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EN LA OPINIÓN DE PEDRO J.

El contrabando de libros en la Nueva España _______________________________________________________

I L U S T R A C I Ó N : A L E T S K L A M R OT H

CUANDO TIZIANO LE PINTÓ un retrato a Isabel de Portu-

gal, se refirió a ella como una de las mujeres más bellas e inteligentes de su época; en verdad lo era. Quizás la historia la recuerde más como la única esposa y reina consorte de Carlos, primero de España y quinto del Sacro Imperio Romano Germánico. Carlos e Isabel eran primos hermanos, pero ello no les impidió unir sus vidas ante el altar. Era cosa común en el siglo XVI. ¡Extraños tiempos le tocó vivir a Isabel! Por un lado, la consolidación de reinos y colonias en América (conocidas como las Indias) que se dio después de las guerras de conquista. Por el otro, la proliferación de ideas reformistas iniciadas por un monje alemán de nombre Martín Lutero, quien no estaba muy de acuerdo con el proceder de la Iglesia Católica. La reina comprendió que el mundo parecía cada vez más pequeño, que cada libro impreso en aquel invento de Gutemberg podía contener ideas peligrosas y llegar a las manos de cualquier persona, aunque se encontrara del otro lado del mar. En su opinión, las ideas que estaban en contra de la fe y de la historia aceptada por la monarquía no deberían estar en manos de cualquiera. Para evitarlo, en abril de 1531 difundió una Cédula Real: “Yo he sido informada que pasan a las Indias libros de Romance, de historias varias y de profanidad, como son el Amadís y otros de esta calidad, este es mal ejercicio para los indios y no está bien que se ocupen de estas cosas ni de leer. Por ende, yo mando que de aquí en adelante no consintáis ni deis lugar, a persona alguna, pasar a las Indias libro alguno de historia o cosa profana, salvo lo tocante a la religión cristiana o virtud que puedan ejercer y ocupar los dichos indios y los pobladores de dichas Indias”. La orden llegó hasta la Ciudad de México donde fue leída por la primera audiencia que entonces gobernaba la Nueva España. Aquellos hombres tenían otros temas más importantes en su mente como para andar buscando libros, y la dejaron pasar. En 1535, don Antonio de Mendoza, conde de Tendilla, se convirtió en el primer virrey de la Nueva España. Ese año llegó al puerto de Veracruz con la encomienda de hacer cumplir la sentencia de Isabel de Portugal. Así que, unos meses después, instruyó a que se escribiera el siguiente texto en el compendio de leyes: “Nuestros virreyes, presidente y oidores pongan por su parte toda la diligencia necesaria y den orden a los oficiales reales para que reconozcan en las visitas de los navíos si llevaren alguno de los libros prohibidos, conforme a los expurgatorios de la Santa Inquisición, y luego entreguen todos los que hallaren a los arzobis-

*PEDRO J. FERNÁNDEZ

pos y obispos o a las personas a quienes tocare por los acuerdos del Santo Oficio”. Y obligó a sus hombres más cercanos a acatar la orden. Así, los libros de ficción y aquellos que trataban temas de historia o de religión quedaron prohibidos. Todas las embarcaciones que llegaban al puerto de Veracruz y al puerto de Acapulco eran rigurosamente inspeccionadas. Se abrían cajas y valijas, hombres y mujeres debían ser revisados para asegurarse de que no llevaran algún texto entre la ropa. Cualquier obra que fuera confiscada era destruida al fuego. Aquellas personas que tenían libros en casa que podrían considerarse prohibidos tuvieron que guardarlos en cajones o en tablones sueltos debajo del piso. Ni hablar de los escritores que dedicaban sus letras a este tipo de temas. Ahora debían asegurarse que su forma de pensar fuera igual a la de la Casa Real, que no se ofendiera en algún momento los preceptos de la Iglesia Católica y que se consiguiera un permiso especial para difundir sus obras. Como es lógico, comenzó el contrabando. Para mover libros dentro y fuera de la Nueva España y evadir los estrictos controles de las aduanas, se utilizaron baúles o barricas de vino con doble fondo. En las reuniones clandestinas o en las tertulias literarias se daban intercambios silenciosos de paquetes bien envueltos, que no contenían joyas, sino letras. De esta forma, muchos hombres y mujeres novohispanos pudieron acceder a las ideas de pensadores como Ovidio, Homero, Plutarco y Virgilio, también de Lutero, y de otros pensadores de la época. Además, también fue posible leer ciertas traducciones no aprobadas de la Sagrada Biblia. La Santa Inquisición amenazó con la excomunión a todos los que leyeran textos no aprobados por ellos, pero ni así pudieron detener el mercado negro. Curiosamente, un siglo después de que Isabel pensara en la peligrosidad de los libros, Cervantes escribió la historia de un hidalgo al que se le seca el cerebro de tanto leer historias de caballería. Don Quijote defendía a todos los que querían: leer libremente. Por fortuna, cuando pensamos en la prohibición, destrucción y el contrabando de libros, usualmente vamos a las novelas de ciencia ficción, pero quizás deberíamos adentrarnos en las de historia. Nos sorprendería lo que hay ahí. Por fortuna, cuando México se independizó de España, dejó atrás las ocurrencias de la reina que un día intentó detener los libros llegaran a todos, y su Cédula Real fue olvidada.

ESCRITOR, AUTOR DE YO, DÍAZ Y MEXICANAS QUE HICIERON HISTORIA, AMBOS BEST SELLERS.


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