CAROHANA C AROHAN A La mirada de
Eduardo Casanova sobre
Vicente Gerbasi “En Gerbasi se observa, no sólo a un poeta y un diplomático ilustrado, sino al ciudadano que junto a figuras democráticas como Betancourt y Gallegos se opusieron a la plaga del militarismo” José Antonio Parra
Nro. 5 / Marzo 2015
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EDITORIAL
La intim idad de la (Corres ponden s cartas cias co Vicente n Gerbas i)
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Julio Bolívar La mirada d e Eduardo Casanova so bre Vicente Gerbasi
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La famili a Gerba si Mi padre , el poeta (Primera parte) Petruvska Simne
Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL).
El Inca G la leng arcilaso y ua gen eral
Instituto Pedagógico “Luis Beltrán Prieto Figueroa”.
Mario Vargas Llosa
Cátedra libre literaria: Juan Páez Ávila
El poder c omo estrategia
DIRECTOR
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Juan Páez Ávila
El poder sexual d e mujeres "asusta a las muchos hombre s"
REVISTA CULTURAL
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Aquel pia no, aque l hombre.
JEFE DE REDACCIÓN
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Cien añ os (1967), G de soledad abriel G arcía Márque z
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EDITORIAL
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AGOSTO.
Julio Cortá za 1914 – París r (Bruselas, , 1984)
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El pasado que devo ra al futuro
Sergio Ramírez
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Jorge Euclides Ramírez
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Juan Páez Ávila
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EDITORIAL
Vicente
Gerbasi
Creo que ya se ha dicho todo sobre Vicente Gerbasi (Canoabo, 1913-1992) o casi todo. El inmenso poeta que fue, se desprendió tempranamente con su fulgurante obra de los demás miembros del Grupo Viernes, que fundó, después de pasar el gomecismo. Conocemos de su labor como poeta y diplomático, pero también fue oficinista en una agencia bancaria, traductor, redactor del diario Ahora, según se sabe por las miles de semblanzas que encontramos en Internet. Frecuentó en Caracas a una especie de peña literaria, que se reunía en la casa del poeta Jacinto Fombona Pachano, a la que asistían también, entre otros, Fernando Paz Castillo, Enrique Planchart y Rodolfo Moleiro, que al final serían los viernistas; también frecuentó la casa de José Antonio Calcaño, donde se juntaban músicos como Moisés Moleiro y pintores como Manuel Cabré. Aquí estaba la simiente del legendario Grupo Viernes (1938) que nació después de la muerte de J.V. Gómez. "El grupo Viernes era, prácticamente, un seminario de poesía", dijo alguna vez Gerbasi. Publicó su primer libro Vigilia del náufrago en 1937, y vivió posteriormente seis meses en México, allí conoció a Nicolás Guillén. Junto a Rómulo Betancourt, creó el Partido Democrático Nacional, semilla del partido Acción Democrática, fidelidad que nunca abandonó. Fundador junto con otros intelectuales como Mariano Picón Salas, nuestro gran ensayista, de la Revista Nacional de Cultura. Fue un embajador activo en casi todas las embajadas donde ejerció como un entusiasta agitador cultural. Publicó libros fundamentales para influir en la poesía venezolana. Mi padre el Inmigrante produjo lo que llaman en filosofía un episteme, un corte en la poesía moderna venezolana; su influencia la podemos oler en poetas del surrealismo y los poetas que reconocen en Gerbasi un legado del poeta que recupera el paisaje y la infancia como el gran motivo de la poesía en la modernidad. Evocar los paisajes del pasado, o de su pasado, mantenerlos frescos en nuestra memoria fue la tarea de Gerbasi. Quisiera nombrar a tres de sus herederos destacados, a mi juicio, en la poseía venezolana; Ramón Palomares, L.A. Crespo y Eugenio Montejo estos pueden ser los más ilustres herederos de este legado de una sensibilidad que tiene sus punto de partida en la memoria. Aquí he llegado … Quisiera dejar un canto para la eternidad, enterrado en una vasija de barro, un canto junto a mis huesos, un salmo para oír a Dios en la música de un arpa, para verlo en un fuego de nubes sobre los pueblos siempre nuevos edificando con la arena del desierto, y para ver el desierto que lleva su silencio del día a la noche como continuación del firmamento. … Gerbasi fue un poeta que nos dejó una obra mágica, con el sentido mágico de un clásico de la lengua castellana. Poeta que al leerlo sentimos que posee todas las tonalidades de un ser: paisaje, infancia, amor y la intimidad ontológica del abandonado por el entorno que desaparece y no tiene otro camino que reconstruirlo con sonidos y palabras. JB
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HERNAN CARRERA
Gracias por la noche. Una vuelta, otra, a “Mi padre, el inmigrante” de Vicente Gerbasi Poeta deslumbrado por la sombra de la muerte, maravillado por la paradoja de la vida, Vicente Gerbasi penetró como ningún otro antes en el alma venezolana para urdir desde allí símbolos capaces de albergar la esencial intemperie humana. Su poesía empuja al país a una cita tardía con la modernidad: ese territorio donde la orfandad nos hace a todos inmigrantes La poesía es tierra de paradojas. Sólo así se explica que en 1937, al poco de la muerte de Gómez, en el preciso momento en que el país pujaba por salir del oscurantismo feudal para asomarse a esa promesa de luminosidad que todavía era por entonces el siglo XX, en medio de un grupo de poetas –reunido cada viernes en un vulgar bar caraqueño– se viniese a invocar para nosotros la noche de las almas. La afirmación es temeraria, claro. No ante la política o su Historia, que han terminado por aceptar la metáfora de un tiempo detenido bajo el conjuro del tirano, pero sí en lo que toca a las cronologías de la preceptiva literaria y, especialmente, a la precedencia de sus panteones en 1930, cinco años antes de que Gómez se dignase a bajar a la tumba para cerrar el siglo XIX, y faltando todavía siete para los primeros tragos surrealistas del Grupo Viernes, José Antonio Ramos Sucre había ya resuelto su esencial contradicción con la vida y dejaba una obra densa en nocturnidades como ninguna antes en estas tierras. Por eso, sin duda, será aún más aventurado opinar que no es sino en 1945, sobre una Venezuela ya francamente deslumbrada por las ensoñaciones del progreso, y en un mundo que asienta su feroz optimismo sobre la derrota del fascismo, cuando aquella invocación viene a germinar en treinta cantos que llevarán la firma de Vicente Gerbasi y el título de Mi padre, el inmigrante. Venimos de la noche y hacia la noche vamos: ese sólo verso, que abre y cierra y entrecruza como una daga todo el poemario, es a la vez agua lustral y acta bautismal de una conciencia que ya nunca nos permitiría volver a ser los mismos. Una conciencia que habría que llamar de modernidad, aun a pesar de los tantos equívocos que comporta el término. Una excepción en el universo Tierra de paradojas, la poesía es patria putativa de toda contradicción. Cuando la revolución francesa prometía libertad, cuando la industrialización inglesa anunciaba igualdad, cuando los primeros utopistas del socialismo preconizaban fraternidad; cuando el mundo –el primero, se entiende– sembraba el futuro de ilusiones con la pretensión de un triunfo humano sobre la naturaleza, los poetas, por su parte, percibieron en esa “victoria” al hombre más solo que nunca ante la vida y la muerte. El surgimiento de eso que la civilización occidental, acaso pedantemente, ha dado en llamar modernidad, lo ubica ambiguamente la política en las heroicidades de la toma de la Bastilla. La economía, no menos insegura, busca sus raíces en la cornucopia de vapor de las hilanderías de Manchester. La poesía, en cambio, le da con precisión fe de bautismo en los infiernos: engendrada en la debacle del imperio americano como última utopía del Renacimiento, hija de los fuegos y la sangre de la Reforma y la Contrarreforma, ella se preanuncia ya en 1796 con un verso del “Discurso del Cristo muerto” de Jean Paul Ritcher: ¡Cristo!, ¿no hay Dios? Es, en palabras de Octavio Paz, la conciencia del Yo como una excepción en el universo. El propio Paz ha agotado los cómos y porqués de la impuntualidad –mutua, habría sólo que subrayar– en el ineludible encuentro de la América hispana con el Yo de la modernidad: hasta llegar a Darío, no estuvo nuestro continente aún lo suficientemente despoblado de certezas. No lo estaba todavía Venezuela cuando en 1925 sube Ramos Sucre a La Torre de Timón, y por eso durante décadas seguiría siendo tan solitariamente suya la soledad de Las formas del fuego. Necesitaba Venezuela todavía de muchas noches –las más largas y cruentas de la tiranía gomecista, las de los sueño y pesadillas del petróleo, las de la ilusión democratizadora y su temprano despertar– para que pudiese el país extrañarse de sí mismo, de su naturaleza, de los hombres uno a uno, y sentirse cada quien una excepción. Y para que Vicente Gerbasi pudiera así decirlo con voz poblada de ecos: Relámpago extasiado entre dos noches,/ pez que nada entre nubes vespertinas,/ palpitación del brillo, memoria aprisionada,/ tembloroso nenúfar sobre la oscura nada,/ sueño frente a la sombra: eso somos. La matemática del cosmos En 1937, en un bar, como queda ya dicho, entre las esquinas de La Bolsa y de La Gorda, se cocinaban ya lentamente esos versos al calor de los fuegos de Paul Eluard y EzraPound, de Eliot y de Perce, de Neruda, Díaz Casanueva y Ángel Cruchaga Santamaría, de Juan Ramón Jiménez, de Alberti, de Lorca y de Machado. Los jóvenes que allí semanalmente abrevaban inquietudes habrían de recabar para el Grupo Viernes una nueva forma poética y pronta fama. Ángel Miguel Queremel, José Ramón Heredia, Luis Fernando Álvarez, Pascual Venegas Filardo, Oscar Rojas Jiménez, Fernando Cabrices, Pablo Rojas Guardia, Otto D'Sola y Vicente Gerbasi dieron carta de nacionalidad venezolana al surrealismo y marcaron así ruptura con más de una consagrada generación de poetas. Pero, a despecho de la crítica, que de eso vive, tal vez no haya que atribuir demasiada importancia a los “ismos”; tal vez, incluso, sea preciso en la poesía atender más a la continuidad de sus corrientes subterráneas que a la disruptiva novedad de sus superficies formales. Y es que si la importancia del Grupo Viernes se limitara a la adopción y difusión del surrealismo, estaríamos apenas ante una 04
nueva hornada de copistas en la larga tradición imitativa de nuestras letras. Viernes en realidad hizo algo más: con sus tragos, con sus lecturas, con algún destello de perseguida grandiosidad en medio de sus más humanas miserias, en medio quizá de alguna plausible borrachera, empujó a un joven maestro, a un anónimo burócrata, a un hijo de hacendados venidos a menos, a enfrascarse en lucha no ya con la poesía, que no es sino literatura, sino consigo mismo, con la lucidez de una conciencia que se percibe sola, escindida, enajenada y alienada de un mundo extraño y fantasmal. Hacia 1943, tras dos o tres intentos exploratorios, aquel joven se encerró por dos caños cada noche en una oficina del Ministerio de Obras Públicas. Por dos años, desde allí, persiguió fantasmas que han de haber sido del desarraigo: Canoabo, Florencia, el padre: las perdidas raíces de toda posible certidumbre. Percibió, piensa uno que con angustia, la extrema necesidad de un mundo, un universo, pero no uno cualquiera sino uno cierto, auténtico, tan verdadero como pueda serlo un cosmos visionado desde la elemental ignorancia humana. Cuando salió de su encierro, había creado uno: tocó las raíces, las piedras y las frutas, abrazó los árboles, corrió por pantanos, penetró en las cuevas, hirió al armadillo, que semeja un cruzado de bruñidas corazas, perdido en la penumbra de la selva y el río. Vio las madrugadas de lluvias calientes, y oyó el murmurar de árboles y animales, ese reclamo eterno de la tierra en la noche que a veces llora y grita y ronca en la pantera. Y vio el estallido de las grandes semillas, el nacer de la hoja y el abrir de la flor. Y habló,circundado por venados atónitos: ¡Ampárame, oh tierra maravillosa! Tierra de paradojas, patria de las contradicciones, la poesía es también el álgebra de las ecuaciones imposibles. En ese canto a un Padre irrevocable ausente, es Gerbasi mismo el inmigrante. Aventado a un exilio común a todo el género humano, cumple él la labor que toca a todos los poetas: traducir los secretos signos de un universo donde el Yo se hace excepción”. Lo hace con jaguares y serpientes de agua, con el canto del aguaitacamino y con flores sudorosas; lo hace, en fin, con la fuerza inaudita de los símbolos que hunden raíz en el suelo propio y en la propia alma. La autenticidad de esos símbolos hizo algo más que crear un mundo individual para el poeta, allí donde éste no tenía ninguno; hizo más, también, que entroncar la poesía venezolana con la literatura universal. Descubrió, además, para cada uno de nosotros, la noche donde la conciencia pugna por ser relámpago extasiado; el espacio fugaz, la intemperie donde el hombre debe y acaso puede hacerse de un destino. Jefe civil de una nube Amigo íntimo de Rómulo Betancourt, adeco militante, funcionario diplomático de la República por largos años, receptor de innumerables premios oficiales, Vicente Gerbasi correría el riesgo de ser tildado “poeta de régimen”, de no ser porque, antes incluso de que sus poemas demostrasen por sí mismo su valía, ya tan hipotética mezquinidad quedaba descartada con el epíteto que tempranamente le endilgara Andrés Eloy Blanco: “Jefe civil de una nube”, lo llamó, al hacer de su proverbial contracción motivo de chiste en las páginas de El Morrocoy azul. Distracción, o quizá mejor decir ensoñación. Y en efecto. Nacido en 1913 en Canoabo, estado Carabobo; hijo de un italiano garibaldino que fue a un tiempo lector de textos sagrados y guerrero del Mocho Hernández; enviado a Florencia a los 10 años de edad y regresado a la muerte del padre, hacendado arruinado, cobrador de banco, pintor de carteles comerciales, maestro alfabetizador, Gerbasi no dejó de cabalgar nubes desde que en 1937 escribió su primer libro (Vigilia del náufrago) ni permitió que su poesía bajara de ellas hasta que en 1991 publicó el último (Diamante fúnebre). Entre uno y otro, además de Mi padre, el inmigrante (1945), vuelan 21 títulos: Bosque doliente(1940), Creación y símbolo (1942), Liras (1943), Poemas de la noche y de la tierra (1943), Tres nocturnos (1946), Poemas(1947), Los espacios cálidos (1952), Círculos del trueno (1953),Tirano de sombra y fuego (1955), Por arte del sol (1958), Los olivos de la eternidad (1961), Alegría del tiempo (1965), Poesía de viajes (1968), Rememorando la Batalla de Carabobo (1971),Retumba como un sótano del cielo (1977), Edades perdidas, Los colores ocultos (1985), Un día muy distante (1938), El solitario viaje de las hojas (1989) e Iniciación de la intemperie (1990). En un país donde la poesía fue y recurrentemente vuelve a ser oficio diletante –desinteresado de decir y ansioso de editar–, Vicente Gerbasi trabajó sus versos bajo el ansia de saber, de descifrar, de darle voz a las más secretas angustias del hombre. Y lo hizo con un simbolismo límpido, a la vez denso y cristalino como sólo pueden ser los símbolos auténticos. No hacen falta por tanto traductores para palpitar con cada una de sus obras. Pero quien quiera ir más allá, encontrará que la crítica se ha ocupado como pocos de este autor. Se leerá con especial provecho a Ludovico Silva (Ensayos sobre Vicente Gerbasi. Fundarte, 1985) e Ignacio Iribarren Borges (La poesía de Vicente Gerbasi. Edit. Tiempo Nuevo, 1972), así como muchos de los trabajos recopilados en Vicente Gerbasi ante la crítica (Monte Ávila, 1997). Gerbasi y el Grupo Viernes Por Jesús Sanoja Hernández Vino el padre desde lejano pueblo del Tirreno a otro cerca de Bejuma. Acogió Canoabo al inmigrante y allí, en 1913, le nació hijo, Vicente de nombre y poeta por fatum, que en libro memorable y memorioso lo invocaría, tomándolo como (pre) texto para indagación existencial (qué somos) y enigmas cósmicos y metafísicos (“Venimos de la noche y hacia la noche vamos”), y en donde contrastan los dos parajes nativos, el del padre mismo, “frente al mar con pescadores en la aurora”, y el del hijo evocador, “donde la noche congrega a los hombres con sus guitarras,/ entre viviendas de ennegrecida calma”. La publicación de Mi padre, el inmigrante, en 1945, significó un vuelco tanto en la visión del paisaje como en el tono elegíaco, a más de convertir al lenguaje en material encantatorio. Frente al mecanismo enumerativo y descriptivo de Bello en La agricultura de la zona tórrida, o de Lazo Martí, quien apeló a lo simbólico, Gerbasi le otorgó a la flora y la fauna, al escenario tropical, una función movilizadora de recuerdos, asociaciones y preguntas radicales. El padre inmigrante está reconstruido en la elegía de manera atípica: no es su muerte, sino la muerte misma, identificada con la noche y ésta con la nada. Y en fin, la palabra brilla en ver de nombrar, se desliza como un río y adquiere valores diferentes a los del diccionario. Está, como escribió Ida Gramcko, “más cerca de lo mágico que de lo lógico”. Gerbasi puede ser analizado, además, como miembro de un grupo literario que marcó época en la primera mitad del 05
siglo y que dispuso de una revista, Viernes, innovadora y, por lo mismo, provocadora de polémicas. Pocas veces se han juntado poetas de tanto valor en un mismo órgano generacional como enViernes. Lo generacional está entendido como unidad estética y voluntad de ruptura, pues José Ramón Heredia, Venegas Filardo, Rojas Guardia, Otto D'Sola y Gerbasi eran menores que Luis Fernando Álvarez y que Ángel (Ángel tutelar) Miguel Queremel. Por si fuera poco, dos pequeños libros de ensayos sobre poesía (Creación y símbolo, 1942, y La rama del relámpago, 1953) sirven de apoyo para comprender el credo de Gerbasi y, en general, de los agrupados en Viernes, si bien el segundo pertenece a una etapa en que ya habían entrado en escena otros protagonistas y los viernistas se habían dispersado. De 1941 data el poema humorístico de Miguel Otero Silva, “Responso al Grupo Viernes”, en el cual enumeraba a cada uno de los poetas en dispersión. En lo que toca al nuestro decía: Huyó como el arroyo opalescente/ que copia el cielo sin mirarlo casi/ Vicente/ Gerbasi En verdad, antes de morir, Viernes se disolvía, como luego habría de suceder con otros grupos, como Contrapunto, Sardio, Tabla Redonda, Techo de la Ballena, Lam, Trópico Uno, y En Haa, entre fines de los 40 y mediados de los 50. Lo de Miguel era una humorada. Viernes y sus poetas, Gerbasi muy particularmente, siguieron vivos. * Publicado el 25 de enero de 1998
Vicente Gerbasi
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La intimidad de las cartas (Correspondencias con Vicente Gerbasi) Nunca me imaginé entrar en la correspondencia de nadie. Ni siquiera mis cartas releo. Siempre se ha dicho que leer cartas ajenas es un delito, o en una formalidad, una falta de educación o meterse en la vida ajena, sin permiso, en esas vidas de ausencias, de la persona que extraña a otra, o que reclama algo. Me refiero a las cartas que venían en sobres y se deslizaban por debajo de la puerta, o dejaba el cartero en un buzón, o en un apartado postal. Pienso en eso y me percato de que ya no vemos carteros por las calles de nuestras ciudades. Pero cuando se trata de alguna persona pública este material pasa a ser parte de su obra, la más íntima, tal vez. Su vida diaria es más su “vida escrita” que su propia obra como escritor. Ésta requiere que la interprete la crítica, un estudio profundo desentrañe sus claves para el lector común. Trazar un plano genealógico de amistades. Escribir cartas siempre ha sido una entrega a la demora, uno responde las que más le interesan, y por lo general, muchas de ellas son cartas de oficio, que tienen que ver, más con lo que haces, que con las emociones familiares y otras sobre la cotidianidad. Otras con la amistad, esa aristocracia, diría un filósofo griego. En éstas podemos ver cómo un escritor se relacionaba con el mundo escrito y los detalles ocultos de ideas, amistades, conflictos y alianzas, incluso, los intereses reales sobre su obra entera. Pienso en esta época tan vertiginosa y me imagino que el ejercicio de escribir ha crecido desmesuradamente. También las respuestas instantáneas. Ya no esperamos el correo ni vamos al apartado postal a hurgar la llegada de las novedades del mundo en revistas o cartas privadas o de oficio. Ya no es necesario el apoyo del correo, ni del matasellos ni las estampillas. Aquellas maneras quedaron para paquetes o encomiendas que tienen peso, que es lo que ha perdido el email y los celulares. Por esta vía, la de Internet, que invade todo, se puede enviar todo y nada, pero también se puede borrar todo. No sé cuantos guardan archivos y luego lo imprimen. Ya el papel no importa. Un virus o un aguacero pueden borrar todo. Por suerte aquellas cartas con membrete todavía podemos leerlas y sentir la emoción del que la escribió, sus tachaduras o impecabilidad y el trazado de su firma. Ahí están, en archivos privados o en las bibliotecas públicas, algunas, preservadas para la memoria y el olvido. Entro al archivo de cartas recibidas de Vicente Gerbasi, que reposa en la Colección de Libros Raros de la Biblioteca Arcaya en la Biblioteca Nacional, y regreso a una época que ya no existe. Cartas con distintos tipos de papel, escritas a máquina, como se decía, o manuscritas con tintas y creyones diversos, con matasellos, sobres y borradores de poemas, con papelería con sellos secos oficiales y personales, etc. Cartas muy formales, otras personales, de amigos que agradecen el envío de algún libro. Respuestas de embajadores, reclamos por algún artículo no publicado, otras son de escritores que lo invitan a una que otra conferencia o colaboración de un ensayo o artículo. A través de este archivo, al que apenas me asomo, podemos ver la vida de un poeta que sirvió como diplomático a su país, Venezuela, y que fue recordado por su intensa vida cultural en los países en los que estuvo. Se trata de la correspondencia recibida, en ella no están las respuestas de Gerbasi, que en algunas cartas, podemos imaginar, 07
Julio Bolívar
por las respuestas de sus interlocutores. En éstas podemos ver también una generación literaria, que fundó lo que podemos llamar “la modernidad literaria” del país. Dejando de lado las comunicaciones formales de ministerios que lo nombran en sus funciones, reclamos de cambios a otros destinos, como cuando fue enviado a Dinamarca de embajador: todas las fórmulas y esperas, las decisiones políticas para estos cambios. La vida lenta y sinuosa de la diplomacia, el gobierno y su burocracia. Apenas he leído hasta la caja número tres de este archivo sorprendente. Me introduzco furtivamente en este archivo, como un extraño lector de relaciones y deseos, que en algunos casos pueden ser para todos, y en otros, siento, que debió quedarse en la intimidad de cartas personales, en el secretier o en el viejo bargueño de donde salía el delicado papel de algodón donde se escribieron; así me siento al leer estas cartas. Organizado por años, comienza con los 40; encontramos en estas epístolas, reconocimiento a la labor como diplomático y como el inmenso poeta que fue Gerbasi. Cartas que comentan sus libros o sus opiniones sobre la poesía, o sobre un debate desconocido de un premio empatado en la sección de poesía otorgado a Juan Beroes y a Luz Machado y justicieramente dado en prosa a Mario Briceño Iragorry en 1947, la opinión de Oscar Sambrano Urdaneta. Sorprende una carta del poeta Humberto Díaz Casanueva, solicitándole unos ejemplares de la RevistaOrígenes que no le llega a Chile, (suponemos que Gerbasi está en La Habana) y deseando que sea nombrado embajador o consejero cultural en Chile porque: “La vida intelectual en Chile está muerta” le insiste Díaz Casanueva. Además de tocar el viejo tema que le parece: “Increíble lo poco que nos conocemos en América”. O solicitudes de apoyo para trabajo de Alberto Baeza Flores en 1948 desde Bayamo. Vida cotidiana de amigos que lo visitan en Coppenhage, ya cerca de los años 70, que le dicen que irán a visitarlo pero no podrán llevarles encargo de “harinas para las arepas” que hace su esposa Consuelo, pero si otros rubros de la gastronomía local que los Gerbasi extrañan, seguramente en aquel frío país nórdico. Las cartas de Picón Salas, siempre precisas y cortas, le comentan y prometen un trabajo sobre su libro Olivos de eternidad. Unas tres cartas de monseñor Pellín llaman la atención. Éstas se refieren a la compra de un altar para la Virgen de Coromoto; se discuten precios y tamaños y qué es lo más conveniente para el homenaje a la virgen de Venezuela, aparte, el obispo revela su interés en la obra del poeta como uno de sus lectores. También recuerdo la carta de Guillermo Sucre anunciándole la preparación de la revista Zona Franca que preparaba con Juan Liscano. Vida cotidiana, vida intelectual, cartas oficiosas de su función como embajador, reconocimiento, cartas de agradecimiento por su labor de difusión en diversas revistas, otras menores que revelan el cariño que prodigaba. Apenas tocamos la punta de un ángulo poco visto en la vida del poeta de Mi padre el inmigrante, que, junto a Ramos Sucre, Palomares, Cadenas y Montejo serán los más influyentes poetas del siglo XX. Quedan otras cajas por revisar e intuir su respuesta. Borradores de poemas que luego vivieron en libros, revistas y libros. He tocado apenas una puerta a la que le falta una hoja: las repuestas de Gerbasi.
La mirada de Eduardo Casanova sobre Vicente Gerbasi Si algo caracterizó a la vida de Vicente Gerbasi fue el virtuosismo. Su excelencia se manifestó en todos los ámbitos de la existencia; tanto como poeta, al igual que diplomático y ciudadano. En el El viajero, el insomne, Eduardo Casanova recrea de manera fiel la vida y la época de este eminente escritor. El privilegio de haber tenido una vivencia cercana al autor, tanto en lo relativo a los afectos como en el quehacer diplomático facilitó esta aproximación biográfica que además es una panorámica de Venezuela y su proceso político durante el siglo XX. Los registros son múltiples y así Casanova nos narra con mucho sabor los eventos claves en la vida del literato desde la llegada de su padre a Venezuela. La forma preciosista y exuberante como está recreada su tierra natal Canoabo queda muy bien planteada en este trabajo biográfico. La impronta de sus orígenes italianos es vital en Mi padre, el inmigrante, una de las piezas cumbres del poeta. En esta biografía están presentes pasajes de esta obra contrapuestos con fragmentos críticos en torno a ella de importantes autores. Lo depuración estilística y la manera de resolver tópicos presentes en la literatura universal de un modo impecable son evidentes. Tal es el caso del abordaje de Gerbasi al fenómeno existencial en contraste con la forma como lo hace Jorge Manrique en sus Coplas. En el quehacer cultural del país, este escritor tuvo un papel protagónico. En tal sentido fue, junto con otros importantes intelectuales, fundador del grupo Viernes en 1937 y posteriormente director de la Revista Nacional de Cultura, cargo que ejerció hasta su muerte en 1992. Su vida igualmente tuvo un cierto matiz zen y ejerció múltiples oficios tales como el de alfabetizador e ilustrador. Ese tono de misticismo tan inherente a la poesía está plenamente expresado por el propio lírico en su discurso de incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua cuando enunció que el trabajo fundamental del poeta es descubrir su propio ser, su propia alma (…) Y es al mismo tiempo el más difícil de los trabajos del poeta este trabajo que nos conduce a nuestra propia revelación, a la revelación del mundo, a la revelación de la realidad. Pero quizá un aspecto importantísimo en este recorrido biográfico sea la aproximación al proceso político venezolano. Se observa en este texto a un país y a una sociedad civil que lucha perseverantemente por su independencia y por la democracia. Y la importancia de este planteamiento radica en que ello es actualmente el máximo desafío de la nación, sumida en la oscuridad del totalitarismo. En Gerbasi se observa, no sólo a un poeta y un diplomático ilustrado, sino al ciudadano que junto a figuras democráticas como Betancourt y Gallegos se opusieron a la plaga del militarismo. La prosa de Casanova es profusa en interesantes anécdotas del devenir local y de un pueblo que ya no es. Con mucha gracia se recrea el humor de este insigne venezolano y su peculiar carácter “distraído”. El texto está poblado de personajes de muy grata recordación que fueron claves en el quehacer intelectual del país. La vida de este poeta no sólo significó un clímax en los registros 08
líricos venezolanos con su consecuente proyección internacional, sino una manifestación del civilismo y de lo sublime expresándose en el orden diplomático. En tal sentido, el escritor tuvo una brillante carrera en el servicio exterior donde representó al país como embajador en Haití, en el Estado de Israel, en Dinamarca, Noruega y Polonia, amén de su participación en las misiones culturales de las embajadas de Chile, Colombia, Cuba y Suiza. Como homenaje al legado de Vicente Gerbasi, el gran desafío actual de la nación consiste en la reconquista de la democracia. Ése es el norte hacia un nuevo civilismo en el que sean erradicadas las nostalgias por las situaciones de facto y por los militares del signo que sean. Muy oportuno es este libro de Eduardo Casanova en este momento histórico cuando el espíritu de este excelso poeta debe ser una inspiración para el logro de un nuevo orden en el que imperen la razón, la libertad y la virtud. El viajero, el insomne. Una biografía de Vicente Gerbasi. Eduardo Casanova. Editorial Equinoccio. Caracas, 2014.
Petruvska Simne
La familia Gerbasi Mi padre, el poeta (Primera parte) Estas cuatro entrevistas sirven para recordar la vida mínima, del día a día, de Vicente Gerbasi. Aquí, en este unión de voces de primera fila, Beatriz, la hija mayor, señala que su padre era un ser puro, muy inocente, y comparte momentos significativos de la vida familiar. Claudia, una de sus nietas, cuenta parte de la historia que vivió con su abuelo, su cercanía cómplice con el poeta. Su hijo Fernando señala la permanencia de la poesía de su padre en su recorrido vivencial y Gonzalo, el menor, revive el esfuerzo de mantener una familia a flote sin dejar de lado el trabajo poético. Atrás quedaron los días, las fatigas, las alegrías. Permanece un legado poético que trasciende. Petruvska Simne Poesía en familia Mi nombre es Beatriz Gerbasi De Drastrup,soy la primera hija de Vicente Gerbasi y Consuelo Orta. Nací en Caracas, en 1939. Casada, dos hijas, licencia en Ciencias Políticas y Administrativas. Papá era un hombre sumamente familiar. A él le gustaba que todo girara alrededor de la familia. Todos los sábados íbamos a casa de papá y mamá a almorzar. Las navidades en casa de papá empezaban el 24 de diciembre a las cuatro de la tarde, porque para él era el día más importante del año. Tenía que tener la mesa llena de comida, de dulces, de frutas, de los regalos de San Nicolás para los nietos, de chocolates. También era así cuando estábamos chiquitos, la mesa puesta desde temprano con sabor a navidad. Los paseos Cuando estábamos pequeños no había un domingo que no nos sacara a pasear. Vivíamos en El Silencio, en el Bloque 7, antes de que papá comenzara su carrera diplomática. Él nos llevaba, a mi hermano Fernando y a mí, yo le llevo 3 años a Fernando, a hacer competencias, a ver quien llegaba más rápido al El Calvario, y allá arriba comíamos helado y paseábamos por ese parque que era lindo. Nos llevaba al parque Disneylandia, en Los Palos Grandes y a medida que íbamos creciendo nos llevaba a los cines, al teatro, a los museos. Hizo lo mismo cuando estábamos afuera. Cuando vivíamos en Ginebra nos llevaba a subir el monte le Salève, con el poeta José Herrera Petere, la esposa, los hijos que eran de la misma edad nuestra, y ahí hacíamos picnics, lo mismo en invierno que en verano. Era un gran ejercicio para todos, y era hermoso ver la naturaleza, bañarnos en los lagos. Hay fotos de papá caminando con alguno de sus hijos al hombro, subiendo la montaña. Papá disfrutó mucho a sus hijos y a sus nietos en ese sentido. El cumpleaños A mi papá le fascinaba que le celebrarán los cumpleaños. El 2 de junio, cuando cumplió 40 años le organizaron una piñata sorpresa. Estaban Mariano Picón Salas, Miguel Otero Silva entre otros intelectuales, se divirtieron tumbando esa piñata y él disfrutó porque le gustaba que le regalaran, era como un niño. La muerte de Consuelo Papá quiso mucho a mamá. Ellos nunca se separaron. Tenían cincuenta y ocho años de casados, y diez de amores. Cuando 09
mamá murió, el 3 de abril de 1990, papá no quiso entrar a verla. Yo le dije, Mamá acaba de morir. Se puso a llorar y me dijo Hazme un favor, hazme mi maleta y me llevas para tu casa. Se fue y no quiso estar un momento más en su apartamento, nunca volvió. Yo tuve que enterrarla prácticamente sola porque mi hermano Fernando no estaba en el país, y Gonzalo estaba trabajando, yo también estaba trabajando pero tenía facilidad de moverme. Me tocó desmontar ese apartamento completo. Lo llamaba para preguntarle: Papá ¿qué hago con estos libros? Tales libros los mandas para la Biblioteca Nacional, me respondía él por teléfono. ¿Y los de poesía? Me los traes todos para acá. Mi esposo Kriste tuvo que armarle la biblioteca, pero papá la quería en su habitación. Le decíamos Papá ahí no te va a caber, no puedes meter un escritorio, la biblioteca y la cama en una habitación. Además quería que me trajera todos los muebles de su pent house para mi casa. Y yo tenía que armarme de paciencia para explicarle que no tenía espacio para meter sus muebles. Finalmente Kriste le armó la biblioteca en su cuarto, en dos paredes, pero la pared del lado de la puerta se nos vino abajo, no podíamos entrar al cuarto porque libros y estantes bloqueaban la entrada. Finalmente pudimos entrar y convinimos en pasar para nuestra biblioteca gran parte de los libros de papá, y le dejamos el escritorio en la habitación con sus libros. Nunca más volvió a ese apartamento, porque decía que si no estaba Consuelo no volvía más. Era muy sentimental… y aquí murió. Mi madre murió de cáncer. Ambos, mamá y papá murieron de cáncer. Mamá se lo detectaron en el año 1981. La operaron porque le creció mucho la barriga, creían que era un fibroma, pero resultó ser un tumor cancerígeno de tres quilos adherido al riñón derecho, tuvo que someterse a sesiones de radioterapia. A los pocos años le apareció otro tumor adherido al colon, también se le operaron. Le descubrieron un cáncer en el pulmón que lograron encapsular, pero no vivió muchos años después de eso. El 31 de diciembre de 1989 no quiso venir a mi casa porque se sentía mal, creía que era una gripe. La llevamos a la clínica y después de los exámenes el médico nos dijo prepárense porque no dura más de quince días. Efectivamente a los quince días murió. Se lo dijimos a papá y dijo No, no, eso no es verdad, eso no es verdad, ella no se va a morir. A él le dio un cáncer en la vejiga justo después del primer cáncer de mi mamá, por estrés y se lo dijo Federico Moleiro, Mira ese cáncer que tiene tú es por estrés, por lo de Consuelo. Porque cuando operaron la primera vez a mi mamá, el médico dijo que no respondían por la vida de mamá. Eso fue un duro golpe para papá. Pero ellos siguieron su vida normalmente, salían con los nietos, con los amigos, y se iban de viaje. El amor que los unió Me acuerdo que, sobre todo cuando estábamos pequeños, papá acostumbraba llevarle flores a mamá todos los sábados. Y cuando le compraba un regalo a mi mamá me compraba también uno a mí, pues yo era la única hembra. Siempre estuvieron juntos, todo el tiempo. Cuando nosotros fuimos a estudiar a Suiza que papá trabajaba como embajador en Israel, mi mamá le dijo, Yo debo irme con los muchachos, sobre todo por Beatriz que va a montar un apartamento. Y él le replicaba,
Beatriz ya está grande, tiene 20 años, ya se puede defender sola. Usted se queda conmigo, a mí no me va a dejar aquí solo. Mis tías, las hermanas de papá, lanzaron un grito al cielo, qué cómo era posible que mamá me dejara sola. Mamá decía No soy yo, para mí es imposible visitar a mis hijos porque si no va Vicente no voy yo. Mamá era de Tinaquillo, y su familia era de Valencia. Ella y papá se conocieron en Caracas. Las dos abuelas (la mamá de Vicente y la mamá de Consuelo) se vinieron para Caracas pues ambas quedaron viudas muy jóvenes con siete muchachos cada una. La mamá de mi mamá, la abuela Mercedes, se encargó además de dos niños de un pareja amiga de ella. Mi abuelo materno era muy jugador. Se jugó hasta su casa. Jugando lo perdió todo y cuando él murió, mi abuela quedó sin nada. Afortunadamente una cuñada la ayudó. En esa época cuando a una muchacha se le moría el novio, no se podía casar, se quedaba de luto y soltera. Eso pasó con la cuñada de mi abuela Mercedes. Era costurera y ayudó a mi abuela Mercedes a abrir la pensión de estudiantes y a cuidar a los niños. En esa pensión papá conoció a mamá. Además mi abuelita paterna, mi abuelita María Federico, conocía a mi abuela Mercedes. Papá y mamá se conocieron jovencitos, tendrían 20 años o menos, tenían casi la misma edad, papá le llevaba seis meses a mamá. Se casaron aquí en Caracas, en casa de mi abuela, y en esa misma casa nací yo, de Palma a Miracielos, frente a la iglesia de Santa Teresa. Todavía existe esa casa. La primera nieta Era tal la alegría de mi papá cuando nací, que mi mamá me cuenta que él le exigía a todos en la familia que se pusieran tapabocas para entrar a mi cuarto, había que hervir el agua, había que tener un lavadora especial para mi ropa, había que lavarse las manos y después echarse alcohol para tocarme, tanto fue así que al año me dio una septicemia… no me morí de casualidad. Me salvó Gómez Malavé. Mamá me contaba también que papá quería una niña. Él quería que su primer hijo fuera hembra, y cuando yo salí embarazada de Marianne, fui la primera que le dio un nieto, él quería que fuese una niña. Papá me esperaba despierto cuando yo iba a una fiesta, para que le contara todo lo que había hecho. Él se hizo amigo de Kriste, mi esposo, antes de que yo me enamorara de él, porque Kriste, muy inteligentemente, se quedaba conversando con papá hasta las 3 y 4 de la mañana, hablaban de latín, de historia, de literatura, en esa época vivíamos en Copenhage, y papá me decía Ese muchacho si es bueno. Él adoraba a Kriste. A papá le gustaba que uno invitara a los amigos, se hiciera lo que llamaban picoteo, que era reunirse para bailar, hablar, él lo disfrutaba, le encantó siempre tener gente joven alrededor. Él hablaba muy abiertamente con uno de sexo, de todo, mi mamá era igual, eran muy abiertos. Un parto Yo estaba a punto de dar a luz en Dinamarca y papá tenía que ir a Caracas a recibir el Premio Nacional de Literatura, y quería que mamá lo acompañara en ese viaje. Le dije que todas las madres están con sus hijas sobre todo en su primer parto, Te vas a llevar a mamá y me vas a dejar sola aquí en un país extraño, le repliqué; mi papá me contestó Para eso te casaste y para eso tienes a tu marido, tienes a tu suegra, tu mamá se viene conmigo. Pero yo lo fastidié tanto que mamá se quedó conmigo. Cuando regresó, ya Marianne había nacido, en Copenhage la dejaban a una ocho días hospitalizada después del parto. Papá acababa de comprarse un Mercedes Benz, y nos fue a buscar, manejando para estrenar su Mercedes y sacar a su nieta del hospital. Se había traído de Caracas dos maletines llenos de yuca, apio, ocumo, ñame, jojoto y 10
cilantro, para hacer un sancocho de gallina para la parturienta, invitó a todos los de la embajada porque había que celebrar ese nacimiento como se celebraba aquí. Y estaba loco de contento con Marianne. Mi esposo y yo teníamos una finca en Copenhage y no me dejó irme para la finca, no nos dejó, tuvimos que quedarnos en su casa el primer mes para que él viera que la niña estaba bien. Primero los estudios Mi abuelita María Federico tejía bellísimo, como buena italiana, hacía cosas bellísimas con las manos, cuando él veía que mi abuelita quería enseñarme a tejer la regañaba, le decía Mamá a Beatriz no me le vas a enseñar a tejer, no, no, no, yo no quiero mujeres dedicadas a la casa, esa niña tiene que estudiar. Eso sí, nos exigía siempre que fuéramos muy ordenadas, que tuviéramos la casa impecable, pero primero que todo que estudiáramos. Lectura familiar Papá nos leía sus poemas cuando estaban terminados, y mamá era la primera que tenía que oír el poema y criticárselo. Papá decía que la mejor crítico de su poesía era mamá. Y cuando publicaba un libro era una gran alegría, la gran fiesta, invitaba a todos los amigos para celebrar. Él no era una persona que cuando escribía se ponía fastidioso ni nada. Él por ejemplo escribió Mi padre el inmigrante trabajando en el Ministerio de Educación, en la esquina de El Conde. Aprovechaba que se iba todo el mundo para quedarse solo en la oficina y escribir, para ese tiempo ya tenía dos niños en un apartamento pequeño y era más difícil para él tener calma y tranquilidad. El orden ante todo Era muy ordenado, con todo, con el dinero, con la ropa. Nunca vi un pantalón de papá mal puesto. Al mediodía, para recostarse después de almuerzo, se quitaba la ropa, y se ponía su pijama para descansar, para no arrugar la camisa. No le gustaba que nosotros, cuando estábamos pequeños, nos sentáramos en la mesa en mangas de camisa o en franela ni despeinados. Y era una persona muy metódica, con las horas de comida, las horas de dormir, de levantarse, y nosotros teníamos que seguir sus reglas, no era que cada quien iba a hacer lo que le diera la gana. Papá siempre andaba impecable, hasta muriéndose había que bañarlo dos veces al día, cambiarle la pijama dos veces al día, ponerle su colonia, cambiarle su sábana dos veces al día, también estaba pendiente de su dinero y nos pedía que le chequeáramos las cuentas. Mamá tenía que estar de punta en blanco y yo igual, pues a papá no le gustaba que una estuviera desarreglada. Mamá tenía que andar en tacón en la casa, hasta el punto que las zapatillas de levantarse eran de tacón porque a papá no le gustaban bajas, imagínate tú. A papá le encantaba que mamá se vistiera bien, le compraba una ropa bellísima cada vez que él podía, lo mismo a mí cuando estaba soltera. Y a él le encantaba una buena corbata de seda, sus buenos abrigos, sus buenos guantes, eran muy elegantes los dos. Mamá tenía que ir todas las semanas a la peluquería porque si no mi papá… él mismo la llevaba a peinarse, a pintarse. Cuando a mamá se le veían las canas mi papá comenzaba a decirle, Consuelo te ves horrible, tienes que irte a la peluquería, las manos las tienes desarregladas, qué te pasa. Era muy detallista, le gustaba que la mesa estuviera bien puesta, compraba detalles para la casa, un jarrón bonito, un cenicero, y le encantaba llevarse a mi mamá de viaje, al teatro, a los conciertos. Cuatro anécdotas Recuerdo una vez que una niña vecina, Josefa Bellorín, que estaba estudiando con la hija de mi primo Humberto Celli en el Instituto Escuela nos contó que su profesora de literatura le empieza a hablar de Vicente Gerbasi y les dice que Vicente
Gerbasi vive en París, que es un hombre multimillonario, que casi nunca viene a Venezuela, y Josefa Bellorín le dice, Profesora me va a disculpar pero el poeta Gerbasi vive en Caracas, en Cumbres de Curumo, y la profesora le replica Mentirosa, qué vas a saber tú del poeta Gerbasi, entonces Josefa le contesta Vicente Gerbasi es hermano de mi abuela, el mayor, y vive en Caracas, en Cumbres de Curumo y yo lo conozco muy bien porque él siempre va a la casa de su hija Beatriz, que es nuestra vecina, y juega con nosotros, pero la profesora no le quiso creer nada a Josefa. En Israel A papá le gustaba disfrazarse de árabe, tenía una túnica árabe. Una vez cuando era embajador en Israel vino a visitarlo Golda Meir, eran muy amigos papá y la señora Meir, él le dijo que tenía asilado a un árabe en la embajada, y quería que ella hablara con él. Le pidió al primer secretario que lo acompañara para buscar al supuesto árabe, se vistió de árabe y se presentó ante Golda Meir. La señora Meir estaba sorprendida y le preguntaba al primer secretario dónde se había metido el embajador, y este respondía Ya va a subir, ya va a subir. La señora Meir comenzó a hablar en árabe y mi papá que no entendía le decía cualquier cosa que sonara a árabe hasta que la señora Meir se dio cuenta por los zapatos que era papá, luego se reían a carcajadas, como niños, de esa travesura. Noticias del pasado Un día llama por teléfono el esposo de Rosita Payador para avisarle que se había muerto Rosita Payador, la primero novia de papá. Primera vez que mi mamá entra en celos, pero eran unos celos muy divertidos porque ella reclamaba que por qué carajo tenía que llamar ese señor, ese pendejo, a su casa para que le informen a Vicente que su primera novia había muerto. Papá se puso muy triste con la noticia y hasta se tomó unos tragos de más, pobrecito. Recorriendo Caracas Cuando estaba muy enfermo que no podía salir, a papá le encantaba ir a recorrer la ciudad, y decía que era el inspector de obras de Caracas. Mi esposo Kriste tenía que llevarlo los sábados, le compró un salvavidas para que se sentara con todas esas bolsas, la de urostomía y la de colostomía, y se llevaba a la enfermera, iban a ver como estaba marchando la construcción de la Mezquita, porque tenía que ver terminada la Mezquita de Quebrada Honda, y verificar que más estaban haciendo en Caracas. En torno a mi ser las lejanías alzan ciudades, / templos de piedra antigua, / puentes de silenciosa arquitectura, / museos donde lloran los perfiles, / profundas panaderías donde el hombre amasa la pasta de la noche. La huella del abuelo Mi nombre es Claudia Drastrup Gerbasi, soy nieta del poeta, me gradué en gerencia de hoteles y restorantes y soy somelier, me dedico a la comida y a los vinos pero ante todo soy mamá, ese es mi cargo principal. Fui la que estuvo con él hasta el día que se murió. La noche que murió estuve con él. Teníamos una complicidad muy grande, desde que yo estaba chiquita. Después del trabajo venía y se tomaba una siesta y no permitía que nadie estuviera en su cama pero yo sí tenía autorización de estar en su cama. Primero resolvía su crucigrama, yo no entendía absolutamente nada porque estaba muy pequeña, y después me contaba Tío Tigre y Tío Conejo, todas las tardes el mismo ritual. Cada vez que él iba a echar un cuento se ponía la mano izquierda en la cabeza, como para que no se le fueran las ideas, y con la derecha iba dibujando el cuento, así dibujaba a Tío Tigre y Tío Conejo, con aquella voz ronca que tenía hasta
que se quedaba dormido, después yo me bajaba de la cama y me iba a jugar. Yo adoraba estar con ellos. Mi hermana Marianne y yo nos repartimos a los abuelos porque ella pasaba más tiempo con mi abuela y yo más con mi abuelo. Él compraba chocolate cricri y a nadie le decía donde estaba escondido, solo yo tenía derecho a saber donde estaban los chocolates. Claudia, el poema Cuando escribió Claudia, el poema que me hizo a mí, yo tenía 13 años, me acuerdo que él se recostó en el sofá, y me dijo Busca un lápiz y un papel que te voy a dictar un poema, y empezó a dictarme con los ojos cerrados, cuando terminó se lo di. Ese poema es muy lindo, ahí se refiere a lo que yo le dije cuando tenía cuatro años: Abuelo, tú y yo somos los únicos dueños de la lluvia. La historia es que hicimos un viaje juntos, mis padres, mi hermana y los abuelos, en un crucero, nos fuimos a Trinidad y nos paramos en Puerto España, yo no me acuerdo de ese viaje. Estaba cayendo un palo de agua y yo le dije Abuelo, tú y yo somos los únicos dueños de la lluvia. Cuando me acababa de desarrollar, a los 13 años, él me hace ese poema en donde dice que voy a crecer, me voy a casar, voy a tener mis hijos, que tal vez él y mi abuela los van a ver y que yo los veré bajar al fondo de la eternidad y que le diré como un día le dije en Puerto España, Abuelo, tú y yo somos los únicos dueños de la lluvia. El domingo que él muere, en la tarde, estaba lloviendo, mi abuelo estaba agonizando, tenía tubos del oxígeno en la nariz, y yo le decía Abuelo pareces un señor elefante, y él se reía. Está cayendo el palo de agua y para sacarlo de donde estaba, de esa agonía, le digo Abuelo, tú te acuerdas… mira, está lloviendo, acuérdate que tú y yo somos los únicos dueños de la lluvia. Esa noche murió. Después leyendo el poema, acordándonos del abuelo, nos damos cuenta de que el poema retrata también el día de su muerte. Eso me impactó muchísimo, pues me acordé del verso Claudia me llevará al cementerio./ Claudia verá / cómo bajarán mi urna al fondo del tiempo. De muertos y aparecidos Era sentimental y miedoso, le tenía pánico a los muertos. No se quedaba solo en ninguna casa, tal vez por eso sus poemas hablan sobre la muerte y la naturaleza. De sus libros el que a mí me fascina es Diamante fúnebre, que le hace a mi abuela después de muerta, sobre todo el verso que dice la muerte es un diamante fúnebre. Tampoco le gustaba la oscuridad. Cuenta mi mamá que la abuela Ana María, (mamá de Vicente) y el aya hacían unos muñecos de paja, los iluminaban con velas y los colocaban por los corredores de la casa allá en Canoabo para que Vicente y sus hermanos no salieran de los cuartos, y se quedaran tranquilos a dormir. Siempre comentaba que los muertos se le aparecían. Como aquel señor famoso que se le apareció en Las Mercedes. Él vivía en Cumbres de Curumo y le gustaba comprar en la frutería Santa Bárbara, en Las Mercedes. Para llegar allá tomaba la vías periféricas, los caminos verdes, detrás de los campos de golf. Un día llegó aterrado diciendo que se le había aparecido un señor vestido con un liquí liquí, y con un sombrero, pero que no tenía rostro, que fue horrible, espantosa esa aparición y que nunca más volvería a manejar por esa vía. Y cada vez que repetía ese cuento le agregaba más y más detalles con esa imaginación prodigiosa que tenía. La noche que muere mi abuela Consuelo se viene para acá, para casa de Beatriz, su hija, o sea mi mamá. Él viene a dormir a mi cuarto. Ponemos un colchón en el piso para dejarle la cama a él y me dice Pero deja la luz prendida. Le dije bien. Al 11
rato me dice que prenda la radio Pero vas a poner rock and roll. Le dije Abuelo yo no voy a poner rock and roll. Y él replica no, no, no, tienes que poner rock and roll porque yo esta noche no voy a dormir, porque si me duermo seguro que viene Consuelo y me jala los pies. Le dije, está bien te voy a prender la luz y te voy a prender la radio. La segunda noche pidió lo mismo, que dejara la luz y la radio encendidas, la tercera noche fue igual pero a la cuarta noche le dije Yo ya no aguanto más esa radio toda la noche encendida. Me dijo está bien pero ponla bajito por favor que se escuche algo. Después de una semana le dije a mi mamá No soporto más, me voy a dormir en la sala, no puedo dormir con la luz y la radio encendidas… Un examen En el liceo, en quinto año, me mandaron a leer Mi padre el inmigrante, y yo no lo quería leer porque decía que lo iba a leer cuando estuviera preparada y no cuando el colegio me obligara. Cosa que estaba mal. El abuelo me vivía diciendo que Una cosa es lo que uno escribe y otra cosa es lo que los demás interpretan, con base a eso cuando me hablaban de Mi padre el inmigrante yo les decía Ustedes todos están equivocados porque él lo que quería decir era otra cosa y nunca sabremos qué es lo que quiso decir realmente. Además, era un poema muy largo y retrasaba siempre su lectura. Hacen el examen y todos en la clase se leen el poema. Primera pregunta ¿En qué se parecen la aldea viñatera de Vibonati con la aldea de Canoabo? Respondí: En que en las dos hay vaquitas, y hay maticas. Y así fui respondiendo las otras preguntas y la única en el salón que raspó fui yo. Me daba vergüenza, me quería morir. Yo repetía que lo quiero leer cuando me sienta verdaderamente preparada para leerlo, además el abuelo se acababa de morir, tenía pocos meses de muerto. La profesora me dijo, Tienes razón, pero no era una opinión muy imparcial porque para ella yo era muy importante pues admiraba mucho a mi abuelo. Una muerte anunciada Una noche estaba viendo un programa de Vinicio Romero, en Venezolana de Televisión, de esos programas de concursos para adolescentes y hacen una pregunta sobre Vicente Gerbasi, él aquí muy instalado viendo su programa, y dicen Poeta y diplomático venezolano, considerado el poeta contemporáneo más representativo y uno de los más brillantes exponentes de la lírica vanguardista, fallecido recientemente, y mi abuelo se altera y alza la voz para decir Me están matado, búsquenme el teléfono del Canal Ocho que todavía no me he muerto. Llamó y pidió hablar con Vinicio Romero directamente para decirle Estoy vivo Vinicio, estoy vivo. Las conversaciones con Hamlet Cuando las reuniones terminaban, que se quedaba solo pero quería seguir parrandeando, mi abuela apagaba la luz y le decía, Ya Vicente, ya se acabó, pero él se quedaba en la sala, se sentaba en el centro del sofá y empezaba a hablar y lo que sabemos es que hablaba con Hamlet, hasta la madrugada hablando con el Príncipe de Dinamarca. También se enfrascaba en unas largas conversaciones con mi abuela, la mamá de mi papá, aunque mi abuela no hablaba español y él no hablaba danés pero se entendían, y podían estar horas y horas conversando y tomaban whisky, fumaban y hablaban de todo antes de que se dieran cuenta que cada uno estaba hablando en otro idioma. Canoabo y la verdulera A mí Canoabo me pareció bellísimo porque después de recorrer kilómetros y kilómetros de puro verdor de repente te consigues con un pueblo como El Hatillo, como de cuentos, muy bonito y todas las casitas pintadas de colores, ubicado en el tope de una montana. Fui hace 5 años y después fuimos el año pasado, en 12
2011, a develar una placa. Cuando llegué me produjo una gran emoción de ver lo que él me contaba de su niñez, el burro, la verdulera. El abuelo tenía un cuento con una verdulera, me contó, ya yo estaba grande, que había estado con una verdulera detrás de unos árboles. Yo me imaginaba que era la señora que vendía las verduras, que tenía un negocio lleno de verduras y que jugaban detrás de unos árboles, con el tiempo entendí lo que significaba esa primera vez con la verdulera. Me imaginaba el puesto de las verduras y cuando fui no lo conseguí, también buscaba el ruido del río que quedaba cerca de la casa, y claro hoy en día no escuchas ni el río ni lo ves porque está más seco. Pero ahí estaban los árboles de los que tanto me hablaba, la iglesia, las tiendas, fue tan bello vivirlo, saber que él estuvo ahí y que ahí quedaba la huella de cada uno de los cuentos que me contó de su infancia y con esa huella los pude revivir. Entramos a la casa y vimos los cuartos donde nacieron seis de los siete hermanos, el corredor donde dejaban los muñecos de paja iluminados para que los niños no se salieran de sus cuartos. Eso fue bellísimo pero bellísimo y sobre todo porque llegamos a Canoabo por Urama, una subida muy empinada, y aunque la carretera estaba destrozada si asomabas la cabeza por la ventanilla del carro te asombrabas de ver en el horizonte el mar. Recordé lo que él decía cuando vio por primera vez el mar. Yo abandonaba las pequeñas casas de colores, / la noche de los búhos / sobre los techos de tejas. / Yo abandonaba a Canoabo,/ pueblo solitario, / adornado de pavoreales. / Yo no reconocía mi edad. / Era una luciérnaga en la noche / Me fui en mi burro hacia una lejanía. / Iba por la selva. / Mi padre en su caballo. / Mi madre vestida de blanco / con una sombrilla azul. / Yo llevaba mi fantasma, / el miedo al vecino muerto, / el golpe del martillo / sobre los clavos del ataúd. / Y llevaba la alegría de la mañana, / el canto del arrendajo, / del turpial, / del cristofué, / la lejanía triste de la soysola. / Yo pasaba por la selva lluviosa. /Ese día ví por primera vez el mar, / los buques, / el tren,/ el automóvil.
El Inca Garcilaso y la lengua general
Mario Vargas Llosa
Hijo de un conquistador español y de una princesa inca, nacido en el Cusco el 12 de abril de 1539, la infancia y juventud de Gómez Suárez de Figueroa transcurrieron en una circunstancia privilegiada: el gran trauma de la conquista y destrucción del Incario era reciente, se conservaba intacto en el recuerdo de indios y españoles, y los fastos y desgarros de la colonización, con sus luchas sangrientas, enconos, quimeras, proezas e iniquidades tenían lugar poco menos que ante los ojos del joven mestizo y bastardo cuya conciencia se impregnó de aquellas imágenes sobre las que su memoria volvería medio siglo después, ávidamente. A los veinte años, en 1560, Gómez Suárez de Figueroa partió a España, adonde llegó luego de un larguísimo viaje que lo hizo cruzar la Cordillera de los Andes, los arenales de la costa peruana, el mar Pacífico, el Caribe, el Atlántico y las ciudades de Panamá, Lisboa y, finalmente, Sevilla. Fue a la corte con un propósito concreto: reivindicar los servicios prestados por su padre, el capitán Garcilaso de la Vega, en la conquista de América y obtener por ello, de la corona, las mercedes correspondientes. Sus empeños ante el Consejo de Indias fracasaron, por las volubles lealtades de aquel capitán, a quien perdió la acusación de haber prestado su caballo al rebelde Gonzalo Pizarro en la batalla de Huarina, episodio que lo atormentaría siempre y que el joven mestizo trató luego de refutar o atenuar, en sus libros. Rumiando su frustración, fue a sepultarse en un pueblecito cordobés, Montilla, donde pasó muchos años en total oscuridad. Salió de allí, por breve tiempo, para combatir entre marzo y diciembre de 1570, en la mesnada del Marqués de Priego, contra la rebelión de los moriscos en las Alpujarras de Granada, donde ganó, sin mucho esfuerzo, sus galones de capitán. En Montilla, luego en Córdoba, amparado por sus parientes paternos, vivió una existencia ordenada de la que sabemos, apenas, su afición a los caballos, que embarazó a una criada, la que le dio un hijo, que apadrinó abundantes bautismos y negoció unos censos nada menos que con don Luis de Góngora. Y, lo más importante, que se dedicó a leer y estudiar con provecho y vocación pues, cuando, en 1570, aparezca su primer libro, una delicada traducción del italiano al español de un libro de teología y filosofía neoplatónica, los Diálogos de amor, de León Hebreo, el cusqueño de Montilla, que para entonces ha cambiado su nombre por el de Inca Garcilaso de la Vega, se ha vuelto un fino espíritu, impregnado de cultura renacentista y dueño de una prosa tan limpia como el aire de las alturas andinas. El libro fue prohibido por la Inquisición, y el Inca, cauteloso, se apresuró a dar la razón a los inquisidores admitiendo que no era bueno que semejante obra circulara en lengua vulgar «porque no era para vulgo». Para entonces, estaba empeñado en una empresa intelectual de mayor calado: la historia de la expedición española a la Florida, capitaneada por Hernando de Soto y, luego, por Luis de Moscoso, entre 1539 y 1543, aprovechando los recuerdos del capitán Gonzalo Silvestre, un viejo soldado que participó en aquella aventura y a quien Garcilaso había conocido en el Cusco. Aunque, en sus páginas, el Inca alega, dentro de los tópicos narrativos de la época, ser un mero escriviente de los recuerdos de Silvestre y de otros testigos e historiadores de aquella desventurada expedición, La Florida del Inca, impresa en Lisboa en 1605, es, en verdad, una 13
ambiciosa relación de arquitectura novelesca, impregnada de referencias clásicas y escrita con la alianza de peripecias, dramatismo, destellos épicos y colorido de las mejores narraciones caballerescas. Este texto basta para hacer de él uno de los mejores prosistas del Siglo de Oro. En La Florida, el Inca dice, defendiéndose de una imputación que caerá sobre él en el futuro —ser más un literato que un historiador—: «Toda mi vida, sacada la buena poesía, fui enemigo de ficciones, como son libros de caballerías y otros semejantes» (II, I, XXVIII). No tenemos por qué dudar de su palabra ni de sus buenas intenciones de historiador. Pero acaso podamos decir que, en su tiempo, las fronteras entre historia y literatura, entre realidad y ficción, eran imprecisas y desaparecían con frecuencia. Eso ocurre, más que en ninguna otra de sus obras, en La Florida, una historia que Garcilaso conoció a través de los recuerdos —materia subjetiva a más no poder— de un viejo soldado empeñado en destacar su protagonismo en la aventura, y de apenas un par de testimonios escritos. En verdad, aunque la materia prima de La Florida sea historia cierta, su proyección en el libro de Garcilaso, de prosa cautivadora y diestro manejo narrativo, idealiza el relato verídico hasta trastocarlo en narración épica, en una hermosa ficción histórica, la primera de raigambre hispanoamericana. Aunque contó con el testimonio del capitán Gonzalo Silvestre, que había participado en la conquista de la Florida en la expedición de Hernando de Soto, y consultó las relaciones de dos testigos presenciales —Juan Coles y Alonso de Carmona— Garcilaso no pisó aquellas tierras, ni conoció aquellos nativos, ni las lenguas que hablaban, de modo que, pese a sus esfuerzos por ceñirse a la verdad histórica, en La Florida del Inca debió recurrir a menudo a su imaginación para llenar los vacíos y colorear con detalles, precisiones y anécdotas la empresa que narraba. Lo hizo con la eficacia y el talento de los mejores narradores de su tiempo. Se ha dicho que el modelo de esta primera obra de aliento del Inca Garcilaso fueron las novelas de caballerías y esta realidad salta a la vista cuando se coteja este hermoso libro con las épicas aventuras de Amadises, Espliandanes o Tristán de Leonis. Son caballerescos los discursos, literarios y altisonantes, que intercambian indios y españoles y la vocación ceremonial que comparten, de lo que es ejemplo eximio la perorata del cacique Vitachuco a sus hermanos que van a persuadirlo de que acepte la paz (II, I, XXI). Los nativos de la Florida tienen el mismo sentido puntilloso de la honra y el honor de los castellanos, la noción renacentista del valor, la reputación, las apariencias, la predisposición a los desplantes y gestos teatrales, y son feroces en sus castigos contra las adúlteras en tanto que no parece enojarlos en absoluto el caso de los adúlteros. Ocurre, como dice Luis Loayza, que «Los indios son en realidad españoles disfrazados; no sólo su estilo sino todas sus ideas son europeas. Cabe suponer que es Garcilaso quien habla por ellos y los hace exponer sus propias opiniones sobre el honor, la fama, la lealtad, el valor, la religión natural, tal vez las injusticias de la conquista»1. Los nombres de los caciques suenan más a vasco que a aborigen (Hirrihigua, Mucozo, Urribarracuxi) y hay en La Florida algunos animales legendarios, como el lebrel Bruto que captura a cuatro indios en la provincia de Ocali. Las cifras del relato son
exageradas, a menudo irreales y esta inflación imaginaria afecta también a personajes y sucesos. Pero no hay que reprochárselo, pues de estas licencias resultan algunas de las delicias del libro. Por ejemplo, esta descripción del curaca obeso: «Era Capasi hombre grosísimo de cuerpo, tanto que, por la demasiada gordura y por los achaques e impedimentos que ella suele causar, estaba de tal manera impedido que no podía dar un solo paso ni tenerse en pie. Sus indios lo traían en andas doquiera que hubiese de ir, y lo poco que andaba por su casa era a gatas» (II, II, XI). Ni siquiera falta en esta historia caballeresca una aventura sentimental: la del sevillano Diego de Guzmán, enamoradizo y tahur, que, prendado de una india, hija del curaca Naguatex, a la que pierde en el juego, decide quedarse a vivir entre los indios antes que desprenderse de su amada. Por lo demás, el Inca no se siente limitado a referir los hechos. Va más allá y describe lo que sus personajes imaginan, algo que no es prerrogativa de historiador sino de novelista. Al cacique Vitachuco «Ya le parecía verse adorar de las naciones comarcanas y de todo aquel gran reino por los haber libertado y conservado sus vidas y haciendas: imaginaba ya oir los loores y alabanzas que los indios, por hecho tan famoso y con grandes aclamaciones le habían de dar. Fantaseaba los cantares que las mujeres y niños en sus corros, bailando delante de él, habían de cantar, compuestos en loor y memoria de sus proezas, cosa muy usada entre aquellos indios» (II,I, XXIII). Nada de esto desmerece un ápice la poderosa verosimilitud que emana deLa Florida y que mantiene en vilo la atención del lector. Pero este poder de persuasión brota más de lo literario que de lo histórico, antes de la destreza narrativa del Inca que de su fidelidad al hecho sucedido. Todo el libro está impregnado de episodios y pequeñas anécdotas de extraordinario vigor narrativo, de hechos sorprendentes o situaciones excepcionales que hechizan al lector: «... porque Juan López Cacho, con lo mucho que había trabajado en el agua y con el gran frío que hacía, se había helado y quedado como estatua de palo sin poder menear pie ni mano» (II, II, XIII). O esta tétrica escena, en la que, luego de la batalla, los españoles «se ocuparon de abrir indios muertos y sacar el unto para que sirviese de ungüentos y aceites para curar las heridas» (III, XXX). Pero acaso el más soberbio ejemplo sea el episodio en el que, el cacique Vitachuco, prisionero de Hernando de Soto, luego de un desplante corporal aparatoso —acaso una invocación a la divinidad— se lanza sobre su captor al que, antes de ser atravesado por diez o doce espadas, desbarata de un puñetazo: Siete días después de la refriega y desbarate pasado, al punto que el gobernador y el cacique habían acabado de comer, que por hacerlo amigo le hacía el general todas las caricias posibles, Vitachuco se enderezó sobre la silla en que estaba sentado y, torciendo el cuerpo a una parte y a otra, con los puños cerrados extendió los brazos a un lado y a otro y los volvió a recoger hasta poner los puños sobre los hombros y de allí los volvió a sacudir una y dos veces con tanto ímpetu y violencia que las canillas y coyunturas hizo crujir como si fueran cañas cascadas. Lo cual hizo por despertar y llamar las fuerzas para lo que pensaba hacer, que es cosa ordinaria y casi convertida en naturaleza hacer esto los indios de la Florida cuando quieren hacer alguna cosa de fuerzas. Habiéndolo, pues, hecho, Vitachuco se levantó en pie con toda la bravosidad y fiereza que se puede imaginar y en un instante cerró con el adelantado, a cuya diestra había estado al comer, y, asiéndole con la mano izquierda por los cabezones, con la derecha a puño cerrado le dio un tan gran golpe sobre los ojos, narices y boca que sin sentido alguno, como si fuera un niño, lo tendió de espaldas a él y a la silla en que estaba sentado, y para acabarlo de matar se dejó caer sobre él dando un bramido tan recio que un cuarto de legua en contorno se pudiera oír. 14
Los caballeros y soldados que acertaron a hallarse a la comida del general, viéndole tan mal tratado y en tanto peligro de la vida por un hecho tan extraño y nunca imaginado, echando mano a sus espadas arremetieron a Vitachuco y a un tiempo le atravesaron diez o doce de ellas por el cuerpo, con que el indio cayó muerto, blasfemando del cielo y de la tierra por no haber salido con su mal intento. (II, I, XXVIII). Pero, aunque La Florida sea ya una obra maestra, el libro que ha inmortalizado y convertido en símbolo a Garcilaso, son los Comentarios Reales, cuya primera parte, dedicada al Imperio de los Incas, se publicaría asimismo en Lisboa, en 1609, cuando el Inca tenía 70 años, y la segunda, llamada Historia General del Perú, sobre las guerras civiles y los comienzos de la Colonia, en 1617, un año después de su muerte. El Inca asegura que sólo escribió «lo que mamé en la leche y vi y oí a mis mayores», es decir, a esos parientes maternos, como Francisco Huallpa Tupac Inca Yupanqui, y los antiguos capitanes del emperador Huayna Cápac —tío de su madre—, Juan Pechuta y Chanca Rumachi, cuyas historias sobre el destruido Tahuantinsuyo maravillaron su infancia, en evocaciones que él graficó de manera fulgurante: «De las grandezas y prosperidades pasadas venían a las cosas presentes, lloraban sus Reyes muertos, enajenado su imperio y acabada su República. Estas y otras semejantes pláticas tenían los Incas y Pallas en sus vistas, y con la memoria del bien perdido siempre acababan su conversación en lágrimas y llanto, diciendo: Trocósenos el reinar en vasallaje». Pero, pese a la solidez de sus recuerdos, a sus consultas epistolares a los cusqueños, y al vasto cotejo que realizó con otros historiadores de Indias, como Blas Valera, José de Acosta, Agustín de Zárate o Cieza de León, losComentarios Reales deben tanto a la ficción como a la realidad, porque embellecen la historia del Tahuantinsuyo, aboliendo en ella, como hacían los amautas con la historia incaica, todo lo que podía delatarla como bárbara —los sacrificios humanos, por ejemplo, o las crueldades inherentes a guerras y conquistas— y aureolándola de una condición pacífica y altruista que sólo tienen las historias oficiales, auto-justificadoras y edificantes. Un gran garcilacista, José Durand, destaca con razón una tesis de Mariano Iberico, esbozada en 19392, según el cual esta visión «arquetípica y perfecta» con que el Inca Garcilaso describió el Tahuantinsuyo derivaba de la influencia platónica. El Inca, en efecto, traductor de una obra clásica del platonismo florentino (los Diálogos de amor de León Hebreo), y lector de muchos seguidores italianos de Platón, de Marsilio Ficino a Castiglioni, estaba profundamente contaminado de la filosofía del pensador heleno, y es muy plausible que su visión de la «forma ideal del imperio» que describió tuviese tanto o acaso más que ver con la noción platónica de la república ejemplar y prototípica que con la prosaica realidad. Para resaltar más los logros del Incario, ignora todas las culturas y civilizaciones anteriores o contemporáneas a los Incas, o las llama primitivas y salvajes, viviendo en estado de naturaleza y esperando que llueva sobre ellas, maná civilizador, la colonización de los incas, cuyo dominio paternalista, magnánimo y pedagógico «los sacaban de la vida ferina y los pasaban a la humana». La descripción de las conquistas de los emperadores cusqueños es pocas veces guerrera; a menudo, un ritual trasplantado de las novelas de caballerías y sus puntillosos ceremoniales, en el que los pueblos, con sus curacas a la cabeza, se entregan a la suave servidumbre del Incario tan convencidos como los propios incas de la superioridad militar, cultural y moral de sus conquistadores. A veces, las violencias que éstos cometen son el correlato de su benignidad, pues las infligen en nombre del Bien para castigar el Mal, como el Inca Cápac Yupanqui, que, después de reducir pacíficamente incontables pueblos y tribus, ordena a sus generales que, en los valles costeros de «Uuiña, Camaná,
Carauilli, Picta, Quellca y otros» hagan «pesquisa de sodomitas y en pública plaza quemasen vivos los que hallasen, no solamente culpados sino indiciados, por poco que fuese; asimismo quemasen sus casas y las derribasen por tierra u quemasen los árboles de sus heredades, arrancándolos de raíz porque en ninguna manera quedase memoria de cosa tan abominable» (II, XIII). Para ensalzar la civilización materna, el Inca asimila a los emperadores cusqueños a la corrección política europea y a la implacable moral de la Contrarreforma. Es verdad que algunas leyes del Imperio eran feroces, como la que penaba a las vírgenes del Sol que rompían sus votos de castidad a ser enterradas vivas y al hombre que las había amado a ser ahorcado, y «sacrificados también su mujer, hijos, criados y también sus parientes y todos los vecinos y moradores de su pueblo y todos sus ganados». Pero se apresura a añadir que esta ley «nunca se vio ejecutada, porque jamás se halló que hubiesen delinquido contra ello, porque... los indios del Perú fueron temerosísimos de sus leyes y observantísimos de ellas, principalmente de la que tocaban en su religión o en su Rey» (IV, III). Respecto al imperio de los Incas, Garcilaso es un legitimista, un leal defensor y mantenedor de la línea oficial cusqueña y de su tradición excluyente y única. Su odio a Atahuallpa, al que llama «tirano» y presenta como advenedizo, traidor y cruel es el sentimiento que debía despertar el quiteño en la nobleza incaica cusqueña aliada a Huáscar, a la que aquél derrotó y despojó, mandando luego asesinar a su medio hermano, el monarca y descendiente legítimo de la línea imperial. Sus parientes maternos y su propia madre Isabel Chimpu Occllo vivieron de muy cerca las matanzas que perpetraron los generales de Atahuallpa al ocupar el Cusco, y aquella, niña todavía, y su hermano Francisco Túpac Inca Yupanqui, fueron parte de los miembros de la casa real cusqueña que escaparon a la carnicería, gracias, dice Garcilaso, a que les quitaron «los vestidos reales y poniéndoles otros de la gente común» (XI, XXXVIII). Cuando el Inca describe los crímenes y torturas perpetradas por Atahuallpa contra los cusqueños desaparece toda la bonhomía y pacifismo que, según losComentarios Reales, caracterizaba al Tahuantinsuyo y su libro estalla en escenas de violencia terrible: pero ésta sirve, justamente, para destacar más, por contraste, la vocación humana y bienhechora del Incario creado por Manco Capac frente al salvajismo inhumano de sus adversarios. ¿Por qué esta idílica visión del Imperio de los Incas ha alcanzado, pese a las enmiendas de los historiadores, una vigencia que ninguna de las otras, menos fantasiosas, haya merecido? A que Garcilaso fue un gran escritor, el más artista entre los cronistas de Indias, a que su palabra tan seductora y galana impregnaba todo lo que escribía de ese poder de sobornar al lector que sólo los grandes creadores infunden a sus ficciones. Es un gran prosista, y su prosa rezuma poesía a cada trecho. Nos habla del «hervor de las batallas» y asegura que los habitantes de esa República feliz, como en las utopías renacentistas, «trocaban el trabajo en fiesta y regocijo». ¿Por qué lucían tan feraces los maizales? Porque los incas «echaban al maíz estiércol de gente, porque dicen que es el mejor». ¿Qué son esas majestuosas siluetas que surcan los cielos? Las «aves que los indios llaman cúntur, que son tan grandes que muchas se han visto tener cinco varas de medir, de punta a punta de las alas. Son aves de rapiña y ferocísimas, aunque la naturaleza, madre común, por templarles la ferocidad les quitó las garras; tienen las manos como pies de gallina, pero el pico tan feroz y fuerte, que de una herronada
rompen el cuero de una vaca; que dos aves de aquéllas la acometen y matan, como si fueran lobos. Son prietas y blancas, a remiendos, como las urracas». Su paisaje favorito es, claro, el de los Andes, «aquella nunca jamás pisada de hombres ni de animales, inaccesible cordillera de nieves que corre desde Santa Marta hasta el Estrecho de Magallanes...». Pero la visión de la costa y sus pálidos desiertos y playas espumosas le inspira también descripciones deslumbrantes, como la de los alcatraces pescando: «A ciertas horas del día, por la mañana y por la tarde —debe ser a las horas que el pescado se levanta a sobreaguarse o cuando las aves tienen más hambre—, ellas se ponen muchas juntas, como dos torres en alto, y de allí, como halcones de altanería, las alas cerradas, se dejan caer a coger el pescado, y se zambullen y entran debajo del agua, que parece que se han ahogado; debe ser por huirles mucho el pescado; y cuando más se certifica la sospecha, las ven salir con el pez atravesado en la boca, y volando en el aire se lo engullen. Es gusto ver caer unas y oír los golpazos que dan en el agua; y al mismo tiempo ver salir otra con la pesca hecha, y ver otras que, a medio caer, se vuelven a levantar y subir en alto, por desconfiar del lance. En suma, es ver doscientos halcones juntos en altanería que bajan y suban a veces, como los martillos del herrero» (VII, XIX). Hombre de vida tranquila y disciplinada, según revelan los documentos que nos han llegado de él, Garcilaso proyecta ese ideal doméstico privado sobre el Imperio de los Incas en el que alaba, antes que nada, «su orden y concierto». La manía de la limpieza era tal, afirma, que los Incas mandaban dar «azotes en los brazos y piernas» a los súbditos desaliñados, y los emperadores cusqueños, en su manía del aseo, exigían como tributos «canutos de piojos» en su «celo amoroso de los pobres impedidos, por obligarles a que se despiojasen y limpiasen» (V, VI). Muchas páginas de antología hay en los Comentarios Reales. Pequeñas historias relatadas con la destreza de un cuentista consumado, como la aventura del náufrago Pedro Serrano, precursor y acaso modelo del Robinson Crusoe, o la batalla contra las ratas que protagonizó, un día y una noche, un marinero enfermo en una nave solitaria atracada en el puerto de Trujillo. O legendarias creencias de los antiguos peruanos: la enfermedad de la luna y los conjuros para curarla, por ejemplo, o la peripecia triste de la piedra cansada, traída de muy lejos para la fortaleza del Cusco pero que «del mucho trabajo que pasó por el camino, hasta llegar allí, se cansó y lloró sangre, y que no pudo llegar al edificio» (VII, XXIX). Episodios épicos, como la conquista de Chile por Pedro de Valdivia y las rebeliones araucanas, o descripciones soberbias, principalmente la evocación del Cusco, su tierra. A la nostalgia y el sentimiento que contagian a este texto una tierna vitalidad, se suman una precisión abrumadora de datos animados por pinceladas de color que van trazando, en un inmenso fresco, la belleza y poderío de la capital del Incario, con sus templos al sol y sus conventos de vírgenes escogidas, sus fiestas y ceremonias minuciosamente reglamentadas, lo pintoresco de los atuendos y tocados que distinguían a las diferentes culturas y naciones sometidas al Imperio y viviendo en esta ciudad cosmopolita, erizada de fortalezas, palacios y barrios conformados como un prototipo borgiano, pues reproducían en formato menor la geografía de los cuatro suyos o regiones del Tahuantinsuyo: el Collasuyo, el Cuntisuyo, el Chinchaysuyo y el Antisuyo. La elegancia de este estilo está en su claridad y en su respiración simétrica y pausada, en sus frases de vasto aliento que, sin jamás perder la ilación ni atropellarse, despliegan, una tras otra, en perfecta coherencia y armonía, ideas e imágenes que alcanzan, algunas veces, la hipnótica fuerza de 15
las narraciones épicas, y, otras, los acentos líricos de endechas y elegías. El Inca Garcilaso, «forzado del amor natural de la patria», que confiesa haberlo impulsado a escribir su libro, esmalta y perfecciona la realidad objetiva para hacerla más seductora, sobre un fondo de verdad histórica con la que se toma libertades aunque sin romper nunca del todo con ella. La acabada artesanía de su estilo, la astucia con que su fantasía enriquece la información y su dominio de las palabras, con las que de pronto se permite alardes de ilusionista, hacen de los Comentarios Reales una de esas obras maestras literarias contra las que en vano se estrellan las rectificaciones de los historiadores, porque su verdad, antes que histórica, es estética y verbal. El Inca está muy orgulloso de ser indio, y se jacta a menudo de hablar la lengua de su madre, lo que, subraya muchas veces, le da una superioridad —una autoridad— para hablar de los incas sobre los historiadores y cronistas españoles que ignoran, o hablan apenas, la lengua de los nativos. Y dedica muchas páginas a corregir los errores de traducción del quechua que advierte en otros cronistas a quienes su escaso o nulo conocimiento delrunasimi conduce a error. Es posible, sin embargo, que este quechua del que se siente tan orgulloso y que se jacta de dominar, en verdad se le estuviese empobreciendo en la memoria por las escasas o nulas ocasiones que tenía de hablarlo. Hay, a ese respecto, en La Florida del Inca, una dramática confesión, comparando su caso con el del soldado español Juan Ortiz, cautivo por más de diez años de los indios de los cacicazgos de Hirrihigua y de Mucozo y que, cuando van a rescatarlo unos españoles dirigidos por Baltasar de Gallegos, descubre que ha olvidado el español y apenas puede balbucear «Xivilla, Xivilla» para que lo reconozcan. Dice el Inca que, al igual que Juan Ortiz entre los indios, por no tener él en España «con quien hablar mi lengua general y materna, que es la general que se habla en todo el Perú... se me ha olvidado de tal manera... que no acierto ahora a concertar seis o siete palabras en oración para dar a entender lo que quiero decir». (La Florida del Inca, II, I, VI). El idioma en el que dice todo esto no es el quechua sino el español, una lengua que este mestizo cusqueño domina a la perfección y maneja con la seguridad y la magia de un artista, una lengua a la que, por sus ancestros maternos, por su infancia y juventud pasadas en el Cusco, por su cultura inca y española, por su doble vertiente cultural, él colorea con un matiz muy personal, ligeramente exótico en el contexto literario de su tiempo, aunque de estirpe bien castiza. Hablar de un estilo mestizo sería redundante, pues todos lo son; no existe un estilo puro, porque no existen lenguas puras. Pero la de Garcilaso es una lengua que tiene una música, una cadencia, unas maneras impregnadas de reminiscencias de su origen y condición de indiano, que le confieren una personalidad singular. Y, por supuesto, pionera en nuestra literatura. El logro extraordinario del Inca Garcilaso de la Vega —dicho esto sin desmerecer sus méritos sociológicos e historiográficos—, antes que en el dominio de la Historia, ocurre en el lenguaje: es literario. De él se ha dicho que fue el primer mestizo, el primero en reivindicar, con orgullo, su condición de indio y de español, y, de este modo, también, el primer peruano o hispanoamericano de conciencia y corazón, como dejó predicho en la hermosa dedicatoria de su Historia General del Perú: «A los Indios, Mestizos y Criollos de los Reynos y Provincias del grande y riquísimo Imperio del Perú, el Ynca Garcilaso de la Vega, su hermano, compatriota y paisano, salud y felicidad». Sin embargo, curiosamente, este primer 'patriota' del que nos reclamamos los peruanos, al afirmar antes que ningún otro su idea de Patria encontró y asumió bajo este vocablo una fraternidad mucho más amplia que la de una circunscrita nacionalidad, la de un vasto conglomerado, que, poco más o poco menos, se confunde con la colectividad humana en general. No fue ésta una operación 16
consciente, desde luego; es algo que resultó de sus intuiciones, de sus lecturas universales y de su sensibilidad generosa, y, por cierto, de ese humanismo sin fronteras que bebió de la literatura renacentista, un espíritu ecuménico muy semejante, por lo demás, a la idea de ese Imperio de los Incas que él popularizó: una patria de todas las naciones, una sociedad abierta a la diversidad humana. Llamándose «indio» a veces, y a veces «mestizo», como si fueran términos intercambiables y no hubiera en ellos una incompatibilidad manifiesta, el Inca Garcilaso reivindica una Patria, precisando «yo llamo así todo el Imperio que fue de los Incas» (IX, XXIV). Por lo demás, este hombre tan orgulloso de su sangre india, que lo entroncaba con una civilización de historia pujante y altamente refinada, no se sentía menos gratificado de su sangre española, y de la cultura que heredó gracias a ella: la lengua y la religión de su padre, y la tradición que lo enraizaba en una de las más ricas vertientes de la cultura occidental. El inventario que se hizo de su biblioteca, a su muerte, es instructiva; su curiosidad intelectual no conocía fronteras. En ella figuran, además de autores castellanos, muchos clásicos helenos, latinos e italianos, Aristóteles, Tucídides, Polibio, Plutarco, Flavio Josefo, Julio César, Suetonio, Virgilio, Lucano, Dante, Petrarca, Boccaccio, Ariosto, Tasso, Castiglione, Aretino y Guicciardini, entre muchos otros. Lo notable y novedoso —revolucionario, habría que decir—, en la actitud del Inca frente al tema de la Patria, lo que ahora llamaríamos «la identidad», es que es el primero en no ver la menor incompatibilidad entre un patriotismo inca y un patriotismo español, sentimientos que en él se entroncaban y fundían, como todo indisoluble, en una alianza enriquecedora. Por eso, nadie trate de valerse de las bellas páginas que escribió el Inca Garcilaso de la Vega para acarrear agua al molino del nacionalismo. El autor de losComentarios Reales está en las antípodas de la visión limitada, mezquina y excluyente de cualquier doctrina nacionalista. Su idea del Perú es la de una Patria en la que cabe la diversidad, en la que «se funden los contrarios» (la idea que George Bataille tenía de lo humano), esa aptitud para abrirse a las demás culturas e incorporarlas a la propia, que tanto admiraba en sus ancestros Incas. Por eso, al final, la imagen de su persona que su obra nos ha legado es la de un ciudadano sin bridas regionales, alguien que era muchas cosas a la vez sin traicionar ninguna de ellas: indio, mestizo, blanco, hispano-hablante y quechua-hablante (e italiano-hablante), cusqueño y montillano o cordobés; indio y español, americano y europeo. Es decir, un hombre universal. Pero, acaso sea más importante todavía que cualquier consideración sociológica derivada de su obra, el que, gracias a la cristalina y fogosa lengua que inventó, fuera el primer escritor de su tiempo en hacer de la lengua de Castilla una lengua de extramuros, de allende el mar, de las cordilleras, las selvas y los desertos americanos, una lengua no sólo de blancos, ortodoxos y cristianos, también de indios, negros, mestizos, paganos, ilegítimos, heterodoxos y bastardos. En su retiro cordobés, este anciano devorado por el fulgor de sus recuerdos, perpetró, el primero de una vastísima tradición, un atraco literario y lingüístico de incalculables consecuencias: tomó posesión del español, la lengua del conquistador y, haciéndola suya, la hizo de todos, la universalizó. Una lengua que, como elruna-simi, que él evocaba con tanta devoción, se convertiría desde entonces, igual que el quechua, la lengua general de los pueblos del Imperio de los Incas, en la lengua general de muchas razas, culturas, geografías, una lengua que, al cabo de los siglos, con aportes de habladores y escribidores de varios mundos, tradiciones, creencias y costumbres, pasaría a representar a una veintena de sociedades desparramadas por el planeta, y a cientos de millones de seres humanos, a los que ahora hace sentirse solidarios, hijos
de un tronco cultural común, y partícipes, gracias a ella, de la modernidad. Éste ha sido, desde luego, un vastísimo proceso, con innumerables figurantes y actores. Pero, si hay que buscar un principio al largo camino del español, desde sus remotos orígenes en las montañas asediadas de Iberia hasta su formidable proyección presente, no estaría mal señalarle como fecha y lugar de nacimiento los de los Comentarios Reales que escribió, hace cuatro siglos, en un rincón de Andalucía, un cusqueño expatriado al que espoleaban una agridulce melancolía y esa ansiedad de escribidor de preservar la vida o de crearla, sirviéndose de las palabras.
Teódulo López Meléndez
Max Weber (Sociología del poder imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, incluso contra toda resistencia y cualquiera fuese el fundamento de esa probabilidad. Esta definición ha pesado a lo largo: los tipos de dominación, Alianza (2012) definió al poder como la probabilidad de de la historia de la ciencia política, no sin profundos choques, del marxismo por ejemplo, hasta las más actuales concepciones. Ciertamente el concepto de poder se ha hecho elusivo, disperso, siendo Michel Foucault quien en la contemporaneidad lo abordó con mayor ahínco. La ciencia política ha procurado desmenuzar un concepto que incluso se ha llegado a señalar como fuera de ella misma. Muchos lo han limitado a un subconjunto de relaciones sociales donde algunas de sus unidades dependen del comportamiento de otras no sin la advertencia de que su ejercicio lleve por condición inherente la satisfacción de los fines de alguien. En las concepciones novedosas se le considera como debe ser, como una participación en la toma de decisiones, lo que quiere significar una relación interpersonal. Aún así, en esta concepción cercana al pensamiento de Hanna Arendt (Los orígenes del totalitarismo, 1951, 1955 ALIANZA EDITORIAL), hay que recordar que sin poder las cosas que suceden no habrían sucedido, de manera que con Karl Deutsch (Los nervios de Gobierno: Modelos de Comunicación Política y Control Paidós, 1968) hay que admitir que poder significa cambio de probabilidades en los acontecimientos del mundo, esto es, la posibilidad de alterar los cambios en proceso. Como decíamos, en Arendt el poder se deslastra de coacción pues es una capacidad de actuar concertadamente, mientras la autoridad (distinción también vigente en Weber) es una variante que ejercen unos pocos con reconocimiento de aquellos a quienes se pide acatamiento, pero no sin distinciones pues para Arendt el poder sólo puede sobrevivir por el grado de adhesión que logre. Mantener, entonces, el ejercicio de poder sin consentimiento, se llama dictadura. Foucault se centra en cómo se ejerce el poder, lo que lo reduce a un análisis de una situación estratégica compleja en un momento dado en una sociedad dada, distinguiendo entre violencia y poder, pues el poder requiere reconocimiento. La crisis de los partidos políticos, por ejemplo, copiados en su verticalidad del modelo estalinista, han llevado a la exigencia de horizontalidad y a la aparición de las denominadas “organizaciones inteligentes” y, por ende, a una profunda revisión del concepto de poder. La caracterización de la red implica heterogeneidad, elementos dispares unidos por líneas, definidos por las conexiones. En algunos casos han tenido éxito en la conformación de un poder actuante, caso de las revoluciones árabes o de las expresiones iniciales de los llamados “indignados” y en muchos otros han derivado en Torres de Babel donde la anarquía predomina y se hace imposible cualquier coordinación, a pesar del aparente propósito común. Por supuesto que las redes no son jerárquicas, aunque los detentadores que llamaremos “poder agonizante” (partidos, sindicatos, gremios, universidades) se cierren en las suyas propias tratando de crear una verticalidad disfrazada mediante la condena de cualquier alteración. A pesar de todo, 18
El poder como estrategia incluso del languidecimiento de la red como instrumento de cambio político, es obvio que el tradicional concepto de poder es cuestionado, al emerger como sustitutos de la fuerza y la coacción un intercambio de negociación y de estímulo. Si lo queremos decir de otra manera, el concwepto de poder cambia con la modificación de los paradigmas, lo que nos lleva de nuevo a Foucault en cuanto a centrarse en su ejercicio y también al concepto de realidad pero, más aún, a un análisis de la complejidad donde el poder se transforma en un análisis de los objetivos perseguidos por un sector particular. Bien podríamos decir que el análisis del poder se ha convertido en un buceo en un área específica de la realidad, en una profundización en alguna situación de una sociedad. En términos de Foucault (“La arqueología del saber”) el objetivo a estudiar son lasinstituciones de poder, la relación entre el sujeto y la verdad, dado que esta última se produce debido a numerosas coacciones y cada sociedad tiene o adquiere una especie de “política general” de la verdad, determinando lo que asume como verdadero o falso. En otras palabras, la búsqueda debe dirigirse a la historia de los discursos y su influencia en la creación de subjetividades. Ahora bien, poder así entendido es la capacidad de imposición a otros de mi verdad, lo que el filósofo francés termina llamando biopoder. La imposición del discurso es, pues, elemental procedimiento para todo régimen que pretenda construir verdades en la subjetividad de los sujetos que espera obedezcan. En Venezuela la ritualización ha llegado a su máximo esplendor, una para la cual los venezolanos no consiguieron otras maneras de juego, unas encarnadas en maneras distintas de pensar que encarnen acontecimientos contra la estabilidad de un poder que ha asumido la especialización de construir realidad desde el discurso. El poder, así considerado, no es más que una estrategia. La estrategia del poder y el poder como espectáculo El poder recurre a diversas maneras para mantener voluntades a su servicio, tales como el uso del miedo, retiro de las recompensas o la permanente amenaza de castigo a la resistencia. El poder, visto así, es asimétrico y su fuente la dependencia unilateral. Puede ejercerse poder por vía de la persuasión o del entendimiento, lo que implica, aún así, una percepción de cuánto poder tiene el sujeto y cuánto está dispuesto a ejercer,vigente aún en el sistema de redes. El poder recurre a la distracción mediante el desvío de la atención de los problemas fundamentales. Para ello suele utilizar un proceso de inundación de informaciones intrascendentes, distraccionistas, que colocan a la gente alelada en temas sin importancia. Pueden crearse artificialmente problemas para ofrecer de inmediato soluciones. Puede permitirse un desbordamiento de violencia hamponil que conlleve a exigencias de dureza, aplicar procesos de degradación de las condiciones de vida para hacer aceptable la supuesta acción correctora ideologizada del poder o recurrir a la vieja frase de que son necesarios correctivos muy duros, pero absolutamente necesarios y sobre todo, la constante recurrencia a lo emocional para cortar el ejercicio racional. Las estrategias del poder es algo
que los venezolanos vivimos a diario sin que medie una comprensión de sus alcance. Así de nuevo con Foucault al aseverar que más que el poder el objeto de estudio es el sujeto, el manipulado, e ir a los objetos banales y verificar sus relaciones. Alguien que ha profundizado en el tema ha sido Peter Schröder (“Estrategias políticas”, Fundación Friedrich Naumann / OEA 2004), desde su vieja condición de asesor de campañas hasta su transformación en un exponente de sus tesis aplicadas. No mencionamos a Schröder como un manipulador totalitario, sino como un simple ejemplo de la complejidad del trazado de estrategias para la obtención del poder, lo cual no significa que el tema sea novedoso, más bien antiguo desde que la condición humana se planteó una jerarquización que condujese a la obtención de voluntades. Quizás sea más interesante recurrir al psicoanálisis por aquello de buscarse una respuesta ante el dolor de existir uno donde aparece la política que pretende elevar al sujeto en el territorio de una satisfacción de influjo simbólico que termina en un real inmutable, puesto que para el psicoanálisis la política siempre se ejerce por y para la subjetividades, lo que lo lleva a una desconfianza definitiva del campo político por su condición de semblante, uno que se basa en la represión de la verdad y en hacer pasar sus invenciones como la verdad misma. De aquí podemos concluir que todo discurso del amo del poder está en el territorio de lo inconsciente, al constituir un saber que no se sabe, lo que significa lo que hemos repetido: la verdad del discurso impuesto, lo que conlleva a algo peor, si se quiere: cuando la ideología totalitaria encuentra su límite culpa y penaliza a aquellos que no se identifican con ella. El esloveno Žižek habla de cómo la ideología política sólo puede construirse mediante el fantasma de la fantasía, una que no es otra cosa que un argumento que llena una imposibilidad, es decir, como una representación, lo que nos lleva a la política y al poder como espectáculo. Hay un ritual degenerativo en la política en general y en el ejercicio del poder en lo particular, especialmente en este último que se ejerce por cadenas radioeléctricas, conmemoraciones casi diarias de actos o palabras del caudillo, en ceremonias, inauguraciones o en anuncios repetidos o en muestras de cómo se manifiesta en respeto a la voluntad de los gobernados. El poder es ahora una dimensión simbólica del ritual, uno donde se ha sembrado la supervivencia y la incertidumbre sobre el futuro. Guy Debord (“La sociedad del espectáculo”) desde el ya lejano año de 1967 nos explicó como esta escenificación establecía una modificación ante la cual la ignorancia no tenía nada que decir. El espectáculo como poder unitario y centralizador, pues permite y desautoriza y él mismo se hace realidad. Es cierto que la práctica del ritual y de la representación no es novedosa en regímenes de poder totalitario, como quedó demostrado ampliamente en el siglo XX, pero la reaparición de sus prácticas en el siglo XXI, con modalidades y usos tecnológicos propios de los tiempos, obliga a mirar el concepto de poder, especialmente en esta república experimental, con ojos que ya lo sacan del territorio de la ciencia política para colocarlo en otros muy diversos tal como lo hemos intentado.
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Antonella Cilento
El poder sexual de las mujeres "asusta a muchos hombres" La escritora italiana publica su primera novela en español titulada "Lisario o el poder infinito de las mujeres" Madrid, 23 ene (EFE).- Convencida de que el placer "infinito" del que son capaces de disfrutar las mujeres les otorga además "un poder infinito", la escritora italiana Antonella Cilento advierte de que "todavía hoy" hay muchos hombres que "se asustan del poder sexual de las mujeres". "Sí -insiste la escritora napolitana en una entrevista con Efemuchos hombres están aterrorizados de lo femenino en general, en cualquiera de sus manifestaciones: mujeres, homosexuales o transexuales". De todo ello va precisamente la primera novela que Cilento publica en español, Lisario o el placer infinito de las mujeres, editada por Alfaguara, una historia ambientada en el Nápoles del virreinato español, en los primeros años del siglo XVII, una ciudad de revueltas y epidemias, "hecha de hidalgos, caballeros, caras de perro y abogados. De curas y furcias". Una urbe barroca "empobrecida por los impuestos españoles", que atrae a grandes pintores del resto de Europa, españoles, lombardos, holandeses, flamencos..., habitada por poetas y escritores y en la que "la delincuencia y la prostitución están fuera de control". "La ciudad de hoy -comenta Cilento- se le parece todavía muchísimo". Por su caótica estructura urbana se pasean los españoles "de rostro melancólico y piadoso" que llenan los burdeles "con aspecto de haber venido a follar con cilicio", escribe la autora. Napolés es, pues, mucho más que el telón de fondo en el que transcurre la historia de Lisario, una joven muda y narcoléptica que vive con naturalidad su placer. Algo que nunca acabará de entender su esposo, un "medicucho" catalán, Avicente Iguelmano, que la utilizará como experimento científico, obsesionado por algo que entonces, "y ahora también en muchas ocasiones", puntualiza Cilento, no interesaba a los hombres: el disfrute de las mujeres. "Creo -destaca la escritora- que la sensibilidad femenina lleva a las mujeres a sentir placer con la imaginación y con toda la percepción física, mientras que normalmente el placer masculino no educado es mecánico, repetitivo, ligado solo a la satisfacción local y poco atento al éxtasis compartido". "El placer masculino es uno; el de las mujeres múltiple y está diversificado", insiste. Lisario, una mujer adelantada a su tiempo, que escribe, lee a escondidas y sueña "con ser gitana y lázaro, comadreja y halcón, delfín y gaviota", vive en el siglo XVII pero es "claramente una de nosotras", una mujer de hoy. "Con su capacidad para reirse del poder y continuar siendo fiel a sí misma, a pesar de las condiciones serviles en las que vive, es claramente una de nosotras", afirma Antonella Cilento. "Nos habla -continúa- desde un tiempo lejano, pero nos dice a las mujeres de hoy que nos corresponde únicamente a nosotras ser como hemos soñado ser". 20
Frente a esta actitud de Lisario, su esposo, Avicente, vive atormentado ante el miedo a perder "el control"; "imagina con terror -advierte Cilento- una sociedad en la que los hombres ya no son necesarios. Es la encarnación de un miedo todavía existente, contrarreformista y globalizado al mismo tiempo". Ese miedo que, según la autora, angustia a muchos hombres es el que "les lleva a matar, a ser violentos con sus esposas y novias. Es hijo de una gran ignorancia y también de una cierta inconsciencia por parte de las mujeres, que a menudo aún no son del todo dueñas de sus propios deseos, y por temor a no ser amadas, a ser rechazadas, toleran comportamientos realmente extremos". "El placer infinito -concluye Antonella Cilento- es un poder infinito: la infinita capacidad de ser feliz con uno mismo y con las propias parejas, pero la felicidad da mucho miedo porque requiere concienciación, responsabilidad". EFE
Luis Eduardo Cortés Riera
Aquel piano, aquel hombre Homenaje a Juan Martínez Herrera “Steinway es una leyenda viva, más que un piano se trata de una pasión.” Luis Eduardo Cortés Riera. cronistadecarora@gmail.com Era yo un adolescente cuando pasaba mis días meditando a medio soñar en los largos pasillos de pisos rojos y techos de cedro del Grupo Escolar Ramón Pompilio Oropeza. Era un recién llegado a Carora que se refugiaba en aquella noble y hermosa arquitectura de tejas y amplios ventanales adornados por el rojizo centellar de las acacias venidas de la lejana Indochina. Las cigarras con su canto monótono y estridente venían a completar aquel cuadro de ensoñación y ensimismamiento juveniles. El auditorio era como el centro nervioso y de resonancias del edificio aquel, salido de las prodigiosas e iluminadas intuiciones arquitectónicas de Carlos Raúl Villanueva. Elegante y sobrio, lámparas colgantes y pequeñas escalinatas que daban a un tablado de amplias dimensiones. Tenía, sin embargo, una acústica decididamente ultrajante y agresiva. Nunca pude comprender plenamente como pudo suceder aquel dislate. Arrinconado a las paredes escénicas dormitaba yacente un negro piano vertical de la afamada casa Steinway & Sons que la ingenua preceptiva ministerial de entonces había colocado allí para que se formasen espontáneamente sus enaltecidos ejecutantes, sin partituras ni docentes. Alguna Teresa Carreño silvestre dará sus primeros toques en su teclado, seguramente pensaron candorosamente. Una mañana de un mes que no atino a recordar, mi padre Expedito, director de la institución, me pidió abriese las puertas a aquel recinto a un caballero que yo conocía ya en su gabinete de odontólogo, en donde arrullaba a sus retoños en brazos con música de Mozart o Vivaldi. Venía a realizar algo que jamás pensé pudiera suceder: Juan Martínez Herrera venía a nada más y nada menos que a afinar el viejo piano que la incomprensión escolar hacía vomitar sonidos ultrajantes. Comenzó su larga y monótona tarea bajo mi atenta mirada. Alicate y llaves en mano y una paciencia sin límites, aquel pequeño ser humano iba logrando poco a poco darle la sonoridad que esperaba a aquel mueble musical, triunfo de la modernidad burguesa y europea. No podía sospechar que en ese mismo recinto, y años después, iba yo a acompañar de nuevo al odontólogo a regañadientes que era Juan Martínez, a hacer realidad otro de sus más disparatados anhelos: fundar una orquesta infantil en la recoleta ciudad del Portillo de Carora y que iba a retumbar del otro lado de los océanos. Y allí estaba un trémulo educador chileno apellidado Miranda, temeroso aun por el sangriento golpe que manu militari afrentó La Moneda, dispuesto a reproducir acá el sueño truncado de La Serena. Y allí continuaba el viejo cajón musical de pedales y martillos que las diestras manos del médico dental habían logrado restituir su ignorada grandeza y dignidad. Quizá el trópico y la informalidad de sus habitantes no cuadraba con la majestad de aquellas maderas sonantes venidas de templadas y lejanas latitudes germánicas. 21
Pero más pudo la porfía y testarudez de aquel caraqueño inasequible al desaliento que el amor por Teresita aventó a las tierras resecas del occidente venezolano. Fue arrojado de tal manera al más fecundo de los lares, en donde Orfeo vino a continuar su universalista religión musical. Y en la Casa de la Cultura, su creación más excelsa y admirable, lo observé de nuevo, esta vez frente a la muchachada sedienta y anhelante de armonías, a aquel enjuto hombrecillo de alicate y partitura que en un recodo escolar resucitó de la anonimia y el ultraje del tiempo al cajón sonoro aquel, que solo el genio de la cultura occidental europeo pudo crear. Con aquel prodigioso acto de manipulación de las somnolientas teclas del añoso mueble musical del Grupo Escolar, Juan Martínez, verdadero capitán de las luces, no estaba haciendo otra cosa de darle ánimo y temple al sin igual espíritu armónico momentáneamente aletargado de los caroreños. Y digo esto porque ya en el postrero siglo barroco y colonial venezolano contaba la ciudad del Portillo con un “maestro de horganos”, quien atemorizado por la idea de quedarse eternamente en el purgatorio, entró como hermano a la cofradía del Sacramentado. Triunfo definitivo del piano de martillos en aquel medio tropical y calenturiento, que las nerviosas manos del odontólogo caraqueño introdujo en la racionalidad de la afinación pura al momentáneamente aletargado espíritu musical caroreño. Todo un portento, todo un prodigio. Hoy, ya ausente de entre nosotros Juan Martínez, rememoro aquel encuentro entre el muchacho que era yo y el inmenso constructor de sueños y fantasías melódicas que era y es aquel enjuto hombre en cuyo cuerpo diminuto no cabía la inmensidad de su espíritu. Carora, 1º de febrero de 2015.
Gabriel García Márquez
Para pensar en leerlas o releerlas Con la publicación de Cien años de soledad, García Márquez alcanzó un éxito sin precedentes en la historia de la literatura. La novela funda un universo, el de Macondo, construido a partir de las imágenes obsesivas de la infancia que permanecen vivas en la memoria del autor. Lo que sorprende de la obra es su riguroso ordenamiento de la historia, que la sitúa al lado de libros como la Biblia o Las mil y una noches. Sin duda ese encanto que la ha llevado a la popularidad está, entre otras cosas, en las múltiples interpretaciones que pueden hacerse. Primeros párrafos
Cien años de soledad (1947) nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades.
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronelAureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, Edición de El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de Jacques Joset, Madrid.
Juan Rulfo (Apulco, Jalisco, 1918 México, D.F., 1986) No fue un escritor prolífico, pero sus cuentos de El llano en llamas(1953) y su novela, Pedro Páramo (1955) lo han convertido en un clásico de la literatura en lengua castellana. En estos dos géneros es difícil superar a Rulfo, tanto en la sobriedad de sus diálogos como en la intensidad y la fuerza de sus frases, íntimamente arraigadas en el habla de los campesinos de Jalisco. Uno de los acontecimientos políticos que marca su infancia y trasciende su obra es la revolución cristera (1926-1928), resultado de la reacción de los rebeldes católicos contra el anticlericalismo de la revolución mexicana. El clima de sus cuentos está impregnado de esa desolación de los campos arrasados, de los pueblos abandonados, de las gentes humildes sin la esperanza de cambio.
publicación por sus sorprendentes innovaciones. Aunque trataba los temas tradicionales mexicanos y se inscribía dentro de la nómina de novelas de la revolución. Pero su ruptura de las secuencias de tiempo y espacio, que la convierten en un laberinto temporal, su ambigua frontera entre lo real y lo imaginario, así como el que la experiencia de la muerte se asocie con lo sexual y lo onírico, la hacen insuperable. Rulfo juega con paradigmas universales, como la búsqueda del padre que inicia Juan Preciado, evocando a Telémaco en la Odisea, o el viaje al Comala de los muertos, semejante al de Orfeo a los infiernos. La novela trasciende los temas sociales, ahondando en la terrible violencia de las fuerzas divinas, en la degradación del alma humana, acosada por la culpabilidad y los remordimientos.
Pedro Páramo empezó a tener éxito desde el momento de su
Julio Cortázar (Bruselas, 1914 París, 1984) Se inicia en el conocimiento de la poesía francesa en Buenos Aires, bajo el magisterio de sus profesores de la Escuela Normal. En la década de los cincuenta viaja a París, donde trabaja como traductor para la Unesco. Su prestigio como escritor se afianza con la publicación de los cuentos de Bestiario (1951), donde se pone en evidencia su visión del mundo y de la creación literaria. Enormemente influido por el surrealismo, Cortázar cuestiona en sus escritos categorías literarias, conceptos como género y estilo, etc., utilizando la técnica de desmontaje. Dentro de la línea fantástica, al lado de la de Borges y de la de Bioy Casares, su obra se mueve siempre en dos planos, lo real y lo surreal. En Rayuela, Cortázar cuenta la historia de Oliveira, un argentino
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que se va a vivir a París y a su regreso a Buenos Aires revive la situación del extranjero. Así se convierte en un desterrado en su patria, para el que su tierra es precisamente el exilio. Cortázar medita sobre la extranjería, a través de Morelli, un personaje cuya mirada desde fuera es una reflexión sobre la novela como género. Esta especie de metanovela nos lleva necesariamente al mundo de Borges donde la literatura es una invención y la noción de realidad está en tela de juicio. Para reforzar esta idea de la novela como montaje y desmontaje, Cortázar le da elegir al lector varias posibilidades de lectura, obligándolo a asumir un papel activo en el proceso literario.
Sergio Ramírez
El pasado que devora al futuro He cumplido la hazaña de leerme las casi seiscientas páginas de El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty, a quien un día de tantos veremos en la lista de los premios Nobel de Economía. Y lo he hecho como si se tratara de una carrera a campo traviesa, cogiendo a veces el segundo aire cuando las cuestas me parecían más empinadas, y disfrutando de las travesías a campo llano. Proponerse la lectura de un tratado de economía de semejante peso y grosor puede parecer arduo para un novelista que mejor se deja seducir por lo que tienen de entretenido los caminos de la imaginación. Pero, emprendida la tarea, uno se da cuenta de que Piketty no es árido, ni aburrido, y cuenta los fenómenos de la economía en su relación con la historia de la humanidad como si de verdad se tratara de una novela donde, como en Guerra y paz de Tolstoi, uno entiende que los fenómenos sociales y económicos no son más que las expresiones colectivas de las vidas de los seres humanos. De todos modos, siento la felicidad de haber cumplido con una hazaña de cuya consecución desconfiaba, igual que cuando me metí hace años a leer Historia del tiempo, de Stephen Hawking. Empecé creyendo que no iba a entender nada, y terminé fascinado al sentir que no había encontrado ninguna respuesta acerca del hacia dónde vamos y de dónde venimos, que ya se planteaba Darío, pero que mi cabeza se había llenado de más preguntas, que es lo que logra todo buen libro, y que me quedaba metido dentro de los hoyos negros del universo, quizás lo que Hawking se proponía con sus lectores profanos: multiplicar las angustias acerca de la existencia. Pero vuelvo a Piketty, con quien coincidí en la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara, y que más que un profesor de la Escuela de Ciencias Económicas de París parece un estudiante de sus aulas, más cómodo en sus jeans desteñidos que vestido de saco y corbata: entre las cosas que me atraen de él es que a menudo acude a los novelistas clásicos, y contaminado por la literatura, la convierte en parte esencial de sus explicaciones económicas. A comienzos del siglo XIX, antes de que la Revolución industrial trastocara todo el panorama, para vivir como rico en la ciudad, o al menos holgadamente, era necesario poseer rentas suficientes, que dependían de la cantidad de tierras cultivables de que se fuera dueño, o de tener títulos bancarios. De modo que si queremos entender cómo funcionaba la economía entonces, una lectura de Papa Goriot de Honoré de Balzac, o de Mansfield Park de Jane Austen, nos darán claves suficientes. No es que en sus diálogos Eugenio de Rastignac y la baronesa de Nuncigen, personajes de Papa Goriot, en lugar de temas amorosos discutan acerca de las teorías de la relación entre beneficios y salarios de David Ricardo, o de las tesis del crecimiento de la población de Malthus. Pero en el relato percibimos cómo los mecanismos económicos mueven las vidas de los personajes, y determinan su riqueza o su ruina. No solo en esta novela, sino en todas las que forman el gran lienzo de La comedia humana. Lo que fascina a Piketty es que Balzac da por supuesto que el lector de su tiempo entiende de qué le está hablando cuando dice 24
que un personaje dispone de tantos miles de francos como renta anual. De allí se puede deducir si se trata de un pobre diablo con disposición de arribista, o de una muchacha soltera que es un buen partido, o se quedará para vestir santos porque no tiene dote. Y cuando Jane Austen cuenta que Sir Thomas, uno de sus personajes de Mansfield Park, tiene plantaciones en las Antillas, hacia las que tiene que ausentarse periódicamente para vigilarlas, y lo que esas plantaciones representan en rentas para él, la novelista, sin ningún propósito didáctico, nos está explicando los entresijos de la economía colonial de Inglaterra, en los comienzos de su auge. Y Austen, tanto en Sentido y sensibilidad, como en Persuasión, dos de sus novelas más populares, se ocupa de las injustas consecuencias del mayorazgo, esa institución de resabios feudales mediante la cual se despojaba de la herencia a los demás hijos en favor del primogénito varón, para que la propiedad no se fragmentara; y la novelista sabía de qué hablaba, porque tanto ella como su hermana, desheredadas de esta manera, y sin dote que ofrecer, se quedaron solteronas, recuerda Piketty. Al contrario, dos siglos después, un novelista como Orhan Pamuk ya no tendrá que ocuparse de entrar en detalles sobre las rentas para explicar las vidas de sus personajes, pues el mundo ha cambiado. La riqueza ya no depende de ser terrateniente, sino de otras formas más complejas de formación de los capitales. En las novelas de Pamuk, ambientadas en Estambul de los años setenta, en un período durante el cual la inflación ha vuelto ambiguo el sentido del dinero, dice Piketty, se omite la mención de cualquier suma específica. Esta conexión fascinante entre economía y literatura nos enseña que el autor de El capital en el siglo XXI no es un frío analista de cifras, sino un humanista que utiliza la economía para explicar el fenómeno de la desigualdad, que ha acompañado a lo largo de los siglos la historia de la humanidad. Es lo que está ya en las novelas de Balzac y Austen, visto desde la ficción encarnada en la realidad. Porque este es un libro sobre la desigualdad social, causada por la acumulación desmedida de capital, cuando alcanza cotas muy por encima de las tasas de crecimiento económico; abismo que, según Picketty, amenaza con ser catastróficamente mayor en el siglo XXI si no hay políticas públicas, sobre todo políticas fiscales, que intervengan para cerrarlo. Volveríamos al reinado de los voraces rentistas, dice. El pasado, que devorará al futuro.
EDUARDO ESTRADA
El saber ya no cabe en el campus Aprendió a programar buscando información en Internet y con algo de ayuda de su padre, también programador. “Lo hice con tutoriales; ensayo y error y echándole muchas horas”. En clase, se aburría. A los 12 años, Luis Iván Cuende creó un sistema operativo desoftware libre, a los 15 ganó un premio al mejor hacker europeo menor de edad. Con 19, monta empresas tecnológicas, ha publicado un libro —Tengo 18 años y ni estudio ni trabajo—, da conferencias por todo el mundo y ha sido asesor especial de la vicepresidenta de la Comisión Europea. Y no piensa estudiar una carrera. “Simplemente, creo que no aporta nada a mi método de aprendizaje, porque aunque no esté en la universidad yo aprendo todos los días”, explica. Siempre ha habido mentes más despiertas, que sobresalen por cualquier razón, y siempre ha habido autodidactas. Pero en el mundo de Internet, el joven Cuende representa algo más. Es la personificación de los augurios de algunos expertos que aseguran que la democratización del conocimiento a través de la Red terminará haciendo de las carreras universitarias algo innecesario. Otros, la mayoría, no van tan lejos: “El valor de la Universidad no es solo transmitir conocimientos, se trata de formar a personas, su identidad, su capacidad crítica y analítica”, dice Roger Chao, profesor de la Universidad de Hong Kong y asesor de la ONU. Pero casi todos admiten que la educación superior está ante un cambio radical y que los campus han de adaptarse a las necesidades de los alumnos y no al revés, como ocurría hasta ahora. Algunos expertos creen que la Red hará de las carreras algo innecesario Hablan de un mundo en el que se multiplicarán las posibilidades: desde los cursos masivos gratuitos por Internet entre los que se podrá ir picoteando (hoy, una asignatura de Harvard, el próximo semestre otra de la Carlos III) hasta titulaciones online, presenciales y, sobre todo, mixtas. Dicen que se romperán los corsés de carreras cerradas y las estructuras clásicas de facultades con saberes separados, y que buena parte del trabajo de la Universidad consistirá en certificar los conocimientos que alguien puede haber adquirido de mil maneras y fuentes. “El valor del título será incierto. Lo que es seguro es que tener una educación universitaria deberá suponer habilidad para manejar el cambio, la colaboración, la sobrecarga de información y la incertidumbre”, dice la profesora de la Universidad de Duke (EE UU) Cathy Davidson. Y añade: “Eso requiere una fusión de disciplinas: filosofía, física, historia, informática, antropología, ingeniería... En los desafíos del mundo real, está cada vez menos claro donde termina una disciplina y comienza otra”. Está pasando algo parecido a lo que ocurre en los medios de comunicación, un sector en el que las nuevas tecnologías han multiplicado la oferta, ejemplifica el profesor de la Pompeu Fabra Carlos Scolari. “Oferta gratis y de pago, más corta y más larga, presencial, online... Los estudiantes tendrán una dieta más variada, igual que con los medios, que entramos en Twitter, luego vemos el periódico, escuchamos la radio, vamos a Youtube...”. La Pompeu Fabra encargó a Scolari un estudio para Diseñar la 25
Universidad del futuro (así se titula el trabajo). “La crisis económica, en este contexto, es solo un condimento más a una crisis existencial de la institución tradicionalmente dedicada a la formación superior”, dice el texto. Según esta idea, la Universidad española tiene que lidiar con este reto a la vez que con los recortes y con problemas pendientes como los que se han tratado en esta serie de reportajes: endogamia, falta de incentivos, de rendición de cuentas... Aún así, se están haciendo avances. Se multiplican las iniciativas (muchas veces desperdigadas) de utilización de videoconferencias, plataformas de docencia virtual, herramientas de trabajo colaborativo, de software libre, asignaturas híbridas con clases virtuales y seminarios presenciales. Hay universidades, como la Jaume I de Castellón, que tienen en sus estatutos promocionar el uso de la tecnología. Los títulos 'online' se antojan necesarios ante el aumento de universitarios Pero no parece suficiente. No solo porque el retraso en la parte pedagógica es muy grande, según Scolari. Ni por casos como el de Luis Iván Cuende. Las costuras del modelo clásico se están saltando y las evidencias más claras están en el auge de la educación online. El número de alumnos de los campus presenciales (sin contar los másteres) descendió un 12% en la última década (en 177.000, hasta quedarse en 1,21 millones); sin embargo, a pesar de la bajada de 2013, en las no presenciales creció el 15% (hasta 198.000). La gran mayoría de estos estudiantes están en la pública, laUniversidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), pero las privadas están explotando el filón, con cinco campus virtuales, cuatro de ellos creados en los últimos ocho años. Además, las 47 universidades públicas presenciales ofrecen 30 grados online o semipresenciales; y las 24 privadas, 45. No se trata solo de cuántos, sino de quiénes son. “Hay cada vez alumnos más jóvenes, de 18 o 19 años”, cuenta Mili Jiménez, profesora de Historia del centro de la UNED en Cádiz. “Muchos lo hacen porque el precio es más barato y porque así pueden estudiar lo que quieren sin desplazarse. Pero cada vez más es que están hastiados de los horarios, de tener que ir a remolque de lo que el profesor mande”. La docente explica, por ejemplo, que su clase presencial semanal se puede seguir en directo o ver más tarde a través de Internet. La cifra es pequeña, pero muestra la tendencia: en la UNED, los estudiantes de primer ciclo menores de 21 años han pasado en los últimos cinco cursos de ser el 2,7% al 4,6% (son 7.090); en la Universidad Oberta de Catalunya (UOC), del 1,7% al 3,2%. "El valor de la Universidad", rebaten otros, "es formar personas críticas" En la UOC (una universidad atípica, híbrido público-privado creado por la Generalitat de Cataluña en 1994) es donde estudia Psicología Sonia Juárez, de 25 años, desde los 19. La libertad de horarios le ha permitido en este tiempo compatibilizarlo con el trabajo, mudarse varias veces (de Barcelona a Baleares y vuelta y, ahora, a Las Palmas) o dejar algún semestre en blanco si surgía otra prioridad. “Es mucho esfuerzo, pero la enseñanza es buena,
al menos aquí. Tienes que hacer debates, muchos trabajos...”. Después de la carrera, quiere un máster presencial, “para probar las dos experiencias”, dice. En realidad, el camino suele ser a la inversa, pues el posgrado es el gran mercado para la enseñanza a distancia. La demanda de másteres online ha crecido un 300% en los últimos dos años, y el 17% de todos los matriculados de estas titulaciones son alumnos virtuales. A la oferta de títulos oficiales hay que sumarle la fiebre de los MOOC (cursos masivos en línea). Cualquier persona en cualquier parte del mundo se puede inscribir y seguir el curso (normalmente equivalente a una asignatura) a través de clases grabadas, bibliografía o podcasts, haciendo trabajos e interactuando con compañeros. En general, solo hay que pagar algo si el alumno quiere un certificado de asistencia. España es uno de los países europeos más activos en la oferta de MOOC. La Carlos III y la Autónoma de Madrid, por ejemplo, forman parte de la plataforma EdX, creada por Harvard y elInstituto Tecnológico de Massachusetts en 2012 para este tipo de formatos. Entonces, muchos se apresuraron a declarar el final de la Universidad. Pero, pasado el tiempo, la opinión más extendida es la de la convivencia. “Lo más interesante es la comunidad de aprendizaje que se crea, algunos momentos de inteligencia colectiva”, dice Scolari. La Universidad online ha sido señalada por muchos especialistas como imprescindible para sostener los costes del imparable aumento de universitarios en todo el mundo: son unos 152 millones y podrían ser más del doble en 2030, según la Comisión Europea. Pero expertos como Albert Sangrá, director del eLearn Center de la UOC, no se cansan de advertir que una buena enseñanza virtual, aunque pueda ahorrar algunos costes, no es gratis, requiere muchos profesores y tutores a los que hay que pagar. “La educación en línea debe sostener los costes vinculados a su exigencia de calidad como son la elaboración de los recursos de aprendizaje, el acompañamiento y guía de un profesor especialista, el proceso de evaluación continua, y la infraestructura tecnológica”, escribía Sangrá en 2013. Los que sí ganan todavía más fuerza en ese contexto de ruptura tecnológica son los argumentos a favor de la especialización de los campus que se han presentado a lo largo de esta serie de reportajes para hacer rendir más el dinero invertido y ganar en calidad. “Hay demasiadas universidades intentando hacer lo mismo. Se trata de diferenciar la oferta de acuerdo con las diferentes fortalezas de cada uno”, dice la rectora de la Universidad de Manchester Nancy Rothwell. Investigación o formación; online o presencial; de ámbito local o concentrados en captar alumnos extranjeros (con muchas titulaciones en inglés); humanidades o ciencias... Las posibilidades son enormes.
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Octavio Paz
Intensidad y diafanidad Imposible comprender la obra de Gabriel Zaid sin atender a su poesía, cuya brevedad, justeza de tono y humor son productos también del rigor. Solo otro poeta como Octavio Paz podría esclarecer las coordenadas del autor de Campo nudista. Gabriel Zaid es un autor que desde hace unos pocos años es leído, comentado y discutido. Sus artículos y ensayos sorprenden, hacen pensar, intrigan y, a veces, irritan. Pero la fama de Zaid como crítico de la sociedad puede ocultarnos a otro Zaid, más esencial y secreto: el poeta. Zaid es un poeta escaso, sea porque escribe poco o porque se exige mucho. Cualquiera que sea la causa, esterilidad o rigor, su escasez es asimismo excelencia. Las primeras composiciones de Zaid son afortunadas y en ellas están ya casi todas las cualidades que después distinguirían a su poesía: la economía, la justeza del tono, la sencillez, la chispa repentina del humor y las revelaciones instantáneas del erotismo, el tiempo y el otro tiempo que está dentro del tiempo. Zaid no solo dominó pronto las formas cultas de la tradición poética sino que frecuentó también las formas que, inexactamente, llamamos populares; quiero decir: se aventuró en esa corriente de poesía tradicional, muchas veces anónima, a la que debemos algunos de los poemas más simples y refinados –estos adjetivos no son contradictorios– de nuestra lengua. La poesía de Zaid ha ganado con su inmersión en el idioma coloquial. Lo han ayudado, además, la reticencia y la brevedad: ambas han evitado que se enrede con los preceptos y los conceptos, los discursos y las arengas. Al prosista solo en situaciones extremas y en casos aislados le es lícito recurrir a la elipsis y a la insinuación. El poeta, en cambio, nunca debe decirlo todo: su arte es evocación, alusión, sugerencia. La poesía de Zaid está hecha de pausas y silencios, omisiones que dicen sin decir. La sátira cobra importancia a partir de Campo nudista(1969). Zaid es un hombre lúcido, independiente y que dice lo que piensa y siente. Además, es ingenioso: no es raro que sus epigramas den casi siempre en el blanco. Carece de veneno, y esto lo distingue de casi todos los poetas satíricos de nuestra lengua, desde el abuelo Quevedo. Como la de los grandes romanos, su sátira contiene un elemento moral y filosófico. La sátira política de Zaid conquista mi adhesión y le ha dado una justa notoriedad; pero yo, lo confieso, prefiero sus epigramas eróticos y aun más sus visiones de la vida cotidiana. Visiones que son versiones del antiguo tema de la naturaleza caída, como en “Claro de luna”. En la sátira se cruzan las tres direcciones cardinales de la poesía de Zaid: el amor, el pensamiento y la religión. Nuestra insensibilidad ante lo espiritual y lo numinoso ha alcanzado tales proporciones que nadie, o casi nadie, ha reparado en la tensión religiosa que recorre a los mejores poemas de Zaid. Su desesperación, su sátira y su amargura son, como sus éxtasis y sus entusiasmos, no los del ateo sino los del creyente. Poesía de la inminencia, siempre elusiva y jamás realizada, de la aparición. Revelaciones de la ausencia divina pero en sentido contrario al del ateísmo moderno y más bien como una suerte de negativo fotográfico de la presencia. Aunque Zaid es cristiano, su poesía viene de una tradición más 27
ancha y que comprende al neoplatonismo y al budismo como sus extremos complementarios: de la percepción instantánea de la plenitud del ser a la contemplación, igualmente instantánea, de la vacuidad de todo lo que es. Sí, de veras, no hay taxis. No obstante, nos movemos, algo nos transporta, vamos hacia allá. ¿Vamos o venimos? Esta pregunta es, quizá, el núcleo de la experiencia: allá es aquí y aquí es otra parte, siempre otra parte. Sentimiento de la extrañeza del mundo: pisamos una tierra que se desvanece bajo nuestros pies. Estamos suspendidos sobre el vacío. En El arco y la lira me pregunté una vez y otra vez si esta experiencia era religiosa, poética, erótica. Las fronteras son inciertas. Esta experiencia –cualquiera que sea la forma que asuma– aparece en todos los tiempos; la revelación de nuestra otredad radical es tan antigua como la especie y ha sobrevivido a todas las catástrofes de la historia, del paleolítico inferior a Gulag, de las quejas de Gilgamesh al descubrir su mortalidad a las montañas de ceniza de Dachau
La travesía cultural por América del granadino Federico García Lorca (1898-1936) lo convirtió en una suerte de embajador de España en tierras del Nuevo Continente. En estos viajes el poeta amplió su visión del mundo y universalizó sus ideas estéticas; además, las travesías contribuyeron a su descreimiento en la frontera política y lo llevaron a sentirse «hombre del mundo y hermano de todos». Con LORCA: VIAJERO POR AMÉRICA, actas de un encuentro celebrado en 2011 con motivo del 75 aniversario de la muerte del poeta, el Centro Virtual Cervantes publica, en colaboración con la asociación La mirada malva, diversos trabajos y testimonios gráficos de estos tres sucesivos periplos atlánticos, en los que el autor visitó Nueva York, La Habana, y Buenos Aires y Montevideo; en ellos dialogó con los intelectuales y artistas más representativos de aquellos años (1929-1934) y ejerció sus conocidas habilidades como conferenciante, poeta y dramaturgo; como músico y dibujante. En 2011 se cumplieron setenta y cinco años de la muerte del gran poeta y dramaturgo español Federico García Lorca. Su obra y su vida han sido exhaustivamente estudiadas, aunque no del mismo modo su travesía cultural por América, que tuvo una enorme importancia en su papel de español universal y en las influencias cosmopolitas de su obra. Estos viajes americanos se desarrollaron entre 1929 y 1934, en tres travesías atlánticas que llevaron al poeta sucesivamente a Nueva York, La Habana, y a las capitales del Río de la Plata. Primera travesía: Nueva York (1929-1930) En Nueva York, primer destino internacional de Lorca, reencuentra al joven profesor y poeta Philip Cummings, también a Campbell Hackforth-Jones y a la periodista, escritora, traductora y crítica de la literatura española Mildred Adams. Escribe «El rey de Harlem» y «1910 (Intermedio)», dos de los poemas que incluirá en Poeta en Nueva York. Hace amistad con el crítico literario del New York Herald, Henry Herschel Brickell, y también con varios 28
hispanistas y escritores españoles que se encuentran en la ciudad de los rascacielos. Viaja a Eden Mills, en Vermont, invitado por Philip Cummings. En Nueva York escribe el guión cinematográfico Viaje a la luna y el poema «Infancia y muerte». Entabla amistad con John Crow y Francis C. Hayes. Conoce al poeta Hart Crane que en ese momento estaba escribiendo El puente. Segunda travesía: La Habana (1930) Desde Florida, Estados Unidos, Lorca se traslada a La Habana, donde dicta conferencias, se reencuentra con amigos y es recibido por el poeta Juan Marinello. Trabaja en la obra El público. Traba amistad con los hermanos Loynaz. Reencuentra a la escritora Lydia Cabrera y con ella asiste a una ceremonia «ñáñiga». Escribe «Son de negros en Cuba» y la «Oda a Walt Whitman». Conoce a Nicolás Guillén, José Lezama Lima y al escritor guatemalteco Luis Cardoza Aragón. En «Son de negros en Cuba» deja constancia de la impresión que le transmite la cultura cubana, la riqueza del mestizaje, la alegría y la belleza de la isla. Allí conoció, además, al legendario poeta colombiano Porfirio Barba Jacob, modernista tardío, bohemio y maldito. Tercera travesía: Buenos Aires-Montevideo-Buenos Aires (1933-1934) Federico García Lorca visita la Argentina y permanece en Buenos Aires entre el 13 de octubre de 1933 y el 27 de marzo de 1934, donde experimenta uno de los mejores momentos de su corta vida, poblada de viajes, éxitos y célebres amistades. Al día siguiente de su llegada es invitado a la casa del escritor Pablo Rojas Paz y su esposa Sara Tornú y allí conoce a Pablo Neruda, Oliverio Girondo, Norah Lange, Raúl González Tuñón, Conrado Nalé Roxlo, entre otros. A lo largo de los meses que siguen, se ve con Nicolás Olivari, Jorge Luis Borges, César Tiempo, Alfonsina Storni, los hermanos Enrique y Raúl González Tuñón y otros poetas y autores reconocidos, como el mexicano Salvador Novo. Con muchos de ellos, Lorca comparte noches de apasionadas
charlas. El poeta, que admira la música popular rioplatense, traba amistad con Enrique Santos Discépolo, el afamado autor de teatro y compositor de inolvidables tangos, y conoce a uno de los grandes mitos de la canción: Carlos Gardel. Su actividad como conferenciante, autor, adaptador y director teatral es intensísima. El 25 de octubre, la compañía de Lola Membrives repone Bodas de sangre, esta vez en el teatro Avenida, obteniendo un rotundo éxito. Lorca es aplaudido y homenajeado en todos los lugares a los que acude. Su biógrafo más importante, Ian Gibson, refiriéndose a la reposición de esta pieza teatral en la capital argentina, dice: «Es tal vez la noche más triunfal de la vida de Lorca. Nada de lo que venga después —y vendrán muchos éxitos— se le podrá igualar». Además de Bodas de sangre, durante su visita se dan varias de sus obras: La zapatera prodigiosa, Mariana Pineda y la creación para títeres Retablillo de don Cristóbal. Por otra parte, se le encarga la adaptación de La dama boba, de Lope de Vega, que se estrena como La niña boba, protagonizada por Eva Franco con el beneplácito de la crítica y del público. La estancia del poeta en Buenos Aires y los días que visita la vecina ciudad de Montevideo no pueden ser para él más promisorios. Obtiene reconocimiento de sus pares, admiración popular y considerables sumas de dinero gracias a sus taquilleras obras teatrales. Entre las figuras que trata en Montevideo, donde también da varias charlas, destacan los escritores Enrique Amorim y Juana de Ibarbourou.
Lorca paseando por el campus de Columbia
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LA REVELACION DEL PADRE GUSTAVO
Jorge Euclides Ramírez
A las doce de la noche queda poca gente en las vigilias que anteceden la Procesión de la Divina Pastora y Gustavo Ibaretze podía disfrutar esta soledad entre las sombras de las tarimas y las miradas taciturnas de dos policías uniformados apostados frente a la jefatura civil. Un año antes acompañó a la Virgen sin cleriman ni sotana. Las dudas cartesianas le abrieron boquetes a sus convicciones y al igual que el Maestro Eckart fue víctima de razonamientos que negaban la existencia de Dios. “Dios no existe, ayúdame Dios mío”, repetía Gustavo repitiendo la angustia del sabio excomulgado. Colgar los hábitos fue la única salida a su devastación interior. Si hubiese optado por privilegiar su labor parroquial sobre las lecturas seguramente no habría tenido las batallas íntimas en las cuales sucumbió su fe al no poder explicar con lógica aristotélica la presencia de Dios en un mundo dominado por la crueldad. Intentó buscar al padre todopoderoso en la lucha social propuesta por la Teología de la Liberación pero observó que por esta vía terminaría en lides políticas. Se refugió en Anthony de Melo con la esperanza de profundizar su desapego y abatir las dudas mediante el ejercicio de un amor que incluyera a Dios como una energía positiva y benefactora, pero su confesor le advirtió que estas lecturas le llevarían por un sincretismo peligroso con el budismo y le recomendó repasar la Suma Teológica de Santo Tomas de Aquino, de nuevo atenazado por los silogismos y los esquemas fue empujado a una crisis existencial a la que pudo sobrevivir gracias al vino y las caricias de una bondadosa magdalena. Gustavo con sus 45 años y barba entrecana estaba solo entre los murmullos de pequeños grupos que intentaban rezar para vencer el sueño bajo un cielo de pocas estrellas. Imaginó la primera noche de Carlos Carreto en el Sahara aferrado a la manta que por egoísmo y el frio no quiso regalar a un beduino desamparado. La somnolencia le sumió en un sopor con ventanas hacia aquella fiebre infantil de la cual sobrevivió según su mamá Elvira gracias a un milagro. Tenía nueve años y la gripe que no se le quitaba resultó ser meningitis. El médico del pueblo hizo todo lo que pudo en su consultorio y le envió a casa con un tratamiento sencillo y un diagnostico desolador. Que tenga mucho reposo y esté preparada para todo le dijo a Elvira para quien una vida sana consistía en comulgar todos los días. No sabe Gustavo como llegó a su casa aquella señora que le inyectaba y le ponía pañitos húmedos todas las noches para bajarle la fiebre. Mama Elvira lo cuidaba de seis de la mañana a once de la noche mientras su papa Francisco trabajaba tiempo extra para comprar los antibióticos. Cuando ellos dormían llegaba la enfermera que según su mama no le cobraba porque era recomendada por el cura de San Dionisio. El todas las mañanas preguntaba a su mana quien era y de donde había venido la señora y su mama solamente le decía que ella era un regalo de la iglesia. El médico le había dicho a Elvira que no le llevara la contraria a Gustavo porque la señora de las inyecciones era una alucinación producida por la fiebre. Sanó Gustavo completamente y sin secuelas. Elvira logró que entrara al seminario y cuando el mismo le colocó los santos oleos le dijo que no hiciera tantas preguntas y que simplemente tuviera 30
mucha fe. No entendió en ese momento la petición de su madre, pero entre las brumas de parpados caídos pudo ver con claridad el rostro de aquella señora de sus terribles noches de fiebre y convulsiones. Era ella, sin corona y con el pelo recogido en un moño, no cabía duda, era Ella la dulce enfermera que logró rescatarlo de la meningitis avanzada. Se levantó de un salto y corrió hasta las escaleras del templo donde asustados unos feligreses le abrieron paso. Allí con voz fuerte y lagrimas en los ojos exclamó: Gracias Divina Pastora, eras tú, eras tú. Ahora sé que la fe no puede sostenerse en preguntas, nadie puede responder porque en el mundo no hay certezas, lo único cierto es el amor y solamente Dios es amor eterno. Gracias Divina Pastora, ya no haré más preguntas porque Dios esta noche me ha quitado el yugo de las dudas. Solamente debemos tener fe. Dios existe. jorgeeuclides@gmail.com
LITERATURA E IDENDTIDAD (II)
Entrevista a Eduardo Mendoza
6. Reaparece inesperadamente don Benito el Garbancero. La novela clásica española vuelve a tener sentido y sale de las bibliotecas polvorientas para entrar en las casas Este factor, unido a los mencionados anteriormente, hizo que la visión de los españoles sobre su propia literatura cambiara radicalmente. Quizá el caso más notable fue el de Benito Pérez Galdós. Galdós fue y es un gigante de la literatura española, pero aparte de algunos episodios nacionales, leídos más por su carga histórica y heroica que por sus valores literarios, permanecía en el panteón de las momias ilustres. A finales de la década de los setenta, repentinamente, Galdós resucitó y sus obras, las más famosas y otras muy poco conocidas, fueron editadas y se vendieron como best sellers. Se hicieron adaptaciones para televisión de alguna novela (Fortunata y Jacinta, que yo recuerde) y alguna película, especialmente de la mano de Luis Buñuel, gran aficionado a Galdós y ya recuperado después de un largo exilio. Lo mismo sucedió con la novela de Clarín, La regenta, de la que se hicieron muchas ediciones. Una vez más el lector español, aunque no lo formalizara, sentía que lo que leía estaba escrito por nosotros y hablaba de nosotros. Si Galdós, Clarín, Valle-Inclán o Baroja volvían a tener vigencia, también la podían tener sus descendientes directos, es decir, los escritores que estábamos publicando en aquellos años. Seguramente ninguna generación ha encontrado un público tan receptivo. 7. Del jardín de las delicias al patio de mi casa. El discurso intelectual deja las abstracciones y habla de las personas. Los improbables tipos de Almodóvar son más representativos de lo que parece El retorno a la antigua narración no era un retroceso (aunque podía conducir a un retroceso), ni la aparente frivolidad de las novelas aparecidas en los primeros años de la transición eran únicamente frívolas (aunque podían conducir a la frivolidad). En ambos casos era un riesgo inevitable, porque sin saberlo ni los autores ni los lectores, aquello era lo que pedían los tiempos. Hasta aquel momento, la literatura, igual que el cine, el teatro y otros medios de expresión de producción nacional española, habían abandonado, como he dicho, la representación de la realidad vista a través de los ojos del ciudadano español para entrar en un terreno abstracto, donde predominaba la idea cuando no la ideología. No hay que ver en esto un reproche, ni muchos menos. También era lo que pedían los tiempos y, en todo caso, lo que permitían. Abstracciones que podían incidir en temas cruciales de carácter político o social, pero que por su naturaleza estaban condenadas a ser consumidas por una minoría. El estado autoritario siempre tolera estas manifestaciones abiertamente críticas, pero confinadas a un núcleo reducido y sin influencia práctica, para dar desahogo a las inquietudes intelectuales y para dar una imagen superficial de libertad. Eran los tiempos en que películas abiertamente subversivas ganaban festivales de cine internacionales dejando, como se decían entonces, muy alto el pabellón de España. Luego estas mismas películas tenían dentro de España una vida lánguida en pequeñas salas de las grandes capitales. Insisto en que no hay que ver en esto una valoración 31
negativa. El gran esfuerzo que se invirtió en estas obras aparentemente estériles sirvió para mantener en marcha el motor de la cultura, aunque fuera a ralentí, y sirvió de aprendizaje y de inspiración para todo lo que vino después. Pero eran obras abstractas y abstrusas, preocupadas por el lenguaje y el metalenguaje (lo que en el lenguaje cotidiano se llamaba leer entre líneas) y, en última instancia, eran espejos que solo se reflejaban a sí mismos. El cambio solo podía venir por la vía de la frivolidad. Recientemente se ha hablado en España de aquel movimiento que en su momento se denominó «el destape». Consistía, como su nombre indica, en aparecer sin ropa por todas partes. Naturalmente, hubo mucho de operación comercial, pero es indudable que este movimiento colectivo de demanda insaciable y de oferta entusiasta tenía un significado nada simbólico de liberación por medio de la transgresión. La actitud era claramente juvenil y equivalía a la desobediencia flagrante contra la autoridad paterna. La paradoja era que en este movimiento juvenil participaban todos los españoles, jóvenes y no tan jóvenes. Visto ahora, aquel desenfreno tiene algo de pueblerino y de patético y no hace más que poner de manifiesto un hambre atrasada, casi endémica. Para juzgarlo con objetividad no se puede olvidar que fue pasajero. En las artes escénicas la duración es parte esencial del lenguaje. Con la literatura y con el cine sucedió lo mismo. En vez de la seria crítica que se esperaba, lo que en aquellos años salió a la luz fue una aparente frivolidad, que transgredía el orden precisamente incumpliendo las expectativas que pesaban sobre sus creadores. La única preocupación de aquellas obras era hablar del presente y del individuo. Yo y ahora. Comparado con la etapa anterior, este descenso de nivel fue casi un insulto a los que habían estado dando lo mejor de sí para mantener el espíritu crítico, la profundidad de criterio y la riqueza formal. Produjo escándalo que las posibilidades ilimitadas que ofrecían las nuevas libertades se utilizaran para crear unas obras presididas por la necedad, el desaliño y el descaro. Pero así eran las cosas. Y así habían de ser. Para entender lo que quiero decir basta comparar dos obras emblemáticas de una y otra etapa. En el medio más expresivo de la época, es decir, en el cine, solo tenemos que comparar una película de Carlos Saura (por ejemploEl jardín de las delicias de 1970), con una película de Pedro Almodóvar (Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón de 1980). En la primera están representados todos los españoles en tanto que abstracción colectiva. La segunda, la primera película de Pedro Almodóvar, cuenta la historia inconexa de unas chicas extravagantes y atolondradas. En la primera las ideas están claras y la realización es impecable. En la segunda no parece haber ninguna idea y la realización es torpe y aparentemente caprichosa. Sin embargo, los personajes de Almodóvar, en esta película y en todas sus películas sucesivas, son los personajes con los que se identifica el espectador español, mejor dicho, los personajes por los que el espectador español se siente representado, aunque estos
personajes extravagantes, límites, al borde la ley, de la lógica y de la locura, no representen nada más que su extraño caso particular. Solo hablan de sí mismos, con un lenguaje perfectamente incorrecto, perfectamente local y temporal (un lenguaje que en poco tiempo consiguió adquirir la categoría de dialecto, el «cheli», equivalente al lenguaje de germanía que utilizan los personajes de la literatura española del Siglo de Oro y en especial la picaresca). Pero a pesar de estar centrados en su propia personalidad y en sus propios problemas, unos problemas verdaderamente truculentos y, en la mayoría de los casos, inverosímiles, cada español los siente próximos, como si fueran miembros de su propia familia. Lo mismo sucede en el terreno de la novela. Basta también comparar dos novelas de la época separadas por la bisagra del cambio: Un viaje de invierno, la extraordinaria novela del extraordinario Juan Benet, de 1972, y, aunque sea inmodesto usarme a mí mismo como ejemplo, El misterio de la cripta embrujada de 1979. Comparar la calidad literaria de las dos novelas sería un disparate. Y, no obstante, son las aventuras totalmente absurdas del pobre detective loco por una Barcelona fantástica las que a la larga constituyen un espejo fidedigno de la realidad tal como se percibía en España en aquellos años de disparate, reconstrucción y esperanza. Llegaré más lejos en la inmodestia citándome a mí mismo. Al fin y al cabo, soy yo el que está dando esta conferencia. En la nota que escribí a la novela que acabo de mencionar (El misterio de la cripta embrujada), escribí años más tarde: En el verano de 1977… la situación política distaba de ser estable y la democracia, recién estrenada, tenía un marcado aire de precariedad, o al menos así lo percibí yo, pero aun a sabiendas de los peligros que acechaban y aunque todo el mundo era consciente de que en la cuneta del largo camino que aún nos faltaba por recorrer se irían quedando muchas ilusiones, nadie podía sustraerse a la embriaguez de la libertad y de la esperanza. 8. Batallones y batallitas. La Guerra Civil en la narrativa española: una evolución que no revisa la historia, sino la forma de verla Aquellos tiempos, tal como había de suceder, ya pasaron. Es la característica fundamental del tiempo: pasar. Yo creo que la generación a que me he estado refiriendo hasta ahora ha pasado también, con su momento histórico. Esto no es una jubilación ni un acta de defunción. Cuando la generación de la transición empezó a escribir, o cuando los nuevos directores de cine empezaron a hacer sus películas, los miembros de la generación anterior seguían en activo y muchos de ellos produjeron todavía sus mejores obras. Ya he empezado diciendo que no iba a hacer un análisis particular. Del mismo modo, la mayoría de los que formamos la generación de la transición seguimos vivos y trabajando. Pero los tiempos son otros. Probablemente nada ilustra mejor este nuevo cambio que el tratamiento que se le ha venido dando en a literatura (o en el cine, insisto en equiparar estas dos formas narrativas, a los efectos de esta charla) al espinoso tema de la Guerra Civil. Los escritores de la generación de la transición nacimos a la sombra de la guerra. La mayoría nos libramos de la guerra en sí, lo cual nos diferencia radicalmente de los que no solo vivieron la guerra, sino que participaron en ella en el campo de batalla, o sufrieron los bombardeos o, en todo caso, fueron testigos directos, testigos oculares de la violencia. Nosotros solo vimos sus consecuencias y oímos todos los días, a todas horas, las historias y los recuerdos y la tristeza y la miseria que habían dejado los años terribles de la conflagración. De hecho, nos ahorramos el peligro y el horror, pero tampoco conocimos la épica. Para nosotros la Guerra Civil fue una cosecha de dolor. Quizá por esta razón nunca 32
quisimos hablar de ella. En la obra de la generación anterior, la guerra está siempre presente. Antes he citado a Juan Benet. La guerra no sólo recorre toda su obra, sino que es el tema central de muchas de sus novelas: las operaciones militares, la estrategia, lo que antiguamente se llamaba «la suerte de las armas». Lo mismo en los demás escritores de su edad. Juan García Hortelano, Miguel Delibes, Ignacio Agustí, Camilo José Cela, o los escritores en el exilio: Mercé Rodoreda, Max Aub, Ramón Sender. Nosotros no nos interesamos en la guerra como tema literario. Nos interesaba el presente inmediato. Y si nos ocupábamos del pasado era para buscar en el pasado las raíces del presente, tendiendo un puente sobre los años vacíos de la guerra y la posguerra. Sin saberlo este era mi objetivo cuando me sumergí en la historia de Cataluña y de Barcelona para escribirLa verdad sobre el caso Savolta o La ciudad de los prodigios. Todas hablaban de la historia, pero todas se detenían antes de la Guerra Civil, incluso antes de sus antecedentes inmediatos. Quizá queríamos decir que aquello no había existido, o que había sido un paréntesis y ahora la historia retomaba el camino que debería haber seguido si las cosas no se hubieran torcido de un modo tan dramático. Con la aparición de una nueva generación, el panorama cambia y la Guerra Civil se convierte en un tema literario de interés y de análisis. Para los nuevos autores, la guerra y sus secuelas es un episodio de la historia reciente de España, pero no una vivencia personal. Aunque todos ellos tienen una clara posición de principios sobre la cuestión y la afrontan con la seriedad y el respeto de algo que todavía está vivo, la distancia les permite adoptar una actitud más equidistante. Sin duda el ejemplo más significativo de este cambio es la novela de Javier Cercas Los soldados de Salamina. No solo la novela en sí, magnífica desde todo punto de vista, sino el extraordinario éxito de público que tuvo y sigue teniendo, después de su aparición, la convierte en un fenómeno social, además de literario. Porque en el fondo, lo que la novela plantea es una revisión de la Guerra Civil desde una distancia que permite al lector identificarse con los personajes de uno y otro bando. La propia estructura del relato conduce a esta posición. Para quien no la ha leído, diré que la novela consta de tres partes: la primera es la investigación de un periodista que, a desgana, sigue la pista de los testigos supervivientes de un extraño suceso ocurrido en los últimos días de la Guerra Civil. Ya en plena retirada el ejército republicano, un destacado representante del fascismo español que ha caído en manos de los republicanos va a ser fusilado junto con otros prisioneros. En la confusión consigue escapar ileso y es recogido por unos campesinos que, a sabiendas de que pertenece al bando enemigo, lo protegen por pura humanidad, porque están cansados de tantos años de violencia. Antes, durante la huída por el bosque, el fugitivo ha sido descubierto por un soldado que le apunta con la escopeta. Cuando cree que lo va a matar, el soldado baja el arma y lo deja escapar. También el soldado quiere acabar de una vez con aquella guerra terrible. Aunque la novela está escrita en forma de crónica, mezclada con episodios de la vida cotidiana del periodista que rebajan el tono épico de la historia, y aunque el periodista y, por boca del periodista, el autor de la novela, que puede identificarse o no con el protagonista, dejan clara cuál es su posición con respecto a la guerra y los bandos que se enfrentaron en ella, lo cierto es que el lector tiene libertad para identificarse con todos los personajes, independientemente de la ideología que representan. Más allá de la intención del autor, y más allá del mensaje explícito del propio libro, el relato lleva una proposición que conecta con la sensibilidad del lector español actual. No es irrelevante que además de los cientos de miles de
ejemplares vendidos, se haya hecho una versión cinematográfica y una versión teatral de la novela y que las dos hayan tenido también mucho éxito de público. 9. De la tragedia a la insatisfacción. A nuevas generaciones, nuevos relatos. Los particularismos El repaso que he hecho hasta ahora de la literatura española desde la transición o, como dije al principio, de la realidad española tal como los españoles la perciben a través de la literatura, no termina aquí. En primer lugar, porque se trata de un proceso dinámico, que cambia precisamente por su propia existencia, es decir, que cada imagen de la realidad, en el momento en que es asimilada por la colectividad se transforma en parte de la realidad y engendra nuevas imágenes, en un proceso que antiguamente se llamaba dialéctico. En segundo lugar, porque una consecuencia de cada nueva etapa es arrojar las etapas anteriores al olvido o a una nueva interpretación. La transición fue un periodo decisivo en la historia de España, no sólo porque significó el final de un régimen dictatorial y el paso a un régimen democrático, de representatividad política y libertad de expresión, sino porque significó la entrada de España en la modernidad. Además de otros efectos, la dictadura franquista mantuvo a España en un estado de congelación histórica, mientras los demás países europeos se iban adaptando a los tiempos modernos. San Agustín decía: «Si me preguntan qué es el tiempo, no lo sé; pero si no me lo preguntan, sí que lo sé». Con los tiempos modernos ocurre lo mismo. Todo el mundo sabe lo que significa este concepto, siempre que no se vea obligado a definirlo. Para entendernos, digamos que es una nueva forma de entender las relaciones sociales y la identidad colectiva e individual. Este cambio no se refiere tanto a la concepción del mundo, sino a la forma de estar en el mundo. Si la desaparición de las ideologías ha sido la causa de esta nueva forma de estar en el mundo o si ha sido esta nueva forma de estar en el mundo lo que ha hecho desaparecer las ideologías, es un asunto que no vamos a tratar ahora. Lo que nos interesa ahora es ver en qué consiste este cambio, y yo creo que fundamentalmente consiste en la percepción que el individuo tiene de su entorno. La relación del individuo con su trabajo, con la familia, con el dinero, con la ciudad, con el ocio, con la salud y la enfermedad, con el envejecimiento, todo esto ha cambiado radicalmente en las últimas décadas. No vamos a entrar ahora en este cambio. Si lo traigo a colación es para decir que una nueva percepción de la realidad necesita una nueva imagen que la refleje y le dé forma oficial. En España, como he dicho antes, el fenómeno es más acusado, porque la transformación se hizo de un modo rápido, casi violento, sin tiempo para asimilar las etapas intermedias. España pasó de ser una sociedad agrícola a ser una sociedad postindustrial, del camino de carro a la autopista y el aeropuerto, de la vida provinciana al ciberespacio, de la inmovilidad social y familiar, a la inestabilidad, de la rigidez moral a la permisividad, de la tragedia al descontento. ¿Podemos decir que la literatura recoge este cambio y lo formaliza? Es difícil generalizar, y más cuando el suceso todavía está ocurriendo. Sin embargo, algo parece indicar que la propia literatura, tal como la concebimos, ha sido incluida en el proceso de transformación, y que ya no volverá a ser como antes, del mismo modo que la familia ya no volverá a ser lo que fue a principios del siglo XX. Hacer un diagnóstico y determinar las causas de esta
transformación desborda los límites de esta charla, pero apuntar algunas no es ocioso, porque yo creo que esta es la cuestión que hemos de abordar los que estamos interesados en la cultura. En primer lugar, tanto en España como en todo el mundo, vivimos en la era de la información. Este hecho, en sí mismo, ya resta mucha razón de ser a la novela, que hasta hace unas décadas era para un importante sector de la población la única o la principal fuente de información acerca del mundo. Pero hay algo más. Es frecuente, cuando se trata este tema, ver expresada la idea de que la información no es lo mismo que el conocimiento, que la información no sirve para nada si no hay un conocimiento previo que clasifique, ordene y establezca una escala de jerarquías entre los datos proporcionados por los medios de información. Sin avanzar mucho en este campo, yo creo que esta idea es defensiva y está más fundada en el temor que en la realidad. Yo sospecho que la información es el conocimiento. Una nueva forma de conocimiento. Y esta nueva forma de conocimiento es la que las colectividades, nacionales o de cualquier otra índole, utilizan hoy en día para formarse una imagen de sí mismas. Cuando hablo de información no me refiero únicamente a Internet, sino a otros medios, el más importante de los cuales, a mi entender, es el teléfono móvil, una herramienta (piénselo en estos términos) cuya influencia en los individuos y las sociedades todavía no ha sido bien estudiada. En un debate reciente sobre la imagen que los españoles tienen de su propia realidad intervine para ofrecer la tesis de que, a diferencia de otras etapas anteriores, donde la identidad venía determinada no por abstracciones, sino por imágenes literarias que encarnaban estas abstracciones (el Quijote, Carmen, la paella), hoy los españoles se ven reflejados en sus equipos de fútbol. Me apresuro a decir que esta tesis no fue recibida con admiración. Pero yo insisto en ella. Y creo que el mundo, al menos el mundo occidental, no avanzará hasta que no consiga fijar el valor simbólico del fútbol. Cuando digo fútbol incluyo todas sus variantes: el fútbol americano, el rugby. Otros deportes de competición no. La diferencia fundamental es ésta: que mientras las imágenes literarias son variables, contradictorias, abiertas a interpretación y compatibles entre sí, el fútbol responde a unas reglas fijas y unos resultados susceptibles de ser medidos y contabilizados. Más importante aún: está basado en el principio de que uno ha de perder para que el otro gane. Entender el mundo a través del fútbol es entender el mundo en términos de victorias y derrotas, de clasificaciones y jerarquías. Esta concepción es la base de lo que Ortega y Gasset llamaba los «particularismos», un posicionamiento distinto de los partidos basados en ideologías o intereses. Hoy España se ve a sí misma en términos de fútbol: de equipos que rivalizan entre sí. Para que uno gane tienen que perder los demás. El fútbol es el relato del hombre moderno. Pero no quiero dejarles a ustedes con un mensaje pesimista. El mundo es complejo y cambiante y junto a los particularismos de Ortega sigue existiendo la paella: un plato híbrido y de oscuro pasado, que alimenta y alegra, que exige ser compartido con un grupo amplio de personas (la paella es un plato que requiere cooperación: es raro que una persona sola, incluso que una pareja, se coma una paella) y, además, es un plato que produce invariablemente una pesada y larga digestión. No hay mejor imagen en la que verse reflejado el ser humano. Centro Virtual Cervantes © Instituto Cervantes 33
Alessandra Coronel
¿Quién llenó de música el plato vacío? … El loco aldea subterránea del tiempo luz de raíces y vidas imantadas en tu alma de estrellas. Pude haber estado ahí… pero no y tu continuas estando como una nota que nunca se cierra como el ojo de la multitud navegando el mar de tu mirada y el alba efímera que se dibuja cada noche cuando te hablo en mi plaza y cierro los ojos a las estatuas. Mientras las viejas cuelgan sus enaguas en los cujíes. Hay personas que hacen milagros abriste tu repertorio revuelto de años y revoluciones pacificas que vienen del corazón de la tierra, tu corazón mismo, donde abonabas cantos para que los niños comieran entre los bastidores de las tejedoras de hamacas. ¿ A dónde van las horas tristes, cansadas de sentirte y no mirarte? ¿Quién asiste las intermitencias de las velas que encendiste? como el mar y las flores Buscas el rocío. Y yo no sabré en que silla, cama o armario sembraste el corazón de un instrumento violines violas y grillos. Toco el aire casi como en un gesto de desobediencia a la muerte. Cuando me falta el sueño y entro a tu casa sin pedir perdón por molestarte tan tarde. Hay personas que hacen milagros Nubes y polvo en simulaciones emocionales según el deseo de la incertidumbre. Como sentir angustia en el tiempo libre como arrancar melodías de tu recuerdo enigmático como ver volar un ave, y palparse sin saber de fiebres ¿Quién lleno de música los platos vacios? …el loco Odontólogo de pianos.
Prof. Daisy de Rosas, Especialista en Literatura
La metáfora en la poesía de Gorquín Camacaro El poema Disfonía armónica es de la creación del poeta caroreño y profesor universitario Gorquín Camacaro. Forma parte del poemario De la ternura y otras esencias. Cabe destacar, en este poemario, la originalidad y diversidad de una temática con una configuración de la cual se originan textos abiertos, cerrados, progresivos, suspensivos, conclusivos, paralelísticos, alternantes… Temas como la muerte, la música, el amor, la cotidianidad, entre otros, son desarrollados en un discurso que denota sensibilidad creadora; elaboración de un lenguaje literario en verdadera función poética, con el empleo de figuras retoricas que ocultan percepciones captadas al instante. Son poemas breves. Son textos artísticos.
se extravió en las resultas de una tos eterna” (TI), de la metáfora global, emociones sostenidas, son emociones que han permanecido allí en el corazón y en el pensamiento del sujeto lírico. Hay una evocación de tristeza y nostalgia. El sujeto lírico siente nostalgias de oír nuevamente un do de pecho de un destinatario oculto pero a la vez sobreentendido. Un do de pecho es una expresión que se materializa en la nota Do, es una sonoridad muy profunda y fuerte. Emociones sostenidas en nostalgias de un do de pecho (TI) es una metáfora in absentia, creacionista o surrealista. Hay absoluta traslación de sentido. Ausencia del TR. Presencia del TI. Se aprecian emociones y sentimientos que no sabemos si se dan en el destinatario o en el yo lírico (hablante lírico), por esto la ambigüedad del verso es notoria. Esas emociones y sentimientos, condiciones psicológicas del yo, evidencian la función emotiva del lenguaje.
El poema Disfonía armónica es una muestra del discurso poético de este autor. Dice así: Emulaciones pavaróticas arengaron/ emociones sostenidas en nostalgias de un do de pecho/ que se extravió en las resultas de una tos eterna/ La ronquera truncó el silencio atento del cielo/ Los ángeles derramaron lágrimas/ Que se extravió en las resultas de una tos eterna (TI) es una cuando la desarmonía alteró el tímpano santo./ y Polimnia a la espera de otra serenata vital/ para orar en secreto los acordes de metáfora irracional; sin base lógica, de segundo grado –presupone otra anterior, de la cual depende su sentido. La su sangre metafórica./ dependencia está dada por el relativo que. El do de pecho se Es un texto hermético. Pleno de metáforas. De gran elaboración. perdió en la inmensidad de la muerte. Oscuridad. Ininteligibilidad. En un discurso complejo refulgen como brillantes, metáforas Tos eterna implica muerte, remite a la infinitud. Lo eterno es creacionistas entre otras. Atmósfera de tristeza, impregnada de inherente a lo divino, a la temporalidad de lo infinito, también de lo sentimientos de muerte y de nostalgia. Sobre la base de una que ha fenecido. Tos eterna es una metáfora hiperbólica, inconmensurable. estructura muy compleja, estamos ante un discurso plurívoco. A la luz del análisis literario, en un primer fragmento desde emulaciones hasta tos eterna, tenemos una metáfora verbal in praesentia. La incidencia está en el verbo. Un esquema sublingüístico revela una equivalencia entre emulaciones pavaróticas y la voz fuerte y profunda de Pavarotti. Esta relación sustantivo-adjetivo remite a la existencia de un modelo a imitar. Implica modelización. La voz de Pavarotti es de gran inspiración para el hablante lírico. Trasciende un deseo de imitar ese modelo. Es una metáfora global, múltiple, de dos términos: “emulaciones pavaróticas” es el término real (TR); “arengaron emociones sostenidas en nostalgias de un do de pecho que se extravió en las resultas de una tos eterna” es el término imaginario (TI). La traslación de sentido de la forma verbal arengaron parte del significado de arengar, vocablo propio del discurso militar, el cual es el de animar al ejército, a la tropa, en una determinada situación bélica o no. En emulaciones pavaróticas y en arengaron hay dos campos sémicos, con rasgos o semas distintos, sin embargo hay uno, el de animar o exaltar, que es común a ambos campos y es el que permite la traslación de sentido. La voz de Pavarotti entusiasma y lo anima al sujeto lírico.
La ronquera truncó el silencio atento del cielo (TI). Metáfora verbal, creacionista o surrealista. In praesentia. Sin correspondencia con la realidad. Sin logicidad. Trastrocamiento. No es el uso de la lengua natural. Acercamiento de niveles terrestre y celeste. La ronquera irrumpe en la bóveda celestial y la afecta. Esa ronquera es la agonía de alguien importantísimo pues el cielo estaba atento. En esta metáfora se inserta otra: el silencio atento del cielo, irracional, también metáfora creacionista o surrealista. Los ángeles derramaron lágrimas, es una metáfora verbal, visionaria, surrealista. Se completa con esta otra: cuando la desarmonía alteró el tímpano santo. Se produjo un caos fónico, se desordenó la armonía y ello alteró el tímpano de los ángeles. Conmoción celeste por causa humana. No tiene lógica. Metáfora verbal, creacionista o surrealista.
Y Polimnia a la espera de otra serenata vital (TI)/. Polimnia es una de las nueve musas. Presidía los cantos y los himnos en honor de los dioses, también la oratoria y el ditirambo. Deseosa de otra serenata esperaba para inspirar ese canto. Metáfora creacionista. En “emociones sostenidas en nostalgias de un do de pecho/ que Se reza o se ora con oraciones, no con acordes. Para orar en 35
secreto los acordes de su sangre metafórica (TI) es metáfora múltiple, creacionista. El (TI) sin base lógica. No hay relación de semejanza con la realidad. Los acordes de su sangre metafórica es una metáfora nominal de construcción con el genitivo. Ambigüedad en sangre metafórica, puede referirse a la sangre de Polimnia o a la de ese alguien importantísimo. También sangre metafórica es una metáfora. El texto es una narración lírica. Una tercera persona gramatical es el narrador de acciones ejecutadas por entes no personales, de naturaleza psicológica (emulaciones, emociones), fisiológica (tos, ronquera, elementos antipoéticos), religiosa (ángeles), mítica (Polimnia). A estos entes se les ha asignado propiedades de seres humanos (metagoge). Ellos por sí mismos no se manifiestan. El sujeto lírico (él, tercera persona) no sabe mucho de los personajes, (entes en este caso). Ve los hechos. Relata o describe desde fuera de los actantes, cuyos pensamientos o sentimientos los desconoce casi todos. Es una visión objetiva desde una focalización externa. El lenguaje está en función referencial en parte, por ello hay un menor grado de subjetividad. Sin embargo hay una gran carga afectiva que se puede apreciar en el uso de adjetivaciones, metáforas y otras figuras retóricas, por lo que
podemos afirmar que predomina la función poética. Es un discurso desautomatizado, plurívoco, polisémico, ambiguo, de estructura compleja. No es el uso de la lengua natural. El poema sugiere una imagen etérea, distorsionada, fantasmal, difusa, desdibujada. Por su configuración temática es un texto cerrado, progresivo. El tema y el texto van tomando forma conjuntamente. Hay un desenlace o conclusión. El título del poema –“Disfonía armónica”- es irracional. Disfonía se refiere a un trastorno de la fonación. El prefijo griego dis significa imperfección, dificultad o anomalía. Una disfonía no puede ser armónica. Hay distorsión al emitir los sonidos vocálicos. El adjetivo armónica está calificando a ese sustantivo como pleno de armonía, lo cual es contradictorio. El recurso literario acá empleado es el oxímoron, figura retórica de pensamiento, lógica, según la cual se unen palabras de sentido totalmente opuesto (dos palabras o dos frases). Es una especie de antítesis, el oxímoron fue muy empleado por Baudelaire, de ahí sus Fleurs du mal.
La mexicana Guadalupe Nettel, una sobreviviente del reino de los trilobites Son los antepasados de las cucarachas que soportaron cambios La Habana Vieja. "En eso me ayudó Alejandro Robles, un novelista cubano; no de clima, sequías y explosiones nucleares. me inspiré en él para escribir la novela, pero sí en otros amigos y Lejos de los críticos que la consideran una revelación de las amigas de la isla. Los cubanos que conozco son 'luchones', gente letras en idioma español, la escritora mexicana Guadalupe Nettel con capacidad para mantenerse de pie y así es Claudio", comenta. se asume como algo más simple, una sobreviviente de los Hoy su editorial la trata como a una niña linda y a cada rato la detienen en la calle para pedirle autógrafos, sin embargo no trilobites, los pobladores más antiguos del planeta. Son los antepasados de las cucarachas que soportaron cambios siempre se sintió amada. De niña se identificaba con Gregorio de clima, sequías y explosiones nucleares, mutaron para no Samsa, el personaje de Franz Kafka convertido en insecto y perecer y representan un símbolo para la escritora que, según su repudiado por su familia y, si cambió eso, fue por su instinto de desgarradora novela "El cuerpo en que nací" (2011), tuvo una dura trilobite. "¿Si soy feliz? En este momento de mi vida no mucho", dice en infancia en la cual nació su querencia a la soledad. "Vivo en un mundo imaginario y la conozco bien, pero no me un tono que permite imaginarla como un ser escapado de una de enorgullece mi tendencia a la evasión; quisiera estar más sus novelas, pero no suena a lamento. presente, disfrutar la vida. Me da nostalgia lo que me estoy perdiendo", confiesa en una entrevista con Efe la ganadora del EFE Premio Herralde 2014 con la novela "Después del invierno". Este libro cuenta la historia de Claudio, un cubano residente en Nueva York, y Cecilia, una mexicana estudiante en París, cuyos destinos se cruzan en un momento en el que el caribeño tiene una complicada relación con una mujer mayor y ella está involucrada con un vecino de salud delicada. "Esta novela habla de esa dificultad para levantarnos cada mañana con nuestras heridas, nuestras llagas y esas ganas de tirar la toalla que tenemos a menudo; los dos personajes tienen una fuerza de voluntad admirable", asegura la autora de 41 años. Si bien Cecilia tiene mucho de la escritora en sus tiempos de residente en Francia, el carácter autobiográfico de la obra está relacionado más con la perseverancia de Nettel, a quien le rechazaron en casi todas las editoriales su primera novela, "El huésped" (2006), pero no se dio por vencida, se la publicaron y con ella se metió en la final del Premio Herralde. Sentada en un lugar con cierta intimidad, Nettel bebe a pequeños sorbos una limonada; al principio le cuesta trabajo socializar, pero pronto se acomoda, aunque mantiene un aire de lejanía. "Escribo en mi casa o en un café, primero tomo notas a mano, así fluyen las ideas más fácilmente, y ya que tengo certeza de a dónde voy, me paso a la computadora. No tengo horarios; a veces me siento a trabajar a las nueve de la mañana, hago una pausa para comer y termino a las nueve de la noche", revela. En un mundillo de envidias, el de la literatura, Guadalupe es querida por muchos colegas como el escritor mexicano Jorge Volpi, quien califica como única su sensibilidad y su mirada al tratar los personajes, y el colombiano Juan Gabriel Vázquez, emocionado con el mundo personal e intransferible de la narradora, según ha confesado. Si bien posee un talento casi prístino para manejar la prosa, su mejor virtud es quizás su capacidad animal para trabajar concentrada en los detalles como demostró en "Después del invierno", con el vocabulario de Claudio, que maneja con una maestría que hace pensar al lector en una escritora residente en 37
Matarse por amor al poeta español Juan Ramón Jiménez
Publican el diario de la escultora Marga Gil Roësset, 82 años después de su fallecimiento.
Sevilla (España), 23 ene (EFE).- La escultora Marga Gil Roësset tenía 24 años cuando el 30 de julio de 1932, horas antes de pegarse un tiro y acabar con su vida, decidió dejar su diario en casa del poeta Juan Ramón Jiménez quien, al asumir la tragedia, decidió editarlo: "Tu sufrimiento, muerta tú, se ha quedado expandido sobre mí". Aquel diario lleno de frases incompletas, repleto de puntos suspensivos, ha sido publicado ahora, 82 años más tarde, por la Fundación José Manuel Lara con el título de Marga y en la edición que preparó el Nobel de Literatura, según los papeles que dispuso en una carpeta, para homenajear a su joven amiga. En las páginas de su diario, Marga Gil Roesset reflejó la tristeza, la desesperación que sentía por su amor no correspondido por el poeta, que entonces tenía 51 años. "Qué dulce es el amanecer del día último..."; "Ya no quiero vivir sin ti"; "Mi amor es infinito... La muerte es... infinita" son algunas de las frases que Marga, antes de su amarga despedida, anotó en su diario, un documento del que se ignoró su existencia hasta 1997 y que ahora se publica, como quiso Juan Ramón Jiménez, con trazas de homenaje. "...es tan bello lo que escribió y fue tan valiente... que me parece un crimen (matarlo del todo), una falta de humanidad, no dejar en la vida su 'fantasía'", anotó Juan Ramón sobre el proyecto de edición del diario, unos textos que quiso incorporar a su propia obra para que vivieran "eternamente". Marga, que se abre con una semblanza biográfica de Marga Clark, sobrina de Marga Gil Roësset, incluye un breve álbum fotográfico, textos y apuntes de Juan Ramón Jiménez y de su esposa, Zenobia Camprubí, poemas, ilustraciones y recortes de prensa de la época alusivas a la actividad artística de Marga y a su última decisión, como estos titulares: "Suicidio de una señorita: Se encierra, se dispara un tiro en la cabeza y muere instantáneamente. Se ignoran las causas de su fatal resolución". Marga Clark, que dedicó a la figura de su tía la novelaAmarga luz y el poemario El olor de tu nombre, asegura en la introducción a esta edición haberse tomado como una misión en su vida reivindicar y homenajear la memoria de su tía, "puesto que se la mantuvo encerrada en la sombría tumba del olvido 65 años". Hace quince años, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid se celebró una exposición que reunió la obra de Gil Roësset que ha sobrevivido -la propia Marga destruyó algunas de sus esculturas horas antes de quitarse la vida-, 16 esculturas y 80 dibujos y acuarelas. Esa obra plástica le mereció la consideración de niña prodigio con 8 años ilustraba los cuentos que escribía su hermana- y su adscripción a las vanguardias. Una de las tres cartas que Marga dejó antes de acabar con su vida iba dirigida a Zenobia Camprubí, de la que moldeó un busto que se salvó de la destrucción, confesándole su amor hacia su marido y pidiéndole perdón -decía en su carta- "por lo que si él quisiera yo habría hecho". La propia Zenobia escribió cuatro relatos sobre Marga, uno de los cuales decía: "Marga, quiero contar tu historia porque tarde o 38
temprano la contarán quienes no te conocieron o no te entendieron". Carmen Hernández-Pinzón, sobrina nieta de Juan Ramón Jiménez y representante de sus herederos, afirma en el prólogo de esta edición que Marga pasó por la vida de Juan Ramón y Zenobia "como una estrella fugaz, dejando una impronta indeleble y un pozo de amargura difícil de subsanar". "El amor imaginario de la joven fue más fuerte y más profundo que si sus sentimientos hubieran sido correspondidos, y le dio alas a su corazón hasta llegar a límites insospechados", reseña. EFE
Por M. Ángeles Vázquez. La Mirada Malva, asociación cultural
Mujer e independencias Teniendo en cuenta los aniversarios de los diferentes bicentenarios de las Independencias Iberoamericanas que se están celebrando en la actualidad, el Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, la Comisión Nacional para la Conmemoración de los Bicentenarios de la Independencia de las Repúblicas Iberoamericanas, el Ministerio de Cultura, Casa de América y la asociación cultural La Mirada Malva, han organizado el I y II Encuentro Internacional Mujer e Independencias, donde se ha analizado la relevancia del papel de la mujer en este proceso emancipador y, por tanto, en la formación de la nación, a pesar de que en el imaginario histórico su función ha sido ignorada o relegada por los estudiosos a una consideración menor. Tradicionalmente, su presencia en la formación de las repúblicas recién nacidas queda relegada al ámbito privado en su rol de esposas, hermanas o hijas que sirven en la lucha como enfermeras, cocineras o costureras que bordan banderas. En estos momentos de revuelta social los hechos demuestran cómo las mujeres despliegan sus herramientas en defensa de una independencia social y personal. Solo hemos de considerar algunos ejemplos que lo corroboran como el de las Soldaderas en la rebelión del precursor independentista Túpac Amaru en el virreinato de Perú; el de Manuelita Saénz, la mujer intrigante de costumbres varoniles, amante de Bolívar; el de la Generala,
Antonia Nava Catalán en México; el de Policarpa, la Pola, Salavarrieta, que estructura una red de espionaje en su pueblo natal de Guadas, Colombia; o el de María Dolores Bedoya y González de Molina, prócer guatemalteca. Pero esta lucha femenina nos llega también a través de los textos. Así, se analiza la notoriedad de casos como el de la peruana Clorinda Matto de Turner, voz de protesta social indigenista; la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, la escritora más radical del ideario Ellas, órgano oficial del sexo femenino; Flora Tristán, por el fomento de sus ideas de igualdad de acceso a la educación; o a Juana Manso, autora del primer compendio de historia argentina y considerada la primera militante feminista argentina, por citar solo algunos ejemplos. Se trazaron trayectorias, como la que va de textos fundacionales como El carnerode Rodríguez Freyle, hasta Manuela Saénz, la Libertadora del Libertador de Alfonso Rumazo González, en el que se observa de qué manera la historia alimenta la ficción narrativa y sirve de modelo para fijar estereotipos femeninos en distintos periodos. Hemos analizado, por tanto, cómo ha sido tratada la mujer en los textos en Hispanoamérica durante el proceso de independencia, de tal forma que ha posibilitado nuevas formulaciones en torno a la construcción del género femenino.
OBRA SELECTA REÚNE VARIOS TEXTOS Y NOVELAS DEL FILÓSOFO APUREÑO
La obra de J.M. Briceño Guerrero América Latina en el mundo y Discurso salvaje conforman esta primera entrega de la colección José Manuel Briceño Guerrero (Palmarito, 1929 - Mérida, 2014) es considerado uno de los pensadores venezolanos más influyentes de América Latina, uno de los intelectuales más completos y complejos de los últimos tiempos. Su obra también ha sido ampliamente reconocida y difundida en Francia y Alemania. Escritor, filósofo y docente de la Universidad de Los Andes (ULA); su obra es una profunda reflexión sobre la identidad latinoamericana, la búsqueda de sí mismo y el lenguaje; aderezadas con su encanto personal y su inagotable conocimiento de lo divino y humano. Autor de más de una veintena de textos, entre ellos: ¿Qué es la Filosofía? (1962), El Origen del Lenguaje (1970), y El Laberinto de los Tres Minotauros (1994) algunas de sus piezas están bajo el seudónimo Jonuel Brigue; y merecedor del Premio Nacional de Ensayo en 1981 y del Nacional de Literatura en 1996. En el 2008 estuvo nominado al Premio Nobel de Literatura. Estudió "Lengua y civilización francesa" en la Sorbona, Francia, se doctoró en Filosofía en Austria, allí conoció a Albin Lesky (Historia de la literatura griega), indagó en el Marxismo en la Universidad de Lomonosov, Rusia y cursó "Filosofía y teología de la liberación" en Granada, España. El también fundador del "Seminario de Mitología Clásica" de la Facultad de Humanidades y Educación de la ULA, dio sus primeros pasos como docente en el año 1952, en el área de Idiomas, dominaba el griego, latín, hebreo, francés, inglés, alemán, ruso, italiano y portugués. El libro Dios es mi laberinto (La Castalia), en el que plantea las búsquedas espirituales, fue el último que publicó, salió al mercado en 2013. "Este libro es un mapa que nos ayuda a dibujar otro mapa que desdibujamos cada día en el intento por hacer nuestras las búsquedas esenciales de la vida", explicó Briceño Guerrero durante la presentación de la pieza en Mérida. La fundación homónima del escritor recientemente ha recopilado en cinco tomos la obra del apureño nacido el 6 de marzo de 1929 en Palmarito. La primera entrega: Obra Selecta J.M. Briceño Guerrero, ya en librerías, está conformada por Amor y terror de las palabras, novela autobiográfica que invita a observar la vida a través de las palabras;Anfisbena, culebra ciega, donde explora los límites de la palabra escrita; AméricaLatina en el mundo; y Discurso salvaje.
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El País semanal POR QUÉ ESCRIBO
Jesús Ruiz Mantilla
Algunos llegaron a la literatura por vocación, por el placer de la lectura y para emular a los autores que admiraban, ahora crean por necesidad vital o simplemente lo hacen por dinero. Cincuenta autores de renombre nos desvelan los secretos de su obra, los motivos por los que dedican sus vidas a la escritura. En el principio fue el verbo... Así lo recoge San Juan en su Evangelio. La palabra que conforma el mundo, el nombre que lo explica todo. Puede que no fuera tal, puede que antes del verbo existieran cielos, mares, noche, día, estrellas, firmamento. Pero si nadie sabía cómo nombrarlos, no eran nada, absolutamente nada. Así que al principio fue el verbo, como bien dejó escrito Juan. Y a ese verbo bíblico le siguió la épica de Homero, la duda de los filósofos, la intemperie y el poder de los dioses, el amor y la guerra que nos relata la Ilíada y después el delirio del Quijote y luego la soledad de Macondo. La noticia en otros webs webs en español en otros idiomas “Nunca me lo he preguntado y no creo que tenga interés”(Eduardo Mendoza) “Si supiese por qué escribo, tal vez no escribiría”(Jorge Semprún) “Es el centro de lo que hago, no concibo la vida sin la escritura”(Mario Vargas Llosa) “Es fantástico dedicarse a algo que uno sabe hacer bien”(Ken Follet) Puede que después de episodios narrados como aquellos no hiciera falta nada más. Pero a los clásicos, que montaron todos los cimientos del templo, siguieron más generaciones -"el eslabón en la cadena ininterrumpida de la tradición", de la que alerta VilaMatas-, algunas nuevas preguntas para cada era, nuevos problemas y por tanto conceptos nuevos, palabras nuevas. Detrás de su registro se escondía un escritor. ¿Por qué? ¿Por qué escribir? ¿Para qué nombrar? ¿Para qué contar? Para entender. Para amar y que te amen. Para saber, para conocer. Por miedo, por necesidad, por dinero. Para sobrevivir, porque no todo el mundo sabe bailar el tango, ni jugar bien al fútbol. Por costumbre, para matar la costumbre, por vivir otras vidas y revivir las propias. Por dar testimonio, porque no se sabe bien escribir, confiesa John Banville. Porque leyeron, padecieron y miraron cara a cara a la muerte. Porque el verbo provoca desasosiego en Nélida Piñón, porque no se elige, como un amor, añade Amélie Nothomb. Por ser el masoquista que uno lleva dentro, aduce Wole Soyinka, por los arroyos y los torrentes de los libros leídos, cuenta Fernando Iwasaki, como forma de existencia, según Elvira Lindo. "Una manera de vivir", que dice Vargas Llosa parafraseando a Flaubert. Para sentirse vivo y muerto, proclama Fernando Royuela, igual que uno respira, suelta entre interrogaciones Carlos Fuentes. O para sobrevivir a ese fin, "a la necesaria muerte que me nombra cada día", testimonia Jorge Semprún. La escritura es dolor y placer. Como el cuento, como la retórica aristotélica, se arma, se aprende. Principio y fin. Antes que nada 41
vino el verbo, lo deja claro San Juan. También lo sabía Kafka. Pero el escritor checo pregunta: ¿Y al final? Quizás silencio, como interpreta de su obra George Steiner, con buen tino, oliéndose el apocalipsis de la destrucción europea. Como testimonio también se mete uno entre papeles. Por el mismo motivo que Ana Frank comenzó a organizar su diario. O que la poeta rusa Anna Ajmatova, cuando se pasó 17 meses en las filas de las cárceles de Leningrado para ver a su hijo, respondió a una mujer que la reconoció y le preguntó si podría describir aquello que sí, que lo haría. "Entonces", dice Anna en Réquiem, "una especie de sonrisa se deslizó por lo que alguna vez había sido su rostro". Eso fue suficiente motivo. La emoción de la verdad, la justicia de dejar constancia. Para que otros quizás lo apliquen a su presente, para que no se vuelva a repetir. Pero Anna Ajmatova confesó además que escribía por sentir un vínculo con el tiempo. También lo hizo por amor, por miedo al amor, por desgarro. En honor a las musas, como Shakespeare, "ese goloso de las palabras", a juicio de Steiner, en sus Sonetos: "Mi musa por educación se muerde / la lengua y calla mientras se compilan / elogios que te visten de oropeles/ y frases que las otras musas liman". Una pieza que acaba con toda una declaración de intenciones y una respuesta al gran asunto de la escritura: "Si a otros por sus dichos los respetas, / a mí, por lo que pienso, que es mi letra". Al principio fue el verbo. Pero Shakespeare o Cervantes lo enaltecieron, lo igualaron a la medida de Dios. Porque exploraron todos los delirios y las pasiones de sus criaturas. ¿Por qué escribir? Para emularlos, sin más, podría ser. "Para parecerme a Espronceda", como suelta Caballero Bonald. Escribir porque se medita, como Descartes, como Chesterton, cuya obra nos envuelve en una paradoja sin fin. Para adentrarse en los laberintos y no necesariamente querer salir de ellos, como Borges. "Porque estamos aquí, pero querríamos estar allí", dice Antonio Tabucchi. Por emular la infancia, cuando la niña Almudena Grandes enmendaba la plana a los finales que no le gustaban, por volver a inventar historias de indios, vaqueros y pitufos, dice David Safier, porque a la hora de hacerlo, "disfrutar es una palabra que se queda corta", confiesa Ken Follet. Para fijar la memoria, una forma de "hacer surgir los recuerdos y las imágenes", cuenta Álvaro Pombo. Para volver a vidas anteriores, a las lecturas y los tumbos que cada uno lleva en la mochila, según Arturo Pérez-Reverte. Como vicio solitario, describe Héctor Abad Faciolince, porque uno no se encuentra bien, asegura Juan José Millás. Por afición o por aflicción, que dice Gonzalo Hidalgo Bayal. O porque le gustaban las redacciones en el colegio, como descubrió Antonio Muñoz Molina. Y hasta hoy. La palabra es agua y cada historia, el río que las lleva. El escritor es quien domina la corriente, como hicieron Dostoievski, Balzac, Galdós, Clarín, Dickens, Flaubert, Tolstoi, que siguió la estela épica de Homero como nadie. O contracorriente, como luego vinieron a hacerlo Marcel Proust, James Joyce, Valle-Inclán. Sin duda, hay que enfrentarse a ello, como dice Josep Pla en su Diccionario de Literatura, "con temperamento". O con el empeño
de conocerse, a la manera de Montaigne y los grandes memorialistas posteriores del siglo XVIII, entre la verdad y la exageración pero con talento, como Casanova. El juego, la tortura de la palabra también es lícita. Pero eso es más cometido de los poetas, como admitía Jaime Gil de Biedma. Para él, escribir era "erosionar el idioma en la forma que el idioma lo admite". Es decir, maltratar el verbo, fustigarlo, estrangularlo. Pero para resucitarlo después, como el Evangelio. A lo largo de la historia, el escritor ha visto crecer Babel y ha contribuido a entenderlo. Pero hubo también un tiempo, en el siglo XX, que lo aniquiló, que se arrojó al apocalipsis con la II Guerra Mundial. Disfrutemos en esta nueva era. Todos los motivos, todas las respuestas que se les ocurran a quienes deben contar nuestra historia son válidas. Héctor Abad Faciolince Porque mi cerebro se comunica mejor con mis manos que con la lengua. Porque el papel es un filtro, una coraza, entre mis palabras y los ojos del otro. Porque me odio menos escribiendo que hablando. Porque mientras escribo puedo corregir, escoger una por una las palabras y nadie me interrumpe ni se desespera mientras las encuentro. Por un ameno vicio solitario. John Banville Escribo porque no sé escribir. Un periodista le preguntó una vez a Gore Vidal por qué escribió Myra Breckinridge, a lo que contestó: 'Porque no estaba ahí'. Fue una buena respuesta. Poner algo nuevo en el mundo es un privilegio que no se le concede a mucha gente. Y además, la realidad no es real para mí hasta que no se haya pasado por el tamiz de las palabras. Por eso, supongo que escribo con el fin de imaginarme la realidad totalmente real. El arte crea la vida, dice Henry James, y así es. Felipe Benítez Reyes Si a alguien le preguntan por qué escribe, lo normal es que recurra a una frase más o menos ingeniosa, y casi todas las frases ingeniosas contienen un grado oscilante de falsedad, porque el ingenio suele implicar una ligera alteración del sentido en beneficio de la formulación misma. No sé por qué escribo, ni tampoco tengo demasiado interés en saberlo. En este caso, me preocupa más el cómo que el porqué. La pregunta me parece ociosa, de modo que cualquier respuesta posible no pasaría de ser una pirueta truculenta en el vacío. Aunque -quién sabe- a lo mejor escribe uno para eso: para obtener respuestas sin el requisito de una pregunta previa y, sobre todo, para ensayar piruetas truculentas en el vacío, que es un territorio literario bastante fértil. John Boyne Como la mayoría de los escritores, no escribo porque lo haya elegido; escribo porque tengo que hacerlo. Escribo porque estoy tratando de entenderme a mí mismo, mi vida, la razón por la que nací, la explicación de por qué moriré, y descubro que solo puedo hacerlo entrando en un universo habitado por personajes que nacen de mi imaginación. Escribo porque las historias entran en mi mente y me niego a irme hasta que no escribo 26 letras en el teclado y las envío a una pantalla ante mis ojos. Escribo por Charles Dickens. Y por George Orwell. Y John Irving. Y Colm Toibin. Escribo porque me encanta la sensación de tener un libro en mis manos y un libro en mi cabeza. Escribo porque me encantan las palabras. Escribo porque leo. Escribo porque siempre quiero saber qué ocurrirá a continuación. José Manuel Caballero Bonald Empecé a escribir porque quería parecerme a Espronceda. Ya lo he contado por ahí alguna vez. Un día encontré en mi casa familiar una biografía del poeta y quedé fascinado por alguien que murió con 33 años y había vivido las grandes aventuras: fundó una sociedad secreta, sufrió persecuciones y cárceles, anduvo 42
exiliado en Lisboa y Londres, combatió en las barricadas de París, fue guardia de corps y diputado, vivió amores difíciles, luchó heroicamente contra el absolutismo, etcétera. Pues bien, como yo no podía emular a Espronceda en tantas y tan singulares hazañas, elegí lo que me resultaba más factible: ejercer de insumiso y escribir poesía. Luego, con los años, la afición por la lectura me fue activando una discontinua dedicación a la escritura. Y así hasta hoy. Andrea Camilleri Escribo porque siempre es mejor que descargar cajas en el mercado central. Escribo porque no sé hacer otra cosa. Escribo porque después puedo dedicar los libros a mis nietos. Escribo porque así me acuerdo de todas las personas a las que tanto he querido. Escribo porque me gusta contarme historias. Escribo porque me gusta contar historias. Escribo porque al final puedo tomarme mi cerveza. Escribo para devolver algo de todo lo que he leído. (Traducción de Carlos Gumpert) Luisa Castro La escritura para mí es una rendición. No soy una escritora con método; se me caen muchas cosas de las manos. Solo progresa la escritura que previamente se ha ido gestando dentro de mí, a veces contra mí. Escribo para conocer esos relatos, para descubrirlos. Me los cuento a mí misma. Me asombro, me indigno, me río, lloro y pataleo. No me siento dueña de mis relatos, tienen vida propia, son autónomos y más poderosos que yo. No me identifico con ellos, no comparto sus ideas, ni su visión del mundo. Se producen en mi cabeza sin mi permiso, y cuando los suelto es porque me han vencido. No hay otra razón. Lucía Etxebarria 1. Para que me quieran más como Bryce Echenique. 2. Porque cada vez que alguien me dice " tus libros me han ayudado mucho, por favor sigue escribiendo", me da una razón para hacerlo. 3. Para entenderme a mí misma. 4. Porque disfruto mucho haciéndolo. 5. Porque al colocar a personajes en situaciones que simbólicamente pueden representar aspectos de mi vida, y conseguir que salgan airosos de ellas, de alguna forma me salvo a mí. 6. Para darles voz a personas cuyas historias nadie escuchaba 7. Porque es como enviar un mensaje en una botella: creo que quizá le llegue a alguien a quien no conozco, pero que lo entenderá. 8. Porque siempre lo he hecho, porque es natural en mí, y porque es de las cosas que mejor hago, amén de dibujar, cocinar, hacer el amor y organizar fiestas. 9. Porque es una forma rentable y efectiva de exorcizar neurosis. 10. En parte, porque me pagan. Escribo por amor, publico por dinero. Por esa razón, no publico ni la mitad de lo que escribo. Umberto Eco Porque me gusta. Ken Follet Cuando me levanto por la mañana en lo primero que pienso es en escribir la próxima escena de mi libro. Es con lo que más disfruto. Es fantástico dedicarse a algo que uno sabe hacer bien. Disfruto escribiendo pero "disfrutar" es una palabra que se queda corta. El acto de escribir me apasiona. Envuelve todo mi intelecto, mis emociones y comprende lo que sé del mundo y de cómo funciona el ser humano. Todo forma parte del reto de hechizar a mis lectores. Mi trabajo me absorbe de forma total. Carlos Fuentes ¿Por qué respiro? Almudena Grandes Cuando era pequeña y leía un libro que me gustaba mucho, me inventaba a solas, para mí sola, otro final, la continuación que su
autor no había querido escribir. Todavía ahora, cuando no puedo dormir, me cuento historias, las pienso, las repaso, las describo en silencio, con los ojos cerrados, hasta que me quedo dormida. No estoy muy segura -dudo que alguien pueda estarlo-, pero creo que escribo porque siento una necesidad insuperable de escribir. Para mí, la escritura es un impulso que no se define por sus resultados, sino por su naturaleza necesaria, algo parecido al hambre o la sed, que pueden proporcionar mucho placer, si se sacian, o mucho sufrimiento, si persisten, pero nunca dejan de ser dos necesidades, el hambre y la sed. Mark Haddon Ficción, poesía, teatro, pintura, dibujo, fotografía... en realidad eso no importa . Un día que no consigo hacer alguna cosa, por pequeña que sea, me parece un día desperdiciado. Una semana sin crear algún tipo de arte me resulta sumamente dolorosa. A veces puede parecer una bendición ser así, saber con tanta certeza lo que quiero hacer. Pero a menudo es un sufrimiento porque saber lo que quieres no es lo mismo que saber cómo hacerlo. Podría haberme dedicado a cualquier otra cosa salvo que no me siento en condiciones para ello. Odio que me digan lo que tengo que hacer y cuándo tengo que hacerlo y, aunque disfruto en compañía, necesito pasar varias horas al día solo, únicamente pensando. Por eso nunca he conseguido conservar un "auténtico" trabajo durante más de seis semanas. ¿Por qué escribo? La única respuesta es porque no puedo hacer otra cosa. Gonzalo Hidalgo Bayal "Por afición, por aflicción", escribí alguna vez. Por afición, porque es inclinación, necesidad, perseverancia y distracción. Por aflicción, porque solo el dolor y sus numerosas circunstancias proporcionan suficiente materia literaria in hac lachrymarum valle. En la afición se centra la relación con el lenguaje, que es, cuanto más intensa, más grata y divertida. La aflicción obliga, en cambio, a la búsqueda del sentido, si es que algún sentido tienen las desventuras de los hombres. Y, en fin, como antídoto contra el sinsentido y las sinrazones de la trama, tal vez también para no caer en las vanidades de la trascendencia, el virtuoso ejercicio de un séptimo sentido: el sentimiento del humor. Fernando Iwasaki Escribo porque leo y gracias a la lectura nacen arroyos y afluentes del torrente de libros leídos. Escribo porque creo en la austera inmortalidad de la palabra escrita y en las bibliotecas como paraísos laicos. Escribo porque es el más poderoso acto libertario que conozco. Escribo porque el hechizo de la literatura es fulminante y a mí me hace ilusión ser aprendiz de aquellas magias. Escribo porque mis padres y mis hijos se alegran cada vez que alguien les cuenta que ha leído algo mío. Escribo porque contar historias es el oficio más antiguo del mundo. Escribo porque dedico todos los libros de ficción a mi mujer y así -mientras siga escribiendo- ella sabrá que la sigo queriendo. Use Lahoz Es una pregunta trampa en cuya respuesta se funden el placer y la necesidad. Supongo que escribo porque adoro las sorpresas y vivir con intensidad. Nada hay más inalcanzable que lo vivido, y la escritura incluye a veces la quimera de atrapar el pasado junto a la posibilidad de soñar despierto. Trae implícita la aventura de revivir, de combatir el paso del tiempo. Escribir ayuda a comprender y a ordenar el desorden. Escribir equilibra. Escribo para encontrar sentido al
sinsentido, y porque me permite sentir el placer de contar la realidad y lo que imagino. Y también porque en el acto de escribir interviene la memoria, la experiencia y la imaginación, bienes a proteger. Escribo para reflexionar y pensar y darle vueltas a la vida de personajes siempre más interesantes que la mía. Y disfrutar del placer de la ficción, que es adictivo y que, como la realidad, no tiene límites. Escribo por supuesto para combatir el aburrimiento y pasarlo en grande. Para un escritor vivir, fundamentalmente, es escribir. Escribo para estar en paz conmigo mismo, por aquello que decía Machado de "yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas". Escribo porque conmueve y perdura, cada novela es la primera. Además es bastante barato. En fin: escribo porque aprendo, y así, a veces, parece que siga estudiando. Donna Leon Al principio, con los primeros libros, escribía para ver si podía hacerlo. Nunca había escrito un libro antes. Se me ocurrió la idea de escribir uno y por eso lo intenté. Después de todo, había leído muchos libros, por eso me parecía que el siguiente paso era escribir uno. Al final, resultó ser bastante más que un paso, pero a lo largo del proceso, resultó que escribir un libro era muy divertido. Y por eso ahora, después de 20 años haciéndolo y de 20 libros, lo hago porque es divertido. Los personajes hacen lo que les digo que hagan; la realidad se puede cambiar para adaptarla a mis necesidades; si alguien muere, lo puedo resucitar al día siguiente; si hay un problema social que me indigna, puedo hacer que un personaje exprese una opinión. No es necesariamente mi opinión pero normalmente es una opinión firme. Supongo que también hay un elemento de vanidad en ello. En una cena, todos queremos que presten atención a nuestras ideas, ¿no es cierto? Pero los buenos modales mandan que compartamos la conversación con los demás. Pero en un libro, nuestro libro, nosotros los escritores podemos seguir -bla, bla, bla- sin parar, y nunca tenemos que interrumpirnos para dejar hablar a nadie más. Elvira Lindo "Escribo desde los nueve años. Desde muy joven empezaron a pagarme en la radio por guiones, cuentos y sketches. A los 31 años comencé a escribir libros. Pensé que escribir era mi oficio hasta que me di cuenta de que se trataba de algo más. Es un oficio pero también una forma de vida. No sabría vivir sin escribir. Todo lo que hago al cabo del día, lo que veo y escucho, lo que me provoca asombro, alegría o desdicha es material para ser contado. Y esa actitud vital, la de formar parte de la comedia humana pero la de ser también espectadora de ella, ese estar fuera y dentro a la vez, me ayuda a asimilar la experiencia de una manera enriquecedora. Escribo todos los días. Cuando no escribo me siento una inútil, así que he llegado a una conclusión radical: nunca podré dejarlo. No sé hacer otra cosa, no sabría vivir de otra manera". Alberto Manguel Porque no sé bailar el tango, tocar un instrumento musical como la celesta o el glockenspiel, resolver problemas de matemáticas superiores, correr una maratón en Nueva York, trazar las órbitas de los planetas, escalar montañas, jugar al fútbol, jugar al rugby, excavar ruinas arqueológicas en Guatemala, descifrar códigos secretos, rezar como un moje tibetano, cruzar el Atlántico en solitario, hacer carpintería, construir una cabaña en Algonquin Park, conducir un avión a reacción, hacer surf, jugar a complejos videojuegos, resolver crucigramas, jugar al ajedrez, hacer costura, traducir del árabe y del griego, realizar la ceremonia del té, descuartizar un cerdo, ser corredor de Bolsa en Hong Kong, plantar 43
orquídeas, cosechar cebada, hacer la danza del vientre, patinar, conversar en el lenguaje de los sordomudos, recitar el Corán de memoria, actuar en un teatro, volar en dirigible, ser cinematógrafo y hacer una película, en blanco y negro, absolutamente realista de Alicia en el País de las Maravillas, hacerme pasar por un banquero respetable y estafar a miles de personas, deleitarme con un plato de tripas à la mode de Caën, hacer vino, ser médico y viajar a un lugar devastado por la guerra y tratar con gente que ha perdido un brazo, una pierna, una casa, un hijo, organizar una misión diplomática para resolver el problema del Medio Oriente, salvar náufragos, dedicar treinta años al estudio de la paleografía sánscrita, restaurar cuadros venecianos, ser orfebre, dar saltos mortales con o sin red, silbar, decir por qué escribo. Javier Marías Como ya he dicho en muchas ocasiones, escribo para no tener jefe ni verme obligado a madrugar. También porque no hay muchas más cosas que sepa hacer, y lo prefiero y me divierte más que traducir o dar clases, que al parecer sí sé hacer. O sabía, son actividades del pasado. También escribo para no deberle casi nada a casi nadie ni tener que saludar a quienes no deseo saludar. Porque creo que pienso mejor mientras estoy ante la máquina que en cualquier otro lugar y circunstancia. Escribo novelas porque la ficción tiene la facultad de enseñarnos lo que no conocemos y lo que no se da, como dice un personaje de la novela que acabo de terminar. Y porque lo imaginario ayuda mucho a comprender lo que sí nos ocurre, eso que suele llamarse "lo real". Lo que no hago es escribir por necesidad. Podría pasarme años tan tranquilo, sin escribir una línea. Pero en algo hay que ocupar el tiempo, y algún dinero hay que ganar. También escribo para eso. Luisgé Martín Cuando escucho a algún escritor explicar las razones por las que escribe pienso que yo también comparto esas razones. Todas. Me siento como un compendio, como uno de esos hipocondríacos que encuentran en sí mismos todos los síntomas de los que oyen hablar. Escribo como terapia psíquica, para ordenar el mundo y comprenderlo, para explicar el mundo a los demás tal como yo lo veo, para cambiar el mundo, para vivir vidas que no he podido vivir, para enmendar la vida que sí he vivido, para curar mis culpas, para pasar a la posteridad, para sobrevivir a la muerte, para sentir, al menos durante un instante, que soy Dios. Pero hace poco, leyendo el discurso de Pamuk en la Academia Sueca cuando recibió el Nobel, encontré una razón que nunca había escuchado así formulada y que me parece formidable: "Escribo porque puede que así comprenda la razón por la que estoy tan, tan enfadado con ustedes, con todo el mundo". Luis Mateo Díez Escribo para disimular la incapacidad de hacer cualquier otra cosa. Escribir no solo me entretiene, también me apasiona y me hace sentir dueño de algo que se contrapone en mi existencia a una cierta inclinación de inutilidad. También escribo, igual que leo, para conocer gente, quiero decir que me siento haciéndolo inmerso en aquel callejón lleno de gente desconocida al que se refería Nemiroski. Siempre hay alguien esperándome, y solo en el relato de la vida encuentro lo más complejo del sentido de la misma. Además, los días en que me quedo satisfecho con lo que acabo de escribir, tengo la convicción de no haber perdido el tiempo. Eduardo Mendicutti También a mí, como a Vargas Llosa, me dicen montones de veces que lo único que sé hacer es escribir. A lo mejor por eso acaban dándome el Nobel. Para todo lo demás, estoy convencido, soy un desastre: para poner ladrillos, para cultivar tomates, para 44
imponer el orden, para correr a pie o en bicicleta aunque sea dopado, para condenar a delincuentes -con lo que a mí me gustan algunos delincuentes- sin que se me parta el corazón, o para defenderlos sin contagiarme... Cierto que, desde hace 30 años, soy bastante bueno como secretario general de una patronal de empresas consultoras, pero con algo tengo que redimirme. Así que escribo. Para inventarme inventando historias, para disfrutar del lenguaje, para compensar la timidez, para sacar los pies del plato, para que me lean. Claro que, según algún crítico y algunos colegas, puede que también para escribir sea una calamidad, pero de eso aún no he llegado a convencerme. Eduardo Mendoza Sinceramente, no lo sé. Nunca me lo he preguntado, ni al principio, que fue espontáneo, ni a lo largo de todos estos años. Hacerlo a estas alturas no creo que tenga interés, ni para mí ni para nadie. No es una respuesta bonita, pero es la que más se aproxima a la verdad. Ricardo Menéndez Salmón Escribo por insatisfacción. Si estuviera satisfecho, me limitaría a "vivir la vida", no a intentar comprenderla mediante la escritura. Claro que al intentar comprenderla, es decir, al escribirla, me doy cuenta de que en realidad la vida resulta incomprensible. Lo cual genera una nueva insatisfacción, la de comprobar que el intento por comprender la vida mediante la literatura lo único que ilumina es la imposibilidad de alcanzar esa comprensión. Pero entonces sucede algo curioso, y es que el hecho de descubrir esa imposibilidad me conmueve, admira e impulsa a escribir más y más. Así, lo que nace como un gesto decepcionado, insatisfecho, acaba convirtiéndose en un acto agradecido, admirativo. De modo que una dolencia (escribo porque soy infeliz; escribo porque soy inconsolable; escribo porque no entiendo lo que me rodea) se acaba convirtiendo en una necesidad (escribo porque no me resigno a ser infeliz, inconsolable e ignorante). Juan José Millás Escribo por las mismas razones que leo, porque no me encuentro bien. Rosa Montero Escribo porque no puedo detener el constante torbellino de imágenes que me cruza la cabeza, y algunas de esas imágenes me emocionan tanto que siento la imperiosa necesidad de compartirlas. Escribo para tener algo en qué pensar cuando, en la soledad tenebrosa del duermevela, por la noche, en la cama, antes de dormir, me asaltan los miedos y las angustias. Escribo porque mientras lo hago estoy tan llena de vida que mi muerte no existe: mientras escribo soy intocable y eterna. Y, sobre todo, escribo para intentar otorgar al Mal y al dolor un sentido que en realidad sé que no tienen. Luis Muñoz Se me amontonan las razones. Son muchas más de lo que luego rinden. Creo que puedo distinguir razones de tipo general y razones particulares. Entre las particulares: -Por darle forma a una emoción concreta, por ejemplo a un pinchazo de belleza que me deja desorientado; el poema es en ese caso un intento de orientación, es la confección de un mapa que sitúa ese pinchazo con sus coordenadas y todo. -Por hacerle un hogar de palabras a uno de esos pensamientos que uno cree que pueden ser salvadores; es como ponerle casa al pensamiento para hacer que viva allí, abrir ventanas, instalarle una cama, un baño, una cocina. -Por ser vulnerable al contagio de otro poema que creo admirable y hacerme la ilusión de que puedo responderle, conversar con él o seguir alguno de sus hilos sueltos. -Por enseñarle a un amigo algo de lo que me sienta
medianamente orgulloso; es cómo decirle mira, he encontrado este trozo de vida, lo he trabajado así, le he hecho esto, aquello, a qué no soy tan desastre. Entre las razones generales, que funcionan sobre todo cuando no estoy escribiendo, o sea, antes y después: -Por querer sentir mi tiempo, el rabioso presente, en el lenguaje. -Por estar enamorado de la capacidad de las palabras por volver a decir la verdad. -Porque escribir es el modo más fiable que conozco para distinguir lo que importa. -Por el sentimiento de libertad que produce, toda esa explanada inmensa que significa escribir. -Por darle forma a seres informes: embriones de voces, sentimientos, sensaciones, ideas. Antonio Muñoz Molina Creo que nunca he pensado mucho en por qué escribo, salvo cuando me han hecho esa pregunta y he tenido que improvisar una respuesta que sonara convincente. Escribo, sobre todo, porque me gusta mucho hacerlo, y me ha gustado casi desde que tengo recuerdos. Me gustaba inventar cuentos, escribirlos y dibujarlos cuando era niño. Me gustaba escribir redacciones en la escuela. Luego empecé a leer novelas de aventuras y me enteré de que todas ellas tenían un autor, que solía ser Julio Verne, y por primera vez me imaginé practicando ese oficio. Después me aficioné a leer poesía y por imitación me puse a escribir versos, siempre muy malos. Cuando tuve una máquina de escribir se me iban las tardes improvisando lo que fuera, por el puro gusto de golpear las teclas: diarios, poemas, obras de teatro. Escribo por gusto y porque me gano la vida escribiendo. Algunas veces disfruto mucho y otras preferiría estar haciendo cualquier otra cosa. Pero en ocasiones en que me he puesto a escribir contra mi voluntad y casi a la fuerza he encontrado cosas que de otra manera no se me habrían ocurrido. También escribo por quitarme la mala conciencia de no haber escrito, o para tener el alivio de haberlo hecho. Me puedo imaginar no publicando, al menos durante largos períodos, pero no me imagino no escribiendo. En el fondo es un vicio, un hábito cotidiano, o una manera de estar en el mundo, como tener afición por la lectura o por la música. Julia Navarro Para mí, escribir es una oportunidad de viajar al mundo de los sueños y de la imaginación; de inventar personajes y de vivir otras vidas; pero también de asumir compromisos, aunque a veces vayan envueltos con el papel del entretenimiento. Andrés Neuman Escribo porque de niño sentí que la escritura era una forma de curiosidad e ignorancia. Escribo porque la infancia es una actitud. Escribo porque no sé, y no sé por qué escribo. Escribo porque solo así puedo pensar. Escribo porque la felicidad también es un lenguaje. Escribo porque el dolor agradece que lo nombren. Escribo porque la muerte es un argumento difícil de entender. Escribo porque me da miedo morirme sin escribir. Escribo porque quisiera ser quienes no seré, vivir lo que no vivo, recordar lo que no vi. Escribo porque, sin ficción, el tiempo nos oprime. Escribo porque la ficción multiplica la vida. Escribo porque las palabras fabrican tiempo, y tiempo nos queda poco. Amélie Nothomb Me preguntan por qué elegí escribir. Yo no lo elegí. Es igual que enamorarse. Se sabe que no es una buena idea y uno no sabe cómo ha llegado ahí pero al menos, hay que intentarlo. Se le dedica toda la energía, todos los pensamientos, todo el tiempo. Escribir es un acto y al igual que el amor, es algo que se hace. Se desconoce su modo de empleo, así que se
inventa porque necesariamente hay que encontrar un medio para hacerlo, un medio para conseguirlo. Arturo Pérez-Reverte Escribo porque hace 25 años que soy novelista profesional, y vivo de esto. Es mi trabajo. Igual que otros pasan en la oficina ocho horas diarias, yo las paso en mi biblioteca, rodeado de libros y cuadernos de notas, imaginando historias que expliquen el mundo como yo lo veo, y llevándolas al papel a golpe de tecla. Procuro hacerlo de la manera más disciplinada y eficaz posible. En cuanto a la materia que manejo, cada cual escribe con lo que es, supongo. Con lo que tiene en los ojos y la memoria. Muchas cosas no necesito inventarlas: me limito a recordar. Fui un escritor tardío porque hasta los 35 años estuve ocupado viviendo y leyendo; pateando el mundo, los libros y la vida. Ahora, con lo que eché en la mochila durante aquellos años, narro mis propias historias. Reescribo los libros que amé a la luz de la vida que viví. Nadie me ha contado lo que cuento. Nélida Piñón Yo creo con la esperanza de que la narrativa jamás me abandone, de que siga estando en todas partes. De que como compañera de mis días, irradie los caprichos humanos, los intersticios del misterio, frecuente en los puntos cardinales de mi existencia. Escribo porque el verbo provoca en mí desasosiego, afila los mil instrumentos de la vida. Y porque, para narrar, dependo de mi creencia en la mortalidad. Con la fe en que una historia bien contada me arrebate las lágrimas. Sobre todo cuando, en medio de la exaltación narrativa, menciona amores contrariados, despedidas hirientes, sentimientos ambiguos, despojados de lógica. Escribo, en conclusión, para ganar un salvoconducto con el que deambular por el laberinto humano. (Traducción de Carlos Gumpert) Álvaro Pombo Pienso en el pequeño cementerio de Londres, a unos diez minutos a pie de Paddington Green, donde robé un perro feo, de cemento, del sepulcro de una dama ahí enterrada. Al venir a Madrid, abandoné ese perro a su suerte en el Flat A, que era el top flat con una cocinita y un cuarto de baño. Escribir esto, ¿es escribir, o no? Es, desde luego, un modo de hacer surgir los recuerdos y las imágenes distinto del modo normal: un modo prefabricado, artificiado, que desea causar un efecto imborrable al menos en mi alma y luego en la de un lector o un millón, si es posible. Y también es un intento de expresar el ser, el Dios, en la claridad del ser-ahí que era yo en aquel entonces, al borde de la nada. Querer decirlo era querer estar más cerca del ser que lo corriente. Aún no sé si estoy en lo cierto. Hablar es inmediato, como respirar. Escribir, mediato como el respirar del pranayama. Benjamín Prado Yo escribo por una sola razón: para divertirme, para entretenerlos, para aprender, para enseñarles, para que sea cierto que "escribir es soñar / y que otros lo recuerden / al despertar", para que no me olviden, para que no nos callen y, en primer lugar, porque no podría no hacerlo. Soledad Puértolas Las alegrías de la vida te desbordan. El dolor y la pérdida te superan y hunden. El tedio y la monotonía pueden resultar aniquiladores. Cuando escribo, estoy fuera de esa realidad. He entrado en otra donde sí es posible buscar un sentido, incluso vislumbrarlo. La soledad, que tantas veces se ha hecho insoportable, se hace ligera y deseable. El estado perfecto. Hay metas, humanidad, sentidos. Hasta cabe la risa, el gran regalo. 45
En la vida, el dolor ahoga y la risa es efímera. En el texto, se produce una transformación que la inteligencia no puede explicar. Nos sumergimos en el dolor sin llegar a morir, conquistamos la distancia. Observamos, podemos emocionarnos, escoger, aventurarnos. La incertidumbre de la narración resulta más segura que las certezas de la vida. La palabra se hace enteramente nuestra. Santiago Roncagliolo Debería decir que escribo porque no sé hacer nada más: no sé montar bicicleta, llevo un año tratando de sacarme el carné de conducir, no entiendo las declaraciones de Hacienda y, cuando se estropea el ordenador, la única solución que se me ocurre es llorar hasta que se arregle solo. Pero intentaré una respuesta más profunda: Creo que la realidad no tiene ningún sentido. Las cosas pasan a tu alrededor de una manera errática, a menudo contradictoria, y un día te mueres. Las cosas en que creías dejan de ser ciertas de un momento a otro. En cambio, las novelas tienen un principio, un medio y un desenlace. Los personajes se dirigen hacia algún lugar, la gloria, la autodestrucción o la nada, y sus acciones tienen consecuencias en ese camino. Escribo historias para inventar algo que tenga sentido. Pero además, escribir -como leer- te devuelve a la realidad mejor equipado para vivirla, con una comprensión mayor de lugares, personajes o sentimientos que no habrías visitado de otra manera. Y en ese sentido, no hace que la realidad sea más sensata, pero sí la vuelve un poquito mejor. Fernando Royuela Escribo por perplejidad. Tengo serias limitaciones para entender al ser humano y mediante la escritura las intento mitigar. La literatura es un vehículo fantástico para observar la realidad y descifrarla. Las palabras son los ojos del escritor. Escribir es saber mirar. Escribo para explicarme un universo inexplicable. Escribo para crear y descreer. Mediante la escritura invoco a los hombres y sacrifico a los dioses. Me río. Busco la belleza, también el horror porque escribir es descender a los infiernos y no salir indemne. Escribo para seducir, para subvertir, para sentirme vivo y muerto, para llorar, amar y maldecir. Escribo para no tener que aguantarme, para negar el mundo, para huir. Escribo porque me da la gana y me lo puedo permitir. David Safier ¿Se acuerda de cuando era niño y jugaba? ¿Inventando historias disparatadas con figuritas de indios, vaqueros o pitufos? ¿O simplemente imaginando en la bañera que era el capitán de un barco pirata que buscaba un tesoro en medio de la tormenta? ¿Se acuerda de cómo se sentía cuando jugaba con otros niños en la calle y vivían increíbles aventuras haciendo de exploradores, cazadores o agentes secretos, luchando contra dinosaurios, monstruos o supermalos que querían destruir la tierra con rayos mortales? Pues bien, todo eso es lo que yo hago todavía. Jugar con mi imaginación. Cada día de mi vida. Y lo seguiré haciendo hasta que me muera. O me vuelva loco. Es lo que me gusta. Y por eso escribo. ¡Hay alguna otra cosa mejor! Jorge Semprún Si lo supiese, tal vez no escribiría. Quiero decir, si lo supiera con certeza, si a cada momento pudiese proclamar taxativamente, sin vacilar, por qué escribo, y para qué, para quién o quiénes, si así fuera, tal vez no escribiría. O sea, que escribo, en cierta medida, para encontrar respuestas al porqué. Escribir no es un acto reflejo, ni una función natural. No se escribe como se come o se ama. No se agota en el hecho de escribir el portentoso, o doloroso, o lo uno y lo otro, milagro de la escritura. No se agota, al escribir, el deseo inagotable de la escritura. Tal vez porque sea ésta la mejor forma de sobrevivir. ¿Por qué escribo? Tal vez para sobrevivir a la muerte, la necesaria muerte que me nombra cada día. 46
Wole Soyinka Hace varios años, participé en esta misma experiencia con el periódico francés Libération. En aquella ocasión contesté: "Supongo que por el ser masoquista que llevo dentro de mí". Desde entonces, no he tenido ningún motivo para cambiar mi respuesta. Antonio Tabucchi Preferiría formular la pregunta así: ¿Por qué se escribe? Hace tiempo, cuando era joven, escuché a Samuel Beckett responder: "No me queda otra". Las respuestas posibles son todas plausibles pero con un punto de interrogación. ¿Escribimos porque tememos a la muerte? ¿Por qué tenemos miedo de vivir? ¿Por qué tenemos nostalgia de la infancia? ¿Por qué el tiempo pasado corrió deprisa o porque queremos detenerlo? ¿Escribimos porque a causa de la añoranza sentimos nostalgia, arrepentimiento? ¿Por qué queríamos haber hecho una cosa y no la hicimos o porque no deberíamos haber hecho algo que hicimos y no debíamos? ¿Por qué estamos aquí y queremos estar allá y si estuviéramos allá nos hubiese resultado mejor quedarnos aquí? Como decía Boudelaire: la vida es un hospital donde cada enfermo quiere cambiar de cama. Uno piensa que se curaría más deprisa si estuviera al lado de la ventana y otro cree que estaría mejor junto a la calefacción. Andrés Trapiello ¿Para que escribe uno? Para responder sin afectación algún día esta pregunta. Lo natural es hablar, incluso cantar, pero no escribir. Poner las palabras por escrito en un libro es, decía Unamuno, una "tragedia del alma", y acaso se escriba por miedo a quedarse uno a solas con su dolor, como si escribir fuese un remedio, y no un veneno. Así lo siento yo también. Kirmen Uribe En noviembre de 2007 tuve la suerte de asistir como escritor invitado a la clase de escritura creativa de Anthony MacCann, en el CalArts de Los Ángeles. Anthony me contó que los mejores de cada promoción son fichados por las grandes productoras para trabajar como guionistas de series de televisión. Se hacen ricos. Los "peores", por el contrario, se dedican a la poesía. Uno empieza a escribir en la tierna adolescencia por mímesis, porque quiere crear algo parecido a aquello que ha leído. Más tarde, en su juventud, cree que escribir puede hacer mejorar el mundo. Luego se convence de que el suyo es, al fin y al cabo, un oficio. Sin embargo, ahora mismo me doy cuenta que escribo, sencillamente, porque disfruto mucho haciéndolo. Me encanta quedarme solo y escribir. "Un solitario impulso de delicia" me lleva a escribir, como diría Yeats en su poema Un aviador irlandés prevé su muerte. Disfruto casi tanto como los "peores" de CalArts, que tumbados en el césped del campus con un libro en las manos, levantaban la mirada para ver pasar las nubes. Yo, en la clase de Anthony, sería, sin duda, del grupo de los poetas. Mario Vargas Llosa Escribo porque aprendí a leer de niño y la lectura me produjo tanto placer, me hizo vivir experiencias tan ricas, transformó mi vida de una manera tan maravillosa que supongo que mi vocación literaria fue como una transpiración, un desprendimiento de esa enorme felicidad que me daba la lectura. En cierta forma la escritura ha sido como el reverso o el complemento indispensable de esa lectura, que para mí sigue siendo la experiencia máxima más enriquecedora, la que más me ayuda a enfrentar cualquier tipo de adversidad o frustración. Por otra parte, escribir, que al principio es una actividad que incorporas a tu vida con otros, con el ejercicio se va convirtiendo en tu manera de vivir, en la actividad central, la que organiza absolutamente tu vida. La famosa frase de Flaubert que siempre cito: "Escribir es una manera de vivir". En mi caso ha sido exactamente eso. Se ha
convertido en el centro de todo lo que yo hago, de tal manera que no concebiría una vida sin la escritura y, por supuesto, sin su complemento indispensable, la lectura. Juan Gabriel Vásquez Escribo porque me irrita y me entristece el desorden del mundo, y descubrí hace mucho tiempo que en la buena ficción el mundo tiene un orden o su desorden tiene un sentido. Escribo porque mi inteligencia es limitada y sólo soy capaz de entender lo que viene en palabras. Escribo, por lo tanto, porque no entiendo o porque ignoro: "escribe sobre lo que conoces" me parece el consejo más idiota del mundo, porque se escribe, precisamente, para conocer. Escribo porque no he encontrado otra manera de vivir varias vidas, de ser varias personas, sin hacer daño o poner en riesgo a los que me rodean (y aun así les he hecho daño muchas veces, muchas veces los he puesto en riesgo). Escribo porque, como leí en alguna parte, la imaginación transforma la experiencia en conocimiento. Manuel Vicent Si esta pregunta se me hubiera formulado hace muchos años, cuando empecé a escribir, mi respuesta habría sido más romántica, más literaria, más estúpida. Probablemente habría contestado que escribía para crear un mundo a mi imagen, para poder leer el libro que no encontraba en mi biblioteca, para no suicidarme, para enamorar a una niña, para influir en la sociedad o tal vez cínicamente porque no servía para nada más, ni siquiera para arreglar un enchufe. Sin olvidar lo que este oficio tiene de vanidad y de narcisismo, a estas alturas de la profesión creo que escribo porque es un trabajo que me gusta, que unas veces me sale bien y otras mal, pero en cualquier caso la literatura ya forma parte de un mismo impulso vital que me sirve para sentirme a gusto todavía en este mundo, sin que espere gran cosa de su resultado. Enrique Vila-Matas Ah, ya veo, vuelve la vieja y pérfida pregunta. Pero también podrían ustedes preguntarme por qué acabo de hacer una lazada en mis zapatos. Y también por qué no me he contentado con un nudo que, para el caso, me habría servido igual. Este tipo de habilidades no nos llaman la atención, por ser muy familiares. Pero, en algún tiempo remoto, un antepasado hizo la primera lazada. Nosotros no somos más que sus imitadores, un eslabón en la cadena ininterrumpida de la tradición. De modo que a quién habría que preguntarle por qué escribo es a ese antepasado, preguntarle por qué quiso ir más allá del nudo. Juan Eduardo Zúñiga El jardincillo parece envejecido con los fríos de noviembre y el suelo está cubierto de las hojas caídas de una acacia. Dejo de mirarlo desde la ventana, estoy solo en el cuarto vacío donde tengo los juguetes y los cuentos, en las paredes sujetas con chinchetas hay dos láminas referentes a un país extranjero y extranjero es el autor de un libro que cojo, y me aprendo su nombre: Michel Zevaco. Leo el final del segundo capítulo: un hombre busca sin parar en un cofre lleno de joyas y no encuentra lo más importante para él. Me extraña esto ¿más valioso que joyas ? Tengo al lado un cuaderno y lápiz, sin pensar escribo: "Él buscaba algo entre las joyas ..." y sigo escribiendo, sigo así hasta hoy.
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Nelson Riveral
Seis preguntas a Marta Sanz –No tan incendiario describe un estado de la cultura dominada por una hegemonía invisible que está en los discursos, en la producción cultural y en el modo vigente de experimentar lo cultural. La reacción contra cualquier hegemonía es siempre compleja. ¿Cuál puede ser el campo de acción de un escritor? ¿Reaccionar, oponerse, es solo posible para escritores afines a la izquierda? El campo de acción de un escritor es el de la posibilidad de transformar la conciencia y la sensibilidad propia y de los lectores a través del proceso comunicativo de la lectura y de la escritura entendidos como ocasión de aprendizaje. Tanto para el que lee como para el que escribe. Los textos literarios, sin mesianismos, pueden aportar lucidez a las sociedades en las que se inscriben. Pueden ser una lupa de aumento para evidenciar los aspectos de la realidad que no se quieren ver o que pasan desapercibidos, en su brutalidad, porque se han “naturalizado” y nos parecen normales o inevitables. Los escritores podemos meter el dedo en ese ojo. Yo prefiero meter el dedo en el ojo que metérmelo en el ombligo. Por otra parte, los escritores si lo consideran conveniente tienen la posibilidad de participar en el espacio público con acciones que no sean estrictamente literarias: pueden ir a una manifestación, afiliarse a un partido, participar en la resolución de los problemas de su barrio, integrarse en un colectivo… Actos que parece que “desmerecen” la condición del escritor, alado e incólume, al mermar su supuesta individualidad especialísima. Sin embargo, los escritores somos seres humanos con las mismas necesidades y debilidades que los otros seres humanos. No somos sacerdotes. Desempeñamos un oficio. Nos ensuciamos las manos. Nada más. En cuanto a la cuestión de la izquierda o la derecha, yo solo puedo hablar desde mis propios condicionantes históricos, culturales, sociales y sexuales: la derecha siempre se ha encargado de apuntalar el discurso dominante, el discurso del poder, profundizando la brecha de la desigualdad entre ricos y pobres, a través de la venta de las ficciones y mitos publicitarios del gran capital: por ejemplo, el mito de la igualdad de oportunidades y del hombre hecho a sí mismo. Esta fábula interesada demoniza al pobre, como si fuera tonto, y corre un tupido velo sobre la evidencia de que los grandes capitales son el producto de herencias no siempre legítimas, del monopolismo o directamente del latrocinio tal y como se ha puesto de manifiesto en la última crisis global. Y esto último no lo digo yo, sino Stiglitz, un economista estadounidense que fue director del Banco Mundial. La moral asociada a esa ideología económica está formada por una serie valores que, desde mi punto de vista, suelen cristalizar en moldes retóricos obsoletos, falsamente inofensivos, que no ayudan a que otro mundo sea posible, sino a perpetuar la ignominia tanto en el espacio público como en el ámbito privado, tanto en el espacio literario como en el político. Yo valoro mucho a los escritores que procuran, si no resolver, al menos reflexionar sobre sus contradicciones y sus miedos a través de prácticas literarias intrépidas que no reducen a mero espectáculo comercial la propuesta estética. Es decir, escritores que no se pliegan al neoliberalismo reproduciendo unos hábitos y géneros formales 48
que son profundamente ideológicos, aunque nos intenten convencer de lo contrario: que son blancos, entretenidos, estimulantes, seductores, amenos. Tranquilizadores. –Si fuese necesario retomar algunos de los referentes que la hegemonía vigente dejó atrás, cuyo resultado es el emborronamiento de la realidad, ¿Usted qué referentes invocaría? ¿Qué prácticas, qué lecturas? Por ejemplo, ¿nos aconsejaría volver a leer a Ibsen, Hugo, Dickens, Dostoievski, Roth y otros? Menos a Roth, que no me interesa demasiado, yo aconsejaría leer a todos los que has citado y a muchísimos más que enumero en una ensalada cronológico-geográfica: Svevo, Pavese, Natalia Ginzburg, Giorgio Bassani, Marguerite Duras, Henry James, Ford Madox Ford, Thomas Wolfe, Sherwood Anderson, Faulkner, Virginia Woolf, Max Frisch, Böll, Coetzee, Galdós, Valle-Inclán, Cervantes, Murasaki Shikibu, García Márquez, Rulfo, José Eustasio Rivera, Rómulo Gallegos, Jorge Icaza, Alfonsina Storni, Tolstoi, Gogol, las hermanas Brönte, Conrad, Verne, Osamu Dazai…Yo creo que el conocimiento nunca estorba la interpretación literaria. No creo en el adanismo ni en la posibilidad de la inocencia a la hora de regodearse en el placer de la lectura. Cuanto más se sabe más se disfruta. Cuanto más se lee mejor se lee, porque como decía Spitzer “leer es haber leído”. Y también creo que no se debe despreciar a los jóvenes autores. Hay que estar atentos a esas voces. Oírlas. –La cuestión de la razón –o de la excesiva racionalidad– está en nudo de varios debates. Baumann sostiene que un exceso de racionalidad explica el Holocausto. Canetti dice que ningún principio está tan envuelto de sacralidad como la razón. Martha Nussbaum dice que la racionalidad liberal está obligada a abrirse a las cualidades de las emociones. Usted escribe: “sin confianza en la razón estamos inermes para el ejercicio de la crítica frente a las cosas que realmente pasan”. ¿Podría comentar esta relación que Usted establece entre razón y realidad? ¿Acaso una relación de responsabilidad hacia la realidad? Mi modesto intento de rehabilitar el concepto de razón ilustrada es una reacción directa frente a la filosofía de la posmodernidad que, ejerciendo la crítica contra la razón y los metarrelatos derivados a partir de ella, puso en práctica un discurso pragmático profundamente deshonesto, en tanto en cuanto la posmodernidad y el descrédito de la razón y las ideologías, el prestigio de la labilidad y el emborronamiento de los límites que separan la realidad de la ficción o la verdad de la mentira, son en sí mismos una aproximación ideológica a la realidad, uno de esos metarrelatos que la misma posmodernidad crítica. Reivindico el concepto de razón, la relación causa-efecto y la honestidad de quien sabe dibujar los criterios desde los que habla. No creo que la realidad se reduzca solo a sus lenguajes. La realidad no es solo el punto de vista con que se cuenta. La realidad no es solo un relato. En la realidad se producen acontecimientos y se dan situaciones que, más allá de la narración interesada de esa Historia que
desinhibirme, salir de mi realidad cotidiana, volar y echarme unas risas. Pero hay que recordar que los libros no son solo eso. Los buenos libros tienen muchas capas y muchas formas de ser leídos. Para sacarles toda su riqueza no está de más rumiar cada palabra, formularnos muchas preguntas, contrastar con nuestra propia vida los poemas o las –¿Reconoce la nostalgia (algunas formas de nostalgia) narraciones, reformular nuestro punto de vista, relacionar como presencia en su pensamiento y, por ende, en sus con otros textos… Todo eso requiere tiempo. Y genera muchísimo placer. ensayos? No. Yo no soy una mujer nostálgica ni siento nostalgia de nada. La nostalgia es un dispositivo perverso que nos invita a convertir todo el pasado en eufemismo. Lo que sí me interesa es la memoria como herramienta de aprendizaje que se proyecta en el presente y en el futuro. Me parece que, sin memoria, no se puede avanzar y, en ese sentido, procuro no deshumanizarme con amnesias inducidas ni emborracharme solo de presente. siempre cuentan los vencedores, no podemos emborronar con disquisiciones metafóricas: hambre, desigualdad, niños muertos en guerras, violaciones, desahucios, escasez, paro, violencia sistémica y sistemática… Nada de eso es virtual. No es un fake. No es un vídeo juego.
–Quiero preguntarle por el estado de ánimo en que Usted escribe sus ensayos. Son especialmente llamativos por la calidad emocional que portan. Usted también es poeta y novelista. ¿Cambian su estado de ánimo, dependiendo del tema y el tipo de escritura que emplea en cada caso? No sé si cambia mi estado de ánimo personal, pero desde luego sí que me preocupa el tono con que cada libro está escrito: a veces le soy fiel a un tono humorístico y quizá yo estoy muy triste; otras opto por un lenguaje rabioso y, sin embargo, yo atravieso o un momento de apocamiento; a veces mi crudeza literaria coincide con un instante de crudeza vital… En todo caso, la escritura es un oficio y yo lo que procuro es encontrar un lenguaje para cada una de las historias que escribo, y ser consecuente con esa elección más allá de mis cambiantes o monocordes estados de ánimo. En el caso de No tan incendiario quise reflexionar sobre mi experiencia y mis contradicciones como escritora en mi campo cultural. El libro tiene una apariencia fragmentaria, incluso dispersa, pero creo que todos los fragmentos se vinculan a través de un sólido hilo de nylon que es el resultado de muchos años trabajo y muchas vivencias. Como se dice al principio, No tan incendiario es más bien un poema, una visión lírica. No hay en el libro una aspiración académica, sino más bien esa mirada del flanéur, del paseante, esa subjetividad -puede que valiente- que define al ensayo como género de pensamiento. –Los ensayos reunidos en “No tan incendiarios” son, me parece, de alta densidad: muchas ideas distribuidas en textos breves o muy breves. En su libro, hay una reivindicación del tiempo para pensar. ¿Tiene derecho un lector a demandar un tiempo más amplio para leer? Creo de verdad que ése es uno los derechos fundamentales de los lectores. El tiempo para leer. La calidad del tiempo que se dedica a la leer. El tiempo que convertirá a los lectores en lectores de calidad. La no consideración de que el tiempo de lectura es un tiempo muerto o perdido o intrascendente, o de que de los libros no se aprende nada. A menudo de los libros se aprenden cosas dolorosas y creo que sería sensato sacar la literatura del almíbar de humanismo barato que la envuelve con cierta frecuencia. La literatura no es autoayuda y la reivindicación del tiempo para leer es un modo de anudar el lazo entre la cultura y la educación, y sacar la literatura, el cine, la música de ese cajón de sastre de un ocio que también se entiende, de un modo reduccionista, como tiempo de desinhibición o enajenamiento. A mí, como a mucha gente, con los libros también me encanta divertirme, 49
El «Quijote» en América
El idealismo inmóvil de Cervantes Por Carlos Alberto Leuman Enfermo de hidropesía, ya muy grave, a punto de morir, Cervantes se apresura a escribir el prólogo de Persiles y Segismunda. Prólogo muy breve porque se le acaba la fuerza vital, y quizá tenga que dejar en orden alguna otra cosa, fuera de su novela última.nque escrito «con las ansias de la muerte», como la dedicatoria al Conde de Lemos, este prólogo es humorístico, filosóficamente humorístico, como tantas páginas suyas de prosa y verso. Refiere un medio cómico episodio, real o inventado, que habría ocurrido poco antes, durante un viaje suyo de Esquivias a Toledo. Comienza con una burla de la vanidad humana a propósito de las Esquivias, lugar, dice, «por mil causas famoso, una por sus ilustrísimos linajes, y otra por sus ilustrísimos vinos». Se comprende su intento de enseñar que la presunción de tales linajes no interesa más que presumir de excelencias vinícolas. Viaja Cervantes a lomo de rocín, como dos amigos que le acompañan. Tras ellos venía dándoles voces un estudiante que monta una borrica. Los alcanza. Nuevas burlas de la vanidad cuando el joven, al saberse junto al autor del Quijote, se apea de su cabalgadura, después de hacer lo imposible por acomodarse al cuello una pomposa valona que se le tuerce para todos lados. Al apearse se le cae «aquí el cojín y allí el portamanteo, que con toda esta autoridad caminaba». El estudiante se puso a prodigar las mayores alabanzas al escritor y lo llama, finalmente, «el regocijo de las Musas». Cervantes por obligada cortesía, según lo dice, abraza al joven por el cuello, y con eso le echa a perder del todo la valona. Pero no le admite sus elogios desmesurados, y menos el último de ellos. «...soy Cervantes, pero no el regocijo de las Musas ni ninguna de las baratijas que ha dicho». Luego siguen andando camino juntos, «con paso asentado», y tratan de la enfermedad mortal que Cervantes lleva. A entusiastas y confusas esperanzas de cura que le da su interlocutor, responde él con mansas razones, y dice que su vida concluirá, probablemente para el venidero domingo. Y cuenta, al cabo del rápido prólogo, cómo aquel estudiante, al separarse de él con rumbo a Segovia, en la puerta de Toledo, lo dejó tan mal dispuesto como el otro iba mal caballero en su burra. Tan mal dispuesto que ahora el caimiento de su ánimo le impide continuar el tema. Por eso se interrumpe, y calla los donaires —agrega— que el estudiante le daba «gran ocasión» de escribir. Pero declara que piensa en la otra vida (declaración bellamente insólita) «anudar este roto hilo» y decir «lo que sé convenía». La brevedad del prólogo, una expresión vacilante y curiosas fallas de la sintaxis, revelan que se halla desfallecido hasta el punto de no poder, en ese momento, seguir moviendo su pluma. Y escribe algún renglón sin coordinarlo bien con el anterior, de suerte que resulta ambiguo. Y entonces bruscamente concluye: «¡A Dios, gracias; a Dios, donaires; a Dios, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!». 50
Después de releerlo muchas veces, miro ahora las líneas de este prólogo entrañable oscilar arriba en una especie de nimbo. Nada de todo lo escrito por Cervantes podría llamarnos más cerca de su espíritu, ni hacernos una representación más real de su figura. La muerte que está a su lado, y aguarda, no le hace sombra. Su filosófico buen humor ligeramente melancólico, el mismo de toda su vida, persiste cuando ya empiezan a no obedecerle las facultades de su inteligencia. Persisten, también, sus habituales preocupaciones artísticas. Así la pena íntima de no creerse poeta, de no acertar nunca, en la composición de los versos, con la ideal excelencia, ésa que él admiraba casi religiosamente en los antiguos; y tal vez con más dulzura en la poesía del Dante y del Ariosto. Le había encantado el alma y los sentidos la música del idioma italiano, tanto que ya viejo aún empleaba alguna palabra de Italia al escribir su insuperable prosa hispánica. Al dejar la vida alumbra inmóvil, en su espíritu, la llama de un maravilloso idealismo. No corresponde otro adjetivo. Parece realmente maravilloso su idealismo cuando allí, obligado a interrumpirse, a callar las cosas ingeniosas que le está pidiendo la costumbre de su pluma, a propósito del estudiante. Imagina que podrá decirlas, anudando el roto hilo, más allá del mundo. Hago este examen del impresionante prólogo con un objeto que interesa a los estudios modernos del Quijote, y particularmente al problema angustioso, no resuelto: la supuesta burla del ideal y del heroísmo en la concepción delQuijote. Supuesta burla cínica, o dolorosa, o pesimista, o resignada; «La mejor sátira del entusiasmo humano», según la tan difundida expresión deHeine. Quizá por diversos caminos de análisis crítico podría llegarse a demostrar que Cervantes nunca se burló del ideal ni del heroísmo, en su conciencia ni en la penumbra de la subconciencia. Pero creo que él mismo, o la visión de su imagen profunda, nos asegura esta verdad si leemos con atención concentrada el prólogo breve de Persiles y Segismunda. Y que también nos asegura que del propio generoso entusiasmo, del propio ensueño heroico nunca tuvo la sombra siquiera de una decepción. Ese Cervantes enfermo y desahuciado no difiere, por los rasgos de su espíritu, del adolescente que más de medio siglo antes lleva ensayos de poesía a su maestro, ni del joven que abandona su país por una necesidad vital de conocer el mundo y por ansias de gloria y de aventuras. No difiere del Cervantes que renunció a las delicias del suelo italiano en la comitiva feliz del cardenal Aquaviva para embarcarse en una nave de guerra y combatir contra los infieles. Ese Cervantes que se va muriendo es todavía idéntico al soldado de Lepanto que pelea con bravura y no deplora luego la pérdida de su brazo. Es el mismo que soportó con entereza su largo cautiverio de Argel. El mismo que allí aborrece su vida esclava y jamás rehúye el peligro de muerte cuando hay, con este peligro, alguna vaga esperanza de liberación. Es igual al Cervantes que no cambió su filosofía serena, superior a las aflicciones injustas de su existencia, ni perdió la tolerancia de su
bondad, ni su espíritu de perdón cuando él ha sido víctima de persecuciones mezquinas y de las calumnias más abyectas; y que salió de sus cárceles españolas sin una quejumbre, y que no se parece a los mordidos por un secreto rencor ni a los entristecidos por amarguras incurables. Por eso también su estilo de 1616 es el mismo de siempre. No presenta una mínima huella de padecimientos largos, no ha perdido su virtud ni su pacífico encanto. Es que a Cervantes lo salvó, constantemente, el ideal. Había cifrado esperanzas en la gloria bélica y esperanzas en la literatura. Las primeras acabaron en Argel. Pero le dejaron el ideal heroico resplandeciendo en las alturas, según lo advierte el Prólogo al Lector que trae la segunda parte del Quijote. Documento tan categóricamente instructivo como sus últimas palabras en el de Persiles y Segismunda. Recordemos el pasaje sin alterar ni por la ortografía su texto robusto en la edición príncipe: «...o si mi manquedad huviera nacido en alguna taberna sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros». Y pocas líneas más adelante: «... que el soldado más bien parece muerto en la batalla, que libre en la fuga, y es esto en mí de manera, que así aora me propusieran, y facilitaran un impossible, quisiera antes auerme hallado en aquella facción prodigiosa, que sano aora de mis heridas, sin auerme hallado en ella». Aquí la filosofía heroica de Cervantes continúa la de anteriores tiempos en España. Palabras de índole semejante atribuye Hernando del Pulgar a más de un personaje férreo en sus Claros varones de Castilla. ¿Cómo puede suponerse una burla del ideal y una rechifla del entusiasmo humano en la misma obra que trae, de su autor ya viejo, esa memoria siempre encendida de su bravura en la batalla de Lepanto? La subida llama del ideal persiste, igualmente inmóvil, en el heroísmo de su literatura. La Galatea no produjo ni sombra de aquella admiración pública que le fingieron sus ilusiones, cuando con poética dulzura la escribía. ¿Y el teatro, donde triunfaba, incesantemente, Lope de Vega? ¡Ah, las tablas del teatro fueron para él un campo de batalla aciago, donde luchó con inútil denuedo! No importa. Halló en lo remoto de la más vieja tradición española un asunto bravío y bello como la libertad. ¡Numancia! Escribió Numancia, y es seguro que al componer esta obra él acompañó con alma trémula, en todos sus heroísmos, a los defensores de aquella ciudad que aborrecieron la servidumbre mucho más que a la muerte. Después se interrumpe su carrera literaria por un silencio de casi veinte años. La investigación de los biógrafos sólo ha podido rastrear, en ese silencio, fracasos, desasosiegos, penurias, miseria. En el abismo tan hondo de sus males se puso a escribir la Historia del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Aquella antedicha dificultad de alcanzar, en la composición de los versos, las hermosuras que lógicamente le exigía su genio, le contristaba sin amargarle. Le contristaba por idealismo. ¡Y qué conmovedora la belleza de su resignación! La respuesta mansa al joven que le llamó, con inoportuna afectación, «el regocijo de las Musas», repite su confesión dolida en las primeras páginas del Viaje al Parnaso: Yo que siempre trabajo y me desvelo por parecer que tengo de poeta la gracia que no quiso darme el cielo. Al mirar esta llama de su idealismo ardiendo pura, inmóvil, hasta la última hora de su vida, parece absurda la idea tan generalizada de que el Quijotees una burla del heroísmo. Conviene descartarla, sin preocuparnos recelosamente de las consecuencias que ello podría traer contra el prestigio
romántico y moderno del protagonista manchego. Y sin olvidar que don Quijote es un héroe de ficción y que Cervantes es su dios creador. Y que en el alma de Cervantes nació con vida eterna. A lo largo del siglo XIX y de lo que va del presente, los quijotistas apasionados han ido separando, equívocamente, a don Quijote de su divino autor. Hasta se oponen a la voluntad de éste, y a sus ideas artísticas, y a sus sentimientos. Tanto que Cervantes ama a su criatura, ante todo, porque era bueno. Y ellos porque peleaba contra molinos de viento.
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Alejandro Pernalete
Hace unos días terminé de leer un libro que hoy lo recomiendo y garantizo; uno de los mejores exponentes de la vida literaria de este país , catalogado como uno de los grandes novelista venezolanos, orgulloso de poder nombrarlo como larense y mucho más como caroreño, de mi terruño amado. Gran escritor de numerosos libros, periodista, ex -parlamentario y educador, profesor titular de la Universidad Central de Venezuela, ganador del Premio Nacional de Periodismo y de los concursos de cuentos del diario El Nacional y de la Dirección de Cultura de la Universidad Santa María, obtuvo también Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal con la biografía de CHÍO ZUBILLAGA CAROREÑO UNIVERSAL, cuya tercera edición publicó recientemente la Dirección de Cultura de la Universidad Centro Occidental “Lisandro Alvarado” (UCLA). Un poco para saber algo más de Juan Páez Ávila, de quien hago mención y alusión a su libro “Viendo pasar el siglo”. Una novela basada en la historia política, económica, social, administrativa y financiera del siglo pasado, de nuestra amada Venezuela, interpretada en la misma como Ciudad fabulada “Carohana”. Podemos darnos cuenta al leer este importante libro , el desarrollo de los gobiernos corruptos, totalitaristas, militaristas y autocráticos. Al ir desglosando sus páginas y darnos cuenta que la sociedad de esa época estaba llena de incertidumbres, miedos, rabias, impotencias, y decepciones. Sufrían por los sátrapas que ejercían distintos cargos gubernamentales y públicos, que por decisiones arbitrarias dejaban sin lugar a dudas a millones de ciudadanos de todos los niveles de dicha sociedad fuera de derechos fundamentales como la vida, alimentación, vivienda y educación, a la deriva o a la buena de Dios, solo por la ambición de obtener dinero sin importar que tan cruda sea la realidad de aquellas familias esperanzadas de una solución u oportunidad de por lo menos cubrir las necesidades más fundamentales para la subsistencia o existencia. Para la época de la narración de ésta novela, basada a principios del siglo XX, para analistas, políticos y economistas se encontraban en unos años de retraso en cuanto a economía, política, sociedad y libertad de expresión se refiere, las persecuciones de ciudadanos que podían pensar o mantener una ideología o posición distinta a la oficialista era cada vez mayor, serian llamados o descalificados por oprobios como “apátridas, oligarcas ”, en fin una cantidades de insultos y cobardes burlas para evadir sus responsabilidades por el simple hecho de pensar u opinar distintos, en una supuesta democracia que pregonaban y defendían; que en la propia y gran realidad era totalmente distinto, todo era una gran hipocresía gubernamental. Y esto se daba por la gran e importante suma porcentual del nivel analfabeto e ignorancia existencial de la época, aunque esto no sea excusa para tolerar o aguantar regímenes y sátrapas que al pasar el tiempo retroceden cada esfuerzo de superación por quienes se dediquen a la culturización y educación. Hago mención a este libro tan interesante por la razón, que me llamó demasiado la atención la similitud que hoy en día en pleno año 2014, siglo XXI sigan pasando y permitiendo cosas tan absurdas y amoralidades como 52
VIENDO PASAR EL SIGLO...
las antes nombradas ( y esto solo es un tanto de la realidad), que a diario Venezuela como país y toda o una gran parte de la región Latinoamericana estamos sufriendo, por simples complejidades e ineptas, retrogradas ideologías que en su fondo solo trae destrucción y desigualdad para todos. Quiero hacerme eco de una gran e importante labor que se lleva a cabo desde hace muchos años, no es más que el grito a la democracia “Verdadera”. Concepto tan importante para la convivencia de los pueblos del mundo. Dejo abierta la iniciativa a leer, a indagar, investigar y aprender qué es vivir, qué es gobernar, deberes , derechos, y poder asumir el rol independiente a estudiar lo más que se pueda. Dedico este artículo para agradecer y saludar a Juan Páez Ávila por su empeño en fomentar la cultura y dar conocer este pueblo a través de sus novelas , a Gorquin Camacaro gran escritor y motivador que siempre incita a la importancia y/o el placer de leer y escribir. Quiero cerrar con un cita bíblica del profeta Oseas en el libro de Oseas 4:6 “Mi pueblo perece por falta de conocimiento” ahí les dejo para que analicen e interpreten. Mis saludos a todos los demócratas de verdad. Alejandro Pernalete
¿INGENUOS O CARIBES?
Leandro Area Pereira
Nada es gratuito y hasta la ingenuidad tiene taquilla asegurada. Al menos eso infiero de la afirmación hecha por José Ortega y Gasset en su libro “La Rebelión de las Masas” (1927), según la cual: “…el engaño resulta ser un humilde parásito de la ingenuidad”. Claro que ello no me permite concluir que por cándidos hayamos sido mentidos por sus páginas, las que a pesar del tiempo transcurrido crecen actuales y provocadoras. Las ideas de Ortega, tan españolas ellas, universales hoy, están cargadas de parentela, imágenes y preocupaciones cercanas a los que ahora vagamos por este laberinto de Hispanoamérica que padecemos de frustración ante tantas promesas desgajadas y mitos delirantes como aquél de “El Dorado” y cuya realidad se encuentra atascada entre un pasado que nos abstrae del porvenir, un presente excesivo y áspero, y un futuro vacío por incierto e interrogante. Pero para ser justos con el español, lo que él plantea o yo creo entender, es el tema de la “masificación” como tendencia, atajo y realidad de un tiempo de contracción de la individualidad, producto de la crisis del Estado Social de Derecho en tanto administrador de los bienes públicos y como consecuencia además del desborde del malestar social convertido en movimientos políticos fundamentalmente no democráticos. Lo cierto es que en todas las teorías políticas de nuestro tiempo, las masas, el pueblo, los descamisados, los condenados de la tierra, los pobres en suma, han sido elevados en una especie de lástima inconclusa, culpa eterna, hasta el panteón de la idolatría al ser considerados junto a la violencia como los actores privilegiados en los partos históricos que implican ruptura de cordón umbilical con el viejo orden, siempre injusto, partiendo del presupuesto ilusorio y propagandístico de que todo puede comenzar de nuevo cual Edén. Que el pasado es capaz de borrarse a través de algunas genuflexiones frente a la guillotina o el sórdido levantenapunten-fuego de los fusilamientos, las cámaras de gas, los juicios de los Tribunales Populares o las persecuciones, las expropiaciones o las mentiras, de lo más constitucionales todas ellas. A todas éstas, la democracia, muy elegante y circunspecta, ha sido más que alcahueta y timorata con sus enemigos y por ende más frágil y propensa a zancadillas y perfidias. Debilidad política que no le ha dejado ver y actuar a tiempo, cara a errores propios y vicios ajenos, frente a unos energúmenos que anclados en el barco taimado de la revolución, ganan acólitos para su indigestión en un tiempo propicio para ello, donde se conjugan a su favor el crecimiento de la pobreza y las desigualdades, la corrupción, la impunidad y el desdén por los principios en los que se sustenta la vida en democracia. La masificación aquí y allá, lo digo por y con Ortega, nos ha hecho, si así puede inferirse, ciudadanos estúpidos, sinónimo éste de insensatos, propiciadores además y voluntarios del engaño, y en todo caso complacientes con nuestra pérdida de individualidad que es a fin de cuenta, libertad, y todo a cambio de hacernos irresponsables, inmóviles, de lo que ocurre a nuestro alrededor, 53
bajo el paraguas pendenciero del “nosotros”. La ingenuidad política se cobra en la taquilla del engaño con moneda barata y humillante, ya que no media soborno alguno, todo se hace a gusto de las partes. Que de ello tenemos y sabemos de sobra en Venezuela cuyo modelo se ha convertido en epidemia para ser re-exportado en envase de lujo, ahora al Viejo Continente.
Daysi de Rosas
El texto analizado es el cuento El Libro, de la obra La Vitrina de Ilusiones. Relatos breves. Es creación del escritor Héctor Saldivia Seijas, barquisimetano. Profesor universitario, jubilado de la UPEL. Tres libros de poemas y uno de poesía y cuento en imprenta, tiene en su haber literario. La captación de una situación, de una imagen, un evento, etc. puede generar historias interesantes que incentiven el interés por lo literario, la inteligencia y la sensibilidad. Tal es la naturaleza del cuento grosso modo. El cuento literario moderno comienza con Edgar Allan Poe. Los principios que él estableció tienen plena vigencia. Horacio Quiroga y Julio Cortázar desarrollan estos principios y establecen una normativa. En el marco de estas teorías podemos ubicar este relato y este análisis. En una fría mañana Alfredo caminaba por la orilla de la acera, Divisó a los lejos los antros donde todavía se observaban a los canapiales disputarse el resto de cualquier botella de licor y espetarse una variopinta gama de obscenidades… para obtener algo de licor que hubiera quedado en alguna botella o carterita. Ve como abrían los locales y los ventorrillos de fritangas y café… Le impresionó mucho cantidad de cajas tiradas en el suelo de la plaza y unos individuos que sacaban y acomodaban unos libros en mostradores, esto seguido de propaganda de literatura usada de diversa temática. Un vendedor extrajo de una caja un libro con cubierta de cuero oscuro, no se sabía si era marrón, negro, pardo o combinación de todos estos colores. Tenía arabescos de color oro rojizo en los bordes de ambos lados, la portada y contraportada. El título conturbó a Alfredo: ¿Cómo será?. Le pareció que vibraba. Quiso tomarlo y preguntar por el precio, pero el destartalado librero fue más rápido que él y lo tomó con un denodado apego, para luego decirle: ¡Usted no está preparado para leerlo! Guardó el libro y se fue corriendo. Alfredo quedó con amargo malestar y rabia. A la mañana siguiente fue nuevamente a solicitar el libro. Con actitud aún más agresiva la respuesta fue: El libro no está a la venta para usted, no insista. Día tras día fue donde el librero y finalmente se enteró de que había muerto. Siguió yendo a la plaza y a la semana notó que había un nuevo vendedor con las mismas señas y las mismas respuestas. El deseo de adquirirlo ya era una obsesión. Más de mil intentos. Había recurrido a algunas estratagemas como enviar a otras personas a comprarlo, infructuosamente.
EL LIBRO Un cuento de HECTOR SALDIVIA fue monumental al ver que de la multitud emergía el desastroso vendedor…, tomó el volumen del suelo y se perdió entre la multitud que se había congregado cerca de la infortunada. Al día siguiente había otro vendedor, con la misma respuesta. Cansado de tantos intentos va a la plaza. Allí en el rincón acostumbrado no estaba el vendedor. Le preguntó a otros por el destino del libro, pero nadie pudo explicarle. Solo una señora vestida de negro de pies a cabeza le aconsejó no ocuparse de tal búsqueda porque el mencionado libro era una especie de agenda que sólo leía quien se encontraba al borde de la muerte. Siguen otras opiniones. La de un ebrio: el libro nos mostraba los deseos más intensos de quien lo examinaba. Un limpiabotas: en el libro se reflejaba la cara del lector y a continuación se enloquecía, al descifrar una especie de jeroglíficos repujados en la portada. Una pareja de estudiantes que acostumbraba estar allí: la sola lectura de los signos o símbolos era suficiente motivo para alcanzar la felicidad que usted se mereciera. La curiosidad de Alfredo se hizo más intensa y ahora se pasa el mayor tiempo de sus días intentando conseguir en cualquier lado una explicación y alternando estos intentos con la búsqueda del libro… Vislumbramos dos mundos que se interceptan. Uno en el que se presentan entes, cosas y situaciones tangibles, reales: Alfredo, antros, canapiales, obscenidades, botellas, carteritas con algo de licor, los libreros y otros vendedores, los compradores. En este mundo real una señora adquiere el libro e inmediatamente es arrollada por un carro. Algunos indicios nos llevan a pensar en la manifestación de otro mundo, no real, tales: vibración del título del libro cuando Alfredo lo ve, la actitud misteriosa del librero al tomar rápidamente el libro sin permitir que Alfredo lo hiciera para preguntar el precio, el denodado apego. La respuesta del librero !Usted no está preparado para leerlo! En todo esto hay mucho misterio. Precisamente acá está la interceptación de estos dos mundos. Ya había comenzado el quiebre del plano real para dar paso al plano imaginario o fantástico. La señora levanta la tapa del libro y lee algo que la impacta y desestabiliza emocionalmente de manera tal que se lanza a cruzar la calle sin percatarse de que venía un carro. Es arrollada y lanzada por los aires. Extrañamente enseguida se aparece el vendedor, toma el volumen y desaparece, también es otro el vendedor al día siguiente, con la misma actitud y respuesta de siempre. Cuando Alfredo va nuevamente a la plaza no encuentra al vendedor y nadie sabe explicarle el destino del libro. Sólo encuentra a una señora vestida de negro, seguramente el fantasma de la fallecida. Acá también hay interceptación o entrecruzamiento de los dos mundos. Termina la historia.
Una noche se le ocurrió espiar y perseguir a algún comprador y tratar de comprender el porqué del eterno retorno del libro a su vendedor… Durante cuatro días se apostó detrás de un grueso samán para ver quien lo adquiría y de pronto una señora negoció el tomo y arrancó a caminar con presteza. Alfredo la seguía y vio cuando, en medio de la tribulación que le carcomía, la delgada señora abrió la tapa y dio un respingo como con un grito apagado pero agudo… Alfredo no pudo percibir lo visto por la dama. Esta, Desde la perspectiva o punto de vista de nivel de realidad lo atribulada por lo leído, apresuró el paso y cruzando la calle mil voces hicieron un coro que gritó: ¡Cuidado!!! La advertencia fue narrado en la segunda parte está casi totalmente en un plano inútil, el carro ya había colisionado a la delgaducha señora y le fantástico. Con el acontecimiento inesperado de la muerte de la lanzó por los aires a una considerable distancia. Pero su asombro señora ocurre el quiebre total del plano real. Todo se ha conjurado 54
para que esto ocurra: los indicios, el comportamiento de los libreros, la “magia” del libro que con sus arabescos color oro rojizo, ejerce un fatídico magnetismo. Ha ocurrido el acceso total al plano de lo imaginario o fantástico.
casi impenetrable. También lo han cultivado Horacio Quiroga y Edgar Allan Poe, entre otros. Por las características señaladas en este texto se trata de un buen cuento, en el mejor estilo de los grandes cuentistas de este género.
Hay mucha ambigüedad. De Alfredo lo único que conocemos es su obsesión por adquirir el libro. De los individuos que están en la calle sólo sabemos que son borrachos. De los libreros también ignoramos sus nombres, por la forma en que aparecen y desaparecen pensamos que son fantasmas, igual que la señora vestida de negro. Cómo se llama el pueblo, lo desconocemos. Todo esta envuelto en una espesa neblina del misterio.
Profra. Daisy de Rosas Especialista en Análisis de Textos Literarios
Un narrador extradiegético da cuenta de la historia. Se manifiesta en expresiones como: le impresionó, a él le daba la impresión de que el título vibraba, quiso tomarlo, el librero tomó el libro con un denodado apego, le acrecentaba su deseo de obtenerlo, etc. El narrador lo sabe todo acerca de los personajes, su intimidad psicológica, reacciones, pensamientos, deseos. Está inserto en un plano real, en el nivel narrativo primario. Narra acontecimientos que ocurren en el plano real y también en uno irreal. Emplea la modalidad técnica del estilo indirecto u oratio oblicua, unida a la técnica del telling. Así conocemos pensamientos y acciones de personajes como los libreros, vendedores, la señora arrollada y que después sale vestida de negro, el ebrio, el limpiabotas y la pareja de estudiantes. Estos personajes son metadiegéticos o hipodiegéticos (tercer nivel narrativo). Alfredo es el protagonista, se le denomina intradiegético (segundo nivel narrativo). Todas, voces calladas las cuales percibimos a través del narrador extradiegético. El tipo de focalización narrativa es el de focalización cero o visión demiúrgica (Gérard Genette). El libro ejerce una mágica atracción en el personaje Alfredo, éste hace todo para obtenerlo, pero fuerzas extrañas se lo impiden, él tiene entonces un conflicto. En su lucha no tiene descanso, ni quietud. Esta actitud le produce tensión, igual ocurre en la narración y tiene su efecto en el lector, que no abandona la lectura hasta ver como se va a resolver el asunto. Esto es tensión narrativa, que viene en ascenso desde el principio y cuando ocurre el acontecimiento inesperado llega a su máxima intensidad, es el clímax. Después ocurre un descenso en el que vuelve cierto estado de calma. Narratividad y ficcionalidad, categorías propias del cuento. Elaboración estética y en consecuencia, ficcionalización. Predominio de la función poética. Empleo de recursos de intensificación: el tratamiento que da al conflicto, según el cual se construye una expectativa hasta llegar al clímax. Otro es el empleo de la sorpresa, que se da con el acontecimiento inesperado del arrollamiento. Intensidad y condensación, rasgos que tienen relación con la categoría extensión. Economía del lenguaje y de recursos técnicos, sólo lo necesario para lograr el efecto deseado. Precisión, brevedad. Es un texto artístico. Cuento literario fantástico. Este género fue el predilecto de Julio Cortázar, quien creía en la existencia de otro mundo con otro orden muy secreto y
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Primer capítulo de la novela de Juan Páez Ávila A solicitud de profesores y estudiantes de la UPEL
CORONELES DE CAROHANA Cuando el Indio Reyes Vargas oyó hablar por primera vez de la Patria, pensó que sería como su Dios, el Sol, que disponía de la vida y de la muerte en los confines de su pequeño mundo, cuyos horizontes comenzaba a extender y dominar con la fuerza de su espada y su caballo, heredados de su padre el conquistador y Coronel Guillermo Vargas e impulsados por el vigor de su mestizaje. Miró su espada sin poder percibir que la llenaría de sangre y de gloria al lado de los defensores de la independencia, con la misma intensidad con que lo haría en defensa del régimen colonial. Subió sobre su caballo, en el que había recorrido grandes extensiones para reivindicar su origen y afianzar su existencia, sin poder dilucidar a quién pertenecía la tierra que pisaba. Su sangre aborigen lo colocaba de un lado y su sangre española del otro, para hacer lo mismo. Desconcertado en medio de la vorágine que lo atrapaba, se le acercó al Fraile Aguinagalde buscando una respuesta a su terrible incertidumbre. -¿Padre, yo también tengo Patria? El Fraile Aguinagalde lo miró de frente y encontró en sus rasgos fundamentales las huellas de América y de España. La espada colgante, el caballo encabritado -sobre el cual comenzaba a ejercer su autoridad, casi ilimitada, sobre sus seguidores- y su disposición a oír la voz de la sublevación, lo identificaban con el soldado conquistador. Su tez de cobre, sus pómulos salientes, su pelo lacio, su estatura mediana y su contextura fuerte revelaban su naturaleza aborigen. -Sí. Tú también tienes Patria, como todos los que estamos por la independencia –le expresó el Fraile Aguinagalde quien se propuso liberarlo de la influencia del Padre Torrellas, fanático realista que trataba de ganarlo para la defensa de la Corona Española. El Indio Reyes Vargas temeroso del Sol, el Dios de los Ajaguas, y de Jesús, el Dios de los cristianos, vivía atormentado por un pensamiento siniestro. El Padre Torrellas lo había aterrorizado con una vida eterna en medio de grandes sufrimientos, si levantaba sus huestes indígenas y los mestizos que se le habían sumado por centenares, contra los Reyes de España. Heredó grandes extensiones de tierras en la zona conocida como La Otra Banda y extendió su poderío hacia gran parte del Cantón de Carohana. Los indios Ajaguas y otras tribus de la zona le obedecían como a su Dios o máximo jefe social y político. Descendiente de un hombre a caballo que había sido confundido con un enviado por el Dios Sol para sanar las enfermedades y acabar con la sequía, Reyes Vargas se apoderó de la conciencia de su parentela aborigen y provocó el temor de los colonos españoles, dueños de repartimientos y encomiendas. Su padre, el Coronel Vargas, se le aparecía en sueños como un dragón que mataba indígenas, les quitaba el oro y las tierras. Su liberación espiritual la encontraba en el Fraile Aguinagalde, quien le parecía que veneraba a otro Dios más benevolente. No lo reconocían como un poder autónomo, pero le respetaban sus actuaciones. No era español, pero tampoco indio. Un mestizo que comandaba una tropa indígena podía ser un peligro en cualquier momento y por 56
cualquier circunstancia. Hijo de la violencia y del despojo, uno de los primeros de una cadena interminable que se prolongará hasta nuestros días, estará presente en la vida de Carohana a lo largo de toda su historia. Una aldea convertida en ciudad y posteriormente en metrópoli, fundada, destruida y vuelta a poblar por los españoles de antes, de cuando eran los principales del mundo. Cansados de buscar inútilmente El Dorado y de pelear con indios caribes, se refugiaron a la sombra de los cujíes que inundaban las sabanas entre los ríos Morere y el Tocuyo, donde fueron recibidos por indios pacíficos y hacendosos. Los indios Ajaguas que poblaban la zona y rendían culto al sol como el origen de todas las cosas, sacrificaban una doncella de 15 años en el centro del curso seco del río Morere, implorando por el retorno de las lluvias, cuando se presentó una partida de conquistadores, encabezada por un Coronel español, quien dio la voz de alerta: ¡Déjela vivir o disparo! Los aborígenes, sin entender de qué se trataba, pero impresionados por el caballo que montaba el Conquistador, suspendieron la ceremonia. El Coronel Vargas descendió en su caballo hasta el curso del río, le extendió la mano a la doncella y la subió sobre su cabalgadura. Los indios reaccionaron temerosos, e hicieron entrega pacífica de sus mujeres y de sus tierras, pero no de sus costumbres. En la aldea celebraron la llegada de los españoles como enviados por el Dios Sol para calmar la sed y prolongar la vida. Yaguarahá, la doncella salvada y raptada por el Coronel español, se hizo guía y traductora de su amante. Al poco tiempo encabezaba, con el grupo de españoles posesionados de Carohana y numerosos aborígenes, una rogativa en nombre de San Isidro Labrador, pidiéndole el regreso de las lluvias, porque la prolongación de la sequía amenazaba la vida de sus pobladores. -San Isidro Labrador, tú que dominas la dirección y la furia de las nubes –imploraba Yaguarahá al frente de la procesión. –con todo el poder que te ha concedido el Dios todopoderoso, has que el agua caiga sobre nosotros, aunque nos inunde. -Oh Dios de las alturas que alumbras la noche con tu fuego –respondía un viejo cacique Ajagua que los acompañaba devuélvenos el agua que te llevaste y posees en tus entrañas. Hace más de un año que no llueve y desde hace seis meses que parece que va a llover. Cuando todo parecía indicar que sería necesario emigrar hacia las riberas del río Tocuyo, más caudaloso y resistente a la sequía, comenzó a llover torrencialmente. En pocas horas el río Morere se salió de su cauce e inundó toda la aldea. Los indios apelaron a sus canoas y comenzaron a construir palafitos y a habilitar viejas trojas en sus bohíos para dormir mientras durase la inundación. Los españoles construyeron casas de cal y canto para resistir futuros desbordamientos del río. -Hay que rezar para que no siga lloviendo, Yaguarahá. No podemos ofrecer una misa porque no hay iglesia. -No te preocupes, Coronel, nuestro Piache le pedirá al Sol que salga más temprano para que vuelva a reinar su voluntad. Verás nuevamente el amanecer y el hijo que vamos a tener nacerá
protegido por todos los Dioses, los tuyos y los míos. -No, Yaguarahá, sólo hay un Dios que nos protege a todos. -Será hijo de tu Dios y de mi Dios. De tus creencias y de las mías. -Yaguarahá, tienes que levantarlo bajo la fe de Cristo y en obediencia al Rey. Tendrá mi apellido y un nombre cristiano, se llamará José de los Reyes Vargas. Honramos a José, el padre de Jesús, a los Reyes de España y a su padre, que soy yo. De ti tendrá la inteligencia, el tamaño, la mirada, la piel y el pelo. -No será igual, Coronel. Será como tú y como yo. Yaguarahá se tocó el vientre ya muy pronunciado y caminó lentamente hacia su casa de bahareque y techo de tejas, que el Coronel Vargas había hecho construir para distinguirla de las chozas indígenas, habitarla con su princesa y darle la bienvenida a su primer hijo. Entró a la habitación principal, levantó los brazos y logró asirse del mecate que sostenía su chinchorro. Sintió que su cuerpo se multiplicaba. Un niño emergía entre sus piernas. -Guillermo, ven para que conozcas a nuestro hijo. El Coronel Vargas lo levantó en sus brazos, miró a Yaguarahá y le dijo: -Sí. Será como tú dices, Yaguarahá. Muy pronto el Indio Reyes Vargas, como se le llamó hasta que obtuvo el grado de Coronel, sería el verdadero jefe de todas las tribus indígenas de Carohana y sus alrededores. Levantado desde niño con los privilegios del hijo de un conquistador aprendió muy rápidamente a montar a caballo, manejar las armas de los españoles, obedecer y mandar militarmente. Nadaba en el río y correteaba por la pradera, hasta que se hizo reconocer como jefe blanco y cacique indígena. El Coronel Vargas se hizo muy dependiente de Yaguarahá mientras vivió en la zona rural. Cuando se incorporó a la legión de españoles que transformó a Carohana de una aldea aborigen en una pequeña ciudad hispánica, se casó con una joven española que llegó con las primeras familias canarias. Su conducta dio origen a un hábito que se arraigó en la vida y en la historia de los hombres ricos de Carohana, de tener la esposa en la ciudad y la amante en la finca. Yaguarahá no protestó, ni siquiera se dio por enterada porque ella reinaba entre los suyos, hasta que su hijo hizo sentir su autoridad en todo el Cantón de Carohana, se convirtió en el semental de la tribu y pobló de hijos la sabana. El Indio Reyes Vargas dio comienzo a la misma historia, heredó las tierras que el Coronel de la conquista había usurpado a sus antepasados, sometió a blancos pobres, aborígenes y mestizos de su jurisdicción e impuso la ley del más fuerte. Los pocos que se salvaron de su puño de hierro se internaron en las montañas que rodean las llanuras de Carohana. El poder coercitivo del Coronel Vargas y el poder mágico de Yaguarahá se fundieron en el mando único del heredero principal. Ese poder se extendería a través de los siglos en la conciencia de los todos los pobladores. Nadie pudo volver a dividir a los blancos españoles de los aborígenes, ni siquiera de los negros que llegaron más tarde. Las pretensiones de algunos blancos sucumbieron ante el filo de la espada, que uno de sus herederos bastardo aprendió a manejar. Los intentos de los aborígenes por ser los mismos, se los tragó la sequía. La primera gran batalla en la que pudo haber participado el Indio Reyes Vargas y medir su condición de jefe militar, hubiera sido al lado de los patriotas comandados por el Marqués del Toro contra el Capitán de Navío o Coronel realista Domingo Monteverde, pero ante la retirada despavorida, por incompetente, del jefe de los independentistas, se limitó a atrincherarse en Siquisique,
dispuesto a pelear hasta la muerte si fuere necesario. Allí lo encontró el Padre Torrellas el Jueves Santo, día de un terrorífico terremoto que destruyó las pocas viviendas que existían y roturó la tierra en varias partes. Cuando el Marqués del Toro arribó a Carohana con sus tropas diezmadas y sin mucho entrenamiento para enfrentar a un duro jefe realista, preguntó por las posibilidades de encontrar algún refuerzo importante para continuar el avance contra Monteverde. -Yo apenas tengo unos 200 hombres, incluyendo algunos reclutas, que podemos incorporar a su Ejército –le expresó el Jefe Militar de la Plaza. -Necesito 1000 ó 2000 hombres como mínimo. -El único que puede suministrar una cantidad como esa es el Indio Reyes Vargas, jefe indiscutible de las tribus indígenas del Cantón de Carohana y de miles de hombres mestizos que le siguen ciegamente. -¿Dónde lo encontramos? ¡Tráigame a ese hombre, ya! Reyes Vargas fue convencido por el Fraile Aguinagalde para que se incorporara al Ejército por la independencia y a la creación de una Patria nueva, autónoma como la que tuvieron los indios, libre como su voluntad que imperaba en el Cantón. Cuando se presentó ante el Marqués del Toro hizo desfilar frente al Jefe Patriota más de 1000 indígenas armados con flechas y unos pocos fusiles. El diálogo fue muy breve. -Usted me cubrirá la retaguardia. Yo decidiré cuándo le entregaremos los fusiles de nuestro parque. -Como Ud. ordene, su Señoría. El Indio Reyes Vargas percibió un alto grado de desconfianza por parte del Jefe de los patriotas. Esperaba que le entregara las armas y lo colocara a la vanguardia, por ser conocedor de la zona y tener un pequeño ejército de aborígenes acostumbrados a vivir a la intemperie, a matar fieras salvajes y a caminar descalzos entre las piedras y las tunas. Hombres para todos los combates. Sólo le faltaban las armas que superaran sus flechas e igualaran a las del enemigo. En el primer enfrentamiento, Reyes Vargas vio retroceder al Marqués del Toro en medio de un gran desorden, a centenares de hombres sin adiestramiento para la guerra. Pidió las armas para entrar en combate, pero recibió la orden de replegarse hacia Siquisique. El Marqués del Toro perdió el Parque en la retirada. En Siquisique le ordenó: -Defienda la Plaza hasta que yo encuentre mayores refuerzos. Hágalo como máximo Jefe Militar –y le entregó un pergamino en el que le otorgaba tan importante rango. El Indio Reyes Vargas bloqueó las principales entradas de su primera Plaza Militar. Conservaba intacto el número de sus hombres, pero sin armas para resistir un ataque de fusilería y menos de artillería. Cuando ordenaba la ubicación de sus hombres, se produjo un fuerte movimiento de la tierra, varias casas se cayeron y algunos de sus hombres resultaron levemente heridos. A pesar del susto y del temor que se observaba en el rostro de algunos de sus hombres, ordenó continuar preparando su trinchera. En ese momento se le acercó el Padre Torrellas. -José de los Reyes, Dios nos ha enviado un castigo del cielo por desobedecer la autoridad de los Reyes de España. No continúe sus preparativos para la resistencia porque puede ser peor. Recibamos al Capitán de Navío o mejor dicho al Coronel Monteverde, porque ya está en tierra y no en el mar, como representante de los Reyes Católicos quienes representan la voluntad de Dios. -Yo tengo órdenes de defender la Plaza hasta que regrese el Marqués del Toro. El Marqués no regresará, porque ha recibido el castigo del cielo. Lo mató un rayo. 57
Detrás del terremoto llegó una tempestad y comenzó a llover sobre Siquisique, lo que le dificultaba al Indio Reyes Vargas controlar a sus hombres directamente y le daba cierta credibilidad al Padre Torrellas. Al cesar la lluvia, muy pocos de sus hombres estaban en sus puestos. A su lado el Padre Torrellas insistió: -No vaya a sacrificar a sus hombres contra la voluntad de Dios. El Coronel Monteverde llegará en algunos minutos, guiado por la Divina Providencia. Yo lo recibiré primero y lo convenceré de que no use el poder de Dios y de los Reyes Católicos contra nosotros. Le entregaremos la Plaza en nombre de Dios y del Sol de los Ajaguas. El Indio Reyes Vargas pensó que su padre había sido también enviado por los Reyes Católicos, que su nombre se debía al respeto y a la obediencia a los monarcas de España, tal como se lo había dicho el Coronel Guillermo Vargas. Ningún Dios podía estar con el Marqués del Toro, porque había sido derrotado. -Dígale a Monteverde que yo soy un soldado de los Reyes de España. Lo que viene después, Dr. Bracho, es el terror de Carohana y una interminable ola de violencia que no ha cesado de devastar nuestra tierra y no ha podido desarmar nuestros espíritus. Para leer toda la novela ingresa a la página WEB: juanpaezavila.net
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