa, esta orientadora... ja ja. A veces me hace acordar de situaciones en la historia de los judíos en las 11
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que nos vimos obligados (y por lo visto siguen siendo el caso) a demostrar que existimos como pueblo “de verdad”». Esa fue la chispa que me encendió la necesidad de demostrar que yo soy yo mismo, de mostrar que existo, que tengo un origen (¿un útero, una cuna?). Que puedo enorgullecerme de mi lugar de origen y de lo que soy. Que poseo una «biblioteca» (¿un brillo?), la luz del faro que se esconde y resurge para guiarme. ¡Ah, sí! ¿Y el desánimo antes de viajar? ¿Y toda la lista de quejas que le había preparado a mi médico, el Dr. Gomes? Bueno, hasta pensé en romperla. No creo que el Elias descrito ahí sea yo. Por lo menos no en este momento... En este momento, la luz del faro brilla intensamente y mi barquito va viento en popa, cruzando el Atlántico; esta vez, en sentido inverso a aquel en el que navegaron nuestros abuelos, rumbo a las tierras de Iberia. (DEDICADO CON MUCHO AMOR Y GRATITUD A MARIZA, EL VERDADERO FARO DE MI EXISTENCIA)
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ÉL, ELLA Y TODOS NOSOTROS —Hola, Grushkito, ¿cómo les va? ¡Es Elie! Mariza y yo estamos pensando en pasar las vacaciones con ustedes en Buenos Aires. —¡Genial, Elie, vénganse! Los esperamos con los brazos abiertos. Y eufórico, la llamó a Kika: —¡Ángel, es Elie al teléfono, vienen a visitarnos de nuevo! Mañana vamos a ir a comprar y encargar el mejor jamón crudo de la ciudad. Y oí la dulce voz de Kika que respondió: —¡Claro! ¡Claro! ¡Mándales besos!1 Cuando lo conocí, allá por 1975, recién teníamos 17 años. Nuestro encuentro fue mi reencuentro con la verdadera dulzura humana. Es que hacía mucho que me asustaba la brutalidad 13
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de los seres humanos. No me había dado completamente por vencido. ¡No! Todavía era muy joven para rendirme. Todavía habitaba en mí la tal esperanza. Lo que llevaba conmigo desde corta edad era dolor, no desesperanza. El futuro y algunas de las personas que conocí por esos años eran mi timón. En particular, Horacio «El Rubio» Grushka —para mí será eternamente Grushkito— era el que más equilibrio y tranquilidad me transmitía. Otros compañeros de escuela de aquellos años también lograban estar mucho más tranquilos que yo. Varios también eran dóciles como él. Pero Grushkito rebosaba de ternura. Nunca fue de fingir que se destacaba socialmente en el grupo. Lo que más impactaba de su presencia siempre estuvo en su esencia y no en actitudes teatrales y superficiales para llamar la atención. Jamás pareció sufrir carencias y mucho menos egocentrismo. Pocas veces en la vida encontré a un amigo tan altruista y generoso. No hablo solo de cosas materiales, me refiero al espíritu, los sentimientos, sus prácticas de vida; en fin, a la verdadera naturaleza de su ser. Mido a mis amistades y pienso que todos los de nuestra clase también piensan lo mismo, por la consistencia de lo que compartimos y no por la necesidad que tenemos unos de otros. Al contrario, después de tantos años —42, para ser exactos—, ¿cómo podríamos tantos de nosotros, que vivimos lejos uno de otro, mantener por tanto tiempo la solidez de este cuerpo único? 14
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Nuestra amistad reside en el hecho de compartir un pasado común que comenzó en una etapa de nuestras vidas (el verdadero tiempo, ese que está en nosotros mismos y no en lo convencional). Como dice Mário Quintana, «Los amigos no se necesitan, se completan». Ese pasado casi mítico es la razón por la cual al estar juntos — cerca o lejos, física o espiritualmente— somos más nosotros mismos y tan complementarios. Y al juntarnos, personal o telepáticamente, nos completamos cada vez más, sin que nadie jamás deje de ser lo que es en esencia. Y así, sin olvidarnos nunca uno del otro, Grushkito y yo pasamos casi tres décadas sin vernos. Cada uno hizo su vida, construyó su historia personal, buscó nuevas razones para seguir adelante además de las del pasado. Mi camino me llevó de vuelta a Brasil tras un período por Europa, mientras que Grushka se juntó a Daniel, Eduardo y Sarita para alistarse como miembros de un núcleo de Nahal y vivir en Kibutz Meguido, en Israel. Las noticias que teníamos uno del otro llegaban por medio de nuestros amigos en común. En cambio, los recuerdos que guardábamos eran profundos y no necesitaban intermediarios, a tal punto que al reencontrarnos nuevamente veintisiete años más tarde, todo lo que teníamos eran muchas historias para contar y mucha nostalgia que matar. ¿Distancia? Nada. Parecía que uno acababa de volver de comprar comida para nuestro almuerzo en la panadería y el otro, de mandar unas cartas a casa en el correo. 15
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Para el siguiente encuentro, no dejamos que la vida nos robara tanto tiempo. Fui a un congreso en Buenos Aires y pasé una noche en su casa. Ahí conocí a su ángel de la guarda: Ángel, que para nosotros será eternamente la dulce Kika. Pasamos poco tiempo juntos, pero vivimos, como siempre nos sucede, momentos de mucho placer e inmensa ternura. Kika y Horacio me hicieron sentir como en un nido. Mimaron a este escriba hasta dejarlo al borde de ser incapaz de seguir recibiendo tanto cariño. Me harté de buen Malbec y comí sin ceremonia, casi solo, todo el sabroso jamón crudo argentino que me ofreció la pareja. Pese a estar cansados por todo un día de trabajo, nos quedamos hasta tarde recordando muchos momentos vividos juntos y con otros amigos, poniéndonos al corriente. Esa noche, cuando me fui a dormir, al poner la cabeza sobre la almohada y mirar alrededor la habitación donde me habían alojado, suspiré profundamente en pleno éxtasis por mí, por mi amigo y por el hecho de verlo viviendo en paz, ternura y plenitud, como tanto se lo merecía. Había notado que el hogar que habían construido su compañera y él era el reflejo de esa pareja encantadora que formaban. A la mañana siguiente, descansados y rebosantes de felicidad, tomamos la ruta rumbo al paraíso de Kika y Horacio en la tierra del Martín Fierro. En un complejo campestre rodeado de linda naturaleza, mis amigos habían construido, no sin batallar arduamente, una bella y cómoda casa. Ahí, descansa y se refugia esa tierna pareja de guerreros cada semana cuando 16
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sale de sus campos de batalla urbana. Una vez más, una auténtica gratitud tomó cuenta de mí. En la sincera alegría por aquella invitación para compartir con ellos sus momentos de intensa paz, noté otro acto de generosidad y ternura de esa pareja tan querida. Al día siguiente, partí de regreso a casa con una maleta extra llena de regalos. Pero me di cuenta inmediatamente de que el verdadero regalo que me había dado en esa estadía en su divina compañía eran los recuerdos inolvidables que me llevaría y que, como sabía, quedarían marcados en mi interior como memorias esculpidas en la sangre, los músculos, el alma. Pocas veces en esta trayectoria de vida maravillosa que se me concedió, con sus derrapes y avances, sentí tanta intensidad en tan poco tiempo. Al siguiente encuentro no fui solo (por suerte, hace mucho que no voy y vengo solo. Siempre estoy con ella, mi compañera Mariza). Mariza es única pero también, a su manera, es una de las mejores versiones de una «Kika» que encontré. Traten de imaginarse cómo fue nuestro viaje al mundo de Grushkito y Kika. Más todavía, porque se nos sumó el legendario Eddynho. La alegría, la orgía de felicidad fue completa. Mi compañera, que todavía no los conocía, quedó encantada y tan cómoda que pocos minutos después de los primeros saludos y presentaciones ya se sentía una de nosotros. No tardó en notar que estaba entre amigos. 17
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Nos recibieron con el mismo cariño de costumbre y una mesa llena de fiambre y buen vino: —Elie, te compramos una pieza entera del mismo jamón crudo que te servimos la vez pasada, ya que te había encantado — dijo Horacio en nombre de la pareja. Y yo pensé: ¿Cómo no sentirme en casa? Comimos, bebimos, nos pusimos al día. Pero en ese encuentro, aunque Grushkito se mostró como el mismo ser cargado de ternura que ya conocía, también nos sorprendió. Es que por primera vez en 42 años, lo oí contar algo que desentonaba por completo con lo que conocía hasta entonces de su historia de vida. Fue un horror. El Rubio nos abrió el corazón y desde lo más profundo de su ser, dijo: —Después de tantos años, volví a Argentina tan destrozado que me volví un desconocido para mí mismo. Mi experiencia con la guerra durante la invasión de Israel al Líbano me convirtió en un hombre duro y frío. Me embrutecí, me cosifiqué. No era un hombre, sino una máquina. Tardé mucho tiempo en recuperarme. Pasaron días donde llegué a creer que no habría vuelta atrás, que nunca volvería a ser yo mismo. Quedé pasmado por lo que acaba de oír, e imagino que a Eddy también le pasó lo mismo. El Rubio terminó su relato más tranquilo y señalando a Kika, dijo: Lo que me salvó fue encontrarla. Ella fue la que me ayudó a salir de ese infierno. Hoy todo eso es pasado. Luego fue a la cocina, abrió otra 18
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botella de vino, trajo más jamón y queso y nos sirvió a todos. —Queridos amigos, quiero brindar por la vida y por este y muchos otros encuentros. L’echaim! Y aliviado, noté que frente a nosotros estaba de regreso el viejo y buen Grushka. 1 En español en el original (N. del T.)
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ESCALERA AL CIELO : SOBRE UN BREVE PERÍODO EN MALLORCA 1
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n 1977, Beni, que todavía no había recorrido el mundo como terminaría haciéndolo, quizás decenas de veces, aún no era Benja, diminutivo de Benjamín. Benja era la versión familiar y casera de su nombre para sus padres, su amado hermano Horacio Z”L y todos sus compañeros de camino. Y la marca registrada de su origen latinoamericano. Se me ocurre que muchas veces un cambio de nombre representa una transformación, la adquisición y asunción de una nueva identidad. Pero hay casos en los que esto ocurre en una dinámica externa, independiente de nuestra voluntad. En nuestra escuela, a mí y a varios de mi generación que vivieron en Israel en las primeras décadas de su independencia, cuando el sionismo tenía una visión más radical de la vida judía en la diáspora y sentía la necesidad de romper definitivamente con 21
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los lazos del pasado, nos empezaron a llamar por nuestros nombres en hebreo. En particular, yo pasé de Elias a Elie, diminutivo de mi nombre hebreo, Eliahu. Confieso que me encanta mi identidad como Elie, la extraño mucho. Pero ya no soy él. Hace mucho que ese Elie se transformó en un yo del pasado y la nostalgia se debe al hecho de que esos años fueron felices, me marcaron y determinaron mi vida. Hoy, cuando los amigos que por aquel entonces me llamaban Elie me dicen Elias, me siento un poco traicionado, porque en mi querer, para ellos siempre voy a ser Elie. Pero es cierto que volví a ser Elias. Es el yo de entrecasa: la casa de la familia, la ciudad natal, las adoptivas. El de mi esnoga2* y mi comunidad, que siempre será la de origen, la de los primeros años. Donde descubrí mi primer y quizás el más importante grupo de pertenencia: la «casa judía». Pero por suerte soy muchos en uno solo. Confieso que durante muchos años esto me confundía. Sin embargo, hoy asumo y creo piamente que ser múltiple, además de mi esencia, es uno de mis más valiosos bienes. Enriquece mi espíritu, me hace más completo, pleno. Para mí me hace ser mejor. ¿Y no es eso lo que importa? Pero me imagino que con Beni fue distinto. Al final de 1977 me despedí diciendo: nos veremos pronto, Benja. Y así fue, nos seguimos viendo siempre hasta hoy. 22
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Cuando volví a verlo por primera vez él era el mismo, pero ya tenía otro nombre. Ahora era Beni. Lo habían nombrado —como decimos en haquitía— por segunda vez. Y su nombre nuevo no representaba una transformación en otra persona, era exactamente el mismo. Solo que ahora, Benja era un ciudadano del mundo. Esto me recuerda un poco el fragmento bíblico en el que Abram recibe de Dios no un nombre nuevo, sino una versión ampliada del mismo. Al patriarca del pueblo hebrero le agregaron tan solo una letra. Pero esa letra tiene un doble significado: el he agregado es la letra que representa uno de los nombres de Dios. Esta era la señal de un pacto entre el creador y aquella criatura que se transformaría en el padre de una nación elegida. Parece que a Beni, que en hebreo significa «hijo mío», también le ampliaron el nombre en sentido, importancia y significado, pero al mismo tiempo seguía siendo esencialmente el hijo de sus padres, que siempre lo llamarán hijo, y ahora se transformaba también en hijo del mundo. En un lindo día de ese año que cambió nuestras vidas para siempre, Beni se subió a una barca en el puerto de Barcelona rumbo a Palma de Mallorca por primera vez. A decir verdad, él emprendería ese viaje incontable cantidad de veranos, pero rumbo a otra isla del mismo archipiélago: Ibiza. Pero esa es otra historia. A pocos días de llegar a la isla, en una postal enviada a mí 23
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y Horacio desde el Poste Restante del Correo Central de la capital catalana, nos contaba maravillas de las experiencias que estaba viviendo y nos hablaba de Verô, una francesa a la que había conocido. Esas novedades me entusiasmaron y decidí viajar allá también. Compré un pasaje de barca solo de ida y una de esas noches del invierno ameno de la costa mediterránea catalana embarqué y crucé el mar hasta Palma, la capital del archipiélago de las Islas Baleares. Me pongo en el lugar de quien nació tras la llegada de internet y el smartphone, tratando de imaginarme cómo pueden concebir esos jóvenes que un día hubo un mundo sin esas parafernalias tecnológicas. Lo cierto es que incluso sin teléfono, solo con escuetos datos en una postal, alguien se aventuraría a encontrar a un amigo en una isla que hasta entonces le era desconocida. Y así hice. Así se hacía en aquel entonces. Sin miedo, porque no era una aventura temible, sino un acto común, cotidiano. Si bien que en ese viaje me ocurrirían cosas de película. Y nada de lo que sucedió tuvo que ver con sistemas de comunicación tecnológica. Ya en la barca, exhausto, elegí una reposera cualquiera y me despatarré lo más que pude con la intención de aprovechar las seis horas que duraba la travesía para dormir y descansar. Cuando estaba por quedarme dormido, se me acercó y me 24
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despertó una pareja, a la que ya había visto y con la cual —no sé bien por qué, si por intuición, paranoia o prejuicio— no simpaticé mucho. La actitud que tomaron entonces demostró que mi intuición era correcta y que mi recelo no era paranoia ni prejuicio. Se revelaron como un gran problema: —Hola3, perdona si estamos interrumpiéndote el sueño. Pero nos gustaría saber si te interesa comprar algo: hachís, ácido. Tenemos del bueno y a un excelente precio. Extremadamente furioso, respondí categórico: —No, les agradezco. No es lo mío. Y realmente me están molestando. Por favor, váyanse y déjenme dormir en paz — pero quién dijo que conseguí dormir. Me pasé toda la travesía despierto y alerta, mirando de reojo a la pareja sospechosa. A la mañana, cuando la barca atracó en el muelle de Peraires, en Palma de Mallorca, yo era el agotamiento hecho carne: un trapo humano. Al desembarcar, protagonicé y fui víctima de otro acto fascista de la policía española. Dos policías me eligieron a dedo entre los cientos de personas que salían de la barca y me abordaron de forma muy «civilizada», un primor de legalidad; —¡Documentos, por favor! Respiré hondo, buscando un resto de fuerzas y paciencia, y comencé a abrir el pequeño bolso que llevaba al hombro 25
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para buscar mi pasaporte, cuando uno de ellos me lo arrancó bruscamente de las manos, empezó a revisarlo y acto seguido tiró todo lo que contenía al piso, ahí mismo, en el medio de esa multitud inmensa que desembarcaba con prisa, y empezó a mover mis pertenencias con el pie para ordenar inmediatamente: —¡Júntelo y acompáñenos ahora! Me llevaron a un cuarto del puerto y me interrogaron como a un delincuente: Me pidieron el pasaporte, lo hojearon y dieron comienzo al interrogatorio, que más bien parecía una sesión especial al estilo de la DOI-CODI4. —¿Brasileño? ¿Qué vino a hacer a nuestro país? Respondí: soy un estudiante que hace turismo por España. —¿Turismo? ¿Y con qué dinero? ¿Cómo pretende sostenerse en nuestra ciudad con solo diez dólares en el bolsillo? ¿Cómo hace para que el dinero le alcance para viajar tanto tiempo? ¿Práctica alguna actividad ilícita en nuestra tierra? ¿Trabaja? Es ilegal trabajar sin visa con permiso, ¿lo sabía? ¿Consume drogas o las vende? Tiene el aspecto de un drogado, ¿lo sabía? Ahí entendí todo lo que estaba ocurriendo. Me habían elegido en plena multitud por mi aspecto exterior: mi enorme cabellera enrulada al estilo black power, que prácticamente ocultaba mi rostro y mi ropa. Y tenía puestos un enorme blusón multicolor 26
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y unos jeans muy gastados. Y como había dormido en toda la noche me ardían los ojos, sin duda debían estar muy rojos. Como decíamos, estaba «mandándome al frente solo». Exhausto y muy asustado, traté de responder a esa sesión inquisitiva: No trabajo ni practico ninguna actividad ilícita. Como dije, estoy de paseo y el costo de mis viajes se paga en parte con el dinero que gané trabajando en Israel y en parte con lo que deposita mi padre todos los meses en una cuenta bancaria en Barcelona. Y no llevo mucho dinero para no perderlo o que me lo roben. Tengo dónde parar aquí en la isla. Vengo a encontrarme con amigos y soy una persona que gasta muy poco. Al decir eso, por impulso me acordé de que tenía en el bolsillo del blusón un comprobante de una remesa bancaria que mi padre me había mandado recientemente. Jamás podría haberme imaginado que un simple pedacito de papel arrugado me sacaría de semejante apuro. Pero fue lo que ocurrió, por suerte: el inquisidor con uniforme de policía fascista que tenía en su poder mi pasaporte anotó una serie de datos sobre mí y me dijo en tono claramente amenazante: —Bueno, por esta vez escapó. Sepa que está fichado aquí y que tenemos todos sus datos. Ante cualquier actitud sospechosa lo detendrán. En esta isla es muy fácil encontrar a un extranjero como usted. Queda libre por ahora. ¡Trate de comportarse! Y tras decir eso, me arrojó el pasaporte que traté de juntar con las demás pertenencias que ellos habían desparramado sobre la mesa que nos separaba, me levanté y salí de esa sala 27
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pavorosa temblando y sin mirar atrás. ¡Uf! Estaba a salvo. Recién cuando me vi en la calle, ya bastante lejos de esa estación de barcas, mis latidos comenzaron por fin a querer volver a la normalidad; y mi corazón, que casi se me escapó por la boca en varios momentos de esas dos horas temibles que había pasado en esa comisaría, poco a poco comenzó a aquietarse y a querer volver a su lugar natural. Menos mal que en aquel entonces todavía no era hipertenso, ni siquiera sabía bien cómo era ser así. Bastó una caminata por la playa desierta que surgió frente a mis ojos a cuatro cuadras de la estación para relajarme y volver a encaminar mis pensamientos. Sintiéndome más centrado y tranquilo, noté que todo el cansancio de esa noche sin dormir había quedado atrás. Después de todo, con 18 años y toda la vida por delante, quién podía darse el lujo de cansarse... Dejé atrás la playa y busqué un lugar para tomar un café con pan... en realidad, un café con media luna5, como decían mis amigos argentinos. Hice mi pedido en el mostrador y me senté en una mesa cerca de la ventana para mirar el movimiento de la calle. Miré el reloj: las nueve de la mañana. Una linda hora para comenzar, de forma civilizada, mi estadía en la isla. Me tomé el café bien despacio, pagué la cuenta y aproveché para recopilar datos sobre cómo llegar a la Plaza Gomila, el 28
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lugar de encuentro con Benja y Verô. Para mi grata sorpresa, descubrí que la plaza no quedaba tan lejos de allí. El empleado de la tienda quiso explicarme cómo hacer para tomar un autobús hasta allá y no tardé en preguntarle cuanto tiempo tardaría en llegar caminando: —Con buen ritmo, como mucho en veinte minutos. Le agradecí, me despedí y como dicen hoy, «enfilé para Plaza Gomila». Al llegar, ya había un grupito de jóvenes locales reunidos en un rincón de la plaza. Me acerqué y les pregunté por Benja y Verô. Ya los conocían todos. Uno me respondió con una pregunta: —¿El argentino con su novia francesa, el que vende pósters de artistas? Deben estar por llegar. Siéntate y espera un poco que ya llegan. No pasaron ni cinco minutos y alguien gritó: —¡Elie, boludo! ¿Qué hacés?6 Era Benja, de la mano con una muchacha de sonrisa ancha y vivaz, piel clarita y una larga cabellera negra. Nos abrazamos un largo rato y luego me presentó muy contento a su nueva amiga: —Elie, esta es Veronica. Pero para los amigos, Verô. 29
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La empatía fue instantánea. No tardé en adivinar por qué. Verô era una joven llena de vida. Curiosa, sencilla. Compañera y compañía para cualquier aventura. Formamos un trío inseparable desde aquel primer día. Los jóvenes insulares de la plaza, que en su mayoría absoluta jamás habían salido de aquella isla mediterránea, nos rodeaban ávidos por oírnos contar historias de cómo era la vida en el continente y los diversos lugares por donde habíamos pasado. Y el tiempo pasaba entre conversaciones llenas de vida y la venta de pósters, los días tenían un ritmo sereno, pero intenso. Nada nos tiraba abajo. Las noches tenían una dinámica muy propia de aquellos años. Nos volvimos habitués de la discoteca La Polilla. —Benja, qué significa polilla. Él me lo explicó gesticulando y tratando de arriesgar un portuñol bastante oxidado, y logré entender que era un insecto y cuál. Pero él me dijo que la palabra poseía decenas de connotaciones. Y que cada uno se quedaba con la versión que más le gustase. En su caso, a él le gustaba lo que significaba coloquialmente en Perú: puta. Me pareció un nombre muy creativo y un lugar encantador, con una atmósfera sui generis. Benja y Verô parecían estar como en su casa, cuando llegamos ahí en mi primera noche en el lugar pude notar lo queridos que eran. Apenas pudieron me presentaron al dueño de la discoteca, Jorge, que me saludó efusivamente y dijo: 30
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—Los amigos de Benja y Verô siempre serán bienvenidos. Elie, esta es tu casa. Como siempre llegábamos temprano a La Polilla, solíamos sentarnos en la misma mesa, cerca de la pista de baile y la cabina del disc jockey. Para gastar poco, nos pedíamos un solo trago para dos. A Beni nunca le gustó el alcohol. En cambio, Verô tomaba bastante. Cuando nos daba hambre, salíamos e íbamos a un puestito que solo vendía perros calientes y papas fritas. Pedíamos un sándwich y una porción de papas para los tres, le vaciábamos el tubo de ketchup encima y comíamos como tres famélicos. ¿Acaso pasábamos por necesidades, vivíamos una vida miserable? ¡Para nada! Eso era un estilo de vida. El gran placer era vivir intensamente, de manera libertaria, sin fijar lazos de dependencia con lo material. Lo único que nos interesaba alimentar era el espíritu. Y para esa época ya sabíamos que no se podía sostener con dinero, sino con una vida plena e intensa. Al volver a nuestra mesa en la discoteca, notaba que había una canción en particular que sonaba muchas veces, a pedido de los frecuentadores, y cada vez que sonaba, Benja quedaba particularmente extasiado, casi en trance. Era una melodía dulce y bellísima. Como mi inglés era muy malo, poco y nada entendía de la letra. Pero no importaba, ya que la música era divina, un viaje. Y lo que más me maravillaba era ver a mi amigo-hermano tan contento por escucharla. 31
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—Beni, ¿qué es esta canción hermosa? —¿No la conocés, Elie? Es Escalera al cielo7, «Stairway to Heaven», de Led Zeppelin. Nunca es demasiado tarde para los encuentros definitivos. Si hay una razón por la cual vale la pena levantarse todos los días, es saber que cada día que se vive es como una Caja de Pandora, que pese a verter todo el mal sobre el mundo tiene como salvación la tal esperanza. No me preocupa sonar ingenuo, ya que todos los días, desde aquellas noches encantadas, una escalera salida de un suelo firme apunta a las alturas, rumbo al infinito del cielo. Por ahí subo y bajo cuando quiera, cuantas veces quiera, en un eterno ir y venir. Todo venía bien hasta que una mañana apareció en la plaza la pareja de la barca. Esta vez no me ofrecieron droga, sino que querían que yo los conectarse a mis conocidos. Más problemas, pensé. Y abruptamente me deshice de ellos y les exigí que no me vinieran a hablar nunca más. Sé que se quedaron por ahí y hasta donde entendí realizaron algunas ventas, pero no tuve nada que ver con eso. Pero desde aquel día no pude volver a tranquilizarme. La presencia de esa pareja realmente me incomodaba mucho. Y volvió a tomarme la intuición, que sentía la proximidad de un peligro. 32
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No hubo manera. A los pocos días, cuando me dirigía a la plaza para encontrarme con Benja y Verô, mi temor se hizo realidad. Se me acercó un joven mallorquín, Pablo: —Elie, no te acerques a la plaza, pues la policía te está buscando. Han arrestado a aquella pareja que vendía drogas por aquí y preguntado por un brasileño que según la descripción nos dimos cuenta inmediatamente de que eras tú. Le hemos dicho que no conocíamos a ningún brasileño, pero creo que no han quedado convencidos. Han dicho que sabían que tú estabas metido con la pareja. Creo que lo mejor es que te vayas, vete de la isla. Por lo que me había contado el joven insular, estaba en un verdadero aprieto... ¿Toda esa pesadilla de nuevo? La paranoia se apoderó de mí. No esperé a Beni y Verô para despedirme. Con terror a que me arrestaran, le vendí mi único bien —un reloj de pulsera— a mi informante para huir de la isla en avión, ya que él me dijo que no podía ir en la barca, porque la policía ya me esperaba en el puerto. Como tenía el dinero justo para comprar el pasaje, me fui al aeropuerto a pie. ¡Sí, caminando! Así de desesperado estaba. Y eso que no estaba a veinte minutitos de distancia. Tardé casi dos horas, y no a paso tranquilo, sino corriendo y mirando asustado atrás. Llegar al aeropuerto no calmó mi espíritu. Veía verdugos por todas partes y estaba aterrado, con miedo a que me arrestasen en cualquier momento. Fui al baño a ver si podía mejorar mi 33
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deplorable aspecto. Me lavé el rostro, intenté en vano peinar mis rulos rebeldes con la esperanza de mejorar mi aspecto, porque estaba exhausto, zaparrastroso y de dar miedo. Sin duda me agarrarían de nuevo. Sin embargo, pese a todos mis temores, pude embarcar y llegar sano y salvo a Barcelona. Pero ni aun así mi espíritu se tranquilizó. Me sentía culpable por haber abandonado la isla sin ni siquiera despedirme de Benja y Verô. ¿Qué le iba a decir a Horacio? ¿Cómo explicarle que había dejado atrás a su hermano? Cuando me reencontré con él y me preguntó inmediatamente por Benja, le conté agobiado y avergonzado lo que había pasado, tratando de explicarme y disculparme por esto, decirle que no tuve alternativa, no podía esperarlo para avisarle. Además, por lo que me habían dicho, era un problema conmigo, Benja no tenía nada que ver. Horacio me escuchó con atención y al terminar me dijo: —Elie, para qué tanto sufrimiento. Tranquilizate, vamos a tomar algo y conmemorar tu regreso. Pronto llegará una postal de Benja contando lo que ocurrió después de tu partida y cómo están Verô y él. Estoy seguro de que está todo bien. Así era mi amigo Horacio. Así eran los hijos del viejo y dulce Moishe. Nada los abatía. Pero yo seguía triste y más todavía, preocupado por saber el estado de Benja y mi situación, porque temía que la policía de 34
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Mallorca entrara en contacto con la de Barcelona y esta me buscara y me detuviera. No me parecía imposible. Después de todo, esa policía española posfranquista, dueña de ese tufillo fascista, era capaz de cualquier actitud perversa, eso lo sabía muy bien. Y así anduve varios días. Hasta que una mañana soleada de invierno, cuando nos sentamos a almorzar con Horacio en el Bar de Jimi, como quien no quiere la cosa, él saca del bolsillo una postal y me dice: —Elie, Benja tiene razón cuando dice que te quemás el coco en vano. Tomá, leé lo que nos escribió. Todavía aprensivo, tomé rápidamente la postal y empecé a leer: —Elie, realmente sos incurable. Por qué te quemás tanto el coco en vano. ¿Qué es eso de huir despavorido? ¿Sabías que todo lo que te contó Pablo era una gran mentira? Solo te quiso tomar el pelo. Tratá de aprovechar la vida, che. Pronto volveremos con Verô. Besos. Benja. 1 En español en el original (N. del T.) 2 Sinagoga (N. del T.) 3 En español en el original (N. del T.) 4 Siglas en portugués del Destacamento de Operaciones de Información y el Centro de Operaciones de Defensa Interna, órgano subordinado al 35
Elias Salgado Ejército encargado de coordinar la inteligencia interna y la represión, en particular de la izquierda armada, durante la última dictadura de Brasil (1964-1985) (N. del T.) 5 En español en el original (N. del T.) 6 En español en el original (N. del T.) 8 En español en el original (N. del T.)
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EL MUNDO ES UN PAÑUELO... Por Elias Salgado
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ecientemente, recibí la dulce y feliz visita de un viejo amigo-hermano mío, Dani Baram.
Habían pasado siete años (como si fuera un día) desde nuestro último encuentro, aquí mismo, en mi barrio, Flamengo, en la plaza del Largo do Machado. Para variar, la presencia de Dani me contagiaba su alegría y me atropellaba al hablar. El Elie —como me dicen mis amigos de Israel— de siempre: hablador, agitado, prolijo y ansioso. Como ocurre en estos encuentros tan animados, pero que solo se dan tras largos períodos de tiempo, pasamos en limpio nuestras vidas en común y por separado. Ritual que dirijo yo, lo necesito. Una inmensa y compleja profusión de sentimientos se mezclaba como si yo quisiera recuperar el tiempo perdido o arreglar algo del pasado que quedó incompleto o imperfecto. Siempre era así en los diversos encuentros con mis grandes
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amigos de la primera juventud, los que me quedaron marcados como auténticos tatuajes en la memoria y el buen querer. —¡Elie, te quemas demasiado el coco! Ese es el Elie filósofo que conozco hace tanto tiempo. Así Dani, en su dulce simplicidad objetiva, definía y resumía mi actitud habitual en esos momentos de gran emoción, cuando analizaba con deleite los momentos más importantes de mi vida hasta entonces. No sé a ciencia cierta cómo salió el tema en nuestra conversación. Creo que lo sacó Dani cuando le conté de mi hermano David, que volvió a la facultad y se transformó en guía turístico en Israel. Fue entonces que Dani mencionó a nuestra amiga común, Miriam Golan, también guía y brasileña. De Miriam a Yoel Carmel, otro guía brasileño, dimos un solo paso. El mundo es un pañuelo... —¿Yoel Carmel? —¿Conoces a Yoel Carmel? —Desde pequeño, te dije. Fuimos compañeros en el Hashomer Hatzair y somos grandes amigos hasta hoy. ¿Pero por qué la sorpresa? ¿También lo conoces? Guau, Dani, ¿hay alguien al que no conozcas? —Es verdad, conozco a mucha gente... Y a Yoel Carmel también. Tengo un «trayecto» con él. Bueno, a decir verdad, 38
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tengo varios «trayectos» en la vida. En eso somos muy parecidos, Elie. —Es verdad, Dani. Pero cuéntame lo de Yoel Carmel, estoy súper curioso. Lo que me contó Dani fue lo siguiente: Cuando se separó de Taly, la novia que tuvo al volver a Israel de nuestra estadía en Europa en 1977, ella se fue a vivir a un kibutz. ¡Pero claro! No tardé en deducirlo: el Kibutz Meguido, donde vive Yoel. —¡Eso! Ahí ellos se pusieron de novios. Un día me llama Taly —siempre mantuve una buena relación con mis exparejas— y me dice, bastante tensa: «Dani, creo que estoy embarazada y no sé si es hijo tuyo o de Yoel...». Me pidió que la acompañara a un examen y obviamente acepté. Yoel también. Traté de ponerme en el lugar de Dani e imaginarme la escena incómoda de dos desconocidos frente a frente, en la sala de espera de la clínica, aguardando mientras Taly se hacía el test de embarazo. Situación difícil para cualquier hombre, pero no tanto para Dani y Yoel. Esos dos están hechos de la misma materia que los demás seres humanos, pero parece que a la hora de mezclar los componentes, la fórmula se deshizo un poco y dio un resultado inusitado: dos seres que muchas veces no parecen provenir de este planeta o que no caminan ni viven como nosotros: flotan, de tan ligeros que son sus seres. 39
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Fue la única vez que se encontraron, hasta que casi 35 años más tarde, Miriam Golan le pidió a Dani que la ayudara llevando en coche a un grupo de turistas de un tal Yoel Carmel, con quien estaba de novia y que también era guía turístico, como ella. Así se reencontraron: —¡Caramba, Dani! Todos estos años me la pasé oyendo Dani por aquí, Dani por allí. Que Dani esto, Dani aquello. Primero con Taly y ahora con Miriam. Después Janete, su exmujer, vino a trabajar conmigo a la Agencia Judía para Israel: «Dani esto, Dani aquello». —¡Pero qué historia, Dani! El mundo es un pañuelo... —le dije. Me despedí de Dani en la parada de ómnibus, donde me prometió que nos veríamos de nuevo antes que él regresara a Israel. Más tarde, conversando con Mariza y contándole exaltado y emocionado mi encuentro inolvidable con Dani, le conté del «trayecto» sorprendente de Dani con Yoel, porque ella los conoce bien a los dos. Cuando terminé, Mariza, curiosa, me preguntó: —Sí, pero ¿al final ella tuvo el hijo? ¿Y de quién era, de Dani o de Yoel? Recién entonces me di cuenta de que al final no me había enterado del destino de aquella criatura en gestación, si es que 40
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Taly estaba en efecto embarazada... —Pregúntale a Dani —dijo Mariza. Y respondí: «¡No! De ningún modo. ¿Crees que me perdería la oportunidad de escribir esta historia y dejar a mis modestos lectores muertos de curiosidad? Después de todo, ¿qué clase de escritor soy?». Como podrán ver, no hay límites para lo que un ávido cronista es capaz de hacer por una buena historia. Hasta ayunar en vez de matar su curiosidad, la de su amada compañera y la de sus tan escasos lectores.
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NI UNA COSA NI LA OTRA Por Elias Salgado
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uando cumplí 50 años, también los cumplió todo un grupo de viejos amigos. En realidad, toda una generación, la de nuestra, la de 1958. Siempre me sentí hijo de una época muy especial. Acuariano de nacimiento, viví mi juventud como todos los de mi época: creyendo en la Era de Acuario. Ahora parece que mi generación y yo ya dejamos atrás esa etapa. Al menos así parece, ya que cada tanto mi grupo del Colegio Mosinzon insiste en fingir que todavía se puede soñar. Y así tratamos de reinventar la realidad o revivir el pasado, en encuentros periódicos de todos o parte del grupo. Son momentos donde se practica un auténtico ritual de adoración de la vida y de lo mejor que tiene para ofrecernos. Entonces se respira la sensación o incluso la creencia de que repitiéndolos siempre, estaremos como mínimo aumentando nuestras posibilidades de ser jóvenes eternamente, al menos mientras estemos por aquí. Algo como lo que decía el pequeño 43
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poeta sobre el amor, tal vez: «Eternos, mientras estemos juntos». Que se haga justicia. De todos los del grupo, los que más se empeñan y más presentes se hacen son Mario Montañez y Yeshua Martínez. Algunos dicen en broma que no son dúo, sino pareja, de tanto que recorren juntos el mundo viajando y cumpliendo esta noble misión nuestra de los encuentros en pos de nuestra eternidad. Y cuando cumplí 50 no fue distinto. De sorpresa, el querido e inseparable dúo invadió Río y tomó por asalto mi desabrida rutina, transformando mis días comunes en días de divinas orgías de felicidad. Fueron momentos memorables. Pero antes de la alegría y toda la fiesta, pasé por una pequeña prueba que me intriga hasta hoy. Por esas vueltas del destino, el mismo día que llegaron Yeshua y Mario yo tenía programada una consulta con mi urólogo, el Dr. Jeffrey Schmidt, un viejo compañero de la primaria. Era una de esas consultas incómodas: mi primer examen de próstata. Se imaginarán mi estado de tensión. En un instante, me di cuenta de que esa consulta tendría lugar 30 años después de la primera que había tenido con el «viejo» Schmidt, el padre de Jeffrey, inmediatamente después de volver a Brasil tras cuatro largos años viviendo en el exterior. En aquel entonces, me traje innumerables recuerdos de experiencias vividas, personas y lugares maravillosos que me 44
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marcarían para toda la vida. No solo traía recuerdos y nostalgia... De contrabando me acompañaba un pequeño contratiempo, muy común entre los jóvenes de mi época: una enfermedad venérea adquirida indirectamente en el apartamento-república en el que vivimos un tiempo con Mario en Barcelona, en compañía de muchachos y muchachas de toda España. Recuerdo que también estaba bastante ansioso antes de esa consulta... Y pensé que a los 50, todo lo que me gustaría pedirles a los cielos era una inocente enfermedad venérea —mal de jóvenes— y no un problema de próstata o vejiga, algo mucho más grave. Y peor: cosa de viejo... ¡Pero qué alivio! Por suerte no fue «ni una cosa ni la otra». Pocas veces me vi tan bien en una situación donde la cosa queda por la mitad.
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¡HEY! O COMO TATUAJES EN LA MEMORIA (Dedicado a los amados Alter)
—Pasaron siete años desde la última vez que nos encontramos —me dijo. —¡Caramba! ¿En serio, Beni? Cómo vuela el tiempo, parece que fue ayer... Así eran nuestros encuentros: infrecuentes, rápidos e intensos. Y pese a esos contratiempos, parecía que siempre estábamos juntos y que la distancia física y temporal no nos había separado. Eran las marcas de la verdadera amistad. Eran los registros hechos en la memoria, tal como verdaderos tatuajes que perpetúan una historia vivida y su continuo existir. Beni, el hermano de Horacio. Así lo conocían los compañeros del Colegio Mosinzon. Pero para mí fue mucho más que eso. 47
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Los Alter —Moishe, Sarita, Beni y Horacio— se transformaron, de forma natural, en mi familia adoptiva en Israel. Pasamos a ser como tres hermanos. Yo era el agregado, Elie, el tercer hijo. Mis shabatot libres los pasaba en casa de ellos, en Acre y después en Ra’anana, adonde se mudaron un tiempo después. Horacio (bendito sea su recuerdo) y yo salíamos del colegio y nos tomábamos un ómnibus en Hod HaSharon que nos llevaba hasta la unión entre Ra’anana con Kfar Saba, y de ahí otro que nos dejaba en la calle Ahuza, frente al edificio de los Alter. Dejábamos las mochilas en casa, le dábamos un beso a Sarita y cotilleábamos en su cocina. Luego bajábamos a encontrarnos con Moishe en el supermercado Shufersal, donde trabajaba. —Hola, chicos, ¿cómo están?1 ¿Cómo pasaron la semana? Hola, Elie, ¿cómo estás? ¿Alguna novedad de Brasil? Más de 40 años después, todavía la oigo como si fuera un eterno ahora, aquella dulce voz en aquel castellano con acento judío polaco. Recuerdo esa mirada inmensamente tierna de un hombre marcado por el tiempo y la dureza de la vida, pero cuya ternura jamás lo abandonó. Ahí estaba él, ahora vestido con un uniforme de empleado de supermercado, como ese hombre del que hablaban nuestros sabios: «¿Quién es rico? Aquel que está contento con su suerte». —Miren, chicos, tienen que decidir qué vamos a hacer con el apartamento de Acre, si lo vendemos o nos lo quedamos. 48
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Ninguna respuesta. Horacio y Beni no parecían darle importancia al tema. Como les insistió, respondieron: —Bueno, papá, haz lo que mejor te parezca. ¿Qué tiene de llamativo esta escena, se preguntarán? Es que en aquel entonces, Horacio y Beni eran dos jóvenes, uno de 17 y otro de 19 años. ¿Qué clase de padre maravilloso era ese que compartía con sus jóvenes hijos la decisión sobre un tema tan importante? En mi casa de origen, cada vez que me daba curiosidad un tema relacionado con el patrimonio material, mi padre preguntaba: —¿Ya estás queriendo enterrarme para quedarte la herencia, mocoso? Las dos actitudes son ejemplares: la primera crió a dos hombres de negocios exitosos, pero completamente desinteresados en el dinero como fin. Para ellos, el dinero siempre fue el medio, lo importante es la «historia». Entendiéndose por historia todo lo que involucre su actividad: el trabajo en sí (que siempre es fuente de placer), los nuevos lugares que conocían trabajando (conocieron todos los rincones del mundo), las personas a las que conocían por el camino (si uno quiere viajar a algún lado y no conoce a nadie allí, basta decir que es amigo de Horacio y Beni Alter). En cambio, la segunda crió a siete hijos de un comerciante de éxito sin ninguna tendencia a los negocios rentables... Me les sumaba a la mesa como el sexto miembro de la familia. Comía extasiado el schnitzel de pollo de Sarita como si fuera 49
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la quintaesencia de la cocina familiar. Por fin estaba de nuevo en casa. Décadas más tarde, en un reencuentro con Sarita, le recordé cómo me gustaba su comida y que siempre les contaba a todos en Brasil que mi «madre adoptiva» de Israel era una hábil cocinera y sus cenas de Shabat, verdaderos banquetes. —Nada que ver, Elie, no tenían nada de especial. Después de todo, cualquier cosa sencilla le agradaba al viejo Moishe, que como buen polaco nada tenía de sofisticado. No éramos solo amigos y hermanos por afinidad y adopción. También nos convertimos en grandes e inseparables compañeros de viaje. Con ellos viajamos dos veces a Europa, estuvimos en las Islas Baleares y en las Canarias. Vivimos cerca de un año en Barcelona, una de las experiencias que más me marcaron en mi trayectoria hasta aquí. A esa aventura se sumaron Danyl, durante un breve período, y Mario, al final de mi estadía, con quienes también viví momentos inolvidables. Cuando se enfermó Horacio, Beni no me contó, quizás por dos motivos: primero, para ahorrarme semejante dolor; después de todo, un cáncer terminal en la cabeza a los 32 era demasiado... Y sin duda porque siempre creyó que Horacio saldría vivo de aquel infierno. Pero un día sonó el teléfono en casa y una voz entrecortada pero extremadamente familiar me dijo: —Elie, ocurrió un balagan2. 50
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Fue todo lo que pudo pronunciar y enseguida un grito desesperado y profundo, acompañado de un llanto que jamás había escuchado, salió de las entrañas de Beni e invadió mi ser. Hubo un segundo de silencio y una voz femenina tomó el teléfono del otro lado de la línea: —Elie, es Mónica, la esposa de Beni. Desgraciadamente, Horacio falleció. No deje que me contara mucho por teléfono, necesitaba ver a Beni, abrazarlo, besarlo, oírlo de él y llorar con él. Y así lo hicimos, hasta que el tiempo, este ente de doble personalidad, no sin mucho dolor, hizo lo suyo. Si hay una herida que jamás cicatrizará en nuestras vidas es esa: cómo, cuándo y por qué partió Horacio. Fui a encontrarlo a la galería del Cine São Luiz; lo había invitado a tomar un café a mi apartamento. En el camino, avergonzado, trataba de explicarme (excusarme) como siempre, inútilmente, tratando de prepararlo para que no se sorprendiera con el hecho de que mi casa fuese tan pequeña. —¡Sí, Elie, lo entiendo! Como una habitación. Mucha gente vive así en Nueva York y Tel Aviv —me afirmó, dándole poca importancia a mis preocupaciones o queriendo ahorrármelas. Era el viejo Beni de siempre. Deslumbrado con todo lo verdaderamente bello e importante que tiene la vida: los lugares, la naturaleza, las personas, sus historias y claro, la buena música. El resto es eso, un resto, no tenía valor real... 51
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No es que no le gustaran la comodidad y las cosas materiales como a cualquier buen mortal, sino que sabía muy bien cómo priorizar las cosas. Siempre había sido así, este ser tan libre, ligero y suelto. Tal como la letra de la canción3. —¡Hey...! Una palabra de solo tres letras y una mirada que millones de otras palabras jamás lograrían describir. ¡Ay! Qué pobre es la lengua oral e incluso la escrita para expresar ciertas cosas y sentimientos... ¡Hey! Fue la interjección que usó cuando le abrí la puerta de mi minúsculo cubículo residencial. Pero para su mirada, que tan bien conozco hace más de 40 años y que solo logro sentir, nunca tendré suficientes palabras de expresión. Me sentí tan recompensado por la cálida mirada de aprobación de mi amigo que hasta el día de hoy, cada vez que cruzo el umbral de mi puerta, me detengo y miro el interior de mi casa con otros ojos, una mirada de eterna gratitud a mi amado amigo, que me enseñó a mirar mejor dentro de mí mismo. ¡Gracias, Beni! Y me viene a la memoria la vocecita dulce de la pequeña Marina Eva, mi sobrina nieta postiza, con sus manitas levantadas y el dedo que señala todo lo que ve enfrente, ya sea un objeto, una persona o una bella flor, y dice: ¡Qué lindo! 52
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1 Todos los diálogos en cursiva de este texto están en español en el original (N. del T.) 2 Confusión, caos en hebreo (N. del T.) 3 De la canción «Dancing Days» de Lulu Santos (N. del T.)
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¿POR DÓNDE ANDARÁ YOEL BOGDANSKY? (Río, marzo de 2003)
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Por dónde andará mi viejo amigo Yoel Bogdansky?
Hace más de 14 años le perdí el rastro al antiguo compañero de exilio. Su recuerdo me quedó en la memoria de los antiguos tiempos del colegio y aquella última vez que lo vi, cuando nació mi primogénita, Tamara. En aquel entonces, mi gran amigo llegó a casa con un puro cubano para conmemorar conmigo y así aumentar mi infinita felicidad de padre primerizo. Pero nuestra amistad se remonta mucho más atrás. Yoel es titular indiscutido de mi selección de amigos eternos del Mosinzon. De él guardo en el recuerdo de aquellos años dorados del exilio israelí imágenes que llevaré conmigo toda la vida: su maleta impecablemente ordenada, con todo bien planchado y olor a la casa de mamá. Siempre me impresionaron su genialidad y la generosidad para compartir con los amigos 55
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sus amplios conocimientos y sus hallazgos, especialmente los literarios y los musicales. Gracias a él conocía a Edgar Allan Poe, a Belchior, la voz de la divina Elis Regina y tantas otras cosas de Brasil que me había perdido, ya que había llegado a Israel un año antes. Juntos nos divertíamos con los israelíes, aproximación que lográbamos quizás por nuestro hebreo avanzado o nuestro encanto brasileño... Solo sé que de ahí surgió otra gran y dulce amistad: Dvora Boimovitch. Con Marquinhos y Yoel formábamos el trío brasileño. ¡Aún conservo una foto nuestra en blanco y negro, donde estoy en el centro rodeado por ellos dos, que simulan darme una tremenda paliza! Una foto de la época en la que Yoel, Jabib y Yeshua hacían chug1 de fotografía. En el reverso de la foto, una dedicatoria de Yoel a mí, en hebreo impecable: «Le Eli, ma she maguia lecha! Kabel be ashket – Yoel» (sería algo así como «¡A Eli, lo que te mereces! Recíbelo en silencio!»). Y los inolvidables viajes. A Eilat, para divertirnos y ganar un dinerillo extra trabajando en los hoteles de aquel balneario; a Jerusalén, donde conocimos a unas chicas chéveres: Iudith, que naturalmente se enamoró de los lindos ojos verdes de Yoel y a quien él no correspondió. Siempre fue muy de encerrarse en sí mismo y a veces bastante enigmático... Y otras dos bellezas que conocimos en la ciudad vieja, una rubia despampanante y una morocha de mirada dulce, cuyos nombres no logro recordar, pero cuyas fotos mantengo en mi 56
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álbum de aquella época. Al terminar los estudios nos separamos. Yoel partió a cumplir su sueño largamente demorado y merecido: estudiar Ingeniería Aeronáutica en el Technion de Haifa, Olimpo de los dioses de la tecnología de punta en Israel. Allí conoció a su Adinah, de quien me dijo una vez tras tantos encuentros y desencuentros: «Esta griega es la mujer de mi vida». Y eso que el tipo era duro y difícilmente se abría mucho con esos temas. Me encantaba verlos juntos y los apoyaba mucho. Pero el destino no les fue favorable... Ya de regreso en Brasil, él solía quedarse en casa, en la época que viví con Mary. Fue en ese entonces que me regaló con dedicatoria a mí y a Méri (con su ortografía fiel a las leyes de nuestra lengua materna, el portugués) un vinilo de Milton Nascimento, Sentinela, una auténtica perla de la música nacional, que solo gustos refinados como el de Yoel podrían regalar con tan buen tino. Durante muchos años, ese disco fue mi compañero de recuerdos de ese amigo tan querido. El viejo vinilo se perdió en las vueltas de la vida, pero la previdente mamá Claudia escogió el álbum en forma de CD para que mis hijas me lo regalasen. Y así pude rescatar una parte sustancial del recuerdo de ese gran compañero, como hago cada vez que escucho el CD y en particular, la voz de Mercedes Sosa recitando a Brecht: «Hay hombres que luchan por un día y son buenos Hay otros que luchan por un año y son mejores
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Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos Pero hay los que luchan toda la vida. Esos son los imprescindibles» Y en esos momentos de pura felicidad y nostalgia, siempre me preguntó: ¿Seré yo también un imprescindible como tú, Yoel Bogdansky? 1 Curso (N. del T.)
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PARA QUE ALONA Y TALI SEPAN QUE... 1
Río, 17 de febrero de 2008
H
ace solo 10 horas que dejé a Mario y Yeshua en el aeropuerto para que embarcaran rumbo a Buenos Aires. Fue suficiente tiempo para llegar a conclusiones obvias. Sí, sé por qué vinieron, cuál es la verdadera importancia y el objetivo de la pequeña visita de esos dos ángeles de mi vida. Somos viejos amigos hace más de 35 años. Compañeros de escuela, cómplices de un pasado de juventud, que cada vez que lo recordamos recargamos las pilas y ganamos por un tiempo la dulce sensación de que somos seres especiales, casi legendarios; verdaderos héroes de la misma historia que nos une. También sé que vinieron porque somos amigos y nos gusta aprovechar cualquier buena oportunidad para estar físicamente juntos. Y nuestros 50 años de vida fueron un motivo fantástico para eso. 59
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En esos encuentros, que ocurren recién cada tres o cinco años, pasamos en limpio nuestra historia común y personal. Nos miramos firmes uno al otro y nos decimos, creyéndolo devotamente: «¡Qué jóvenes somos todavía! ¡Qué bien que estamos!». Ponemos en práctica todas nuestras energías vitales y tratamos de aprovechar cada momento como si el mundo se hubiese detenido por un breve lapso de tiempo... Dejamos fluir nuestras cualidades más nobles y también nuestros defectos más oscuros. Hablamos de eso, ponemos algunos en práctica y constatamos lo que ya sabemos hace 35 años: «¡Amigos ante todo, siempre!». Y esta vez no fue distinto... «La pasamos muy bien juntos», constatamos, como dice la letra del viejo samba: «Todo está en su lugar, gracias a Dios, gracias a Dios». Esas son nuestras conclusiones en común de esos encuentros, pero sin duda, cada uno de nosotros tiene también sus conclusiones personales... Y quiero hablarles sobre mis conclusiones acerca de este último encuentro: Son las 4:30 de la madrugada, Mariza está durmiendo como un ángel y yo estoy en la mesa del living con todos los regalitos que me hicieron: una película porno, una linda lapicera estilográfica, perendengues como burla porque cumplí 50 años, fotos y las imágenes de mi memoria visual; y en el medio de todo, un libro con el método Easy way to stop smoking2. 60
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Confieso que al recibirlo, no me simpatizó demasiado. Pensé: «¡Qué cagada! No voy a leer esto, me incomodará y se meterá con un problema que no estoy preparado para enfrentar por el momento. ¡No creo en estos métodos, no sirven para nada! Otro de esos productos de marketing de los estadounidenses». Pero un regalo siempre es un regalo... Trate de aproximarme al libro. Lo abrí y leí más tranquilo las dedicatorias. Las dos me aseveran con el mismo mensaje obvio: «¡Eli, tenés que parar de fumar!». Pensé, las releí, las releí y repensé y se me encendió la lamparita: «Lo que quieren mis grandes amigos es que me cuide para tener una vida larga y sana. Nada más obvio viniendo de dos amigos que me quieren tan bien». Pensé qué bueno sería parar de fumar para tener una vida más larga y sana y poder aprovechar otros encuentros como este con Mario, Yeshua y toda la gente a la que amo tanto. Nada mal. Pero no me pareció suficiente para convencerme y motivarme a luchar contra la adicción. No tardé en acordarme de ustedes, Alona y Tali, y de sus hijos, que una vez más se quedaron en casa, mientras sus hombres viajaban y dejaban a sus familias por unos días para trabajar, visitar y festejar con un tal Elie los 50 años de este. Y fue justamente pensando en ustedes, que se quedaron esperándolos en Plantation, que descubrí el verdadero sentido 61
Elias Salgado
de esta misión de ellos. Nosotros no nos conocimos en persona. Todo lo que sé sobre ustedes y sus hijos viene de fotos y lo que me cuentan ellos... Lo que quiero hacer con estas palabras mías es tratar de explicarles algo que seguramente ya saben: «qué especiales son estos muchachos». Y lo que realmente quiero agregarle a esto es: a ellos siempre les agradezco por esos encuentros. Pero llegué a la conclusión de que necesito pagar una gran deuda, agradecerles a ustedes y a mis sobrinos queridos por cederme unos días a estos dos «caballeros del Apocalipsis» y decirles que yo creo que el amor y la capacidad de amar de cada persona son únicos y válidos para todos. Y que si hay algo que estos dos hombres saben hacer muy bien es amar como pocos, ¿verdad? Y lo mejor de todo es que todos estamos en sus listas de predilectos, soy testigo». Y para concluir quiero agradecerles nuevamente y recordarles que así como Yeshua y Mario, «yo también las quiero muchísimo». Gracias, «mujeres de Atenas». Eli Salgado PD: Si logro dejar de fumar, les prometo que con la plata que ahorre me tomo un avión y me voy por fin a Plantation para agradecerles a todos juntos por existir, personalmente.
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1 En español en el original. Excepto donde se indique, todos los fragmentos en cursiva están en español en el original (N. del T.) 2 Una forma fácil de dejar de fumar, en inglés (N. del T.)
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