Hora de estrellas, Federico GarcĂa Lorca El silencio redondo de la noche sobre el pentagrama del infinito. Yo me salgo desnudo a la calle, maduro de versos perdidos. Lo negro, acribillado por el canto del grillo, tiene ese fuego fatuo, muerto, del sonido. Esa luz musical que percibe el espĂritu.
Los esqueletos de mil mariposas duermen en mi recinto. Hay una juventud de brisas locas sobre el río. El camino No conseguirá nunca tu lanza herir el horizonte. La montaña es un escudo que lo guarda. No sueñes con la sangre de la luna
y descansa. Pero deja, camino, que mis plantas exploren la caricia de la rociada. ¡Quiromántico enorme! ¿Conocerás las almas por el débil tatuaje que olvidan en tu espalda? Si eres Flammarión de las pisadas, ¡cómo debes amar a los asnos que pasan acariciando con ternura humilde tu carne desgarrada! Ellos solos meditan dónde puede
llegar tu enorme lanza. Ellos solos, que son los Budas de la Fauna, cuando viejos y heridos deletrean tu libro sin palabras. ¡Cuánta melancolía tienes entre las casas del poblado! ¡Qué clara es tu virtud! Aguantas cuatro carros dormidos, dos acacias, y un pozo del antaño que no tiene agua. Dando vueltas al mundo,
no encontrarás posada. No tendrás camposanto ni mortaja, ni el aire del amor renovará tu sustancia. Pero sal de los campos y en la negra distancia de lo eterno, si tallas la sombra con tu lima blanca, ¡oh camino! ¡pasarás por el puente de Santa Clara!