LA VOZ DE MI PARROQUIA “San Bartolomé apóStol” R Ro occiia an na ad de ell CCo on nd da ad do o BOLETÍN BIMESTRAL DE INFORMACIÓN Y FORMACIÓN CATÓLICA D Diirreeccttoorr:: M Maannuueell B Booggaaddoo V Viillllaa SSE EPPT TIIE EM MB BR RE E // O OC CT TU UB BR RE E 22001133 AAÑÑO OV VN Núúm m.. 2277
“Vayan sin miedo para servir” Todavía sobrecogidos por el impresionante testimonio de fe que ha supuesto la JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD de Río de Janeiro, bueno es desmenuzar y analizar este encuentro a la luz de lo que son capaces de aportar los jóvenes de hoy. En un país como Brasil, de asombrosa inmensidad y con un sello tan personal y característico, hemos podido constatar, de nuevo, el gran poder de convocatoria de la Iglesia y la positiva respuesta de la que son capaces los jóvenes. Es esa misma juventud a la que con frecuente alusión, y tal vez con cierta ligereza, se recrimina y se descalifica por su acusada ausencia de valores, su vida más o menos festiva, sus vicios o por su falta de entereza y personalidad. La JMJ ha demostrado precisamente lo contrario. Hemos encontrado, como ya ocurriera con Juan Pablo II o con Benedicto XVI, que los jóvenes de hoy, a poco que se les convoque, son absolutamente receptivos al mensaje de Jesucristo. Y no dejan de ser los mismos jóvenes que pueden verse en una discoteca, en una tertulia de amigos que departen junto a una barbacoa, o que se divierten libremente como corresponde a su estado. Pero, a la vez, han demostrado que también son personas ávidas de conocer a Jesús, de compartir culturas y situaciones diversas y, por encima de todo, seres en los que se puede confiar, porque a través de ellos mismos podemos aprender y sacar importantes conclusiones. Lo ha tenido muy claro nuestro papa Francisco en esta etapa de su pontificado por tierras brasileñas. Ha sido tanta la disposición de los jóvenes que acudieron a la llamada de la JMJ, que el Papa lo ha tenido fácil con ellos. Esas palabras pronunciadas en su alocución de “Vayan sin miedo para servir”, seguro que los jóvenes las acogieron como suyas. Y es que vistas las muestras de entusiasmo, las actitudes mantenidas por los jóvenes y el número notable de testimonios vividos, ya vaticinaba nuestro Pontífice que ninguno podía negarse a tan significativa petición. Incluso diría algo más: han sido los propios jóvenes, sobre todo aquéllos marcados por el sufrimiento o por la presencia de alguna minusvalía, los que han llegado a tocar la sensibilidad de tantos obispos presentes, incluyendo hasta la del propio obispo de Roma. Han sido jóvenes que, en muchos casos, ya llevan tiempo cargando con la cruz del desarraigo, de la exclusión social, del desempleo, de la drogodependencia o de la violencia, y que han sido capaces de hacerse fuerte en la adversidad, “arrimar” el hombro de la solidaridad o aceptar con resignación lo que Dios haya dispuesto para ellos. Dejo para el final la gran lección aportada por los jóvenes de Latinoamérica. Ha sido su saber estar en consonancia al acto que se celebraba; su acendrada espiritualidad y una actitud de respeto que supieron alternar momentos de alegría y de cánticos desbordados, con otros de un silencio sublime abocados a la reflexión. Es la paradoja de la vida. Aquellos pueblos evangelizados en su día, son un vivo ejemplo y un diáfano espejo en el que poder mirarse tras más de quinientos años del descubrimiento de América. Cracovia, la cuna del beato Wojtyla, espera ya, para dentro de tres años, el reencuentro de la Iglesia con éstos y otros jóvenes, que habrán recogido la semilla plantada por el papa Francisco. Seguro que muchos de ellos, siguiendo la consigna del Pontífice, caminarán sin miedo con las pilas de la esperanza y con un renovado espíritu de servicio. Manuel Bogado Villa