CAROHANA 4

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CAROHANA C AROHAN A El gran instrumento de Octavio Paz fue la lengua de todos los días. El 31 de marzo de 2014 se cumplió el centenario de su nacimiento.

Octavio Paz en la Biblioteca Nacional de España.

Nro. 4 / Febrero 2015


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EDITORIAL

El intelec tu puesta e al total y su n claro d el idioma.

José Pulido

JUAN VILLORO

Octavio Pa z: de princip io a n.

l o universa

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Mexican

Cristopher Domínguez

Mario Vargas Llosa

Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL). Instituto Pedagógico “Luis Beltrán Prieto Figueroa”.

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EL MOR E HOMEN RE CAROREÑ O AJE A L OS 89 D EN GUILLE RMO M ORÓN E

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Cómo no s Llegó la Música

DIRECTOR

CARLOS M. MONTENEGRO

Juan Páez Ávila

“Cuand o quiero llorar no llo Otero Silv ro”, de Miguel a JACQUELINE GOLDBERG

REVISTA CULTURAL

ESPEJO D E UNA ÉPOCA

JEFE DE REDACCIÓN

Pilar García Pinacho e Isab el Pérez Cuenca

Reinaldo Chaviel

José Pulido Wilfredo Páez Gallardo Julio Bolívar Fausto Izcaray Jorge Euclídes Ramírez Rafael Montes de Oca Martínez

EDITORIAL

CONSEJO

Gorquin Camacaro

DISEÑO Andreina Rincón Barquisimeto, Venezuela Todos los Derechos. Copyrigth c Septiembre año 2014

GRÁFICO

DIRECTOR DE ADMINISTRACIÓN

AGOSTO.

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El resulta do con los m de conversar uertos CARLOS FRANZ

Enrique Viloria Vera

Cátedra libre literaria: Juan Páez Ávila

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Crónica sd La Corte el Olvido M José Pulid alandra de o

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"La eda d de oro holande ya tiene sa" m Ámsterd useo propio en am

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Contra la

muerte

Rosa Montero Eduardo Liendo: “N o soy el escritor q ue soñé”

HUMBERTO SÁNCHEZ AM AYA

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CONT


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mócrata te, un de Don Quijo rda de izquie Germán Arciniegas

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ny e expresió Libertad d s ma otros poe EDUARDO MAYOBRE

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EL IÁN ENTRE EL GUARD NGER LI SA . D J. – CENTENO

Leonardo Pereira Melendez

rdinero

El Falso Ja

Jorge Euclides Ramírez

R DE JULIO

EL LECTO

Literatura e misterio d identidad o el e la pae lla

Eduardo Mendoza

"Memori as impe rfectas", un pase o por el mapa de las le tras arge ntinas Josefina Delgado

VERNE

Redescu briendo al padre António Vieira, un genio en el ost racismo

Almudena Grandes

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recía que enca El Hombre ost el amor-p Orlando Álvarez Crespo

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RCA GARCÍA LO FEDERICO IA U Q A M O Y LA TAUR

Rey Rosa : elegiría cuentos frente a novelas por instinto d e conse rvación Los 10 m ejo los tiemp res libros de todo os, s autores fa según 125 mosos Yvonne Rodríguez

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Magdalena López

POETA R AF CADENA AEL S Dennis Pérez

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Primer C apítulo d e la novela LA OTRA BA N de Juan Páez Ávila DA

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EDITORIAL

OCTAVIO

PAZ

Sería muy extraño, y hasta insólito, que Octavio Paz fuese conocido hoy en día como biólogo, mecánico, ganadero o agricultor, por mencionar algunos oficios y profesiones. Nadie niega que pudo dominar cualquier profesión que quisiera o soñara. Pero desde su infancia todo parecía indicar que sería un observador de la existencia, un intérprete de la sociedad y de su tiempo, un narrador de circunstancias y un evaluador de sentimientos. En pocas palabras: se le veía lo poeta y lo escritor. Se le notaba el filo de tasajear tragedias. Su abuelo era editor y escritor de novelas históricas y su padre fue un miembro de la revolución mexicana. ¿Cómo seguirlos, cómo imitarlos, cómo rendir un homenaje cariñoso a ambos? El escritor mexicano Juan Villoro, quien lo conoció en profundidad, escribió lo siguiente: “De niño oyó a su abuelo, el editor y político liberal Ireneo Paz, y se acercó a los rumores de la plaza de Mixcoac, donde se mezclaban los feligreses de la iglesia, los vendedores ambulantes y los pregoneros de la Revolución. En la Guerra Civil española presenció una escaramuza y descubrió una lección de otredad: incluso el enemigo tiene voz humana”. La madre de Octavio Paz era una dama española, portadora de una cultura templada en un idioma que contiene orígenes épicos. Octavio Paz vivió parte de su infancia en Estados Unidos, aprendiendo otra lengua y mirando un modo de vida distinto al suyo. Estudió Derecho y luego Filosofía y Letras. Su primer trabajo fue con las misiones educativas del general Lázaro Cárdenas cuando este era presidente de México. Después de eso vivió dos años en Nueva York y San Francisco, también conoció París a fondo; en la capital francesa se desenvolvió como diplomático y también fue embajador en la India y recorrió Japón. Es bien sabido que después de los libros, nada enseña tanto como los viajes. Conocer otros países es como graduarse en la diversidad cultural del mundo verdadero. Siendo muy joven, en los dos años que vivió en Estados Unidos, entre 1943 y 1945, tuvo como habitación el guarda ropas de dos ancianas, ubicado en el sótano de un hotel, en San Francisco, donde además consiguió un empleo doblando películas. Eso se lo comentó en una carta al poeta español Pere Gimferrer. Octavio Paz no tenía otra alternativa que ser el gran creador de mensajes que fue y que sigue siendo. El intelectual total, como ya lo mencionó Juan Villoro en un ensayo excelente y justo. Villoro puntualizó: “La riqueza de su pensamiento suscita la impresión de que sólo se ocupó de temas complejos, fundamentales, altamente sofisticados. El inventario de sus intereses incluye las luchas sociales del siglo XX, los presocráticos, el arte tántrico, Sor Juana y Siglo de Oro, Marcel Duchamp, el mito en Mesoamérica, el estructuralismo, las vanguardias, el PRI, el erotismo, las drogas, el haikú y el expresionismo abstracto. En libros como Blanco y Ladera Este su poesía adquiere elevada temperatura intelectual: versos que son ideas. En opinión de Alejandro Rossi, fue “un enamorado de la modernidad”. No rehusó la experimentación ni el diálogo con otras disciplinas. Enciclopédico y torrencial, parecía dedicado a la desmesura de construir la civilización de un solo hombre”.

José Pulido

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Mario Vargas Llosa

Mexicano universal Entrevista con Mario Vargas Llosa Para Vargas Llosa, Octavio Paz dio en sus revistas voz al liberalismo en un momento en que la mayor parte de los intelectuales creía solo en la revolución. En esta entrevista recuerda al Paz polemista y crítico brillante, pero sobre todo al poeta y amigo. La descripción que de Octavio Paz hizo Mario Vargas Llosa en uno de sus artículos podría aplicarse también al Nobel peruano: “No fue nunca un diletante ni un mero testigo, siempre un actor apasionado de lo que ocurría.” En la siguiente conversación, Vargas Llosa detalla su amistad con Paz, el legado de sus dos emblemáticas revistas y el espíritu polémico con que se condujo hasta el final. ¿Cuándo y cómo se produce su primer encuentro con Octavio Paz? Con su obra, en los años cincuenta, cuando estaba en la universidad. Un amigo mío, el escritor y ensayista Luis Loaiza, me prestó un día una pequeña plaqueta: era “Piedra de sol”. Todavía recuerdo la enorme impresión que me produjo y lo sigo considerando uno de los grandes poemas modernos de la lengua. Así conocí a Octavio Paz y, desde entonces, comencé a leer su poesía, que llegaba a Perú en las ediciones del Fondo de Cultura Económica. Años más tarde, vivía en Europa y ahí descubrí sus ensayos que me revelaron a un gran pensador. En los años sesenta lo conocí personalmente en Londres, en donde nos vimos con frecuencia. La simpatía fue recíproca y, desde entonces, mantuve con él una amistad que nunca se interrumpió, que nunca tuvo sombras. Incluso, cuando en México yo hablé de la “dictadura perfecta” en el Encuentro Vuelta, que él organizó, tuvimos una cierta discrepancia, pero no un distanciamiento. La amistad nunca se rompió. Él sabía de la enorme admiración que yo le tenía, una admiración que primero se dirigió al poeta; y que se extendió luego al ensayista y, más tarde, a la persona. En Octavio se dio la conjunción poco frecuente de un gran poeta, de un pensador importante y de una persona que siempre fue, desde el punto de vista cívico e intelectual, un modelo de coherencia. Por el espíritu con que actuó siempre –sin temor de ir contra la corriente–, fue una figura excepcional, marginal y que nunca cedió al oportunismo. De entre la vasta obra poética y ensayística de Octavio Paz, ¿cuál es la que siente más próxima a usted? La obra maestra de Octavio Paz es Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe. Para mí es, quizás, el libro de crítica más importante que se ha escrito en lengua española en el siglo XX. En el pasado, solía pensar que el mejor libro en ese rubro era el de Ezequiel Martínez Estrada dedicado a Martín Fierro, un volumen realmente extraordinario que, a partir del poema de Hernández, sostiene una magnífica interpretación de lo que es Argentina y de la problemática latinoamericana. Sin embargo, aun con ese antecedente, Las trampas de la fe es más rico. Es uno de esos libros donde se conjuga la erudición con la rigurosa investigación histórica, y que al mismo tiempo está escrito con elegancia, con belleza estilística, con profundidad. Al igual que la obra de Martínez Estrada, Paz utiliza como punto de partida un tema –la vida y obra de Sor Juana– para trazar un mural asombroso, en este caso, de lo que fue la vida en la Colonia, no solo en México, sino en toda América Latina. Situó a la región en el contexto, por una parte del pasado prehispánico y, por otra, del presente occidental, europeo. Lo leí con verdadero deslumbramiento. ¿Cuál es, a su consideración, la mayor virtud de Octavio Paz como ensayista? Me costaría trabajo decir si fue mejor poeta que ensayista. Creo que fue importante en ambos ámbitos. Es poco frecuente el caso de un escritor que puede abandonarse a la pura inspiración –a la fantasía, a esos vuelos surrealistas en que la intuición, las emociones y el sueño devoran a la razón– y, al mismo tiempo, ser un ensayista que acude siempre a la inteligencia y al conocimiento para desarrollar una tesis. Octavio Paz era un autor que, además, conciliaba intereses locales y globales. Fue un apasionado de México –escribió constantemente sobre el pasado y presente mexicanos, sobre las manifestaciones del arte y la literatura de su país– y también fue un ciudadano universal, un hombre que se movía con gran facilidad en el mundo de las letras norteamericanas, francesas, europeas. Era un ejemplo de lo que debe ser un intelectual de nuestro tiempo: afincado en su mundo, pero con la mirada abierta hacia todas las perspectivas; incapaz de sucumbir a la visión pequeñita, provinciana, regionalista, nacionalista. Con todo, al revisar su vida, uno no deja de sorprenderse de lo activo que fue: por un lado, como funcionario, debió de atender preocupaciones diplomáticas y, por otro, como hombre de cultura, siempre estuvo al tanto de la actualidad política y literaria en distintos idiomas. Tenía múltiples intereses y una curiosidad profundamente universal. En 1971 nace en México Plural, una revista cuyo aliento continuaría en las páginas de Vuelta durante muchos años. ¿Qué evaluación haría hoy de la impronta que dejaron esas dos publicaciones? La aparición de estas revistas fue fundamental, en tanto dieron voz y expresión a todo un movimiento latinoamericano que carecía de tribunas. En ese momento, ninguna revista había alcanzado el nivel de Sur, o de El Hijo Pródigo, ambas con influencia continental. Cuando Octavio lanza Plural llena un vacío flagrante y desolador. En Plural, América Latina era sin duda una preocupación primordial, pero nunca fue percibida como un continente aislado; tenía que tener todas sus puertas y ventanas abiertas al resto del mundo, interesarse por lo que ocurría del otro lado del océano y tratar de que lo latinoamericano también encontrara una audiencia. Por otra parte, en el plano político, tanto Plural como Vuelta cumplieron una función importantísima: cuando apareció la primera, la vida intelectual estaba todavía marcada por el marxismo y por el mito de la revolución armada; la izquierda de ese momento había devaluado la democracia porque pensaba que era la máscara de la explotación y un

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instrumento del imperialismo. La izquierda actuaba, convencida que solo la revolución resolvería los problemas sociales, las grandes desigualdades y las injusticias en nuestros países. Las revistas de Octavio fueron otra voz, una que defendía la cultura democrática y la libertad. Al mismo tiempo, se trataba de publicaciones muy abiertas, donde todos los matices políticos encontraban expresión. La función que tuvieron esas dos revistas fue importantísima para la literatura latinoamericana, quizá debo decir, para la literatura en lengua española. Usted, a partir de la entrada de los tanques soviéticos a Checoslovaquia, pero sobre todo con el encarcelamiento y posterior exilio del poeta Heberto Padilla, se aleja definitivamente de la Revolución cubana. Paz, tengo entendido, no se había pronunciado públicamente sobre el particular, pero en 1971 lo hace. ¿Tuvo usted contacto con Paz en ese año? ¿Hablaron del caso? La posición democrática de Octavio fue siempre muy clara. Durante mucho tiempo debió de ser desgarrador para él tener un cargo diplomático bajo el régimen del pri, un sistema que de algún modo estaba en contradicción con su postura política. Sin embargo, luego de la matanza de Tlatelolco y tras su renuncia a la embajada, su posición fue más clara. Octavio mantuvo una línea de gran coherencia democrática. En ese sentido, su posición también sirvió para que muchos escritores que se sentían marginados por la aplastante presencia del marxismo y el socialismo radical entre los intelectuales latinoamericanos, pudieran manifestarse y sentirse, por decirlo de alguna manera, menos huérfanos. Pienso que, en ese sentido, la obra de Paz es también una obra impagable.

Ilustración: Raúl Arias

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EL INTELECTUAL TOTAL Y SU PUESTA EN CLARO DEL IDIOMA

JUAN VILLORO / México

Borges generó la ilusión de que había leído todos los libros y revisado todas las bibliotecas. Su erudición parecía tan absoluta que, en su caso, el olvido era una forma de la cercanía y la espontaneidad. Importa poco saber si sus alusiones se basaban en conocimientos reales. Su destreza literaria nos hizo sentir que así era. Lo singular es que ese intrincado universo dependía de certezas y pasiones cotidianas. En su último relato, La memoria de Shakespeare, el protagonista hereda los recuerdos del tumultuoso autor inglés y descubre, asombrosamente, que son tan comunes como los de todos los hombres. Ya Beatriz Sarlo señaló con acierto que el Borges metafísico, tan discutido, se sustenta en el Borges orillero, menos valorado. Algo similar sucede con Octavio Paz. La riqueza de su pensamiento suscita la impresión de que sólo se ocupó de temas complejos, fundamentales, altamente sofisticados. El inventario de sus intereses incluye las luchas sociales del siglo XX, los presocráticos, el arte tántrico, Sor Juana y Siglo de Oro, Marcel Duchamp, el mito en Mesoamérica, el estructuralismo, las vanguardias, el PRI, el erotismo, las drogas, el haikú y el expresionismo abstracto. En libros como Blanco y Ladera Este su poesía adquiere elevada temperatura intelectual: versos que son ideas. En opinión de Alejandro Rossi, fue “un enamorado de la modernidad”. No rehusó la experimentación ni el diálogo con otras disciplinas. Enciclopédico y torrencial, parecía dedicado a la desmesura de construir la civilización de un solo hombre. Enciclopédico y torrencial, parecía dedicado a la desmesura de construir la civilización de un solo hombre Es fácil advertir la originalidad de Borges al abordar la literatura fantástica como una rama de la filosofía. Más complicado resulta advertir ahí el eco de sus caminatas de barrio. La imaginación es como la memoria de Shakespeare: su lejano fulgor depende de una chispa que pasa inadvertida por ser demasiado próxima y que surge de las asperezas diarias. La galaxia de intereses pazianos deriva un mismo estímulo: el lenguaje que escuchó con fervor crítico. De niño oyó a su abuelo, el editor y político liberal Ireneo Paz, y se acercó a los rumores de la plaza de Mixcoac, donde se mezclaban los feligreses de la iglesia, los vendedores ambulantes y los pregoneros de la Revolución. En la Guerra Civil española presenció una escaramuza y descubrió una lección de otredad: incluso el enemigo tiene voz humana. No es casual que se interesara en la antropología, de los Tristes trópicos de Claude Lévi-Strauss a Las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castaneda. Cazador de palabras, admiró la libertad del surrealismo, pero, como Buñuel en Los olvidados, quiso devolverlo a una realidad intervenida por el inconsciente. Su gran instrumento fue la lengua de todos los días. No es casual que algunos de sus títulos provengan de refranes o frases hechas: Las peras del olmo, Libertad bajo palabra, ¿Águila o sol? (nuestra manera de decir “¿cara o cruz?”). Su mayor logro en esta línea fue convertir un término de electricistas en una opción intelectual: Corriente alterna. En 1943 escribió elocuentes artículos sobre el habla popular mexicana. Ahí se ocupó del vacilón, la muy mexicana manera de bromear: “Elvacilón es una especie de pinchazo que desinfla globos públicos y privados. Es una advertencia contra la 06

vanidad y la fanfarronería, contra las posturas excesivas o patéticas”. Dedicó otro texto al ninguneo, ejercicio vernáculo que convierte a los demás en sombras, y adelantó las reflexiones que en El laberinto de la soledad dedicaría a la chingada: “Los mexicanos, en lugar de convertir a su madre en ramera, la sustituyen por otra: la nada”. Una y otra vez renovó su idioma en el acervo popular, celebrando las “fantasías y delirios verbales de los mexicanos” Una nota policiaca llamó su atención: el suicida Juan Camacho había muerto exclamando “qué sabroso veneno”. Esto lo llevó a una reflexión sobre los placeres de la muerte, del mismo modo en que la costumbre de vestir pulgas lo llevó a considerar que sólo un país de inmensos volcanes podía admirar tanto las miniaturas. Una y otra vez renovó su idioma en el acervo popular, celebrando las “fantasías y delirios verbales de los mexicanos”. No es casual que escribiera el prólogo a Nueva picardía mexicana, de Armando Jiménez: “Aquí sí hay lenguaje en movimiento, continua rotación de las palabras, insólitos juegos entre el sentido y el sonido, idioma en perpetua metamorfosis”. Algunos de sus mejores textos representan un juego de rotación entre lo culto y lo popular. En el poema Las palabras, escribe: “Dales la vuelta,/ cógelas del rabo (chillen, putas),/ azótalas,/ dales azúcar en la boca a las rejegas […]házlas, poeta/ haz que se traguen todas sus palabras”. La consigna encarna en otros textos: “Esta vez te vacío la panza, te tuerzo, te retuerzo, te volteo y voltibocabajeo, te arranco el pito, te hundo el esternón. Broncabroncabrón. Doña Campamocha se come en escamocho el miembro mocho de don Campamocho”. Afrenta, risa, desmadre: poesía de Octavio Paz. Su vasta obra fue, entre otras cosas, una puesta en claro del idioma. La hondura y variedad de sus ideas provocaron que en ocasiones fuera percibido como un autor de gabinete, de exclusivo interés para un círculo de selectos especialistas, un especulador ajeno al flujo de la vida. Nada más falso. Sólo alguien abierto a los misterios de la sencillez podía escribir esta estampa de Miguel Hernández: “Lo conocí cantando canciones populares españolas, en 1937. Poseía voz de bajo, un poco cerril, un poco de animal inocente: sonaba a campo, a eco grave repetido los valles, a piedra cayendo en un barranco”. Su principal gesto poético fue el de atrapar el instante como un destello cargado de otro tiempo Paz supo oír la caída de las piedras, las voces sueltas, el oleaje de lo diario. En su discurso de aceptación del Premio Nobel se refirió a la vigencia del mundo indígena: “Nos habla en el lenguaje cifrado de los mitos, las leyendas, las formas de convivencia, las artes populares, las costumbres. Ser escritor mexicano significa oír lo que nos dice ese presente — esa presencia. Oírla, hablarla, descifrarla: decirla”. Su principal gesto poético fue el de atrapar el instante como un destello cargado de otro tiempo. Vivimos con facilidad en el recuerdo del pasado o la anticipación del porvenir. ¿Dónde está el presente? Octavio Paz buscó ese esquivo momento. En su aniversario, el idioma cumple cien años de presente.


Octavio Paz: De principio a n

Cristopher Domínguez presenta la primera biografía integral del Nobel mexicano.

MARINA GÓMEZ-ROBLEDO Madrid Octavio Paz con su esposa, Marie José Tramini

Octavio Paz se sumergió en su México natal. Lloró sus tragedias, gozó de sus bailes y luchó por su cambio. Calcó en su prosa la esencia, historia y pluralidad de su país. Los poemas del premio Nobel de literatura (1990), cien años después de su nacimiento, siguen descubriendo las máscaras de los mexicanos. Numerosos libros se han escrito sobre él y sus obras, pero del Octavio Paz más íntimo solo corrían, hasta ahora, rumores. El historiador y ensayista Christopher Domínguez Michael (Ciudad de México, 1962) presentó ayer, en el Instituto de México en Madrid, la que él defiende como la primera biografía completa del poeta mexicano: Octavio Paz en su siglo. Una de las razones de esta tardanza, según explica el propio autor del libro, es que el archivo de la vida de Paz está disperso y sin organizar. Para completar su obra Domínguez entrevistó, entre otras investigaciones, a una veintena de amigos y compañeros del escritor, intelectuales mexicanos y a su viuda, María José Tramini.“Fue una charla muy concisa, pero muy rica”, confiesa el escritor. Con quien no llegó a reunirse fue con la única hija del poeta, Elena Paz Garro, quien murió a los 74 años, el pasado 30 de marzo, un día antes de que se cumpliera el centenario del nacimiento de su padre: “Por fortuna ella dejó sus memorias las cuales, con las debidas precauciones, son muy útiles”. Domínguez presenta en su libro la tormentosa relación de Paz con su primera esposa, Elena Garro; el distanciamiento con su hija, su pasión por la pintura que se contrapone a su indiferencia por la música, su trayectoria política, su inalcanzable lucha por 07

dialogar con la izquierda mexicana, su segundo matrimonio, sus pensamientos marxistas y liberales, y su gran capacidad para entender el presente. Todo regado de anécdotas, críticas y la propia obra literaria del Nobel mexicano. “En sus grandes poemas hay dos polos: la historia como la pesadilla de la que no se puede despertar y el erotismo como la única salvación al infierno de la historia. Lo que está en medio es la poesía como una tentativa para atrapar al presente”, subraya el autor, que trabajó en la revista Vuelta fundada por Octavio Paz en 1976. Durante casi diez años, Domínguez estuvo presente en las reuniones que dirigía el autor de El laberinto de la soledad: “Yo hacía ejercicio de oración mental para retener fragmentos completos de lo que decía y escribirlo en mi diario en cuanto llegaba a casa”. Esta relación laboral es una de las razones que han llevado al ensayista a indagar y relatar la vida de su exjefe. “Escribir la biografía ha sido como pagar una deuda. Tuve la fortuna a los 26 años de entrar en el consejo de redacción de la revista, y el privilegio de reunirme con él por lo menos una vez al mes”, afirma Domínguez, que define a Paz como un hombre “agradable y generoso”. El libro salió a la venta el 29 de noviembre en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México). Ya está traducido al francés y el autor espera que también se edite en inglés. Asegura, sin ninguna clase de complejo, que llegarán biografías mejores y con una mayor documentación, pero el suyo es el primer intento de narrar la vida completa del Nobel mexicano de literatura: “No es definitiva, ni autorizada, pero es la primera biografía integral del poeta”.


CARLOS FRANZ

TRIBUNA

El resultado de conversar con los muertos Octavio Paz dice que la pasión por cambiar se ha transformado en una tradición Una forma de honrar a los escritores muertos puede ser discutir con ellos. La discrepancia resucita sus obras y, en todo caso, es mejor que la indiferencia o el olvido. Quevedo sostuvo que leer es conversar con los difuntos y escuchar con los ojos a los muertos. Pero discrepar con ellos puede ser incluso mejor, para conservar su memoria. En su ensayo La tradición de la ruptura (parte de una serie de conferencias dictadas en Harvard) Octavio Paz arguyó que lo moderno rompe constantemente con el pasado para mantenerse moderno. El libro data de 1971 y ahora estamos celebrando el centenario de Paz. Por lo cual, si leyéramos literalmente su tesis, la actualidad ya habría roto con él y sus ideas hace mucho tiempo. Sería un desperdicio, porque su ensayo es más incitante que nunca. Octavio Paz asevera que nuestra moderna pasión por el cambio se ha transformado en una tradición. Sin embargo, enseguida detecta la antinomia implícita en su idea: “La tradición de la ruptura implica no sólo la negación de la tradición, sino también de la ruptura”. Por supuesto, porque: “Si lo tradicional es por excelencia lo antiguo, ¿cómo puede ser lo moderno tradicional?”. Está entre las mejores costumbres del ensayo clásico formular preguntas que no van a responderse. Tras 20 páginas de disquisiciones brillantes y eruditas, Octavio Paz deja su tema más o menos donde lo encontró. La modernidad rompe con el pasado porque está enamorada del futuro, nos dice. Pero, como el futuro no existe todavía, lo moderno se queda siempre en el presente que es inmediatamente pasado. Ingenioso, pero tautológico. El poeta mexicano disfrutaba con los razonamientos circulares. Al lector que discute con los muertos esa circularidad lo inquieta. En qué quedamos: o bien, la modernidad se deshace del pasado o bien vivimos atrapados en un presente que ya es pasado, porque lo moderno ya es antiguo. Lo anterior parece un trabalenguas, o mejor, un “trabapensamientos”. Y quizás lo sea. Es posible que Octavio Paz fuera demasiado moderno para poder romper ese círculo vicioso de la modernidad. Pero nosotros podemos sospechar que tal círculo encierra un falso dilema. En el ensayo del escritor mexicano hay un indicio de angustia "moderna" ante la influencia del pasado La modernidad puso una carga semántica negativa sobre los hombros de la palabra tradición. Hoy se entiende a la tradición, en general, como algo desgastado, caduco o difunto. Se cree que el arte, la literatura y más aún la cultura y la sociedad, deberían desembarazarse de ese peso muerto para ser “absolutamente modernos”, como clamaba Rimbaud (¡hace un siglo y medio!). Quizás eso ocurre porque la modernidad sufre de una profunda angustia de las influencias (en los términos de Harold Bloom). Los modernos sentimos un miedo pánico a venir “de antes”, a no tener la prioridad, a estar en deuda con el pasado. Nuestra maniática publicidad de lo novedoso tiene su correlato 08

en un brutal ninguneo de lo antiguo (para subir el precio de lo posterior hay que desvalorizar lo anterior). Paz lo sintetiza así: “La época moderna —ese periodo que se inicia en el siglo XVIII y que quizá llega ahora a su ocaso [escribía en 1970]— es la primera que exalta al cambio y lo convierte en su fundamento”. ¿La primera época? ¿No será ésa una idea tradicional? Todas las épocas han querido considerarse “la primera”. Octavio Paz era brillante y culto. Y sobre todo era un poeta. No iba a despreciar lo antiguo en nombre de la actualidad. Sin embargo, en su ensayo hallamos un pequeño pero decidor indicio de angustia “moderna” ante la influencia del pasado. Paz emplea en la primera página de su texto, casi literalmente, la definición de tradición que da el Diccionario de la Lengua Española. Pero no lo menciona. Tal vez porque los vanguardistas, a los que fue muy afín, solían ridiculizar ese repositorio del lenguaje (en Rayuela, de Cortázar, el diccionario es llamado “el cementerio”). Como fuera, ese primer significado de la palabra tradición es: “Transmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos, costumbres, etcétera, hecha de generación en generación”. En su quinta acepción el diccionario es aún más ágil y sintético. Define la tradición —para efectos jurídicos— simplemente como “la entrega a alguien de algo”. La tradición puede contener a la modernidad porque ha significado desde antiguo algo dinámico. Y bien sabemos que todo proceso dinámico implica cambios. De tanto buscar una tradición de ruptura actual, puede que Paz no viera lo que tenía delante: que la tradición siempre ha roto consigo misma. El primer emperador chino quiso acabar con las tradiciones anteriores quemando sus libros y enterrando vivos a los académicos que los conocían. Este brusco cambio, tan “moderno”, ocurrió hace dos mil doscientos años. Todas las épocas han sido tradicionales y modernas. Todas han querido fijar su herencia para el futuro y todas han modificado lo que heredaron del pasado. Sencillamente porque al recibir una tradición tuvieron que interpretarla (incluso mediante el fuego y la muerte). Leer desde otra época siempre es interpretar. Y no hay interpretación exenta de deseo o prejuicio. Así nuestras lecturas presentes modifican a la tradición, tanto como la influencia de la tradición modifica el presente. Cuando conversamos con los difuntos ponemos palabras en su boca. Al escuchar a los muertos con los ojos, ellos cambian nuestra mirada. Interpretando a Octavio Paz de ese modo rompemos con su idea de tradición moderna. Pero seguramente él habría estado encantado, porque tal ruptura nos hace —desde su punto de vista— muy modernos. Cosas que pasan al conversar con los difuntos.


Enrique Viloria Vera

Guillermo Morón

EL MORERE CAROREÑO EN HOMENAJE A LOS 89 DE GUILLERMO MORÓN En todos los playones quedaron las muestras de aquella aguazón tan grande, Madre de Misericordia, que nos vamos a tragar el pozón, o más bien que ya ni sé lo que digo, más bien será que nos ahogaremos en el solo pozo que hay desde El Calvario hasta San Dionisio y desde la Divina Pastora hasta el Cerrito de la Cruz. Guillermo Morón

El Morere es río hipócrita: calmo, se agazapa para sin aviso ni protesto embestir a raudales, luego, furibundo, engulle, devora, a su paso de marabunta, en su vuelo de hambrienta plaga, todo lo que encuentra en tierra, hasta la propia alma sin hueso ni músculos de la gente. Apacible, sus playones y pozos son lugar para el solaz, la conversa y el amor. Furioso, su invencible corriente, su enardecido torrente, es látigo sangriento, mapanare engatillada, bestia malandra negadora de lo humano y de lo divino. Cuentan los venerables ancianos caroreños que cada crecida arrolladora de su farsante río es obra del mismísimo Anticristo, venganza del propio y mañoso diablo que anda, suelto y sin control, desde hace siglos por la villa: “La ciudad de Carora ha experimentado una grande y lastimosa ruina. Una inundación sin ejemplo del río que la baña, cuando el río Morere en lengua ajagua, superior a cuanto se creyera posible, ha anegado toda la población, poniendo en consternación a toda la ciudad y sin dar tiempo para extraer de las casas los efectos de más precio.” Un buen día, imprevistas como siempre, a chorros, inadvertidas e inoportunas “las aguas llegaron en silencio a la ciudad. Fueron las aguas de octubre, en la oscurana de la medianoche, llegaron sin previo aviso, tomaron todas las entradas y todas las salidas (…) todas las boca – calles, a todos los barrios, lentamente, con paso de gato deben haber llegado porque nadie las sintió sino cuando comenzó, de una sola vez, el asalto a la casas.” Porque el Morere es así, rencoroso, malévolo, vengativo, carente de sentimientos y de fidelidad, resentido, cuando se enfurece no hay dique, ejército, barreras, oraciones, penitencias, promesas a la Divina Pastora que lo regresen, amansado, domado, a su aparente sereno cauce. Los caroreños no miden el paso del tiempo por calendarios lunares ni solares, tampoco se refieren, como en Cuicas o Arenales, a cuando pasó el cometa y mucho menos llevan a su boca la caraqueña expresión de cuando la peste. Para los siempre pendientes del río, el tiempo se calcula por las imprevisibles y mortíferas crecidas del Morere: “a Don Nemesio (…) la inundación le tumba la casa, pero la vuelve a construir, carajo, 1825, 1848, en mayo fue la vaina, en mayo florido, mes de María, llovió como los mil diablos tres días seguidos, 1893, carajo, la guerra civil desde la independencia, Joaquín Crespo, ese ladrón, es el Presidente, y de ahí para acá pura inundación, 1916, 1922, 1933, qué vaina, ése es el siglo de las inundaciones, once meses de sequía y un mes de inundación, la república tiene la culpa, carajo.” Desde la fundación de la villa en 1569 por Juan del Tejo, los naturales de Carora han sido bañados por el sudor y por el río, ambos han definido el ritmo de la vida, el tono de la ciudad, el 09

quehacer de los caroreños. El calor es constante y permanente, conocido y sin afeites, se aguanta estoicamente, se soporta en el chinchorro, en la infaltable siesta vespertina, de dos a cuatro, la hora del burro, se refresca con ventiladores y abanicos, se sobrelleva vistiendo ligeras ropas, tejidos benévolos como el blanco dril o el inmaculado algodón. El río es ambivalente, camarada franco y dadivoso la mayor parte del año, notorio y puñetero traidor cuando se le sube la marea, se le obnubila la corriente y se olvida de sus orillas: “no hay peor cuchillo que el propio amigo” sentencia conocedora la popular sabiduría. En efecto, desde su fundación, en 1569, y sobre todo en su refundación, por Juan de Salamanca, en 1571, el río bribón ha sido un torrente de agua necesario no sólo para calmar la sed y tranquilizar el calor sino también para establecer límites, marcar fronteras, delimitar linajes y genealogías. El Morere es “por muy variadas razones común, comunero (…) porque desde antaño, desde la segunda fundación en el lejanísimo año de 1571, el río común, comunero, ha servido para diferenciar a los caroreños. En primer lugar porque los fundadores, seleccionaron la llanada más sombreada para construir el convento viejo de San Francisco, cuyo huerto se llenó con los árboles frutales que sirvieron de buena y grata comida a las primeras familias que daban de comer al convento para que el convento diera de buen comer a las primeras familias. Cuando las tapias del convento se rajaron porque las primeras familias no pudieron darle de comer a los frailes, entonces se quedó el bosque entre las viejas paredes del viejo convento y la calle Falcón que es un nombre desaparecido, aunque en la Jefatura, en el Concejo y en el Juzgado, pero no en la Parroquia, se siga poniendo al pie de todas las escrituras públicas y privadas Dios y Federación, porque Dios se ha ido de Carora, por lo visto allí no convive con el diablo, ya que nadie pregunta por el Dios de Carora y todo el mundo sabe que el diablo de Carora sí existe y allí tiene su morada permanente (…) El río Morere común, comunero, nació allí para diferenciar precisamente a la comunidad. Claro está que ya no hay río, sino en las crecidas, cuando el diablo de Carora decide darle unos carajazos a los caroreños, por malucos y por muérganos y por haber echado al fraile y al boticario, riéndose de ellos a carcajadas, con una procesión que hicieron las familias principales para burlarse del último franciscano, el último fraile del viejo convento, salieron en procesión al mediodía, cuando nunca jamás se hacen procesiones a mediodía, con tanto calor debajo de los mesones donde se mecen los santos (…) porque también las familias principales y fundadoras la cogieron con el boticario, muy buen caroreño y muy buen católico, enemigo del diablo de Carora, pero no es antiguo, ahora el boticario creció, creció y creció tanto


que tiene la casa más alta de la ciudad, la Azotea, entonces se quiso hacer otra procesión al mediodía, pero como todo el mundo recuerda los inmensos calorones y sopores que empaparon la ropa de las familias principales y fundadoras cuando lo del fraile, prefirieron hacer en esta oportunidad una procesión que comienza con el fresco de la noche, que comenzara a las ocho y terminará a las diez, porque las familias deben recogerse temprano; la procesión fue muy divertida, comenzó con una velada para honrar a la Virgen María, con un verso compuesto para la ocasión; continuó con una pedrera que le echaron a la Azotea todos los muchachos de la Plaza Bolívar, menos Francisco que lloró amargamente durante una semana porque ya no podía comer mangos en el bosque de San Francisco ni practicar en la botica del boticario Doctor Emil, claro, se trata también de que el boticario debe ser turco o algo peor, judío (…) el boticario salió corriendo, las familias principales y fundadoras no quisieron beber cerveza ni cocuy ese día, sino suero y tisana, que ambas bebidas son muy digestivas, muy buenas para dormir sin pesadillas.” No vayamos a creer que el río travieso y jodedor que inunda la ciudad de Carora es un inmenso mar de agua dulce como el deslumbrante y excepcional torrente que contempló, con sus ojos enrojecidos y aguardentosos, el Almirante genovés en uno de esos viajes largos, corajudos y en carabela, cuando después de virar del rumbo de Trinidad, se topó inopinadamente con las aguas revueltas y tumultuosas de un río milenario e ignoto que no podía ser sino uno de los cinco que riegan los jardines del Edén, esta Tierra de Gracia. No, el Morere es modesto, pero jodido; chiquito, pero cumplidor; pequeño, pero embraguetado. Tampoco pensemos que es un solitario cascarrabias que no tiene afluentes ni otros torrentes secundarios que lo alimentan siempre, demasiado en ciertas épocas de lluvia, cuando las aguas de cielo y tierra lo alebrestan, alborotan y encabritan para envalentonarlo y ponerlo belicoso, envalentonado cabrón: “este río chiquito (…) echa inundaciones sólo por joder la pita cuando le sale de las bolas, tiene sus nacimientos en ciertos escondites de las estribaciones andinas, pero toma la mayor parte de sus oscuras, espesas aguas, de las quebradas, zanjones y rendijas y huecos más diversos. Están, por ejemplo, el incógnito río Camoruca con sus fuentes en la serranía Jirajara, como quien va para el Zulia, y la escondida Quebrada del Pescado en la raya de la zona de los Estados Federales de Lara y de Zulia (…) Y ambas aguas se dan un pequeño, cordial y todavía fresco abrazo por las cercanías de Puricaure (…) y, juntos río y quebrada, se constituyen legalmente en Quebrada de Agua Blanca, cuya corriente ya empieza a calentarse, aumenta el caudal del río común, comunero, que ya adquirió su legítimo nombre desde el pueblo de Gamelotal y cuando pasa por Burere, antes del encuentro, tiene ya su fama y forma de Morere, por la margen izquierda le han caído el río Diquiva, la quebrada de Pedregosa, la de Mogollón, la Patillal, la Tetona, y cuanta seca, arenosa quebrada tragadora de lluvias labra las sabanas caroreñas, para no mencionar el río Los Bucares que da su lento asalto por la derecha. Muy ruidoso fue el río en ciertas ocasiones, cuando aguantaba un barquito de madera en su desembocadura en el río Tocuyo que se lo lleva para la mar, la cama común (…) El río le coge la medida a la ciudad a su paso, lento paso, manso paso, del agua mansa líbrame Dios, el Diablo no duerme, sólo se hace el dormido, el río parece tonto pero no es, allí se acomoda para que la ciudad pueda conocer sus alcances, en menos de cuatrocientos años, septiembre de 1569, septiembre de 1935, la ciudad, los caroreños que es lo mismo, se han bebido toda el agua.” El escritor en ciernes, acostumbrado al río manso, amigo, jovial y juguetón, no puede, a sus nueve años de edad, entender la razón de tanta furia escondida, de tanta ira contenida, de tanta venganza almacenada por parte del río de sus infantiles aventuras. 10

Rememora Morón preocupado mientras Francisco, festivo, escribe a Doña Chayo, mortificada allá en los altos trujillanos de Cuicas: “se hizo necesario suspender las clases, mi querida mamá, porque como usted sabe la Escuela Egidio Montesinos está en la calle del Comercio (…) Yo no sé si usted sabe, mi querida mamá, que la inundación es una gozadera, porque el agua llega hasta la calle de San Juan, la Plaza Bolívar se llena toda como si fuera una playa y en la esquina de la Ceiba se hace un gran pozón, donde nos bañamos, todos los muchachos de la escuela, en calzones y sin blusa, pero con las alpargatas puestas (…) el agua mojó las paredes, despintó las paredes, es como una fiesta mi querida mamá (…) nos bañamos de verdad verdad, nos tiramos desde la acera de la pulpería, porque el agua casi nos tapa (…) nadamos por en medio de la calle, por donde están las pulperías que son las mejores casas de comercio, imagínese mi querida mamá, que de la tienda de Mon Meléndez salían las jamugas para burros sin que nadie las tirara, porque la inundación le llegó por detrás a la tienda, por los solares, como a la pulpería de los Arispe, Mi Tin Arispe salía de la pulpería con los casimires y los driles en la cabeza (…) porque yo no sé si usted sabe que la inundación es porque hay una quebrada llamada el Chorro, que está en las cabeceras del río Morere, por allá muy lejos (…) la Laguna de la Cabra se llena hasta los topes, la quebrada El Chorro comienza a crecer, será con la lluvia de Cuicas, porque como allí llueve tanto, entonces el agua rueda por los cerros de El Empedrado hasta llegar a Carora donde nunca llueve, sino un poquito, las aguas llegaron anoche, mamá, sin lluvia y se quedaron tres días en la esquina de la Ceiba, parecía una fiesta la inundación (…) Dice El Diario que Carora está inundada y que esta casa se cayó debido a las inundaciones (…) Claro está mi querida mamá, que El Diario dice siempre la verdad, aunque la diga al día siguiente.” La verdad verdadera es que la inundación, según parte oficial de la época, desentrañado del polvo y los hongos por el acucioso y detallista Morón que, cual Belalcázar en el Marañón, remontó los cauces del río enardecido para conocer mejor las fuentes que dieron origen a la crecida irresponsable, responsable de inconmensurables perjuicios a viviendas, plazas, jardines, gentes, máquinas, reptiles, semovientes, potreros, pulperías, escuelas, iglesias, insectos, capillas, pájaros, animales de corral y utensilios de muy diferente uso y fin como el alma de la gente; fue simple y llanamente una verdadera calamidad, a pesar de la fiesta que armaron los desentendidos muchachos y del comprensible júbilo de Don Filemón de Arucas, quien se echó también a la calle “en calzoncillos, con su palomita fruncida y con las nalgas deseosas de tragarse toda la inundación con todos los muchachos deliciosos que le entren por su cagalera blanca y ansiosa, la inundación es una gran oportunidad que Don Filemón no se resiste a dejar de aprovechar con todas las consecuencias catastróficas que su noble acción pueda acarrearle, a coger muchachos se dijo Don Filemón y se echó a la calle con el agua hasta las nalgas y en calzoncillos.” El Morere además de hipócrita es hermafrodita: falo y vagina, pinga y crujía, pene y útero, cuchilla y jícara, penca y ponchera, regato y laguna, ambos géneros es el río a la vez. Ambivalente, dual, se rebosa para colmarse en solitario orgasmo, existe para ser indistintamente espermatozoide y ovario, testículo y trompa, tranca enhiesta y cuca benevolente. En fin, el río bisexual de la Emperatriz Carora es así de contradictorio: inundación y remanso, desbordamiento y receptáculo, arisco y querendón, recio y obsequioso. Sin embargo, dándoselas de macho río presuntuoso no quiere ser confundido, identificado, asociado con las pozas, en femenino, y por eso, para resguardar su torrentosa virilidad, se alboroza para que los caroreños jueguen y se bañen en sus masculinos pozos, en sus vigorosos y muy musculosos pozones.


Cómo nos Llegó la Música

CARLOS M. MONTENEGRO

E n el segundo tercio del siglo XVIII, un filósofo, teólogo e influyente crítico literario, Johann von Herder, recopiló canciones populares de la Edad Media que habían sobrevivido gracias a la tradición oral de los juglares y trovadores trashumantes europeos. Herder publicó Canciones populares, vueltas a reeditar póstumamente como Las voces del Pueblo en canciones. Predominaban las baladas, creadas para ser cantadas por clérigos conventuales y gentes del pueblo más o menos llano, que lograron cruzar gran parte de aquella obscura Edad Media; sus letras eran como crónicas, narraban amores fantásticos, leyendas trágicas e incluso horribles crímenes, en verso a veces, cantados y relatados en forma brusca y de métrica deficiente, casi siempre. En el último tercio de la Edad Media, fue cuando entrando poco a poco al Renacimiento, las tres grandes áreas de la civilización monoteísta: bizantina, islámica y occidental, fueron tomando su sitio, siendo absorbidas por esta última; las dos primeras fueron mermando poco a poco en una suerte de estancamiento o, al menos repliegue. Los países que al final lograron cruzar el umbral del Renacimiento y aposentarse en la Edad Moderna, ya a partir del siglo XVIII, la Revolución Industrial en el XIX y finalmente en el XX, fueron naciones que desde mucho antes progresaban, convirtiéndose, unos y otros, en auténticos imperios. Todos terminaron por tener posesiones alrededor del globo y algunos, en su momento solían presumir de que bajo su bandera jamás se ponía el sol, cosa que solía ser cierta, aunque la forma en que lo obtuvieron o mantuvieron, es otra cuestión para sus rivales o enemigos, que entonces lo eran y en serio. En general y en occidente, los imperios que se sucedieron a partir del siglo XV y que irrumpieron desde el mismo centro del Renacimiento fueron: el español, portugués, otomano, inglés, Países Bajos, belgas, austro-húngaro, germánico y ruso, de diferentes tamaños en posesiones e influencia, y con pocas excepciones como monarquías absolutistas. En sus dominios influyeron poderosamente aportando gran parte de sus legados culturales. Contribuyeron con su cultura, idiomas, religiones, y leyes, a cambio de tomar lo que les servía para su desarrollo, según la época. Otros imperios más recientes, que no habían descubierto nada en el XIX, se dedicaron únicamente a expoliar en sus posesiones sus riquezas, básicamente en África y Asia. Hoy me interesa particularmente el aspecto musical, como idioma universal, que puede ser leído y comprendido en cualquier lugar del globo. La música, sin duda, es la gran contribución de Italia al mundo, aunque no la única, desde los siglos XVIII al XX principalmente. Con sus grandes compositores y músicos inundó todo el occidente con discípulos tan grandes como sus maestros. Entre ellos, hubo descubridores del mundo que faltaba por conocer. España y Portugal primero, seguidos por Holanda, Francia e Inglaterra fueron los grandes colonizadores de un nuevo mundo que llamaron América, y que hoy por su extensión dividimos en tres: Norte, Centro y Sur, considerados parte importante de Occidente. Castilla y Aragón fusionados como España, al principio dominaron todo lo que se conocía, pero poco a poco debieron ceder espacios. En el siglo XVII nadie era capaz de gobernar aquello tan grande, así que de manera general el norte quedó bajo la influencia de británicos, franceses y en menor medida de 11

holandeses. España y Portugal se quedaron con el resto, tan extenso que aún no se ha terminado de conocer bien. Nunca a ninguno de sus reyes o emperadores metropolitanos se le ocurrió viajar para conocer sus posesiones, es decir, que no tenían ni idea de lo que tenían. Se limitaron a colonizarlas, aportando su cultura y con ella su música. Con el ADN de sus colonos, imprimieron carácter a sus descendientes, producto de las mezclas étnicas con los nativos de estas tierras y las razas africanas traídas para trabajar que también trajeron su música. El resultado fue otra raza: la americana, del norte o sur, pero americana. Los europeos sabían de eso: venían de unas tierras donde se cruzaron con cuanto invasor pasó por allá. Resumiendo: América del Norte quedó bajo el dominio británico, francés y holandés. En el sur permanecieron los españoles y portugueses y por el Caribe, lleno de micro islas, todo aquel que llegaba y plantaba su bandera se quedaba con ellas, si podía defenderlas. Todo valía: corsarios, piratas y hasta bucaneros, que entre otras cosas, crearon un género literario y hasta cinematográfico. Las diferentes metrópolis por medio de la gente que enviaron a colonizar influyeron, como se ha dicho, en su cultura, más o menos desmañadamente, pero no hay duda que lo que más fácil aceptaron los nativos fue la música y las canciones que los conquistadores trajeron en su memoria, como aquellos trovadores y juglares del Medioevo, que durante siglos pasaron las señas hasta que las recogió Von Herder, y las ordenó un poco. A comienzos del siglo XX fue cuando la música se logró atrapar interpretada, no en partitura, sino en discos, y se hizo popular al entrar en las casas vía fonógrafo primero y radio después, inundando los patios y habitaciones de sonidos que no habían podido ser difundidos así. Hasta entonces, solamente en salones o templetes se podía oír música ejecutada por bandas para la gente que iba a los parques y jardines a escucharla, o también por orquestas, pero por invitación de la clase acomodada, o pagando buen dinero, para asistir en los teatros a los conciertos, óperas y ballets que eventualmente se celebraban. También las principales catedrales e iglesias solían brindar durante actos religiosos, más o menos solemnes, importantes ejecuciones al órgano y a veces con coros. Con suerte, la música sacra podía oírse interpretada por organistas de cierto nivel, aunque es probable que tuviera menos tirón popular. Así que obras maestras se escucharon por primera vez gracias al gramófono y la radio, para placer de gente común sin grandes conocimientos musicales. El pueblo sencillo y llano escuchaba, sin saber quiénes eran los grandes maestros autores de aquellas maravillas. En América la música fue renovada al estilo de aquí; con el tiempo el baile fue ganando terreno y los músicos fueron aportando un "swing" particular transformándola, haciéndola popular y de uso diario. Hoy en día este continente es el más gozón y el más bailón sin duda. La música, ese idioma universal, en América es un mix de muchas cosas. Guarda gran similitud con la cocina, sea extranjera o local, como bien suele decir Miro Popic, mi frecuente vecino de página. Me he permitido todo esto, a cuento de que el pasado sábado 22 se celebró el día internacional de los músicos. TalCual fin de semana


JACQUELINE GOLDBERG

Bifurcaciones de una rebeldía “Cuando quiero llorar no lloro” de Miguel Otero Silva

Estimada por los jóvenes de los 70 como la auténtica crónica de un país dividido por la violencia política y social, “Cuando quiero llorar no lloro” atacó sin complejos un tema que le era contemporáneo. Fue en sí misma un desafío: constituyó una propuesta significativa de innovaciones lingüísticas, estructura y ambientes. Al alternar realismo, parodia, humor y poesía, Miguel Otero Silva logró combinar en su quinta novela su vocación de periodista, de humorista, novelista e investigador. “No hubo pavo de 18 años que no leyera en 1970 la quinta novela del escritor, periodista y editor Miguel Otero Silva: nos buscábamos en el espejo de una década que se extinguía con cierto escozor”, señala hoy un airoso cuarentón cuyas salpicadas canas comienzan a pronunciarse a favor de todos los olvidos, aún los convocados por lejanas lecturas acuchilladas por la emoción. Y es que recién nacida Cuando quiero llorar no lloro (Editorial Tiempo Nuevo) fue estimada por los más jóvenes como la auténtica crónica de un país dividido entre la violencia política y social, un reportaje literario imbricado en un triunfal salto mortal sobre la piscina de los desencantos. De inmediato caería en manos de los críticos literarios, árbitros que se encargaron de situarla en un recodo salvaguardado de la pasión callejera. Sin embargo, la obra fue leída con devoción, consiguiendo tirajes poco vistos y considerada el proyecto más ambicioso hasta el momento en la narrativa del barcelonés nacido en 1909 y fallecido en 1985. Miguel Otero Silva venía de conducirse por los meandros de una escritura tradicional con novelas no menos célebres como Fiebre(1928), Casas Muertas (1955) y Oficina N° 1 (1961). Pero la aparición de Cuando quiero llorar no lloro marcó una ruptura, no solo en los estrictos ámbitos del lenguaje, sino también en aquellos afincados en la percepción de una realidad cuyo rumbo estaba torciendo sin remedio el sonado boom literario latinoamericano. Meses antes de zambullirse en el maremagnum de su inmediata creación, el propio autor se refirió a ella sin temor a malos agüeros: “El desarrollo progresivo de mi técnica novelística, más que una actitud deliberada, es consecuencia de un proceso interior, decantación de diversas circunstancias que yo mismo no lograría precisar. Analizando el panorama retrospectivamente, más como lector que como autor, observo una evolución gradual de mi técnica (...) transformación que se intensificará violentamente (se los anuncio) si logro concluir Cuando quiero llorar no lloro que he comenzado recientemente. Pero se trata, repito, no de una actitud propuesta, sino de un desenvolvimiento natural y lógico”. De hecho, esta novela acude a una clara experimentación mediante un desdoblamiento casi cinematográfico –a ratos con encantos new age– a una asimetría narrativa, una sintaxis caprichosa, al amansamiento de palabras tan truncadas como la propia historia y a un remolino poético colindante con lo hiperbólico. La historia en tres platos La novela se inicia con un “Prólogo cristiano con abominables interrupciones de un emperador romano”, que los bachilleres de todas las épocas han considerado aburrido, donde se siguen los pasos de cuatro hermanos cristianos del siglo IV y que culmina con auténticas noticias de la prensa de 1948. Sin embargo, el 12

aliento definitivo y seductor de la obra arranca treinta páginas después –saltadas sin remordimientos por la premura adolescente– con un relato que discurre en una cronología muy precisa: entre el 8 de noviembre de 1948 y el mismo día de 1966, fechas de nacimiento y muerte de tres muchachos por mera coincidencia llamados Victorino y cuyas proezas vitales –testimonios de la violencia juvenil imperante– terminan por entrecruzarse en el cementerio. Cada uno de los Victorino representa una mirada sobre cierta porción de la sociedad venezolana. El primero de ellos –Victorino Paralta– es un burgués, patotero del este capitalino y rebelde sin causa cuyo conflicto existencial parece diluirse en efímeros sinsabores que terminan por conducirlo al sueño eterno entre la carrocería de su lujoso automóvil. El otro Victorino –apellido Perdomo– pertenece a una clase media que aún cree en las luchas colectivas y se enfila en la guerrilla urbana, submundo que lo arroja a la muerte entre los balazos de un asalto a un banco. Finalmente, Victorino Pérez es el hijo del proletario, asomado sin caretas al hampa y fulminado por la policía en medio de un atraco de vulgar aliento citadino. Las madres de los tres muchachos se tropiezan enlutadas y parsimoniosas en el campo santo sin saberse víctimas de una misma congoja. A veintiocho años de aparecidas la obra de MOS, Alexis Márquez Rodríguez se atreve a definirla como parte del gran mural de la historia contemporánea del país. “Otero Silva logra describir –señala el director de Monte Ávila– aquella terrible situación de la sociedad venezolana dentro de lo que en otra ocasión hemos llamado realismo trágico. Pero ello se vale, además, de un conjunto de elementos simbólicos, y mediante un estilo y un lenguaje que mucho deben al periodismo, como recurso de apoyo del discurso literario. Miguel siempre se enorgulleció de su condición de periodista, y solía decir que sus novelas debían más al periodismo que a la literatura. Cuando quiero llorar no lloro, con su estructura y su intensidad reportajística es, a mi juicio, la más periodística de sus novelas, pero sin perder ni un instante su carácter novelesco, que el lector percibe aún de manera intuitiva. Ello explica que esta obra haya tenido una enorme receptividad entre los lectores venezolanos y de otros países, y que hoy siga siendo lectura preferida, especialmente entre los jóvenes”. Sin embargo, el escritor y crítico Julio Miranda es mucho más punzante al referirse a la trascendencia de la novela: “¿Repercusiones ayer u hoy? No, ninguna. Los nuevos narradores de aquel momento, José Balza, Luis Britto García, Laura Antillano, estaban encontrando sus modelos en el boom, que de todas maneras son los que buscaba Otero Silva”, dice. Quienes se muestran devotos del escritor, aseguran que la adrenalina periodística caló tanto en la hechura de Cuando quiero llorar no lloro, –llevada al cine en 1973, por Mauricio Wallerstein y muchos años mas tarde a la televisión colombiana en una versión donde el niño rico flirteaba con el narcotráfico–, que el escritor solía rodearse de fuentes fidedignas que, provenientes de diversos laberintos sociales –solía visitar los antros carcelarios y sostenía largas conversaciones con los hijos de sus amigos de abolengo–, narraban en solidaria intimidad los


vericuetos de sus disímiles existencias. Se dice que las memorias de Barrabás –extraordinario portavoz de los recodos de la delincuencia y quien aún se pasea por las oficinas del diario El Nacional, sin dejar de acudir al cementerio en la fecha aniversaria de la muerte de MOS– fueron trascritas por un estudiante de cuarto año de bachillerato del Colegio Moral y Luces, quien en numerosas ocasiones acompañó al profesor Marcos Castillo a la cárcel Modelo y entregó al reo los textos que mas tarde éste suministraría a Miguel Otero Silva. Oscar Rodríguez Ortiz, apuntando ante todo que han transcurrido muchos años sin ojear siquiera el célebre texto, recuerda que cuando la obra salió se discutía mucho acerca de su vocabulario: “Se dudaba si el lenguaje de los malandros y de los muchachos de la high era una trascripción, una investigación filológica o una búsqueda verista. Se llegó a la conclusión entonces de que posiblemente pasados los años esa supuesta jerga caraqueña no existiría más, quedando tan sólo como testimonio lingüístico de la novela y no de la propia realidad”. Miguel Henrique Otero Castillo –hijo del creador y a quien está dedicado el volumen– se adentra en las fronteras de la confesión, no sin dejar claro que la llegada de un tomo recién publicado a la casa familiar era un acontecimiento tan cotidiano que a poco a poco fue perdiendo los rubores del asombro: “Ese libro fue escrito en un momento en que la edad de los tres Victorinos coincidía con la mía. De alguna manera yo tenía relación con dos de los mundos que estaban ahí y él se inspiró en eso. Pero cuando leí el texto no entendí bien la primera parte, esa cosa de los romanos me pareció un obstáculo para la gente de mi generación. Estaba como demás... Alguna vez se lo comenté, pero me dio una explicación literaria que ya ni recuerdo”. El escritor en su castillo Miguel Otero Silva zurcía mentalmente cada detalle de su trabajo literario. Solo cuando la investigación había concluido y la historia constituía en su memoria una suerte de cartografía hilvanada con suma precisión, comenzaba el enfrentamiento con la página en blanco. María Teresa Castillo cuenta que su marido se saturaba de todo cuanto iba a plantear y sólo luego se retiraba en silencio, prohibiendo cualquier interrupción: “Se encerraba y no tenía contacto con la familia ni con el periódico. Nadie sabía dónde estaba. Se iba de la casa. Llamaba para informar de algunas cosas pero se convertía en un misterio. Algunas veces se iba a un hotel aquí en Caracas cuyas señas jamás reveló”. Según recuerda vagamente María Teresa Castillo, Cuando quiero llorar no lloro debió ser escrita en un aislamiento que duró unos cuatro meses en la Villa Guillichini, un castillo medieval –que al decir del Premio Nobel Gabriel García Márquez en su cuento Espantos de agosto– había comprado el escrito venezolano en Arezzo, un recodo idílico de la campiña toscana, desde cuya terraza se apreciaba una visión ampliada de la bella ciudad. García Márquez recuerda aquel palacio como un caserón inmenso, sombrío, de varios pisos y 82 habitaciones que habían padecido toda clase de mudanzas por parte de sus anteriores dueños, incluyendo las de Ludovico, un fantasma que amenazaba las plácidas noches estivales. El asustadizo escritor colombiano acotaba en su exquisito texto: “Miguel Otero Silva, que además de buen escritor es un anfitrión espléndido y un comedor riguroso, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar”. En medio de aquella plenitud mediterránea estallaban con rigor los aullidos de la lejana rebeldía venezolana: la del propio escritor consagrado a la trasgresión y la de esos sótanos angustiosos que se bifurcan en la novela. Los

parajes toscanos dieron a Miguel Otero Silva la distancia necesaria para reinventar el país que le dolía y consolidar un texto titulado desde los magníficos desenfados de la poesía. Cuando quiero llorar no lloro es una metáfora compleja que se desliza mucho más allá de la cruda historia infantil y adolescente de los tres Victorinos. Los propios fantasmas del escritor no estuvieron ajenos al certero título. Miguel Otero Silva lloró muy pocas veces en su vida. María Teresa Castillo no duda en derramar ella misma las lágrimas extraviadas y dejar galopar la nostalgia: “Lo vi llorar tan pocas veces que ya ni recuerdo. Eso sí, lo vi derramar lágrimas sentidas cuando murió mi madre, eso no se me podrá olvidar jamás, pues me sorprendió mucho. El lloraba poco, pero nunca sin quererlo”. Vida heredada – “Bastante lo oí burlarse de la muerte como para recordarlo en un estilo 'padre Borges' y bastante vida heredé de sus conversaciones, no tantas como yo hubiese querido para comprometerme en una loa que jamás le hará justicia”. José Ignacio Cabrunas – “Éramos jóvenes, alegres, ruidosos, fiesteros, llenos de inquietudes y, sobre todo, rebosantes de ilusiones y de esperanzas. ¿Recuerda cómo queríamos dar lo mejor de nosotros a este país? Todo aquello venía, Miguel, en medio del calor canicular, a través de la niebla de las lágrimas, así, de golpe, claro y brillante”. Isaac J. Pardo – “Nunca pudo librarse de la infancia, por más que ocultara tras la expresión y el ademán grave al delgado y soñador mocoso que había sido en las calles y mares de Barcelona, Guanta, Puerto La Cruz. La risa, la travesura lo delataban por más que tratara de ocultar, entre tímido y arisco, sus arrestos infantiles mostrándose como aquel alto y fornido señor de la escritura y la inteligencia del que se tiene el recuerdo y la nostalgia en Venezuela”. Luis Alberto Crespo En busca del tesoro perdido Por Jesús Sanoja Hernández Cuando quiero llorar no lloro culmina el ciclo novelesco de Otero Silva cuyo desarrollo histórico-ficcional se sitúa entre 1928 y 1966. Integrado por cinco obras, con arranque en Fiebre (el drama de la generación del 28) y desenlace trágico en la que tomó como título el verso célebre de Darío (el drama de los jóvenes de los 60), el quinteto comprende, entre punta y cabo,Casas muertas (tránsito del llano en ruinas al llano promisorio),Oficina N° 1 (el estallido petrolero en Oriente y el nacimiento de El Tigre) y La muerte de Honorio (cinco personajes emblemáticos de la lucha antidictatorial, encarcelados en Ciudad Bolívar). Para MOS, la novela de la triple violencia juvenil constituyó un desafío que él asumió con vuelcos en lenguaje, estructura y ambientes, así revelará que tales innovaciones eran como remate de las intentadas desde Casas muertas (técnica policial en el relato) hasta La muerte de Honorio (doble discurso de cada uno de los personajes). Contrariando al autor, me atrevo a afirmar, porque conocí su voluntad de renovación a raíz del impacto del boom, que en Cuando quiero llorar no lloro alcanzó la madurez narrativa, expresada en los diferentes niveles lingüísticos, la alternancia de realismo, parodia, humor y poesía, la diversidad o triplicidad de enfoques sociológicos, la búsqueda de las raíces de la violencia y, finalmente, el juego de tiempos históricos decisivos (Roma imperial y surgimiento del cristianismo, sociedad capitalista e insurgencia comunista). La publicación de esta novela despertó en su momento, 13


como ninguna de sus anteriores, comentarios favorables desde diferentes enfoques, según la especialidad del crítico: Crema con su peculiar teoría estética; Gómez Grillo como estudioso de la delincuencia y sus motivaciones sociopolíticas; Rhazes Hernández López, desde atalaya musical; Orlando Araujo, Márquez Rodríguez, Lovera De Sola, Chocrón, Elisa Lerner y, entre muchísimos más, Oswaldo Larrazábal. A pesar de haber atacado sin complejo un tema que le era contemporáneo, MOS lo hizo pasada ya la raya sexagenaria, y de allí en adelante incursionó en escenarios de remota ubicación temporal y espacial, pues con Lope de Aguirre, príncipe de la libertad, otra novela de retos narrativos, retrocedió al siglo XVI y saltó a ambientes como los del Cuzco y la Amazonia. No se trataba ya de un recurso traslaticio, como el que acometió en el prólogo singularísimo de Cuando quiero llorar no lloro, sino de un real emplazamiento novelesco, con absoluta correspondencia entre el personaje y su circunstancia. El segundo atrevimiento de MOS, después de su ciclo venezolano y contemporáneo, La piedra que era Cristo, se situó más allá de más nunca, en los tiempos en que la persona-

personaje emergió como profeta o como predicador de verdades reveladas. Allí unió Biblia con historia, libros sagrados con textos desacralizados, para recibir acogida de uno y otro bando, del socialista y del cristiano, aunque sometida a prueba, en cuanto a la visión de Jesús como persona-personaje, por Manuel Caballero. Cuando la moda consistía en la construcción de novelas épicas o trágicas a través de protagonistas omnipotentes –dictador o patriarca, como arquetipo latinoamericano–, MOS no se atrevió a pisar ese terreno y propuso que en Venezuela hicieran otros, incluidos los de la nueva promoción narrativa, como González León. El país anterior al 28 es pura referencia en el mapa novelesco de MOS, con Fiebre en el punto de partida. Ese terreno vacío pensó llenarlo con una biografía novelada de Gustavo Machado, empresa que se quedó a mitad o a tercio de camino. Otro proyecto, acerca del cual guardaba secreto, se fue con él a la tumba. * Publicado el 1 de marzo de 1998

Miguel Otero Silva / ARCHIVO

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CLARÍN

ESPEJO DE UNA ÉPOCA Por Pilar García Pinacho e Isabel Pérez Cuenca En 2001 se cumplió el primer centenario de la muerte de Leopoldo Alas Ureña, más conocido en la República de las Letras como Clarín. La Universidad San Pablo-CEU de Madrid, como otras muchas instituciones, quiso sumarse a tan importante conmemoración con la celebración de un congreso, en el que tuvieran cabida las más variadas perspectivas de estudio y conocimiento de su vida, de su obra y del momento histórico en que ambas se desarrollaron. También Barcelona u Oviedo, entre otros lugares, se hicieron eco de esta señalada fecha, de modo que los especialistas clarinianos tuvieron la oportunidad de exponer el resultado de sus investigaciones, que abarcan cuestiones significativas, inéditas o interpretativas y quedarán fijadas en la publicación de las correspondientes actas de estas reuniones. Todo ello, junto con las más recientes impresiones de estudios monográficos de la relevancia del volumen de Obras Completas de Leopoldo Alas, dedicado a artículos, ordenado y editado con gran cuidado y esmero por Yvan Lissorgues y Jean-François Botrel1; la correspondencia de Clarín con Lázaro Galdiano2, o el trabajo de Adolfo Sotelo Vázquez3, sin olvidar la edición digital de Obras Completas4 que se lleva a cabo gracias a la colaboración de la Fundación Gustavo Bueno con la Universidad de Alicante, todo ello —decíamos— puede ser un buen ejemplo del interés que existe por nuestro autor cien años después de su muerte. Asimismo, al calor del ambiente conmemorativo, han visto la luz otros trabajos con documentación gráfica que iluminan la vida, la obra y la época de uno de los escritores más destacado del XIX español, como son Clarín: cien años después. Un clásico contemporáneo, Un siglo con Clarín: exposición bibliográfica en el centenario de su muerte5, al igual que los premios de cuentos convocados con este motivo6. Este conjunto de acontecimientos, encuentros de especialistas, estudios, ediciones y obras de diverso carácter será, sin duda, un nuevo punto de partida obligado para los futuros estudios clarinianos, ya incidan en la vertiente literaria o periodística, ya referidos a Leopoldo Alas o al desarrollo cultural de la segunda mitad del siglo XIX7. El alentador panorama descrito someramente en las líneas precedentes se venía ya fraguando desde la celebración del primer centenario de la publicación de La Regenta (1985), obra de relumbre indiscutible en el conjunto de la narrativa española del siglo XIX. Sin embargo, superada esta primera etapa de reconocimiento, todavía entonces, debido a su condición de «escritor provinciano», quedaba por descubrir y, por tanto, conocer, gran parte de su obra, la que desde las páginas de las revistas y de los periódicos decimonónicos es hoy el testimonio aglutinador de una época determinante, política, social, literaria y periodísticamente —y por ello, no menos importante que la novela mencionada—, en el devenir de un país anclado en obsoletas tradiciones, pero que había abierto una ventana al progreso. En este mismo sentido, se consideró, desde la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad San Pablo-CEU, que era de justicia hacer un alto en el estudio de su faceta como periodista y crítico, y así ofrecer, no un Clarín, sino los varios que podemos leer en el conjunto de su obra: el Clarín novelista, el Clarín periodista, el Clarín catalizador 15

de la literatura de su época... Por ello, los tres días en que se desarrollaron las actividades, bajo el título genérico de Leopoldo Alas «Clarín» en su centenario (1901-2001): Espejo de una Época, fueron divididos en tres sesiones: la primer dedicada al autor y su tiempo (política, sociedad, cultura...), es decir, la segunda mitad del siglo XIX, fundamentalmente la época de la Restauración; la segunda orientada a la creación literaria del autor, y la tercera destinada a su labor periodística. De este modo, la inauguración y primera sesión se vieron enriquecidas con la presencia de numerosas personas unidas por vínculos familiares a Leopoldo Alas, de cuya buena disposición en todo lo relacionado con el desarrollo de este Congreso, desde la imagen motivo principal del cartel confeccionado para este encuentro8, hasta su participación explícita, a través de las palabras pronunciadas por su nieto, D. Pedro de la Llave Alas, y que sirvieron de entrada al resto de las intervenciones, es preciso dejar constancia. Don Pedro de la Llave abrió el encuentro clariniano con un recorrido por la vida del autor, atesorada en la memoria de dos generaciones (la de los hijos y la de los nietos de Leopoldo Alas) y compartió con todos, durante los tres días, una visión personal, sencilla y, a veces, tierna de la vida y de la obra de Clarín, y dejó entrever en sus palabras esa imagen íntima que de él posee y que jamás leeremos en los libros, con muestras muy expresivas reflejadas en términos como los siguientes: «¡Dios perdone a semejante desinformado!». En esta primera sección, además, pudimos aprender de las palabras de la profesora Guadalupe Gómez-Ferrer Morant, que realizó en su disertación un detenido análisis, a la vista de distintos documentos, de algunos elementos que anclaban a España en el siglo XIX mientras que los otros países vecinos ya vivían en el XX, caso de los factores pedagógicos o religiosos9. El profesor José Luis Mora García profundizó en la renovación estética de este período, destacando el renacimiento de modelos surgidos a lo largo de todo el XIX, pero que no habían tenido tiempo par desarrollarse en nuestro país por la inestabilidad de los acontecimientos políticos que jalonaron esos años. A través de distintas personalidades destacadas en variadas disciplinas, como Clarín o Galdós en la literatura, estas líneas latentes tomaron cuerpo y se contaminaron con nuevas influencias. La literatura se convirtió en la expresión de progreso de un pueblo en busca de un Estado Liberal Moderno en el aspecto cultural; la sociedad halló en la Literatura y en la Filosofía a dos interlocutores que mantienen un diálogo horizontal, aunque condicionado por el fracaso político del 68. En otros de los trabajos presentados se buscó la simbología liberal del autor a partir de variados escritos, simbología que acerca a Clarín a la empleada por los autores modernistas, llevada por la sinceridad, la voluntad de retorno a una iglesia primitiva, el antidogmatismo, el misticismo, el evolucionismo y el relativismo. Durante esta primera jornada no se olvidó la faceta más sociológica y psicológica de La Regenta, desde la presencia evidente de la historia y de la sociedad española, a través de la de


Vetusta —paradigma de ciudad pacata en la que habitan los más recónditos deseos y anhelos del hombre— y recreada en sus páginas al más puro estilo galdosiano, hasta los mecanismos de evasión de los que se sirve Ana Ozores para sobrevivir a su entorno, como los sueños, convertidos en la llave que abre la puerta hacia su libertad, hasta el punto de soñar despierta, como los desmayos, etc. En cuanto a la recepción de la obra, Carmen Servén, en línea con sus últimas investigaciones, sacó a la luz algunos expedientes de censura que afectaron a las obras de Leopoldo Alas después de la Guerra Civil, y que muestran dos tipos de reparos en los censores ante la publicación de sus obras: el anticlericalismo y la lujuria. Aunque también señaló cómo algún censor, a pesar de lo que se pueda suponer, reconoció ante todo, y por ende hizo prevalecer, el valor literario e incuestionable de su creación literaria. El profesor Rodríguez Puértolas resaltó, tal como había apuntado José Luis Mora, la relación de Clarín con Benito Pérez Galdós en su conferencia sobre «Literatura y Modernidad», y ahondó en lo elementos, absolutamente modernistas y actuales, recurrentes en Leopoldo Alas, como son el erotismo y el terror, para entroncar así con una tradición literaria representada por Edgar Allan Poe y la Literatura Gótica. Clarín, a quién parece que le ha costado encontrar un merecido lugar de honor en la Literatura Contemporánea Española, como denunciaron en sus palabras Laureano Bonet y Germán Gullón, fue estudiado también, durante estas jornadas, en relación con fray Luis de León, Mariano José de Larra, Guy de Maupassant o Gustave Flauvert; su obra se equiparó en la simbología de la despedida recogida en la tradición literaria occidental con el Cantar de Mio Cid; se apreciaron elementos paralelos entre la labor creadora del autor español y Henry James, referidos al estilo, al ejercicio de la crítica literaria y a la presencia del narrador transparente, aunque no se conocieran; se le emparentó con el relato tradicional, por cuanto su obra tiene elementos visibles pertenecientes a la tradición folklórica, y respecto a los recursos formales, el uso de frases hechas y refranes, y aspectos temáticos comunes. De esta forma, se ofreció un amplia visión que enriquece la obra de Leopoldo Alas a través de influencias originarias de tiempos, lugares y autores diversos. La relación de los textos con las ilustraciones que los iluminan, no obviada por los participantes en el Congreso, nos descubrió a un Clarín celoso de los más verdaderos y últimos significados de sus palabras y, por lo tanto, preocupado de que las ilustraciones pudieran alterar o matizar en modo alguno sus ideas y queda así, quizás involuntariamente, retratado, total o parcialmente, en su obra, como nos hizo ver José Manuel González Herrán con acierto, quien habló del oficio de escribir o de los que escriben en algunos cuentos de Clarín, para retratar sin velos al escritor sabio, y de forma descarnada al mediocre, al seudopoeta, a los escritores tardíos, a los que no tienen vocación y a los que teniéndola carecen de posibilidades de llegar a serlo. Otro punto de interés en el periplo del Congreso, lo constituyen los personajes femeninos clarinianos, mujeres pertenecientes al «gran teatro del mundo»: profesionales, esposas, madres, adúlteras, víctimas, criadas, devoradoras, coquetas, actrices, casquivanas... Todas ellas cobraron vida en la letra impresa gracias a la maestría de Leopoldo Alas y fueron nacidas de su pluma con virtudes y defectos, con anhelos y frustraciones, con realidades y con sueños. Algunos participantes observaron en estas recreaciones a la mujer frustrada por la sociedad en la que crece y su lucha como síntoma de una importante fractura social que Clarín percibe y, por tanto, manifiesta en su obra literaria. No es de extrañar, por su relevancia en la ficción, que la protagonista de esta reunión haya sido Ana Ozores, a quien, junto 16

a su criada Petra, dedicó Germán Gullón su sugerente participación. En La Regenta palpitan las pasiones y sus manifestaciones y ambas se convierten en exponente ejemplar de realismo puesto al servicio de las tendencias más modernas, como el simbolismo. En la última jornada, dedicada a la relación de Clarín con el Periodismo, Laureano Bonet, recreó el escaso interés prestado por los historiadores de la literatura al autor de centenares de críticas periodísticas y miles de artículos que entregó a las prensas de las publicaciones periódicas de la época. Esta indiferencia, cuando no desconocimiento, llegó incluso a afectar a La Regenta en algunos momentos. Asimismo, dibujó un preciso perfil de la crítica literaria de la época en la que vivió. En este sentido se presentaron dos vertientes, una la expresada a través de las epístolas dirigidas a Galdós, en las cuales se pronunció sobre alguna de sus obras, entre las que figuran El Doctor Centeno o Fortunata y Jacinta. Otra, la publicada en los periódicos en torno a obras y estrenos teatrales varios como fue el de Realidad. A este respecto, la profesora Palomo incidió acerca de la indeterminación de los géneros que utilizó Leopoldo Alas en los periódicos e hizo notar que esta circunstancia, determinaba entonces, al igual que condiciona ahora, el contenido y el continente de los escritos más literarios y menos periodísticos de las publicaciones periódicas. El colofón al Congreso llegó de la mano de Jean-François Botrel, quien realizó una clara y determinante exposición de los elementos teóricos y prácticos del autor en su ejercicio de la profesión, sin dejar lugar a cualquier duda respecto de su ejemplaridad profesional en todo lo referente al estilo y técnica, y a su determinación reflexionada a ejercerla, conociendo a la perfección cómo era el periodismo, cómo era la actividad periodística que se hacía en su tiempo. En este Congreso, ambicioso en su planteamiento como puede apreciarse, se buscó el análisis variado y pluridisciplinar de la vida y la obra de Leopoldo Alas Clarín en relación con su tiempo y, como observará el lector de estas actas, para ello, los participantes se han servido de la bibliografía más diversa, tomando como punto de partida la ya tradicional de Sobejano, Lissorgues, Botrel, Beser o Bonet, hasta culminar con la más actual, alguna de los autores ya citados o de los aún no mencionados Romero Tobar, González Herrán, Ullman y Baquero Goyanes, pasando por la perteneciente a Menéndez Pelayo, Azorín y Ortega y Gasset o primeras ediciones, fuentes audiovisuales y gráficas, epistolares, así como un buen número de fuentes hemerográficas, originales o editadas en recopilaciones. Esto nos lleva a pensar que nos hallamos en el buen camino para futuras investigaciones clarinianas. Centro Virtual Cervantes


Crónicas del Olvido La Corte Malandra de José Pulido

Alberto Hernández

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José Pulido “imagina” el mundo donde rezagados mentales, pandillas, mujeres abandonadas, madres y desmadres, niños expósitos convertidos en farallones sociales, matones románticos y solitarios, prostitutas soñadoras y hasta un cura y un comandante, organizan cada uno de los cuentos que en un libro conforman un país titulado Los héroes son villanos tímidos (Otero Ediciones, Caracas 2013), en el que el también autor de Pelo blanco (1987) entra y sale asistido por voces escabrosas y una visa que lo lleva directo a los lectores. Imagina, digo, en lugar de captar con todos los sentidos, ese tejido donde los malos y buenos sentimientos se juntan, y construye el relato de un territorio que explica su tragedia desde la propia tragedia, desde el seno de sus más cercanos crímenes, desde la inocencia encriptada en un disparo contra la humanidad de quien se atraviese en la vía. O desde el constructo de la venganza. (Un desvío en el viaje para revelar una experiencia previa a la entrada al libro de Pulido, me permite ser parte de una urbe en la que muchos ya no pronuncian sus nombres propios. La cristiandad de una llamada nominal, aunque sea para el más débil de los saludos. Una cola de fantasmas, asistida por santeros de variadas y dudosas promociones, brujos diplomados, quirománticos siderales, policías utópicos, magos de semáforos, tragadores de candela, militares líricos y expertos en materialismo dialéctico, maestros irredentamente eufónicos y afónicos, revolucionarios de apretada agenda comercial, capitalistas sonrientes, buceadores de niñas y damas libertinas, tanteadores de espasmos y pare usted de contar, espera el turno para realizar la compra semanal en una muy iluminada tienda esotérica atendida por un antillano adornado de oro y collares. Pegado de una imagen de Santa Bárbara reposa en eterno silencio un Chávez tallado en madera. A su lado, cinco santos varones, la Corte Malandra, la misma que el narrador desliza por las páginas terribles de este libro que tiene como portada la referencia de un país destartalado, hundido en la violencia y caos cotidianos, en el amontonamiento social en una colina —topos uranus flagelado por la propaganda— cubierta por un cielo que anuncia tempestad, como reza el viejo y ya anacrónico canto federal). 2 Este es un libro de cuentos que no se lee: se respira con el mismo ritmo de los verbos que lo accionan. La realidad ya no es tal: la ficción tan eficiente es el miedo que hemos traído de la calle y llevado a la casa en la bolsa donde van estas anécdotas/víveres, tan de todos los días que nos hemos casi acostumbrado al duelo, al luto con fin de semana larga y patria incorporadas, como puente vacacional con próceres edulcorados por un lamento estático. Somos el cuento de una sensación decretada por el poder. La metáfora de una mentira. Somos el instante de un susto. El susto mismo, pero sin la estadística de quienes desde la poltrona de la opinión ejecutiva resbalan y se sientan a ver el paisaje como una película de la cual hay que resaltar las bonanzas de un Estado que recoge los muertos y los deposita en la morgue. Aunque nunca aprendió a leer a Poe. Entonces, la densidad de una anatomía perforada. El cuerpo abierto de un anónimo que tiene como apellido la carne abollada por un proyectil o rasgada por un cuchillo.

Un muchacho que asesina mientras ve su chorro de meados caer sobre la tierra de su barrio, por prefigurar un instante en el patio de cualquier vecino. Un muchacho que oye las voces de un ángel (flexión poética para no desbrozar la esquizofrenia que se ha aposentado sobre ciertos espacios urbanos y mentales). Un tipo que mata, que se descuelga de la vida y dispara desde sus 15 o 17 años de edad para sumarle a su cuenta personal 17 o más cadáveres, es el emblema de una bandera sin estrellas. O sí, la única estrella es él, el símbolo de una organización que se ha hecho masa, colectivo en una sociedad insana. El narrador mira y cuenta, respira y huele, oye y se duele. Relata desde su paseo por el país, por el mapa que le ha tocado ocupar y percibir. Hace historia desde una ciudadanía dolida. Tanto como se sienten los personajes, dolidos desde la perversión e inocencia de niños empujados por el infierno. Entonces Yimi Loreto es la sombra de un fantasma que hace cola para matar y luego ofrendar a su único amigo, Batman, la referencia afectiva que lo destaca como ser humano. Y desde este génesis adánico, no por plácido sino por iniciático, José Pulido nos regala una lectura dura, áspera a veces, pero también ingenua desde quienes nos auscultan como actantes (porque los personajes nos miran y hasta nos juzgan. También nos matan). Una lectura que, como afirma Héctor Torres en el prólogo, es “un sabroso volumen”, afirmación que podría redondearse como “sabrosamente dolorosa”, aunque suene mal. Infidencia o nota casi bene desde la Corte de los Milagros: (Confieso que esta lectura, al margen del olor del mar que Irma Melecia a diario consume, me dejó estático en la misma ventana que se ha hecho personaje literario en mis andanzas. Veo a través de ella un nubarrón que viene de la costa. Veo una nube que descarga su rabia sobre mi ciudad. Siento que alguien se ahoga en su casa. Oigo un trueno y un disparo. Identifico en la cola de la tienda esotérica los nombres de una lista que se ha ido borrando con la lluvia. Veo los mismos fantasmas de José Pulido. Veo gente extraña, desfigurada, hinchada. Pero también veo otra gente que lleva una carga distinta. No se trata de hacer sociología. Veo un país literariamente enfocado. Hasta ahora. En todo caso, llueve. Abro la nevera y un huevo triste me mira desde el frío). La Corte Malandra se confunde con un largo poema, con la manera de escribir de este poeta/novelista que también se atreve, desde su inteligente periodismo, abordar el imaginario y la realidad de una geografía que se dibuja sin necesidad de trazos.

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ARTE

"La edad de oro holandesa" ya tiene museo propio en Ámsterdam Cerca de 30 de esas obras, que se completan con otras 60, constituyen una prueba de la fama que entonces gozaba la república holandesa. Ámsterdam.- Los famosos retratos colectivos en gran formato de los maestros del siglo XVII se pueden contemplar por primera vez juntos en una galería propia: El Hermitage Amsterdam inaugura el sábado la primera exposición permanente sobre los "Holandeses de la edad de oro" con obras del Rijksmuseum y del Museo de Ámsterdam. Cerca de 30 de esas obras, que se completan con otras 60, constituyen una prueba de la fama que entonces gozaba la república holandesa. En aquella era dorada de Holanda, acaudalados ciudadanos, comerciantes y gobernantes se dejaban inmortalizar juntos en un cuadro, dijo hoy Martine Gosselink, del Rijksmuseum. "En ningún otro lugar del mundo se retrataba a los ciudadanos de esa forma". Muchos pertenecían a una corporación militar y en esas asociaciones, así lo muestra la exposición, comenzaron las carreras de muchos gobernantes. Debido a su gran formato, -la obra más grande mide tres por seis metros-, estos lienzos apenas suelen mostrarse a excepción de uno de sus más famosos exponentes: "La ronda de noche", de Rembrandt, que cuelga en el Rijksmuseu y que ahora se puede ver en el Hermitage como proyección digital. La filial del famoso museo ruso de San Petersburgo ha dispuesto, de momento hasta fines de 2016, un ala del centro para la galería de retratos colectivos. Sobre un fondo de azul noche cuelgan las monumentales obras en dos hileras y la iluminación realza de forma espectacular detalles especiales o determinados rostros. Esos hombres y mujeres poderosos, de mirada severa y orgullosa, visten con los ornamentos de su asociación o con ropa oscura. Representan el sistema holandés, entonces único. Mientras en Europa la iglesia o la nobleza era la que tenía el poder en aquella época, en la república holandesa gobernaban los ciudadanos. Administraban la tierra, ejercían el comercio, defendían las ciudades, fomentaban la ciencia y gestionaban una red social para pobres, ancianos, huérfanos y enfermos. Un cuadro con cuatro gobernantes sirve de muestra para exponer cómo en el siglo XVII se llegaba a tener influencia y cómo se gobernaba. El poder estaba en los acaudalados y en algunas familias, explica el director del museo de Ámsterdam, Paul Spies. "Pero gobernaban juntos" y eso se reflejaba también en los cuadros colectivos. Ninguno estaba por encima del otro, explicó. Con todo, estos hombres (y las pocas mujeres) mostraban gustosos al pueblo su status y sus obras benéficas. Los pintores populares de la época como Rembrandt, Frans Hals, Govert Flinck o Van der Helst no podían escapar de sus encargos. Los retratos de miembros de un colectivo se exhibían en edificios públicos, a la vista de muchos ciudadanos, y donde había espacio suficiente para colgarlos. La exposicón explica además la Holanda de hoy. Con textos y fotos que acompañan las obras se tienden sorprendentes puentes entre la edad de oro y la era digital. Entonces ya había 18

reuniones de juntas directivas, organizaciones y redes importantes a través de las que se podía desarrollar una carrera profesional. Entonces se sentó la base del sistema actual, dijo el director Spies. "Entre nosotros todavía nadie puede ser el jefe", señaló Spies.


Conferencia Spinoza

Contra la muerte Rosa Montero He titulado temerariamente esta charla «Contra la muerte», y digo temerariamente porque los humanos no queremos que nos hablen de la muerte. Es más, por lo general nos las apañamos para vivir como si fuéramos inmortales, por lo menos hasta que llega la crisis de la mediana edad. Hay una novela de Martin Amis que se llama La información y que está protagonizada por un hombre que atraviesa la crisis de los cuarenta y tantos y que por las noches empieza a escuchar un susurro de ultratumba que le dice: «Te vas a moriiiiiiiiiiir…». Esa es la información a la que se refiere el título de la novela… Porque antes, naturalmente, ese hombre ignoraba que sus días estaban contados. Dentro de las muchas teorías que tengo sobre por qué los escritores escribimos, hay una que me parece especialmente importante y es que creo que los escritores, o al menos los novelistas, somos personas más conscientes de la muerte que la media de la gente. Es decir, no se nos olvida tan fácilmente. Yo me recuerdo de niña, con diez o doce años, por ejemplo, diciéndome a mí misma: «Mira, Rosa, qué tarde tan bonita, disfrútala porque se acabará, el tiempo pasará y moriremos». Como decía Cicerón, «siempre supe que soy mortal». No parece un pensamiento muy apropiado para una niña de esa edad, pero debo decir que en gran medida es un regalo de las hadas, porque al ser consciente de la muerte también eres más consciente de la vida. Es decir, en vez de pasar por la existencia más o menos aturdidos y pensando en las musarañas, ya conocen la famosa frase de John Lennon, «la vida es eso que sucede mientras nosotros nos ocupamos de otra cosa», la obsesión del fin te hace apreciar con plenitud el presente. Y además te permite o te obliga a hacer algo con eso. Sin duda escribimos contra la muerte. La verdad es que los humanos hacemos todo lo que hacemos contra la muerte… Amamos, guerreamos, construimos imperios y los derribamos, escalamos el Everest y nos ponemos en riesgo de morir justamente contra la muerte… La única diferencia es que creo que los novelistas somos más conscientes de lo que estamos haciendo. Yo a veces pienso que escribo para tener algo en qué pensar cuando me asalta el susurro de ultratumba por las noches, esa información que yo he escuchado con claridad desde pequeña… Una de mis novelas, Instrucciones para salvar el mundo, comienza diciendo: «La humanidad se divide entre aquellos que disfrutan metiéndose en la cama por las noches y aquellos a quienes les desasosiega irse a dormir». Ustedes, cada uno de ustedes, ¿a qué grupo pertenece? Yo al segundo, evidentemente; al de aquellos a quienes visitan con asiduidad los fantasmas nocturnos. Y no hay defensa mejor que la invención de historias dentro de tu cabeza… Devanar el ovillo de alguna narración imaginaria. Bueno, la ensoñación amorosa también es una gran arma contra la oscuridad, y es que escribir una novela es algo que se parece muchísimo a los primeros momentos de una pasión amorosa, porque en ambos casos estás alienada, enajenada… Cuando escribes, estás obsesionada por tus personajes, por la historia; cuando amas, por el ser amado: te lavas los dientes y delante del espejo flota la figura adorada… En ambas situaciones, en suma, estás fuera de ti, y eso hace que estés fuera del alcance de tu propia muerte, que te espera muy dentro de ti, enroscada en tu vientre. Escribir es un embrujo muy poderoso. 19

De lo que acabo de contar se deduce que uno escribe siempre dentro de la cabeza. Cuando la gente habla del bloqueo de la página en blanco a mí me da la risa, porque antes de llegar a la página o a la pantalla del ordenador ya has escrito muchísimo, siempre aquí, mentalmente. Todo el rato vas inventando historias, por ejemplo, ves pasar a un hombre por la calle y la imaginación se dispara sola y se te ocurre un relato disparatado sobre él. En realidad los novelistas somos personas inmaduras que no han acabado de crecer. Porque todos los niños son así: van inventando cuentos de lo que ven, sus cabezas están llenas de fantasías. Pero la mayoría de los humanos abandonan esos ensueños en la adolescencia porque la sociedad les dice que ir inventando historias por la vida es una actitud infantil que hay que superar. Los novelistas, en cambio, nunca abandonamos la infancia. Llevamos al niño intacto dentro, y ese niño es quien escribe, la creatividad radica en él. Y el caso es que, como digo, siempre vas con la cabeza llena de imágenes y de fábulas que en el 99 % de las veces cruzan por tu mente y desaparecen para siempre, de modo que jamás llegan a ser escritas, jamás llegan a convertirse en un cuento o una novela. Pero, de cuando en cuando, una de esas imágenes que aparecen como salidas de la nada, que son verdaderamente como sueños diurnos, sueños que sueñas con los ojos abiertos; una de esas imágenes, digo, de pronto te llena de una emoción enorme, te turba muchísimo, aunque tú ni siquiera sepas por qué. Pero se trata de una imagen tan poderosa y tan conmovedora para ti que no te cabe dentro del pecho y te dices: «Yo esto tengo que contarlo, yo esto tengo que compartirlo». Y de esa frase, «esto tengo que contarlo», nacen justamente las novelas. O sea que el lector está desde el primer momento de la creación de una novela. Y es que antes he dicho que escribir es un embrujo muy poderoso. Pero leer es un hechizo aún mayor. La escritora catalana Nuria Amat tiene un libro precioso titulado Letraheridos en el que plantea a los escritores una elección cruel. Les dice que, si por alguna catástrofe tuvieran que escoger entre no volver a escribir nunca más o no volver a leer nunca más, ¿qué elegirían? Es una tesitura terrible, porque creo que todos los escritores sentimos que escribir nos salva de la disolución, de la locura. El libro de Nuria es de hace quince o veinte años, y a lo largo de ese tiempo he ido planteando esa pregunta a quizá un par de centenares de escritores de todas las nacionalidades. Y lo increíble es que todos, menos dos, me han contestado lo mismo que yo contestaría: escogemos leer, porque dejar de escribir puede ser la locura, pero dejar de leer es la muerte instantánea, es un mundo sin oxígeno. Y de esos dos que me dijeron que escogían escribir, a uno no le creo, porque me parece que lo dijo por pura vanidad, que mintió por aparentar el grandísimo escritor que era, y el otro es que es tan rarito, tan rarito, el pobre, está tan en las fronteras del contacto con el resto del mundo, que en él sí que creo que dejar de escribir sería morir. Pero lo que quiero decir con esto es que los novelistas somos en primer lugar lectores, lectores que además escribimos. Y que tanto la lectura como la escritura son actos de reafirmación de la vida, colosales actos de esperanza frente a la oscuridad. Hay una historia terrible y hermosa que siempre me ha


encantado porque ejemplifica a la perfección esta reafirmación contra el horror, que es la historia de la Gran Peste de 1348. Ya saben que la peste bubónica es una enfermedad aterradora, mataba en muy pocos días y de una manera atroz y con unos dolores espantosos. Esta peste fue la más terrible en la historia de la Humanidad, por lo menos la más terrible que está registrada, y empezó en Asia, aunque de Asia se tienen pocos datos fiables, y luego llegó a Europa en los barcos en 1348, y en menos de un año murieron entre la mitad y dos terceras partes de la población de Europa; es decir, en la España de hoy hubieran muerto unos treinta millones de habitantes en menos de doce meses. En París fallecieron la mitad de los habitantes, en Venecia dos tercios, en Florencia cuatro quintas partes; en todo el continente desaparecieron pueblos enteros, los campos de labor volvieron a su estado salvaje, los animales domésticos vagaron sueltos y asilvestrados. El mundo se llenó de bandoleros, desapareció el orden, no había ya gente para enterrar a los muertos. Como podrán comprender, parecía que había llegado el apocalipsis. Agnolo di Tura, que era un cronista de Siena (Italia), escribió: «enterré con mis propias manos a cinco hijos en una sola tumba; no hubo campanas, ni lágrimas, esto es el fin del mundo». Y había un fraile que se llamaba John Clyn y que vivía en un pequeño convento de Irlanda. En ese convento murieron todos los monjes de la peste bubónica, y Clyn los fue enterrando a todos uno a uno. Mientras atendía las atroces agonías de sus compañeros, Clyn iba escribiendo en un pergamino el relato de lo que estaba sucediendo; y cuando ya solo quedaba él, llegó al final de su crónica y anotó en el pergamino: «para que las cosas memorables no se desvanezcan en el recuerdo de los que vendrán detrás de nosotros», y luego dejó un espacio en blanco para que alguien pudiera seguir escribiendo y añadió: «con el fin de que esta obra se continúe, si por ventura alguien de la estirpe de Adán burla la pestilencia». Fíjense cuánta esperanza hay en la escritura y en la lectura, esperanza de que no se va a acabar la Humanidad a pesar de todo, esperanza de que alguien de la estirpe de Adán va a superar la pestilencia. Esperanza de que va a haber una mano más que va a recoger tu testigo, el humilde testigo de tus palabras, y va a seguir escribiendo en el pequeño espacio que has dejado en el pergamino. Y por supuesto Clyn también murió, terriblemente solo, de la peste bubónica, y lo sabemos porque alguien anotó su fallecimiento en ese espacio que quedaba; pero la vida siguió, la estirpe de Adán no se acabó, y si hoy sabemos de esa historia, si sabemos lo que fue la peste, es fundamentalmente por el relato que nos dejó John Clyn. Y yo no dejo de maravillarme de que ahora podamos leer esas palabras escritas en el borde del abismo, me maravilla que alguien tuviera el valor de escribirlas, y alguien más el valor de continuarlas, y que se hayan conservado, que una legión de lectores y estudiosos y bibliotecarios las guardaran, que las archivaran, que las ordenaran. Y junto con las palabras de Clyn, tantas, tantísimas palabras más, esa trenza de comunicación y de emoción que los humanos vamos creando a través de los siglos con nuestros escritos y nuestras lecturas, ese cúmulo de información que va creciendo y pasa de mano en mano, y que hace que los humanos sepamos más sobre nosotros mismos, que seamos más fuertes, que seamos más libres y más felices. Verán, creo que la mayoría de quienes nos dedicamos a escribir lo hacemos, entre otras cosas, porque detestamos hablar. Yo de adolescente tartamudeaba, y me ponía tan nerviosa tener que hablar en público que, aunque estudié en la universidad durante los últimos años del franquismo y por lo tanto en un ambiente de perpetuas asambleas estudiantiles, jamás me atreví a tomar la palabra. Y el caso era que tenía algunas pequeñas cosas que decir, pero era incapaz de abrir la boca: enrojecía, me

atrancaba, las rodillas me temblaban y mi voz acababa convertida en un susurro. No me atreví a decir nada ante una audiencia hasta que saqué mi primera novela, a los 28 años, y el día de la presentación lo hice fatal; de modo que comprendí que no tendría más remedio que superar ese trauma. Las dos cosas más difíciles que he hecho en toda mi vida y de las que estoy más orgullosa son precisamente haber dejado de fumar y haber aprendido a hablar en público. Aunque les diré que de todas maneras me sigue sin gustar y me he tomado un betabloqueante antes de subir. Y no deja de ser irónico que, partiendo de una dificultad verbal como muchos partimos, ahora los escritores estemos obligados a ser buenos comunicadores y voceros diligentes de nuestros libros. Ahora nos pasamos todo el día hablando y ocupando un lugar público, como yo estoy haciendo aquí en este mismo momento. Y es que hoy no basta con escribir una novela; además hay que saber venderla, hay que resultar mediático, hay que dar conferencias, presentaciones, entrevistas. Hoy casi hay que emplear más tiempo en la promoción de una obra que en su escritura. Bueno, en algunos libros estoy segura de que se emplea mucho más. Cuánto ha cambiado el mercado literario desde que comencé a publicar, hace 34 años, hasta ahora. En España, además, esa evolución ha sido más tajante, porque en esto, como en todos los demás cambios sociales, en España hemos recorrido en treinta años el trayecto que el resto de Europa cubrió en más de medio siglo. Cuando empecé, las campañas de promoción no existían. Uno publicaba su obra y esperaba las críticas y, con suerte, si gustaba, el boca a boca. Los libros permanecían meses en las librerías, un par de ejemplares en cada una de las tiendas, y la gente tenía tiempo de irlos descubriendo y recomendando. Ahora, en cambio, en España, como en el resto del mundo occidental, la industria del libro ha adoptado unas estrategias comerciales muy agresivas, semejantes a las que se emplean para vender refrescos de cola, por ejemplo. Y así, las librerías están llenas con las torres de los libros que aspiran a ser superventas, pilas y pilas de ejemplares del mismo título, y además hay castillos desplegables de cartón, siluetas de vampiros troqueladas y todo tipo de escenografías publicitarias, que terminan ocupando tanto lugar en la tienda que en realidad ya no queda espacio para los libros. Y esto que estoy diciendo es literal; varios libreros me han contado que ni siquiera pueden abrir todas las cajas de las novedades que reciben. A veces las devuelven sin haberlas tocado. Y sucede que las obras que aspiran a una difusión modesta, digamos de 3000 a 5000 ejemplares de venta, que en realidad es la edición media en España, hoy ni siquiera llegan a ponerse en circulación, porque los libreros, tan carentes de espacio, esconden un ejemplar en la balda de abajo que nadie puede ver, y al cabo de dos meses lo devuelven y la edición entera es destruida y convertida en pasta de papel en apenas tres meses. Este fenómeno es tan extremo que hoy en día en España es más fácil vender 30 000 ejemplares de una novela que 3000, porque de los 30 000 ya pueden hacerse pilas, mientras que esos 3000 puede que no salgan de las cajas. Y lo más terrible es que una literatura necesita libros de pequeño recorrido, bien porque son más experimentales, más minoritarios, más atrevidos; o porque pertenecen a escritores jóvenes, que han de irse abriendo camino tanto a través de los lectores como de su propio bosque de palabras. Por cierto que esos jóvenes hoy siguen siendo publicados, desde luego; creo que en España todo escritor novel con algo que decir termina siendo publicado antes o después, pese a la crisis y a nuestro elevadísimo porcentaje de pirateo digital. Pero ahora lo que sucede es que a ese joven se le edita su primer libro, que no vende nada porque no se ve, como antes hemos dicho; se le publica incluso una segunda obra, que tampoco vende. Y entonces ya no encuentra editor para el tercer


libro. El mercado está escupiendo a los escritores en su tercera obra, y esto es una tragedia. Para intentar compensar esa falta de espacio y esa invisibilidad en las librerías, los editores multiplican sus afanes mediáticos y, como decíamos antes, el autor se ve forzado cada día más a ser un vendedor ambulante que va voceando eso de «¡Compren este libro bueno, bonito y barato!» por plazas y mercados. Y es tan perverso el sistema que los escritores jóvenes crecen viendo a los autores todo el día en los medios, en las televisiones, en los periódicos, y algunos creen no solo que eso es glamuroso, sino que en eso consiste una carrera literaria; y, en vez de aspirar a escribir algún día el mejor libro que jamás se ha escrito, que es lo que debe ambicionar con loca y embriagadora intrepidez todo escritor primerizo, lo que muchos anhelan es ocupar ese lugar social. He visto a gente joven perderse, gente con talento, porque empleaban más tiempo en «ser» escritores que en escribir. Toda esta digresión, este paseo que he dado por el mercado, es para resaltar la obviedad de que el escritor escribe en su sociedad, en su tiempo, sometido a las presiones editoriales, económicas, sociales, a las modas y a los miedos. O quizá sería mejor decir que, para poder escribir algo verdaderamente tuyo, algo que te merezca a ti la pena, hay que luchar de manera constante contra todo eso. La presión es muy alta, el ruido del entorno es ensordecedor, la realidad ofrece una imagen distorsionada. Mi madre, de 92 maravillosos años, me telefonea para decirme muy alarmada: «¡Hija, has bajado del tercer al séptimo puesto en la lista de superventas!». Es necesario cultivar todos los días una disciplinada gimnasia mental para salvaguardar tu intimidad creativa. Tu libertad. Porque escribir es o debería ser, en efecto, un ámbito de plena libertad. No es fácil conquistar esa verdadera libertad. No es nada fácil. Un escritor novel le pidió consejo a Hemingway sobre qué escribir, y el hombre contestó:Write the truest thing you know, escribe la cosa más verdadera que sepas… Debo decir que Hemingway me parece un escritor muy sobrevalorado, especialmente en sus novelas, y que no me cae nada bien, pero encuentro esa respuesta muy atinada: lo más verdadero… Y esto no quiere decir que tengas que hablar de temas que conozcas personalmente, de algo que hayas vivido, sino que Hemingway se refería a esa verdad profunda que emerge por sí sola cuando dejas de manipularla con tu voluntad consciente, con tus deseos de agradar, tus ansias de éxito, tu molesto y limitador yo. Las novelas son como los sueños de la Humanidad, dan forma a nuestro inconsciente colectivo y nacen también del inconsciente del autor, del mismo estrato del que nacen los sueños. Como antes he explicado, una no escoge la historia que quiere contar, sino que la historia te escoge a ti, es algo que se impone por sí solo. Dentro de ese torbellino de ensoñaciones constantes que dan vueltas en el interior de tu cabeza, dentro de ese cúmulo de historias paralelas, un día aparece de repente esa imagen o esa idea que te turba tanto que te obliga a contarla. En el principio del largo viaje que es la escritura de un libro de ficción, siempre se encuentran estos dos poderosos ingredientes: el pequeño germen de una visión y la necesidad de compartirlo con los demás. Aunque se escribe a solas, la novela es un arte comunal. Y el problema es que esa «cosa verdadera» que debes ir dejando brotar de tu inconsciente muchas veces resulta demasiado esquiva. A menudo no consigues alcanzar la libertad necesaria para que brote; a veces no logras escuchar su tenue susurro. Seguir el camino de tu propia obra, ir de libro en libro, es como escuchar retazos de una canción que el viento trae… en ocasiones consigues atrapar una línea

melódica, un estribillo entero, pero a veces el viento sopla en otra dirección y ya no oyes nada. Y entonces te bloqueas. Yo solo me he bloqueado en serio una vez en mi vida. Fue en 1984; llevaba más de un año trabajando en lo que hubiera sido mi cuarta novela, llevaba más de cien páginas escritas y, de repente, me perdí. Tiré todo el manuscrito, salvo las cinco o seis primeras páginas, que publiqué a modo de cuento con el título de La vida fácil en mi libro Amantes y enemigos. Esa novela no volverá jamás. Dejé de sentir a los personajes, dejaron de importarme sus peripecias, me cansé del tema. Para poder escribir una novela, para aguantar las tediosas y larguísimas sentadas que ese trabajo implica, mes tras mes, año tras año, la historia que quieres contar tiene que guardar burbujas de luz dentro de tu cabeza. Es decir, en el desarrollo que prevés para tu novela tiene que haber unas cuantas escenas que sean islas de emoción candente. Y es por el afán de llegar a una de esas escenas que, no sabes por qué, te turban y te dejan tiritando, por lo que atraviesas tal vez meses de soberano e insufrible aburrimiento al teclado de tu ordenador. De modo que el paisaje que atisbas al empezar una obra de ficción es como un largo collar de oscuridad iluminado de cuando en cuando por una gruesa perla iridiscente. Y tú vas avanzando con esfuerzo por el hilo de sombras de una cuenta a la otra, atraída como las polillas por el fulgor, hasta llegar a la escena final, que para mí es la última de estas islas de luz, una explosión radiante. Por cierto que cada novela tiene pocas perlas: con suerte, con muchísima suerte, tal vez diez. Pero incluso puedes apañártelas con cuatro o cinco, si son lo suficientemente poderosas para ti, si son embriagadoras, si las sientes tan grandes que no te caben dentro del pecho y entonces te dices la famosa frase: yo esto tengo que contarlo. Y lo que sucedió cuando me bloqueé en 1984 es que las bombillas de la verbena se apagaron. Lo que contaba en aquel libro dejó de ser the truest thing para mí. Se acabó la necesidad, el temblor y el embeleso. Fue un verdadero aborto, y además tan tardío, digamos metafóricamente de unos cinco meses, que mi salud literaria se resintió: me capturó la Seca, como decía el chileno José Donoso, y pasé casi cuatro años sin poder escribir. Un maldito infierno, porque al perder la escritura perdí el nexo con la vida. Sentía una atonía, una distancia con la realidad, una grisura que lo apagaba todo, como si no fuera capaz de emocionarme con lo que vivía si no lo elaboraba mentalmente por medio de palabras. Es posible que el gran Fernando Pessoa se refiriera a eso en sus célebres versos: «El poeta es un fingidor. Finge tan completamente que llega a fingir dolor del dolor que de veras siente». Tal vez el escritor sea un tipo más o menos tarado que es incapaz de sentir su propio dolor si no finge o construye con palabras sobre ello. Con esas palabras que colocan, que completan, que consuelan, que calman, que te hacen consciente de estar viva. De manera que se escribe desde la necesidad. Uno se dedica a escribir novelas, que es una actividad en realidad absurda y fatigosa, porque no tiene más remedio que hacerlo para sentirse vivo y para poder soportar la realidad. Creo que esa necesidad de escribir, y la necesidad de leer, que son complementarias, siguen intactas en el mundo de hoy, por más que aparezcan todos los días decenas de Casandras vaticinando el fin de la novela, el fin de la literatura, el fin de la lectura frente al mundo de la imagen. Tonterías; la lectura siempre fue una afición minoritaria, y hoy esa minoría es más grande que nunca en todo el mundo. Ahora bien, sí creo que merece la pena preguntarse de qué manera esa necesidad de escribir y de leer se va adaptando a los nuevos tiempos. Por otro lado, me pregunto qué lugar ocupa la narración en nuestros días. Desde luego el ser 21


humano necesita seguir oyendo historias; el relato forma parte esencial de nuestras vidas, y volveré más tarde sobre esto. Y a veces me pregunto si esa hambre que sentimos por la ficción más o menos convencional no estará siendo saciada hoy en día, al menos en parte, por las grandes series de televisión. Magníficas series, desde luego, historias complejas y sutiles con personajes poderosamente dibujados; hablo de series como Breaking Bado Mad Men, cuyos argumentos, además, van desarrollándose y evolucionando en cada capítulo, en cada episodio, como los grandes novelones del XIX que se publicaban por entregas. Entonces, si ya existen esas grandes historias y esos grandes personajes en la buena televisión, la narrativa de hoy, ¿qué futuro tiene? Bueno, es una pregunta más bien retórica, porque en realidad no creo en ningún cambio radical; solo estoy hablando de tendencias y de coexistencias. La novela convive y convivirá sin problemas con las series, con los blogs, con las nuevas posibilidades expresivas, estoy segura. A mí me siguen gustando las novelas, sigo necesitándolas, para leerlas y para escribirlas. Eso sí, la narrativa de este siglo XXI es obviamente distinta a la del siglo XIX; por lo general las novelas de hoy no tendrán esa recia estructura de las obras del siglo XIX, no van a ofrecer una visión del mundo tan maciza, porque nuestra percepción del mundo hoy es mucho más fragmentada, más resbaladiza, más equívoca. Hoy la realidad es una fina gasa que amenaza con romperse entre nuestros dedos como el ala polvorienta de una polilla. Hoy nuestro inconsciente está lleno de agujeros, y las novelas que emergen de él reflejan esa sensación vertiginosa. De modo que las novelas se adaptan a la realidad, pero la magia de la literatura sigue viva, más viva que nunca, y lectores y escritores seguimos entretejiendo esa larga trenza de palabras de la que antes hablábamos. Y además, ¿saben algo?, creo que todos los lectores del mundo pertenecemos a la misma raza; hablo de los lectores apasionados, de aquellos que necesitamos leer para vivir, y estoy segura de que esta sala está llena de personas así. ¿Y cuál es esa raza común? Pues creo que somos personas que, aunque a lo mejor tengamos muchos amigos, y éxito social, y parezcamos chistosos y divertidos, en realidad arrastramos una incomodidad interior, una falta de adecuación a nuestro entorno. Somos personas que no terminamos de integrarnos en nuestra familia, en nuestra sociedad, en nuestra clase, en nuestra época. Hay una fisura que nos separa del mundo y que quizá intentamos salvar con el puente de palabras de los libros. Ahora bien, la cuestión es, ¿por qué a algunos de nosotros no nos basta con leer y además tenemos que escribir? No sé; quizá nuestra fisura sea mayor y necesitemos un puente más grande. Y aquí vuelvo a preguntarme: ¿por qué escribo? Es algo que todos los escritores nos planteamos; en un libro mío que se titula La loca de la casa intenté contestar seriamente esa cuestión y anoté media docena de hipótesis, que no son contradictorias entre sí, sino que pueden sumarse. Citaré aquí solo una: la descubrí por mi afición a leer biografías y diarios de escritores. Después de muchos años de estas lecturas me di cuenta de que una amplia mayoría de los novelistas son personas que han vivido una experiencia de decadencia más o menos traumática antes de la pubertad, digamos antes de los doce o catorce años, de manera que perdieron de forma violenta el mundo de su infancia. En algunas ocasiones esa experiencia es objetivamente mensurable y aparece recogida en las biografías: la muerte de los padres, como en el caso de Joseph Conrad; la bancarrota y la ruina total de la familia, como le sucedió a Simone de Beauvoir… Otras veces se trata de decadencias interiores, soterradas y mucho más sutiles, pero no por ello menos feroces. De manera que quizá el novelista escriba también contra ese tiempo asesino que todo lo destruye, contra la ulceración inevitable de la vida; quizá escriba como reparación del pasado y para rellenar ese gran agujero de su niñez. 22

Pero poco a poco, y dando muchas vueltas, estoy llegando al cráter de esta conferencia, a su núcleo central. A lo más importante de lo que quiero decirles. A the truest thing I know, como diría Hemingway. Y esa cosa tan verdadera es el dolor. «Del dolor de perder nace la obra», dice el psiquiatra francés Philippe Brenot en su interesante libro Genio y locura. Sí, desde luego: la necesidad de escribir está íntima e inextricablemente relacionada con el dolor. Y me van a permitir que haga otra cita, suelo hacer muchas citas y no para alardear de conocimientos, sino desde la humildad de quien reconoce la formulación perfecta de un pensamiento importante; eso, mencionar y honrar las fuentes, tal vez lo haya aprendido de mi faceta periodística. Pero la otra cita a la que me refería es del pintor Georges Braque: «El arte es una herida hecha luz», decía; hermosa frase. Necesitamos esa luz, no solo los que escribimos o pintamos o componemos música, sino también los que leemos y vemos cuadros y escuchamos un concierto. Todos necesitamos la belleza para que la vida nos sea soportable. De nuevo lo expresó muy bien Fernando Pessoa: «La literatura, como el arte en general, es la demostración de que la vida no basta». No basta, no. Por eso estamos hoy todos aquí, hablando de literatura y creación. Dije antes que los humanos necesitamos seguir oyendo historias. Es más que eso, mucho más. Para vivir tenemos que narrarnos; somos un producto de nuestra imaginación. Nuestra memoria en realidad es un invento, un cuento que vamos reescribiendo cada día, un relato en construcción, porque lo que recuerdo hoy de mi infancia no es lo que recordaba hace veinte años. ¿Alguna vez se han puesto a rememorar memorias infantiles con algún hermano? Yo lo he hecho; y les puedo asegurar que los padres de mi hermano no tienen nada que ver con los míos; ni la casa en la que supuestamente ambos vivimos. Son dos relatos totalmente divergentes, porque los hemos reconstruido de forma distinta, dependiendo de nuestras necesidades. Y, si nuestra memoria es un invento, entonces nuestra identidad también es ficcional, puesto que se basa en la memoria. Y sin esa imaginación que completa y reconstruye nuestro pasado y que le otorga al caos de la vida una apariencia de sentido, la existencia sería enloquecedora e insoportable, puro ruido y furia. En julio de 2011, la Organización Mundial de la Salud (OMS) hizo público un estudio sobre la depresión que había realizado en colaboración con veinte centros internacionales. La investigación se hizo con 89 037 ciudadanos de dieciocho países, o sea que la muestra era verdaderamente grande. Es un trabajo muy interesante que compara todo tipo de factores: ingresos, cultura, sexo, edad. Pero lo que ahora me interesa, y por lo que lo saco a colación, es que descubrieron que estar separado o divorciado aumenta el riesgo de sufrir depresiones agudas en doce de los países, mientras que ser viudo o viuda tiene menos influencia en casi todas partes. Me pareció un dato increíble, pasmoso, que parece ir en contra de lo que una observa y de la misma razón. Pero si no se trata de un error y de verdad es así, ¿qué implicaría? ¿Que los separados o divorciados se sienten fracasados? ¿Y que al morir tu cónyuge mientras aún es tu cónyuge puedes mitificar esa pareja en tu cabeza, hacerla eterna, considerarla un éxito? ¿Qué les falta a los divorciados para que estén más deprimidos que los viudos? Desde luego no la persona amada, sino una narración convincente y redonda. Un relato consolador que les dé sentido. Como decía Epícteto, «no nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede». Sí, al final, en efecto, es una cuestión de narración. De cómo nos contamos a nosotros mismos. Aprender a vivir pasa por la palabra. Todos los humanos somos novelistas y, por consiguiente, yo soy redundante porque además me dedico a escribir. ¿Cómo podríamos vivir sin narración? ¿Sin esa trenza de


palabras que nos salva cuando estamos en el borde del apocalipsis? Siempre se hará ficción, siempre existirá, de una manera u otra; mientras exista el dolor, existirán los escritores y los lectores a pesar del ruido del mercado, de las crisis o del pirateo. ¿Qué haríamos con nuestras penas y nuestras angustias si no dispusiéramos de libros y de historias? La creatividad es justamente esto: un intento alquímico de transmutar el sufrimiento en belleza. El arte en general y la literatura en particular son armas poderosas contra el mal y el dolor. Las novelas no los vencen, porque son invencibles, pero nos consuelan del espanto, en primer lugar porque nos unen al resto de los humanos: la literatura nos hace formar parte del todo y, en el todo, el dolor individual parece que duele un poco menos. Pero además el sortilegio funciona porque, cuando el sufrimiento nos quiebra el espinazo, el arte consigue convertir ese feo y sucio daño en algo bello. Por eso Conrad escribió El corazón de las tinieblas: para exorcizar, para neutralizar su experiencia en el Congo, tan espantosa que casi le volvió loco. Por eso Dickens creó a Oliver Twist y a David Copperfield: para poder soportar la devastación de su propia infancia. Hay que hacer algo con

todo eso para que no nos destruya, con ese fragor de desesperación, con el inacabable desperdicio, con la furiosa pena de vivir cuando la vida es cruel. Los humanos nos defendemos del dolor sin sentido adornándolo con la sensatez de la belleza. Aplastamos carbones con las manos desnudas y a veces conseguimos que parezcan diamantes. Centro Virtual Cervantes


La nueva obra del autor cuenta la historia de un niño que se monta en un autobús desde cuya ventanilla ve sus vivencias y fantasías.

HUMBERTO SÁNCHEZ AMAYA La vida es como una obra teatral de tres actos para Eduardo Liendo. En la trama de la suya, asegura encontrarse en el tercero. No tiene miedo ni está ansioso. “No sé cuándo voy a bajar el telón. Tampoco estoy apurado”, dice el autor de 73 años de edad que prefiere saldar deudas, como lo hace con su más reciente obra: Contigo en la distancia. Es la historia de un niño llamado Elmer, a quien el novelista considera un álter ego, que viaja en un autobús sin saber que es el de la muerte. Por la ventanilla observa su vida, primeras pasiones, desencantos, reuniones, desencuentros y errores, algunos de ellos enmendados con fantasías. A bordo están aquellos que fueron importantes en la vida del protagonista: José Gregorio Hernández, Cantinflas, Walt Whitman, Dick Tracy, Doña Bárbara, Franz Kafka, quienes viajan en el vehículo antes de perderse en la parte trasera, tras una misteriosa cortina de humo blanco. “En este viaje es posible una última oportunidad, antes de llegar al fin del final”, dice en un momento ese personaje. Uno de los cómplices en la travesía es el colector, Sócrates Pérez, quien recibe a los nuevos pasajeros y rechaza a aquellos que aún no tienen un puesto, aunque quieran subirse con desesperación. Para Liendo este libro es la forma de aprovechar ese chance. “Lo que me interesa es la literatura como segunda oportunidad”, dice el escritor, quien se imaginó el periplo de la existencia como la ruta de los buses que observaba cuando vivía en Prado de María. “Esta novela tocará muchas sensibilidades. A la mayoría nos han ocurrido cosas semejantes. Uno piensa que hay ocasiones que se presentarán luego. Cuando uno es joven siente que la vida es infinita, pero al cumplir años te das cuenta de su fugacidad”, agrega el novelista, que con el nombre del protagonista quiso rendir homenaje a Elmer Szabó. “Un autor bastante extraño que conocí en la Asociación de Escritores de Venezuela”, acota. Hay una frase que se repite en el texto: “Doy por vivido todo lo soñado”, una especie de lema del bus. ¿Y cómo la aplica Liendo en su existencia? “Me siento un hombre afortunado. He tenido una vida rica en experiencias". Recuerda momentos de cuando estuvo preso y en el exilio, su estadía en Europa y la Unión Soviética; la primera vez que vio una minifalda, en París; lugares que un joven de barrio, como él mismo se llama, nunca pensó que podría conocer. “Lamentable fue haber pasado varios años de la juventud como prisionero, aunque tampoco me considero una víctima. Nosotros retamos al poder de una manera beligerante. Distinto a lo que ocurre con los estudiantes ahora, que en su mayoría han protestado pacíficamente. Cuando iba a la montaña con un fusil, sabía que no me lanzarían papelillo”. Eso fue en su juventud, son los recuerdos de una época de fervor político e ideológico. Cuando se le pregunta por las satisfacciones actuales, responde: “No soy el escritor que soñé. No me transformé en una figura elemental de las letras del continente, pero doy por vivido todo lo soñado. Reivindico mi literatura, la emoción y el esfuerzo que hay en ellas, además de lo hecho en mi hogar con mi esposa e hija”. 24

Eduardo Liendo: “No soy el escritor que soñé”

Lamentaciones hay. Tienen que ver con el país: “Está mas deteriorado que el que yo recibí. Me refiero a la inseguridad. Antes se caminaba por cualquier lugar con tranquilidad, sin temor”. Sobre la utopía “La utopía tiene las rodillas ensangrentadas y los pulmones inflamados”, dice en una de las páginas de Contigo en la distancia el colector del autobús, Sócrates Pérez. Es una frase que resume parte del pensamiento de Eduardo Liendo, quien creyó en la lucha armada. “Ya no creo en la utopía en el sentido de adoctrinamiento ideológico político. La Unión Soviética despertó la curiosidad y solidaridad de gente como Chaplin, Picasso o Neruda. Se pensaba que era posible. Cuando eso se llevó a la práctica y el sistema se volvió improductivo, la estructura se convirtió en totalitaria. Un Estado superpoderoso crea una nueva casta”, afirma el autor de El mago de la cara de vidrio.


El «Quijote» en América

Don Quijote, un demócrata de izquierda Germán Arciniegas Pocas veces la protesta ha sido tan radical y profunda, tan elocuente y razonada como en el siglo que va de la Reforma a Cervantes. Una Iglesia que llevaba catorce siglos de estar unida se desgarró, se denunció en términos de vehemencia no superada la corrupción del pontificado, se cambiaron los términos de la ciencia y la filosofía, se desconocieron las autoridades veneradas por una tradición de siglos. Savonarola doró las piedras de Florencia con la luz de las hogueras en que ardían libros y obras de arte en medio de cantos y oraciones, echando simbólicamente al fuego el espíritu de una época considerada podrida por la corrupción de las clases dominantes. Lutero, clavando su edicto en las puertas de la iglesia, denunciaba un sistema que hizo crisis en los términos que sabemos. Pero si una denominación de la Iglesia tomó como suya la palabra protestante. no hay que pensar en la protesta como privilegio de unos pocos. Protestaba Santa Teresa contra la corrupción de los conventos, San Ignacio montaba su milicia como un Savonarola en dirección diferente a la del florentino, y cuanto ocurría en el campo religioso se reproducía en todos los demás órdenes de la vida intelectual y social. En este proceso la aparición del Nuevo Mundo viene a dar en tierra con la autoridad de muchos siglos. Copérnico encuentra en las noticias de Américo Vespucci tierra firme que le permite probar lo que nadie antes pudo. Aristarco de Samos, mil setecientos años antes, se había movido en planos de ciencia ficción cuando habló de un sistema en que resultaba el sol como un centro en torno al cual giraría la tierra, pero la falta de conocimiento de la tierra le dejó sin bases. En Copérnico, por la presencia de América, se produce el fenómeno opuesto. Entonces, quienes quedan sin bases vienen a ser Aristóteles, Santo Tomás, San Agustín, y quienes con ellos no podían aceptar los antípodas, ni la existencia de tierras habitables en la otra cara del globo. La protesta lleva al desconocimiento de la ciencia medieval, de la filosofía metafísica. Galileo tiene que sufrir el más dramático enfrentamiento con la Inquisición, de cuya experiencia quedó flotando en el mundo occidental una frase que vino a ser como el Leitmoti. de la inteligencia: E pur si muove.. La condenación de Galileo fue el mayor estímulo que movió a Descartes para conformar la filosofía esencial de la protesta. El francés eleva el derecho a dudar sistemáticamente como principio de la dignidad del hombre. Del hombre que piensa. «Pienso; luego existo» es el grito más ardiente de protesta que jamás se haya dicho por hombre alguno. Y el drama consiste en que esta pasión de libertad, este gesto de emancipación tiene al frente el poder de la Inquisición, conlleva el riesgo de la hoguera, de la cárcel, de la tortura. El establecimiento, como se dice hoy, estaba en peligro, y se defendía con procedimientos bárbaros que, sacados de la Edad Media, subsistían en los tiempos que todos ellos vivían, y se prolongaban en tiempos de Cervantes. Al Quijote hay que verlo surgir dentro de estas circunstancias. Don Quijote va a ser el personaje que sale a la palestra a protestar contra todas las injusticias, en defensa de la libertad y la dignidad del hombre. Es el loco fabuloso que se mueve empujado por los más puros ideales. Don Quijote de la Mancha entra en la corriente de esas rebeldías profundas del siglo. Es la culminación de una lucha secular en que los hombres se mueven entre la libertad y el 25

miedo. Cervantes encuentra la fórmula ideal, haciendo de su personaje un loco. Había que hacerse el loco para decido todo. El mecanismo elemental de la novela lo hemos conocido a través de los siglos. Hay que hacerse el loco hoy como ayer. Lo explica muy bien la clave del más hermoso prólogo, y el más profundo, que se haya escrito para introducir el libro de Cervantes. Ese prólogo, paradójicamente, jamás se ha publicado dentro del mismo volumen en que se narran las aventuras de don Quijote. Cualquiera puede ver que estoy hablando del Elogio de la locura. Este elogio, hecho por Erasmo un siglo antes de la publicación del Quijote, viene a ser como el discurso del método empleado por Cervantes. Erasmo tenía que destrozar los embelecos de las escuelas de su tiempo, hacer con el mayor disimulo los más sangrientos sarcasmos, poniendo su discurso en boca de la estulticia. A su amigo Tomás Moro, el de la Utopía. le explicaba su método: «Nada hay más necio, sin duda, que hablar en serio de lo que es pura necedad, ni nada más divertido que hablar en broma de aquello que no se sospecharía que lo fuera». El truco permite al de Rotterdam hacer las del de la Mancha con tan regocijada fortuna que ese prólogo del Quijote ha pasado a ser una de las obras ejemplares de todos los tiempos. Dejando hablar a la estulticia, Erasmo despotricó contra los oradores de la academia que desembuchaban una oración elaborada durante treinta años «y a veces ajena», asegurando que, como por juego, la habían compuesto o dictado en tres días... Denunciaba las barbas de los estoicos «atributo de sabiduría que comparten con los machos cabríos», para explicar sus tonterías o calaveradas: «Hablando en plata, a mí, a la estulticia, y nada más que a mí, tendrá que acudir el sabio si alguna vez se le ocurre ser padre...» y así, así, Erasmo fue llevando sus burlas hasta hacer este elogio de la locura que debió encantar a Cervantes: hay una locura «que por todos es apetecida con ansia excepcional; manifiéstase ordinariamente por un cierto alegre extravío de la razón que a un tiempo mismo liberta al ánimo de sus cuidados angustiosos y devuelve el perfume de múltiples deleites, y tal extravío es el que, como verdadera merced de los dioses, pedía Cicerón, para perder la conciencia de muchas adversidades. Tampoco lo consideró como un mal aquel argivo que había estado loco hasta el punto de ir todos los días a un teatro vacío donde él solo tomaba asiento, y allí reía, aplaudía y se divertía creyendo ver representadas comedias admirables, lo cual no era obstáculo para que fuese muy cuerdo en todos los demás menesteres, alegre con los amigos, bondadoso con su mujer e indulgente con los criados, a quienes jamás castigó porque le hubiesen destapado una botella... Este, pues, gracias a los cuidados de los suyos y a los medicamentos que le propinaron, hubo de recobrar el juicio, y cuando ya se halló completamente sano, se lamentaba así: "Vive Polux, compañeros, que me habéis matado por no pensar que, haciendo lo que hicisteis, me arrebatabais un placer, quitándome, a viva fuerza, una gratísima ilusión"». Tenemos muchos ejemplos de la necesidad de recurrir a la locura en nuestro tiempo que ilustran la permanencia y universalidad del método aconsejado por Erasmo o por Cervantes. Basta recordar a Ezra Pound, oficialmente declarado loco para sacarlo de las garras de la justicia norteamericana, o el sistema normal en la Rusia soviética de enviar a hospitales


psiquiátricos a cuantos se atreven en alguna forma a provocar una confrontación entre su verdad y la verdad del establecimiento. La mentira, un instrumento necesario La imposibilidad de decir la verdad en forma directa conduce a presentar como ficción la realidad. Tomás Moro hizo la novela de Utopía. para denunciar la injusticia social de su tiempo en Inglaterra, como Platón había hecho la invención de la Atlántida para mostrar una situación semejante en Atenas. El disimulo puede ser tan grande que el lector de una obra de ficción parezca como retardado, no descubriendo la verdad disimulada sino al cabo de muchos años. La crítica de Cervantes a los sistemas de su tiempo pasó desapercibida por más de un siglo. Todos reían de las locuras del Quijote sin llegar al fondo de su protesta escondida. Académicamente se dice que la novela es una obra literaria en que se narra una acción fingida, en todo o en parte, con el fin de causar un placer estético a los lectores. Esto no es exacto. En la novela latinoamericana de los últimos tiempos, el fin que buscan muchos autores es la denuncia de situaciones que solo pueden presentarse como pura invención. Esa necesidad de la mentira era más que justificada en los tiempos de Cervantes. En América tenemos un caso colectivo y elocuente en la transformación del carácter indígena. Los primeros cronistas están acordes en decir que los aborígenes eran veraces e ingenuos, pero cuando se dieron cuenta de que, si decían su verdad, estaban perdidos, se convirtieron en maestros del encubrimiento, el disimulo y la mentira. Hoy no hay indio que diga la verdad. Y no hay que pensar que esta prueba de buen sentido e inteligencia sea privilegio suyo, ni que esté motivada solo por la antigua experiencia. Hoy mismo decir la pura verdad produciría trastornos universales. Dentro de los regímenes más libres, donde la prensa o la tribuna aparentemente están hechas para gozar de una libertad completa, se puede decir todo, absolutamente todo, menos la verdad. Dentro de las mejores condiciones para inspirar confianza se le puede decir al hombre: Diga usted lo que piensa. Y el interlocutor obra al revés: piensa lo que va a decir. Lo mide. Calcula. Cervantes escribió un libro de pura ficción, de locos, con todo el encanto de la gran mentira, para decir su verdad... Así nació la quijotada. Las tres edades del Quijote Cien años antes de haber salido don Quijote a vivir la vida de aventuras que todos conocemos, ya andaba él, como un loco, por España y América. Las tres edades de don Quijote están a la vista: primero fueron sus aventuras de un siglo antes de que Cervantes tomara la pluma para escribir «su historia», es decir: su pasado. Luego viene el Quijot. que se publica entre 1605 y 1615; es su segunda edad. Por último, el Quijote se sale del libro, de la Mancha, de las manos de Cervantes, y empieza su tercera edad, ya eterna, universal. Los primeros locos hay que verlos dentro del marco de la vida española. El primero entre los primeros, debía venir de orígenes hebreos. Tenía la cabeza llena de fábulas y fue de oscuro nacimiento. Acabó codeándose con reyes y llamándose Almirante del Mar Océano y Visorrey y gobernador general de las Indias. Se llamaba Cristóbal Colón. De la misma manera como ocurrió al de la Mancha, que, «puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar don Quijote». Colón decidió llamarse don Cristóbal. Tan exacto es lo del quijotismo de Colón que casi no hay biografía suya que no lo registre. Para muestra, estas líneas en la de Madariaga: «El espíritu quijótico de Colón inspira todas estas páginas históricas. El descubridor andante se describe a sí mismo desde el principio como do. Cristóbal Colón, antes de que nadie le haya autorizado a llamarse así. La primera condición que registra el documento es

que sus Altezas habrán de hacer "al dicho don Cristóbal Colón su Almirante en todas las islas e tierras firmes que por su mano o industria se descobrieran o ganaren en las dichas mares oceanas"... La segunda condición que impone don Quijote Colón es la de ser Visorrey y Gobernador General». A Colón no le habían movido los mapamundos, según dijo alguna vez. No la ciencia. La fábula, los «espejos del mundo», las enciclopedias medievales, fueron su alimento predilecto, hasta que decidió sumergirse en las profecías del Viejo Testamento. Su experiencia con los sabios de Salamanca fue desastrosa para la ciencia. Quedó convencido de que con papeles como la carta de Toscanelli —el sabio florentino que demostraba la posibilidad de viajar hacia Occidente para llegar al Oriente— no sacaba nada. Salamanca le convenció de que España no había salido aún de la edad mágica. Engañándose a sí mismo fue maravilloso simulador. Obraría como los cristianos conversos, ocultando sus orígenes con las más extremadas manifestaciones de la nueva religión, para abrir los caminos del poder, la gloria y el triunfo. No solo defendió su proyecto de navegación sin insistir en la ciencia, sino que después de haber descubierto la tierra que buscaba, se empeñaba en encontrar los monstruos de los libros fabulosos. Llegando a Cuba averiguó la existencia de hombres de un ojo y otros con hocico de perro que comían hombres. Averiguó dónde estaba la isla de las mujeres, de las amazonas. Llegó al Paraíso. En sus conversaciones directas con el Padre Eterno aprovechó la lengua del Criador para clavar palabras durísimas a los reyes de Castilla y Aragón. Y en carta dirigida a doña Juana de la Torre, cuando llegado a Cádiz con cadenas esperaba en la justicia de Dios, le hablaba en estos términos, dignos de su lejano descendiente el de la Mancha: «como capitán que de tanto tiempo fasta hoy trae las armas a cuestas sin las dejar una hora, y de caballeros de conquista y del uso, y no de letras, salvo si fuesen de Griegos y de romanos...». El gran escenario de los primeros Quijotes viene a ser América. No es en España sino en el Nuevo Mundo donde enloquecen los hombres con la lectura de los libros de caballerías. Si Colón recurrió a unos pocos libros que desde los tiempos de Marco Polo venían a poblar la hipotética tierra desconocida de monstruos, los conquistadores tuvieron en sus manos una biblioteca más abundante: la gran colección de caballería, que comienza a publicarse en España a partir de 1508, el año de Amadís de Gaula. El siglo de los libros de caballería se abre entonces, y entre ese año y el de 1602 hay cuando menos cuarenta y dos libros que son el fondo en que vienen a hundirse las manos del cura y el barbero para explorar de dónde pudo salir la locura del Quijote. Todos esos libros salían para América en cantidades inmensas para la época. Uno de los grandes mercados era el de México. En seguida, el de Lima. Los conquistadores llegaban a América graduados en caballería. Hernán Cortés envió a su pariente Francisco Cortés a buscar la isla de California, de que hablaban las Sergas de Espladián. vecina al paraíso terrenal, poblada solo por mujeres. El nombre de California vino a quedar en la geografía de América designando una península, un mar, un estado, una bahía. El nombre de las Amazonas se dio al gran río de Sur América. Cervantes dudó entre darle al Ingenioso hidalgo su verdadero nombre o un nombre ficticio. «Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quijana...» y luego: «se vino a llamar don Quijote; de donde como queda dicho, tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se debía de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir...». Pues bien: el más quijotesco de los conquistadores fue don Gonzalo Jiménez de Quesada. De cómo Cervantes tuvo noticia de él es asunto muy. curioso. Había muerto el Quesada americano en tierras de Nueva


Granda, la colonia por él descubierta y conquistada. Había hecho tres salidas fabulosas en busca de El Dorado, mostrando temerario valor; él, que antes que soldado había sido hombre de letras, lector empedernido y dueño de una biblioteca que pudo ser la mejor en la naciente Santafé de Bogotá. Sus mejores discursos fueron el que dirigió al pueblo convenciéndolo de que debía acompañarlo a la ciudad empedrada de oro —y lo logró llevándolo a la fatal conquista de Guayana— y el que dirigió al rey de España clamando por los indios —los humildes, los desamparados— víctimas de corregidores y encomenderos. Este Quesada o Quijada, pero más exactamente Quijote de la Nueva Granada muere declarando que ya está curado de locuras... y lega a su sobrina el derecho a la gobernación de El Dorado. Dos cosas ocurren el año de 1580: los padres trinitarios rescatan a un tal Cervantes que estaba cautivo en Argel, y la sobrina de Quesada se informa de que el Quesada de la Nueva Granada ha dejado a su marido la gobernación de El Dorado. Mientras la sobrina anda en las diligencias que acabarán confirmando su gobernación, Cervantes hace las mismas antesalas en busca de empleo. El cuento de Quesada y lo de El Dorado están en ese ambiente. Una circunstancia lugareña hace de Quesadas y Cervantes gentes muy cercanas. Quesada como sus hermanos, nació en Córdoba. Don Gonzalo pasó allá su juventud, y siendo licenciado fue abogado del Ayuntamiento antes de partir para América. Los ascendientes paternos de Cervantes, de su padre hacia arriba, por cinco generaciones que sepamos, eran de Córdoba. Para hacer el cuento breve, la sobrina y su marido salieron al fin para la Nueva Granada... y Cervantes acabó solicitando que le hicieran o contador en esa Nueva Granada del Quijote americano gobernador, de Soconusco en Guatemala, contador de las Galeras en Cartagena donde Quesada había sido gobernador, o corregidor de La Paz... Como estoy escribiendo dentro del año lascasiano, sería imperdonable no mencionar a este otro gran quijote nacido hace cuatrocientos años y cuya singularidad como lengua sin freno de la protesta encendida está en la circunstancia de que no disfrazó la verdad sino que la puso a arder como fierro en la forja. Cuando Cervantes piensa en ser gobernador de Soconusco en Guatemala no habla como un Cervantes sino como un Quijote. Ese nombre lo ha recogido de Bartolomé de Las Casas. A Guatemala fue el fraile para darle vida a un experimento sacado de laUtopía. de Tomás Moro. Había ido a luchar por la dignidad de la naturaleza humana, y si de esa quijotada sale vencido, el vencimiento es como el de don Quijote en cualquiera de sus desgraciadas aventuras: no le sirve sino para alentarlo a nuevas empresas. El violento debate con Sepúlveda en Valladolid, diez años después de los de Guatemala, lo demuestra. Pedro de Castañeda, al relatar el viaje de Francisco Vásquez de Coronado, decía estas palabras que Lewis Hanke pone como pórtico a su libro sobre la lucha por la justicia en la conquista de América (la lucha de Las Casas): «Yo no estoy escribiendo fábulas, como algunas de las cosas que ahora leemos en los libros de caballerías. Si no fuese porque estas historias contenían encantamientos, hay algunas cosas que nuestros españoles han hecho en nuestros días en estas partes, en sus conquistas y encuentros con los indios, que como hechos dignos de admiración sobrepasan no solo a los libros ya mencionados, sino también a lo que se ha escrito sobre los doce Pares de Francia...». Segunda edad del Quijote Don Quijote y Sancho entran en la escena universal el año de 1605 cuando Cervantes publica la historia de sus vidas. Son ellos, así, contemporáneos de Hamlet, Otelo, Macbeth, Ofelia, Shylock... Parece increíble que en el espacio de cinco

o seis años hayan venido al mundo estos personajes. Pero aún más sorprendente es comprobar cómo de todos ellos, los dos únicos que se salen del libro o el teatro para mezclarse con el resto del mundo son don Quijote y Sancho. Para ver a Hamlet o a Ofelia es necesario ir al teatro. Es posible que mezclemos sus nombres en la conversación, que aludamos a ellos, pero siempre como dejándolos entre las páginas del libro o en la escena del teatro. Don Quijote y Sancho, no. Están confundidos con nosotros en la vida cotidiana, se mezclan con todo el mundo, han dejado de formar parte de la literatura para ser compañeros de nuestra vida. No existe otro ejemplo en todo lo que ha salido de la literatura. En 1605 comenzaron a saberse sus aventuras por haberse publicado la primera parte del libro, y en 1615 se supo el final con la publicación de la segunda. Pero ya antes de 1615 —en 1607— don Quijote y Sancho eran tan conocidos en Lima que en unos carnavales o Juego de Sortija, vistieron los de una comparsa con sus trajes, salieron a la plaza en el Rocinante y el Rucio, los seguía la princesa Micomicona, y fueron recibidos con estrepitosos aplausos y una carcajada colectiva. Todo el mundo los reconoció, y sabía más de ellos que de los funcionarios del virreinato o los notables de la ciudad. Para la fecha en que viene la segunda parte habían aparecido ya otras figuras shakesperianas: Ariel, Calibán, el rey Lear... Ninguna de ellas cruzó entonces el Atlántico. La invasión de Quijotes a América de la que habla Irving a Leonard en Book of the Brave. fue increíble. El libro caminaba hacia su segunda patria con más rapidez que Rocinante por las llanuras de Castilla. El propio año de 1605 Juan de la Cuesta despachó tres Quijotes a Juan de Guevara, a Cartagena; y doscientos sesenta y dos a Clemente de Valdés, a San Juan de Ulúa; y el mismo año, cien Quijotes Diego Correa a Antonio de Toro, a Cartagena. Esto continúa en progresión continua para esas ciudades y Santa Marta, Río Hacha, Puerto Rico, Santo Domingo, Panamá, La Habana... Puertobelo era el centro a donde llegaban los comerciantes de Lima que distribuían para el resto de Sur América Quijotes y Quijotes y Quijotes. Tercera edad del Quijote Y así, don Quijote y Sancho se le escaparon de las manos a Cervantes, se convirtieron en los personajes más populares del mundo, entraron a la buena compañía de los analfabetos. No hay analfabeto que ignore la pelea con los molinos de viento, el manteamiento de Sancho, las escenas con Maritornes en la Venta, lo ocurrido en la cueva de Montesinos..., don Quijote es una realidad que supera a la de Cervantes. Hay en el mundo muchas más estatuas de don Quijote que de Cervantes. Y no ya monumentos públicos de aquellos que tienen el aire de consagraciones oficiales, sino bronces, mármoles, maderas, tapicerías, pisapapeles, para el ámbito del hogar. No hay computadora capaz de decir el número de veces que se han reproducido las escenas de don Quijote y Sancho en ceniceros, manteles, vajillas, carteles, y cuanto en el mundo exista para adornos y decoración. Hay ciudades de locos, como Popayán en Colombia, donde todo el mundo jura que allí está enterrado don Quijote, o Guanajuato en México que celebra todos los años un multitudinario festival cervantino. Tan es Guanajuato otra de las tantas patrias del Quijote que el pueblo llena las plazas cada noche que se anuncia su llegada y a las efigies del manchego y su escudero han desalojado en las tiendas los juguetes mexicanos o las reproducciones del calendario azteca. Don Quijote, el gran demócrata El más encumbrado de cuantos caballeros han pasado a la inmortalidad ha sido don Quijote de la Mancha, y el más aldeano de los escuderos, Sancho Panza. Y lo más 27


extraordinario de ellos dos, es la amistad que los unió. Que durante la totalidad de su historia mantuvieran un diálogo constante es maravilla que no podría ocurrir sino en España. Sería inconcebible una situación semejante ni en Inglaterra, ni en Alemania, ni en Francia. Un señor tan alto y un peón tan bajo cambiando ideas, hablando de igual a igual, es el más democrático de todos los ejemplos. Se hace más visible el caso por sus cabalgaduras. Le costó trabajo a don Quijote hallar en todas las historias conocidas de caballeros la de ninguna que llevara a su escudero montando un burro. El destino le llevó a inaugurar tan inusitado suceso en la orden de la caballería. Hasta gramaticalmente se ve la diferencia, cuando se dice montar a. caballo, y montar en. burro. El caballo marca la jerarquía. Etimológicamente el caballero viene del caballo. En las Siete Partidas. se puntualizaba: «En España llaman caballería, no por razón que andan cabalgando en caballos, mas porque bien así como los que andan a caballo, van más honradamente que en otra bestia, otrosí los que son escogidos para caballeros, son más honrados que todos los otros defensores. De donde así como el nombre de caballería fue tomado de compaña de hombres escogidos para defender, otrosí fue tomado el nombre de caballero de la caballería». El movimiento del caballero que va a montar asciende a ocupar el rango social en que se viene a colocar, «monta a caballo», y decimos rango por caballo en ese sentido. El que se coloca sobre un burro, monta en. Queda difícil la relación entre los dos niveles, el de don Quijote y el de Sancho, para el estilo democrático, pero no solo lo simplifica y allana el diálogo mano a mano, sino que simbólicamente en dos ciertos instantes cruciales de la historia, una vez don Quijote entre a su pueblo en burro, y otra Sancho va a caballo en misión extraordinaria. Todos recordarán lo primero: don Quijote cayó de Rocinante en una arremetida contra el mercader que no se plegaba a reconocer la hermosura de Dulcinea, y quedó más que maltrecho en el suelo gritando «¡Non fuyáis, gente cobarde!». El mozo de las mulas le arrebató entonces la lanza y se la partió en las costillas... Un conocido se llegó a don Quijote y viendo que no podía moverse, le dijo: «Señor Quijana, ¿quién ha puesto a V. M. de esta suerte? Procuró levantarlo del suelo, y no con poco trabajo le subió sobre su jumento por parecer caballería más sosegada», y así llegó de regreso a su casa al final de la primera desgraciada aventura. A contrapelo, cuando don Quijote queda haciendo penitencia entre las rocas solitarias y debe enviar a Dulcinea su epístola famosa, a Sancho le han robado el burro y don Quijote lo despide en Rocinante. Aun gramaticalmente, Cervantes interviene alguna vez para que no todo sea para el hidalgo montar a caballo, y para el escudero en burro. Aquello sucede cuando a causa de haber rebuznado Sancho mejor que todos los burros del mundo, le castigan los del pueblo de los rebuznadores moliéndolo a palos, y llueven como granizo pedradas sobre don Quijote.Los malheridos a duras penas pueden moverse, y dice Cervantes: «En esto, ya estaba a caballo Sancho (en el burro), ayudado de don Quijote, el cual asimismo subió en. Rocinante...». Fue Sancho la única sociedad, la única corte, el único ministro que tuvo en toda su vida don Quijote, y anduvo así hablando siempre con el pueblo. Dialogaban con la más ruda franqueza, diciéndose mutuamente las cosas más desagradables. El tratamiento no fue para ellos, en ningún caso, compromiso formal. Don Quijote trataba de idiota a Sancho, Sancho, de loco a don Quijote. Hay instantes en que todo acuerdo parece derrumbarse, y sin embargo don Quijote acaba hallando en Sancho un amigo, y amigo le dice con toda el alma. Este diálogo entre señor y escudero se había roto desde hacía más de cien años en la forma más dramática, cuando la revuelta de los comuneros de Castilla. Entonces se llegó el pueblo a Carlos V, 28

para obligarlo al coloquio establecido por la costumbre tradicional española. El emperador tenía que plegarse a escuchar al pueblo, y si el común no oía de él la promesa de respetar sus fueros, no le confirmaba su calidad de rey. La altanería de la fórmula aragonesa llegaba al extremo que todos conocemos: «Nosotros en que cualquiera de nosotros vale tanto como vos, y unidos valemos más que vos...», Carlos V no soportó el atrevimiento. Los comuneros fueron sojuzgados y Padilla y su mujer murieron castigados. Se rompió en esta forma el contrato social de la vieja democracia española. Don Quijote decía: «Uno de los mayores trabajos que los reyes tienen, entre otros muchos, es el estar obligados a escuchar a todos, y a responder a todos...». Con esto, dicho por quien tenía la autoridad de toda una vida democrática, puso don Quijote en la picota al emperador. Sancho introdujo en sus pláticas con don Quijote el tema central del gobierno democrático: «No todos los que gobiernan vienen de casta de reyes...». Se curaba en salud: iba a ser gobernador. Y don Quijote, sujeto a oírlo, confirmó bellamente sus palabras: «Innumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria... La sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale». Dentro del contrato social establecido entre el caballero y el escudero ya estaba, desde el comienzo, establecido que Sancho llegaría a gobernar su isla... Lo fue, y haciendo un recuento de todos los jefes de gobierno que ha tenido España por siglos, Sancho Panza ha sido tal vez el mejor. Su profundo sentido de la justicia, su buen sentido, la Agudeza de que dio muestras en todos los instantes de su, por desgracia, corta administración, lo demuestran. A prueba se puso la amistad entrañable que unió a los dos protagonistas de la verdadera historia por la experiencia del diálogo. Había momentos en que el quebradizo humor de don Quijote parecía romperse ante las impertinencias de Sancho: «¡Oh, bellaco villano, mal mirado, descompuesto, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente! ¡Vete de mi presencia, monstruo de la naturaleza, depositario de mentiras, armario de embustes, silo de bellaquerías, inventor de maldades, publicador de sandeces, enemigo del decoro que se debe a las personas reales!» Inútil. Cuantas veces trató de silenciar al escudero tuvo que plegarse a su propio reconocimiento de que el primer deber del soberano es oír, escuchar a su pueblo. Sancho acababa por iluminarlo con la luz de la razón: —Es recia cosa y que no se puede llevar con paciencia, andar buscando aventuras toda la vida y no hallar sino coces y manteamientos, ladrillazos y puñadas y, con todo esto, nos hemos de coser la boca, sin osar decir lo que el hombre tiene en su corazón, como si fuera mudo. —Ya te entiendo, Sancho: tú mueres porque te alce el entredicho que te tengo puesto en la lengua. Dale por alzado y di lo que quisieres. ¿Qué es izquierdismo? La izquierda se originó, cuando la revolución francesa, en la distribución de los puestos que ocupaban los diputados a la Asamblea Nacional. Los radicales ocuparon entonces las curules de la izquierda: esto quiere decir que para que haya izquierda, tiene que haber derecha. En un régimen totalitario la idea no puede concebirse. Eliminada el ala derecha, no hay izquierda. El totalitarismo de cualquier color es totalitarismo a secas, y punto. Un poder armado y vociferante que descarga todo el peso de su puño de fierro sobre un posible interlocutor reducido al mutismo e inerme, viola el principio del diálogo contradictorio, origen de la izquierda. En los diccionarios no hay acuerdo sobre el particular. El de la academia española tiene un marcado sabor político reaccionario. Dice: «Izquierda. Hablando de colectividades políticas la más exaltada


y radical de ellas, y que guarda menos respeto a las tradiciones del país». En un país siempre hay dos tradiciones: la oficial y la popular. Suele ser visible la que dispone de mejores medios de expresión y publicidad; invisible la otra. En el caso de España, tomando como punto de partida, el rompimiento del diálogo cuando Carlos V y los Comuneros, quedaron enfrentadas las dos tradiciones, a la exaltada y radical de los del común se opuso la que fundó «su» autoridad en el cadalso que marcó el fin de Padilla. Pero la tradición popular no sólo no se extinguió sino que prosperó en América y en España, y para muchos es la mejor. Don Quijote estuvo por esta última. Su pasión de libertad, su constante ejercicio en el diálogo contradictorio sobrevivió a las pruebas más duras. En un diccionario francés aparece esta definición deizquierda que le hubiera venido mejor a don Quijote: «Dícese de lo que cae o mira al lado en que tiene el hombre el corazón». Cómo habría dolido a su izquierdismo —conviniendo en que su exaltado radicalismo lo fuera— la doble presentación que hacía la academia en la muy esmerada séptima edición de 1824: Izquierda. s. f. Siniestra. Izquierdo. zurdo. Fiel el diccionario a la posición asumida y mencionada, define izquierdea. de esta manera: «Apartarse de lo que dictan la razón y el juicio», y en este sentido maese Pedro hablaba de que don Quijote izquierdeaba cuando el embrollo de los títeres. El tema es intrincado y difícil. El truco de la locura queda involucrado en todas las aventuras del Quijote, aprovechadas por Cervantes para darle forma disimulada a la protesta. Y sobre la protesta misma, el mejor ejemplo lo dan las violentas expresiones de don Quijote contra la Santa Hermandad. La Santa Hermandad lo atropellaba todo a nombre de una justicia que solo existía de nombre. Salteador de caminos, le decían los de la Santa Hermandad a don Quijote, cuando arremetió contra ellos en la famosa liberación de los galeotes. Y don Quijote: «¡Venid acá, gente soez y mal nacida! ¿Saltear de caminos llamáis al dar libertad a los encadenados, soltar los presos, socorrer a los miserables, alzar los caídos, remediar los menesterosos?! ¡Venid acá, ladrones de caminos, que no cuadrilleros, salteadores de caminos con licencia de la Santa Hermandad!». Cervantes, que en sus propias carnes había sufrido los atropellos, volvía por la dignidad humana «locamente», y, ante todo, defendía la libertad. Todos recordamos, y nos sabemos de memoria las palabras de don Quijote a Sancho: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra y el mar encubre: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida; y por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo». Ahí está la clave de la protesta en el Quijote. La explicación de su heroísmo. La pasión de libertad: la libertad es el espíritu santo de la historia. Los dos alucinados No hay ningún bien nacido que en algún momento de la vida no se haya inclinado a hacer alguna quijotada. Don Quijote es un loco que convence y anima a hacer los imposibles: su espíritu penetra en lo mejor que tiene el hombre. Bastó que comenzara a caminar por el mundo para que hiciera escuela, y los dos primeros sujetos a su mágico dominio fueron dos personas de la más diversa condición. El uno era un rústico analfabeto salido de la más oscura entraña del pueblo y el otro un escritor desgraciado, humanista genial, conocedor de

muchas tierras. Cualquiera sabe que estoy hablando de Sancho Panza y de don Miguel de Cervantes. De cómo le fue imposible a Sancho Panza, a pesar de su buen sentido común, sustraerse a los argumentos falaces de don Quijote, es asunto que requiere la atenta lectura de todo el libro. Lo de Cervantes es igual. A medida que escribe el libro va rindiéndose a las invenciones de su propia imaginación, y llega un momento en que el héroe se lo devora. Cuando Avellaneda sale a continuar la historia, Cervantes se indigna como un Quijote y vuelve por su héroe hasta dejarlo muerto. Que nadie más se atreva a atribuirle cuentos. Pero ya entonces don Quijote era más personaje que Cervantes, y en cierto modo Cervantes queda como escudero de relevo. Había encontrado don Quijote ciertas claves de la democracia que coincidían con las que Cervantes mismo hubiera querido publicar, pero que sólo dichas por el loco podían gozosamente difundirse. «Si a los oídos de los príncipes llegase la verdad desnuda, sin los vestidos de la lisonja, otros siglos correrían, otras edades serían tenidas por más de hierro que la nuestra». ¿Cuál era el fin de las letras humanas? «Poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo». Como Luis Vives, como Tomás Moro, volvía don Quijote la mirada hacia un atrás increíble de bienestar: «dichosa edad y siglos dichosos», y pensando en que todas las cosas sean comunes y no haya ni tuyo ni mío, le hacía eco a Vasco de Quiroga, aquel fraile apasionado por el comunismo cristiano, y las palabras le fluyen como un poema encantado. Pero cuando pasaba de tan celestiales utopías a la dura realidad que le exaltaba, su profesión declarada era «perdonar a los humildes y castigar a los soberbios, socorrer a los miserables y destruir a los rigurosos». Irónicamente, en una batalla naval, dejaron a Cervantes manco de la izquierda. Entonces, encargó a la derecha el escribir estas sentencias de protesta que obligaban a maese Pedro a pensar que don Quijote izquierdeaba, y había que contarlo en sus locuras. Centro Virtual Cervantes

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Libertad de expresión y otros poemas Nicanor Parra, gran poeta chileno, cumplió 100 años. Cuando tenía 69, en plena dictadura militar, publicó un libro titulado Poesía política. En él encontramos el siguiente texto: “A ver a ver Tú que eres tan diablillo ven para acá ¿Hay o no hay libertad de expresión en este país? —Hay —Ay —Aaay!”. Eso lo dice todo. Y nos recuerda el lugar donde estamos y al camino por donde transitamos. La virtud está en decirlo con tanta fuerza y en tan pocas palabras. Como la poesía es universal, duele en cualquier parte donde apriete el zapato. Por eso da miedo seguir leyendo. Porque se trata de un espejo tan cercano. Por ejemplo: “Ayer de tumbo en tumbo hoy de tumba en tumba”. O de este retrato tan certero: “Jóvenes idealistas expulsados de todas partes exiliados, vejados, torturados solicitan respetuosamente del Supremo Gobierno se les permita al menos incorporarse al Asilo de Ancianos” Y, parodiando un famoso poema de Gabriela Mistral, implora: “Piececitos de niño azulosos de frío cómo os ven y no os cubren ¡Marx mío!”. Los textos anteriores pertenecen al conjunto de poemas o antipoemas “Chistes par(r)a desorientar a la policía” fechados también en 1983. Pero no son chistosos sino trágicos, hijos de la tragedia. Lástima que nos calcen tan bien. Todavía no hemos llegado al extremo de otro que dice: “de aparecer apareció pero en un lista de desaparecidos”. Aunque nos falta poco. Y hasta se exige: “Bese la bota que lo pisotea No sea puritano hombre por Dios”. Lo que le permite al poeta recordarles a los ilusos adoradores de los cambios catárquicos el problema presente: “Bien y ahora quién nos liberará de nuestros liberadores! ahora sí que estamos jaque mate”. Otro conjunto de poemas contenido en el libro Artefactos, fechado en 1973, pero que no logro descubrir si escritos antes o después del golpe militar, quizás antes y después, contiene versos tan verdaderos y cercanos a la experiencia actual de los venezolanos como los siguientes: “Hombre nuevo 30

EDUARDO MAYOBRE HAMBRE NUEVA”. o “REVOLUCIÓN REVOLUCIÓN cuántas contrarrevoluciones se cometen en tu nombre”. Y definiciones tan exactas como: “Que quede bien en claro que ni la propia unidad popular me hará arrear la bandera de la unidad popular”. Junto a afirmaciones evidentes: “LA IZQUIERDA Y LA DERECHA UNIDAS JAMÁS SERÁN VENCIDAS”. Pero añade, y debo citarlo en cuanto economista: “La cuestión no es el tipo de cambio sino que el cambio de tipo”. Plantea: “Me pregunto con sobrada razón qué hace la Sociedad Protectora de Animales que no se preocupa de nosotros”. Y destaca, en 1983: “La cucaracha la cucaracha ya no puede caminar porque le falta porque no tiene el apoyo popular”. Sin duda, los poetas saben más que nosotros porque, como dice Heidegger, oyen al ser. Ojalá que el ser y la realidad los oigan a ellos, y a nosotros. Nota: A Nicanor Parra se le caracteriza habitualmente como “antipoeta”, debido a la publicación de su libro Poemas y antipoemas (1954). Según Pablo Neruda (1963): “Es enteramente claro que Nicanor Parra es uno de los grandes nombres de la literatura en nuestro idioma”. En 1969 obtuvo el Premio Nacional de Literatura de Chile y en 2011 el Premio Miguel de Cervantes. Además de poeta es físico y matemático. Fue director de la Escuela de Física en la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile en la década de los sesenta del siglo pasado. Como esa escuela quedaba al lado, patio por medio, de la Escuela de Filosofía, en donde yo estudiaba en ese entonces, solía verlo pasear por los jardines y en unas pocas oportunidades participé en conversaciones entre él y alguno de mis profesores. En persona es tan amable como su poesía.


EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO J.D. SALINGER

Leer implica el goce de sustraerse al mundo que el autor nos propone y ésa es la mirada que nunca debemos perder ante un libro. Pero leer, es también asimilar técnicas, comprender la temática en toda su amplitud.

El Guardián entre el centeno, nos cuenta, desde el punto de vista social, el consumismo de una época (años '50 en EE.UU.), la rebelión de los jóvenes contra un sistema de mercado demandante, el inconformismo de una sociedad ante grandes cambios (económicos y políticos en el caso de los años '50 en EE.UU.), la impersonalidad en los sistemas de educación, literatura y cine con fines propagandísticos donde los verdaderos valores culturales se desdibujan, adicciones, etc. En este gran libro, el autor nos dice algo concreto pero entre líneas nos sugiere mucho más. El guardián entre el centeno es una de esas novelas en las cuales el autor usa una excusa anecdótica para contarnos mucho más. Salinger ha usado como excusa la adolescencia como etapa conflictiva para decirnos mucho más. La novela nos cuenta la vida de Holden Caulfield que es expulsado de un colegio por segunda vez. En la novela asistimos a los instantes posteriores a esa expulsión en que Holden decide huir. En esa huída vive un sinfín de situaciones que unidas a sus experiencias pasadas le va brindando al lector esa mirada especial del adolescente. Por momentos rebelde e irracional, por momentos de una lucidez extrema que nos muestra crudamente la vida tal cual es y como los adultos intentan mostrarla. Holden no solo representa al adolescente que quiere retener el idealismo de la vida que se le escurre entre las manos, sino que muestra a cualquier ser humano tratando de rescatar lo espiritual por sobre lo material en una sociedad que cada vez prioriza más lo último sobre lo primero. Es el típico antihéroe de la literatura contemporánea que lo único que busca es proteger ese mundo infantil donde la felicidad es plena y absoluta, protegerlo de encontrarse con un mundo hipócrita, malvado y feo. O sea que desde el punto de vista existencial nos ha contado: cómo vive el adolescente ese paso de dejar la niñez y asumir una incipiente adultez, el materialismo que implica el mundo adulto y la pureza que el adolescente debe rescindir para entrar en ese mundo que inevitablemente lo espera, y finalmente la impotencia de Holden por no poder cambiar esas reglas dadas dentro del crecimiento de una persona. Eso nos introduce en el planeamiento de que quizás, si nos lo proponemos, además de ser adultos responsables y funcionar dentro de una sociedad condicionante, además de asumir compromisos netamente adultos, además podemos no olvidarnos lo hermoso, lo simple, lo espiritual que conlleva la niñez y entonces, tal vez podamos matizar la realidad que nos circunda con ese halo de pureza elemental con que nacemos sin usarlo como sistema de canje para dejar de ser niños y convertirnos en adultos. Algún día la humanidad entenderá que ser un humano significa el sabio equilibrio entre niño y adulto ese que solo el adolescente tiene por un tiempo limitado y entonces ese día seremos muchos más los que engrosemos las filas de Holden para convertirnos en un guardián más entre el centeno. Tomo las palabras de Holden cuando nos dice: Los libros que de verdad me gustan son aquellos que al acabar de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarlo por teléfono. Ojalá Salinger viviera, ojalá pudiera llamarlo 31

por teléfono para contarle que su libro es un clásico que superará los límites de cualquier época, porque mientras lo material pugne por sobrepasar lo espiritual seguiremos embanderándonos tras Holden en las primeras filas para luchar contra ello. El Guardián en el centeno es esas joyitas que llamamos clásicos ya que no habla solo de Holden (su protagonista) sino de todos nosotros convertidos en Holden luchando por un mundo más real. EFE


Jorge Euclides Ramirez

EL FALSO JARDINERO En la víspera de la procesión de La Divina Pastora Beatriz salió a su jardín para cortar flores y llevárselas como ofrenda de gratitud .Sin darse cuenta o quizás sintiéndose protegida por el portón de la urbanización, no se percató que llevaba puesta una llamativa cadena de oro que solamente usaba en ocasiones especiales. Furtivamente un hombre de rostro cadavérico y mirada sinuosa entró a la urbanización, aprovechando que el portón abría con la modalidad de llamadas de celular y por ello se le facilitaba el acceso a cualquier intruso que estuviera fuera de la vista de quien activara el móvil a distancia. El sujeto, para disimular su presencia dentro de la urbanización le ofrece sus servicios como jardinero a un propietario que estaba por salir. Luego para no despertar sospechas se dirige al parquecito interno y allí finge que acomoda unos columpios. Con varios minutos en las calles internas comienza a “marcar zona” y gradualmente se cerciora que a esa hora, mitad de la mañana, no hay nadie frente a sus casas. Únicamente Beatriz con unas pequeñas tijeras cortando flores para la Virgen. Absorta en su interrelación con sus arbustos ornamentales ella pierde conectividad con el entorno pero en eso escucha una voz femenina que le pregunta la dirección de una vecina, Beatriz gira y le indica rápidamente la ubicación de la casa y prosigue sus tareas manuales. Pero esta leve distracción le permitió ver que a pocos metros de donde ella estaba se encontraba el falso jardinero en actitud de acecho, como un felino presto a saltar sobre su presa. Beatriz sabía que estaba en situación de sumo peligro y con vista periférica se colocó en estado de alerta. Al intruso al parecer solamente le detenía la súbita presencia de la señora que con voz suave llamaba desde la puerta de la casa vecina a la señora Belinda. El corazón de Beatriz latía fuerte y dentro de su angustia comenzó a orar en silencio pidiéndoles protección a Dios y La Virgen. Ella en ese momento recordó como un profesor y su hija fueron asesinados con un cuchillo por un falso jardinero y temía que de pedir socorro a gritos y saliera su esposo ocurriera un episodio parecido. Por ello decidió solicitar ayuda espiritual y con oraciones talladas en su alma rogaba la intercesión de las alturas. Estando en ese duro trance vuelve a escuchar la voz de la señora que buscaba a Belinda la vecina. La siente a sus espaldas pero Beatriz no se atreve a moverse porque piensa que cualquier cambio brusco del escenario pudiera disparar la agresividad del intimidante personaje.”Señora disculpe-le dice la inesperada pero salvífica visitante- será que usted me haría el favor de anotar mi teléfono para que la señora Belinda me llame. Yo toco a su puerta y nadie me responde. Al usted verla le pido el favor le de mi numero para que se comunique conmigo.” Beatriz no sabe qué hacer pero movida por la solidaridad y como una vía de escape le dice que entren a la casa para anotarlo, ya que no cargaba ni lápiz ni papel. La señora le dice que ella espera afuera, en eso Beatriz mira hacia la puerta de su casa y se sorprende al verla abierta ya que ella al salir al jardín la había cerrado. Se encomienda a Dios y 32

El Falso Jardinero La Virgen y de carrera entra diciéndole a la señora que corra tras ella. Al estar dentro de su casa mira hacia atrás y únicamente ve al falso jardinero y cierra la puerta rápidamente. Luego se asoma por una ventana para ver lo que pasaba y pedir auxilio para la dama que providencialmente la había salvado de una tragedia, pero solamente ve al intruso indeseable quien voltea para todos lados estupefactos ya que la señora misteriosamente había desaparecido. A los pocos minutos en las afueras del portón se escuchan gritos y todos los vecinos salen a ver qué pasa.”Atraparon un ladrón, la policía agarró a un malandro que quería robar al señor Luis.” Beatriz salió y alcanzó a ver como al hombre que estaba por atracarla lo llevaban esposado hacia un modulo de seguridad cercano. Vio a Belinda y aprovechó para preguntarle si no había oído los llamados de una señora que la buscaba, ella le respondió que no y eso que todo el tiempo había estado en el recibo. Allí Beatriz Supo que la señora de sombrerito redondo era La Divina Pastora que bajo a protegerla. jorgeeuclides@gmail.com LA CHIQUINQUIRA PROTEGE A CHEO El licenciado José Antonio Querales Guerrero, cariñosamente conocido como Cheo Querales, es un periodista de profunda huella en el Municipio Torres debido a que por décadas y de manera incansable ha informado en periódicos regionales sobre el acontecer municipal. Su padre le inculcó una autentica devoción hacia la Virgen María bajo la advocación de La Chiquinquira de Aregue, pueblo al cual viaja con frecuencia para presentarle sus respetos a la santa madre y también para comerse un plato de cabrito asado con guarnición de yuca, aguacate y queso frito. Cuenta Cheo que hace algún tiempo cuando venía de regreso de Aregue y nada mas embocar una pequeña recta, ubicada a desnivel y por ello visible solamente a poca distancia, observa que unos sujetos a bordo de una camioneta y dos motos están atracando un camión 350 cargado con mercancía. Cheo detiene brevemente la marcha pero se da cuenta que los tipos están armados con armas largas y uno de ellos ,rodilla en tierra, lo apunta con un fusil mientras otro se monta en la moto con la idea de perseguirlo en caso que intente un viraje de retroceso. Cheo sabe que su vida está en peligro porque esa banda dejaba con vida a los comerciantes robados, para luego cobrarles vacuna, pero asesinaba sin ningún tipo de escrúpulos a cualquier posible testigo. Como no es cobarde toma su revólver, sin soltar el volante, para enfrentar de forma temeraria a los forajidos. Pone una velocidad que le permita una mayor aceleración y le ruega a la Virgen logre salir bien del escollo mortal que tenía ante sí. Su idea era pasar al lado de los delincuentes a toda velocidad echando plomo y ,hasta donde le permitiera su cuerpo, doblado hacia el puesto de pasajero y así evitar los disparos a nivel de las ventanillas del auto. Por su parte los seis atracadores se organizaron de la siguiente manera. Uno tenía en el suelo al chofer y al acompañante, sometidos a punta de pistola. Tres se tiraron al suelo con sus


fusiles apuntando hacia el carro de Cheo y los otros dos se montaron en sus motos, cada uno con pistola de alto calibre. Cheo grita.”Ayúdame Virgencita” y puya hasta el fondo la chancleta de gasolina, su carro levanta la trompa y estaba a punto de crearse una balacera con absoluta desventaja para el valiente periodista cuando de pronto, de la nada, surge un remolino de viento muy grande que levanta polvo de todos lados y lo zumba a mitad de la carretera. El remolino prácticamente cubre al carro de Cheo pero sin impedirle la visibilidad. Los bandoleros quedan ciegos debido al polvorón que se abate sobre ellos y comienzan a disparar al aire. Igual que apareció el remolino desapareció repentinamente, pero

cuando Cheo ya iba lejos a toda velocidad y sin posibilidad de que fuera alcanzado por los facinerosos. Los criminales quedaron tan aturdidos y asustados por el suceso que desistieron de atracar al comerciante, quien afirma que al salir huyendo ellos dijeron “Vámonos rápido de esta v… que aquí pasó algo raro”. Y lo cierto, según el mismo comerciante, es que dentro del remolino que cubrió el carro de Cheo Querales ellos vieron como siluetada la imagen de la Chiquinquira de Aregue.


EL LECTOR DE JULIO VERNE ALMUDENA GRANDES

Almudena Grandes es una de las más colosales escritoras vivas de la literatura española contemporánea.

Almudena conmueve y remueve dentro nuestro sensaciones, sentimientos pero sobre todo nos ayuda a fijar los conceptos de integridad, de ética, de humanidad y sensibilidad como pilares de nuestra existencia. Admiradora de Benito Pérez Galdos y de Julio Verne, esos dos autores no podían estar ausente en una historia como El lector de Julio Verne, un niño que gracias a los libros (entre otras cosas) descubre que pensar no está mal pero que es peligroso en ciertas circunstancias. Los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdos marcaron de alguna forma la decisión de encarar este proyecto literario denominado 'Episodios de una Guerra Interminable' y del cual El lector de Julio Verne, es la segunda entrega. "Yo soy una lectora muy constante y apasionada de Galdós, que ha sido el escritor más importante de mi vida. Creo que una de las anormalidades una de las anomalías de este país es la cicatería con la que trata a un escritor que está a la altura de los mejores narradores del XIX." (Almudena Grandes) Por eso me pareció conducente la pregunta que alguien le formuló por allí: "¿Le da miedo la comparación con los Episodios nacionales de Galdós?" Y su respuesta oportunísima: "Cuando a los toreros les preguntan si tienen miedo, suelen contestar que no, que lo que sienten es la responsabilidad de su oficio. Eso mismo es lo que me pasa a mí. Galdós ha sido, quizás, el escritor más importante para mí, como lectora y como escritora. Y no pretendo competir con él, Dios me libre, sino adoptar el modelo que creó en sus Episodios para adaptarlo a mis limitaciones y a la época en la que escribo. Es un riesgo, pero también un homenaje emocionante para mí". De Almudena Grandes, hemos disfrutado: Inés y la alegría, El corazón helado, Estaciones de paso, Castillos de cartón, Mercado de Barceló, Los aires difíciles, Atlas de geografía humana, Modelos de mujer, Malena es un nombre de tango, Te llamaré Viernes, Las edades de Lulú (creo no olvidar ninguna). Con su inigualable estilo vuelve a recrear una historia de personajes, esta vez la historia de Nino y Pepe el Portugués un hombre misterioso al cual Nino quiere parecerse cuando sea grande y de quien aprende que la guerra está a la vuelta de cada roca, en el borde del río y en los suspiros de Elenita la pequeña nieta de Elena que le quita a Nino la respiración. Elena es una roja (comunista) que vive en un cortijo con otras mujeres comunistas y que le permitirá a Nino disfrutar de su exigua pero apasionante biblioteca, Elena será un referente cultural y junto con Pepe le otorgarán a Nino las herramientas para sobrevivir y salir ileso de la aventura de su propia vida pero sobre todo le enseñarán a pensar. Pensar en esa época era peligroso. Especular más allá del día de hoy era tan comprometido como utópico y el futuro era una quimera tan peligrosa como el propio acto de pensar, y es que para vivir era necesario no pensar. Vivir, seguir entero, dependía de pensar poco y expresar menos y pobres de aquellos a quienes además de pensar se les ocurriera sentir y pobres dos veces de aquellos a quienes se les ocurriera pensar y sentir porque además había que resistir. Para muchos sin embargo, pensar era saber que otra vida era posible y que para vivir de otra forma había que seguir acariciando el futuro y resistiendo por uno mismo o dejar de ser. Almudena no tiene una prosa simple, las frases largas, los párrafos extensos y la información que primero se sugiere para luego dejarse ver en el devenir de la historia, recuerda al estilo de Faulkner. En El lector de Julio Verne además se suma la dosis exacta y el perfecto manejo del lenguaje coloquial que aporta un 34

brillo especial a estas historias donde las palabras suelen ser y parecer pocas cuando de narrar la vida y la muerte se trata. Como se explica en los talleres de escritura, cuando empleamos la denominación de "lenguaje coloquial" en una obra literaria, nos estamos refiriendo, en realidad, a la imitación del lenguaje conversacional que pone el autor en boca de sus personajes. Con esto se provoca una mayor proximidad entre la obra literaria y el lector. Almudena lo logra. Esta novela, nos muestra otra mirada sobre la guerrilla, esta vez la de un niño de 9 años, Nino, que es hijo de un guardia civil y vive en una casa cuartel. En ese sentido, la historia es diferente, porque la mirada de un niño lo enaltece todo y también lo exacerba, sobre todo cuando de contar una Guerra se trata. "En España hubo una Guerra Civil sangrienta, feroz, salvaje, que mató a un millón de personas pero que mató muchísimas más cosas, que mató en todos los órdenes de la vida". (Almudena Grandes) Y El lector de Julio Verne tiene entre sus protagonistas a la propia muerte. La muerte como algo implícito en la vida de aquellos españoles en un pedazo de aquella España (Fuensanta de Martos) que se deshacía en pedazos, en pedazos de esperanzas muertas, de corazones muertos en medio de aquel puñado de hombres y mujeres entre los cuales, a pesar de todo, latía la vida. Una vida que muchos preservarán aún en medio de la muerte de sus vecinos, de sus parientes, porque la muerte rondaba la vida de cada día y entraba en cada casa como la brisa que baja del monte, la muerte de la mano de los guardias civiles o de los rojos, convivía con total normalidad en un escenario que le era propio. Y es que nadie podía dejar de huir de la muerte agazapada dentro de cada español, porque los muertos morían pero los vivos también morían con cada asesinado frente a un pelotón de fusilamiento o cobardemente por la espalda. Y el miedo, la desazón, el tormento por esa España que sangraba con cada disparo, viniera de donde viniese, porque ya daba lo mismo las bajas de un lado u otro, todos eran españoles, todos eran hermanos. De sus personajes, dibujados con la integridad con que la vida dibuja seres humanos Almudena nos acerca en esta novela a un manojo de personajes, quizás menos numeroso que en otras novelas donde la catarata de actores era por momentos desconcertante. Pepe el Portugués, Nino, Elena, Antonino (el padre de Nino) y su madre son suficientes para llenar de colores las páginas pero como si fuera poco aparece el sargento Sanchís y su esposa Pastora que sin estridencias a lo largo de toda la historia, ejecutan hacia el final, un solo a dos voces inesperado (o no) porque nada es lo que era en medio de una España incierta. ¿Dónde estaban los buenos? ¿dónde los malos? ¿quiénes tenían razón? ¿quiénes no? ¿en qué rincón había quedado escondida la piedad? ¿cuándo aparecería el perdón? "Los seres humanos somos capaces de desear y de ejercer nuestra voluntad para modificar nuestro entorno en función de ese deseo […] Este es un tema clásico en mi literatura". (Almudena Grandes) El lector de Julio Verne lo demuestra. Y a pesar de no haber un romance arrollador como en casi todas las novelas de Almudena ésta es sin duda una novela de amor porque: Todos los libros hablan del amor, aunque no haya chicas, ni besos, ni boda al final. Todos los libros hablan del amor aunque el amor no sea más que la fascinación, la difícil lealtad de un niño bueno y valiente hacia un valiente y codicioso pirata de palo con una pata de palo y el loro al hombro.(El lector de Julio Verne).


Los Pergaminos de Melquíades

El Hombre que encarecía el amor-post Orlando Álvarez Crespo La explotación del petróleo vino a transformar la vida del país y a trastocar hasta las fibras morales de la nación venezolana. Los que de alguna manera se favorecieron con el negocio petrolero pudieron mejorar sus condiciones de vida y a quienes por el contrario no los chispeó la bonanza petrolera siguieron viviendo como en la Venezuela, salvaje, agraria y miserable que muy bien describe Rómulo Gallegas en sus novelas. Muchos fueron los torrenses que emigraron al vecino estado Zulia, huyendo de la miseria local, en busca de mejores condiciones de vida. Emiliano Montero fue un caballero de Pie de Cuesta que se fue a trabajar a Mene Grande. Allí logró engancharse en la Shell para la cual trabajó como encuellador. Ganaba, para los años 40, la bicoca de Bs. 340,00 mensuales. Una platá si se toma en cuenta que el sueldo de un maestro de escuela era de Bs. 72,00 mensual. Emiliano Montero nació fullero y en el Zulia se le acentuó su gusto por las cosas buenas y caras. Pero lo que aquí queremos resaltar era lo que acontecía cuando este caballero, de visita, llegaba a Pie de Cuesta en vacaciones. Llegaba con plata en el bolsillo y ostentando los coroticos que mostraban su prosperidad. La llegada de Emiliano, además de muy anunciada por sus familiares, era esperada por muchos con agrado y por algunos otros caballeros con muy poco agrado y simpatía. Su llegada al pueblo causaba casi el mismo furor que la visitas del obispo. Este apuesto caballero aparecía vestido con paltó oscuro de gabardina Western de Raymond, camisa blanca almidonada, bufanda al cuello, lente anti-sol Ray Band, calzaba zapatos de dos tonos al estilo Jonnhy Pacheco, lucía diente de oro al estilo Ramonzote Pernalete; se bañaba con colonia Jean Marie Farina. Y lo más impactante de todo era esa parafernalia de la fullería era su cámara Kodak que le colgaba del cogote. Imagínense lo impactante que debió ser retratarse en Pie de Cuesta en 1940. “Con esa pinta – dice Frank Montes- no había mujer en todo el Municipio Manuel Morillo que se le resistiera a Emiliano Montero. Tanto su porte exterior como su psicología era la de un dandy americano. En las fiestas del pueblo era donde Emiliano se sentía a sus anchas. Aquel hombre que parecía ser Mauricio Babilonia causaba todo un furor al bailar con su paso La Tijereta o bailando Juancito Trucupei. Un buen día de diciembre se supo en Pie de Cuesta que aquel ostentoso y pantagruélico caballero había introducido un elemento de perturbación en el mercado amoroso del pueblo. Con él al amor y el sexo se encarecieron. Las muchachas decentes del pueblo, soñando con Emiliano, se hacían las duras con los galanes locales, con los mal pagados maestros de escuelas (y sin IPASME) que ya eran los galanes del pueblo. Entre las mujeres de la vida alegre, hoy llamadas prepago, era donde se producía el mayor impacto alcista. Montero, acostumbrado a los altos precios del sexo petrolero de los night clubes, les pagaba el triple por servicios sexuales o tiraíta. En Pie de Cuesta para aquella época las mujeres de la vida fácil cobraban Bs. 5,00 por polvo y Montero las pagaba 20 o 25 bolívares. De manera pues que cuando un piedecuesteño solicitaba los servicios de esas mujeres se encontraba con una tarifa incrementada en un 300 por ciento. “Eso es lo que me da Emiliano” era la repuesta que se conseguía con el revire de tal alto precio. ¿y cómo competía un maestro mal pagado y sin IPAS con los precios petrolero de Emiliano? 35

De entre tantas mujeres alegres que sirvieron a Emiliano algunas fueron bautizadas por él con nombres del argot petrolero: “La Gabarra”, La 7 tuercas. “y cómo sería esa que llamaban La Chupadora” se pregunta Frank Egidio Montes, gran admirador de nuestro personaje. Fue un hombre muy tremendo. Algunos de sus amigos lo llamaban El Gavilán. Como todo trabajador petrolero, Emiliano Montero aprendió a jugar béisbol. Dicen que no era muy bueno en eso. Para embasarse recurría a la táctica de dejarse golpear con la bola en el codo para lo cual tenía un curioso swing. Con el tiempo, un poco ya viejo, Emiliano regreso a vivir a Pie de Cuesta. Traía consigo algunos ahorros y el arreglo de la Shell. Lo empezaron a llamar Don Emi como muestra de consideración y respeto. Compró una hacienda con el rimbombante nombre de El Chimborazo, y montó un botiquín muy famoso “Villa Carmen” y como todo campesino rico y platudo se inscribió en COPEI donde gozó de la estima de los dirigentes regionales. Algunos viejos aún le recuerdan con su cabellera rejuvenecida con tricófero de Barry comprado en los comisariatos de las petroleras. Hasta sus años postreros Emiliano Montero se distinguió por su educación y su buen vestir. Murió a las tres y catorce minutos de la tarde del 09 de septiembre de 2001, a los 81 años de edad. Como todo conquistador había nacido el 24 de julio de 1926.


FEDERICO GARCÍA LORCA Y LA TAUROMAQUIA TEORÍA Y JUEGO DEL DUENDE Conferencia pronunciada el 20 de octubre de 1933 en la Sociedad de Amigos del Arte de Buenos Aires: El duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. No es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; de viejísima cultura, de creación en acto. El duende no se repite, como no se repiten las formas del mar en la borrasca. En los toros adquiere sus acentos más impresionantes, porque tiene que luchar, por un lado, con la muerte, que puede destruirlo, y por otro lado, con la geometría, con la medida, base fundamental de la fiesta. El toro tiene su órbita; el torero, la suya, y entre órbita y órbita un punto de peligro donde está el vértice del terrible juego. Se puede tener musa con la muleta y ángel con las banderillas y pasar por buen torero, pero en la faena de capa, con el toro limpio todavía de heridas, y en el momento de matar, se necesita la ayuda del duende para dar en el clavo de la verdad artística. El torero que asusta al público en la plaza con su temeridad no torea, sino que está en ese plano ridículo, al alcance de cualquier hombre, de jugarse la vida; en cambio, el torero mordido por el duende da una lección de música pitagórica y hace olvidar que tira

constantemente el corazón sobre los cuernos. Lagartijo con su duende romano, Joselito con su duende judío, Belmonte con su duende barroco y Cagancho con su duende gitano, enseñan, desde el crepúsculo del anillo, a poetas, pintores y músicos, cuatro grandes caminos de la tradición española. España es el único país donde la muerte es el espectáculo nacional, donde la muerte toca largos clarines a la llegada de las primaveras, y su arte está siempre regido por un duende agudo que le ha dado su diferencia y su calidad de invención. Parece como si todo el duende del mundo clásico se agolpara en esta fiesta perfecta, exponente de la cultura y de la gran sensibilidad de un pueblo que descubre en el hombre sus mejores iras, sus mejores bilis y su mejor llanto. Ni en el baile español ni en los toros se divierte nadie; el duende se encarga de hacer sufrir por medio del drama, sobre formas vivas, y prepara las escaleras para una evasión de la realidad que circunda.


Magdalena López

Cómo revertir una catástrofe en milagro Como si se tratase de un rompecabezas, La región vacía de Mario Szichman (Editorial Verbum de Madrid, 2014, http://www.verbumeditorial.com/es/) nos conmina a encajar las piezas que configuran, paradójicamente, no la totalidad y coherencia de una ilustración o de un paisaje, sino la fragmentariedad y la desintegración que se produjo el 11 de septiembre de 2001. Se trata de armar un espacio roto, una zona llevada a cero por la destrucción de las torres del World Trade Center. Pero esta "región vacía" por la catástrofe, que es también la del desierto mítico del Medio Oriente vaciado de humanidad que inspira la misión martirológica de Al-Qaida, se va poblando de personajes, temporalidades y lugares diversos. Afganistán y Nueva York; un exagente del FBI y el expresidente GeorgeW. Bush; los días previos al secuestro de los aviones de American Airlines y de US Airways y la infancia de Osama bin Laden, son apenas algunas de las piezas que componen este gran rompecabezas narrativo. Con la precisión de un fino ensamblador, Szichman no se distrae en recovecos, no deja cabos sueltos en el uso del lenguaje. A la manera de Hemingway, la contención de cada frase, de cada gesto en los personajes nos revela la punta del iceberg. La opacidad de un significado oculto o de un fondo emocional provoca el dinámico ritmo de la trama, aquello que nos impide como lectores despegarnos del libro llevándonos a un clímax aun cuando sepamos de antemano el desenlace de la tragedia. Y es que buena parte de los méritos de esta novela provienen de su tensión constante entre varios polos: lo dicho y lo no dicho, la historia y la Historia con mayúsculas, lo visible y lo invisible, lo destructivo y lo reconstructivo. Lo que se recompone no es sólo un hecho histórico sino dos vidas particulares; la de Marcia y Jeremiah Richards. La primera es una mujer que elabora collages y que perdió a sus dos hijos en una de las torres gemelas, el segundo es un periodista recientemente viudo cuya amante virtual viajaba en uno de los aviones secuestrados. Desde sus respectivas regiones vacías; vaciados también de los discursos grandilocuentes heroicos o trágicos, ambos irán construyendo una relación afectiva en base al terreno común de la pérdida y el cinismo. Sus diálogos, en mi opinión excepcionales, sugieren la posibilidad de emprender nuevos vínculos capaces de congregar lo fragmentario, de reunir lo disuelto. Revertir la catástrofe en milagro es la tarea que nos propone Szichman con esta historia de amor entre dos personajes anónimos. La idea de "llenar" los vacíos reubicando las ausencias y creando nuevos vínculos como en un duelo fructífero, haría de esta novela nos sólo un rompecabezas sino también un collage en el que de pronto, las piezas comienzan a calzar de manera inusitada. La región vacía es una obra que nos habla mucho de los tiempos que vivimos. Pero lo hace no sólo intentando abordar sus diferentes aristas para obtener una visión más abarcadora sino también, ofreciéndonos la posibilidad de un quehacer 37

reconstructivo personal y colectivo frente a la violencia y la pérdida. Magdalena López es profesora e investigadora en el Centro Estudios Comparatistas de la Universidad de Lisboa Tal Cual fin de semana.


El «Quijote» en América

Génesis, realización y evolución mundial del Quijote Conferencia Paul Groussac I Señoras, señores: Henos aquí en presencia de la obra maestra. Hablaré de ella con respetuosa independencia, esperando que me valgan en este ensayo, según la fórmula dantesca, «el grande amor y el largo estudio» con que la tengo escudriñada. Queda así prevenido mi distinguido auditorio de que, al arriesgar este juicio del Quijote, he considerado no solamente conciliables, sino emanadas del mismo principio crítico, la admiración más sincera por las soberanas bellezas de la obra y la comprobación no menos ingenua de sus deficiencias o verdaderas deformidades, siendo las primeras tan sobresalientes que las segundas nada rebajan del altísimo puesto que el conjunto ante el consenso universal tiene conquistado. Sobre corresponder, en efecto, el nombre de Cervantes a uno de los cinco o seis astros de primera magnitud del artístico firmamento, goza su producción genial el rarísimo privilegio —acaso no compartido en igual grado sino con Shakespeare en Inglaterra y Molière en Francia— de ser, por la lectura y el espectáculo, el vivo y siempre renovado alimento espiritual de las generaciones, sin distinción de clases, sexos ni edades; no simplemente, cual con otros «monumentos» literarios ocurre, venerandas reliquias históricas que, puestas en altares, suelen ser reverenciadas de lejos más que asiduamente frecuentadas. Y por supuesto que en ese inmenso concurso de lectores cervantinos a que acabo de aludir, tampoco hay distinción de nacionalidades, ya que, según luego veremos, en la difusión y consagración mundial del Quijote no corresponde la mejor parte al público español sino al extranjero. Con ceñirme en este estudio sobre la personalidad literaria de Cervantes a considerarlo casi exclusivamente como autor del Quijote, no lo desfavorezco ni cometo con él una injusticia. Siendo así que la obra de arte no se aquilata por su volumen sino por su «ley de fino», al modo que la liga del metal precioso, claro es que rebaja un tanto dicha ley cualquier agregado que, sin dejar de tener su valor propio, arroja al análisis una calidad inferior. Es evidente, para sólo recordar dos casos muy notorios, que más le valiera a Milton no haber intentado recuperar con el Paradise regained su Paraíso perdido; y también que, entre las tragedias del gran Corneille, las mediocres revelan los defectos de las más bellas con exagerarlos, hasta el grado de parecer, a trechos, Agésilas o Attila caricaturas de Cinna o Polyeucte. Aún prescindiendo de la Galatea y del Persiles, insípidos remedos de los géneros pastoril y aventurero, cuyos mismos modelos ya nos resultan intolerables, no habría quizá exceso de severidad en entregar al «brazo seglar del alma» (juntamente con sus demás producciones en verso) las obras dramáticas de Cervantes, cuya indigencia resalta cruelmente por entre el asombroso florecimiento del teatro español contemporáneo. Muy otra sentencia, seguramente, aplicaríamos a las Novelas ejemplares, de cuya docena bien contada (La tía fingida es apócrifa), se extraerían tres o cuatro tan primorosas como Rinconete en el campo de la observación realista, y elCeloso extremeño en el de la psicología. Pero todas ellas, sin excluir a estas últimas, se hallan comprendidas sustancial, si no formalmente, en el únicoQuijote. En el juicio, pues, que nos merezca la obra superior irá de suyo incluido el de las inferiores; 38

tanto más cuanto que, según es de todos muy sabido, varios episodios digresivos interrumpen el curso de aquélla, formando otras tantas «novelas ejemplares» que no deslucirían la colección. Señores: Al entrar en materia, debo reconocer desde luego (para que no sea todo ponderar dificultades) que aligera notablemente mi tarea, eximiéndome de su parte más enojosa el que no haya seguramente, entre las personas que me escuchan, quien no conozca el asunto principal y el desarrollo episódico del Quijote. Puedo, por lo tanto, acometer mi sujeto in medias res, según el precepto horaciano, sin necesidad de presentaros a los protagonistas de esta paródica novela de caballerías, ni seguir al avellanado hidalgo manchego y su obeso escudero en sus andanzas por los polvorosos caminos o destartaladas ventas de Castilla y Aragón. Os consta asimismo que el Quijote se compone de dos partes de casi igual extensión, quedando apenas entre ambas acciones el intervalo de un mes: lo que dura la convalecencia del héroe; si bien hemos visto que entre la redacción de una y otra median unos diez años. La elaboración de la Segunda no deja entrever nada de particular, ni presenta otro incidente que el trastorno causado en el final del trabajo por el fraude de Avellaneda, quien, es sabido, ganó por la mano al verdadero autor. Hacia 1612, pues, cuando y como quiso, Cervantes resucitó a don Quijote, después de dejarlo sepultado todo ese tiempo bajo sendos epitafios de los académicos argamasillescos: ningún interés especial ofrece esta resolución de poner por obra una Segunda Parte. Cosa bien diversa es la concepción de la Primera: hoc opus, hic labor. Y bien merece este esfuerzo de invención y tanteo una página de análisis, aunque deba éste apoyarse en parte sobre conjeturas; pues importa, al cabo, la génesis de la obra, de que todos los incidentes y accidentes ulteriores no son sino el desarrollo más o menos lógico. En el bosquejo de la biografía de Cervantes, a que dediqué mi primera conferencia, vimos que empleó en correrías por Andalucía, casi sin discontinuidad, el último decenio del siglo XVI; en Sevilla, especialmente, vivió los primeros años del decimoséptimo, según documentos en que figura algunas veces como vecino de dicha ciudad, otras, como preso por deudas en aquella cárcel real. Allí, como dije, hubo de pasar la mayor parte del año 1602, al tiempo que estaba también detenido, por causas análogas, Mateo Alemán, el autor de Guzmán de Alfarache, a quien hubo de tratar y cuya carrera presenta con la de Cervantes tan sorprendente analogía. A este origen tristísimo de la festiva novela alude el mismo Cervantes en su Prólogo y en términos que para ningún espíritu recto y libre de preocupaciones dejan lugar a duda: «...como quien (dice el libro) se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación». ¿Dirase que mal podía Cervantes publicar en esta forma su propia deshonra? Pero, para él, no había tal. En la desgraciada y repetida malandanza —que por otra parte soportaba con filosofía— nunca vio —y sin duda no había más— sino la consecuencia de su atolondramiento y excesiva confianza en los malos deudores. Además, no habría punto de vista más erróneo que el de juzgar las cosas y las personas de aquel tiempo con nuestras ideas modernas. No parece dudoso, pues, que la primera


parte del Quijote se engendró —vale decir, se compuso, hasta llevarse quizá muy adelante— en la cárcel de Sevilla, como lo indica el autor. Y no sé, a este propósito, si merece todavía un de profundis la secular leyenda que, hasta ha poco, hacía de Argamasilla de Alba la cuna delcapolavoro y de que es grotesco monumento la famosa edición de Hartzenbusch, hecha en 1863, «en la casa que fue prisión de Cervantes»... Volveré luego sobre este punto al tratar de la no menos legendaria personalidad del escritor; básteme por ahora recordar que en un libro publicado en 1903 1 establecí lo absurdo de aquella tradición, demostrando que Cervantes nunca pudo estar en Argamasilla, ni conoció la Mancha más que por haberla quizá atravesado en sus viajes a Andalucía. Desde entonces, la demostración ha hecho camino; y es ya fórmula corriente entre los críticos españoles más despiertos (haciendo deplorable excepción el ameno y absurdo peregrinaje de Azorín por la Ruta de don Quijote) aquel chiste de Mariano de Cavia —que data de 1905- sobre que la leyenda de Argamasilla «está de cuerpo presente». ¿Qué génesis tuvo el Quijote? En otros términos, ¿de qué elementos propios, o incorporados a la idiosincrasia del escritor, por el medio social y las circunstancias de su conocida lucha por la existencia, pudo nacer el concepto de la obra y efectuarse el proceso gradual de su formación y cabal desarrollo? Para aventurar una respuesta atendible, siquiera sea en parte conjetural, necesitamos previamente completar la silueta del hombre tal cual resulta de su biografía, con algunos rasgos distintivos de su carácter y mentalidad. Cuando, ya pasados los cincuenta años, recorría la meseta superior de la vida, después de adquirida su dolorosa experiencia en la dura escuela de la desgracia y la pobreza, no era Cervantes —o no parecía ser— sino un mediano escritor, antes aficionado que profesional, no poseyendo sino una varia y flaca ilustración de autodidacto, pescada a diestra y siniestra al acaso de las lecturas ocurrentes. No podía ostentar la base universitaria de casi todos sus rivales, quienes afectaban desdeñar tanto más al «ingenio lego» cuanto que las innegables dotes de gracia y chiste natural que en su prosa campeaban cuando huía de la retórica, le faltaban en el verso, tenido entonces por el género superior. Con alguna mal fijada tintura de latín e italiano, su cosecha literaria provenía sobre todo de los poemas pastoriles y las novelas de caballerías, fábulas arrulladoras del cautiverio y fieles compañeras de la soledad. Pero, con la reacción inevitable que trajeran, después de tanta ficción empalagosa, los años maduros y su ruda enseñanza realista vino a coincidir la que contra dichas novelas movía el gusto público: de ahí la aparente o parcial oportunidad de la sátira caballeresca. Digamos que en sus tesis sociales como en sus formas literarias —sobre todo en su teatro— Cervantes solía mostrarse un tanto rezagado y hasta retrógrado. Cuando le ocurrió parodiar los libros de caballerías hacía medio siglo que habían cesado casi por completo tales publicaciones, pudiendo decirse sin exageración que, al escribir su Quijote, hacia 1600, el «ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes» partía verdaderamente en guerra contra molinos de viento. Sea como fuere y dejando aparte la obsesión familiar del Orlando furioso, abundan los cuentos de locos sevillanos en la obra cervantina (sólo en el Prólogo y el capítulo I hay hasta tres). Si, como es probable, la novela psiquiátrica del Licenciado Vidriera se escribió en Sevilla por el tiempo delCeloso y de Rinconete, puede que el caso del licenciado sentencioso y el del ingenioso hidalgo se presentasen simétricamente al autor en figura de díptico. Por eso, hace algunos años emití la hipótesis 2 de haber sido elQuijote, en

su núcleo y primitiva forma, una simple «novela ejemplar», constituida por las correrías del protagonista en los despoblados de la Mancha. Se compondría esta novela de seis capítulos iniciales, a saber: la primera salida del hidalgo manchego, todavía sin escudero, por el campo de Montiel, con la parada en la venta; la graciosa velada de las armas; la aventura del muchacho Andrés; por fin, la paliza de estreno —luego seguida de tantas otras— que propina el mozo de mulas al flamante caballero, y su lamentable regreso a la aldea; sirviendo de conclusión y moraleja la quema de la caballeresca librería. Es muy sabido que este ensayo de salida y, diré,maquette de la novela mayor se conservó como principio —algo postizo— de la Primera Parte. No sabemos cómo se operó —si realmente la hubo— esta transformación; pero sugiere una conjetura admisible la indicada presencia simultánea en dicha cárcel sevillana del autor del Guzmán y del futuro autor del Quijote: allí tendrían sin duda sus pláticas diarias en ese patio infame donde rebullían los criminales y pícaros que cínicamente se brindaban a la observación aguda de ambos novelistas. El éxito reciente y extraordinario del Guzmán (26 ediciones en tres años), que por cierto Cervantes releería y glosaría con Alemán, hubo de estimularlo a dilatar el cuento embrionario hasta las proporciones del libro; y de ello pudo surgir el concepto y elaboración del Ingenioso hidalgo en forma de burlesca novela de caballerías, con su sencillísimo plan, primitivamente reducido a describir las tan conocidas y algo monótonas aventuras. La indicada reminiscencia del Orlando furioso, y sobre todo, del Amadís de Gaula, que presidió el esquema del Quijote, traía infaliblemente aparejada la invención de Sancho y Dulcinea como parodias respectivas de los escuderos Gandolín, Lassino, Ardián, etc. Y así también de las «damas del pensamiento», Oriana, Angélica u otras, que no escasean en el romancesco repertorio. De la «sin par Dulcinea del Toboso» poco hay que decir: es una evocación imaginaria y casi puramente verbal, que sirve de tema a las divagaciones quijotescas y cuya vaga realidad, despojada de su fantástica aureola, apenas se entrevé un segundo —prosaica oruga de la mariposa o Psiquis ideal— bajo la especie de «una moza labradora, de quien el hidalgo cincuentón anduvo un tiempo enamorado, aunque ella jamás lo supo ni se dio cata dello». II De muy otra solidez, como sabéis, señores, es la creación del escudero Sancho Panza, cuya regocijada y exuberante realidad se impuso al público desde el primer día, igualando, si no sobrepujaba en interés y vida, la misma escuálida silueta del caballero de la Triste Figura. Pero, antes de ensayar el trazo definitivo del grupo legendario, necesito insistir en la composición delQuijote, procurando destacar, aun más que la analogía evidente de sus partes, su carácter diferencial. Y para que este examen atento de la obra contenga alguna utilidad y enseñanza, probemos ponerla a nuestro nivel humano, vale decir, descendida del pedestal en que la han encaramado tres siglos de creciente superstición admirativa. Hemos visto, o cuando menos inferido, un primer tanteo en la concepción inicial. Con mayor fundamento —mejor dicho, con entera seguridad— puede afirmarse que, muy lejos de construir su obra según un plan preconcebido, en su conjunto y sus detalles, el escritor nunca la imaginó antes ni acaso la vio después tal como hoy la contemplamos, una vez despojada de los mil ex votos que la exornan y apartada del medio refringente que la transfigura. Poco es decir que su incertidumbre en la marcha de la acción se prolongó hasta 39


los últimos capítulos de la Segunda Parte, no cesando durante el desarrollo de la novela los tropiezos, olvidos y trocatintas sobre los actos y hasta los nombres de sus personajes. Ha quedado célebre el incidente del rucio de Sancho, que en el mismo capítulo desaparece robado y reaparece sin más explicación, lo mismo que los trescientos escudos de Sierra Morena. Podrían citarse otros lapsos no menos sintomáticos. Aun prescindiendo de esos detalles, se revela a cada paso lo descoyuntado del organismo literario, la falta de columna vertebral en las múltiples digresiones parásitas y relatos extraños que se intercalan en la acción, ya tan floja, para acabar de paralizarla; además de la desproporción de ciertos episodios, como el de los duques, que ocupa más del tercio de la Segunda Parte. Otros defectos más graves aún hay en la obra, los cuales podrían calificarse de vicios constitucionales, y que, sin embargo, han pasado inadvertidos o disimulados por la crítica cervantesca, cuando no celebrados entre las excelencias del «famoso todo». Aludo primero a la general ignorancia geográfica y topográfica del teatro de la acción; y segundo, a las continuas infracciones que el autor comete contra la constancia y la lógica, así en el carácter (sibi constet) como en la conducta de sus personajes. De lo segundo me ocuparé luego, concretándome por ahora a los yerros de geografía. Nadie ignora que la superstición cervántica no se ha limitado a celebrar la precedencia literaria de su ídolo; sino que ha llegado su obcecación admirativa hasta atribuir a su fetiche una supuesta universalidad de conocimientos que forma el más gracioso contraste con ese apodo de «ingenio lego» con que hemos dicho lo motejaban sus contemporáneos. Es así como sus devotos se han repartido la tarea de ensalzarlo en sendos escritos como filósofo, historiador, jurisconsulto, marino, teólogo, lingüista, etc. A don Fermín Caballero le ha tocado pronunciar, en un librito de 120 páginas, el panegírico de ¡«Cervantes perito en geografía»! Ahora bien: en lo tocante a la odisea quijotesca, esta pericia geográfica se revela en realidad por el completo desconocimiento o absoluto desdén de la topografía real en que el asunto se desarrolla. Nada extraño sería que Cervantes, «peregrino en su patria» (fuera de Madrid y Andalucía), se mostrase ignorante de la geografía de Aragón, que nunca divisó, hasta hacer que don Quijote cruzara en dos días al pasitrote de Rocinante las sesenta y tantas leguas que median entre el río Záncara, paraje de los rebuznos, y el Ebro de los duques, sin que en toda la jornada se nos dé noticia de una población entrevista o de un río atravesado. Lo fenomenal es verle vagar, no menos desatentado, por esta Mancha que —no se sabe a qué santo— eligió como teatro de tanta zurribanda, no conociendo de ella, visiblemente, sino algunos nombres de lugares o postas que oiría en sus tres o cuatro viajes de Madrid a Sevilla y viceversa. Comienza este andar a ciegas con las dos caminatas de arranque alrededor del supuesto Argamasilla, en que el camino del campo de Montiel, o sea al sur, resulta luego ser el de Puerto Lápice, que se halla al norte. Pero el itinerario verdaderamente fantástico es el de la cueva de Montesinos, en la Segunda Parte. Estando don Quijote en la aldea de Quiteria, unas veinticinco leguas al norte de Argamasilla, se le ocurre realizar su proyectada visita a la cueva de Montesinos. Parte con un guía y llega esa misma tarde a las lagunas de Ruidera, próximas a la cueva (la cual no es tal profunda sima, sino una mediana hondonada, con su excavación en el cerro, a la cual se desciende a pie por suave pendiente), sin que el autor nos dé a sospechar, ni él mismo sospeche, que los viajeros han tenido que desandar todo el largo camino que sale de su propia aldea, estando Ruidera a unas cuatro leguas al sudoeste de Argamasilla, y pareciendo imposible que el hidalgo no hubiera ido cien veces allí, antes del almuerzo, a cazar algún pato, seguido de su «galgo corredor». No necesito prolongar este desastroso examen de geografía, del que Cervantes resultaría reprobado, aunque por cierto sin gran detrimento de su fama, que sale ilesa de estos y otros más graves 40

tropezones. He querido únicamente dar un espécimen del culto extravagante que infligen a la memoria del ignorante genial sus torpes admiradores: desde los que le inventan absurdas pericias polimáticas, hasta los que van en piadosa romería a su imaginaria cárcel manchega, «en el lugar de cuyo nombre no quiso acordarse» (la misma fórmula usa en elPersiles, y al parecer para el otro lugar homónimo, quizá en reminiscencia del Guzmán), pudiendo vacilarse entre el Argamasilla de Alba y el de Calatrava, que ignoraba a la par. No tengo que volver sobre la falta de plan que se nota en el Quijote, como tampoco sobre lo desarticulado de la acción, compuesta —fuera de los relatos y episodios parásitos, y conforme al propósito del libro-de aventuras y combates burlescos, entreverados de sabrosas pláticas entre ambos protagonistas. Huelga recordar aquellos lances harto parecidos y repetidos, con su previsto desenlace de palizas y puñetazos brutales, que llueven sobre el héroe manchego y su escudero, en medio de las odiosas y estúpidas risotadas de los circunstantes, por lo regular arrieros y mozos de mulas, o, cuando no lo son, dignos de serlo. Ahora bien: según la observación que hice hace algunos años (y que mantengo hoy, por considerarla exacta), con reproducirse en las dos partes y en forma exteriormente análoga las malandanzas de nuestros personajes, se nota en la Segunda una marcada evolución de los caracteres, la que corresponde a una modificación tan profunda en sus actos y palabras como en la contextura de las escenas en que se agitan. No parece sino que el intervalo de pocos días, existente como dije entre las dos acciones, equivaliera a los diez años transcurridos para el autor, durante los cuales, aunándose la grave experiencia de la vida real a la imaginaria de los tipos por él creados, hubieran éstos venido a inspirarle una suerte de respeto que se percibe hasta en los títulos ya menos grotescos de los capítulos. En esta Segunda Parte, a cierto ennoblecimiento del grupo central, y que luego precisaré, corresponde un embellecimiento correlativo de los cuadros en que aquél actúa: a los desafíos y riñas extravagantes de las encrucijadas y farsas groseras de las ventas, han sucedido cuadros naturales o sociales, con vistas rápidas a la organización religioso-civil y todavía semifeudal de la Península. Los mismos diálogos con que el hidalgo y su escudero entretienen la soledad de las etapas, siguiendo el ritmo lento de sus pacíficas monturas, contienen ya más sustancia y médula, sin haber perdido (pues veremos que el estilo es la faz más desigual de la obra) su mezcla de monótona parodia caballeresca y prosaico desaliño en el amo; como de sabrosa rusticidad en el escudero, desgraciadamente ya mechada en éste de remedos retóricos dos veces inoportunos en los labios macizos de un labriego. Y esto nos conduce al examen de los dos tipos populares cuya creación constituye la gloria inmarcesible de Cervantes y la prenda más certera de su inmortalidad. Aludiendo a la invención o hallazgo de don Quijote y Sancho Panza, he pronunciado la palabra «creación»: acaso fuera término más exacto el de elaboración para significar la emergencia paulatina de la regocijada pareja y su gradual desprendimiento del fondo imaginativo. Muy lejos, en efecto, de presentársenos su venida al mundo del arte como un doble alumbramiento, surgido instantáneamente al fiat imperativo del genio, nos aparece efectuándose por una serie de esbozos o tropezados ensayos, hasta cumplirse la cabal realización. Esto se refiere principalmente al escudero, cuya personalidad llega sin duda a destacarse, más resaltante y pintoresca que la del mismo protagonista. Físicamente, la silueta inolvidable del hidalgo cincuentón, «seco de carnes y enjuto de rostro», queda burilado desde ese admirable primer capítulo, el mejor escrito del libro, y cuyo esmero nos trae involuntariamente a la memoria (el solo recordarlo parece una crueldad) el tiempo y vagar de que gozaba el preso para cuidar su estilo, y que no le dejó más tarde su libre y


siempre apurada existencia. En cambio, la fisonomía moral y mental de don Quijote, su psicología mórbida, como hoy diríamos, se manifiesta al principio y en toda la Primera Parte con unos pocos rasgos exagerados y repetidos que forman un conjunto demasiado simple y rudimental. La observación tan celebrada del caso patológico (hasta por alienistas encandilados, como el profesor Ball) 3, de ese delirio parcial omonomanía caballeresca —para emplear la nomenclatura anticuada pero expresiva de Esquirol— está llena de lagunas y errores. El autor incurre en frecuentes equivocaciones respecto a la actitud lógica de su enfermo en tal o cual coyuntura. Sólo recordaré el caso del combate con los cueros de vino en aquella famosa venta de Maritornes, donde tres o cuatro parejas extraviadas se reconocen, se abrazan, cuentan sus historias y las ajenas, formando una rueda digna del Decamerón. Se trata de un acceso de sonambulismo, quizá incompatible con el estado mental del maníaco; en todo caso, inconciliable con el recuerdo perfecto que don Quijote, ya despierto, conserva de los actos por él ejecutados durante el sueño anormal. Notablemente afinado se ofrece el mismo estudio en la Segunda Parte, así en lo que atañe al actor como a las escenas en que se desempeña. Ya ralean más y más las peleas insensatas del hidalgo con la canalla caminera, así como las groseras confusiones de los fantasmas alucinatorios con los seres y las cosas de la realidad. Su desafío a los leones es un acto de «loca» intrepidez más que de caracterizada demencia. Nada más correcto y señoril que su conducta en casa de El del Verde Gabán o en las bodas de Camacho. Su visión en la cueva de Montesinos no es sino un sueño verdadero, cuyos detalles le quedan naturalmente presentes al despertar. El repentino y breve ataque delirante que le causan los títeres de maese Pedro es una consecuencia conocida del excesivo prestigio teatral en un espectador apasionado. Ya no toma las ventas por castillos; y su ahora más vaga evocación de la Dulcinea ideal es análoga a la ilusión voluntaria del artista. Sufre una recaída parcial y pasajera en el castillo de los duques; pero es consecuencia de la burla pesada y laboriosa «mistificación» (si vale el galicismo) que diariamente le urden con estúpida constancia esos aristócratas ociosos que nos parecen hoy tan plebeyos de ideas como de sentimientos. Apenas merece mención la improvisada y desconcertada visita a Barcelona, desviación del plan primitivo, debida, como indiqué, al plagio de Avellaneda. El retorno al hogar del héroe vencido, que ha recobrado la razón al precio de sus caros ensueños, está impregnado de infinita melancolía. Y cuando, sintiendo próximo su fin, el buen Quijano, que sobrevive unas horas al difunto don Quijote, recibe la visita del bachiller Carrasco, reprende suavemente al incorregible socarrón que quiere seguir la burla: «Poco a poco: en los nidos de antaño, no hay pájaros hogaño». Los pájaros que se han volado son las cantantes ilusiones hasta ayer anidadas en los follajes que sombrean el camino de la vida... Tengo señalada en otro lugar la evolución del personaje escuderil, mucho más marcada y por lo mismo menos lógica que la de su amo. Por lo demás, el tipo del rústico burlón y sembrador de refranes, acompañando a su caballero, no era nuevo en la literatura: en los folklores medievales, el sabio Salomón va seguido siempre de un acólito, Marcul, encargado de encontrar un reverso irónico a las nobles máximas del primero. En España, la novela caballeresca de Cifar pone en escena a cierto escudero Ribaldo, a quien el americano Wagner señaló como el prototipo posible del nuestro. Son, además, muy conocidos los refranes relativos a un labriego Sancho, a quien suele acompañar su rocín. Este nombre vino —por lo menos desde el sigloXVI— a aplicarse en España al cerdo, de ahí la designación más

común del animal en la América española, según lo demostré hace algunos años 4. Cervantes, pues, recogió de la tradición popular al tipo reconocido del escudero, que completaba naturalmente la parodia de los caballeros andantes, con especial referencia a los del Amadís. Y así tuvimos al Sancho Panza rechoncho e hirsuto, cobarde y glotón, pero de gruesa hilaridad comunicativa; el cual, montado en el borrico fraternal, muy pronto se hizo popular, enseñando en farsas y mojigangas su cara de luna llena, con sus ojillos marrulleros y su bocaza de bezos siempre abiertos para la gula y la risotada refranera. También él, como dije, y más notablemente aún que don Quijote, aparece modificado y desmejorado en la Segunda Parte de la obra. Al mismo tiempo que las zurras y manteadas le ablandaban el cuero, las caravanas y el roce del hidalgo desbastaban su rudeza montaraz. Pero ha sido a costa de la verdad del tipo, y por tanto, de su eficacia artística. Su primitiva grosería, entre bestial e infantil, se ha mestizado feamente de vanidad e insolencia. El palurdo se da importancia; muéstrase con su amo no sólo respondón y atrevido, sino, una vez, hasta ultrajoso. Cree de veras en el favor de esos duques, a que sirve de juguete; y en su gobierno insular de diez días estaba ya tomando aires de grotesco advenedizo, cuando cansado el capricho de sus burladores éstos le devuelven a su jumento y quijotesca domesticidad. Corolario o consecuencia de este yerro en la evocación del personaje es el estilo que le presta Cervantes para acomodarlo a su nueva fortuna. A su alegre retahíla de refranes, Sancho añade por momentos una absurda mezcolanza de afectada prosopopeya y remedada fraseología caballeresca, la cual, además de extravagante en labios rústicos, no pasa de ser, bajo la pluma del autor, un ejercicio de retórica insulsa y trasnochada. Con todo, tal es la vida originaria y el natural vigor del modelo primitivo, que éste persiste para nosotros a despecho de las pasajeras deformaciones intentadas por el escritor envejecido. Más aún: la posteridad, al adoptar el tipo «sanchopanzesco» —para oponerlo al quijotesco— le mondará de sus escorias y repugnantes detalles físicos, para simbolizar en él la faz material y la instintiva exigencia de nuestra humanidad, emparentándolo con el Sileno de la fábula antigua: quien, también montado en el asno clásico y embadurnado de mosto por las bacantes, no deja de ser parte esencial en los misterios dionisíacos como símbolo sagrado y fuerza elemental de la naturaleza. III El hallazgo genial de Cervantes, señores, debemos verlo en esta doble creación de don Quijote y Sancho Panza, que encarnan la vida, el interés y, a pesar de las filiaciones indicadas, la verdadera novedad de la inmortal novela. Por cierto, que en torno de la pareja central surgen y circulan otras figuras secundarias, y algunas tan bien salidas como el bachiller Carrasco, el pícaro Ginés de Pasamonte, la encantadora Dorotea y la traviesa Altisidora, a quienes se contrapone la inmunda y repugnante Maritornes. Pero todas estas personas accesorias parece que sólo existieran para formar comparsa y séquito a los protagonistas: son dibujos a lápiz al lado de aquellos otros dos, grabados al aguafuerte. Tengo indicado ya el vicio general de la composición. Tampoco, y a pesar del entusiasmo fanático con que los cervantistas lo ensalzan, podría buscarse y hallarse en el primor y perfección del estilo cervantesco la razón y causa de la incomparable celebridad alcanzada por el Quijote. Si han de describirse las cosas como son, después de examinadas con el ojo desnudo del crítico, y no a través de la lente que las agranda o del prisma que las irisa, deberemos confesar que una buena mitad de la obra es de forma por demás floja y desaliñada, la cual harto justifica lo del «humilde idioma» que 41


los rivales de Cervantes le achacaban. Y con esto no me refiero única ni principalmente a las impropiedades verbales, a las intolerables repeticiones o retruécanos, a los detalles repugnantes que nos chocan, ni, por fin, a los retazos de pesada grandilocuencia que nos abruman; sino a la contextura generalmente desmayada de esa prosa de sobremesa: a su fácil chorrear de aguachirle, que disuena —sin necesidad de acudir a comparaciones extrañas— con tantos pasajes de estilo expresivo y fuerte como abundan en lasNovelas ejemplares y en este mismo Quijote. Muchos oasis tales, felizmente, amenizan aquel arenoso yermo de Castilla. Cada etapa del largo viaje manchego tiene sus gratas estaciones, como otras tantas ventas que pudieran parecernos castillos, a brindársenos tan aseadas y provistas como son pintorescas. Pero está el gran encanto de la jornada en los dos compañeros de ruta que no nos abandonan y cuyo interminable dialogar nunca nos cansaría si otros caminantes no vinieran con sobrada frecuencia a terciar en el sabroso coloquio. De más está decir que no tengo espacio para citar o siquiera señalar los pasajes admirables de la obra: tal inventario sería materia, no de una conferencia, sino de un curso trimestral sobre elQuijote. Por otra parte, no es exhibiendo algunos trozos selectos como os haría valorar el conjunto: una pepita de metal nativo, por descomunal que fuera —y tampoco las hay en el quijotesco criadero— nada nos enseñaría sobre la riqueza del placer aurífero, que sólo resultará del laboreo. Con referirme a ciertos pasajes célebres y deciros, por ejemplo, que las pláticas del ingenioso hidalgo en casa de Miranda, sobre los hijos y la poesía, son dignas, ya de Montaigne, ya de Rabelais, no os habría mostrado por qué Cervantes, con sólo haber dado vida a don Quijote y Sancho Panza, es más grande que Rabelais o Montaigne, ya que humanamente los genios se miden por la altura de sus estatuas, comprendida en ésta la de los pedestales. Y no es ciertamente que los dos primeros nombrados no estén muy encima de Cervantes por lo vasto de la cultura y la amplitud intelectual. Se necesita padecer el delirio fetichista para descubrir un hombre de «progreso» —como muy vulgarmente se dice— en este «cristiano viejo», imbuido en las más rancias preocupaciones de raza y religión, desde el odio a los moriscos y herejes hasta la veneración del derecho divino de los reyes y de la natural superioridad de los aristócratas ¡en el que profesaba una firme creencia en filtros, amuletos, pronósticos de la astrología judiciaria y demás supersticiones de la época! Nada de «moderno» asoma en Cervantes, ningún presentimiento del porvenir. En ese burlesco gobierno de la ínsula Barataria no hay sino facetas dignas de Patrañuelo: ni una sospecha de lo que hubiera diseñado seguramente, adelantándose a su tiempo, un precursor de la talla de Thomas More, el luminoso soñador de Utopía. Ya tengo mostrado que tampoco se revela en Cervantes un escritor relativamente «artista», a lo Argensola o Góngora. Pase que en el largo vagar y la vida al aire libre de su pareja no despunte nunca el moderno sentimiento de la naturaleza: es achaque de «raza», para usar el término corriente e inexacto. Con poseer España admirables pintores de cuerpos y almas (uno de ellos, Velázquez, igual a los más grandes de otras naciones), no ha tenido hasta ahora un verdadero paisajista: ut pictura poesis. Digamos, sin embargo, para no exagerar, que, al lado de sus insípidas descripciones «poéticas», tomadas en los libros, se encuentran en elQuijote algunas rápidas visiones de naturaleza, si bien más sugeridas que presentadas: tal, verbigracia, aquel croquis del Toboso dormido que, con cuatro o cinco rasgos triviales, produce una sensación total tan penetrante como el Nox erat de Virgilio. Y acaso sea uno de los misterios del genio el dar la impresión de las cosas sin describirlas... Formuladas todas las reservas legítimas (y confieso que no las he escatimado), quédale a Cervantes, lo repito, la gloria de haber animado 42

aquellos dos tipos eternos que, dotados de una vida imaginaria más intensa que la de ningún ser de carne y hueso, e incorporados por siempre a la familia espiritual de la humanidad, bastan para consagrar a su autor entre los grandes maestros del arte. Me falta decididamente el tiempo, señores —pues no quiero abusar de vuestra benevolencia-, para detenerme, como fue mi propósito, en la evolución del Quijote durante sus tres siglos de propagación y risueño apostolado por el mundo. Es sabido que el favor público lo acogió inmediatamente, si bien su éxito no igualó al pronto el de otras novelas contemporáneas, como el Guzmán. En realidad, la aceptación y fortuna del libro le vino principalmente del «extranjero» (es el caso de galicizar), en especial de Francia e Inglaterra, alcanzando su auge indiscutible a mediados del siglo XVIII. Al paso que se multiplicaban las ediciones de la obra (unas ochocientas hasta la fecha, de las cuales la tercera parte son españolas), se alejaban más y más del primitivo concepto del autor los criterios diversos con que se la juzgaba, así en España como fuera de ella. Hoy ningún espíritu sensato pone en duda que el único designio del escritor, por él mismo proclamado, fue burlarse de la ya moribunda literatura caballeresca. Pero lo que de veras se hallaba en el libro, su mismo padre jamás lo sospechó; y nunca como en el caso presente se puso en claro la parte de inconsciencia, de Unbewusste, diría Hartmann, que entra en los actos del genio. Recordáis que, juntamente con la Segunda Parte del Quijote, estaba Cervantes terminando el Persiles; ahora bien: ese insípido relato de aventuras era el libro que él consideraba muy superior al otro y el mejor de los suyos. En cuanto a los contemporáneos, se dividieron respecto alQuijote entre el «vulgo necio» que, sin buscar tres pies al gato, se divertía ingenuamente con las hazañas de don Quijote y las patochadas de Sancho; y los «del mismo oficio», que afectaban desdeñar por igual a unas y otras. Empero, corriendo los años, y en presencia del creciente favor que la obra alcanzaba en Europa, fue elaborándose de rechazo en España el culto cervantista; el cual, como siempre ocurre allí donde la pasión nacional acalla y anula toda crítica, se exaltó hasta adquirir, durante el pasado siglo, los caracteres de un fanatismo intransigente. Y fue la era, que todavía dura, del esoterismo quijotesco y del ciego endiosamiento de su autor: adoración perpetua que no ha producido, ni podía producir, un solo juicio memorable. Y por extraño contraste, tal aberración se avenía con otra del cervantismo, que era cifrar el milagro de la obra maestra en la sal gruesa de su estilo jocoso, y desde luego, en los dicharachos de Sancho Panza: lo que equivaldría a encerrar la grandeza del teatro molieresco o shakespeariano en la jerga de sus aldeas o las cabriolas verbales de sus clowns. En ello estaría el busilis, o sea lo que el estimable paremiólogo y fervoroso cervantista don José María Sbarbi llamaba en un terminacho (no sé si diga «hepta» u «octosílabo») la «intraducibilidad» del Quijote. El excelente P. Sbarbi, que, con ser presbítero, no sabía de esta misa la media, ignoraba que los únicos estudios sustanciales que acerca de este evangelio profano existen, se han hecho sobre traducciones, generalmente malas, pero suficientes para trasegar el vino genial. En medio de estas divagaciones, en efecto, la crítica europea, colocándose a igual distancia del frívolo designio de Cervantes y del que llamé culto idolátrico a base de esoterismo, simbolizaba en el hidalgo y su escudero las dos fases, ideal y material, del homo duplex, opuestas e inseparables como el anverso y el reverso de una medalla. La posteridad, finalmente, otorgaba al Quijote su puesto definitivo entre las más altas y sanas producciones del genio humano, cerrando los ojos a sus enormes deficiencias, en gracia de sus bellezas perdurables. En conclusión, señores, el concepto primordial que espero


dejar sembrado en vuestro espíritu, para que vuestra reflexión a su tiempo lo desarrolle, es que la obra maestra no nace por la sola operación del genio, sino que se hace con el concurso anónimo y prolongado de las generaciones, quienes, interpretando y como plasmando a su grado la obra primitiva, le allegan una verdadera colaboración. Tal es el criterio que me ha guiado en la presente y muy defectuosa conferencia. La califico así sinceramente; y, para que no pongáis en duda esta sinceridad, os confesaré con la misma franqueza que pienso haberme mostrado menos inferior a mi asunto en ciertas páginas de la obrita varias veces citada y publicada en París, hace algunos años 5 Sea como fuere, he terminado. Sólo me resta, señoras y señores,

agradeceros vuestra benévola y meritoria atención, deseando que así, imperfectas y someras, como mis dos conferencias han resultado, no dejen de contener un estímulo para los estudiosos, ya que no un regalo para los amantes de las letras.


La inteligencia se llamaba Juan Nuño

Desde lo intelectual, era un crítico indómito, que fijaba posiciones sin ambages.

ALIRIO PÉREZ LO PRESTI

Una de las fortunas con las cuales ha contado nuestro país, es la de haberse nutrido de infinidad de inmigrantes europeos que arribaron a nuestra tierra como consecuencia de tragedias bélicas ocurridas a lo largo y ancho del siglo XX. Son muchos extranjeros que hicieron de nuestra nación su propia patria, al punto de tener descendencia en Venezuela y facilitar un mestizaje que día a día trata de seguir construyendo el país que tenemos. Grandes las personalidades y múltiples los nombres de los cuales Venezuela se logró enriquecer. Desde la presencia de temperamentos vinculados con la dinámica económica, hasta lo más relevante del pensamiento venezolano, particularmente en el campo de la filosofía. Uno de esos hombres que dejaron un legado como maestros de generaciones de connacionales es el legendario filósofo Juan Nuño, nacido en Madrid el 27 de marzo de 1927 y arribado en nuestro país como resultado de la terrible guerra civil española. En la década de los años ochenta del siglo pasado, el Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario de Los Andes, trajo como invitado a Juan Nuño a efectos de dictar un par de conferencias magistrales en la ciudad de Mérida. Al segundo día de estar en mi ciudad natal, un grupo de jóvenes entre los que se encontraban Daniel Márquez Bretto, Jesús Alberto López Cegarra y un servidor, le hicimos una entrevista al destacado profesor de la Universidad Central de Venezuela. El encuentro no pudo ser mejor, pues Nuño fue de una amabilidad y receptividad que se aprecian y recuerdan con frecuencia. En esa época estudiaba medicina y los amigos de mi generación éramos polémicos entusiastas estudiosos y devoradores de cuanto libro nos caía entre manos. Fue inicialmente a través de los conspicuos artículos que semanalmente aparecían en el diario El Nacional como supimos de la existencia de Juan Nuño y luego nos leímos los textos que había escrito. Eran tiempos turbulentos, marcados por "el eclipse del marxismo". El partido comunista italiano, después de haber llegado a ser uno de los más importantes del mundo se desmoronaba y el muro de Berlín caía estrepitosamente bajo la mirada estupefacta de quienes creyeron en la farsa que hasta el día de hoy nos persigue: el marxismo. Juan Nuño llegó a representar para toda una generación de venezolanos la inteligencia puesta al servicio de la crítica a través del ejercicio indómito de pensar. Nuño representaba lo más granado de la intelectualidad en Venezuela para la época y sus objetivos de cuestionamiento eran inherentes a lo que él consideraba el fundamento del proceder filosófico: la sospecha. Tesis planteada por Bacon y Nietzsche y cultivada al extremo por Juan Nuño. La polémica llevada a su máxima expresión. Inteligencia e ironía, sarcasmo de inmaculado tejido con dominio magistral del castellano, lo cual no sólo era esplendoroso en sus textos, sino en sus conversaciones habituales. En esa entrevista grabada, nos dijo Juan Nuño que luego de haber ganado el premio Rómulo Gallegos, Mario Vargas Llosa le manifestó sus deseos de quedarse en la UCV dando clases y de cómo finalmente tomó la decisión de marcharse. A mi juicio, Juan Nuño fue una de las mentalidades más claras y honestas con las cuales hemos contado los venezolanos. Desde lo intelectual, era un crítico indómito, que fijaba posiciones sin ambages. 44

Conocedor de la criatura, la obra de Juan Nuño es recurrente en lo que respecta a la posibilidad de que el marxismo pudiese resurgir; no sólo era la voz de advertencia de un hombre sabio, sino la preocupación de un hombre ético que sabía el significado y la maldición inherente a la existencia de los totalitarismos. Nuño era tan crítico del fascismo como lo fue del socialismo, al cual trataba como agónica presencia indeseable de un mal que potencialmente podía volver, para tormento de los seres humanos. Con pasión hablaba de sus connacionales Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno. Era claro que la balanza se iba para el lado del vasco y no del madrileño. Nuño, así como Unamuno, cultivaban el difícil arte de ir contracorriente. Existe en toda su obra una propensión a ir "en contra de". De Ortega no toleraba las críticas emitidas en relación a los ingleses. Era de esperar, pues Nuño había conocido en primera fila el positivismo lógico anglosajón. En medio de la entronización del fin de las utopías cantada por el politólogo estadounidense Francis Fukuyama y aplaudida por muchos intelectuales occidentales, Nuño repetía que era una visión ajena a la realidad y carente de inteligencia. Pienso que estos son tiempos adecuados para retomar la lectura de los textos que nos dejó como legado el profesor Nuño, obras en las cuales muestra con claridad su percepción en relación al futuro del hombre. Especialmente de su amor por el conocimiento, por el saber, por la controversia, la palabra escrita y la polémica. Por el cultivo de la escuela de la sospecha. Fin último de toda filosofía. EL UNIVERSAL


Le Clézio:

La literatura es una "sopa espesa" de memorias Le Clézio, la estrella del décimo Hay Festival que acoge esta ciudad, Cartagena, del Caribe colombiano, participó en un coloquio junto al escritor mexicano Juan Villoro, en el que ambos desglosaron la vida y obra del Nobel ante un público entregado que no cesó de interrumpir con aplausos en el mítico Teatro Adolfo Mejía. Cartagena.- Viajero incansable, curioso errante e investigador de viejas y nuevas culturas, el Nobel francés de Literatura JeanMarie Gustave Le Clézio aseguró hoy en el Hay Festival de Cartagena de Indias que la literatura no es más que "una sopa espesa" cuyos ingredientes son las memorias propias y ajenas. Le Clézio, la estrella del décimo Hay Festival que acoge esta ciudad del Caribe colombiano, participó en un coloquio junto al escritor mexicano Juan Villoro, en el que ambos desglosaron la vida y obra del Nobel ante un público entregado que no cesó de interrumpir con aplausos en el mítico Teatro Adolfo Mejía. "La literatura de Clézio está hecha de itinerarios", advirtió Villoro cuando presentó al invitado de honor, para agregar que "ha hecho suyo el cometido de criticar lo propio para conocer lo diverso" y asegurar que es el artífice del "pensamiento interrumpido". Le Clézio dijo que "la imaginación está hecha de pedazos errantes y la tarea del escritor es agarrarlos, hacer memoria propia o de otros, usar esos momentos que no están colocados al tiempo y darles una especie de significación o evolución". La literatura, explicó, es "un oficio de trabajo manual, de transformar memorias, pedazos, ruidos, sentimientos, sensaciones, de hacer sopas espesas. La tarea del escritor es usar esos elementos". Esta concepción de la vida ha llevado a Le Clézio a crear novelas únicas, por las que ganó en 2008 el Nobel, un reconocimiento que incluye experiencias, espiritualidad y sabiduría en torno a culturas prehispánicas de Latinoamérica o conflictos africanos. Las enciclopedias de la biblioteca de su abuela en Niza le abrieron los ojos al mundo exterior cuando era niño y vivía en una Francia asediada por la Segunda Guerra Mundial, contó hoy Le Clézio. Allí leyó sobre la cultura prehispánica mexicana. Su curiosidad por la conquista violenta le llevó años después a vivir en Ciudad de México, donde se hizo cargo de la biblioteca del Instituto Francés. "En vez de trabajar me dediqué a leer todos los libros", dijo ante las ovaciones del público. Y es que Le Clézio ha plasmado en su literatura una realidad que, según el propio Villoro, sorprende a los propios mexicanos. Entre otros periplos latinoamericanos contó el viaje que hizo con un curandero desde Panamá a Colombia a través del tapón del Darién, caminaron por la selva, cruzaron la frontera sin papeles con el único objetivo de que su acompañante comprara "recetas de plantas y oraciones para curar a la gente". "Un viaje muy conmovedor", recordó Le Clézio, al lamentar que exista la creencia, especialmente en Occidente, de que los indígenas son mundos desaparecidos: "las poblaciones están vivas, las culturas se han transmitido", insistió. No obstante, dejó claro que "hay que deshacer el mito de que 45

los indígenas antiguos fueron una sociedad perfecta" porque eran comunidades de servidumbre, desde los aztecas a los incas. Pero sí valoró que "eran sociedades muy desarrolladas" en términos de lo que hoy se entiende por modernidad: "respetaban la naturaleza, no cortaban una flor sin orar o pedir perdón, mantenían el equilibrio entre la naturaleza y el ser humano". "Las comunidades que hoy sobreviven practican ese equilibrio, hay que respetar eso; pero no son sociedades perfectas todavía, a veces son violentas", dijo, para advertir que también "son víctimas de la sociedad moderna". Le Clézio habló de África, donde su padre vivió; de su abuela, de su madre y de su esposa, mujeres de las que ha extraído memorias que han quedado plasmadas en sus libros, en esas "sopas espesas". Pero algunos viajes, como el que transcurrió por Panamá y Colombia, "no han resultado en libros sino en la formación de mi alma, han sido importantes para inventar mi propia persona", puntualizó. "Cuando escribo no me decido a hacerlo sobre países o viajes, lo que me gusta es inventar utilizando la memoria de otros, construyendo elementos de memoria", afirmó. Puso como ejemplo cuando pensó en escribir sobre la guerra de Biafra (Nigeria), pero terminó haciendo una novela sobre el reencuentro con su padre, quien había vivido en 1968 aquella tragedia. En la obra de Le Clézio "hay momentos duros de guerra e injusticias, pero también entrañables de resistencia humana y esperanza", le apuntó Villoro durante el coloquio. A lo que el novelista respondió: "la literatura es un mundo muy especial porque hay cosas extraordinarias, la historia del mundo está llena de grandes crímenes, guerras, pero también de microhistorias". Son esas microhistorias las que marcan la diferencia en la obra de Le Clézio, para quien "la literatura ofrece una nueva vía a la realidad, una forma de realidad que no tiene nada que ver con la que nuestros ojos ven".


Roberto Lovera De-Sola

La muerte de José Manuel Briceño Guerrero El fallecimiento en Mérida (octubre 31, 2014) del filósofo y maestro José Manuel Briceño Guerrero nos obliga a repasar los ricos senderos de su actividad como pensador lo que es lo más importante de su legado. El rostro El filósofo José Manuel Briceño Guerrero nació en Palmarito, Apure (marzo 6, 1929). Fue hijo de llaneros y trujillanos por el lado materno. Su infancia fue la de una constante mudanza. Buscaban sus padres los mejores lugares para dar buena educación al hijo. Por ello vivieron en Puerto Nutrias, Sabaneta y Barinas, lugares en los cuales el niño hizo los estudios elementales. Allí en Barinas redactó el futuro escritor los primeros escritos los cuales insertó en un periódico escolar: Senderos. Eso sucedió hacia 1942-1943, como lo recuerda su fiel biógrafo e intérprete Miguel Ángel Rodríguez Lorenzo, en su libro La mudanza del tiempo a la palabra (1996). Ya para esa época el jovencito devoraba los libros que encontraba en la biblioteca paterna. En 1943 la familia vivía en Maracay. Allí inició los estudios de educación media. Estos los concluyó, en 1949, en el liceo “Lisandro Alvarado” de Barquisimeto. Obtuvo el título de Bachiller en Ciencias, como curiosa para quien se iba a dedicar a las humanidades de por vida. Ese mismo año ingresó en la Universidad Central de Venezuela a estudiar la carrera de Medicina. Sólo llegó a cursar el primer año. Otras motivaciones movían ya su espíritu. Por ello en 1952 se inscribió en el “Instituto Pedagógico” del cual egresó con el título de Profesor de inglés. Ya sus dotes especiales para aprender diversos idiomas se había hecho presente en él. Ya graduado obtuvo una beca de la Universidad de Chicago. Cumplidos los estudios en el norte regresó al país. Fue profesor en Barquisimeto y en Valencia. En 1955 marchó a Europa. Primero fue a Francia. Estudió en La Sorbona. En 1956 pasó a Austria. En Viena cursó Filosofía mientras se ganaba la vida haciendo traducciones y dando clases de idiomas. En 1960 obtuvo el doctorado con una tesis sobre la Filosofía del Lenguaje, asunto que será una de sus preocupaciones de por vida. En diversos de sus libros aparecerá luego el mismo asunto, la preocupación por el significado del lenguaje. Ya graduado en Austria fue profesor en Viena. De regreso intentó trabajar en la Universidad Central de Venezuela. Pasó luego a Mérida en cuya universidad ha realizado toda su carrera académica. Allí también realizó toda su obra intelectual la cual lo coloca hoy entre las grandes figuras intelectuales de la Venezuela de nuestro tiempo. Labor por la que recibió el “Premio Nacional de Literatura” (1996). En Mérida surgió el pensador y el creador. Allí fue haciendo posible su idea según la cual “Mi actitud consistía en encontrar la relación entre mi propia vida de la infancia y los grandes pensadores clásicos. Y hasta hoy en día estoy en eso, sobre todo en lo referido a los clásicos”, como confesó a Fernando Báez (1970) en una entrevista aparecida en el Correo de los Andes, citada por Rodríguez Lorenzo (p.226). A esa búsqueda y a otras que luego veremos se entregó. A poco de instalado en Mérida comenzó la producción intelectual con el folleto ¿Qué es la filosofía? Fundó la revista Paideia (1963-1967). Pronto la producción escrita se abrió a otro sendero: el de la literatura imaginativa a través de la cual expresa de forma más diáfana, sin aparato crítico, las mismas preocupaciones de su vida intelectual. De allí el conjunto de libros de ficción que se inician con Doulos oukon, al cual siguen 46

Triandáfila, Holadios, El pequeño arquitecto del universo y Anfisbena. Algunos colocan a Amor y terror de las palabras, entre sus obras de ficción, a nosotros nos parece una derivación de El origen del lenguaje. Paralelo a estos volúmenes, que no tienen la importancia de su obra filosófica, a pesar de abrevar en ella, edificó su obra de pensador. Surgieron entonces sus libros América Latina y el mundo, El origen del lenguaje, La identificación americana con la Europa segunda, suDiscurso salvaje y Europa y América en el pensar mantuano. Sus tres obras mayores La identificación americana con la Europa segunda, Discurso salvaje y Europa y América en el pensar Mantuano, las reunió en el volumen El laberinto de los tres minotauros. Mientras trabajaba en sus libros de pensamiento, firmados con el seudónimo de Jonuel Brigue daba a la luz Doulus oukon, Holadios y Anfiesbena seguían pasando los días. El pensador trabajaba sobre las hojas en blanco de su mesa de trabajo, en ellas expresaba lo que había visto, aquello que le había enseñado su mirada de la esencia de nuestra América Latina. Es eso lo que está lo que encontramos en El laberinto de los tres minotauros y en América latina y el mundo. Ocupaciones académicas lo mantenían laborioso: el trabajo de la cátedra, los diversos cargos que ha debido ejercer en la Universidad de Los Andes o los lugares a los cuales su faena intelectual lo llevó. De allí que entre 1968-1969 pasara un año en México trabajando con el también filósofo Leopoldo Zea (19122004); que unos meses de aquel período haya ido hasta la “Biblioteca del Congreso” de Washington, la más grande colección bibliográfica del mundo, para investigar allá. En 1971 estuvo en España y en Rusia. En 1978 en la Universidad de Granada, España y en París. Escribió entonces su Discurso salvaje y Europa y América en el pensar mantuano. En 1979 le tocó hacer en Mérida El Elogio de la ciudad; en 1981 debió hacer en el Paraninfo de la Universidad, de esa misma ciudad, con ocasión del Bicentenario de Bello el elogio de este maestro de la misma forma que lo hizo en 1983 en el Paraninfo del Palacio de las Academias con ocasión del Bicentenario del Libertador. En 1993 fue a Francia. Ese mismo año recibió en nombre de los escritores de la ciudad de Mérida al “Premio Nobel” Camilo José Cela (1916-2002) a su paso por esa urbe. La obra En dos grandes áreas se divide la obra de Briceño Guerrero. En los libros teóricos, que aparecen en El laberinto de los tres minotauros, están allí “las actitudes, gestos, rasgos, hábitos, voces y acciones constitutivas de la diversidad y unidad del hombre latinoamericano, que no son extrañas a Briceño…pues él participa en ellas. No habla allá un ente abstracto, sino un ente concreto que se manifiesta en el pensador también” (p.227), como acota Rodríguez Lorenzo, a quien seguimos en su interpretación de los universos de Briceño Guerrero por concordar con ellos. En la segunda área, la que denominamos imaginativa, “están expuestas sus ideas como ficción y también su autobiografía como partes actuantes de la realidad sobre la que elaboró su pensamiento” (p.227). Tres ideas ejes hallamos cuando leemos con atención a Briceño. En Doulus oukonLos hombres han sido puestos sobre la tierra para que recobren la memoria” (p.13) ya que viven en un “planeta


para amnésicos” (Doulus oukon, p.33). Para entenderlo hay que tener en cuenta que “todos los hombres nos mudamos de la vida a la palabra” (Holadios, p.89). Es la palabra la que nos ilumina y nos hace ver aquello que está escondido. Ya hemos afirmado que la esencia de la obra de Briceño Guerrero se encuentra en las obras insertas en El laberinto de los tres minotauros. En ellas “propone y explora, exhaustivamente, el lenguaje como ámbito y recurso hermenéutico para captar la especificidad del hombre latinoamericano” (p.198); en segundo lugar hay que tener en cuenta que “Esa tensión lengua-habla…permite al pensador venezolano caracterizar al latinoamericano como mestizo cultural. Pero es un mestizo que no unifica, sintetiza ni equilibra los sistemas culturales opuestos, sino que se halla fracturado ante ellos, que los siente como propios y extraños a la vez y que, simultáneamente, actúa y es actuado por ellos. Ese rasgo bipartita del latinoamericano, en eterno combate consigo mismo, lo particulariza” (p.198-199). En tercer lugar “Para que tal intuición se haga presente, el autor implementa un método que permite a todos los componentes culturales presentes en Latinoamérica manifestarse: el método dramático. En él aflora: lo europeo occidental, lo español, lo cristiano, lo racional, lo criollo, lo pardo, el individualismo, la solidaridad, el autoritarismo, los sentimientos igualitarios, lo indios, lo negro, el gusto por la modernización, la nostalgia por el pasado, el reclamo de la disciplina, la tendencia al bochinche, el optimismo con el que se abrazan los proyectos, el pronto olvido de los fracasos” (p.199). Todo esto se expresa en tres cosmovisiones: a) el discurso europeo segundo: “en el que el latinoamericano se identifica con una racionalidad autoconsciente de sí misma y que surgió en Grecia…Se identifica con la razón segunda que permitió a Europa expandirse, imponerse y universalizarse con la Revolución Industrial” (p.200); b) el discurso mantuano: “el que se gestó en América Latina en su proceso de europeización por intermedio de la España pía y cristiana, señorial y aventurera, imperial y legisladora y que se constituyó en una paideia durante la época colonial” (p.200201). El Discurso mantuano, continúa Rodríguez Lorenzo, “opuesto alEuropeo segundo, es el de las jerarquías, los privilegios, las prerrogativas, el don del perdón, la lealtad, la gracia, las relaciones personalizadas y a la vez mediadas por la despersonalizada burocracia, la fidelidad, la codificación de los comportamientos sociales y su registro meticuloso, la piedad para con los humildes, la fidelidad, el riesgo, la hazaña, el individualismo emprendedor, la superación por la educación y los vínculos de sangre, militancia y sacramento. Este discurso es el que rige, en la práctica, los procedimientos de los estados Latinoamericanos, las relaciones sociales y los procedimientos familiares; aunque la legislación no lo señale expresamente” (p.201-202); c) el discurso salvaje, “el que recoge los valores, fines y tradiciones no occidentales de América Latina” (p.202). Aquí entra la violencia, los caudillos, la indiferencia ante el arte, la difusión de la buena educación, los avances tecnológicos, la disciplina, el trabajo sistemático, el libre debate democrático, la eficiencia, el esfuerzo, la dedicación a alcanzar metas, las conquistas permanentes, la estabilidad. Según lo ya apuntado “estos tres sistemas de pensamiento…contengan una coherencia interna…los tres discursos se interpretan, combaten y combinan de múltiples maneras” (p.203). Para llegar a la síntesis muestra Briceño el arte en sus diversas expresiones (artes plásticas y visuales, literatura, música, cine) “como la utopía en la que los latinoamericanos pueden hallar la esperanza de superar su tragedia” (p.203).

Será la única forma de encontrarse a sí mismos, poner en acción su “potencialidad creativa y recreadora” (p.203), crearan así un espacio propio “en el cual los tres discursos pueden dialogar y reconocerse…Así podrán ser autoconscientes de su heterogeneidad y tomarla como punto de partida para toparse con su anhelada unidad cultural” (p.204). Tal el mensaje, hondo y de profundas consecuencias en la vida venezolana que el gran pensador nos dejó sembrado en sus libros y en su activa palabra desde el aula de clase o el salón de exposiciones universitarias. Loor a nombre preclaro de este hombre de ideas a la hora de ser sembrado en la tierra madre. Un recuerdo Ahora que el admirado José Manuel ha dejado de vivir queremos insertar aquí dos bellas cartas que nos escribió, de su puño y letra, en su bella caligrafía, desde Paris (noviembre 15, 1978). La primera es la sigue: Apreciado amigo: Seguramente sin proponérselo, desencadenó Ud. en mi con su carta de julio 6, 1978 una serie de intensos recuerdos debido al lugar donde la escribió. Hace ya muchos años hice un postgrado en Evanston (Northwerstern University) y viví allá experiencias fundamentales. Gracias por ese involuntario estímulo. Su carta tardó más de cuatro meses en llegarme, por eso mi respuesta acaso demasiado tardía. No sé si todavía está Ud. en Evanston ni si todavía se interesa en mis libros. No tengo ninguno conmigo además. Pero de todos modos escribí hoy a mi hermana en Barquisimeto para que le envíe un ejemplar de cada uno. Impresionado con su misteriosa firma de alquimista le saludo su amigo, José Manuel. PD: Por si me volviese a escribir, ¡ojalá!, continuaré en París hasta julio del año próximo en esta dirección: 200 Avenue du Maine, 75014. París. La segunda nunca la hemos podido olvidar, siempre vienen sus renglones a nuestro pensamiento, esta la cual, por su comprensión nos salvó del marasmo de fin de una relación amorosa. Esto nos escribió extremando su comprensión el inolvidable maestro: París: febrero 19, 1979 Querido amigo Otrebor: Tu carta del 13-3 me llegó junto con un retorno inesperado de invierno. ¿Dónde están las nieves de antaño? Pregunto, rebajando el verso de Villon, porque me gusta la unanimidad fría de la nieve en la estación más propicia a mi trabajo que no a mi exteriorización personal. Una sensibilidad hecha para pesar miligramos fonéticos y distinguir matices sutiles, para interpretar una pequeña contracción de los párpados o un cambio de intensidad en el re sostenido del violín, una sensibilidad vulnerable golpeada brutalmente. No hay consuelo. Y las maniobras de distracción son despreciables. El golpe y su veneno estaban ya emboscados desde el principio. Era una celada. No queda más remedio que digerir y asimilar para trasmutar en comprensión. Más tarde volverá, desarmada y sin venenos, así lo prometió Afrodita a Safo; por algo aseguraba Anacreonte que Eros es travieso. Volverá con su mismo rostro o con otro. Después de todo, el primer rostro tampoco era de ella. Era de la dueña de todos los rostros, la Diosa que nos acecha con el dolor y el placer y que puede darnos la muerte o la inmortalidad. Por una extraña coincidencia fue en Evanston donde yo también conocí el mal “desesperao” y no fue posible que pasara de mí esa cosa. Llegué incluso a sentir la atracción siniestra del lago de Michigan. Un amigo llamado Jake, 47


llamado Jake, excelente actor de teatro, el mejor de mi experiencia, pero tan pequeño de estatura que nunca llegaría a representar los grandes papeles en los grandes teatros, me atendió como a un enfermo y me enseñó, involuntariamente, sin palabras y sin teatro, el secreto poderoso de la fraternidad. Palabras, sin duda, las mías, y hasta teatrales también (suenan así cuando no pueden remplazar el silencio afectuoso), pero quisieran llevarte, te llevan espero, al algo más que en el rumor lejano de una voz desconocida. Un abrazo de su amigo, José

Manuel. Fue aquello del secreto poderoso de la amistad, la esencia poderosa de la amistad, lo que nos llevó a volver a florecer, a no perder la esperanza. Y, ahora, al decirle adiós, no podemos olvidarlas. Etiquetas: Roberto Lovera De-Sola. Noticiero Digital.


Eduardo Mendoza

Literatura e identidad o el misterio de la paella 1. Cómo se ven a sí mismos los países y cómo los ven los demás. Los estereotipos, los tópicos y para qué sirven El tema que me propongo desarrollar no es nuevo, y tampoco lo es su enfoque, pero como se refiere a la actualidad y la actualidad cambia de día en día, como su nombre indica, puede que las reflexiones que expondré revistan alguna novedad. Todas las comunidades, constituidas en Estado o no, eso poco importa, tienen de las demás comunidades unas ideas fijas que son generalizaciones, normalmente inofensivas, salvo cuando el tópico degenera en prejuicio. Cualquiera podría hacer un catálogo de los tópicos que se aplican a los distintos países europeos: los franceses, los italianos, los ingleses, los españoles. Son caricaturas, tan asumidas por la población de cada comunidad, que forma parte de su modo de entender el mundo. En una encuesta reciente sobre los platos de la cocina española más populares entre los extranjeros, el número uno indiscutido lo ocupaba la paella. Por si les interesa conocer el resto de la lista, el número dos era el gazpacho, el tres la tortilla de patatas, el cuatro el jamón. No recuerdo los demás. Ahora bien, la paella es un plato híbrido y bastardo, que no proviene de ninguna cocina regional y que ninguna región reconoce. Suele o solía llevar anexo el adjetivo «valenciana» (paella valenciana) al menos en España. En la traducción a otras lenguas era simplemente Spanish paella, etc. Por supuesto, los valencianos reniegan de la paella. Es cierto que Levante es, junto con Italia, el único lugar del mundo donde el arroz constituye un plato per se y no un acompañamiento (a side dish, i contorni), pero en Valencia, zona de huerta, el arroz va enriquecido con verduras; en Alicante, zona marítima, con pescado o marisco. La paella lleva de todo: conejo, gambas, calamares, costilla de cerdo, pimiento. Es un trapero, un pícaro que lo aprovecha todo. También es un plato de campo. Es importante cocinarla al aire libre, con leña un poco húmeda, que ahúme el arroz. En mi infancia era costumbre ejecutar una danza ritual alrededor de la paella mientras se cocinaba. Luego se tapaba con un periódico: la actualidad también formaba parte de este plato de inagotable semántica. Un caso similar al de la paella es la Carmen. Prototipo de la mujer española, y más concretamente andaluza, fue inventado por un escritor francés. En la novela, Carmen trabaja en Sevilla, pero es de Navarra, igual que el infeliz don José, con quien habla en euskera. Por supuesto, no estoy hablando de la realidad, sino de la percepción de la realidad. Esta percepción se crea mediante una interacción entre las ideas y sentimientos populares y su transformación en objetos literarios o artísticos. Que lo uno no tenga nada que ver con lo otro es habitual: el pensamiento ilustrado del siglo XVIII, que generó la Revolución, salió de la pluma y de la cabeza de unos hombres que llevaban pelucas empolvadas, medias y zapatos de tacón alto y una espléndida capa de maquillaje. No hay que fiarse de las apariencias. 2. El caso del espejo repelente. Qué sucede cuando lo que vemos no nos gusta. La tentación de identificarse con el vecino porque es más guapo, más rico y más listo Otra cosa es la imagen que los países tienen de sí mismos. Es un hecho que esta imagen tiene más de subjetivo que de objetivo. Lo mismo pasa con los individuos cuando se miran al espejo. Salvo extremos de belleza o de fealdad, cada cual ve una 49

figura anodina, conocida e inmutable, hasta que un día, por sorpresa, se ve a sí mismo reflejado en un cristal y se lleva un susto. En ese momento cree haberse visto como lo ven los demás. Y no se gusta nada. Lo mismo ocurre con las fotografías familiares. Un número elevado de personas se resiste a dejarse fotografiar. Durante varias décadas España tuvo una pobre imagen de sí misma. El discurso triunfalista oficial producía el efecto contrario del que buscaba: si el poder decía que España era lo mejor, seguramente era lo peor. El que realmente es rico, inteligente o guapo no lo tiene que pregonar a los cuatro vientos. Esta imagen deprimida produjo una depresión paralela en la expresión de la propia imagen. Y esto creó un círculo vicioso. En el caso concreto de la literatura, los españoles de cierto nivel cultural preferían leer libros extranjeros que españoles. Lo mismo ocurría con el cine español. Y con los productos manufacturados. Tener un coche español era una deshonra para toda la familia. De resultas de este rechazo, los propios creadores se desvinculaban del público lector, con lo cual participaban de la creencia general y la confirmaban en la práctica. La literatura que se produjo en España durante las décadas de la dictadura fue, salvo excepciones, literatura ensimismada, subjetiva y a menudo experimental. Esto no es un juicio sobre su calidad. El que hubiera buenos escritores y buenos libros no quiere decir que hubiera buena literatura. La literatura es un fenómeno compartido, un repertorio amplio de libros fungibles. Por eso hablamos de literatura francesa, de literatura medieval, de literatura en lengua alemana. En definitiva, criterios colectivos. Esto en España no existía. Ni dentro de España, ni en la escasa producción de los escritores exiliados que se podía conseguir en España, y que tenía un carácter testimonial. Y con la literatura clásica sucedía algo parecido. Secuestrada por el poder, se había convertido en un panteón de nombres ilustres que podían inspirar admiración, pero que no despertaban simpatía, que es el paso previo a la identificación. El caso más notorio, naturalmente, es el del Quijote. Convertido en el representante de los supuestos valores nacionales de una raza superior, don Quijote era un monigote que se vendía en las tiendas de souvenir, un objeto de coleccionismo y un juguete para desequilibrados. En aquellos años abundaban personas que escribían elQuijote al revés, o en una cáscara de huevo, o en taquigrafía. Estas demencias contaban con el beneplácito oficial. En la actualidad, el Quijote ha recuperado su lugar y su estatura humana. Cualquier español (y cualquier ser humano de cualquier país) se puede identificar con este personaje desorientado, medio listo y medio tonto, medio loco y medio lúcido, que va por el mundo recibiendo palos. Como dice Juan Villoro en un brillante libro de ensayos literarios recién aparecido, de eso se trata. Otro factor importante para la situación agónica de la literatura en España en la época a la que me refiero es la censura. La censura no solo era un peligro cierto para quien se excediera en el uso de su libertad, y, de paso, de quien lo publicara, no sólo porque un libro podía ser retirado de la circulación una vez publicado, lo que supone una pérdida económica considerable, sino porque el descontento oficial con un editor podía derivar en la retirada del subsidio para la compra de papel, entonces un artículo caro, y de otros beneficios marginales que garantizaban la subsistencia de una industria siempre vulnerable. La censura


no solo constituía el peligro que digo, sino que lo enredaba todo. En primer lugar, porque convertía en mérito las maniobras para soslayar las normas de censura, con lo cual convertían verdaderas simplezas en actos políticamente relevantes. También creaban una fina pero espesa red de secreto y desconfianza. A pesar de las enormes diferencias, este fenómeno es similar a lo que ocurría en los países del Este de Europa. El caso de Milan Kundera, que estos días ocupa los medios de información, viene a cuento. Por supuesto, no sé cuál es la verdad ni tengo opinión al respecto, pero leyendo u oyendo la información procedente de países que no han conocido la censura en tiempos recientes, o de personas que la desconocen por su edad o su mala memoria, me doy cuenta de que la mayoría no sabe de lo que está hablando. 3. Un país encuentra su voz, pero no su canción. Qué pasó en España cuando la transición le planteó la posibilidad de construir su propio relato Me voy aproximando al tema de esta charla. Pertenezco a la generación de escritores que apareció en el momento de producirse en España la transición democrática. Creo que han pasado ya los años necesarios para poder hacer un balance con cierta perspectiva. Antes no, y los libros publicados sobre este tema así lo demuestran. Naturalmente, los que publicamos nuestros primeros libros en aquellas venturosas fechas creíamos que este hecho y los sucesos políticos se producían al mismo tiempo por pura casualidad. Por accidente, tal vez, pero no por casualidad. Cuando se produjeron los hechos históricos, nosotros estábamos ahí, pero no por casualidad. En realidad, formábamos parte del cambio, aunque entonces todavía no lo podíamos saber. Habíamos empezado a trabajar mucho antes, dentro de la depresión a que me referí hace un rato, y, aunque no puedo hacerme portavoz de los pensamientos de otras personas, con la convicción de que nos esperaba un futuro igualmente gris. Nacidos, crecidos y educados en la dictadura, sin haber conocido otra forma de convivencia, pensábamos que aquella situación no era eterna, pero sí indefinida. No creo que nadie trabajara a la espera de un cambio que nadie sabía cuándo se iba a producir y, sobre todo, en qué iba a consistir. Es decir, que trabajábamos la tierra que había con las herramientas que teníamos. Cuando se produjo el cambio, lo primero que cambió en el terreno literario no fueron los escritores, sino los lectores. La actitud del público lector. De repente hubo un vuelco, y el desprecio y la desconfianza en la producción local se transformaron en aprecio y en una insaciable demanda. El escritor español pasó de ser un paria a ser un triunfador, con todo lo bueno y todo lo malo que eso implica. ¿Cuál era la causa de este cambio? No hace falta decir que desde el punto de vista literario no éramos mejores que nuestros predecesores. Lo que en mi opinión había sucedido es que el ciudadano español, con la libertad, había recuperado su propia dignidad individual y colectiva. Todo régimen dictatorial produce en los ciudadanos que lo padecen un profundo sentimiento de vergüenza. Como todos los regímenes totalitarios, sin excepción, dedican mucho tiempo, esfuerzo y dinero a hacer el ridículo, de palabra y de obra, a través de su retórica, su vestuario, su ceremonial y todas las manifestaciones artísticas que patrocinan. Este exhibicionismo y esta penosa vulgaridad contribuyen a aumentar el sentimiento de vergüenza de los ciudadanos. Esta vergüenza era la que producía en los españoles un rechazo a ver su imagen reflejada en el espejo de la literatura. Desaparecida esta vergüenza, se produjo una verdadera avidez por recuperar esta imagen. No hacía falta que fuera halagadora. Bastaba con que fuera cierta, en la medida en que es cierta la representación de la realidad tal como es vista por el consenso de la ciudadanía. Este cambio de actitud coincidió, paradójicamente, con una 50

producción literaria que no tenía nada que ver ni con el presente ni con el pasado inmediato. Durante los largos años de silencio, todo el mundo creía que una vez recuperada la voz, de inmediato se ventilarían los temas que durante tanto tiempo habían sido silenciados. La Guerra Civil, la represión, la dictadura. Nada de esto quedaba reflejado en las páginas de los libros que iban apareciendo. Los intelectuales, incluidos los propios escritores, reprochaban esta aparente dejación. Pero el público no se quejaba. Leía y lo que leía le dejaba satisfecho. 4. Los primeros pasos de una nueva narrativa. El escritor que quería escribir pero no tenía tema De esta situación paradójica los escritores de la generación nacida literariamente con la transición nos sentíamos un poco culpables. Pero no podíamos hacer nada para remediarlo. No queríamos escribir sobre un pasado inmediato que habíamos vivido sin alegría y sin estímulo. La realidad histórica no nos resultaba atractiva ni nos inspiraba. En el fondo, lo que queríamos era lo mismo que quería el público, es decir, recuperar la literatura, sacarla del estado de coma en el que había estado demasiado tiempo. De la literatura de la generación anterior habíamos aprendido mucho. Es posible que no hubiéramos aprendido mucho, sino que lo hubiéramos aprendido todo. Los primeros pasos de un escritor no van en busca de los grandes modelos sino de modelos próximos. Es importante que un escritor esté vivo y que viva cerca. Hay algo familiar en la influencia literaria: los hermanos menores imitan a sus hermanos mayores, a lo sumo a sus primos, o a un compañero del colegio. Con los escritores, la proximidad es esencial. No hace falta conocerlos personalmente, pero es importante saber que en cualquier momento se puede producir un encuentro. Coincidir en un bar con un poeta español era más importante que leer la obra de un gran poeta extranjero o muerto. No sé por qué es así, pero es así. De nuestros predecesores, pues, habíamos aprendido casi todo, incluida la actitud negativa y pesimista con respecto a nuestra propia obra. Pero ellos habían mantenido viva la tradición, incluida la posibilidad de rebelarse contra la tradición, que también es parte de la tradición, y con su esfuerzo habían puesto el idioma al día, al menos de un modo funcional. Pero el modelo no daba más de sí, de modo que recurrimos a la fuente más importante de la literatura, que es la literatura. No sabíamos qué historia queríamos contar, pero sabíamos que queríamos contar algo. Y lo que queríamos contar era la emoción que nos habían producido las lecturas infantiles y juveniles, aquellas lecturas que en la mayoría de los casos habían sido nuestra única fuente de diversión y de experiencia. Teníamos la pasión de la narración a que se refirió Fernando Savater en un libro fundamental para entender la literatura de aquellos años: La infancia recuperada. El testimonio de la realidad vivida nos traía sin cuidado. Así que decidimos traicionar nuestro deber histórico y escribir lo que nos daba la gana. Esta traición era menos grave de lo que parece. Hasta la transición, y a falta de otros medio de expresión, la literatura había tenido que desempeñar una función testimonial y acusatoria. Luego, con la libertad, esta función había quedado a cargo de los medios de información e incluso de los ciudadanos, que no paraban de manifestarse a todas horas y por todas partes. 5. A veces la ayuda llega de donde menos se espera. La literatura latinoamericana cambia la lengua española y sus aplicaciones. Del cuarto de atrás a las selvas amazónicas Habíamos recibido una extraña y contradictoria formación. La mayoría de nosotros fue a una escuela religiosa donde se ensalzaba la ciencia, pero se enseñaba literatura. En parte, porque la literatura era una gloria nacional, igual que la pintura y las catedrales. En cambio en el terreno de la ciencia, muy poca gloria habíamos cosechado. En parte también, porque los


religiosos, hombres y mujeres, habían recibido una formación estrictamente literaria, tomista y arcaica, y eso era lo único que realmente podían enseñar. Nos hicieron aprender de memoria las innumerables formas métricas españolas con sus correspondientes ejemplos sacados del Siglo de Oro y nos hicieron aprender de memoria pasajes de Lope de Vega, Calderón, Garcilaso o Góngora, extraordinariamente tediosos. La mía fue también la última generación que estudió latín. Lo estudió pero no lo aprendió, porque, como dice no sé quién, enseñaban latín no como una lengua muerta, sino como una lengua que nunca estuvo viva. Pero recibimos, dentro de lo que cabe, una sólida formación. De lo demás lo ignorábamos todo. Y lo que habíamos aprendido lo aborrecíamos, porque lo identificábamos con la estrechez y una tortura moral y psicológica no muy violenta, pero bastante mezquina. Con estas herramientas y sin historias que contar, poco habríamos hecho si no se hubiera producido un milagro. A mediados de la década de los sesenta empezaron a aparecer en España, y más concretamente en Barcelona, unos escritores provenientes del continente americano que venían en busca de lo que en sus países de origen no encontraban: editor. Fueron los años mágicos que recibieron el nombre de «el boom». Visto con la perspectiva de los años resulta increíble que en un periodo brevísimo aparecieran en los escaparates de las librerías españolas autores como Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, José Donoso, Guillermo Cabrera Infante, José Lezama Lima o Alfredo Bryce Echenique, por no hablar de Borges, hasta entonces poco conocido del gran público español. Son nombres que hoy impresionan, pero que entonces, leídos sin la mediación del reconocimiento, con la inocencia del que lee la novela de un escritor desconocido y se da cuenta de que ha caído en sus manos una obra maestra, nos dejaron estupefactos. Sepultados en la lava y la baba de la retórica oficial, nadie creía que la lengua española fuera capaz de expresarse con tanta vitalidad, tanta variedad y tanta originalidad con que lo hacían aquellos escritores que llegaban de unos países que el delirante sueño imperial español seguía considerando de rango inferior. Pero no fue solo esta aportación, extraordinaria, lo único que nos dieron. Ya he dicho que muchos de ellos se establecieron en Barcelona, por varias razones. En primer lugar, era la capital editorial de la lengua española; en segundo lugar, era una ciudad agradable, española pero próxima a la frontera de Francia, y bastante libre, en parte por el esfuerzo de los intelectuales barceloneses y en parte porque la incompetencia del gobierno español hacía que la represión fuera perdiendo fuerza a medida que aumentaba la distancia de Madrid. Los que se instalaron en Barcelona atraían a los otros, así que Barcelona se convirtió durante una larga temporada en el centro mundial de la literatura latinoamericana. Esto nos dio ocasión de conocerlos y tratarlos, o al menos de verlos. Ya me he referido a la importancia de esta proximidad física. Lo que más nos sorprendió fue su actitud con respecto a la escritura. Los escritores españoles eran en el fondo tímidos, se sentían socialmente menospreciados y, en consecuencia, se avergonzaban de escribir, por oficio o por afición. Eran unos tipos marginales. Los latinoamericanos, por el contrario, procedían de una tradición que honra realmente la cultura, aunque la reprima. Ellos no sabían que su trabajo les iba a proporcionar fama y dinero, pero lo hacían con orgullo.

Creo que todavía no se ha reconocido la deuda de la literatura española con aquella generación maravillosa, que no sólo inventó el realismo mágico, sino que lo personificó. La literatura latinoamericana amplió el horizonte narrativo de un modo estruendoso. Del relato intimista y provinciano se pasó a la gran epopeya de las selvas, los grandes frescos históricos, las sagas familiares que duran cien años de soledad, el presente y el pasado de naciones y culturas. Tampoco hay que exagerar ni dejarse llevar por la lírica. Desde Europa, y más desde una España empequeñecida y gris, América Latina se nos antojaba lo que un crítico mexicano ha calificado de un laboratorio de las desmesuras. Centro Virtual Cervantes © Instituto Cervantes, 1997-2014.

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"Memorias imperfectas", un paseo por el mapa de las letras argentinas Josefina Delgado Escritora, crítica literaria y profesora, Josefina Delgado ha hecho un esfuerzo para bucear en sus recuerdos y rescatar los detalles de sus encuentros con los grandes de las letras hispanas en la elaboración de su último trabajo. Buenos Aires.- Bajo el título de "Memorias imperfectas", la escritora argentina Josefina Delgado recorre el mapa de la literatura contemporánea latinoamericana a través de anécdotas y revelaciones sobre figuras como Julio Cortázar, Jorge Luis Borges o José Donoso. Escritora, crítica literaria y profesora, Josefina Delgado ha hecho un esfuerzo para bucear en sus recuerdos y rescatar los detalles de sus encuentros con los grandes de las letras hispanas en la elaboración de su último trabajo. "Gracias a mi memoria he tenido mucho material para escribir", dice en una entrevista con Efe en la que asegura que ha evitado incluir en el libro detalles personales que pudieran caer en "el chisme" y mantener como eje central "el amor por la literatura". Por las páginas de sus "Memorias imperfectas", bautizadas así precisamente porque "no son perfectas, porque no está la voluntad ni la posibilidad de registrarlo todo", Delgado (Buenos Aires, 1942) dibuja un paisaje de la cultura argentina contemporánea en el que conviven los más reconocidos autores de su país con los escritores olvidados. La autora de "Escrito sobre Borges" recuerda el periodo que trabajó con el escritor en el prólogo de las obras selectas de Shakespeare, cuando el creador de "El Aleph" sufría ya de graves problemas de visión, los paseos por Buenos Aires junto a Cortázar, y su amistad con Donoso, pero también sus encuentros con quienes se convirtieron en compañeros en el exilio en España. Ahora, con la perspectiva del tiempo, si tuviera que asignar una palabra a estas tres grandes figuras, Delgado elegiría la "curiosidad" para Cortázar, la "ironía" para Borges y "la pasión por lo que hacía" para el chileno José Donoso. Precisamente dos de ellos protagonizan los recuerdos más marcados del libro: Julio Cortázar el más alegre, por su risa y sus paseos por Buenos Aires, y la muerte de Donoso, el más triste. Un repaso a la historia cultural de su país que le ha permitido mirar al pasado con una visión renovada y ajustar cuentas. "Hay que profundizar en el análisis de ciertas etapas dejando de lado las conveniencias políticas porque, a la hora de hacer un balance de lo cultural, hay que despojarse de lo tendencioso", explica Delgado, que subraya que en todo momento ha tratado de ser "ecuánime" porque "es una cuestión que me importa mucho", dice. Un planteamiento que la ha llevado a concluir que Argentina ha sido injusta con algunos de sus escritores. "Ha sido injusta con Borges, porque en cierto momento se le ha puesto como el representante de la oligarquía, de la derecha, de mil cosas que no tenían que ver con él", apunta Delgado, que recuerda con especial cariño una escena en la que el autor de "El Aleph" firmó una solicitud por los desaparecidos durante la dictadura militar (1976-1983). 52

"Con Cortázar también fue injusto", continúa, recordando que cuando accedió a la subdirección de la Biblioteca Nacional, en el año 2000, "era llamativa la falta de obras de Julio, tuvimos que comprar libros ilustrados, traducciones... había un retraso muy grande". La injusticia, continúa, alcanzó también "a dos escritores totalmente olvidados pese a que fueron víctimas de la última dictadura, Daniel Moyano y Antonio di Benedetto", a quienes conoció en Madrid durante su exilio. Ahora, presume, el panorama literario en Argentina "está muy bien, ha habido una especie de florecer de escritores. Los nacidos a partir de los años 70 están haciendo una obra muy meritoria, en general no imitan, han matado a sus padres y están abriendo nuevos caminos". Su relación con ellos puede formar parte de unas nuevas "memorias imperfectas" que completarán este paseo por la historia reciente de la literatura argentina. EL UNIVERSAL


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Redescubriendo al padre António Vieira, un genio en el ostracismo El Cervantes portugués Considerado un referente literario de la historia luso-brasileña, al nivel de Shakespeare o Miguel de Cervantes, Vieira, que nació en Portugal y murió en Brasil, ha vivido con frecuencia a la sombra de Luiz Vaz de Cam es, Fernando Pessoa y José Saramago, los más famosos representantes de la literatura portuguesa. Lisboa.- Portugal recupera a una de las figuras más importantes de la literatura en portugués, el padre jesuita António Vieira, con el lanzamiento en Portugal de su obra completa, formada por 30 volúmenes y más de 20.000 páginas. Considerado un referente literario de la historia luso-brasileña, al nivel de Shakespeare o Miguel de Cervantes, Vieira, que nació en Portugal y murió en Brasil, ha vivido con frecuencia a la sombra de Luiz Vaz de Cam es, Fernando Pessoa y José Saramago, los más famosos representantes de la literatura portuguesa. Admirado especialmente por Pessoa, que llegó a definirle como "el emperador de la lengua portuguesa", el padre António Vieira tuvo una vida larga y prolífica -vivió 89 años, entre 1608 y 1697que le llevó a practicar, aparte de la literatura, la oratoria y la filosofía. El legado de esta polifacética figura, una de las más influyentes en el siglo XVII, llega a los lectores en lengua portuguesa en 30 tomos, oficialmente lanzada en Lisboa por la editorial Círculo de Letras. "Más que un individuo, es una multiplicidad de heterónimos en carne y hueso", definió José Viriato Soromenho-Marques, catedrático de la Facultad de Letras de la Universidad de Lisboa, institución que encabezó el proyecto de investigación y publicación de la obra de Vieira. El religioso actuó como representante de los intereses de Portugal en las negociaciones con Francia y los Países Bajos en pugna por los territorios brasileños, predicó en Brasil y en la corte real portuguesa, y escribió más de 20.000 páginas, reunidas en estos 30 tomos de la colección. El proyecto, un esfuerzo conjunto de 52 investigadores portugueses y brasileños, es, según la editorial, uno de los más ambiciosos de la historia literaria portuguesa. "Nadie antes de él ni después de él hizo tanto con las palabras y por las palabras. Sin Vieira, no tendríamos la lengua que tenemos", escribió en celebración del lanzamiento António Sampaio da Nóvoa, exrector de la Universidad de Lisboa. Vieira nació en Lisboa el 6 de febrero de 1608 y vivió como misionero, diplomático y orador, entre Portugal y Brasil, donde se educó y empezó su vida como religioso, ingresando a la Compañía de Jesús, la gran responsable por llevar el cristianismo a las colonias ultramarinas portuguesas. El jesuita fue un transgresor en su época y defendió los derechos y condenó la esclavitud de los indígenas, con quienes convivió y aprendió el tupí. También respaldó a los judíos, al abogar por la abolición de la distinción entre cristianos viejos y cristianos nuevos, estos últimos judíos convertidos al cristianismo perseguidos por la Inquisición. En Brasil, donde es conocido también como "Paiaçu" (Padre Grande, en tupí), tuvo una influencia significativa en el Barroco 53

brasileño, y fue uno de los más importantes críticos del colonialismo. "Vieira tuvo un papel fundamental en la creación del concepto de condición humana, con su visión universalista del hombre", explicó Viriato. El jesuita fue acusado de herejía por la Inquisición por estas ideas vanguardistas. También se le censuró por ser férreo defensor de la profecía del sebastianismo, según la cual el rey Sebastián I de Portugal, muerto a los 24 años en la Batalla de Alcazarquivir en 1578, volvería para restablecer el imperio portugués, en la época bajo el dominio de España. Su libro "Historia del Futuro", considerado uno de los más importantes relacionados al sebastianismo, reaviva el mito del Quinto Imperio, utopía en la cual Portugal encabezaría el dominio mundial del cristianismo, sucediendo los cuatro imperios anteriores de la Antigüedad: asirio, persa, griego y romano. Filósofo, misionero, diplomático, reo de la Inquisición y aventurero, Vieira murió en Salvador de Bahía, en julio de 1697. A pesar de que no se concretó el sueño de ver a Portugal en el centro del mundo, Vieira hizo realidad a sus propias palabras en el Sermón de San Antonio. "Nacer pequeño y morir grande es llegar a ser hombre. Por eso nos diera Dios tan poca tierra para el nacimiento, y tantas para la sepultura. Para nacer, poca tierra; para morir toda la tierra. Para nacer, Portugal: para morir, el mundo". EFE


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Rey Rosa: elegiría cuentos frente a novelas por instinto de conservación Autor de una decena de novelas, Rey Rosa está considerado como uno de los maestros actuales del relato, cuya producción ha reunido ahora la editorial Alfaguara en un volumen que incluye otros cuentos inéditos bajo el título "1986. Cuentos completos". Madrid.- El escritor Rodrigo Rey Rosa (Guatemala, 1958) no sabe si es por la sobriedad de su lenguaje, "por temperamento o por falta de paciencia", pero asegura que si tuviera que escoger entre relatos o novelas "por instinto de conservación" se quedaría con los cuentos. Autor de una decena de novelas, Rey Rosa está considerado como uno de los maestros actuales del relato, cuya producción ha reunido ahora la editorial Alfaguara en un volumen que incluye otros cuentos inéditos bajo el título "1986. Cuentos completos". Desde sus primeros relatos hasta los más actuales, el autor guatemalteco hace en una entrevista con Efe un breve análisis de su evolución como escritor de cuentos a lo largo de estos años: "me he vuelto un poco prolijo, me temo". Describe su propia escritura como "resignada, modesta, peoresnadista", un estilo que ha sido reconocido con galardones como el Premio Nacional de Literatura de Guatemala o el Premio siglo XXI a la mejor novela extranjera de la Asociación China de Literatura Extranjera de 2013. Sus relatos están llenos de suspense, para el que considera necesario "un cierto estado de ánimo a la hora de escribir". "No sé quién dijo, creo que con mucha razón, que en un buen relato debería haber suspense en cada oración. Se refiere a un suspense sintáctico, y me parece que este es necesario para lograr el otro sin que la intención de crearlo resulte demasiado burda", explica. En "Cárcel de árboles", su protagonista confiesa que el acto de escribir le hace sentirse superior a sus guardianes, una esperanza con la que el autor reivindica "la posibilidad de una libertad interior que nadie pudiera coartar". "Con 'Cárcel de árboles' me ocurrió algo bastante extraño", recuerda Rey Rosa: "escribí el relato en Tánger, en los ochenta, pensando en Guatemala, donde comenzaban a descubrirse prisiones clandestinas para presos políticos, pero pensando también en las formas de control mental que supone la propaganda masiva y la tecnología". "Veintitantos años más tarde, me enteré de que en un lugar en la selva guatemalteca muy cercano al sitio donde ocurre el relato, existió un centro de detención donde, como en el relato, tenían prisionera a gente "que no encajaba en el sistema" encadenada a los árboles, sometida a tratamientos con drogas y a trabajos forzados", un lugar sobre el que ahora está haciendo una película, "sin presupuesto, eso sí", señala. No es el primer relato de Rey Rosa que se lleva a la gran pantalla, ya que la adaptación cinematográfica de "Lo que soñó Sebastián", escrito en 1994, fue dirigida por él mismo y presentada en el Festival de Sundance en 2004. También son una constante en sus relatos los límites entre la realidad y la imaginación, por los que siempre se ha interesado, porque cree que se confunden constantemente en la vida de todas las personas a diario: "Cuando recordamos algo que 54

ocurrió, no ya en nuestra niñez, sino hace diez años, ¿recordamos simplemente, o inventamos? Es prácticamente imposible saberlo". Rey Rosa ha vivido y escrito en Nueva York, Guatemala y Tánger tres lugares con unas diferencias muy marcadas y con influjo en su literatura aunque, recuerda, como asegura un personaje de Paul Bowles "Tánger es más Nueva York que Nueva York”. Respecto a sus personajes marginados, el escritor guatemalteco señala: "La gente que vive al margen suele necesitar de la invención para sobrevivir, y escribir desde el punto de vista, desde el lugar de un marginado puede contagiar de inventiva a quien hace el relato. Para Rey Rosa, aunque ahora se lee y se habla de cultura más que antes, lo necesario sería fomentar "la comprensión de la cultura". "El nivel cultural de un país como Guatemala es tan bajo que habría que optar por la pedagogía. Antes de pretender que la gente lea más, habría que enseñarle a leer", sostiene.

Rodrigo Rey Rosa prefiere el relato (Cortesía)


Yvonne Rodríguez

Los 10 mejores libros de todos los tiempos, según 125 autores famosos. El libro "The Top Ten" recopila las listas de los mejores libros de todos los tiempos. El libro “The Top Ten: Writers Pick Their Favourite Books” recopila la opinión de 125 autores famosos de la actualidad, entre los que se incluyen algunos como Norman Mailer, Ann Parchett o Claire Messud, con respecto a sus libros favoritos de todos los tiempos. Jorge Luis Borges dijo "Que otros se enorgullezcan por lo que han escrito, yo me enorgullezco por lo que he leído". Esta frase quizá resuma el espíritu de esta recopilación de listas de los libros más importantes para algunos escritores. De los 544 títulos distintos que los participantes en esta entrevista escogieron, los libros recibían una puntuación de 1 a 10, siendo 10 la más alta, con la intención de cuantificarlos para poder elaborar una lista. Aquí pueden verse algunos de los Top Ten que aparecen en el libro: LOS MEJORES DEL SIGLO XX 1. Lolita, de Vladimir Nabokov 2. El Gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald. 3. In Search of Lost Time, de Marcel Proust. 4. Ulises, de James Joyce. 5. Dubliners, de James Joyce. 6. Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. 7. El ruido y la furia, de William Faulkner. 8. Al Faro, de Virginia Woolf. 9. The complete stories de Flannery O'Connor. 10. Pálido Fuego, de Vladimir Nabokov. Leer más: Los 10 mejores libros escritos por personas existosas. LOS MEJORES LIBROS DEL SIGLO XIX 1. Anna Karenina, de León Tolstói. 2. Madame Bovary, de Gustave Flaubert. 3. Guerra y Paz de León Tolstói. 4. Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain. 5. The stories de Anton Chekhov 6. Middlemarch: Un estudio de la vida en provincias, de George Eliot 7. Moby Dick, de Herman Melville 8. Grandes Esperanzas, de Charles Dickens. 9. Crimen y Castigo, de Fiódor Dostoyevski 10. Emma, de Jane Austen. Leer más: Los nueve libros que hay que leer antes de morir... según Vargas Llosa.

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LOS DIEZ AUTORES QUE MÁS PUNTOS CONSIGUIERON 1. León Tolstói, con 327 puntos. 2. William Shakespeare, con 293 puntos. 3. James Joyce, con 194 puntos. 4. Vladimir Nabokov, con 190 puntos. 5. Fiódor Dostoyevski, con 177 puntos. 6. William Faulkner, con 173 puntos. 7. Charles Dickens, con 168 puntos. 8. Anton Chekhov, con 165 puntos. 9. Gustave Flaubert, con 163 puntos. 10. Jane Austen, con 161 puntos. Leer más: Los 10 mejores libros de todos los tiempos, según 125 autores famosos. - Bolsamania.com http://www.bolsamania.com/noticias/pulsos/los-10-mejoreslibros-de-todos-los-tiempos-segun-125-autores-famosos-601253.html#QlS0Xu3d18vgq6BY


POETA RAFAEL CADENAS

Dennis Pérez

No me aguanto las ganas de escribirle. Cuando usted citó al poeta Eugenio Montejo, me causó gracia la forma en que le salió al paso para responder a la periodista Elizabeth Araujo con un verso ajeno: “Este país que no termina de enterrar a Gómez”. Fue esta una respuesta suya sencilla pero muy exigente para cualquiera de nosotros los venezolanos que sufrimos el país en esta barrena política, social y económica que a todos nos preocupa y asfixia, como igualmente exigente fue esa otra cosa que dijo: “…observo que el uso oficial de las palabras [Justicia, libertad, democracia] las despoja de sus significados…se necesita una rectificación de los nombres para devolverles su contenido….Agregue el lector otras”. (Tal Cual. Pág.4, 10/5/14). Me quiero ahora referir al asunto del verso ajeno y, no así tanto a la segunda cosa, la del despojo del significado propio de las palabras, donde abiertamente uno como lector queda indubitablemente invitado a “AGREGAR” cualquier otra palabra, y me comprometo a concretar en otra entrega, pero sin embargo, adelantar que mis otras palabras, tan vapuleadas por el oficialismo a su antojo y necesidad serán: “terrorismo y pueblo”. Pues bien, será que el poeta Cadenas trajo a colación al difunto General Gómez, nada más que por los paralelismos que se han seguido con la vida y obra del eterno comandante, o más allá de eso, buscó una manera de llamar la atención para que analicemos algún episodio puntual del legado político que, tristemente, hay que decirlo, pauta y explica la feroz represión que viven en este instante, los opositores del chavo-madurismo. Me inclino por esto último. Empecemos por recordar que sigue vigente aquella arenga que definió el propio Chávez como “Una revolución pacífica pero armada”. Armada contra los enemigos, llámese imperio, o llámese opositor. No hay de otra. Propios o extraños, igual son enemigos del llamado proceso. Esta es la palabra clave de esta reflexión. ENEMIGO. Así es ahora, así lo fue en tiempos de Gómez. Igualito. Para sustentar la parte que corresponde a Gómez, voy a focalizar la detención, el juicio, la tortura y muerte que se le ocasionó a varios curas que fueron críticos del General Dictador, y de Chavez-Maduro, el caso de los estudiantes, específicamente, los de las carpas de protesta pacífica que resultaron violentamente arrasados por una estampida militar, puestos presos con la excusa de que iban a “incendiar a media Caracas”. Otra cosa, pongamos de una vez en relieve, que los religiosos y los estudiantes, en cualquier otra parte del mundo donde se precien de demócratas, admiran y respetan a unos y otros. Aquí, cuando inició el fulano proceso, la enemistad e intolerancia con los curas, los estudiantes, las universidades, los gremios productivos, los medios de comunicación, los padres y representantes, de parte del gobierno, no se hizo esperar. La referencia histórica que da cuenta de la ordalía sufrida por los curas enemigos del jerarca y prócer de la Mulera, está muy bien desarrollada en un trabajo editado por la Universidad Simón Bolívar, titulado: “Prisión y muerte de algunos sacerdotes católicos durante la dictadura gomecista”, del autor Rodrigo 56

Conde Tudanca. A el me remito: “Cuando Juan Vicente Gómez tomó el poder en Venezuela despertó simpatías en el país. Volvieron los exiliados y los presos de Castro salieron de las cárceles. Sin embargo, una vez afianzado en el mando, el régimen estableció una serie de mecanismos para perpetuarse indefinidamente. Uno de ellos fue el del terror y por eso para sus enemigos no había sino plegarse a los deseos del dictador, ir al destierro o a la cárcel. Ulteriormente, el mencionado autor nos explica: “el grado de culpabilidad [De los sacerdotes, se entiende] no se pudo evidenciar, ya que nunca se les sometió al debido proceso judicial, Gómez se mostró insensible. El sistema no se anduvo con contemplaciones a la hora de neutralizar a sus enemigos, aunque fuesen miembros del clero, los cuales fueron sancionados por culpas probadas, por simples sospechas o por delaciones fruto de vulgares venganzas. Como resultado dichos sacerdotes fueron aislados completamente y sometidos a una férrea represión en las cárceles gomeras”. Finalmente, para mayor claridad y mejores señas, cito lo siguiente: “Las cárceles eran antros donde las condiciones infrahumanas eran vergonzosas y en la que los lúgubres calabozos encerraban bajo condiciones miserables a los enemigos del régimen, en cuyas mazmorras se destacaba ante todo el “calabozo del olvido” donde se dejaba al prisionero por largo tiempo completamente aislado. Además, aparte de la tensión de estar encerrado sin un proceso y sin saber cuándo vendría la liberación, se volvieron a aplicar una serie de métodos vergonzosos de torturas que ya habían sido erradicadas del sistema penal venezolano como “los grillos”, “el torniquete”, “las colgadas”, “el apersorgamiento” y “el acial”. Un “rancho” inmundo y el uso del vidrio molido y del ácido arsénico mezclado con la comida eran también métodos conscientemente utilizados. Junto a esto estaba la tortura psicológica, donde no sólo era afectado el preso, sino también los familiares y allegados más cercanos. Volvieron a aparecer los esbirros, como parte importante del castigo, los cuales se ensañaban con los presos de forma inmisericorde”. Cuando dije ut supra, “los venezolanos que sufrimos este país”, lo hice con la absoluta convicción que vamos de mal en peor, que de suyo es mucho decir, porque todos, chavistas y opositores, clérigos y paganos, ricos y pobres, en fin, todos la vamos a pasar muy mal si continúa este deterioro institucional que cada vez más nos aleja del progreso y la civilidad, pero me preocupa más, que a nuestros estudiantes los estén matando de un tiro a la cabeza, y cuando no, el Tarazona de turno, me refiero General Rodríguez Torres, en sintonía con todo el mal llamado sistema de administración de justicia, y los Colectivos armados, los aprese sin pruebas idóneas y suficientes para mandarlos al infierno, sin importarle en lo más mínimo, la violación de los derechos humanos. Poeta Cadenas, no lo conozco personalmente pero le agradezco muchísimo, que me haya despertado esta reflexión.


“Más allá del olvido", inédito de Modiano en español, llega a las librerías Al pronunciar su conferencia como Nobel, Modiano dijo que el papel de un novelista es "desvelar" el misterio que se encuentra en el fondo de cada persona, como "una especie de vidente e, incluso, de visionario". Madrid.- "Más allá del olvido", la historia de un amor obsesivo, una novela inédita hasta ahora en español, llegó a las librerías coincidiendo con la entrega del Premio Nobel de Literatura 2014 a su autor, el escritor francés Patrick Modiano. Al pronunciar su conferencia como Nobel, Modiano dijo que el papel de un novelista es "desvelar" el misterio que se encuentra en el fondo de cada persona, como "una especie de vidente e, incluso, de visionario". Nacido en Boulogne-Billancourt, al oeste de París, el 30 de julio de 1945, Modiano recogerá mañana el Nobel de Literatura en el transcurso de una solemne ceremonia presidida por los Reyes de Suecia, Carlos Gustavo y Silvia, y en la que también se entregarán los galardones de física, química, medicina y economía. Editada ahora por Alfaguara para España y Latinoamérica, "Más allá del olvido", según la editorial, es una novela "romántica, policíaca, de aventuras" y, también, una "road movie", una historia que solo se había podido disfrutar en español en Argentina. Está protagonizada por un triángulo amoroso compuesto por un joven que aspira a convertirse en escritor y la pareja formada por un adicto al juego y una mujer que sueña con viajar a Mallorca. La irrupción en sus vidas de un desconocido cambiará el rumbo de esta la historia a tres.

La novela, destaca la editorial, "presenta todas las claves y obsesiones" del autor, entre otros títulos, de "La calle de las tiendas oscuras", Premio Goncourt en 1978, "Los bulevares periféricos", que fue premiada con el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, "La ronda de noche" o "En el café de la juventud perdida". El domingo en Estocolmo, una audiencia numerosa escuchó decir a Modiano que el novelista suele tener "relaciones difíciles con la palabra" ya que, como él mismo ha reconocido en otras ocasiones, está más dotado para "el escrito que para el oral". La Academia Sueca premió con el Nobel de Literatura a Modiano por ser una maestro en al "arte de la memoria", con el que "ha evocado los más inasibles destinos humanos y desvelado la vida cotidiana en los años de la ocupación" de su país, Francia, por las tropas nazis. Modiano se refirió en su conferencia a ese arte de la memoria en su obra, y dijo que el hecho de haber nacido en 1945, "después de que ciudades fueran destruidas y poblaciones enteras desaparecieran", le ha hecho "sin duda" más sensible a "los temas de la memoria y el olvido". En octubre del año pasado, cuando la Academia Sueca anunciaba la concesión del Nobel a Modiano, destacaba que haya evocado, a través de una treintena de obras, la mayoría novelas, "los destinos humanos más inaprensibles".


El escritor español, invitado al Hay Festival de Cartagena, habló de su nuevo libro, 'El impostor'.

Javier Cercas

Las primeras palabras de este libro son una confesión de talla mayor. “Yo no quería escribir este libro”, dice el autor de otras novelas como Soldados de Salamina o el famoso Anatomía de un instante. Javier Cercas creía que no quería hacerlo. Tenía miedo –admite– de encontrarse a sí mismo en esta historia: la de Enric Marco, el español que engañó al mundo haciéndose pasar por sobreviviente del campo de concentración alemán de Flossenbürg y quien fungía como representante de las víctimas españolas del Holocausto hasta que un historiador descubrió su farsa. El español Cercas, invitado al Hay Festival de Cartagena y quien dialogará hoy con Juan Gabriel Vásquez (10:30 a.m., en el Teatro Adolfo Mejía), habló con EL TIEMPO sobre esta, que él llama, “novela sin ficción”. ¿Por qué tenía tanto miedo de escribir este libro? Porque tenía miedo de encontrar cosas desagradables escribiéndolo. Desagradables para mí y para todos. Y en efecto: así ha sido. Un escritor es como un espeleólogo: el espeleólogo debe explorar el subsuelo terráqueo; el escritor, el del ser humano. Y cuando me enfrenté a la cueva que es Enric Marco, me pareció una cueva muy honda y muy oscura y peligrosa; lo era: al final estaba yo. Y usted. Y todos los que nos están leyendo. Y también los que no nos están leyendo. ¿Es el miedo el que mueve finalmente a un escritor o qué papel juega a la hora de enfrentarse a su obra? No lo sé. Lo único que sé es que, aunque es natural tener miedo –quien no tiene miedo no es valiente: es temerario–, hay que superarlo: yo, como persona, soy razonablemente cobarde; pero como escritor no puedo serlo, porque un escritor con miedo es como un torero con miedo: un oxímoron, una contradicción en términos. El escritor siempre corre riesgos; quien no quiera correrlos, que no sea escritor. Esto significa que sí, probablemente el miedo es uno de los motores de la escritura. O que la escritura es una forma de combatir el miedo. Después de terminar el libro y publicarlo, ¿sigue pensando que la ficción salva y la realidad mata?, ¿de qué manera? Bueno, eso es uno de los temas fundamentales del libro, que está elaborado en él con la máxima complejidad de la que soy capaz. No hay duda de que la ficción salva, porque la realidad es pobre, escasa y a menudo desagradable, y la realidad nos redime de ella, nos permite vivir realidades distintas, más ricas, intensas y satisfactorias. Ahora bien, la realidad y la ficción tienen que estar en su sitio. Cuando no las pones en su sitio, te conviertes en Marco, un hombre que se inventó una vida de héroe para redimirse de su vida mediocre de pobre hombre –ni siquiera de villano– y acabó devorado por esa invención. Ha dicho que existe una visión estrecha de la novela…¿cómo sería entonces un nuevo modelo de novela? Para mí, una combinación inédita (o por lo menos distinta) del rigor estructural, la eficacia narrativa y la rapidez del modelo decimonónico, que sigue siendo ahora mismo todavía el dominante, con la pluralidad, la riqueza, la flexibilidad, la libertad 58

'Todos tenemos algo de impostor'

absoluta y la variedad genérica del modelo anterior, el modelo dominante hasta el siglo XIX, en rigor el modelo de Cervantes; es decir: una combinación imposible entre una carrera de bólidos y un suntuoso banquete con muchos platos. Eso intenta ser El impostor. En este libro termina siendo tan protagonista como Marco al intercalar la historia de él con sus pesquisas sobre el personaje. ¿Era la manera de entenderse usted mismo como un impostor o le permitía tomar distancia? Era ambas cosas, pero sobre todo era, creo, la manera de implicar al lector en el libro. En el libro, yo soy un emblema o un representante del lector, de un lector cualquiera; yo soy Everyman. Lo que quiero es agitar al lector, sacudirle, decirle que no crea que el Marco monstruoso del libro no tiene nada que ver con él, sino que de algún modo él también es Marco. Todos lo somos. ¿De qué manera todos somos Marco? Todos lo somos porque todos tenemos algo de impostor. Marco, en realidad, no es más que una hipérbole monstruosa de lo que somos. La literatura siempre funciona así: Macbeth es una hipérbole monstruosa de la ambición; Romeo y Julieta, del amor romántico; Hamlet, de la autoconciencia. Pues Marco es la hipérbole monstruosa de la impostura. Y, del mismo modo que todos tenemos algo de Macbeth y Romeo y Julieta y Hamlet, todos tenemos algo de Marco. Y es mejor saberlo. ¿Cree que en el fondo todos necesitamos inventarnos una vida? ¿Cómo es la que se inventó de sí mismo? Sí, todos somos novelistas de nosotros mismos; todos nos contamos nuestra vida y en el acto de contárnosla nos la inventamos un poco, nos maquillamos un poco para podernos mirar al espejo, porque la realidad es demasiado desagradable para soportarla en crudo. En cuanto a mí, me inventé mi vida convirtiéndome en escritor; lo que pasa es que al final la máscara acabo confundiéndose con la cara. Cosa que por cierto también le ocurrió a Marco. Pero no por ello dejo de ser un impostor (salvo cuando estoy escribiendo, claro). Ni él tampoco. ¿Cree que la necesidad de mentir tanto es un síntoma de esta época o es de siempre? Creo que es algo consustancial al ser humano; es más: creo que el ser humano podría definirse en cierto modo como el animal que miente. Es posible, sin embargo, que en nuestro tiempo, donde los medios de comunicación lo dominan todo –más que reflejar la realidad la fabrican– la impostura sea más frecuente, o seamos más conscientes de ella. No lo sé. ¿Dónde radica el encanto que producen los farsantes y vendedores de humo de esta época? Encanto no sé si tienen, pero nos fascinan; y ninguno como Marco, que para mí es el Maradona o el Picasso de todos ellos. ¿Y por qué nos fascinan? Tal vez por lo mismo que nos fascina don Quijote: porque se atreven a hacer una cosa en teoría prohibida con la que todos soñamos, que es llevar una vida distinta a la que nos ha tocado en suerte, construirse una vida ficticia y vivirla en la realidad, hacer realidad la ficción.


En la novela habla de la moda de la memoria histórica. ¿Cuáles son esos peligros que trae esta moda? Yo no estoy, sobra decirlo, ni contra la memoria ni contra la historia, sino totalmente a favor de ellas. Pero estoy contra la sustitución de la historia por la memoria, contra la hipertrofia de la memoria (que es algo característico de nuestro tiempo en Occidente); tampoco entiendo la expresión “memoria histórica”, o más bien me parece otro oxímoron: al fin y al cabo, la memoria es parcial, individual y subjetiva, mientras que la historia es colectiva y aspira a ser total y objetiva. Pero ambas se necesitan; y sobre todo, las necesitamos. En otras palabras: el pasado –sobre todo el pasado más negro de nuestros países– debe estar siempre presente, debe asumirse por completo, pero de una manera crítica, no complaciente, honesta y radical. El peligro de la llamada memoria histórica es precisamente ese: que se convierta en una moda, y se banalice; en que no sea lo que debe ser: la necesidad profunda que tiene toda sociedad de revisar permanentemente su pasado para hacer las paces

con él, para hacerse cargo a fondo de él. ¿Y de qué forma los escritores son en sí mismos unos impostores? No escribiendo. Escribiendo mal. Escribiendo lo que ya han escrito. Escribiendo sin que lo que escriben les salga de las tripas. Y de mil formas más. CATALINA OQUENDO B. @cataoquendo


Primer Capítulo de la novela LA OTRA BANDA de Juan Páez Ávila A solicitud de Profesores y estudiantes de la UPEL CIENTO CUARENTA kilómetros por hora. Gasolina Super Shell. Mercedes Benz 350SE. Francisco Antonio pagó por un billete de cinco mil bolívares, dejó el vuelto de propina al expendedor y comenzó a vencer distancias en la supercarretera Lara-Zulia en dirección a La Siriaquera, moderna finca agropecuaria erigida sobre lo que fuera uno de los más antiguos y poderosos latifundios de La Otra Banda. Miró el reloj del tablero del vehículo. Tres horas y quince minutos entre Caracas y Carora. No se sintió satisfecho. Cuatrocientos treinta kilómetros lo separaban del Hotel Tamanaco, donde recibió una llamada telefónica a las 6 de la mañana. Su hermano mayor, Héctor, se había agravado, víctima de una rara y mortal enfermedad, después de negarse rotundamente a ser trasladado a algún centro médico del país. Permanecía en El Escondite, parte del otrora latifundio La Siriaquera. Francisco Antonio no pudo dormir después de recibir la llamada que le anunciaba la recaída definitiva de su hermano. No se levantó de la cama hasta la ocho de la mañana, cuando le tocaron la puerta para servirle el desayuno como era su costumbre y como lo había ordenado al servicio del restaurante. Antes de viajar a Carora decidió realizar algunas gestiones relacionadas con la futura venta de la finca El Escondite, que pasaría a ser propiedad suya y de su hermano Camilo después de la muerte de Héctor Siriaco, quien no tenia herederos directos. Visitó el Instituto Agrario Nacional. Sin ser previamente anunciado la secretaria lo condujo al Despacho del Jefe de Adquisiciones de fincas para los efectos de la Reforma Agraria. Una vez en el despacho del Dr. Oberto, éste se levantó, despidió a una delegación de la Federación Campesina que pedía la adquisición de una finca al sur del Lago de Maracaibo e hizo señas a la secretaria para que los dejara solos. -Antes de que comiences, dijo Oberto, te informo que esta gente que acaba de salir está interesada en que el IAN adquiera una finca en el Estado Zulia para ser repartida entre campesinos. Francisco Antonio pensó que el último de sus grandes negocios estaba en puertas, lo único que faltaba era que muriera Héctor, que el Jefe de Adquisiciones del IAN aceptara la comisión que le iba a ofrecer, trasladar los campesinos que pedían el reparto de tierras del sur del Lago de Maracaibo a La Otra Banda y ocupar la finca El Escondite como habían hecho con la Siriaquera antes de ser vendida al IAN. -Mi hermano Héctor está muy grave, Camilo y yo heredamos El Escondite, queremos venderlo. Vale 100 millones de bolívares. 50 son tuyos. Si los quieres en billetes y sin testigos nos resulta igual que entregártelos en un banco extranjero. Pero como tú eres rico no necesitas andar ocultando dinero. Todo el mundo sabe que tienes millones, 50 más en tu cuenta corriente no hace sospechar a nadie que hayas cobrado una comisioncita. ¿Okay? -¡Okay! -Me llevo a almorzar a Margarita. Después de mi regreso de Carora celebramos tú y yo. -Negocio cerrado, con una condición. Si yo consigo un avaluó mayor el resto es mío. ¿Okay? Francisco Antonio salió de la oficina del Jefe de Adquisiciones y se dirigió a la secretaria: 60

-Margarita, tienes permiso para almorzar conmigo. Es para lo único que necesitas permiso, lo demás lo hacemos por nuestra cuenta y riesgo. El Dr. Oberto, que había salido a acompañarle sonrió complaciente. -Si puedes regresa esta tarde, fue lo único que alcanzó a expresar y cerró la puerta. Francisco Antonio y Margarita subieron al automóvil del primero y salieron en dirección al Este de la ciudad. -¿Adónde me llevas? preguntó Margarita. -Al mismo lugar de siempre, al Hotel Tamanaco o ¿quieres cambiar? -No. En el Tamanaco me siento casi una estrella de cine. Estuvieron en la suite del hotel toda la tarde. Francisco Antonio se quedó dormido, Margarita no quiso despertarlo, mientras lo observaba pensó que la felicidad de las artistas de cine que se alojaban en el Hotel Tamanaco podría estar en permanecer indefinidamente en la suite lujosamente alfombrada, bajar solo a la piscina y al restaurante de día y a la boite durante la noche, regresar luego a recibir las caricias de Francisco Antonio o de un amante más delicado y experto en hacer el amor. El sueño de Margarita terminó cuando Francisco Antonio se despertó, saltó de la cama, se vistió y le dijo secamente: -Me voy. Toma cincuenta mil bolívares que cargo en billetes. -Mi amor, necesito que me hagas un regalo, la semana que viene cumplo año y tú no vas a estar aquí. -¡Tu cumples años a cada rato! -Para celebrarlos contigo, mi amor, porque no tengo la dicha de poseer tus millones sino cuando estamos en la cama y me ofreces este mundo y el otro. -¿Qué quieres que te regale? -Un vestido lindo que vi en una boutique de Sabana Grande. -¿Cuánto vale ese vestido? Tengo que irme ya para Carohana. -No sé, mi amor. Déjame un cheque en blanco, que yo cuido tu cuenta como sí fuera mía. Francisco Antonio cada vez que viajaba le dejaba un cheque en blanco de una cuenta en la cual solo tenía unos cien mil bolívares. Margarita nunca retiraba del banco más de cincuenta mil bolívares, cantidad permitida por Francisco Antonio bajo aparentes protestas. Ese día Francisco Antonio no tenía dinero en el banco que utilizaba para cancelar con cheques los servicios prestados por sus amigas secretarias de las diferentes dependencias agropecuarias que frecuentaba, ficheras y prostitutas de elegantes centros nocturnos de la capital. -No tengo dinero en mi cuenta del Banco Ítalo. -Pero, mi amor, a estas alturas no desconfiarás de mí. Déjame un cheque del First National City Bank y no te lamentarás, te estaré esperando con los brazos y las piernas abiertas. Francisco Antonio sonrió, sacó la chequera y firmó un cheque en blanco del First National City Bank. Margarita lo guardó en su cartera y volvió a su realidad. Debería regresar al IAN y posiblemente salir en la noche con el Dr. Oberto. Pero esta vez no lo hizo. Se dirigió a su apartamento. Durante la noche estuvo pensando que cantidad ponerle al cheque. No tomó ninguna decisión hasta el momento de conciliar el sueño.


Francisco Antonio se dirigió a la receptoría, entregó las llaves, pagó el mes adelantado de la suite y salió del hotel. Las altas velocidades que desarrollaba su potente máquina rodante producía en Francisco Antonio, cuando estaba al volante, un éxtasis similar al que sentía cuando estaba en compañía de Margarita en la suite del hotel. Sólo se detuvo unos minutos en una bomba de gasolina para equipar su vehículo. A las tres horas y quince minutos estaba frente a la casa de Camilo en Carora. Este lo esperaba desde las primeras horas de la mañana, inmediatamente después de haber llamado al Hotel Tamanaco. Eran las ocho y treinta minutos de la noche. -¿Qué te paso? -preguntó Camilo en tono muy preocupante. ¿Tuviste algún accidente? Héctor está muy grave, tenemos que trasladarnos ya del Escondite a una clínica. -Vámonos en mi carro, en la carretera te cuento. He tenido que atender problemas urgentes en medio de la angustia que tiene que producirnos la enfermedad de Héctor. Camilo subió al Mercedes Benz de Francisco Antonio. Antes de llegar a la próxima bomba de gasolina donde obligatoriamente tenia que detenerse, el hermano menor de los Siriaco, le explicó a Camilo que había tenido un día muy complicado porque no podía perder la oportunidad de realizar un negocio que le produciría cientos de millones de bolívares si lograban vender El Escondite para un parcelamiento campesino. -Tenemos planteado algo similar a lo que hicimos con La Siriaquera hace algunos años. Pagamos una comisión, esta vez de cincuenta millones de bolívares y todo está arreglado. Invertiremos el dinero en la banca, en el comercio, en los seguros y hasta en la construcción, en algo más rentable y más seguro. Nosotros no podemos insistir como nuestro padre ni como el propio Héctor, que se muere tratando de explotar el peor de los negocios. En el campo ya no hay nada qué hacer. Las grandes oportunidades están en la ciudad y sobre todo en la política. Tú, Camilo, no puedes seguir al margen de la política. En las próximas elecciones tienes que formar parte de un comité de independientes que apoye una de las candidaturas presidenciales que tenga chance de ganar. No importa la que sea, nosotros no podemos tener ideología alguna. Eso queda para los políticos profesionales. Nosotros tenemos que estar vinculados con los grandes partidos que pueden gobernar al país. De otra manera no podemos salir de abajo. O nos hacemos millonarios de verdad o somos unos grandísimos pendejos como esos que viven pegando gritos sobre la Reforma Agraria y no tienen donde caer muertos. Camilo Siríaco oía a su hermano y pensaba qué estaría pasando en el país y en el mundo, todo cambiaba vertiginosamente. ¿Seré yo el único que no entiende esta vaina? Pero si los políticos son unos zánganos que no trabajan, que nunca han trabajado ¿cómo un comerciante o un ganadero puede hacerse político? -¡Coño! Francisco Antonio, ¿tú no eras perezjimenista? exclamó. -¡Que perezjimenista del carajo! Camilo. Para poder hacer negocios, buenos negocios quiero decir, uno tiene que estar con todos los gobiernos. Tú tienes que salir de Carora, para que aprendas y te pulas en las grandes movidas que se están produciendo en el país. El que no aproveche ahorita se jode para siempre. -Recorta la velocidad que tenemos que doblar donde está aquel aviso. Ya ni te acuerdas dónde queda la entrada para El Escondite o la Siriaquera. No sé si té conté que Héctor

echó el ganado en lo que era el asentamiento campesino. La Siriaquera la vendimos, pero sigue siendo nuestra. Esta fue la primera propiedad que adquirió mi papá, según me contó antes de morir. Esos viejos trabajaban duro. -Papá tampoco trabajo un carajo, Camilo. Si no hubiera tenido apoyo del gobierno del General Gómez, nosotros fuéramos unos muertos de hambre. Francisco Antonio había adquirido un alto grado de conciencia para comprender el mundo de los negocios y actuaba con una gran naturalidad. No es delito, decía, que el hombre de trabajo sea premiado y respaldado por los gobiernos. Para eso son los gobiernos, no para que apoyen a los que no trabajan, ni tienen nada con qué responder a los préstamos. Estaban llegando a El Escondite. Todo era silencio en los alrededores. La supercarretera Lara-Zulia había quedado a un lado. La vía estaba engranzonada. A los lados estaban decenas de tractores abandonados en lo que fuera el asentamiento campesino La Siriaquera. Troncos de árboles calcinados por las quemas parecían hombres que esperaban a los visitantes con la cabeza cubierta con paños negros. Todo comenzó a oscurecerse, cayó la noche y con ella la tempestad, las centellas, el relámpago del Catatumbo y el delirio mortal de Héctor Siriaco que lo trasladaba no sólo a su infancia, si no más allá, cuando su padre, según le relatara, inició la fundación de La Siriaquera. Para leer la novela completa ingresa a la página Web: juanpaezavila.net

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