UN MUNDO
FELIZ
PALOMA ARANSAY BLANCA FUERTES ALBA GASCA GUILLERMO GÓMEZ DE SALAZAR SILVIA GONZÁLEZ
VIGILADOS
HACIA LA ETERNIDAD
ANULACIÓN DE LA PERSONA
ALFA BETA GAMMA
OPRIMIDOS
YONKIS DE LA CORRIENTE
VIGILADOS
“La vida privada sencillamente, ha dejado de existir, telepantallas en el trabajo, en la calle, en la propia vivienda, todo, por seguridad, todo por la libertad de los ciudadanos”. La sociedad orwelliana de 1984 bien podría ser una retrospectiva de nuestras calles, de cada esquina que se encuentra coronada por una cámara de seguridad, siempre al acecho, ávidas de robarnos instantes de nuestra vida. Una sociedad donde lo privado se ha convertido en un asunto de todos. La fina línea que separaba lo privado de lo público ha terminado por desaparecer. Gobiernos, grandes empresas, gigantes de las telecomunicaciones… todos se han unido para controlar a los ciudadanos, para violar lo único que nos queda como hombres: nuestra libertad. No importa donde te encuentres: de Madrid a Sao Paulo, de una autopista a un centro comercial, de madrugada o al atardecer… siempre habrá alguien mirando: un ojo indiscreto, un tercero que graba en su retina momentos e instantes únicos. Y todo ello ¿por el bien común?. ¿No es un precio demasiado alto? Prepara tu mejor sonrisa, yérguete. Estás en el aire. Miles de ojos se están nutriendo de tu imagen. Las cámaras han empezado a trabajar, y ante ellas se presenta la actividad de la sociedad, pero no es una masa inerte lo que queda registrado. Son caras, matrículas o momentos personales violentados por la presencia de alguien que no ha sido invitado.
HACIA LA ETERNIDAD
La fotografía es sin duda una de las herramientas más potentes inventadas por el ser humano. Bajo el click de una cámara se esconde el poder de inmortalizar toda una vida, incluso la muerte. Tras su invención un uso práctico de esta fue la categoría conocida como fotografía post-mortem. En ella se presentaba al difunto con su vestimenta personal para hacerlo participe de un último retrato grupal. Hoy en día esta práctica ha quedado atrás, pero la evolución de la tecnología y la aparición de cámaras insertadas en todo tipo de objetos tecnológicos han propiciado un nuevo fenómeno aparentemente opuesto, pero que en realidad esta más relacionado de lo que aparenta. Nos referimos a ese fenómeno social por el cual las personas retratan diariamente cada uno de los aspectos de su vida, tratando de inmortalizarse en todo momento, de hacer eternos bajo ese click. Estas fotografías pretende abordar en la mente del espectador la vulnerabilidad que se deriva de este nuevo fenómeno social. En la novela 1984 de Orwell los individuos eran constantemente e inevitablemente expuestos ante las cámaras. Como hemos visto en la serie anterior, esta violación esta presente en la sociedad actual, pero en nuestro mundo feliz la realidad supera a la ficción y son los propios individuos quienes fotografían su cotidianidad en un intento de convertirse en presente estático, pero que deshabilita el control de las personas sobre intimidad y privacidad.
ANULACIÓN DE LA PERSONA
Este nuevo individuo vive en las redes sociales, redes que se caracterizan por su universalidad. Sin embargo, no interpreten tan
rápido esta última palabra. Es precisamente el carácter universal de esta nuevo mundo la que nos anula como personas. La evolución de un mundo donde la tecnología es una herramienta que más que hacernos presentes nos esconde. Anula nuestra personalidad para escondernos tras unos emoticonos de Whatsapp o un flashazo que inmortalice el momento. Cerebros vacíos, impersonales y sumidos en el aislamiento. Sin familia, sin romanticismo, sin una voluntad propia, sin libertad. Así es el hombre del siglo XXI, un humano con una televisión en la cabeza y en el corazón. Ya no pensamos, ni sentimos. Ahora piensan por nosotros y nos dicen que debemos de sentir y digieren de lo que nos alimentamos… Todas estas emociones se han convertido en algo desprovisto de humanidad, una máscara más de las muchas que envuelven al ser humano. Las venas se transforman en cables que conducen nuestras pulsaciones, los bips de nuestro cuerpo. Los huesos son tuercas y tornillos, los ojos un objetivo a través del cual se observa un mundo ya predeterminado. Boca, nariz y orejas son conectores que nos ponen en contacto con una realidad exterior prefijada. Y el cerebro un gran disco duro con ciertos fallos en el sistema. Esto es el hombre, un ser o una monstruosidad –según como se mire- que se encuentra a merced de la tecnología. Si nos desconectan, quedamos débiles, inmóviles, sin una motivación que nos impulse a avanzar. Somos pura química, números, ciencia en estado puro: un objeto examinado y controlado. Como en la obra de Huxley, no existe la voluntad, todo es impuesto, la personalidad, las creencias, no se piensa en la propia persona, no se valora la belleza. Pertenecemos a un todo que genera necesidades innecesarias, que hemos tomado como realidades indiscutibles para nuestra supervivencia y bienestar. No hay hambre, no se teme a la muerte, pues nos adiestran para seguir el camino que unos pocos deciden, cortando y cosiendo al ser humano por un mismo patrón, para que no haya clavos que sobresalgan de la tabla que los poderosos se reparten. Una deshumanización completa, lenta, constante, inexorable y letal que sume al ser humano en la vorágine de la perdición de uno mismo. La metamorfosis de la masa.
ALFA BETA GAMMA
La industrialización ha llegado a la humanidad. La cadena de producción se ha traducido en diferentes clases sociales: Alfa, Beta, Gamma, Delta y Epsilon. El mundo se ha convertido en una gran fábrica donde cada elemento tiene una función determinada que cumplir. “Los Alfa son la casta superior, la élite, la cúspide de la civilización. Realizan los trabajos que requieren una mayor inteligencia, tareas intelectuales que implican una gran responsabilidad. Los Beta engloban a los ciudadanos que desempeñan tareas administrativas para apoyo de los Alfa. Los Gamma sería el estamento de los trabajadores medios. Los Delta y Epsylon formarían la capa más básica y menospreciada de la civilización, siendo los encargados de las labores manuales y los trabajos pesados. El soma juega un papel fundamental en estos individuos, con el fin de que no pierdan su felicidad y su sensación de ser privilegiados”. La estratificación ha creado una humanidad marcada por códigos de barras, por férreas normas que alienan la naturaleza y esencia propia de cada individuo. La misma sociedad impide que se produzca un trasvase de castas y es que vivimos en sociedades líquidas, inciertas y peligrosas. Somos un teatro de marionetas donde cada uno juega un papel y rol determinado protegido por las mascaras que la sociedad nos impone. Esas máscaras en ‘Un mundo feliz’ son las diferentes castas pero en la actualidad las estructuras, las instituciones, las normas, los grupos, los códigos, la violencia explícita o implícita... El ostracismo, la tecnología, la hiperseguridad, el miedo al ridículo, la violencia… son nuestras máscaras. Todo son formas de control social, un juego irónico y amargo. Los hombres no se analizan en sí mismos, sino dependiendo del grupo al que pertenecen, de la estructura en la que se sitúan, en relación con toda una serie de mecanismos que más que ofrecernos posibilidades para ser libres, nos limita esta libertad. Creemos que somos libres pero ¿Es realmente cierto?
OPRIMIDOS
Atascados, enganchados, protegidos tras una pantalla. Ya no nos atrevemos a sostener la mirada, sino que la escondemos tras una fina placa que ilumina con su febril luz nuestro camino, que alumbra nuestros desvelos. O quizá nos desvela su luz. Hemos entregado nuestra alma y secretos a series de datos que configuran una realidad paralela, que en ocasiones se parece tanto a la realidad que terminamos por imitarla. Y es que no hay nada más peligroso que una mentira cercana a la verdad. De este modo, hemos quedado atrapados en una sociedad que se ha generado a través de las pantallas. A través de copias de lo que éstas afirmaban que éramos. Nos han transformado y moldeado según estereotipos, con el patrón de un ser humano vacío, impulsado únicamente por sus arrebatos más básicos. Somos guiados por el hipnótico flujo de imágenes que se suceden ante nuestros ojos, que interiorizamos hasta introducirnos demasiado en el mundo irreal que, parece tan verídico como nuestra propia carne.
YONKIS DE LA CORRIENTE
Ya en el siglo XVIII Rousseau vaticinaba que “El hombre nace libre, pero en todas partes está encadenado”. Un adelanto de un mundo esclavo de la tecnología, con síndrome de abstinencia cada vez que uno no encuentra un enchufe, que no hay conexión wifi o que la batería muere, al mismo tiempo que muere parte de uno mismo. Los humanos se encuentran en pleno proceso de mutación. Lejos queda el ‘homo sapiens’, la cúspide de la evolución humana. Ahora damos la bienvenida al ‘homo digitalis’, un retroceso que no parece tener fin. Una vez pulsado el “enter”, lo normal es repetir. Una vez probada las mieles de la tecnología, el hombre se ve abocado a una dependencia difícil de erradicar. El cristianismo, el judaísmo y el islam se han desdibujado. El fin de las ideologías ha llegado, ya no existen creyentes o fieles, hoy solo hay yonquis de la corriente.
TIM DAVIS POR PALOMA ARANSAY
Cuando Susan Sontag acusó en Sobre la fotografía a los herederos del discurso de Withman por seguir ‘un programa de trascendencia populista’ las obras de Tim Davis aún no habían visto la luz, porque si lo hubieran hecho otras habrían sido las palabras de esta autora. Como Ansel Adams o Walker Evans, el foco de interés de Tim Davis se haya también en su tierra natal, Estados Unidos. Pero no son idílicos paisajes o figuras humanas lo que examina su objetivo. Si centramos la atención en sus series Illilluminations, Lots y Retail veremos que tras ellas se inserta un mensaje opaco que el espectador debe esforzarse por leer. Ese mensaje nos habla de la muerte, la muerte de la humanidad. El resultado de una decadencia donde la tecnología toma una gran partida, pero donde nosotros somos los protagonistas. Creadores de un mundo artificial que no podemos dejar de alimentar. Susan Sontag dijo también fotografiar es conferir importancia, y ese es precisamente la labor de Davis. Nos recuerda el resultado de nuestro actividad: un mundo sin sentido con tigres de peluche gigantes, un mundo donde las marcas se incrustan en los reflejos de nuestras ventanas, un mundo de bombillas fundidas y que a modo de advertencia quiere recordarnos lo que puede venir: la nada. La nada tras el todo que hemos construido. La nada, una nada que Davis ve e imagina como futuro cercano, una nada llena de belleza. Y es precisamente esa belleza y ese carácter enigmático que esconden las fotografías de Davis lo que nos atrae hace ellas. Nuestra naturaleza es depredadora y no podemos evitar sentirnos atraídos hacia el horror a pesar de que este nos haga estremecernos. Todavía miro las fotografías de este modo, como testimonio en el juicio de la artista contra la indiferencia, como lo que alguien está diciendo para que nos preocupemos. ‘Preocupaos’ dice Davis, porque vivimos en un mundo sin vida, en un entorno de muerte, en una democracia artificial alimentada por nuestras propias manos.
BANSKY POR BLANCA FUERTES
Una mente excesivamente creativa, ganas de luchar contra el sistema, necesidad de ser escuchado y amado. ¿Narcisismo? Miles de muros en todo el mundo adornados con cruentas críticas a diversos aspectos de actualidad. Policías en actitudes críticas, niños llorando por lo que podrían tener y no tienen... Un día, hace hoy 22 años, un muro de la ciudad británica de Bristol presenció el amanecer de un artista misterioso. Se hace llamar Banksy. Nadie sabe quién es, dónde nació, dónde vive. Todo un misterio artístico del siglo XXI. Un artista callejero que ha alcanzado el éxito. Muchos le persiguen, pero él no se deja coger. Cada cierto tiempo publica obras nuevas en su página web y reta a sus seguidores a buscar sus murales por las ciudades del mundo entero. Interés actual es su lema. Va variando según el flujo de las corrientes de la agenda mundial. ¿Su tema ahora? La tecnología. Esa revolución que deshumaniza a la persona, que la convierte en esclava de los “likes” en las redes sociales, que destruye las relaciones interpersonales, que acaba con el lenguaje corporal, que coloca máscaras a los rostros de las personas. No likes apareció un lluvioso día de marzo en Stanley Park, Vancouver. Un desconsolado niño llora mientras su contraído rostro se eleva hacia una barra de herramientas de la popular red social Instagram. No tiene “likes” ni comentarios. Muchas interpretaciones se han realizado sobre esta curiosa obra. ¿Los adultos se vuelven niños llorosos a causa de la tecnología? ¿Es tan importante tener visitas en las redes sociales? ¿Nos estamos empezando a olvidar de los valores fundamentales a causa de esta revolución mundial? Muchos volverían la cabeza al ver esta obra. “Menuda tontería”, dirían. Pero Banksy no lo cree así. Desde sus grafitis avisa del peligro mundial que nos acecha, que nos va controlando poco a poco. Así lo muestra otra de sus últimas creaciones, realizada en abril de 2014 y compartida a través de su página web. En Mobile Lovers, una pareja se abraza apasionadamente, o no tanto, mientras prestan más atención a sus respectivos teléfonos móviles que a la persona que tienen entre sus brazos. Así ve Banksy el amor actual. Una mentira. Una fachada. Un saber estar, saber sonreír, mientras lo verdaderamente importante es el teléfono móvil y los posibles mensajes que puedan llegar a él. Esta obra también provoca reacciones airadas. Pero también preguntas e interrogantes. ¿Se ha convertido el amor en algo puramente electrónico? ¿Son las relaciones interpersonales algo del pasado? Está claro que los avances tecnológicos han mejorado en gran medida las comunicaciones. Esta revolución es maravillosa y facilita prácticamente todos los aspectos de la vida. Sin embargo, como quiere expresar Banksy en sus críticas obras, ¿nos estamos olvidando de quiénes somos realmente?
ALEIX PLADEMUNT POR GUILLERMO GÓMEZ
Imagínese que se encuentran con un árbol por la calle, y que ese árbol no es natural, es un constructo elaborado para emitir ondas electromagnéticas. Nos sorprenderíamos de la cantidad de cosas que existen en el exterior que no son las que dicen ser, que se camuflan para que no sepamos exactamente lo que son. Eso es básicamente lo que ha tratado de mostrar Aleix Plademunt en Virtual Space; figuras, construcciones, árboles que son antenas, edificios que ocultan empresas multinacionales tecnológicas, que nos controlan a diario y saben lo que hacemos, cómo lo hacemos y por qué. El control social que ejerce la tecnología sobre nosotros es casi invisible. Se almacenan cientos de metadatos a diario de todas las cosas que obramos. Si compramos un producto en Amazon, se registra, como es lógico, todos los datos referidos a fecha, cantidad de dinero, etc. Pero también se hace un perfil de compra para saber qué ofrecernos en el futuro. Facebook hace algo parecido, y Google ni lo esconde; lee nuestro correo electrónico buscando palabras clave para ofrecernos productos en anuncios por palabras. La obra de Plademunt muestra lo que se esconde detrás de cosas tan mundanas como una roca o un árbol. Desvela lo que marcas, tecnológicas, multinacionales y gobiernos tratan de esconder. Si mostrasen las antenas tal cual, es muy posible que se genere rechazo a las mismas, ¿quién quiere una antena a diez metros de su casa? Nadie, claro está. Pero si se camuflan de formas atractivas, es posible que nadie se dé cuenta del engaño y sí permitan que donde quiera que estén se encuentren. Pregúntese cuántas cosas al día tratan de ocultarse detrás de identidades más amables. Estas imágenes son eufemismos de la realidad. La realidad es bastante más cruda de lo que se nos muestra, pero haciéndola más dulce, llamándola de otra forma, la gente hasta la puede aceptar. No somos conscientes de la cantidad de objetos diseñados para controlarnos que se camuflan como amigos, pero solo nos quieren para una razón: vendernos ideas. Así trata la tecnología, mal utilizada, de convertirnos en esclavos de las multinacionales, de forma amable, eufemística como decía antes. No somos conscientes de este hecho, pero lo grave es que tampoco nos importaría demasiado serlo. Es por eso por lo que Plademunt muestra estas imágenes como si fuese lo más normal del mundo. No importa que detrás de ese pino haya una antena de telecomunicaciones, una cámara de Google o las oficinas centrales de Facebook. Lo que importa es que se esconden porque saben que nadie los aceptaría si fuesen de cara, aunque tampoco nadie ofrecería una intensa oposición. Es por eso por lo que Aleix sirve de inspiración para este trabajo. Nos gusta la tecnología, pero no el uso que algunos hacen de ella. De cómo puede llegar a convertirse en una adicción, en una droga, en estratificar a personas, en vigilarnos, medirnos y hacernos partícipes de una realidad posmoderna que en verdad, poco o nada nos representa. Pero es el campo de batalla de hoy.
JULIAN BARÓN POR ALBA GASCA
Bajo las siglas de lo que podría ser un material clasificado y oculto, Julián Barón presenta una de sus obras más importantes. Criticando la tensa goma de poder que se ha establecido entre política y medios de comunicación a través de las nuevas tecnologías como la fotografía, Barón pretende censurar la propia censura para destapar “una nueva perspectiva sobre los políticos y su estado superficial, revelando cómo el estado que tanto defienden se desvanece con sus acciones” A través de la manipulación de un aparato tecnológico, Barón se dedica a quemar rostros que todos los días abrasan las cabeceras de todos los medios. Se trata de figuras sin rostro, de las que sin embargo hasta somos capaces de reconocer. Una fotografía sucia, como las acciones que Barón critica. Sucia como las que los medios de comunicación presentan día a día en los espacios informativos. Imágenes manipuladas que sirven a intereses políticos, ocultas bajo el amable y noble rostro de la transparencia y objetividad. Julián establece esa conexión entre el cuarto poder y el Gobierno cuyo nexo es el control a través de la manipulación tecnológica, y hacer relucir el manido concepto de control social que parece hoy cubierto de polvo. El vídeo de presentación de este proyecto deja entrever un factor importante que hoy en día tiene más peligro que el que la sociedad es capaz de vislumbrar: la desinformación. El conjunto de las fotografías nos ciega. Los flashazos nos hacen casi apartar la vista de algo que no podemos comprender a primera vista. No son imágenes cuidadas, como las que aparecen en los medios, pero sin embargo, son las mismas editadas, manipuladas. El torrente informativo al que el individuo queda sometido hoy en día, lejos de ofrecer una información completa y basada en la realidad, realiza el efecto contrario, le somete al filtro del periodista, quien no siempre sirve a las premisas de independencia y objetividad. De este modo, queda a merced de una manipulación informativa, que no es más que una forma más de control. Barón juega con el error fotográfico, con esa imagen quemada que socialmente no es aceptada y sin embargo, esconde una crítica al control de la sociedad desde la manipulación por parte de la dualidad gobierno-medios a través de una de las herramientas tecnológicas y documentales de la que más veracidad ha gozado desde su nacimiento, la fotografía. La propuesta de la fotografía como control social no es nueva, lleva utilizándose desde que aquellos que ostentaban el poder se dieron cuenta de su capacidad de convicción. Al ser el torrente informativo de tal calibre, el espectador es sujeto de una compresión en espacios extremadamente reducidos (como lo es la televisión) donde procesa una información ya procesada. Datos e historias masticados que apenas debe digerir y que le aportan una sensación de haber sido informado de forma completa. He aquí la importancia del juego de la imagen. Barón lo representa claramente. No nos paramos a analizar las imágenes que pasan cada día ante nuestros ojos. Lo vemos tan igual, tan parecido, tan cuidado y perfecto (sobre todo en materia política) que no se nos ocurre analizar para quién sirve el fotógrafo y si el editor escogió dicha foto por algún motivo. Al igual que Shakespeare introdujo el teatro dentro del teatro en Hamlet, Barón distorsiona la imagen distorsionada, como una sucesión de imágenes hipnóticas que suponen una catarsis para el público.
MICHAEL WOLF POR SILVIA GONZÁLEZ
Un segundo, un instante, una mirada indiscreta. Casi sumergiéndose en las redes del voyeurismo o, por qué no, del insistente paparazzi. Michael Wolf es todo y nada. Es testigo, es cómplice de fragmentos de la vida de la gente: un furtivo beso, un corte de mangas… Un espectador de la vida misma. Este fotógrafo alemán analiza la vida en las ciudades: la imperiosa arquitectura urbana, las presiones de la vida en sociedad así como el control social que la tecnología ejerce en nosotros. Una crítica ácida y bella al mismo tiempo. En la serie ‘Transparent cities in details’ de la obra ‘Life in cities’ y en ‘Street view’, Wolf plasma estampas de la vida cotidiana como si de una cámara de seguridad se tratase. Picados, con mucho ruido y efecto moaré para mostrar las rutinas de las personas, sus deseos y anhelos. Un espía de las grandes urbes que persigue a ciudadanos sin nombre, sin apellidos e incluso sin caras ya que la era digital ha desdibujado la humanidad de las personas, en esta ocasión en forma de píxeles. Cada uno de nosotros se encuentra controlado, vigilado como si de un videojuego se tratase. Así ocurre en la serie ‘Interface’ de ‘Street view’, donde sobre la fotografía de la persona se encuentra sobreimpresionado patrones de comando: flechas, círculos indicadores de posición… Esta forma de fotografiar, simula a Google Maps y es que Michael Wolf utilizó la base de datos en línea de Google para emplear estas imágenes como materia prima y base sobre la que disparar su propia fotografía. De esta forma, realiza una crítica al espionaje que Google hace de la población. Un documento de los sinsabores de la vida moderna del siglo XXI, especialmente del dinámico Hong Kong donde la tecnología es el leitmotiv diario. Michael Wolf transforma lo insignificante es significado, en un símbolo para documentar la transformación de la vida moderna. Con una mirada fría, la presencia del fotógrafo es casi imperceptible a diferencia de los primeros fotógrafos documentalistas como Jacob Ris, Thompson o Hine que buscaban involucrarse. Wolf se mantienen a distancia lo que contribuye a realzar la inexpresividad y opresión de la tecnología. Aunque no sigue la línea de Robert Frank, hay elementos comunes que nos pueden llevar a una comparación de ambos estilos de fotografiar. La presencia de figuras anónimas ocultas tras los símbolos de cada periodo histórico: en Frank la bandera americana y en Wolf los pixeles de la era digital. Además, ambos usan picados, contrapicados y recalcan la idea del hombre instrumento. Una fotografía documental con mucha ironía como la de flecha en Frank y la obra ‘Interface’ en Wolf. En este aspecto, Lee Friendlander también avanza con la fotografía de la interrogación en Nueva York, lo que luego hará el alemán. Un testigo incómodo de los estragos que la tecnología está causando en la humanidad. Un retrato de una sociedad laboratorio. Sin embargo, la sociedad por muy aborrecible que sea está llena de nuestra humanidad.
BIBLIOGRAFÍA
WOLF Michael, A series of unfortunate events, Peperoni books, 2010 BULL, Martin, “Banksy Locations and Tours: A Collection of Graffiti Locations and Photographs from Around the UK”, PM Press, 2011 MARÍA RUBIO, Oliva, Diccionario de Fotógrafos Españoles, La Fábrica, Barcelona, 2014 SHORE, Stephen, Lección de fotografía, Phaidon, 2009 WOLF Michael, Portraits, Superlabo, 2011 SONTAG, Susan, Sobre la fotografía, Debolsillo, Edición 2013 PLADEMUNT, Aleix, “Virtual Space”, Ca’ L’Isidret, Gerona, 2014 VVAA, Vitamin PH - New Perspectives in photography, Phaidon, 2006