Dámaso Murúa: el bailador de palabras

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DĂĄmaso MurĂşa el bailador de palabras


Recordar es vivir y Dámaso lo tiene presente desde que tiene memoria. Le creo por la basta cantidad de obras que llenan su librero, desde 12 relatos escuinapenses hasta este compilado de crónicas chapopotadas. Porque, ¿acaso sus obras no tienen la voz de otro? Algo que caracteriza la obra de Dámaso, es que siempre parte de la anécdota. O un güilo le cuenta sus relatos o él mismo cuenta lo que le pasa. Como sea, no cabe duda de la gran capacidad que tiene el escritor para recibir, retener y procesar sensaciones, principalmente auditivas y visuales; las táctiles, olfativas, y gustativas son producto de su cochambrosa y tropical imaginación, puesto que solo aplican en los siguientes textos al referirse a sus amores platónicos. En una de sus crónicas dice que hay dos generaciones después de los Beatles: la juventud que, dado al bombardeo masivo de información y modelos extranjeros, ha quedado renegadamente solitaria; y el maduro, que a solas añora su juventud. El escritor escuinapense, claro, es de estos últimos. Un romántico defensor de su época, momentos de gran auge nacional. Hechos y lugares que conmocionaron a alguien que salió de un pueblo camaronero. Una ciudad grande que contagió su tamaño en las ambiciones creativas de un posible escritor oral, hoy escritor leído. La modernidad estaba a la vuelta de la esquina con edificaciones, calles oscuras y sórdidas; y el cine de oro, son, mambo y cha cha chá que creaban una atmósfera nocturna y palpitante. Noches donde la mujer era la protagonista.


“La ciudad es una esplendorosa mujer” y Dámaso Murúa la recorre a través de sus palabras que se agitan, voluptuosas, pícaras. Porque, aunque sea un romántico querendón, el humor y su distintiva ironía lo acompañan. Características que aprehendió desde su natal Escuinapa y por la soltura de aquellos cubiches que con su música y bailes candentes influenciaron su prosa. Me hace recordar a lo que el gringacho Jack Kerouac con el bop, o el tanguero Julio Cortázar con el jazz, los cuales hacían práctica de ese juego prosístico del tempo. Para nuestro escritor, es el conjunto música-baile. Su peculiar uso del lenguaje hace que el lector brinque, gire, se menee, baje y suba con sus palabras. Leer a Dámaso es escuchar a su tocayón Perez Prado y ver bailar a Ninón Sevilla, pero también en ocasiones escuchar a un dolido Beny Moré, un Agustín Lara seduciendo Marías del alma. Por si se les hace poco, a nuestro escritorete se le va la lengua de más llamándose a sí mismo un bocón. Porque dice lo que se le antoja sin importar quién salga perjudicado, él incluido, ante sus palabras balas de lengua. Muestra de su personalidad crítica, como lo expresó al rechazar el premio Sinaloa de las Artes en el 2006 “Nunca escribí para obtener premios ni para que me celebraran ceremonias”, lo que devela honestidad dentro de sus texto. Pieza fundamental para la credibilidad de un texto literario. Valor que aprendió de amistades con escritores y la experiencia misma de un área ambiciosa que es el cargo administrativo en grandes escuelas de corrupción donde o cooperaba o se iba. Y qué bueno que se fue por esa gran puerta llamada literatura.


En el 2001 publica el libro Los candiles de la calle, un compilado de crónicas donde su natal Camarón City es la protagonista con el compilado de personajes estrellas. Una fantástica alegoría realizada por la televisión, los cines y los tocadiscos. Estos medios audiovisuales hacen que famosos como James Bond, Ava Gardner y hasta la ballena Keiko, convivan con los escuinapenses. El siguiente libro de crónicas que hoy vengo reseñando podría funcionar como una continuación. El título Las flores del chapopote, bella imagen trasgredida con ironía devela un elogio a la Ciudad de México. A sus calles modificadas, a sus cantinas y cabarets, a los artistas de aquellas noches de neón; y contra elogio a ciertos sucesos políticos y personajes desmerecidos. El escritor retorna a los años 40’s y 50’s, a un México en cierta manera endoculturalizado por ciertos guiños de los cubanos que vinieron a través de su música y baile. Recuerdo a Moré cantando “no hay que olvidar que México y la Habana/ son dos ciudades que son como hermanas/ para reír y cantar…”. Dámaso también habla de una doble identidad, identidad camaronera y capitalina, el amor por el terruño y la ciudad que le dio la oportunidad de desarrollarse profesionalmente. Así expresa la identidad de nación, un chicano volviendo a sus raíces, o apropiarse de algún lugar, ciudad o cantina. La memoria es identidad ya que el hombre necesita de su pasado para entender su presente, dice Huyssen. Dámaso decide permanecer en la gran ciudad porque considera que es allí donde pertenece, se identifica. Mas no lo hace olvidando sus orígenes, al contrario,


es a través de la memoria que crea el vínculo traducido en relato. Permanece, involuntariamente, en su Camarón City por medio del lenguaje. Es la ciudad de México una esplendorosa mujer, la madre, la de aquí soy. Una concepción muy edípica, aunque va más allá de lo freudiano, así como va más allá también de su crítica social, ya que con o sin intención del autor, es la ciudad con sus pros y contras la que viene ganando junto con la prosa mambolera y espíritu románticón de Dámaso Murúa que junto con el Güilo Mentiras, jamasito miente.

Arnulfo Valdez Oleta Guadalajara, Jalisco, 2015



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