Gillian Cross La hija del lobo
Título original: Wolf Traducción: Jacobo Mendioroz Colección Gran Angular, 128 Dirigida por Jesús Larriba Primera edición: Septiembre, 1993 Copyright: Gilliam Cross, 1990 Copyright: Ediciones, SM, 1993 Joaquín Turina, 39 28044 Madrid Comercializa: Cesma, S.A. Aguacate, 43-28044 Madrid
Editorial: SM Impreso en España Imprenta SM-Joaquín Turina, 39 28044 Madrid I.S.B.N.: 84-348-3905-9 Depósito Legal: M-27488-1994
De madrugada, unos pasos misteriosos cruzan la galería y llegan al apartamento de Nan. Dos golpes en la puerta, un breve silencio y dos golpes más, como si se tratase de una contraseña. Despierta en la cama, Cassy oye un susurro de voces, pero no logra entender lo que dicen. A la mañana siguiente, Nan la manda unos días a casa de su madre, como siempre que se cierra la puerta del cuarto del fondo y aparece la enigmática maleta marrón. Y así comienza Cassy una vida en la que el lobo es su obsesión y su pesadilla, y resulta
ser... Gillian Cross nació en Londres y estudió en las universidades de Oxford y Sussex. Tras acabar sus estudios, trabajó en varias profesiones. En la actualidad vive en Gravesend y se dedica a escribir, habiendo publicado ya casi una docena de libros infantiles y juveniles. -----------------------------------------------ã(5)
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¤I -----------------------------------------------Llegó de madrugada, hacia las dos y media. Cruzó la galería deslizándose sigilosamente por delante de las puertas de los demás apartamentos, que estaban cerradas. Nadie distinguió su sombra a través de la cortina ni oyó el ruido irregular de sus pisadas. Pero Cassy sí se despertó. Estaba echada en la cama, debajo de la ventana, cuando oyó las pisadas, que se detuvieron fuera un
momento. Sonaron dos golpes rápidos y suaves en la puerta. Hubo un breve silencio y luego dos golpes más, como si se tratase de una contraseña. Cassy se sentó en la cama. Oyó cómo se abría la puerta del cuarto del fondo y cómo Nan salía rápidamente. Nan no echó a correr (las enfermeras nunca corren, excepto en casos de hemorragia o de incendio), pero sí cruzó el recibidor en dos zancadas. Oyó el ruido de la puerta al cerrarse, pero no escuchó ninguna voz ni pudo ver por debajo de la puerta luces encendidas. El hombre entró a oscuras, deprisa y en silencio, y cerró la puerta tras de sí. Él y Nan se deslizaron hasta el cuarto de atrás y, durante un segundo, Cassy oyó la voz, pero no entendió lo que decía. Después se cerró definitivamente la puerta, y las dos voces se convirtieron en un zumbido monótono y apagado, que se superponía al del tráfico del West Way. Cassy se dejó caer otra vez en la cama y cerró los ojos, ã(6) intentando poner la mente en blanco y olvidar todas las preguntas que acudían a su cabeza. "No te metas en los asuntos de los demás", le decía siempre Nan, "o algún día te pillarás la nariz en una ratonera". No pensar en nada. No preguntarse nada. Una larga práctica le permitió llegar al estado de inconsciencia; se relajó sin dificultad y se sumió en un sueño tranquilo. Se despertó ya entrado el día. Nan estaba de pie delante de su cama, junto a la cómoda. Encima de ésta, a la altura de la cara de Nan, se hallaba la gran fotografía enmarcada del padre de Cassy cuando era pequeño. Nan y él, madre e hijo, estaban erguidos e impecables, pero no sonreían. La mirada de Nan escrutaba directamente a Cassy, mientras que los ojos del muchacho estaban fijos en algo que quedaba fuera de la fotografía. Durante un segundo Cassy se preguntó, todavía medio dormida, qué estaría mirando. Y entonces vio que Nan llevaba en la mano su vieja maleta. Se incorporó y frunció el entrecejo, como si no la hubiera visto. --¿Qué estás haciendo aquí a estas horas? Pensé que hoy tenías que ir pronto al trabajo. --He pasado muy mala noche, -dijo Nan mirando a Cassy directamente a los ojos-. No creo que quieran que vaya a trabajar en este estado. Cassy le devolvió la mirada, sin darse por enterada de la presencia de la maleta. --Ya llamaré yo a la hermana de tu parte. --No hace falta, -contestó Nan arrodillándose y dejando la maleta en el suelo, delante de la cómoda-. Yo avisaré después a la señora Ramage. Tú tienes otras cosas que hacer. Será mejor que te vayas a casa de tu madre, hasta que me encuentre mejor. --¡Pero, Nan...! Se suponía que a continuación debía decir: "¿No prefieres ã(7) que me quede aquí contigo para cuidarte?". Luego, Nan sonreiría y
diría que no con la cabeza, mientras iba metiendo la ropa en la maleta. Paso a paso y palabra por palabra, volvería a repetirse la escena de la vez anterior, de todas las veces anteriores. Y al final del proceso, Cassy acabaría en casa de Goldie, donde, asomada a la ventana, despediría a Nan con la mano, mientras la maleta se hallaba a su lado en el suelo. Cuando tenía tres años -¿o quizá eran cuatro?- se subió encima de la maleta y aporreó la ventana con los puños gritando: --¡No me dejes aquí! ¡Quiero irme contigo, Nan! Todavía sentía escalofríos al recordar aquel momento. Recordaba el terror que sintió allí de pie delante de la ventana, mientras Goldie intentaba abrazarla cariñosamente, en el momento en que vio cómo Nan desaparecía dando la vuelta a la esquina. Nunca volvió a gritar de aquella manera. A partir de entonces, prefirió decir adiós con la mano, sonreír y aparentar que todo iba bien. Pero ¿por qué tenía que ser así? --¿Por qué precisamente ahora? -dijo Cassy; las palabras le salían a borbotones, mientras Nan la miraba con ceño-. Mañana tenemos que elegir las nuevas asignaturas y, si no estoy aquí para elegirlas, no podré conseguir matricularme en las que yo quiero. ¿Por qué tengo que irme ahora? --No necesitas ningún motivo para ir a visitar a tu madre, -le contestó secamente Nan. Los cierres de la maleta se abrieron con un chasquido metálico-. Hace por lo menos seis meses que no has ido a verla. --Pero elegir las asignaturas es importante. Tú misma lo dijiste. Dijiste que tenía que elegirlas con mucho cuidado. --Y así es, cuando se puede, -respondió Nan en tono frío y sin mirar a Cassy-. Pero la vida no se reduce al colegio. Así que levántate y ve a lavarte. Luego, abrió el primer cajón de la cómoda y empezó a ã(8) sacar la ropa de Cassy. Tres camisetas, muy usadas pero impecables. Seis bragas. Dos jerséis en buen estado y un tercero con el codo roto. Pero Cassy no estaba dispuesta a rendirse tan pronto. Miró desafiante la maleta, todavía a medio hacer. --Quiero saber por qué haces esto. ¿Por qué tengo que irme tan de repente? --No tengo tiempo para discutir contigo, -contestó Nan mientras doblaba cuidadosamente una falda azul marino que Cassy solía ponerse para ir al colegio-. Deja de hacer preguntas y ve a lavarte. Cassy se puso las zapatillas y cruzó lentamente la puerta de su dormitorio. Mientras atravesaba el recibidor, echó una rápida mirada a la puerta del cuarto del fondo. Por supuesto, estaba cerrada. Nunca le había preguntado nada a Nan ni había buscado ninguna explicación por su cuenta. Pero sabía que había alguna relación entre la maleta y la puerta cerrada. No recordaba exactamente cuándo lo advirtió por primera vez, pero siempre sucedía así. Normalmente, Nan insistía siempre en dejar
la puerta abierta para que el cuarto se ventilase. Era su dormitorio, pero también su cuarto de estar, y odiaba que oliese a cerrado después de dormir en él. Pero de vez en cuando entraba en escena la maleta marrón. Entonces, de repente, la puerta aparecía cerrada, y Cassy sabía que debía dejarla así. La única vez que Nan le dio una bofetada fue un día en que decidió tocar el picaporte para ver qué pasaba. Pero hoy Cassy estaba enfadada y se quedó mirando la puerta sin ningún disimulo. Sintió un escalofrío en la nuca. Quería acercarse a ella y abrirla del todo para que entrase aire fresco. Pero, con el rabillo del ojo, vio que Nan la vigilaba. Agachada, con las manos en el regazo, miraba a Cassy con desconfianza. Esperaba a que ella se alejara del cuarto y entrara en el baño. ã(9) Cassy cerró la puerta del baño y se miró en el espejo. Tenía los ojos castaños propios de una persona juiciosa; el pelo castaño y corto de una persona juiciosa. Bastaba mirarla a la cara para saber que nunca haría nada malo. "Si todos fueran como tú", solía decirle Nan, "el mundo sería un lugar menos complicado y más agradable". A veces, Cassy hubiera deseado no ser tan juiciosa. Se lavó mucho más deprisa que de costumbre, pero Nan empezó a llamarla impacientemente antes de que pudiera terminar: --¿Qué demonios estás haciendo ahí dentro? Tu desayuno está listo. --Ya voy -Cassy dobló la toalla, la colgó en el toallero y salió del cuarto de baño-. ¿Qué hago con mi pijama? --Mételo en la lavadora, -le gritó Nan desde la cocina-. Ya te he puesto otros limpios en la maleta. Vístete y ven a tomarte tus cereales. Cuando Cassy entró en la cocina, tenía los cereales preparados y el té servido. Antes de que se sentase, Nan ya le estaba acercando la leche y el azúcar y hablaba de otra cosa. --Te he preparado una bolsa con comida. ¿Te las arreglarás para llevar la bolsa y la maleta? Cassy se quedó helada, con la cuchara llena de azúcar a mitad de camino. --¿Por qué tengo que llevar yo las dos cosas? ¿Es que no vas a venir conmigo? --¿Qué quieres: que te lleve de la mano? Puede que no seas muy alta, pero ya tienes casi catorce años, -Nan se dio la vuelta rápidamente y empezó a aclarar los cacharros-. No quiero andar de tren en tren estando así. --Pero siempre me llevas tú. --Pues ya va siendo hora de que crezcas, -le contestó Nan en un tono distante. Estaba pensando en otra cosa. Cassy se sirvió leche y echó azúcar. Los cereales se deslizaron por su garganta como copos de algodón, pero aun así ã(10) sintió repulsión. Contempló cómo Nan abría su viejo y gastado bolso y contaba encima de la mesa el dinero para el billete de tren.
Cuando se sumaron al montón los últimos diez peniques, Nan vaciló un segundo; sus manos quedaron inmóviles en el aire. Luego sacó un papel arrugado y lo puso junto a las monedas. --Llévate esto también, por si acaso. Pero no te lo gastes si no te hace falta. Y no le digas a tu madre que lo tienes. ¿Veinte libras? Eso era muchísimo dinero. Cassy dejó la cuchara y miró el billete. Era la primera vez que Nan le daba tanto dinero. --¿Por qué narices...? No pudo acabar la pregunta. Nan la cortó secamente: --Guárdalo y cuida de que no se te pierda, -dijo mientras empujaba el dinero hacia ella-. También tienes que llevarle esta carta a tu madre. El sobre estaba cerrado y Nan había escrito en él "Goldie" con su letra apretada y menuda. Cassy lo cogió y lo metió en el bolsillo de la falda junto con el dinero. Al coger el billete, respiró hondo, y preguntó muy deprisa, para que Nan no pudiera interrumpirla: --Volveré, ¿verdad? Durante un terrorífico segundo, Nan pareció dudar. Cassy agarró el borde de la mesa y apretó las manos con fuerza. --No tendré que quedarme a vivir con ella para siempre, ¿verdad? --¡No digas bobadas! -replicó Nan-. Tú vives aquí conmigo. Siempre lo has hecho y siempre será así. Sólo vas a casa de tu madre hasta que... hasta que yo me ponga bien. --Pero ¿no puedes decirme cuánto tiempo estaré allí? --Ya te escribiré. Y tú también tienes que escribirme. Nan se levantó y se dirigió al cajón de al lado de la ventana, ã(11) donde guardaba las cosas más variadas. Cogió un paquete de postales en blanco y doce sellos para franquearlas. --Toma, quiero que me escribas dos veces por semana. No tienes que mandarme un ensayo. Basta que me digas cómo te va. Y no dejes de escribirme aunque yo no tenga tiempo para contestarte. Cassy cogió las postales y las miró durante un instante. La reconfortaba tenerlas porque, de alguna forma, eso significaba que Nan quería recibir noticias suyas. Pero había muchas. Doce. Si tenía que mandar dos por semana, eso quería decir que iba a estar fuera seis semanas. No podía imaginar qué sería vivir seis semanas con Goldie. --Las meteré en la maleta, -dijo. --Eso es, -asintió Nan-. Ahora será mejor que te vayas. Es absurdo que te quedes más tiempo aquí, tienes que irte ya. Era mejor moverse que ponerse a pensar. Cassy se levantó y cruzó el recibidor con las postales y los sellos. Ni siquiera miró hacia la puerta cerrada de la habitación del fondo. No era problema suyo. Todo lo que tenía que hacer era terminar de guardar sus cosas en la maleta. Cuando la abrió, tuvo la impresión de que la ropa que había
dentro era muy vulgar. Ropa práctica y bien cuidada, pero sin personalidad. Cosas juiciosas, nada estridentes, que nunca destacarían en ningún sitio. Cuando colocó las postales encima de la ropa, se dio cuenta de que no tenía nada para escribir. No estaba segura de que Goldie tuviera un bolígrafo, así que volvió a la habitación para buscar su estuche del colegio. Estaba encima de la cómoda, junto a la fotografía, y la mirada solemne del muchacho retuvo la atención de Cassy. Cogió la foto y la acercó a la luz, preguntándose por enésima vez qué habría sido de él y dónde estaría en aquel momento. ¿Por qué tenía los ojos fijos en algo que sólo él podía ver? ¿Cómo sería ahora? ã(12) Mick Phelan. Moduló con los labios aquellas palabras en silencio; sabía, como siempre había sabido, que no debía pronunciarlas en voz alta. --¡Cassy! -llamó Nan desde la cocina-. ¿Qué estás haciendo? Ya es hora de que te vayas. Sintiéndose culpable, Cassy cogió el estuche y, sin apenas darse cuenta de lo que hacía, puso las dos cosas, estuche y fotografía, encima de las postales. A continuación, bajó la tapa y cerró la maleta. --¡Ya voy! Se puso el impermeable del colegio, se abrochó el cinturón y llevó la maleta a la entrada. Nan la esperaba delante de la puerta, con la vieja bolsa de la compra en la mano. Se la tendió. --Aquí hay algo de comer. Conociendo a Goldie, no creo que tenga nada en casa, y tú necesitarás una buena cena cuando llegues. Cassy cogió la bolsa. --¿Qué has metido aquí? -preguntó-. Pesa una tonelada. --Comida nutritiva, la adecuada para una chica que está creciendo, -contestó Nan. Tenía las mejillas rojas y hablaba más deprisa que de costumbre-. No la pierdas. Y no se la enseñes a Goldie. Guárdala en un sitio seguro. Asegúrate de que... Pero se interrumpió. En vez de seguir hablando, puso la mano en la espalda de Cassy y la empujó suavemente hacia la puerta. --No pierdas el tiempo. Vete directamente a su casa. Ya conoces el camino. --¡Oh sí! Cogeré el metro hasta... --Déjalo, no hace falta que me lo cuentes todo. Cassy parpadeó al oír aquella frase tan cortante. Se inclinó para besar la áspera mejilla de Nan. ã(13) --No te preocupes por mí. Me portaré bien. Y si por casualidad se ha cambiado de casa, la localizaré. --Eres una buena chica, -dijo Nan mientras acariciaba la mejilla de Cassy con el dorso de la mano-. Ten paciencia, -añadió suavemente-. Al final todo saldrá bien. Esta amabilidad hizo callar a Cassy. Sin darle tiempo a
reflexionar sobre el significado de sus palabras, Nan retiró la mano, se metió en casa y cerró la puerta. Durante un instante, Cassy se quedó mirando la puerta cerrada, pero sólo vio su propia imagen reflejada en el cristal. No tenía sentido permanecer allí más tiempo. Tenía el suficiente sentido común como para no llamar de nuevo a la puerta. Un par de años antes, un día se peleó con Goldie y se marchó de su casa. Cuando Nan la encontró delante de su puerta, la hizo volver inmediatamente con su madre, pese a que estaba anocheciendo. No le dio nada de comer ni un té caliente para reconfortarla. Ni siquiera le dejó cruzar la puerta de la entrada. Cassy se puso la capucha del impermeable y la abotonó hasta la barbilla. Cogió la pesada maleta y la bolsa y se alejó resueltamente, con la cabeza muy alta. -----------------------------------------------ã(14)
¤ II -----------------------------------------------Le llevó todo el día encontrar a Goldie. Cuando llamó a la puerta del hotelucho de Notting Hill, abrió una mujer desconocida. "¡Qué lata!", pensó Cassy. Pero no era la primera vez que Goldie cambiaba de dirección sin avisar previamente, y Cassy sabía lo que tenía que decir. Había oído cómo actuaba Nan, cómo preguntaba a desconocidos semejantes a aquella mujer. --Siento molestarla, estoy buscando a Susan Phelan. ¿Sabe usted si ha dejado su dirección a alguien? La mujer frunció el entrecejo. --Ni idea. Habla con el tipo del quiosco. No se me ocurre nadie más. Eso significaba que iba a tener que bajar con la maleta y la bolsa toda la calle y seguir hasta más allá de la esquina, pero no le quedaba otra solución. El quiosquero tenía un papel arrugado debajo del mostrador. Pero, por supuesto, no lo enseñó fácilmente. Nunca lo hacía. --¿Hija? -preguntó con desconfianza-. No tenía ninguna hija. Siempre vivió sola en la habitación. --Yo vivo con mi abuela, -contestó Cassy-. Por lo menos hasta que... El hombre se fijó en la maleta y sonrió maliciosamente. --¿Te han echado? Eso le pasó también a Goldie. Tenía demasiados pagos atrasados. --¿Y adónde ha ido? Dígamelo, por favor. ã(15) --Bueeeeno, -el hombre la miró fijamente y sacó el papelucho-.
Supongo que puedo decírtelo. Se fue con ese novio suyo. --¿Novio? --Un negro que vive en una casa <okupada> de Clapham. Dijo que trabajaban juntos. Cassy era incapaz de imaginarse a Goldie trabajando, pero sonrió amablemente, se metió la hoja de papel en el bolsillo y se dirigió hacia la estación de metro. La casa de Clapham había sido derribada, pero la gente que vivía al otro lado de la calle le dio a Cassy otra dirección, en Wandsworth. Los <okupas> de Wandsworth fueron muy amables con la chica. Le ofrecieron tres tazas de té y un bollo correoso, y le hicieron muchas preguntas. A continuación le indicaron cómo llegar a la casa <okupada> de Lambeth en que vivía Goldie. ("Ayudó a Lyall y a Robert a decorarla", le dijo un hombre llamado Earl, riendo su propio chiste). Cuando salió de la estación de metro de Lambeth North, Cassy estaba exhausta. La habían empujado al bajar las escaleras, la habían insultado quienes tropezaban con su maleta, y un tipo mayor con una gorra sucia la había perseguido por los andenes. Estaba enfadada, sedienta y muerta de frío. Y, para colmo, se estaba haciendo de noche. Pero siguió andando. Los bordes de su capucha, a modo de orejeras, le impedían ver a los lados, y sus pies se movían automáticamente, como si tuvieran un ritmo propio. Empezaba a creer que nunca encontraría a Goldie. Se limitaría a ã(16) recorrer una serie de lugares sórdidos hasta que se quedara sin dinero. Cuando llegó a Albert Street, la oscuridad, el hambre y la interminable caminata la habían llevado a un estado de absoluto agotamiento. Al dar la vuelta a la esquina, apareció ante ella una calle con un aspecto irreal: las casas, altas y destartaladas, parecían dibujadas en una cartulina. Pasó despacio por delante de ellas, sin fijarse en las ventanas tapiadas ni en los jardines, enmarañados y llenos de basura. El número 44 tenía un aspecto aún peor que el resto. Las maderas que tapaban las ventanas estaban arrancadas, y el interior aparecía en plena oscuridad. El callejón lateral que llevaba al jardín trasero estaba más oscuro todavía, y algunos restos de enredaderas secas se extendían por la pared. Todo tenía un color entre gris y negro, en tonos resecos y apagados. Pero había dos brillantes notas de color. La primera estaba aparcada delante de la casa. Era una vulgar furgoneta Ford Transit, pero decorada con pinturas chillonas y de varios colores. Dos árboles minuciosamente dibujados enmarcaban las puertas traseras, trepaban alrededor de las ventanas y se unían
en el techo creando un complicado motivo de ramas salpicadas de estrellas. En los laterales de la furgoneta había dos piernas gigantescas que crecían hasta perderse en las estrellas. Los pies eran enormes y, encima de los tobillos, las piernas subían y se alargaban altísimas, estrechándose hacia arriba, hasta desaparecer en el techo entre las ramas del árbol. De un lado a otro de las piernas aparecían unas palabras, escritas en negro con letras de molde:
Vigilante de la Luna Cassy las contempló un instante. Luego, avanzó por el camino de acceso a la casa, hacia la segunda nota de color. ã(17) Se trataba de un gran cartel colocado junto a la puerta principal. Alguien había dibujado alrededor de los bordes un marco de llamas, armas y monstruos, pero el texto escrito en el centro, cuidadosamente protegido por una capa de plástico transparente, utilizaba un léxico legalista y pedante: 2 Se Hace Saber, decía el mensaje, Que vivimos en esta casa, es nuestro hogar y tenemos intención de quedarnos aquí. Que en esta casa hay permanentemente una persona, por lo menos. Que cualquier intento de entrar aquí sin autorización es una Acción Delictiva... No necesitaba leerlo entero. Ya había visto mensajes de <okupas>. Nan habría hecho un gesto de desaprobación y habría apretado los labios para no decir nada, pero Cassy estaba demasiado cansada para ponerse a criticar. Se limitó a saltarse los términos legalistas mientras sus ojos recorrían el papel hasta llegar al final, donde se leía: 24 Firmado: Lyall Cornelius Robert Cornelius Susan Phelan LOS OKUPANTES Por lo menos había llegado al sitio adecuado. No había duda de
que era la firma de Goldie, con su escritura irregular, en la que cada letra parecía haber exigido un gran esfuerzo. Cassy dejó la maleta en el suelo y llamó al timbre. No ocurrió nada. Al cabo de un momento, volvió a llamar y escuchó con atención, pero no se oyó el sonido de ningún timbre en el interior. La aldaba había desaparecido, y alguien había clavado un trozo de madera en el buzón de correos. Finalmente, llamó a la puerta con la palma de la mano. Los golpes retumbaron hasta perderse en la lejanía, y era difícil ã(18) creer que en el interior hubiera alguien que pudiera oírlos. Pero cuando dejó de golpear escuchó el sonido de unos pies descalzos que bajaban corriendo por una escalera de madera. El ruido de los pasos cambió, y Cassy oyó cómo se deslizaban por las baldosas hasta llegar a la puerta de entrada. Pero la puerta no se abrió. En vez de eso, alguien preguntó desde el interior: --¿Quién es? Era la voz de un muchacho, profunda pero desgarrada. Cassy se arregló un poco el impermeable y cogió la maleta. --Busco a Goldie... A Susan Phelan. ¿Está aquí? --¿Quién la busca? -el tono fue impersonal, como el de quien rellena un impreso, pensó Cassy. Pero eso no la molestaba. Era más fácil ser como él, impersonal. --Soy su hija. Cathleen Phelan. --Espera un momento. El muchacho atravesó el recibidor y subió las escaleras, mientras Cassy temblaba en la oscuridad del jardín. Olía a tierra mojada y a hojas podridas, y la chica tenía la misma sensación que si la hubieran arrancado de Londres y la hubieran catapultado a una selva. Cuando vio pasar por la Albert Street un autobús con las luces encendidas, le pareció que circulaba por otro mundo. Volvieron los pasos. Oyó cómo se descorrían dos pesados cerrojos, uno encima de su cabeza y otro a la altura de sus pies. Chirriaron las bisagras, y la puerta se abrió hacia adentro, hacia las sombras. El chico era mayor de lo que Cassy había pensado: debía de tener unos quince o dieciséis años; en aquella oscuridad era difícil verle la cara. Se apartó educadamente mientras Cassy entraba en el recibidor. --Goldie está arriba, -dijo señalando hacia las escaleras-. Puedes ir subiendo, no hace falta que me esperes, -cerró la puerta y volvió a echar los cerrojos. ã(19) Cassy cruzó despacio el recibidor, todavía cargada con la maleta y la bolsa. Estaba demasiado oscuro para ver gran cosa, pero la casa olía a moho como cualquier sótano. Cassy notaba con las plantas de los pies que las baldosas eran desiguales y estaban rotas, y al rozar la pared, sus dedos se cubrieron de yeso. Siempre que había visitado a Goldie la había encontrado en
sitios como aquél: lugares con los suelos grasientos y los techos cubiertos de telarañas, donde las escaleras y los rincones olían invariablemente a humedad. Pero hasta entonces siempre había ido con Nan. Y Nan siempre llegaba echando polvos desinfectantes, pasando el cepillo por todas partes y dispuesta a limpiarlo todo. Esta vez era diferente. Subió las escaleras descansando en cada escalón y se dirigió hacia la luz que alumbraba tenuemente detrás de la barandilla. Provenía de una habitación situada a su derecha, al fondo de la casa. Cassy cargó con su pesada maleta durante un trecho más y llamó suavemente a la puerta. --¡Entra! Era la voz de Goldie, risueña y excitada. Cassy empujó la puerta hasta que se abrió, dio un paso y se detuvo desconcertada. Era como meterse en un bosque interminable, lleno de luciérnagas. La oscuridad estaba salpicada de pequeñas llamas que temblaban y desaparecían a su alrededor, sin cambiar de lugar. Entre las llamas emergían unas flores oscuras y unos destellos de color que la cegaban y la confundían. ¿Eran grandes o pequeños? ¿Estaban cerca o lejos? La habitación no tenía límites. A la izquierda y a la derecha, detrás, delante y hasta en el techo, las luces y las flores rodeaban a Cassy y deformaban su percepción del espacio. Sobrecogida por esa impresión, agarró con fuerza el asa de la maleta y se quedó totalmente inmóvil mientras intentaba adivinar dónde terminaba la habitación. ã(20) Tardó más de un minuto en conseguirlo. Poco a poco se dio cuenta de que estaba viendo imágenes reflejadas. Las únicas luces verdaderas eran dos velas colocadas en sendas botellas en el centro de la habitación. Sus llamas se reflejaban a izquierda y derecha, arriba y abajo en cientos de pequeños fragmentos de espejos. En todas las paredes y en el techo había pegados trozos de espejos. Algunos estaban coloreados, otros tenían grabados o dibujos, y también los había lisos. Unos estaban colocados en ángulo, mientras que otros se hallaban en el mismo plano de la pared. En cada trozo, las llamas bailaban de manera diferente. Docenas de retazos de tela rodeaban los espejos, disimulando las puntas afiladas y rellenando los huecos con sombras y penumbra. Con estos jirones oscuros se entremezclaban flores de tonos apagados, y sus hojas sombrías formaban una enredadera sobre un terciopelo cubierto de polvo. De cuando en cuando se veían destellos metálicos que brillaban como ramas plateadas de abedules en un bosque de tejos y acebos. Detrás de las llamas, entre los tres troncos y en medio de las sombras, había unas siluetas humanas que se reflejaban y repetían infinitamente como las velas. Pero, al igual que éstas, sólo dos eran auténticas. Cassy se volvió lentamente hacia ellas. Goldie estaba sentada en un colchón que había en un rincón. Se
hallaba inmóvil y tiesa como una muñeca en una caja de cristal. Llevaba un chal negro sobre los hombros, y su pelo rubio caía, suave y centelleante, sobre la tela de seda. Detrás de ella, sentado en el suelo con las piernas cruzadas, había un hombre alto. Un desconocido. "Es un viejo", fue el primer pensamiento de Cassy. No parecía un novio, sino un hombre de cincuenta años, o más, con la cara negra y llena de arrugas; tenía la barba canosa y era muy delgado. Estaba descalzo, y tenía los tobillos huesudos ã(21) y los pies grandes. Sus manos, muy largas, se movieron súbitamente cuando sonrió a través del espeso bosque de su bigote. --Hola, Caperucita Roja. Durante un instante, Cassy no pudo apartar los ojos de él. Tenía los labios finos y apretados alrededor de la oscura cueva de su boca, y su cuerpo estaba tan tenso como el de un animal acorralado en el momento en que se dispone a saltar. Estaba esperando una respuesta que Cassy no era capaz de darle. La muchacha dejó en el suelo la maleta y la bolsa y se quitó bruscamente la capucha de la cabeza. --Me llamo Cassy -contestó y, volviéndose hacia Goldie, añadió-: Hola mamá. Goldie lo celebró batiendo palmas. --¡Oh, Cassy! ¡Qué detalle! ¡Quería que vinieses a verme! ¿Te gusta mi precioso cuarto? --Es muy bonito, -contestó Cassy. Se acercó al colchón, le dio un beso firme y cariñoso y soportó el fuerte abrazo con que siempre la recibía Goldie. Esta vez duró menos que de costumbre. Goldie miró nerviosamente por encima de ella en dirección a la puerta. --¿Dónde está la abuela Phelan? No la habrás dejado abajo, ¿verdad? --No ha venido conmigo -Cassy intentó ignorar la sonrisa y el gesto de alivio con que Goldie se dejó caer de golpe entre los cojines-. Pero te envía una carta, -abrió la cremallera del bolsillo de su falda y sacó el sobre. Goldie volvió a sonreír, pero no hizo ademán de coger el sobre. En cambio, el hombre que estaba junto a ella se inclinó hacia adelante y le arrancó a Cassy el sobre de la mano. --¡Esto no es para usted! -exclamó la niña. Pero él ya había abierto el sobre y estaba leyendo la carta a la débil luz de las velas. Al llegar al final, emitió un gruñido y miró a Goldie con expresión de disgusto. ã(22) --¿Te trata siempre así? Goldie sonrió inocentemente. --¿Cómo? --Dándote órdenes. Se levantó de un salto y empezó a leer la carta en voz alta en un tono grotesco y chillón, sin dejar de apuntar hacia ella con el dedo. Por toda la habitación se veían cientos de dedos que señalaban
a Goldie, exagerando la burla. --"¡Tienes que quedarte con Cassy hasta que yo vaya a buscarla! ¡Asegúrate de que come bien y de que tiene ropa limpia! ¡Mándala de nuevo a casa en cuanto yo te escriba pidiéndotelo!" No te da ninguna explicación. No te manda dinero. Ni siquiera te lo pide por favor o te da las gracias, -miró el papel, lo arrugó y lo tiró al rincón-. ¡Es increíble! ¡Sólo te dice lo que debes hacer! Goldie sonrió vagamente; Cassy, en cambio, tuvo la sensación de que la estaban reprendiendo. <Pero es que a Goldie hay que decirle lo que tiene que hacer. Si no, se quedaría sentada y dejaría que se amontonara la porquería a su alrededor>. Aquel hombre debería de saberlo si vivía con ella. Súbitamente, el hombre se volvió hacia Cassy y la miró fijamente con sus ojos oscuros y brillantes. --¿Qué significa todo esto? ¿Por qué te manda aquí? Cassy soportó su mirada sin inmutarse. --No lo sé -dijo. --¿No lo sabes? -el hombre alzó las cejas perplejo y levantó los brazos hacia el cielo-. ¿Me estás diciendo que te has levantado esta mañana y, ¡zas!, de repente te ha dicho que te fueras a casa de Goldie, así, sin más? --Exactamente. --¿Y no has preguntado por qué? --Eso no es asunto mío, -respondió secamente; en realidad quería decir: "Eso no es asunto tuyo". Goldie bostezó. --No te enfades, Lyall, siempre pasa lo mismo. Cassy viene ã(23) durante algún tiempo y luego se va. Siempre ha sido así, desde que aprendió a andar y a hablar. ¿Qué más da? Me gusta tenerla conmigo. --Pero ¿nunca te has preguntado por qué viene aquí? -de repente, Lyall pareció tranquilizarse, y todo el ambiente se tranquilizó con él. --¿Por qué iba a hacerlo? -contestó Goldie sonriendo-. ¿Acaso importa? Puede quedarse, ¿verdad? --¡Claro que puede quedarse! -replicó Lyall impaciente. Se asomó por la puerta y gritó-: ¡Robert! Se oyeron unos pasos que subían por la escalera, y apareció el chico en el hueco de la puerta. --¿Qué quieres? --Cassy se queda aquí. Lyall rodeó con el brazo los hombros de Cassy, que se tambaleó ligeramente. Al apoyarse en él, sintió el relieve de sus costillas y el calor de su cuerpo, y se apartó automáticamente. --¿Qué te pasa? -preguntó Lyall mirándola fijamente-. ¿Estás cansada? Aquélla era una buena excusa para escapar de la situación. --Me he pasado todo el día dando vueltas en busca de Goldie.
--Entonces necesitas una buena cama, -dijo Lyall y, señalando a Robert con un gesto, añadió-: Ve a preparársela. --Ya lo he hecho, -contestó tranquilamente Robert-. He puesto sábanas limpias en el cuarto de abajo. --¡Muy bien! Entonces llévale la maleta. Robert cogió la maleta en una mano y la bolsa de comida en la otra y le hizo a Cassy un gesto para que le siguiera. Cruzaron la puerta del cuarto y se adentraron en la oscuridad de la escalera. Robert andaba con toda tranquilidad entre las sombras, pero Cassy apenas podía ver y tenía que avanzar con mucho ã(24) cuidado. Cuando llegó al final de las escaleras, el chico ya estaba delante de la puerta del cuarto. Avanzó cautelosamente hasta donde él estaba, preparándose mentalmente para ver cosas más extrañas. Pero la habitación estaba casi vacía y era muy sencilla. Había algunas mantas apiladas en el suelo desnudo y una chimenea vacía y polvorienta en una de las paredes. Robert había tapado con una manta el mirador, pero la parte de arriba se hallaba descubierta y por ella penetraba en la habitación la débil claridad de la calle. Cassy apretó mecánicamente el interruptor de la luz. No ocurrió nada. --Estamos empezando a ocuparnos de la electricidad, -dijo Robert. Su tono no era de disculpa, sino de satisfacción-. No quieren conectarnos a la red, pero Lyall sabe cómo hacerlo. Cassy sonrió e intentó que no se le notase su desaprobación, pero Robert no pareció darse cuenta. Dejó en el suelo la maleta y la bolsa y siguió hablando con entusiasmo: --Cuando lo consigamos, será un sitio estupendo. Ya tenemos agua corriente. Y abajo hay un baño que funciona más o menos. --¡Oh! -exclamó Cassy. Sabía de sobra cómo funcionaban esos baños. --La cocina no está muy organizada, pero hay mucha comida. Si tienes hambre, coge lo que te apetezca. --Ahora no, gracias, -pero al hablar de comida se acordó de la bolsa que había llevado. "No se la enseñes a Goldie", le había dicho Nan. Pero Robert era diferente. Cogió la bolsa y se la ofreció-. Lleva esto a la cocina también. Es un poco de comida que manda Nan como colaboración por mi estancia aquí. --Estupendo. Gracias. Robert cogió la bolsa, la abrió y miró en su interior. Durante un segundo, Cassy entrevió zanahorias, alubias y jamón ã(25) en lata y, debajo de todo, algo suave y amarillo que no pudo identificar: ¿plátanos tal vez? Nan no los habría puesto debajo de las conservas. --Muy bien, magnífico, -dijo Robert, y se puso la bolsa debajo del brazo-. ¿Necesitas alguna cosa más? Al ver que ella negaba con la cabeza, salió del cuarto, cruzó el recibidor y fue a la cocina. Cansada, Cassy se quitó los zapatos y abrió la maleta para buscar las cosas que necesitaba más
urgentemente. Bolsa de aseo. Pijama. Toalla. La fotografía que había colocado encima de todo se deslizó por el lateral de la maleta, pero la chica la cogió antes de que llegase al suelo. Era mejor ponerla cuanto antes en la repisa de la chimenea para que no se estropease. Estirándose, la colocó de manera que la solemne mirada del muchacho estuviera enfocada hacia su improvisada cama. Pero era inútil: la pusiera como la pusiera, nunca conseguiría que la mirada del niño se cruzara con la suya. Cuando Cassy se deslizó entre las sábanas e intentó acomodarse sobre el duro suelo, aquellos ojos seguían contemplando algo que quedaba más allá de ella. Y cuando cerró los párpados, la solemne mirada del niño la obsesionó durante toda la noche e hizo que, una vez dormida, tuviera extrañas visiones. ... la rodeaba un delicado olor a pino; debajo de sus pies, el suelo se hundía un poco y estaba recubierto de agujas. Capa tras capa tras capa. No había camino para atravesar el bosque. Se volvió lentamente y contempló las interminables hileras de árboles. Las ramas más bajas le impedían andar y las más altas ocultaban la luz. El claro era áspero y estridente como un grito. Brillaba el cielo azul. Brillaba la hierba verde. Y a lo lejos brillaba y refulgía una nota de color ã(26) amarillo. Con la cesta colgada del brazo, se dirigió hacia allí entre las punzantes ramas. A ras de suelo crecían flores que se extendían sobre las oleadas de hojas verdes y rizadas. Capullos amarillos parecían desafiarla, resaltando contra la oscuridad de los pinos. Acónitos de invierno. Las miró fijamente, sabiendo, en el sueño, que tenían otro nombre. Un significado que ella debía averiguar. Tenía el nombre en la punta de la lengua, pero se le escapaba y no lograba recordarlo. Se puso a coger las flores... -----------------------------------------------ã(27)
¤ III -----------------------------------------------Entonces se despertó. Y lo hizo tan bruscamente que, durante un momento, conservó el sueño en la mente y siguió percibiendo el penetrante olor de las agujas de pino. Mientras el bosque se desvanecía lentamente, entreabrió los ojos
y contempló el cuarto desnudo, con el papel de las paredes medio arrancado y la manta en el mirador. A la luz de la mañana, la habitación ofrecía un aspecto inhóspito y sucio, y el aliento de Cassy se elevaba formando frente a ella nubes de vapor. Se sentó en la cama y apartó las mantas. Cuando decidió incorporarse, se dio cuenta de que tenía un hambre terrible. Desdobló el impermeable, que había utilizado como almohada durante la noche, se levantó y se lo puso. Necesitaba un buen desayuno. Abrió la puerta y asomó la cabeza al pasillo. El piso de arriba estaba tranquilo, pero en la cocina parecía moverse algo. Se notaba un fuerte y estimulante olor a comida. Cassy pasó por el recibidor y empujó la puerta. Por un momento creyó haberse equivocado de sitio. Estaba preparada para ver suciedad, pues las cocinas de Goldie se encontraban siempre descuidadas, pero no para ver escombros y basura. El recinto parecía arrasado por un psicópata. La mitad del suelo se hallaba cubierto de trozos de tarima, fragmentos de linóleo y tuberías retorcidas. Todos los ã(28) electrodomésticos de la cocina habían sido arrancados de su sitio y estaban apilados, con un fregadero roto encima. La puerta trasera se hallaba bloqueada. Alguien había clavado en el marco unos tablones gruesos, delante de los cuales se acumulaban docenas de bolsas de plástico y de cajas de cartón. Hasta el lugar donde se encontraba Cassy llegaban vaharadas de olor a col podrida y carne rancia. Lo único que parecía encontrarse en buen estado era un grifo. Estaba colocado a un metro de altura y sujeto a una tubería nueva de cobre que salía del suelo. Debajo había una palangana de plástico con ropa sucia, sin duda para recoger el agua que goteaba. Cassy avanzó un poco y vio dónde cocinaban: en un hornillo de acampada que había en el suelo en uno de los rincones. Encima de él había una sartén negra con cuatro lonchas de beicon. Arrodillado junto al hornillo, Robert daba vueltas al beicon con un cuchillo. --Hola, -dijo Cassy. Robert la miró. --Eres madrugadora, ¿no? Todo lo contrario que Goldie. Cassy hizo mentalmente una lista. Madrugadores: Robert Cornelius y Cathleen Phelan. No madrugadores: Susan Phelan y ¿Lyall Cornelius? --No tiene sentido quedarse en la cama, -dijo-, cuando hay cosas que hacer. ¿Puedo desayunar algo? Robert señaló las cuatro lonchas de beicon y contestó: --Tostaré un poco de pan. Dejó el cuchillo en el borde de la sartén y se acercó a la caja de cartón más próxima para coger el pan. Cassy hizo una mueca al ver que la comida estaba junto a la basura. Pero sabía lo que habría hecho Nan en su lugar, y lo hizo. Cogió la bolsa de basura más cercana y preguntó:
--¿Dónde puedo tirar esto? --Déjalo en la acera, -contestó Robert mientras intentaba meter en la sartén varias rebanadas de pan-. Hoy pasan ã(29) los de la basura. Pero no te preocupes: pensaba hacerlo yo después de desayunar. Cassy ignoró la última frase y se puso a sacar a la calle las bolsas de basura. Cogió dos y las dejó en la acera, delante de la furgoneta de <El vigilante de la luna>. Luego volvió a buscar las demás. Cuando el desayuno estuvo preparado, ya había hecho en la acera un pequeño montón con cuatro bolsas de plástico negro y dos cajas sucias. Entró en la cocina limpiándose las manos. Robert estaba poniendo en un plato el beicon y el pan. La miró con curiosidad y comentó: --Puede que seas pequeña, pero eres bastante fuerte. Goldie nunca hubiera sacado esas bolsas. No te pareces mucho a ella, ¿verdad? --¡Claro que no! -Cassy cogió el plato que le tendía y se sentó en el suelo-. Muchas gracias. Robert se encogió de hombros. --No es precisamente un banquete, pero mantendrá al lobo lejos de la puerta, -dijo. Pronunció las últimas palabras con cierto énfasis, como si contara un chiste, pero era una broma que Cassy difícilmente podía entender. La chica se preparó un buen bocadillo de pan y beicon y miró hacía la cochambrosa tetera que había detrás de Robert. --¿Puedo tomar una tacita de té? -preguntó. --Claro, -cogió la tetera y le quitó la tapa. El agua salió del grifo con tanta fuerza que el tubo se cimbreó. Robert dejó la sartén en el suelo y puso la tetera encima del hornillo. --Lo siento, -prosiguió-. No tenemos sillas. Sólo llevamos aquí un par de semanas y quedan muchas cosas por hacer. --¿Qué tipo de cosas? -preguntó Cassy. Por lo que había podido ver, se habían pasado el tiempo pegando pedacitos de espejo en las paredes. ã(30) Robert dejó su bocadillo en el suelo y empezó a contar con los dedos. --El pavimento. Habían arrancado la mitad de las tablas para que no viniese nadie a vivir aquí. La primera vez que entramos, Lyall estuvo a punto de caerse al sótano. El techo. Estaba lleno de goteras. El agua corriente. Tuvimos que conectarla antes de venir porque Goldie quería un baño en condiciones. --¡No faltaba más! Robert hizo una mueca y prosiguió: --Cuando nos instalamos en la casa de Wandsworth, alguien tapió el baño con hormigón. Teníamos tantas representaciones pendientes que no pudimos abrirlo en dos semanas, -cogió otro trozo de pan con beicon.
Cassy hizo ademán de seguir comiendo, pero cambió de tema: --¿Representaciones? ¿De qué tipo? --En colegios, claro. Las representaciones de <El vigilante de la luna> -mirándola fijamente, Robert preguntó-: ¿No sabes a qué nos dedicamos? --Claro que no. Nunca había oído hablar de vosotros hasta que vine aquí. --Bueno... -Robert bajó la vista y masticó lentamente antes de proseguir-. Lyall dirige talleres de actividades, de ordinario en los colegios. Talleres de teatro, de literatura, de filosofía. Es difícil explicarte qué son exactamente, pero resultan fantásticos. --¿Y Goldie trabaja con él? -Cassy era incapaz de imaginarse a Goldie en un taller de filosofía. --A veces sí. Y yo también lo hago cuando me necesita. Aunque mi principal ocupación es llevar los libros de contabilidad, el dinero y los impuestos. --¿Tienes tiempo para hacerlo? ¿Y qué pasa con el colegio? ã(31) --Apenas voy al colegio, -dijo Robert sonriendo otra vez-. Sólo cuando me pescan. --Pero... --El colegio es una pérdida de tiempo. He llevado la contabilidad y los negocios de <El vigilante de la luna> durante cerca de tres años. Y eso no te lo enseñan en el colegio. --Pero hay otras cosas... --Claro que hay otras cosas. ¿Sabes lo que he aprendido estando con Lyall? -empezó a hacer otra enumeración con los dedos-. La historia de Suramérica en detalle. Las expediciones polares, con muchos datos científicos. Las selvas, tema que incluye ciencia e historia, economía y política internacional. Y el asunto sobre el que estoy trabajando ahora exige más conocimientos todavía. Cassy pestañeó al oír aquella avalancha de palabras, pero no tuvo tiempo de replicar. --Me apuesto a que no sabes qué es un <ligahoo>. O cómo llamaban los anglosajones al mes de enero. ¿Lo sabes? --Yo... --¿Qué araña tiende una emboscada a su presa en vez de tejer una red? ¿Qué tipo de polilla encontrarías en un granero? --Pero eso no es educación, -replicó Cassy-. Eso son detalles sueltos. --¡Oh, no! ¡Nada de eso! -exclamó Robert triunfante-. No son detalles sueltos: están todos relacionados con un solo tema. Se inclinó hacia ella, gesticulando con el bocadillo. --Al principio creí que era un tema muy limitado, pero en realidad abarca millones de cosas. Cosas grandes, como la ecología, la historia o la naturaleza del miedo, pero también detalles tontos e insignificantes, -volvió a agitar su bocadillo en el aire buscando un ejemplo-. Como los nombres vulgares de la orobanca, del licopodio verticilado o del acónito de invierno.
ã(32) <Acónito de invierno>. En la mente de Cassy resonó algo que le impidió durante un instante oír la voz de Robert. La chica intentaba localizar un recuerdo que se le escapaba una y otra vez. Un recuerdo amenazador e inquietante. <Acónitos de invierno>... De repente no quiso oír lo que decía Robert. Para evadirse de la conversación, paseó la mirada por la cocina, hasta que distinguió, apoyada en la pared, la vieja bolsa de la compra de Nan. --¿Puedo llevarme la bolsa? -interrumpió bruscamente-. ¿Está ya vacía del todo? Robert parpadeó perplejo durante un instante. Su atención seguía centrada en el licopodio verticilado y en la naturaleza del miedo. Pero se levantó y cruzó la cocina para coger la bolsa. --Está casi vacía, pero no sé qué es esa cosa amarilla que hay en el fondo. --¿Qué cosa? Creí que no había más que comida. Robert abrió la bolsa y le enseñó el contenido. Debajo de todo había, torpemente envuelto en un periódico, un bulto sólido de... una materia informe. Una de las esquinas del periódico se había soltado y dejaba ver el trozo amarillo y brillante que tanto le había llamado la atención a Cassy la noche anterior. La chica metió la mano en la bolsa, cogió el paquete y le quitó la envoltura. Lo que había dentro parecía plastilina o mazapán, aunque tenía un color más vivo. Lo tocó ligeramente con el dedo. La superficie estaba un poco grasienta. --Creí que estaba ahí por error, -dijo Robert-. ¿Qué es? Cassy volvió a tocarlo, y la sustancia cedió ligeramente, como si pudiera modelarse. --No lo sé -contestó lentamente-. No lo había visto hasta ahora. --Será de tu abuela, ¿no crees? ¿Querrá que se lo devolvamos o podemos tirarlo a la basura? ã(33) Cassy frunció el entrecejo. --Nan no suele guardar basura. Ella no es así. No, no sé cómo ha venido esto a parar a la bolsa. --¿No puedes telefonearla y preguntárselo? --No tenemos teléfono; además, no debo molestar. En realidad quería decir: "No debo molestar a la señora Ramage". Pero, por alguna razón, no le salieron las palabras. Sentada en aquella sucia y fétida cocina destrozada, sintió de pronto un deseo irreprimible de hablar con Nan. Pasó lentamente el dedo por la suave superficie de aquel objeto. No había buscado una excusa para llamar a Nan. Había ocurrido por casualidad. Seguro que su abuela lo entendería. --¿Dónde está la cabina más próxima? -preguntó de repente. --Sube por la calle principal y gira a la derecha. ¿Quieres que te acompañe? --No, gracias, me arreglaré sola. ¿Quieres que friegue mi plato? Robert negó con la cabeza y recogió los platos y la sartén con rapidez y eficiencia.
--Estoy bastante acostumbrado a fregar. Lo hago casi siempre. Tú vete a llamar por teléfono. Cassy metió la masa amarilla en la bolsa de Nan y la llevó a su habitación. No tenía sentido perder más tiempo tratando de adivinar qué era. Dejó la bolsa en un rincón y empezó a vestirse todo lo deprisa que pudo, sorprendida de su propia impaciencia. Veinte minutos después estaba en la cabina telefónica marcando el número de la señora Ramage. Mientras esperaba la contestación, se dedicó a tamborilear el cristal con los dedos. Cuando oyó que descolgaban, habló inmediatamente: --¿Señora Ramage? Soy Cassy, su vecina. --¿Cassy? -la señora Ramage era mayor y lenta, y necesitó ã(34) un rato para poner en orden sus ideas-. ¿Dónde estás, querida? --Estoy en una cabina, -no tenía sentido tratar de contarle toda la historia-. ¿Le importaría...? ¿Podría usted avisar a Nan de mi parte? Necesito hablar con ella. --Bueno, la verdad es que no la he visto por aquí desde hace un día o dos. --Por favor, señora Ramage. Volveré a llamar dentro de unos minutos, ¿de acuerdo? --De acuerdo, querida. Voy a buscarla. La señora Ramage colgó el teléfono, y Cassy se quedó contemplando el cielo gris a través del cristal. ¿Cuánto tiempo debía esperar? ¿Cinco minutos? ¿Diez? La señora Ramage no andaba muy deprisa. Siete minutos después, volvió a meter dinero y marcó el número. Esta vez contestaron en cuanto sonó el primer timbrazo. --¿Nan? --¿Qué? -contestó la voz de la señora Ramage. --¡Oh! ¿Nan ha salido? --No, querida, está en casa. Pero me ha encargado que te diga que está muy ocupada. Te manda recuerdos. --¿No se va a poner? -durante un segundo, Cassy fue incapaz de comprender el significado de aquellas palabras. Ella no habría molestado a la señora Ramage si no se hubiese tratado de algo importante. Nan tendría que haberlo supuesto. Entonces, ¿por qué...?-. ¿Es que está enferma? --¡Oh, no creo! Parecía estar bastante bien. --¿Y no quiere ponerse? -insistió Cassy. --Ya te lo he dicho, querida, -la voz de la señora Ramage reflejaba cierta impaciencia-. Me ha dicho que te dijera que no te preocupes, que está perfectamente, pero que en este momento está un poco liada. Que te manda recuerdos y que está esperando recibir tu postal. --¡Oh! ã(35) --¿Necesitas algo más? --No... No, -Cassy se repuso de la sorpresa-. Muchísimas gracias por haber ido a buscarla. Siento haberla molestado.
--No te preocupes, querida. Llama cuando quieras. Adiós. --Adiós. Con gesto cansado, Cassy volvió a colgar el auricular. Salió de la cabina y aspiró tres largas bocanadas de aire fresco. "El mundo no tiene por qué darte explicaciones", le decía siempre Nan. Lo único que necesitaba era preguntarle qué era aquella sustancia amarilla. Y si hubiera sido algo importante, Nan se habría puesto al aparato. Pero algo volvió a inquietarla mientras subía por la Albert Street, desafiando al viento con su rostro. Sólo cuando llegó a la puerta de la casa se dio cuenta de qué era. Nan no debería haber estado en casa, a menos que no se encontrara bien. Era martes (aunque desde el lunes parecía haber pasado una eternidad) y, por tanto, tendría que haber estado trabajando. En realidad, habría tenido que salir del piso a las seis de la mañana. -----------------------------------------------ã(36)
¤ IV -----------------------------------------------Dos cosas extrañas: la sustancia amarilla y Nan. Cassy seguía pensando en eso cuando llegó a casa. --¿Qué tal? -le preguntó Robert al abrirle la puerta. --¿Qué? -respondió Cassy con aire ausente-. ¡Oh!, bien, gracias. El muchacho se apartó para dejarle entrar. --¿Y qué es esa masa? ¿Algo importante? --Ella... Durante un momento, Cassy estuvo tentada de contarle lo que había sucedido. Y de pedirle su opinión. Pero ¿cómo iba a entenderlo sin conocer a Nan? Él no sabía hasta qué punto era Nan seria y formal, y debía de estar acostumbrado a cosas mucho más extrañas: era lógico en un hijo de Lyall. --No, no es nada importante, -murmuró-. Pero te agradezco que no la tiraras a la basura. Le dedicó una sonrisa ausente y se metió en su dormitorio, cerrando la puerta tras de sí. Luego, abrió la maleta y encontró el paquete de postales en blanco. Decididamente, era el momento de escribir una. Nan seguía creyendo que Goldie vivía en la casa de Notting Hill y que Cassy estaba allí con ella. En cambio... Cassy miró la postal en blanco y sacudió la cabeza. ¿Cómo iba a escribir en tan poco espacio todo lo que quería decirle? Aunque sólo llevaba un día fuera, podía llenar páginas y páginas. Sobre la forma en que encontró a Goldie. Sobre
ã(37) la casa. Sobre Lyall y Robert. Pero todo eso tendría que esperar a la próxima postal, o a la siguiente. Esta vez tenía que concentrarse en lo que era verdaderamente importante. Su nueva dirección. Nan solía decirle que no pusiera su dirección en las postales, que eso era desperdiciar espacio para escribir. Pero esta vez era diferente, claro. Nan tenía que saber su nueva dirección; de lo contrario, no podría avisarla cuando quisiera que volviese a casa. Cassy procuró escribirla con letra grande y clara. El resto tuvo que apretarlo en el reducido espacio que quedaba debajo. Resultaba un poco chapucero, pero no encontró otra solución. Estoy en una casa okupada. Goldie vive con un hombre que se llama Lyall y con su hijo Robert. Está trabajando (! ¡Ú. Esto no está mal. Un poco desordenado. ¿Qué hago con esa cosa amarilla que había en la bolsa de la comida? Espero verte pronto. Besos. CASSY Mientras escribía su nombre al final, oyó que alguien subía por la escalera. --¡Cassy! -Goldie abrió la puerta y miró a su alrededor-. ¡Oh, estás aquí! Date prisa o llegarás tarde. --¿Tarde para qué? --¡Para hacer las máscaras, claro! -Goldie danzaba por la habitación-. ¡Me alegro tanto de que estés aquí! Me encanta que te unas a nosotros. Abrió los brazos para abrazarla, pero Cassy se escabulló. --¿Qué máscaras? ¿De qué estás hablando? Goldie retrocedió un poco y tropezó con la bolsa de Nan, que cayó al suelo. Inmediatamente cambió de tema. --¿Qué es esa masa amarilla, Cassy? ¿Es tuya? Cassy volvió a meterla en la bolsa, donde no quedara a la vista. ã(38) --¡Mamá! ¿Qué pasa con las máscaras? --¿Qué? ¡Ah, claro! -contestó Goldie sonriendo-. Tienes que venir a ayudarnos. Cassy dejó de intentar razonar con ella. --Iré dentro de un momento. En cuanto vuelva del buzón. --¡Oh, no! -Goldie puso mala cara-. El buzón más próximo está a kilómetros de distancia. Y tenemos muchísimo trabajo. Era como discutir con un niño caprichoso. Cuando se le metía una idea en la cabeza, Goldie nunca se rendía. Si Cassy hubiese salido a la calle, probablemente la habría seguido, tirándole de la manga. --Bueno, de acuerdo. Espera un segundo, -contestó Cassy, y metió la postal en el bolsillo de su impermeable: así la tendría
preparada para echarla al correo cuando volviese a salir. Luego cogió la bolsa y la puso con cuidado detrás de la maleta y de las mantas dobladas. El cuarto podía estar vacío, pero no desordenado. --¿No vienes? -gritó Goldie desde la puerta. --Ya estoy lista -Cassy la siguió, cerró la puerta y subió las escaleras. Pensaba que los demás estarían en la habitación de los espejos, pero Goldie pasó por delante de la puerta abierta. Con la luz del día, los espejos perdían toda su vida, y las telas que los rodeaban parecían harapos. No quedaba nada del bosque mágico del día anterior. El dormitorio de enfrente era muy distinto. Era la habitación más grande de la casa y ocupaba toda la parte delantera. Obviamente, alguien dormía en un rincón: junto a una pila de mantas dobladas había en el suelo un saco de dormir. El saco estaba separado del resto de la habitación por una larga fila de cajas de cartón. Cada una de ellas llevaba en un lado una etiqueta decorada con el dibujo de las piernas que Cassy había visto en la furgoneta, y en el que aparecía la frase <El vigilante de la luna>. ã(39) De hecho, la mayor parte de la habitación se utilizaba como taller. En uno de los rincones había un rollo de tela metálica junto a una caja de herramientas. Cerca de él se alineaban debajo de la ventana cuatro máscaras sin terminar. Estaban hechas de papel maché, con un armazón de tela metálica, pero era difícil saber qué representaban. El papel maché estaba aún sin pintar, y las letras que aparecían en él combinadas al azar confundían la mirada de Cassy y distorsionaban las formas. En el centro había una pila de periódicos. Sentados junto a ella, Lyall y Robert cortaban las páginas en tiras y las metían en un cubo. Cuando Goldie y Cassy entraron en el cuarto, Lyall se levantó de un salto y avanzó hacia ellas con los brazos abiertos. --¿Tenemos un nuevo recluta? ¿Vas a ayudarnos, Cassy? --Yo... -Cassy retrocedió como si temiese que Lyall fuera a engullirla-. ¿Qué queréis que haga? --Puedes ayudarnos a cortar el papel, -empezó a decir Robert, pero Lyall le interrumpió alzando una mano. --¡No está hecha para trabajos de esclavos! Queremos que participe, y sólo podrá participar cuando comprenda lo que hacemos. ¡Lee lo que han escrito sobre nosotros, Cassy! Cassy hubiera preferido ponerse a romper periódicos con Robert, pero sonrió cortésmente y cogió el folleto que le tendía Lyall. Goldie estaba resplandeciente. --¡Es fantástico! ¡Vigilar la luna! ¡No hay nada en el mundo que me guste tanto! -extendió los brazos y se puso a girar como una peonza por toda la habitación. Al fin se mareó, y Lyall tuvo que sujetarla. Cassy miró el folleto. En la portada se veía una fotografía de
Lyall en chándal rojo. Estaba de pie junto a un árbol. La fotografía se había tomado desde abajo, desde el nivel del suelo, de forma que las piernas y los pies resultaban enormes, y la cabeza parecía increíblemente pequeña y lejana. Daba la impresión de que se erguía hacia el cielo y se fundía ã(40) con las ramas y las nubes. La frase <El vigilante de la luna>, escrita con letras negras, formaba un arco por encima de la fotografía. En el interior, el folleto estaba lleno de fotografías más pequeñas y menos extrañas. Todas ellas mostraban a Lyall rodeado por diferentes grupos de chicos, aunque en algunas su cara aparecía pintada de manera exótica. Unas veces estaba disfrazado de payaso, otras de tigre, o de monstruo de mirada deslumbrante. En algunas eran los niños quienes llevaban disfraces, y Lyall el que miraba. Ábrete nuevas perspectivas -<rezaba el pie de una fotografía>-. Un día con <El vigilante de la luna> hará que los niños actúen, escriban y piensen como nunca antes lo habían hecho. Su patrimonio es el mundo entero. <El vigilante de la luna> combina la historia, la ciencia, la literatura y muchas otras cosas al descubrir las riquezas de Europa, la cultura del Caribe, la sabiduría de África y los misterios de Asia <El vigilante de la luna> ha trabajado como actor, profesor, alfarero y músico. Sus increíbles talentos alcanzan su máxima expresión en el trabajo que realiza en colegios, festivales, veladas literarias y sesiones teatrales. Para mayor información... Cassy se fijó en la última fotografía, en la que aparecían frente a frente dos grupos de chicos. Uno de ellos estaba capitaneado por Lyall, que llevaba en la mano una gran cruz de madera. Goldie, que dirigía el otro, portaba un disco dorado, con un halo de rayos largos y ondulados, y Goldie parecía un ángel exterminador. ã(41) "Estaban actuando", pensó Cassy. "Tendría que haberme imaginado que Goldie no trabaja de verdad". Levantó la vista, y su mirada tropezó con los ojos de Lyall, que estaba de pie, totalmente inmóvil, y tenía una expresión penetrante y perspicaz. Cassy lo había catalogado como un payaso que andaba dando tumbos por todas partes y se divertía jugando. Pero en su forma de observarla no había nada de payaso. La chica se preguntó, incómoda, si se habrían reflejado en su cara los
pensamientos. --El folleto es muy interesante, -se apresuró a decir mientras se lo devolvía-. ¿En qué puedo colaborar? --¿Quieres ayudar a Robert a preparar el papel maché? Es la última capa, pero necesitamos mucho porque estamos haciendo cuatro máscaras. --Yo también ayudaré -dijo Goldie, y se sentó en el suelo junto a Robert-. Me gusta hacer papel maché, aunque se me pongan negros los dedos. --Y nadie rompe el papel en trozos tan pequeños como tú. Lyall se agachó para besarle la coronilla, y Cassy se dio la vuelta. Cogió un fajo de periódicos y los rasgó hasta que quedaron convertidos en tiras irregulares. --Así no, -le dijo Robert, y levantó su periódico para mostrarle cómo debía hacerlo-. Hay que guardar un cierto ritmo. Así, todos los trozos acaban teniendo un tamaño parecido. Fíjate en Goldie. Lo hace muy bien. Mejor que las máquinas. --Porque desconecta la mente mientras lo hace, -dijo Lyall, que en ese momento estaba agachado en un rincón, detrás de un rollo de tela metálica, y sonrió por encima del hombro sin mirarla-. Se te da bien eso de desconectar la mente, ¿verdad, Goldie? Goldie le sacó la lengua. --Crees que soy estúpida, ¿no es así, Lyall Cornelius? Pero he sido yo quien ha ideado este nuevo espectáculo, ã(42) ¿no? La idea es totalmente mía, y tú dijiste que es una idea magnífica. Mejor que cualquiera de las tuyas. Y que las de Robert. --Y así es, -admitió Lyall-. Es la mejor idea que hemos tenido hasta ahora. No sé cómo ha podido salir de una cabeza tan hueca como la tuya. Goldie le miró ofendida y, al mismo tiempo, encantada. Le arrojó los periódicos a la cara y saltó hacia él. Se lanzó en picado por la habitación y aterrizó encima de Lyall. Se puso a hacerle cosquillas y, riendo, lo abrazó con fuerza, hasta que Robert les llamó la atención. --¡Tened cuidado con las máscaras, idiotas! ¡Si las aplastáis, no estarán listas para el viernes! Cassy no sabía qué hacer ni hacia dónde mirar. ¿Cómo podían hacer aquello? Goldie era una adulta, aunque algo rara, y Lyall era muy mayor. Sin embargo, se comportaban como dos niños pequeños. Intentó ignorarlos, pero era imposible, pues Lyall gritaba "piedad, piedad" con todas sus fuerzas, y Goldie se reía histéricamente. Era una estupidez dejar que Goldie se comportara así. ¿Acaso no se daba cuenta Lyall? "Goldie está bien si nadie la excita", decía siempre Nan. "Cuando está tranquila, hace bastante bien lo que se le dice". Pero en aquel momento estaba completamente fuera de sí. Nadie conseguiría controlarla. Como si hubiese leído el pensamiento de Cassy, Robert se
levantó, cruzó despacio la habitación, cogió a Goldie por el cuello del jersey y la separó de Lyall. --Vas a aplastar las máscaras, Goldie -le dijo en tono amable y tranquilo-. Y luego lo lamentarás. Lyall se levantó, mientras que Goldie se quedó sentada sobre sus talones riendo débilmente. --Ríndete, -dijo-. Venga, ríndete, Lyall. --Me rindo, -contestó él solemnemente. --Di que soy muy inteligente. ã(43) --Soy muy inteligente, -dijo Lyall. Entonces, Goldie protestó y le amenazó con el puño. Él sacudió la cabeza y corrigió-: No, no, quiero decir que tú eres muy inteligente, Goldie, cariño. --Y que es la mejor idea que hemos tenido nunca. Cassy no pudo seguir soportando tanta tontería. --¿En qué consiste esa brillante idea? -dijo-. Nadie me la ha explicado todavía. --¿Quieres decir... que no lo sabes? -exclamó Lyall, y extendió los brazos, exagerando su sorpresa-. Pensé que Robert ya te habría puesto enferma de tanto repetirte esa palabra. --¿Qué palabra? -Cassy pensó que si tuviese que vivir mucho tiempo con Lyall, se volvería loca. --¡Qué palabra, dice! -Lyall se encogió de hombros con gesto ampuloso mientras entornaba los ojos y miraba hacia el techo-. ¡Como si no resonase por toda la casa durante el día entero! ¡Como si Robert no la murmurase mientras duerme y la escribiese con miel en sus cereales todas las mañanas. ¡Como si...! --Para el carro, Lyall -interrumpió Robert-. ¿No ves que no está acostumbrada a que la traten así? No es justo, -siguió rompiendo el periódico de forma pausada y mecánica, ajeno a todo aquel caos. Sin dejar de hacerlo, se volvió hacia Cassy y añadió-: Lo que hacemos son... lobos. <Lobos.... y acónitos de invierno>... --No hacemos lobos, -replicó Lyall impaciente-. Parece como si estuvieses hablando en una clase de biología. Es Lobo, muchacho. Eso es lo que estamos haciendo, -se dio la vuelta y cogió una de las máscaras que había a su espalda. Era una extraña y tosca figura que tenía como un metro de longitud y caras de fotografías de periódicos repartidas al azar por toda su superficie. Se la tendió a Cassy-. Mira, -dijo. Cassy lo observó detenidamente, pero sólo pudo ver algo ã(44) parecido a una salchicha gigante e hinchada, uno de cuyos extremos terminaba en una especie de máscara. --Los lobos no son como esto, -dijo. --¡Exactamente! -gritó Lyall sonriendo, como si acabase de decir algo muy inteligente-. Los lobos no son como esto. Pero Lobo... -y volvió a sonreír, dejando su frase sin terminar. Cassy no sabía de qué hablaba, pero no quiso preguntárselo. De
momento, ya había soportado bastante a Lyall. Agachó la cabeza y se puso a rasgar el periódico, concentrándose en el tamaño de las tiras y olvidándose de todo lo demás. Pero más tarde, mucho más tarde, recordó la conversación y no pudo quitársela de la cabeza. Al acostarse aquella noche, se preguntó por qué había estado tan segura. "Los lobos no son como esto". ¿Cómo lo sabía? ¿Cuándo había tenido ella algo que ver con un lobo? Intentó formarse mentalmente una imagen, que enseguida desaparecía en la oscuridad y se rompía en innumerables fragmentos. Una boca abierta y asesina. Largos colmillos amarillos. Orejas puntiagudas, levantadas o echadas hacia atrás. Pero ¿cómo es un lobo? La pregunta la inquietaba tanto que se sentó en la cama y buscó la maleta. Quería coger un bolígrafo y una hoja de papel para intentar dibujar el terrible animal. Pero su mano tocó la bolsa de la compra en vez de la maleta. La volcó en la oscuridad y cayó la sustancia amarilla, todavía envuelta en el periódico. Eso le serviría. De hecho, si conseguía modelarla, sería mejor que el papel maché. Empezó a trabajarla suavemente con los dedos, pellizcando, tirando y apretando. Necesitaba un cuerpo ancho y fuerte a la altura del pecho y más estrecho por detrás. Cuatro patas. Una cola. Y una ã(45) cabeza con orejas levantadas y vuelta hacia arriba, mirando la luna. Sus dedos se esforzaban y modelaban una y otra vez, intentando darle a aquella figura que quería decir <lobo> la forma que respondía exactamente a la idea que tenía en su mente. ¿Cómo debía ser? ¿Pesado y aterrador? ¿Más ancho de aquí? ¿O quizá más esbelto, con un hocico largo y delgado? Bastante antes de que la figura resultase de su agrado, se dio la vuelta entre las mantas y se durmió. ... las flores amarillas del acónito yacían dispersas sobre los cuadros del mantel que cubría su canasta. Era un mantel rojo y blanco que trazaba colinas y valles ondulándose según la forma de los objetos que tapaba. La suave joroba de la hogaza recién hecha. Las tapas circulares de los envases de natillas. El largo y suave cuello de la botella. Apoyó la espalda contra un árbol, con esa inmovilidad de los sueños que impide cualquier movimiento. <¿Adónde vas? ¿Puedo enseñarte el camino?> El susurro de aquella voz le acarició el oído; le resultaba familiar, pero no lograba reconocerla. No podía volverse para ver quién le había hablado. Tenía la mente en blanco y era incapaz de definir aquella cara. Pero sí reconoció el tono ronco de la voz, el
cálido aliento y el lento e insinuante murmullo que seguía y seguía... <¿Quieres que te enseñe la senda? Podrías jugar conmigo>... -----------------------------------------------ã(46)
¤V -------------------------------------------------¡No! -gritó Cassy-. ¡No! Se despertó inmediatamente, preguntándose por qué había hablado. ¿Había habido alguna pregunta...? Pero el sueño se había desvanecido, dejándola con la carne de gallina. No tenía sentido seguir pensando en ello. El mejor remedio para las pesadillas era levantarse y hacer algo. Se levantó rápidamente, cogió la manta de encima y la sacudió con fuerza antes de doblarla. Algo cayó de la manta y aterrizó en el suelo con un golpe suave, casi inaudible. Cassy se agachó para recogerlo. Era la masa amarilla con que había intentado modelar la figura de un lobo. Ahora no tenía el menor aspecto lobuno. Sin duda la había aplastado mientras dormía, y ahora era un amasijo informe, casi irreconocible; una forma distorsionada, una especie de mapa de un continente desconocido. O... La hizo girar entre sus manos y buscó una comparación mejor, pero era incapaz de concentrarse. Parecía resonar en sus oídos la voz de Nan: "Levántate y ponte a hacer algo. No dejes pasar el tiempo sin hacer nada". Inmediatamente, aplastó la figura con las manos y la transformó en una pelota. Luego la dejó en la repisa de la chimenea, junto a la fotografía de su padre. Acto seguido se vistió, dobló las mantas y bajó al recibidor. Oyó a Robert moviéndose por la cocina. ¿Ya se había levantado y estaba haciendo algo? ¡Magnífico! Había muchísimas cosas que hacer y dos personas podían trabajar más ã(47) deprisa que una sola. Quizá podría convencerle para que la ayudase a limpiar la cocina aquella mañana. Esperaba que la tetera estuviera ya puesta al fuego. --¡Hola! -dijo alegremente al entrar en la cocina. Desde luego, la tetera estaba en el fuego, pero Robert no se hallaba en condiciones de ponerse a limpiar la cocina. La miró desde el centro de un mar de papeles. Tenía delante un archivador abierto y, a su alrededor, pequeños montones de recortes de periódico
y de hojas de papel cubiertas de una letra cuidadosa y apretada. --¿Qué estás haciendo? Cassy miró la pila de papeles más cercana y obtuvo la respuesta antes de que Robert pronunciara una sola palabra. Allí, observándola desde el suelo, había un lobo. Estaba alerta, envuelto en sombras de tonos verdosos; sus ojos claros, ribeteados por una orla negra, le dirigían una mirada fría y cortante. La piel moteada se extendía formando un collar alrededor del triángulo que componían la cara y las orejas levantadas. Al pie de la fotografía podía leerse: 24 Explosión Demográfica de Lobos en España Los lobos vuelven a Cantabria Los campesinos de los Picos de Europa (los Alpes españoles) han tomado las armas para defenderse del súbito aumento del número de lobos en la región. --Lobos, -murmuró Cassy, mirando a su alrededor. Robert asintió. --Sé que está todo hecho un lío, pero es que estoy intentando poner un poco de orden. El lunes que viene actuamos, y Lyall quiere probar esto. --¿Qué es lo que quiere probar? -preguntó Cassy-. ¿Cómo vas a conseguir transformar esos trozos de papel en un espectáculo teatral? ã(48) Miró hacia abajo y observó más de cerca los pequeños montones. Había fotografías de lobos. Mapas y gráficos que mostraban cuántos lobos vivían en cada lugar en los diferentes períodos históricos. Una larga lista de libros, la mayoría de ellos clasificados. Y un gran póster sobre el lenguaje de los lobos con docenas de caras que amenazaban, venteaban y aullaban. También había papeles sueltos, escritos a mano con gran esmero: wolf (Ingl.) loup (Fr.) lupus (Lat.) lykos (Grieg.) lobo (Esp.) lobo (Port.) Por bien que lo alimentes, el lobo siempre vuelve al monte (ruso). Antes pierde el lobo los dientes que los instintos (español).
El lobo se alimenta con las patas (ruso). Mes del lobo - enero (anglosajón). Araña lobo - tiende emboscadas a sus presas en vez de tejer una red. Pie de lobo - licopodio. Espárrago de lobo - orobanca. Matalobos - acónito de invierno. Lobo de mar - marino experimentado. Cassy levantó la vista y miró hacia el montón más desordenado de todos. Allí había revueltos y mezclados papeles de distintos tamaños, y daba la impresión de que cada uno era un dibujo diferente. Algunos estaban hechos a tinta, otros a lápiz y otros con bolígrafo. Cassy se agachó, cogió el que estaba encima de todos y trató de averiguar qué pretendía representar. ã(49) En el centro del papel había una circunferencia negra de gran tamaño, cuyo interior estaba coloreado en tonos también oscuros. La circunferencia se hallaba rodeada de formas triangulares, unas apuntando hacia fuera y otras hacia dentro. Los triángulos habían sido dibujados con tanta fuerza que, en un par de sitios, la pluma había roto el papel. --Ése es el favorito de Lyall -comentó Robert. "Lo será", pensó Cassy, y sacudió la cabeza. --Debo de ser tonta, -dijo-. No entiendo qué representa. --Representa a Lobo, naturalmente. --¿A Lobo? -Cassy le miró para ver si bromeaba-. ¡Pero si no se parece nada a un lobo! --A un lobo no, -replicó Robert-. Tenemos muchas fotografías de lobos. Esto es algo completamente distinto. Lyall dice "Lobo" y entonces la gente dibuja la imagen que le viene a la mente. Goldie dibujó éste, con la mandíbula muy abierta y esa terrible dentadura. Lyall estaba absolutamente aterrorizado. --¡Oh! Así que éste lo dibujó Goldie, ¿no? Cassy lo dejó al pie del montón y se puso a buscar. Había unos treinta dibujos. Lobos corriendo, saltando o aullándole a la luna. Lobos con el hocico alargado como los de los dibujos animados, y lobos con patas largas, que más parecían caballos. Cogió el que más le gustó: un verdadero lobo, con cabeza, cuerpo, cola y cuatro patas. Estaba hecho a lápiz, y tan bien dibujado que casi se podía sentir su pelaje. --Éste sí se parece a un lobo, -dijo mostrándoselo a Robert para que lo viera. Él frunció el entrecejo. --No has captado la idea, -dijo. Sujetó con un clip los recortes que estaba ordenando y los dejó en el suelo-. Este dibujo lo hizo Earl, un amigo que vive en nuestra anterior casa de Wandsworth. Es pintor y ha hecho un montón de trabajos para <El vigilante de la luna>. Lyall, que esperaba con
ã(50) ansiedad su dibujo de un lobo, se puso furioso cuando Earl le entregó éste. --¿Furioso? --Le dijo: "Te estás quedando conmigo, Earl. Has dibujado un simple lobo de zoológico, no el lobo que tú llevas dentro". --¿Qué? -Cassy soltó una carcajada y volvió a dejar los dibujos en el suelo-. Eso no tiene sentido. Los lobos son lobos y las personas son personas. --No es tan simple -Robert tenía un aspecto tan serio y solemne como si fuera a leer un discurso-. La idea que tenemos sobre los lobos cambia de acuerdo con la idea que tenemos sobre nosotros mismos. Tenemos una relación que dura ya miles de años, tal vez millones. La fina columna de vapor que empezó a salir de la tetera le sirvió a Cassy de pretexto para levantarse. Caminó entre los dibujos de lobos y las frases sobre lobos, cogió la tetera y metió en ella un par de bolsitas de té. --No entiendo ni palabra de lo que acabas de decir. --Bueno... Mira esto, por ejemplo, -dijo Robert tendiéndole otra hoja de papel-. ¿Trata de lobos o de hombres? Cassy vio unas notas escritas con letra apretada. Hombres Lobo 1. Francia: "loup garou". Caribe: "ligahoo" o "lagaho". 2. Europa. Edad Media en su mayor parte. Esp. Francia. La gente cree que son hombres que se transforman en lobos y matan a los demás. (¿Alucinaciones producidas por la ingestión de hongos o de centeno? ¿Vestigios de una religión totémica primitiva, -clan del lobo-¿Ú 3. H. lobo dan la vuelta a la piel para mostrar su interior peludo. O llevan cinturones de piel de lobo. O se transforman con la luna llena. ã(51) Algunos no pueden evitarlo. 4. Remedios: (a) robarles las ropas que tienen escondidas, (b) tirarles con balas de plata. N.B.: el cuerpo humano presenta las mismas heridas que el del lobo. 5. La dentellada del h'lobo no puede abrirse, ni siquiera después de su muerte. Hay que cortar la mandíbula y enterrarla con él.
--¿Hombres lobo? ¡Oh, por Dios! -Cassy cogió la tetera y echó un chorro de agua hirviendo en la jarra del té-. Tú quédate ahí
sentado y sueña con historias de terror si quieres. Yo voy a limpiar la cocina. Despertaré a Goldie y le pediré que me ayude. --No creo que a Lyall le guste que... --No me importa lo que piense Lyall. No estoy dispuesta a vivir como un cerdo. De pronto, Cassy cogió uno tras otro cuatro cartones de leche que estaban abiertos. Los olió, escogió el menos malo y buscó tazas. Tras enjuagar las tazas con el agua caliente que quedaba, echó té en tres de ellas: una para Robert, otra para Goldie y otra para ella. --Toma, -le dijo-. Cuando despierte a Goldie, bajaré y me comeré unas tostadas. Será mejor que te levantes y te pongas a trabajar en otra parte. A no ser que quieras ayudarnos. Robert cogió la taza que le ofrecía y, por toda respuesta, se limitó a darle las gracias. Cuando Cassy llegó a la puerta, ya estaba otra vez concentrado en sus papeles. "¡Qué estupidez! ¡Bonita manera de perder el tiempo mientras a tu alrededor se cae todo en pedazos!", pensó Cassy mientras subía las escaleras y llamaba a la puerta de la habitación de los espejos. Dos rápidos golpes. Y después, tras una pausa, otros dos para asegurarse. En algún rincón de su mente, el ritmo de su llamada resonó ã(52) como una musiquilla conocida, pero no hizo caso. Ya había tenido demasiadas distracciones en una sola mañana. Quería despertar a Goldie y empezar a trabajar. Pero en el interior de la habitación no se oía nada. Impaciente, Cassy volvió a llamar, susurrando: --¿Mamá? Oyó un crujido, el ruido que hace uno al sentarse en la cama. Y luego la voz ronca de Lyall. --¿Qué pasa, Goldie? Se oyeron pasos en el suelo. Unos pasos rápidos avanzaron por la tarima desnuda, y Lyall abrió la puerta de golpe. Estaba en calzoncillos e, inmenso y moreno, le gritó a Cassy: --¿Qué demonios pasa? Cassy retrocedió un poco. --Le traigo a Goldie una taza de té --¡Una taza de té! ¿Qué le has hecho? Lyall señaló hacia la esquina de la habitación. Goldie estaba sentada en el colchón y miraba hacia la puerta con ojos desorbitados. A su alrededor, los espejos sucios reflejaban la imagen de su camisón de seda deslizándose por un hombro y su pelo suelto y enredado. Rígida, parecía haber sufrido un fuerte choque. --¡Goldie! -dijo Cassy-. ¡Mamá! Goldie pestañeó, miró a su alrededor y volvió a pestañear. --¿Eres tú, Cassy? -movió lentamente la cabeza de un lado a otro-. Pero yo he oído... he creído que... Lyall cruzó rápidamente la habitación y le puso una mano en la
cabeza. --Ha sido una simple pesadilla, ¿de acuerdo? Porque Cassy te ha despertado de repente. --¡No ha sido una pesadilla! -protestó Goldie en tono infantil mientras decía que no con la cabeza-. Ni siquiera estaba dormida. Estaba echada aquí, contemplando el reflejo del sol en los espejos. Y entonces he oído... -bajó la vista y miró sus manos, que se aferraban a las sábanas. ã(53) --¿Qué has oído? -preguntó Lyall. Y, en tono firme, añadió-: ¿A quién has oído? Goldie murmuró la respuesta en un tono tan bajo que Cassy apenas pudo entender lo que decía. --Era Mick. He oído a Mick llamar a la puerta del dormitorio. Cassy contuvo la respiración. El mero hecho de oír aquel nombre pronunciado en voz alta era como recibir un puñetazo en el estómago. Mick Phelan. Sin dejarle tiempo para recuperarse, Lyall se puso a dar vueltas a su alrededor gritando: --¿Qué pretendías? ¿Acaso era una broma? --¡Claro que no! -contestó Cassy con cierta brusquedad-. No he hecho otra cosa que llamar. He creído que debía levantarse y ayudarme a limpiar la cocina. Me parece que ya es hora de que alguien... --¿Cómo has llamado? --Oh... No lo sé -frunció el entrecejo, dudó y a continuación golpeó dos veces la puerta que tenía detrás-. Creo que así. Y luego otra vez, para asegurarme de que me había oído. Repitió la llamada para hacer una demostración, y Goldie se inclinó hacia adelante y dio un puñetazo en el colchón. --¿Ves? Te he dicho que no estaba soñando. Ésa es precisamente la forma en que llama Mick. Su contraseña. Lyall miró a Cassy y abrió la boca, pero ella le interrumpió antes de que pudiese decir nada: --Eso no tiene nada que ver conmigo. No le he visto nunca... No he vuelto a verlo desde que era muy pequeña. Y Nan nunca habla de él. ¿Cómo iba a saber que llamaba de una forma concreta? Durante un segundo, el ritmo de la llamada volvió a resonar dentro de su cerebro, pero no pudo identificarlo. En cuanto trató de evocarlo, el inquietante recuerdo se desvaneció. Cassy le ofreció a Goldie la taza de té. ã(54) --¿Quieres tomártelo o prefieres que me lo lleve? Lyall se lo quitó de las manos. --Deberías bebértelo, Goldie. Has sufrido un fuerte choque emocional, creo. Te ayudará a calmarte. Vamos... Cassy se dio media vuelta, los dejó y se dirigió hacia la escalera. Pero Lyall corrió tras de ella y la rodeó con un brazo. --Oye, -murmuró-. Siento haberte gritado. Tenía que haberme
imaginado que era una fantasía de Goldie. Siempre hace lo mismo. Cassy se escabulló de su brazo. --¿Qué es lo que hace siempre? -preguntó. --Cree que le oye. O que le ve, o que huele su loción para después del afeitado, o... -se inclinó sobre la barandilla, con los ojos cerrados y la boca apretada-. ¿Por qué no puedo acostumbrarme? Cassy sintió deseos de salir corriendo antes de que él pudiera decir algo más, pero se obligó a sí misma a contestar alegremente, como si no le hubiese visto la cara: --¿Como el chico que grita "el lobo"? Lyall abrió inmediatamente los ojos y esbozó una sonrisa. --Espero que no, -dijo-. Ya sabes cómo termina esa historia. --Quieres decir que... --Quiero decir que el verdadero lobo siempre termina por llegar. Ahora, Lyall tenía una cara realmente divertida que, durante un segundo, le gustó un poco a Cassy. Pero antes de que la chica pudiese decir nada, Goldie le llamó desde la habitación de los espejos, y él se dio la vuelta inmediatamente y corrió a su lado. --¡Qué lío! -musitó Cassy, y bajó las escaleras para ponerse a limpiar la cocina. Las últimas palabras sonaban desconcertantes en su mente. <El lobo de verdad siempre termina por llegar>... -----------------------------------------------ã(55)
¤ VI -----------------------------------------------El trabajo le dejó la mente vacía. Durante el resto de la mañana estuvo demasiado ocupada para pensar en lobos. O en Nan, o en extrañas sustancias amarillas. Sólo tuvo tiempo para las maderas astilladas y para el suelo sucio y roto. A la hora de comer, ya había hecho la mitad del trabajo. Ella sola había sacado de la casa todas las cosas rotas y las había llevado hasta el fondo del jardín. Al principio se sintió molesta porque nadie se ofreció a ayudarla, pero después fue cogiendo el ritmo del trabajo y disfrutó con lo que hacía: arreglar el desorden, limpiar las cosas y ponerlas en su sitio. Luego, Lyall le gritó: --¿Qué estás haciendo ahora? Fue como un trueno. Asomado a la ventana del dormitorio de la parte trasera, gritaba con expresión de rabia. Cassy dejó caer la madera que llevaba y retrocedió un par de pasos. Le temblaban las manos, pero no pensaba dejarse atemorizar. Le devolvió el grito, con más fuerza todavía.
--Estoy limpiando la cocina. No me gusta vivir en una pocilga. Estoy reuniendo aquí toda la basura, y ahora voy a hacer una fogata. Lyall la miró aún más furioso. --¿Quieres que se enfaden nuestros vecinos? Si haces un fuego de ese tamaño, telefonearán al alcalde uno tras otro. --Pero... --En esta zona no se puede encender fuego. Y nosotros hemos de ser sociables y buenos vecinos, cabeza de chorlito. ã(56) --Pero no podemos vivir... --No seas tan puñeteramente entrometida. Vamos, entra. Lyall cerró la ventana con tanta fuerza que tembló el cristal. Cassy tembló también de rabia y frustración, y de algo muy parecido al miedo. ¿Por qué Lyall tenía que hacer todo con tanta energía y vehemencia? ¿Por qué no podía...? Cassy no sabía qué era lo que Lyall quería que hiciese, pero sabía que no debía seguir limpiando. Gritaría otra vez y acabarían peleándose. Tenía que salir de allí. Irse a dar un paseo o algo parecido. Cruzó el jardín corriendo y bajó por el sendero, hasta llegar a caer directamente en los brazos de Goldie. Goldie estaba bailando en la acera, arreglada para salir; llevaba una bufanda de color esmeralda encima del abrigo y un sombrerito verde en la cabeza-. Cuando vio a Cassy aparecer en la calle, gorjeó de alegría. --¡Oooooh, magnífico! ¡Puedes venir con nosotros! -cogió a Cassy por el brazo y gritó a pleno pulmón-: ¡Lyall, Lyall! Coge el abrigo de Cassy. Se viene con nosotros. --No, déjalo, -murmuró Cassy-. Deja que me vaya, -intentó librarse, pero Goldie se rió y la asió también del otro brazo. --No seas tonta, Cassy. Te lo pasarás bien. Llevamos bocadillos para almorzar, y Lyall tiene una cita, y... --¡Suéltame! -gritó Cassy. Pero no podía irse sin pelearse con Goldie, y eso no era posible. Estaban en un sitio público, en mitad de la calle. Además, era demasiado tarde. Lyall llegaba con una bolsa de viaje en una mano y el impermeable de Cassy en la otra. Metió ambas cosas en la parte trasera de la furgoneta de <El vigilante de la luna> y le abrió a Cassy la puerta delantera con una sonrisa irónica. Como si no hubiese estado chillándole un minuto antes. --Creo que podrás apretujarte en el centro. Earl lo hace y abulta el doble que tú. ã(57) --Pero yo no... Era inútil decir nada. Diez segundos más tarde, sin saber muy bien cómo, se encontraba estrujada en el asiento delantero de la furgoneta, con Lyall a un lado y Goldie al otro. Se apretó contra Goldie todo lo que pudo, tratando de alejarse de Lyall.
--¿Adónde vamos? --¡Al zoo! -exclamó Goldie, aplaudiendo con las manos debajo de la barbilla. --¿Al zoo? Cassy estaba tan sorprendida que echó una rápida mirada a Lyall, para ver si había alguna posibilidad de que fuera verdad. Él le respondió con una mueca, sabiendo de sobra hasta qué punto se sentía molesta e incómoda. --Sí, al zoo, -contestó-. A investigar. --¡Oh! ¡Lobos! Lyall le dedicó otra mueca, como si ella le hiciera mucha gracia. Acto seguido dio un volantazo al tomar una curva, y Cassy cayó hacia la derecha y tuvo que apoyarse en su hombro. Inmediatamente se agarró a Goldie para incorporarse y se sentó otra vez en su sitio, con los ojos fijos en la carretera. No podía creer que fueran realmente a investigar. Investigar era una cosa muy seria, y seguramente iban sólo de excursión como los demás. Pero al llegar se dio cuenta de que estaba equivocada. Lyall pasó por delante de la puerta principal y giró hasta dar con una entrada lateral que estaba bloqueada por una barrera. Cuando salió a hablar con el guardián, Goldie le susurró a Cassy: --Siempre es muy organizado. Cassy la miró, indignada, pero no contestó. ã(58) Un momento después estaban dentro. La barrera se levantó, y Lyall condujo hasta el patio trasero, donde aparcó la furgoneta. A continuación cogió el impermeable de Cassy. --Lo necesitarás, -dijo-. Ahí fuera hace bastante viento. --Gracias, -contestó Cassy malhumorada. Salió del coche, se puso el impermeable y se ató bien el cinturón. Mientras se preparaba, los otros dos se pusieron en marcha. Lyall atravesaba el patio en dirección al zoo, mientras Goldie daba saltitos detrás de él. "Si me quedara aquí, ni siquiera se enterarían", pensó Cassy. Pero no sabía cuánto tiempo iban a tardar, y no tenía ningún interés en esperarlos sentada en la furgoneta. Empezó a seguirlos por el recinto, procurando siempre estar unos diez metros detrás de ellos. De repente, al doblar una esquina, advirtió que se habían detenido. Estaban parados cerca de unas verjas de poca altura y miraban hacia el interior de un recinto que se extendía a un lado del zoo. En medio de una árida extensión de piedra oscura se elevaba un altillo rodeado por árboles pelados. Y en la cima de aquel altillo se vislumbraban cuatro siluetas con las orejas erguidas. Los lobos. El cerebro de Cassy reaccionaba muy lentamente. La noche anterior había intentado reproducir esa imagen en su mente, modelarla
con sus manos. Describir el sutil e indefinible color de aquellas pieles y la elegante forma de aquellas caras afiladas. Ya no tenía que esforzarse más. Los lobos estaban allí y sabía que no existía nada que se les pudiese comparar. Eran ellos mismos. Mientras los miraba, se acercaron otros dos desde la parte más lejana del cercado. Llegaron moviéndose ágilmente sobre sus grandes garras de color claro. Estaban alerta, pero sus ojos rasgados vigilaban a los otros lobos, no a la gente de detrás de las verjas. El bosque fantasmagórico en que vivían era de su propiedad y estaba sometido a sus propias reglas. Lyall le hizo a Cassy una seña para que se acercara. ã(59) --Ven y habla con Goldie -le dijo-. He quedado con una persona. Cuando desapareció detrás de la esquina, Cassy empezó a deslizarse a lo largo de la verja. Pero Goldie no parecía darse cuenta de su presencia. Observaba a los lobos con los ojos muy abiertos y sin parpadear. En aquel momento estaban todos de pie, paseando lentamente de un lado a otro del cercado, y todos sus movimientos parecían hipnotizarla. Goldie y los lobos. Cassy recordó de pronto algo que la había sorprendido mucho el día anterior. Tocando el brazo de Goldie para llamar su atención, le preguntó: --¿Qué te hizo pensar en los lobos para el espectáculo de <El vigilante de la luna>? --¿Qué? -Goldie se volvió, desconcertada. --Dijiste que fuiste tú quien tuvo la idea para el nuevo espectáculo de Lyall. Pero ¿qué te hizo pensar en los lobos? --Yo... Se me ocurrió sin más. Goldie miró nerviosamente a su alrededor mientras Cassy la observaba fijamente. Lobos... lobos... Algo daba vueltas en el cerebro de la chica, que esta vez estaba resuelta a averiguar qué era. Tenía que decírselo Goldie. --No puedes haber imaginado todo por tu cuenta, -le dijo-. Tú no sabes nada sobre los lobos, ¿verdad? Goldie levantó la cabeza. --Ya sé que crees que soy estúpida. Tú y la abuela Phelan estáis convencidas de que soy idiota. Pero no lo soy. Sé muchas más cosas que tú. ¡Mira! Señaló de repente hacia el altillo rodeado de árboles fantasmagóricos. Uno de los lobos estaba en la cima, con el rabo levantado y la cabeza dirigida hacia el cielo. --¿Lo ves? -dijo solemnemente-. Es el jefe de los lobos y les está mostrando a los demás quién manda. Así es como hablan los lobos entre sí. Mediante la forma de colocarse y de llevar la cabeza y la cola. ã(60) --Eso te lo ha contado alguien, -respondió Cassy lentamente-. ¿Te lo dijo Lyall?
--¿Lyall? Él no sabe nada de lobos. Sólo sabe lo que ha leído en los libros. Nunca se ha pasado días y días mirándolos como Mick y yo... Goldie se interrumpió bruscamente, tapándose la boca con la palma de la mano. --¿Mick? -inquirió Cassy. El nombre sonó raro en su boca, y probablemente nunca lo había pronunciado en voz alta. Desde que era pequeña, sabía que estaba prohibido pronunciarlo. "No hablemos de él ahora, Cassy. Y no vayas a preguntárselo a tu madre. Ella sabe que no debe decírtelo. Ya habrá tiempo de hacerlo cuando crezcas". Pero, adulta o no, el tabú acababa de romperse. El nombre quedó suspendido en el aire entre las dos. Cassy volvió a repetirlo y escuchó su propia voz: --Mick, -y preguntó-: ¿Le gustaban a él los lobos? --¡No se lo cuentes a Lyall! -Goldie la cogió del brazo-. Se enfadaría muchísimo. Ya has visto cómo se ha puesto esta mañana cuando has llamado igual que Mick. --Por supuesto que no se lo diré -respondió Cassy ofendida-. ¿Para qué arriesgarnos? ¿Y cómo se te ocurrió elegir los lobos? Goldie bajó la mirada. --Porque... porque es como... -de pronto le cogió otra vez el brazo a Cassy y lo apretó con fuerza-. ¿No lo recuerdas? ¿No recuerdas haber venido aquí en tu sillita para mirar a los lobos? Justo antes de que la abuela Phelan se ocupase de ti. Cuando Mick... se fue --No, -la voz de Cassy sonó fría-. No recuerdo nada anterior a mi vida con Nan. --Veníamos aquí casi todas las semanas, -dijo Goldie en tono soñador-. Simplemente veníamos aquí y los contemplábamos. Eras muy bonita, y te encantaba ver a los lobos. ã(61) Aunque no tanto como a Mick. Él los miraba y ellos le miraban a él. Durante horas y horas... --Suena muy emocionante, -comentó secamente Cassy. --Pero él es así. Nunca se rinde. Nunca se va mientras no consigue lo que quiere -Goldie sacudió la cabeza, y el sombrerito de color esmeralda se movió desafiante-. Más tarde..., cuando todos se volvieron contra él..., yo lo entendí. Era como un lobo en lucha por su propio territorio. --¿Qué territorio? Por Dios... -Cassy agarró con fuerza los barrotes de la verja-. ¿Qué ocurrió? Goldie echó la cabeza hacia atrás, y el sol de invierno se reflejó en sus cabellos. --Y la forma en que se ha arreglado para que no le capturen en todos estos años. Ni siquiera los de la Brigada Especial. Eso también es propio de un lobo. Uno de esos lobos solitarios de los que hablaba siempre. El Lobo Custer, o el Errante, o los Tres Dedos del Diablo.
--¿Pero por qué no me lo contaste nunca? -el corazón de Cassy latía con fuerza, y todos los años de silencio formaban un nudo en su garganta. "Hay cosas que los niños no pueden comprender", le decía siempre Nan. "No remuevas problemas que no te conmuevan a ti". Aunque llevaba toda la vida esperando una respuesta, durante un instante no fue capaz de formular sus preguntas. Y luego fue demasiado tarde. Cuando aún seguía sin poder articular palabra, Goldie se volvió hacia ella y, con un dedo en los labios, le dijo: --¡Sssh! ¡Ahí vuelve! Una voz desconocida de mujer hablaba desde algún sitio que quedaba fuera de su vista. --... y se les da de comer tres veces por semana. Al momento siguiente, Lyall y la mujer emergieron de un recodo hablando animadamente. Al pasar junto a Goldie y a Cassy, Lyall sonrió, pero no dijo nada. Estaba demasiado ocupado escuchando a la vigilante. ã(62) --... tres trozos de carne de diez kilos cada uno, -decía la vigilante, que luego añadió-: Más un suplemento de aceite de hígado de bacalao y de harina de huesos... Mientras hablaba, cogió el manojo de llaves que llevaba colgado del cinturón. Al llegar al final de la verja, se inclinó y abrió la puerta que daba al recinto. --¡Oh! ¡Lyall tiene que estar encantado! -exclamó Goldie aplaudiendo con la alegría y la ingenuidad de quien no tiene ningún secreto-. Esperaba que le dejaran hacerlo. --¿Esperaba que le dejaran entrar? -Cassy observó que Lyall y la vigilante se adentraban en el cercado-. ¿No habrá peligro? --Claro que no hay peligro, -contestó Goldie como un niño que recita una lección-. Los lobos no son feroces y terribles. Son valientes e inteligentes y se organizan en grupos. Esta vez Cassy no preguntó quién le había dicho aquello. Dio media vuelta y vio como Lyall y la vigilante cruzaban una segunda puerta y la cerraban tras de sí. Al oír el ruido, todos los lobos miraron hacia la puerta. Siguieron andando despacio, con pasos regulares, a lo largo de la verja y observaron cómo Lyall y la vigilante se acercaban al altillo. Tan pronto como los dos se separaron de la verja, tres lobos se colocaron a su espalda cubriendo el camino de vuelta a la puerta. Avanzaban y retrocedían, y olfateaban el rastro en el suelo, entrecruzándose una y otra vez. Cassy se agarró con más fuerza a los barrotes. "Si hubiera algún peligro, no le habrían dejado entrar", pensó. Además, Lyall no estaba preocupado. Goldie no estaba preocupada. La vigilante no estaba preocupada. Pero... No podía quitarse de la cabeza unas imágenes: unas siluetas grises que se movían como el pez en el agua entre los árboles
oscuros... Garras incansables que pasaban una y otra vez por encima de la nieve... Ojos amarillos que brillaban detrás de una fogata de campamento... ã(63) Lyall y la vigilante estaban enteramente rodeados por los lobos. Seis afiladas caras de lobo vigilaban todos los movimientos. Seis cuerpos de lobo se movían constantemente manteniendo la distancia y la forma de su círculo. Como si planeasen hacer algo. La voz de la razón le decía a Cassy que no había nada que temer, pero la muchacha no podía acallar otra voz primitiva que gritaba dentro de su cabeza: "¡Peligro! ¡Peligro!". --Mick se moriría de envidia si pudiese ver esto, -le susurró Goldie al oído-. Siempre quiso entrar ahí dentro. Cassy tragó saliva y se dio la vuelta, con las manos metidas hasta el fondo de los bolsillos de su impermeable. Los dedos de su mano izquierda tocaron algo que tenía un borde cuadrado, pero su mente estaba llena de lobos. Lobos y padres y muchachos con expresión solemne que nunca te miran a los ojos. Tardó un rato en darse cuenta de qué era lo que había encontrado. Luego, lo sacó y frunció el entrecejo. Estoy en una casa okupada. Goldie vive con un hombre que se llama Lyall y con su hijo Robert... Había olvidado echar la postal al buzón, y el mensaje ya se había quedado viejo. Ahora tendría que decir algo diferente, algo así como: Estamos en el zoo. El novio de Goldie está en un cercado lleno de lobos, y Goldie no para de hablar de lobos. Y de mi padre. Yo no sabía que le gustaban los lobos. Tú nunca me has dicho nada sobre él. Y ya va siendo hora de que lo hagas. Por un momento estuvo a punto de sonreír. ¿Qué cara pondría Nan si recibiese una postal así? ¿Se enfadaría? ¿Se quedaría atónita? Seguramente no la contestaría. Cassy volvió a mirar la postal que tenía en la mano. Al menos llevaba la dirección correcta. No había ningún buzón a la vista, y no sabía dónde podía haber alguno, pero no estaba ã(64) dispuesta a olvidarse otra vez de mandarla. Se ocuparía de enviarla antes de acostarse. Era un aviso que quería decir: "Estoy aquí. Ven a buscarme". "Mañana, Nan ya sabrá dónde estoy", pensó al meterse en la cama. El pensamiento de que la postal estaba ya de camino tendría que haber
resultado reconfortante, pero se durmió sin poder desechar otra idea. <Estoy aquí>... <Ven a buscarme>... Algo no iba bien, pero no sabía qué podía ser. ... fue un sueño sin imágenes visuales. Percibió todo a través de los otros sentidos. La rodeaba la dulce frescura de los pinos, pero por debajo, medio oculto y confuso, había un olor más salvaje. Fuerte y animal. Su mano derecha asió con energía el asa de la cesta y percibió su suavidad familiar. Pero la palma de su mano izquierda palpaba una mata de pelo áspero, extraño y fuerte. Era tan espeso que no podía meter los dedos en él. Esas cosas estaban muy cerca. Intensamente reales. La voz era mucho más tenue. La oía lejana e indiscernible. Notaba que el tono subía y bajaba, pero no entendía ni una sola palabra. Como estaba soñando, sabía que se trataba de su propia voz. Y que le indicaba el camino... -----------------------------------------------ã(65)
¤ VII ------------------------------------------------
¡Estúpida! ¡Idiota! Habrías tenido que Saberlo... Ahora hay peligro, peligro... Tenía que buscar una solución, pero no sabía qué había hecho... y probablemente era ya demasiado tarde. Peligro, peligro, Peligro... ¡Dios santo! Cassy se despertó y trató de arrancar de su mente aquel sueño. ¿Qué le estaba ocurriendo? Nunca soñaba. Nunca, nunca. Pero, sentada en la cama y con el corazón latiéndole desesperadamente, recordó que había soñado todas las noches que había pasado en aquella casa. Su mente escarbó en busca de una explicación. A lo mejor se debía a que el suelo era muy duro. Quizá necesitase un colchón. Algo oscuro y descorazonador se reía burlonamente en su cabeza. Algo que no tenía nada que ver con suelos ni con colchones. Siluetas
grises que se movían como pez en el agua entre los árboles oscuros... Garras incansables que pasaban una y otra vez por encima de la nieve... Ojos amarillos que brillaban detrás de una fogata de campamento... Lobos. Le dio un vuelco el estómago; se incorporó bruscamente ã(66) y sacudió la cabeza intentando despejarse. "Tiene que haber alguna relación en alguna parte", pensó. "El peligro, el miedo a los lobos... ¡Si pudiera poner en funcionamiento mi cerebro!" Pero el sueño se había desvanecido y ya no estaba a su alcance. Echó las mantas a un lado y se levantó. Quizá el trabajo le quitase las telarañas de la mente. ¿Tendría tiempo para acabar la limpieza de la cocina? Miró su reloj, parpadeó... y se quedó estupefacta. ¿Las once en punto? ¿Cómo era posible que no se hubiera despertado hasta las once? Tenía que haberse estropeado el reloj. Pero no parecía estar parado. El segundero se movía al ritmo de siempre. Y cuando levantó la cabeza para mirar hacia la ventana, se dio cuenta de que la luz que llegaba desde detrás de la manta era fuerte y brillante. Se vistió con toda la rapidez que pudo. Le temblaban las manos y tenía el estómago revuelto, pero decidió no darle importancia. "De nada sirve lamentar los errores de la noche anterior", le decía siempre Nan. "Sólo puedes empezar desde el punto en el que te encuentras". Y eran ya las once de la mañana y aún no había hecho nada. A las once y diez, ya lavada y vestida, estaba increíblemente hambrienta. Empujó la puerta de la cocina: buscaba comida y, de paso, quería ver si Robert estaba allí. No estaba. La cocina se hallaba desierta. Pero en el suelo había tres platos sucios apilados junto al hornillo, y en la bolsa de basura cáscaras de huevo y latas de conserva vacías. Hasta Goldie y Lyall debían de haberse levantado ya. Cassy puso a hervir la tetera y sacó un poco de pan y de miel, moviéndose con rapidez para tener la mente ocupada. En el piso de arriba se oían pasos, y cuando tuvo preparado el desayuno subió las escaleras con un bocadillo en una mano y una taza de té en la otra. ã(67) --¿Quién es? -dijo Robert cuando llamó a la puerta del dormitorio grande. Cassy empujó la puerta y vio que no había nadie más que él en la habitación. Estaba sentado en el suelo y, rodeado de máscaras de papel maché, sujetaba con una mano la máscara del lobo y tenía fruncido el entrecejo. <Lobos>. --Hola, -dijo Cassy en un tono más cortante de lo que hubiera querido-. ¿Por qué no me has despertado? --¿Para qué? -murmuró Robert sin levantar la cabeza. Suspiró.
--Porque es ridículo estarse en la cama hasta las once, ¿no crees? --Humm, -Robert le dirigió una mirada indiferente y volvió a ocuparse de la máscara. --¡No me estás escuchando! --Humm. --¡Robert! --¿Qué? -Robert levantó finalmente la cabeza, con una sonrisa de disculpa-. Lo siento. Estoy intentando inventar algo. --¿De qué se trata? -preguntó Cassy mirando pensativa la máscara-. ¿No está casi terminada? --Eso mismo pienso yo, -la voz de Robert sonaba exasperada-. Tenemos que mandársela a Earl mañana; si no, no la tendrá pintada el lunes. --¿Y en qué está el problema? --Lyall acaba de decidir ahora mismo que la mandíbula inferior debería moverse. Así podría abrir y cerrar la boca. Y no hay tiempo para hacer una nueva máscara. Tengo que modificar ésta. Cassy la miró. --¿Merece la pena hacerlo? --Me temo que sí -contestó Robert abatido-. Lyall tiene razón, ¿no crees? Sería mucho mejor que el lobo pudiese ã(68) morder. Y es bastante fácil cortar alrededor del hocico... por aquí... para que se desprenda la mandíbula, y luego ponerle un par de bisagras. --Entonces, ¿en qué está el problema? Robert levantó la máscara de lobo. Durante un instante, Cassy contempló pensativa el largo y desproporcionado hocico. A continuación, extendió el brazo y cogió la máscara. Inmediatamente advirtió dónde estaba el problema: el hocico era tan largo que inclinaba toda la cabeza hacia adelante y le impedía mantenerse en equilibrio. --¿Ves? -dijo Robert-. Lyall tendrá problemas para moverse si se pone la máscara tal como está. Le será imposible si encima tiene que llevar cosas en la frente. Y además, ¿cómo evitamos que la mandíbula inferior se quede siempre colgando? Cassy sonrió. Los métodos de trabajo de Robert eran lamentables. Resultaba agradable descubrir que no tenía mucho sentido práctico. --Necesitas un contrapeso, -dijo secamente Cassy-. Pegar algo pesado a la parte trasera de la cabeza y a la parte trasera de la mandíbula. Así se mantendrá el equilibrio, por muchas cosas que se pongan en la frente. --¡Oye, tienes razón! -la expresión adusta de Robert desapareció-. ¿Qué podemos usar? --Tiene que ser algo que pese y que pueda modelarse adecuadamente -Cassy metió los dedos en el interior de la máscara-. Aquí no hay mucho espacio disponible. --¿Trapos? -sugirió Robert.
--No pesarían bastante. --¿Arcilla? --No tenemos tiempo. Habría que dejarla secar para poder pintar la máscara. ¿No tienes plastilina o algo así? Robert negó con la cabeza. --No creo que tengamos... -dijo y, sonriendo, añadió-: ¿Qué me dices de la masa amarilla que tenías tú? La que ã(69) había en la bolsa de la comida. ¿Tiene algún valor o podemos utilizarla? --Yo... Cassy creyó sentir que se le secaba la boca, sin saber muy bien por qué. Intentó negarse instintivamente, sin ningún motivo concreto. Pero era una actitud ridícula. --¿Por qué no? -dijo resuelta-. Veamos si sirve. Bajaron las escaleras. Robert, que iba delante, abrió la puerta del cuarto de Cassy y vio la masa amarilla encima de la repisa. --Parece que has estado jugando con ella. ¿Se moldea bien? --Sí, muy bien, -dijo Cassy-. Y pesa bastante. Es justo lo que necesitamos. Robert cruzó la habitación, cogió la masa y la sopesó con una mano. Mientras lo hacía, se fijó en la fotografía que había al lado. --¿Quién es este muchacho? --Es... mi padre. --Os parecéis bastante -Robert miró la fotografía con más atención-. ¿Está entre nosotros o se ha ido de este mundo para siempre, como mi madre? --Él... -Cassy bajó la mirada-. Nunca le he visto. No he vuelto a verle desde que era muy niña. Y ésta es la única foto que tengo de él. Nan no tiene ninguna fotografía en la que aparezca con más edad. Robert la miró atónito. --¿Ninguna? ¿Quieres decir... que probablemente no le reconocerías si te cruzases con él en la calle? --No, -contestó Cassy con aplomo. Cruzó la habitación y cogió la masa amarilla de las manos de Robert. --¿Empezamos ya o esperamos a que venga Lyall? --No tenemos tiempo para eso, -dijo Robert-. Goldie y ã(70) él han ido a Hackeney a representar una obra. No volverán hasta las cinco. --Entonces, vamos. Cassy salió primero. Estaba harta de presentimientos y de preguntas sin respuesta. Lo que quería era un trabajo concreto y bien definido. Como arreglar la máscara. Cuando Robert llegó al dormitorio, ella ya empuñaba una navaja. --¿Quieres que corte la mandíbula inferior por aquí? Robert vaciló. --Será complicado. Y si la rompes estamos perdidos.
--No la romperé -segura de sí misma, Cassy trazó una línea irregular sobre el hocico de papel maché-. Cuando lleguen Lyall y Goldie tendremos todo preparado. --Estupendo. Así no nos darán la lata con las máscaras cuando vuelvan de la representación. Cassy marcó dos largos colmillos en el hocico de la máscara de lobo. --¿Qué obra van a hacer? --Una de las antiguas, -Robert echó la cabeza hacia atrás, e imitando bastante bien el tono de voz de Lyall, anunció-: <El gozoso y aterrador relato de la Gran Conquista del Perú> -y soltó una carcajada-. La piden mucho los colegios. Empiezan todos fabricando petos y plumas y acaban tomando partido y discutiendo acaloradamente. --Parece buena. ¿Por qué le damos tanta importancia a todo este lío del lobo si podéis representar una obra así? --¿Qué quieres decir? --¡Bueno! -gruñó Cassy mientras señalaba las máscaras desperdigadas por todo el suelo-. ¿Quién va a preferir <Los tres cerditos y el lobo> a <La Gran Conquista del Perú>? --¡Pero si esto es sólo una pequeña parte del trabajo! -dijo Robert mirándola como si estuviera lela-. Tendrías que ver todo lo que he recogido y archivado. Dibujos, datos, ideas. El proyecto es vastísimo. Cassy cogió los alicates. ã(71) --Pero los lobos no son más que unos animales. --¿Sigues pensando eso? -Robert la miró durante un instante y se calló. Cogió la masa amarilla y empezó a moldearla dándole una forma estrecha y alargada-. ¿Qué necesitamos? -preguntó-. ¿Una salchicha para ponerla en el cogote? Cassy asintió. --Deja dos trocitos para colocarlos en los dos lados de la mandíbula. Y ahora cállate. Tengo que concentrarme mientras corto. Y, con pulso firme, hundió el cuchillo en la cabeza del lobo. Tardó por lo menos media hora en cortar todo el hocico y hacer los colmillos. Cuando la obra estuvo terminada, Robert comentó con un gesto de aprobación: --Se te dan bien estas cosas, ¿verdad? --Gracias a Nan, -contestó Cassy sonriendo-. De nada sirve tener buena cabeza si no tienes buenas manos, me dice siempre. Robert levantó una ceja y la miró pensativo. --¿La terrible abuela Phelan? --No es terrible, -se apresuró a decir Cassy. --Pues a Goldie la tiene aterrorizada. Algún día oirás las cosas que dice sobre tu querida Nan. --Bueno, no quiero pensar qué sería de Goldie si no existiera Nan, -dijo Cassy indignada-. En cuanto se mete en un lío gordo, Nan se apresura a echarle una mano. ¿Qué más quiere? --Por ejemplo... a ti -Robert dejó de sonreír y miró a
Cassy con expresión seria-. Sabes que le gustaría que vivieses con ella. Lo pasó muy mal cuando la abuela Phelan te llevó a su casa. ã(72) --¡Pero tuvo que hacerlo! -exclamó Cassy en tono agresivo. Hacía años que estaba convencida de eso-. No podía dejarme con Goldie desde el momento en que... --¿Desde el momento en que se fue tu padre? -dijo Robert a media voz-. Sí, ¿qué hay detrás de eso? Cassy sintió que su expresión se endurecía. --¿Y por qué tiene que haber algo detrás de eso? --Porque... ¡Oh, no lo sé! -Robert se encogió de hombros-. Mira cómo se calla Goldie cuando se menciona el nombre de tu padre. Habla sin parar sobre todo lo que hay bajo la capa del cielo; pero en cuanto le haces una pregunta sobre el maravilloso Mick..., nada. Silencio total. Y tú también adoptaste una actitud rara cuando te pregunté en tu cuarto. --¿A qué llamas actitud rara? Robert meditó un instante en busca de las palabras adecuadas. --Parecía... que el tema te desbordaba, -dijo-. Era como si no supieses de qué hablabas, -vaciló un segundo y prosiguió-: Parecías asustada. --¿Asustada? -Cassy soltó una carcajada falsa, demasiado estridente-. ¿Por qué iba a estar asustada? No sé nada sobre él. Por la expresión de Robert, pudo darse cuenta de que el muchacho no creía sus palabras. --¡Oh, vamos! Seguro que sabes algo. Algo te habrá contado tu Nan. --¿Por qué iba a hacerlo? -preguntó desafiante Cassy-. ¿Por qué tendría que habérmelo contado alguien? Se fue y ya está. --Pero... necesitas saberlo. ¡Cielos, es tu padre! Yo le obligué a Lyall a que me contara todo sobre mi madre. --A Nan no se la puede obligar a hacer nada. Ella no es así. --¡Ajá! ¡Entonces es terrible! ã(73) Fue sólo una broma. Pero Cassy no soportaba las bromas sobre Nan. Y no quiso hablar más del tema. De pronto, cogió la salchicha amarilla que había hecho Robert y se puso a colocarla en la máscara, en la parte posterior del cuello. --Necesitamos más papel maché -murmuró-. Tiras de papel para sujetar esto en su sitio. Con gran asombro de la muchacha, Robert asintió y volvió a concentrarse en la máscara. Unos minutos después estaban los dos pegando trozos de papel en la masa amarilla que habían colocado dentro de la cabeza del lobo. La fueron cubriendo hasta que no se veía ni el más mínimo vestigio de color dorado. -----------------------------------------------ã(74)
¤ VIII -----------------------------------------------Cuando terminaron la máscara y la pusieron a secar era ya la hora de comer. --Después de todo este trabajo, -dijo Robert- necesitamos una buena comida de sartén. Y no me vengas diciendo que a Nan no le gusta que comas cosas fritas. --Bueeeno..., es enfermera, -contestó Cassy arrastrando las sílabas-. Y los fritos son malos para la salud. Robert hizo una mueca y corrió escaleras abajo. Cuando Cassy llegó a la cocina, ya había encendido el hornillo y estaba abriendo un paquete de beicon. --Ayúdame a preparar esto, -le dijo-, y cuando terminemos de comer, yo te ayudaré en esa limpieza de la cocina que tanto te obsesiona. Cassy sonrió y fue a coger el pan. No acabaron el trabajo hasta las cuatro de la tarde. La madera rota que quedaba la quitaron en poco más de una hora. Pero cuando terminaron, el suelo de la cocina estaba cubierto de polvo y astillas. Y antes de que empezasen a limpiarlo, se oyó en el exterior un alegre bocinazo. Alguien conducía calle arriba tocando repetidamente el claxon del coche. Robert dejó el trapo que llevaba en la mano y corrió a abrir la puerta principal. ã(75) --Son Lyall y Goldie -gritó por encima del hombro-. ¡Les habrá salido bien el espectáculo! ¡Creo que vamos a pasar una tarde estupenda! Lyall y Goldie se comportaron como dos chicos recién salidos de una fiesta. Entraron en la casa bailando y sonriendo de oreja a oreja. --¡Han llorado! -gritó Goldie eufórica-. ¡Han llorado, han discutido, han perdido los estribos..., y Lyall dice que he estado maravillosa! --¡Eres una preciosa inca de oro! ¡La hija del Sol! Lyall dejó en el suelo la caja llena de plumas que llevaba en la mano, cogió a Goldie entre sus brazos y la volteó por todo el recibidor. Cassy se apartó de su camino y se resguardó prudentemente en el quicio de la puerta de la cocina, mientras Robert los miraba con gesto de desaprobación. --Muy bien, -dijo-. Has estado maravillosa. Pero ¿os han dado el cheque? --¡Claro que sí, querido asesor financiero! -Lyall dejó a Goldie en el suelo y buscó en uno de sus bolsillos-. ¡Ah, aquí
está! Cien libras más gastos. Cassy tragó saliva. No podía creérselo. ¿Tanto dinero por actuar un solo día? No le parecía justo. Robert, en cambio, cogió el cheque como si fuese la cosa más natural del mundo. Lo alisó cuidadosamente, copió el importe en el libro de cuentas y se lo metió en el billetero. A continuación, miró a Cassy y le pidió: --¿Me ayudas a descargar la furgoneta? --Si quieres... -pasó junto a Lyall y Goldie, que seguían bailando en círculos, y salió de la casa con Robert-. ¿Qué les pasa? -le susurró cuando llegaron a la furgoneta-. ¿Han estado bebiendo? --¡Qué va! -Robert cogió una enorme caja de discos dorados y se la puso a Cassy en los brazos-. Están emocionados porque han tenido una buena actuación. Eso es todo. ã(76) --Creí que lo que hacían era trabajar, -murmuró Cassy en tono de reproche. --Y eso es lo que hacen, -contestó Robert, que rodeó la furgoneta y dirigió a la chica una prolongada mirada de sorpresa-. ¿Por qué dices eso? --Bueno, parece que han estado divirtiéndose. --Y es verdad. Yo me divierto cuando trabajo. Y apuesto a que tú también. Seguro que te ha gustado limpiar la cocina, ¿verdad? --¡Qué dices! --Entonces, ¿por qué la has limpiado? -Robert sacó dos cajas y cerró la puerta de la furgoneta-. ¿De qué te sirve limpiar si no disfrutas haciéndolo? Cassy se preguntó si le estaba tomando el pelo, pero Robert no parecía estar bromeando. --Porque había que hacerlo. --¿Por qué? --Porque así no se puede vivir. --¿Por qué no? --Porque... porque... -"¿Cómo puedes hablar con alguien que no tiene ideas propias sobre nada?", pensó-. Nan siempre dice... --No me interesa lo que dice Nan -Robert cerró con fuerza las puertas de la furgoneta y la miró-. Quiero saber por qué estás de acuerdo con ella. --Porque... Cassy no sabía cómo terminar su frase, y nunca lo supo. Antes de que pudiese añadir nada, llegó Lyall saltando por el jardín y cogió la caja de discos dorados. --Dejad eso ahora. ¡Quiero Comida! --Tenemos salchichas, -empezó a decir Robert-. Y... Lyall sonrió y gruñó entre dientes: --Estoy harto de salchichas. ¡No seas tan puñeteramente tacaño, Robert! La semana pasada representamos tres obras y para la próxima tenemos contratadas cuatro, además de
ã(77) la del viernes. Podemos permitirnos algo mejor que las salchichas. Le brillaron los ojos y se abalanzó sobre Cassy con los brazos extendidos. --¡Una carne jugosa! ¡Con azúcar y especias picantes! ¡Cassy al <curry>! Cassy retrocedió, huyendo de los largos y huesudos dedos de Lyall, de su boca, roja y abierta, y de sus dientes. Pero eso no hizo más que empeorar las cosas. Lyall avanzó un paso más, con un brillo perverso en los ojos. --¡No podrás escapar! ¡No podrás escapar! No escaparás si no tienes una bala de plata que dispararme. ¡Y aunque la tengas, ningún poder será capaz de librar tu carne de mis Colmillos! ¿Cómo podía hacer aquello? ¡En mitad de la calle! Cassy se apartó hacia su derecha y se resguardó en la furgoneta, desde donde contempló la cara de Lyall, burlona y contorsionada. Le odiaba. --Déjalo, Lyall, -dijo Robert tranquilamente-. Está claro que no le hace gracia. ¿Quieres que vaya a comprar carne al <curry>? --¡Sí! -Lyall sonrió y volvió a gruñir, todavía con ademanes de lobo-. ¡Muy picante! ¡Y la quiero ahora! --¿Ahora? -Robert miró su reloj-. ¡Oh, espero que esté abierto ese sitio de Steelyard Lane. De acuerdo, iré. --Te acompaño, -dijo Cassy, que parecía enfadada. Sin duda, no quería quedarse sola con Lyall y Goldie-. Espera, voy a coger mi abrigo. Al regresar vieron a aquel hombre. Fue cuando rodeaban deprisa la esquina de la Albert Street, con las pesadas bolsas de papel todavía calientes. De pronto, Robert le cogió un brazo a Cassy y dijo: ã(78) --Mira. --¿Qué? Se llevó el dedo índice a los labios y señaló con la cabeza hacia la furgoneta. Luego condujo a Cassy hacia las sombras de unos matorrales. --Ya hemos tenido problemas con la furgoneta otras veces, -dijo-. Parece que volvemos a tenerlos. En la calle apenas había ya luz, y a Cassy le costó bastante distinguir aquella oscura figura. Estaba agachada detrás de la furgoneta, del lado de la calle. La figura estaba encorvada y llevaba chándal, con la capucha puesta. --No creo que esté enredando en la furgoneta, -susurró Cassy al oído de Robert-. Estará atándose el zapato o algo así, ¿no crees? --¡Chis! -Robert le tapó la boca con la mano, y miraron los dos a través de los matorrales, forzando la vista para intentar averiguar qué hacía aquel hombre. Durante unos segundos no se movió. Luego, cuando Cassy empezaba a perder la paciencia, dio bruscamente un salto hacia
adelante. Miró a los dos lados de la calle, echó a correr y siguió por el camino hasta llegar al muro lateral de la casa. --¡Vamos! -dijo Robert. Estaba ya al final de la calle cuando Cassy entendió a qué se refería. La chica le dio alcance en el momento en que él volvía por el camino sacudiendo la cabeza. --Demasiado tarde. Ha debido de saltar por encima del muro de atrás. --¿Pero qué? ¿Quién...? Robert se encogió de hombros. --Alguien que viene de parte de los propietarios, supongo. --¿De los propietarios? --De los propietarios de la casa, claro. Estarán tratando de echarnos, -dijo en tono tranquilo, como si fuera algo normal-. ã(79) Los propietarios siempre quieren echarte, aunque sólo sea para poder derribar la casa. --Pero yo creía que para eso tenían que llevarte a juicio. --Algunos encuentran eso demasiado lento. Y no lo bastante... personal y directo -Robert entrecerró los ojos, pero Cassy no quiso saber qué estaba recordando. --¿Qué vas a hacer ahora? -preguntó rápidamente. --No podemos hacer gran cosa. Lo único que se me ocurre es decírselo a Lyall. Pero Lyall no mostró ningún interés por el intruso. Empezaron a explicárselo los dos al mismo tiempo en cuanto les abrió la puerta, pero él se negó a tomárselo en serio. --¿No le habéis visto la cara? ¿Estáis seguros de que no era gris y peludo por debajo de la máscara? A lo mejor tenía unos dientes puntiagudos que se cierran como un cepo. Y... --No seas tonto, -le dijo Cassy. Pero Lyall no le prestó atención. --El <ligahooo> -susurró, alargando la última sílaba como un aullido-. Con su enorme boca abierta y sus garras silenciosas. ¿Cómo podéis estar seguros de que...? Robert sonrió, pero Cassy no estaba de humor para juegos. --¡Yo no creo en fantasmas! -le interrumpió. --El <ligahoo> no tiene nada de fantasmagórico, -dijo Lyall dedicándole una amplia y angelical sonrisa y cogiéndole la bolsa de carne al <curry>-. Te persigue con garras auténticas. ¡Y te muerde con una auténtica y afilada Dentadura! Todavía sonriendo, dejó a Cassy y empezó a subir las escaleras. Como Robert le siguió, Cassy no tenía más remedio que hacer lo mismo, si quería cenar. Las velas de la habitación de los espejos estaban de nuevo encendidas, por primera vez desde su llegada. Y allí, en medio de aquel bosque mágico, Goldie estaba sentada en el colchón con las piernas cruzadas. Llevaba una falda de muselina ã(80) dorada y púrpura, y el pelo le caía por la espalda en una gruesa
coleta. Cuando entraron los demás, sonrió pensativa. --Vamos a comer ahora mismo, -dijo-. Me estoy muriendo de hambre. --¡El festín está listo! -exclamó Lyall. Dejó la bolsa en el suelo y empezó a colocar las latas de comida sobre la tarima. Cassy miró a su alrededor. --Voy a traer los platos y los cubiertos, -dijo. --¡Ya está bien de cenas de colegio! -replicó Lyall haciendo una mueca y abriendo las manos en un gesto de disgusto-. Goldie y yo ya hemos soportado hoy una, y con eso basta. Ahora vamos a celebrar un festín mágico para alejar el sabor de la col cocida. --¿Pero cómo vamos a comer sin platos? Robert dejó su bolsa junto a Lyall y contestó: --Sacando la comida de las latas, claro. Con los dedos y con... --¿Con los dedos? -preguntó Cassy horrorizada-. Pero eso es... --¿Primitivo? -se burló Lyall-. ¿Salvaje? -se puso a pasarle el dedo índice por la punta de la nariz-. ¿Qué ocurre, Cassy? ¿Desaparecerá la civilización si comemos sin cuchillo ni tenedor? ¿Andaremos todos a cuatro patas y arrancaremos la comida a dentelladas? Goldie reía a carcajadas, mientras Robert miraba a Cassy con simpatía. --No es más que una manera distinta de comer. No se coge la comida a puñados. Sólo se usan el pulgar, el índice y el corazón de la mano derecha. Y se hace con mucha delicadeza. Mira. Abrió una lata y, para demostrarle cómo se hacía, cogió hábilmente el arroz juntando las yemas de los tres dedos. A regañadientes, Cassy reconoció que no era tan tosco. En cierto ã(81) sentido, casi resultaba elegante, como de alienígenas. Pero sabía que ella nunca sería capaz de comer así. --Yo voy a coger un plato, -dijo desafiante-. Y un cuchillo y un tenedor. ¿Quiere un plato y un cubierto alguno de vosotros? No hubo más respuesta que la risita de Lyall. Cassy salió de la habitación y se dirigió a la cocina a través de las sombras. Los platos sucios del desayuno seguían apilados en el fregadero, cubiertos de astillas y de salsa de tomate. Fregó uno, irritada, y revolvió la caja de los cubiertos en busca de un tenedor y un cuchillo. Cuando empezó a subir las escaleras estaba más irritada todavía. A medio camino, oyó la voz de Lyall. Pero no era su tono normal, sino otro más solemne, más grave y más profundo. Aun antes de entender lo que decía, Cassy sintió que un escalofrío de fascinación le recorría la espalda. Y luego, al llegar a los últimos peldaños, entendió las palabras de Lyall. --"... Y tienes que hacerlo durante la próxima luna llena", dijo la sabia mujer. "Porque <bzou>, el hombre lobo que turba tu descanso, sólo puede ser aniquilado con esta bala de plata".
Cassy se detuvo un instante, con una mano apoyada en la barandilla. ¿Qué pasaba ahora? --"¡Pero te advierto una cosa!" -la voz de Lyall era ahora más clara, y se entendían perfectamente todas las palabras-. "No debes hablar de esto con nadie... Ni siquiera con tu querido padre. De lo contrario, la bala perderá su poder, y nada podrá salvarte". Cassy subió los últimos escalones, entró lentamente en la habitación y se sentó junto a Goldie. La voz de Lyall no se detuvo, y los otros dos no le prestaron atención mientras se ponía comida en el plato. Goldie estaba boquiabierta y tenía la mano a medio camino de la boca, mientras que Robert asía con las yemas de los dedos unos granos de arroz y miraba fijamente a Lyall. ã(82) --La chica le dio las gracias y se volvió a su casa, -prosiguió Lyall-. Escondió el revólver y la bala de plata debajo de la almohada y no dijo nada a nadie. Ni siquiera a su padre. Y cuando llegó la siguiente luna llena... Se detuvo un instante, no para fastidiar a sus oyentes, sino para darle más emoción a su relato. --Cuando llegó la luna llena siguiente, -murmuró-, despertó a la chica el ruido de unas pisadas debajo de su ventana. Alguien llegó hasta la puerta y llamó suavemente. Dos golpes, una pausa y dos golpes más... Cassy contuvo el aliento en la garganta, y el tiempo se detuvo. Las palabras resonaron una y otra vez en su mente: "Dos golpes, una pausa y dos golpes más...". Se olvidó del plato caliente que tenía sobre las rodillas y del balanceo de las llamas en los espejos de su alrededor. No veía más que la imagen que aparecía en su cerebro. La mano se levantaba para llamar dos veces y, luego, dos veces más. Llamaba a una impecable puerta de color azul que Cassy conocía mejor que ninguna otra puerta del mundo. La puerta del piso de Nan. Entonces recordó dónde había oído aquella señal. Supo por qué ella misma había llamado automáticamente así el día anterior. Supo... Le vinieron a la mente un centenar de cosas que respondían a preguntas que nunca había querido formularse. --Durante un instante, -murmuró Lyall continuando la historia-, vio la terrible cara que asomaba por la ventana: el hocico gris, las orejas erguidas y los largos y asesinos colmillos. Temblando de pánico, sacó la pistola de debajo de la almohada... ¡y disparó! --¿Y qué pasó después? -inquirió Goldie. La voz de Lyall fue ahora suave, y todas las sílabas claras como el cristal. --Después, la chica abrió la puerta, y un cuerpo se derrumbó ã(83) a sus pies. Era el cuerpo de su padre, con un agujero de bala en la sien izquierda. Cassy cogió temblando un trozo de pan y lo partió por la mitad.
... ¡más deprisa!, ¡más deprisa! Ahora corría sola y cruzaba el bosque por un lóbrego y tortuoso sendero. La cesta se balanceaba en su brazo, y tuvo que detenerse a coger aliento. Pero no había tiempo para descansar. ¡Más deprisa! La senda daba vueltas y vueltas. En cada curva buscaba con la mirada una columna de humo, un destello blanco del muro de la casita. Pero no había nada. Sólo más árboles, sombras largas y otra curva. Siguió corriendo y corriendo, tropezando y resbalando en el duro y resbaladizo sendero, cubierto de musgo. Seguramente, la casita aparecería en la próxima curva. O en la siguiente. O en la siguiente... -----------------------------------------------------------------------------------------------
ã(84)
¤ IX -----------------------------------------------Se despertó al oír un golpe sordo y repetido y, luego, un fuerte chasquido. En el piso de arriba sonaban voces irritadas. Goldie estaba chillando. Gritaba y vociferaba con tanta fuerza que la voz le temblaba en la garganta. --... ¡Lárgate, maldita sea! ¡Tírate del tejado! ¡Rómpete esa maldita cabeza fascista! También Lyall gritaba. Su voz no era histérica, pero sí alta y firme. --¡Ésta es nuestra casa! ¿Me oye? -decía-. ¡No le permitimos que entre! ¡Está usted violando la ley! Sonaron pasos que corrían desde el dormitorio hacia algún sitio de la parte trasera y, más arriba, en el exterior, se oyó el ruido de tejas que resbalaban y caían del tejado con un golpe seco. Cassy se levantó inmediatamente. Se puso el impermeable, se dirigió a la escalera y, en la oscuridad, tropezó con el primer escalón. Antes de llegar a la mitad de la escalera, se encontró con dos figuras que bajaban en dirección contraria. Eran Lyall y Robert, y estuvieron a punto de arrollarla. --Cuida de Goldie, -gritó Lyall mientras Cassy se
apretaba contra la pared-. No le dejes salir. Un momento después, Lyall y Robert habían desaparecido, cerrando la puerta de entrada con un portazo. Cassy oyó sus pisadas dirigirse por la acera hacia el callejón lateral. Corrió escaleras arriba, entró en la habitación de los espejos y ã(85) encontró a Goldie, que estaba junto a la ventana y golpeaba el marco con el puño. --¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera! -gritaba-. ¡Lárgate! ¡Déjanos en paz! Cassy se colocó detrás de ella y vio cómo Lyall y Robert salían del callejón y entraban en el jardín. Lyall se abalanzó sobre la línea de arbustos que había a lo largo de la valla, golpeándolos y sacudiéndolos al tiempo que recorría los lindes del jardín. Robert estaba de pie en medio de la hierba y parecía esperar algo. --¿Qué ocurre? -preguntó Cassy. --¡Están ahí fuera! -susurró Goldie entre dientes, agarrándose al marco de la ventana-. Los hemos oído bajar, pero no los hemos visto correr. Deben de estar entre los arbustos, -golpeó el cristal con el puño y gritó rabiosa-: ¡Cógelos, Lyall! ¡No dejes que se escapen! ¡Demuéstrales que con nosotros no se juega! --Pero ¿quiénes son? --Son... ¡Oh, mira! Lyall estaba junto al fondo del jardín cuando una sombra saltó de repente desde detrás de la pila de trozos de madera que había hecho Cassy. --¡Es él! -gritó Cassy. Era el hombre que ella y Robert habían visto. No había duda. Aún llevaba puesta la capucha del chándal, y corría de una manera extraña y desgarbada, con movimientos muy raros, pero muy deprisa. Cualquiera que lo hubiese visto antes lo reconocería. Era ágil y rápido. Lyall y Robert corrieron hacia él en cuanto le vieron, pero el hombre alcanzó la parte superior del muro antes de que pudieran echarle mano. Trepó como un lagarto, como si sus manos y sus pies conocieran todos los agujeros de la pared, y luego saltó por encima con un movimiento elástico. Cassy oyó a Goldie tragar saliva, pero no le prestó ninguna ã(86) atención: contemplaba absorta aquella oscura y escurridiza figura. Lyall y Robert no tenían ninguna posibilidad de darle alcance. Durante un instante intentaron escalar el muro, pero no encontraron huecos donde apoyarse. Un par de segundos después, desistieron y buscaron por el jardín otros posibles escondites. --Bueno, por lo menos le han hecho huir, -dijo Cassy-. Pero había más, ¿no? --No, -contestó quedamente Goldie-. No habrá ninguno más. Cassy la miró fijamente. Estaba muy cambiada. Un instante antes era un demonio que tronaba desde la ventana y lanzaba gritos al jardín. Ahora estaba tranquilamente de pie, con la vista baja. --¿Qué ocurre? -preguntó Cassy-. ¿Te encuentras bien?
--Yo... sí, claro que sí -contestó Goldie, que dio un paso atrás, se tambaleó y se apoyó con fuerza en el hombro de Cassy para no caer. Su voz era opaca y sus ojos, muy abiertos, no parpadeaban. Había sufrido un choque. Cassy se aferró a esa idea porque le permitía hacer algo útil. Rodeó con un brazo la cintura de Goldie y la llevó hasta el colchón. --Siéntate aquí hasta que te encuentres mejor, -dijo-. Aquí estamos a salvo. Goldie se dejó caer sobre el colchón, se sentó y ocultó la cara entre las rodillas; a su alrededor le caía el pelo como una cascada. Parecía triste y agobiada. --¿Qué ha pasado? -preguntó Cassy-. ¿Estaba en el tejado? ¿Cómo habéis sabido que estaba allí? --Accionó la trampa, -respondió Goldie con voz monótona e inexpresiva-. ¿No has oído el ruido que hacían las cosas al caer? Estaba en el tejado y quería entrar por la claraboya. Era... Se detuvo. ã(87) --Pero ¿qué estaba haciendo? ¿Era un ladrón? ¿O alguien que intentaba echarnos de la casa? Goldie levantó la cabeza. --Yo creía que lo habías reconocido. --¿Reconocerlo? ¿Yo? --Has gritado: "Es él", te he oído. Miró a Cassy con los ojos muy abiertos, como esperando oír algo concreto. Cassy estaba aturdida. --Robert y yo le vimos ayer vigilando la casa. Pero no sé quién es. --¿También ayer estuvo aquí? -murmuró Goldie-. No lo sabía. --Quizá Lyall no quiso que te alteraras. --¿Por qué me iba a alterar? Cassy empezó a impacientarse. --Oh, bueno, ya no importa, ¿verdad? -dijo-. Ahora ya se ha ido. --Nunca se va, -musitó Goldie-. Nunca se va hasta que consigue lo que quiere. En aquellas palabras había algo extraño. Algo que no encajaba. Pero antes de que Cassy descubriese de qué se trataba, Lyall y Robert estaban llamando a la puerta principal. Corrió escaleras abajo para franquearles la entrada y, al abrir, se encontró con un Lyall malhumorado. --¡Se ha escapado! ¿Te das cuenta? Si se nos hubiera ocurrido empezar a buscar por el otro lado del jardín, lo habríamos cogido y sabríamos para quién trabajaba. --Habrán sido los propietarios, -comentó Robert-. Igual que cuando vinieron aquellos <heavis> a Wandsworth. ¿Te acuerdas que Earl metió la pata y les dejó irse, y que Goldie se puso frenética? --Como un tigre, -Lyall sonrió, un poco más calmado-. Seguro que
has tenido que sujetarla cuando el tipo ese ha saltado el muro, ¿verdad, Cassy? Cassy dudó un instante, y Lyall dejó de sonreír. ã(88) --¿Qué ocurre? -preguntó-. ¿Le ha pasado algo? --Ella... no. Creo que está bien, -contestó Cassy muy despacio-. Se ha quedado sin habla al ver al hombre y ahora está un poco... rara. Creo que ha sufrido un choque. Lyall miró a Robert. --Voy a verla. Tú sube al tejado y vuelve a poner la trampa. Acto seguido, corrió escaleras arriba. Cassy sacudió la cabeza. --Se preocupa demasiado por Goldie. Y eso la pone peor. --Creo que está un poco asustado, -comentó escuetamente Robert-. No es normal que Goldie se encierre en sí misma. De ordinario nos cuesta trabajo mantenerla al margen de cualquier pelea. --¿Y qué? Quizá se ha asustado esta vez. Ha sido todo muy rápido y en la oscuridad... --No hay por qué tener miedo, -afirmó Robert-. No pueden echarnos sin una orden judicial. --Pero no tenéis derecho a estar aquí, ¿verdad? --Goldie tenía derecho a estar en el basurero que le buscó tu querida Nan, -contestó secamente Robert-. Pero allí estaba siempre muerta de miedo. No acertaba a vivir por su cuenta. Si a Nan le importase de verdad, no la habría dejado allí. --Pero no podíamos... --Mira, ¿por qué no te metes otra vez en la cama y te olvidas de todo esto? Yo tengo que poner la trampa, pero no hace falta que pierdas más horas de sueño. Cruzó el recibidor mientras Cassy le observaba. ¡Estúpido! ¡Idiota! ¡Prepotente! ¿Qué sabía él de... de nada? Nan se había ocupado de Goldie. Le había buscado una habitación. Le había enseñado a mantenerla limpia. Le había dicho cómo debía manejar su dinero. Había hecho todo por ella. Menos llevarla a su casa. ¡Pero eso era ridículo! Cassy desechó estas ideas y entró en su dormitorio. ¿Por qué tenía Nan que acoger en su casa ã(89) a Goldie? No era hija suya. Sólo nuera. Si hubiese vivido con ella, el piso habría sido un desastre. Y Goldie irritaba muchísimo a Nan. <Y no habría habido ningún sitio adonde mandar a Cassy cuando Nan quisiese deshacerse de ella>. Ese pensamiento penetró en su mente y permaneció allí como un carámbano de hielo. Hasta entonces nunca lo había pensado, pero ahora se dio cuenta de que siempre lo había sabido: todas aquellas visitas a Goldie no tenían nada que ver con el propósito de conservar el contacto con su madre. Tampoco obedecían a que eran beneficiosas para Cassy. Nan la mandaba a casa de Goldie para alejarla de algo.
O de alguien. Cassy se quitó el impermeable, se deslizó entre las mantas y se acurrucó como hacía habitualmente. Pero su cerebro no podía dejar de pensar, y no consiguió dormirse. A las tres de la mañana seguía echada y, medio dormida, pensaba en Nan y en Goldie. Se preguntaba por qué no se había formulado ella misma aquellos interrogantes antes de que se los hiciera Robert. Intentó no pensar en la peor de todas las preguntas. ¿Qué era realmente ella para Nan: una persona muy querida o un estorbo? Siguió preguntándose lo mismo una y otra vez. Cuantas más vueltas le daba, más oscura y complicada le parecía la cuestión. Sintió alivio cuando oyó otra vez ruidos. Al principio fueron sólo unos crujidos en la escalera. Los ruidos habituales en cualquier casa vieja. Si Cassy no hubiese estado despierta en la oscuridad, buscando algo que la distrajera, ni siquiera se habría enterado. Pero como se dio cuenta, se puso a escuchar con atención y, al cabo de un rato, oyó otro ruido. Era el sonido apagado de unos pies descalzos que caminaban sigilosamente por el recibidor y se deslizaban sobre las baldosas. El corazón le latió con fuerza una vez, dos veces, y la ã(90) sangre resonó en sus oídos, superponiéndose al rumor de las pisadas. Cuando tuvo la mente despejada, los pasos ya se habían alejado de su puerta, y el sonido era muy diferente. Alguien descorría los cerrojos de la puerta principal muy despacio y con mucho cuidado. Cassy echó las mantas a un lado y se incorporó. Le dio miedo moverse. En vez de hacerlo, se puso a observar por el mirador. La manta con que Robert lo había tapado no lo cubría por completo, de modo que, inclinándose hacia un lado, la muchacha podía ver por una esquina y divisar el final del camino del jardín. Se abrió muy lentamente la puerta de entrada. Cassy sintió que una volada de aire frío llegaba hasta su habitación y se deslizaba por el suelo. Luego, una sombra recorrió de puntillas el camino y la acera de delante de la casa. Lo hizo con tanta rapidez que Cassy apenas pudo verla. Era Goldie. Llevaba un camisón blanco y un chal sobre los hombros, y el pelo le caía por detrás formando una maraña. Durante un segundo, Cassy se preguntó si Goldie sería sonámbula; pero inmediatamente pensó que un sonámbulo no podía andar con tanta seguridad. ¿Adónde iba? Cassy se levantó, cogió el impermeable, se puso los zapatos y se dirigió a la puerta de entrada. Fuera lo que fuere lo que Goldie estaba haciendo, tenía que ser algo absurdo. No deberían dejarle salir a la calle en camisón. La puerta estaba entreabierta. Cassy se deslizó por la rendija y recorrió el camino de puntillas, pero no había ni rastro de
Goldie. La acera estaba totalmente desierta en ambos sentidos. Goldie tenía que haberse ido por el callejón lateral. Cassy cruzó corriendo el corto trecho de acera, giró y cogió el callejón oscuro, donde empezó a andar de puntillas: no quería que nadie la viera antes de averiguar qué estaba ocurriendo. ã(91) Al salir al jardín divisó a Goldie, que estaba en el otro extremo, de pie junto al muro. Con la cabeza echada hacia atrás, contemplaba el sitio por donde había desaparecido el hombre. Cassy se dirigió hacia ella, caminando lenta y sigilosamente sobre la hierba mojada. Al principio sólo oía el rumor lejano del tráfico, pero cuando estaba a unos veinte metros de Goldie empezó a oírla silbar. No era una canción, sino sólo una rápida sucesión de notas con un ritmo que a Cassy le resultaba ya muy familiar. Dos silbidos cortos y rápidos. Una pausa. Y dos silbidos más. Cassy se quedó helada. Podía advertir la ansiedad con que Goldie esperaba una respuesta. Su cuerpo, tenso, resplandecía a la plateada luz de la luna, que la bañaba desde la cabeza hasta el borde del camisón. Esperando. También Cassy se puso a esperar. Parecía evidente que alguien tendría que responder, aunque sólo fuera por la intensidad con que escuchaba Goldie. En cualquier momento, la sombra oscura y ágil aparecería encima del muro y caería sobre la hierba mojada. Se quitaría la capucha con las manos, y Cassy podría verle la cara... Pero no hubo respuesta. Goldie esperó durante más de un minuto; luego llamó con una voz apagada y tensa: --¿Estás ahí? Soy yo. Goldie. Eso rompió el hechizo. La oscura figura desapareció de la mente de Cassy, que volvió a considerar ridícula la actitud de Goldie. ¿Qué hacían las dos en medio del jardín, de pie sobre la hierba mojada, en vez de estar durmiendo? --¿Qué ocurre? -dijo Cassy en voz alta-. ¿Por qué no estás en la cama? Tenía que haberlo imaginado. Goldie se volvió hacia ella, la miró y soltó un grito. No fue un chillido muy agudo, pero sí lo bastante fuerte ã(92) como para despertar a Lyall. Se abrió la ventana de la habitación de atrás y Lyall se asomó al jardín. --¿Goldie? ¿Cassy? ¿Qué pasa? Goldie se quedó rígida. Su cara se veía con bastante claridad a la luz de la luna, y Cassy se dio cuenta de que estaba aterrorizada. Conocía aquella expresión. Goldie no quería decir lo que había estado haciendo, pero era incapaz de inventar algo convincente. Tenía la mente paralizada. Automáticamente, Cassy decidió protegerla, sin saber por qué lo hacía. Echó la cabeza hacia atrás y contestó a Lyall con
el tono más natural que pudo: --¿Te hemos despertado? Lo siento. Hemos salido a ver las estrellas, -fue la mejor excusa que encontró, pero resultó pobre y poco creíble. --¡Volved dentro! -gruñó Lyall, y cerró la ventana. ¡Por si no era suficiente lo que había ocurrido, ahora tendrían que discutir con él! Cassy cogió a Goldie del brazo y la llevó por el jardín, reprendiéndola en voz baja: --¿Ves lo que has hecho? Esto es lo que ocurre por salir al jardín a media noche. ¿Que pasará si ahora nos echa de casa? ¿Adónde iremos? Goldie rompió a sollozar, pero Cassy se armó de valor. Si había una discusión con Lyall, ella tendría que afrontarla. No se iba a quedar callada mientras Lyall le gritaba. Aunque Goldie lo hiciera. Y no le iba a dar más explicaciones. Lyall no tenía por qué meterse en sus asuntos. El negro estaba esperándolas en la puerta cuando llegaron a la fachada de la casa. En cuanto las vio, se puso a gritar: --¿De qué sirve poner trampas si os dejáis abierta la puerta de entrada? ¿Es que habéis perdido el juicio? Goldie cogió a Cassy del brazo. --¡Las estrellas! -dijo atropelladamente-. Estaban tan bonitas, Lyall. Y yo quería ver la luna llena. ã(93) --¡No hay luna llena hasta el lunes! -respondió Lyall, pero su voz no sonó ya irritada. Avanzó por el camino hasta encontrarse con Goldie y la rodeó con su brazo-. No hace buena noche para ver las estrellas. Vuelve a la cama, Goldie. Goldie contempló el camino, asintió con la cabeza y corrió hacia las escaleras. Cassy y Lyall se quedaron frente a frente, escuchando cómo sus pies descalzos subían las escaleras. --Creí que estaba sonámbula, -comentó Cassy. Lyall la miró con dureza. --No es cierto, -dijo-. Sabes tan bien como yo qué estaba haciendo. Llamando al lobo. Llamando a Mick. Cassy cerró los ojos un instante y entró rápidamente en la casa, seguida de Lyall. Vieron cómo Goldie desaparecía en el ángulo de la escalera, casi oculta entre las sombras. Lyall cerró la puerta con un golpe seco. --Sin duda crees que soy tonto de remate, -dijo, y la amargura de su voz sorprendió a Cassy. --¿Por qué? --Porque vivo con una mujer que ve a otro hombre detrás de cada matorral -Lyall soltó una carcajada amarga-. ¿Sabías que hace más de doce años que no le ve realmente? --Pero él... <Pero él ha estado aquí esta noche>. ¿Era cierto o era sólo una
imaginación de Goldie? Antes de que Cassy pudiese resolver este dilema, Lyall volvió a hablar, ahora con una expresión sarcástica en el rostro: --¡Y qué hombre! ¡Quizá deberíamos colgar su fotografía en las paredes para que nos inspirara! Un verdadero héroe... -se le quebró la voz en la garganta, y se dirigió hacia la escalera. Pero Cassy pudo oírle las últimas palabras, murmuradas entre dientes-: Michael Phelan, el terrorista de Cray Hill. Le zumbaron los oídos como si alguien le hubiera golpeado ã(94) la cabeza. Durante un instante, aquellas palabras dieron vueltas a su alrededor, tintineando en el aire. <El terrorista de Cray Hill>. Todas las preguntas que tanto la habían obsesionado cobraron sentido de pronto en torno a aquellas cuatro palabras. Y a los pies de Cassy se abrió un abismo de caos y terror. <Michael Phelan>... Pero en aquel terrible instante resonó en su mente la voz de Nan, y fue como una cuerda que iba a salvarla de morir ahogada: "Nunca hagas caso de lo que dice Goldie. Siempre está contando cuentos de hadas". Eso era todo. Ésa era la explicación. Todo el mundo sabe que los cuentos de hadas no son ciertos. --No seas tonto, -le gritó a Lyall desde la escalera-. No puedes creer todo lo que dice Goldie. Luego se dirigió a su dormitorio y cerró la puerta, sin mirar hacia atrás. Pero las piezas del rompecabezas empezaban a encajar en su mente, y no podía separarlas. Todo empezaba a adquirir un sentido terrible. -----------------------------------------------ã(95)
¤X -----------------------------------------------Por la mañana estaba obsesionada con la misma idea. Exhausta de preguntarse <y si... y si fuera cierto que... y si Goldie tuviera razón>... Sintió verdadero alivio cuando Lyall le dijo que fuera a la biblioteca a ayudar a Robert en su investigación. Hechos. Eso era lo que ella necesitaba. Nada de presentimientos ni de cuentos de hadas. Se sentó en la mesa contigua a la de Robert y escribió uno tras otro datos concretos y reconfortantes. Parásitos Internos del Lobo:
9 especies de trematodos 21 especies de tenias 24 especies de ascáridos 3 especies de lombrices Así son los lobos. Animales que viven en un zoológico, entre rejas, y que andan sobre la tierra desnuda. Tienen trematodos y ascáridos. Tenias y lombrices. No son románticos ni heroicos. Y ningún ser humano puede parecerse a un lobo. Cassy empezó a copiar los largos y complicados nombres escritos en latín, fijándose en cada letra para asegurarse de que los escribía correctamente. Quería concentrarse para no poder pensar en... otras cosas. ã(96) Diphyllobothrium latum Dipylidium caninum Echinococcus granulosus... Pero era difícil concentrarse durante tanto tiempo. Los ojos empezaron a cansársele, y su mente se apartó peligrosamente de la seguridad que le proporcionaban las lombrices. Comenzaron a resonar insistentemente en su cerebro otras ideas: <Michael Phelan, el terrorista de Cray Hill... La sustancia amarilla de la bolsa de la compra de Nan... Mick Phelan... Bombas>... Sacudió la cabeza y se inclinó hacia un lado para ver qué hacía Robert. Escribía muy deprisa, apretando el bolígrafo con tanta fuerza que rasgaba el papel. Y mientras escribía, murmuraba algo entre dientes. --¿Qué te pasa? -preguntó Cassy-. Estás hablando solo. Robert frunció el entrecejo y le mostró su cuaderno de notas. --Lee esto, -le dijo. Era una página de notas que empezaba con la nítida caligrafía habitual en el muchacho. Subespecies Desaparecidas A lo largo del escrito, las letras iban aumentando de tamaño, el castellano aparecía mezclado con el latín, las palabras cruzaban con rabia el papel de lado a lado y todas las líneas terminaban con enormes e irritadas mayúsculas. 24 Canis lupus boethecus, Lobo de Terranova: Extinguido Canis lupus fuscus, Lobo de las montañas de las Cascadas: Extinguido ã(97)
Canis lupus irremotus, Lobo de las M. Rocosas: Extinguido Canis lupus mogollensis, Lobo de las montañas de Mongolia: Extinguido Robert señalaba furioso estas palabras. --¡Imagina! Todos estos han desaparecido. ¡Uf! No les dejamos el espacio que necesitaban y ahora nadie volverá a verlos jamás. Cassy ignoró la furia del muchacho y miró detenidamente la lista. --Es una pena, ¿verdad? -comentó con tristeza. --¿Una pena? ¿No te das cuenta de que estamos hablando de muerte? ¿De la muerte masiva de grupos enteros de lobos? Mira esto. Pero Cassy no quería pensar en aquello. Quería pensar en cosas como las tenias, los trematodos y ascáridos. En las miserias normales de cada día. Pero Robert le puso un libro delante de las narices y ella, como no podía apartar la fotografía sin hacer una escena, la miró. En primer plano aparecía un ciervo tendido en el suelo. Detrás de él, en posturas grotescas y retorcidas, había unos treinta o cuarenta lobos colocados en hileras. --¡Todos muertos! -le susurró Robert al oído-. Envenenados con una dosis de estricnina. ¡Y mira esto! -buscó en su cuaderno, pasando las páginas con rapidez-. ¡Esto es lo que hace la gente con los lobos! Le mostró una lista, escrita a dos columnas, que contenía cien formas en que los hombres torturan y dan muerte a los lobos. Muerte y violencia. Formas de matar, mutilar y destruir. Hechos. Cassy le devolvió el cuaderno. --No hay motivo para indignarse tanto por eso, -dijo ã(98) fríamente-. Estas cosas no ocurren aquí, ¿verdad? La vida verdadera no es así. --¿La vida verdadera? -Robert dio un paso atrás y la miró fijamente-. ¿Qué es la vida verdadera? --Lo sabes tan bien como yo. Las cosas corrientes... Por ejemplo, estar sentados aquí en la biblioteca. O ir al colegio, ir de compras, limpiar la casa... Robert levantó una ceja. --¿Y tener cocinas bonitas y bien ordenadas? ¿Y que el padre salga a trabajar mientras la madre se queda en casa cocinando? ¿Y que funcionen las luces y los cuartos no tengan en las paredes espejos rotos? --Bueno... --¿Forma parte de la vida verdadera nuestra casa? --¡Claro que sí! -contestó bruscamente Cassy-. No seas tonto. Sabes a qué me refiero. --¿Ah, sí? -Robert la miró pensativo-. ¿Formaría parte de la vida verdadera que... -se detuvo un momento, buscando un ejemplo
adecuado, y luego continuó triunfalmente-: Que un grupo de terroristas nos cogiera como rehenes? --¡Cállate! -gritó Cassy, que cogió su cuaderno y se puso a escribir rápidamente. Parásitos Externos del Lobo: 2 especies de piojos 1 especie de pulgas 7 especies de garrapatas 1 especie de lombrices 1 especie de ácaros Pero este sistema ya no funcionaba. Había surgido en su mente una pregunta que esperaba una respuesta en su mente. Y esa pregunta aparecía detrás de todo lo que leía y escribía. ã(99) Al final del día, estaba agotada de luchar contra ella. Había tenido veinte veces estas palabras en la punta de la lengua: <Robert, ¿sabes de qué color es un explosivo plástico?> Pero habría sido estúpido preguntárselo. No conocería la respuesta... y querría saber el porqué de la pregunta. Cassy buscó una y otra vez en los estantes de la biblioteca. En algún sitio tenía que haber algún libro que le dijese lo que quería saber. Pero no sabía por dónde empezar y podía imaginarse la cara que pondría el bibliotecario si se lo preguntaba. <¿Por qué una chica como tú quiere saber algo sobre explosivos plásticos?> Tenía que mantener en secreto el asunto hasta que decidiera lo que iba a hacer, pero la tensión era casi insoportable. Cuando volvía con Robert a casa por la tarde, apenas podía concentrarse en lo que él decía. El muchacho iba describiendo el mapa que debían hacer aquella noche para mostrarle los lugares donde todavía quedaban lobos. Cassy asentía, sonreía y trataba de parecer inteligente; pero advertía que él la miraba con una expresión extraña. --¿Qué te pasa? -le preguntó finalmente-. ¿Has trabajado demasiado? Yo estoy tan acostumbrado a tomar apuntes que a veces me olvido de lo pesado que es. --¡Oh, sí! -contestó Cassy parpadeando, pero luego añadió-: No, no es eso. --¿Qué es, entonces? --Yo... -seguía sin atreverse a hacer la pregunta clave, pero podía intentar aproximarse a ella-. Me preguntaba por la máscara de lobo que hicimos. ¿Está bien? Quiero decir, ¿está ya seca? Su mente trabajaba deprisa. Podía comprar un poco de plastilina.
Quizá podría deshacer el papel maché..., sacar la sustancia amarilla..., poner la plastilina..., rehacer la máscara..., y así, y así... ã(100) --Ha quedado bien, -dijo Robert satisfecho-. Lyall ha dicho que pensaba llevarla a Wandsworth esta tarde. Así Earl podrá tenerla pintada para el lunes. --¡Oh! No sabía si sentía alivio o decepción. El corazón le dio un vuelco, y tuvo que coger el cuaderno con fuerza para disimular el temblor de sus manos. --¿Cassy? Robert la miró con el entrecejo fruncido. Antes de que pudiese añadir más, apareció Lyall, que bajaba la carretera con la furgoneta. "¡Gracias, Dios mío!", exclamó interiormente Cassy. Aunque se trataba de Lyall, se alegraba de verle. Prefería cualquier cosa a aquella horrible situación. Le hizo señas con los brazos, y la furgoneta frenó junto a ella. --¡Hola! Lyall bajó del coche, cerró la puerta y se puso a su lado. --¿Qué tal ha ido el día? --Bastante bien, -dijo Robert sonriente-. Tenemos millones de notas, con cosas terribles de todo tipo. Seguro que podremos utilizar algo. Creo que ya estamos preparados para el lunes. Lyall hizo una mueca. --No, no lo estamos. Acabo de estar en Wandsworth... y Earl se ha roto una pierna. La sonrisa de Robert se desvaneció. --¿Está muy mal? -preguntó. --¡Oh, está bien! -contestó Lyall, y se encogió de hombros-. Pero no podrá moverse en unas semanas. --Tiene que haber alguien que pueda pintarnos las máscaras, -afirmó Robert-. ¿Qué te parece la novia de Jacob, Isabel no sé qué? "Es como vivir con una agenda", pensó Cassy. "O con un ordenador". Fuera lo que fuese lo que necesitaban, Robert ã(101) sabía dónde encontrarlo. Era como si tuviese en la cabeza un archivo que incluyera el epígrafe "Pintores para cuando Earl se rompe una pierna". (¿<Tendría una ficha titulada: "Qué hacer con explosivos plásticos colocados en el interior de una máscara>"¿Ú Pero Lyall no mostró interés por la eficacia de Robert y le interrumpió bruscamente: --¡Oh, no se trata de eso! Una simple escayola no le impedirá pintarlas. Lo que me preocupa es la representación. ¿Quién va a hacer de tercer cerdito? --Eso no es ningún... -dijo Robert mirando fijamente a Cassy-. Quiero decir que podemos...
Durante un instante, Cassy no advirtió a qué se refería Robert. Cuando lo comprendió, estuvo a punto de morirse de risa. --¿Yo? ¡No pienso sustituirle! ¡Eso no va conmigo! --¿Por qué no? -preguntó Robert-. Vives con nosotros, ¿no? Consumes nuestra comida... ¿Por qué no vas a ayudarnos a ganar dinero? --¡Es que no sé actuar! --No tienes que actuar. Sólo tienes que hacer lo que Lyall te diga. En realidad no discutían, pero estaban el uno frente al otro quietos en la acera. Robert parecía irritado: sin duda creía que Cassy se estaba comportando de una manera infantil. Y Cassy estaba furiosa. Por si fuera poco tener que vivir con Goldie y con sus extraños amigos, querían obligarla a actuar. Y precisamente ahora... Lyall los rodeó con los brazos. --¡Dejadlo ya! ¡Los dos! Antes de que os coja del cuello y golpee una contra otra vuestras cabezas. --No esperarás... Cassy intentó soltarse, pero Lyall la apretó con más fuerza y la sacudió ligeramente. ã(102) --Puedo esperar cualquier cosa. Me gano la vida esperando cosas de los chicos de los colegios. ¿No es así? --Pero yo no soy una niña de colegio, ¿verdad? -masculló Cassy indignada-. ¡No me está permitido ir al colegio! Tengo que quedarme en esta... esta pocilga, con Goldie y contigo. No puedo hacer mi propia comida. Ni dormir en mi propia cama. Ni comportarme como una persona verdadera. No se dio cuenta de que estaba gritando. Sólo lo advirtió cuando se calló al notar que se había hecho un silencio repentino. Lyall y Robert la miraban fijamente. --¿Qué es para ti una vida verdadera? -preguntó Robert sin perder la calma-. ¿Una vida de verdad con gente de verdad? Eso no significa nada. No es más que una forma de levantar barreras para dejar fuera lo que resulta desagradable. Y no funciona, ¿sabes? Si los hechos están ahí, al final tienes que admitirlos. Cassy contuvo la respiración. Las palabras de Robert habían dado en el blanco. Era como si el muchacho le hubiera leído el pensamiento. Volvió rápidamente la cabeza para no mirarle a los ojos. --Creo que ya es bastante por hoy, -dijo Lyall apretando más sus hombros con el brazo-. ¿Qué os parece si volvemos a casa, cenamos y nos acostamos pronto? Cassy asintió. Pero las palabras de Robert seguían resonando en su mente: <Si los hechos están ahí, al final tienes que admitirlos>. ... por fin divisó la casita, al otro lado del claro. No había ninguna figura oscura esperándola en la puerta. No sonaba ningún
ruido de pasos en el otro sendero. No se movía nada, salvo el humo de la chimenea. Y sin embargo... ã(103) ¿Estaba siempre entreabierta la puerta? ¿Había siempre una línea de sombra cerca del borde? ¿Qué había dentro, oculto en la oscuridad? ¿Qué había dentro? Corrió hacia la casita a través del claro. Sus pies se deslizaban sobre la húmeda hierba. La cesta se balanceaba en su brazo. Llevaba la mano izquierda levantada, lista para llamar a la puerta. Corría más y más. Pero no conseguía acercarse... -----------------------------------------------ã(104)
¤ XI -------------------------------------------------¡Cassy! Era Goldie. Estaba arrodillada delante de su cama y tiraba suavemente de las mantas. --¿Qué ocurre? -murmuró Cassy incorporándose, todavía medio dormida. --No ocurre nada, -contestó Goldie-. Pero ya estamos listos para empezar. --Para empezar ¿qué? --El ensayo, claro. ¿Cómo vas a estar preparada para actuar el lunes si no practicamos, practicamos y practicamos? De pronto, Goldie se levantó y se puso a bailar a saltitos por la habitación chasqueando los dedos. Su pelo se agitaba de un lado a otro y sus pies descalzos resonaban suavemente en el pavimento. Cassy frunció el entrecejo. --No me comprometí a hacerlo. --No seas tonta. ¿Quién va a hacerlo si no lo haces tú? --Eso no es asunto mío... --Además necesitamos el dinero -Goldie pasó por delante de la ventana y giró frente a la chimenea con un brinco, un salto y una pirueta-. Si no representamos <El vigilante de la luna> no comemos. Se detuvo de espaldas a Cassy y contempló la repisa de la chimenea. Lentamente, Cassy empezó a vestirse mientras traducía
al lenguaje de Nan lo que Goldie acababa de decirle: ã(105) <En este mundo, cada cual tiene que ganarse su vida. No es posible vivir siempre a costa de los demás>. --¿Es que no lo entiendes? -dijo malhumorada, a la espalda de Goldie-. No se me da bien hacer estas cosas. --¿Qué cosas? -Goldie ya tenía la cabeza en otra parte. Daba vueltas por la habitación y sonreía con la fotografía en la mano-. ¿Podrías darme esto, Cassy? Por favor. No tengo ninguna foto de Mick. Y ésta es preciosa, -sonrió a la fotografía y la besó dulcemente-. También tú tenías este aspecto de pequeña, ¿sabes? Siempre esperé que crecieras como él... y siempre quise que fuéramos una familia de verdad. Cassy se estremeció. --¿Por qué querías que fuera como él? Ahora ya no es tan mono, ¿verdad? Goldie dejó de sonreír y dio un paso atrás, como si Nan la estuviera reprendiendo y ella no acabara de entender por qué. Cassy apretó los puños. --¡Contesta! ¿Por qué nadie me cuenta nada? Es mi padre y necesito saber algo de él. --La abuela Phelan me dijo que no lo hiciera, -susurró la voz de Goldie-. Me dijo que si lo hacía no volvería a verte. --Dímelo, -contestó Cassy, inflexible-. Michael Phelan, el terrorista de Cray Hill... Eso es lo que le llamó Lyall. ¿Mató a alguien? Goldie vaciló. --¡Oh, vamos! Saldría en los periódicos. Y en televisión, -insistió Cassy. --Pero dijo que no les creyéramos -Goldie hablaba tan bajo que Cassy apenas podía oírla-. "Recuerda que estamos en guerra", dijo. "Y que el enemigo controla la prensa y la televisión". --Pero ¿qué decían? --Estoy segura de que todo eran mentiras... --¿Qué decían? ã(106) --Toda aquella gente. Todas aquellas mujeres y niños... Cassy cerró los ojos, intentando no imaginar nada y deseando no haber preguntado nunca. Imaginó lo que Nan le habría dicho en aquel momento: "¿Ya estás satisfecha, señorita Necesito-saberlo-todo?" Pero necesitaba saberlo todo. --¿Era del IRA? Goldie soltó una carcajada nerviosa. --La abuela Phelan se puso furiosa. Cuando lo descubrió, pasó tres días sin hablarnos. Tú y yo nos quedamos en su apartamento, pero nunca dijo nada. Cassy abrió los ojos y vio la sonrisa que acompañaba a las carcajadas reprimidas. Era una sonrisa pura e inocente. La mente de Goldie pasaba por encima de los bebés muertos como si estuviera contando un cuento.
Y al momento siguiente volvía a tener la cabeza en otra parte. Se dirigió hacia la puerta, llevándose la fotografía. --Ven en cuanto estés preparada, -dijo-. Lyall quiere empezar ahora mismo, y odia perder el tiempo. Le diré a Rob que te prepare un bocadillo de beicon. No le dio tiempo a negarse, y no parecía tener sentido intentar oponer algo. Goldie sonrió y salió del cuarto cerrando la puerta tras de sí. Cassy se quedó mirando la repisa, contemplando el hueco que había dejado la fotografía. Y no sólo la fotografía: a su lado había estado inocentemente la sustancia amarilla, y cualquiera habría podido verla. Su mente se nubló. Bombas, cuerpos e incursiones a media noche. ¿Cómo era posible todo eso? <No debes creer los cuentos de hadas de Goldie>. Pero esta vez no funcionaron las palabras mágicas. Era más bien Nan la que parecía un cuento de hadas. Y la cosa más tangible, la más <verdadera> del mundo, era aquella masa de explosivo amarillo que estaba escondida dentro de la cabeza del lobo. ã(107) Diez minutos después estaba en el dormitorio principal sentada en el suelo con las piernas cruzadas. Ella, Robert y Goldie miraban a Lyall, y los cuatro cantaban con voces fuertes y firmes, siguiendo el ritmo que marcaban golpeando el suelo con las manos. 24 ¿Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo Feroz, al Lobo Feroz? Quién teme al Lobo Feroz...? Cassy se sentía ridícula. Su voz sonaba débil y desafinada y sus manos golpeaban suavemente, casi sin hacer ruido. Eso irritó a Lyall, que levantó una mano y les mandó parar. --Vamos, Cassy. Canta con más fuerza. Te estás burlando del lobo. Estás demostrando que no le tienes miedo. Figúrate que la cosa más terrorífica que puedes imaginar está al otro lado de la puerta. En ese caso le gritarías, ¿verdad? Oh, no, no lo haría. Se quedaría muy, muy quieta y en silencio. Pero, como no quería explicárselo a Lyall, volvió a empezar: --¿Quién teme al Lobo Feroz...? --¡No! Más alto, Cassy. Más Alto. Rómpeme los oídos. --¿Quién teme...? --¡Más Alto! No dejó de corregirla hasta que ella, incapaz de soportarlo más, gritó fuera de sí por la rabia y la indignación: --¿Quién Teme al Lobo Feroz? Entonces, Lyall sonrió.
--¡Muy bien! ¡Buena chica! -dijo. Luego, indicó a los otros que se unieran a ella y, cuando lo hicieron, Cassy se sintió atrapada por la música. Su voz subió junto con las otras y sus manos golpearon como las de los demás. Siguieron cantando hasta que las palabras dejaron ã(108) de tener sentido, hasta que sus gargantas estuvieron secas y las palmas de sus manos rojas y doloridas. Entonces, Lyall se levantó y les dijo: --¡Muy bien! Vamos a empezar a actuar. ¿Estáis listos, cerditos? Goldie lanzó un grito prolongado. --Le dijiste a Earl que yo quería ser un cerdito precioso, ¿verdad? Lyall la cogió de las manos y la levantó. --Claro que sí. Vas a ser el cerdito de Berkshire más bonito y dulce que haya visto nunca nadie. --¡Y construiré la mejor casita de paja del mundo! --Puedes apostar cualquier cosa -Lyall le explicó a Cassy en qué consistía la obra, hablándole por encima del hombro de Goldie-: Tendremos al público dividido en tres secciones, sentado en el suelo. Y utilizaréis a los niños para construir vuestras casas. Una fila de chicos para cada muro, ¿de acuerdo? Cassy parpadeó. --¿Y cómo sabrán lo que tienen que hacer? --Seguirán vuestro ejemplo. Cuando no os toque ser cerditos, os quitaréis la máscara y formaréis parte de las otras casitas. --Pero... --Funcionará -aseguró Robert-. Parece imposible, pero funciona. Ya lo verás. Cassy no podía creérselo. Si Lyall iba a mandar que el público se levantase, ¿cómo iba a conseguir que se sentase de nuevo? Se imaginaba a cientos de niños rompiéndolo todo y corriendo por todas partes como salvajes. Pero eso no parecía preocuparle a nadie más. Goldie se había puesto unos zapatos de tacón alto y daba vueltas en la habitación con pasos cortos, como si tuviese pezuñas en vez de pies. Robert había empezado a escribir una nueva página de su fichero particular, donde detallaba la posición de cada ã(109) uno en el escenario, y Lyall estaba intentando ponerse una inmensa capa. Y entonces empezaron a actuar. Goldie se plantó en el centro de la habitación y, sonriendo, exclamó: --Voy a construirme una casita de paja. Robert cogió a Cassy de la mano para llevarla a su sitio y Goldie se acercó a ellos, haciendo como si construyera algo. A continuación, se parapetó detrás del muro que había construido, y llegó Lyall. --¡Cerdito, cerdito! -gritó con su potente voz-. ¡Déjame entrar! --¡No! -chilló Goldie-. ¡No, no! ¡Lo juro por los pelos de
mi barbita! ¡No podrás entrar! Cassy miró un instante por encima del hombro y vio cómo Goldie se acurrucaba y se estremecía, al tiempo que la voz de Lyall sonaba grave y profunda: --¡Entonces soplaré, soplaré y soplaré Y Tu Casa Derribaré! Empezó a soplar con tanta fuerza que Cassy apenas podía creer que a la vez pudiera estar musitándole a ella lo que tenía que hacer en el escenario. --¡Huff! (<Estremécete ligeramente, Cassy>). ¡Puff! (<Ahora con más fuerza>). ¡Huff! (<Ahora aléjate de Robert, pero no le dejes irse... Eso es. Bien>). ¡Puff! (<Ahora suelta las manos... y aléjate>). Robert soltó la mano de Cassy y se dirigió hacia la derecha, llevando tras de sí una imaginaria fila de niños. Cassy lo imitó desplazándose hacia la izquierda, aunque de forma menos expresiva. Y Goldie chilló aterrorizada: --¡No! ¡No! ¡No! Lyall saltó sobre ella y, con otro grito penetrante, la hizo desaparecer en el interior de su capa. La expresión de espanto de ella era perfecta, como si fuese verdad lo que le estaba sucediendo: sangre, dolor y muerte. ã(110) Pero ¿y si fuese porque en la vida de verdad...? --Tenemos que lograr que el cambio resulte tan suave como la seda, -estaba explicando Lyall-. Goldie, procura quitarte la máscara de cerdito en cuanto estés debajo de la capa. Tú te pondrás la tuya, Robert. Y Cassy se ocupará de que los niños vuelvan a sentarse. --¿Yo? Pero... Sin darle tiempo a replicar nada, Goldie le cogió la mano y tiró de ella. --Ahora tenemos que ir a la casita de madera, -le susurró-. Y Robert será el cerdito. ¡Tiene tanta gracia! Cassy no había imaginado que Robert fuera buen actor y, en cierto modo, tenía razón. Simplemente, fue al centro de la habitación, colocó a Goldie y a Cassy en su sitio e hizo ademán de sujetarlas juntas con un clavo. Se movió con la seriedad y solemnidad con que solía comportarse siempre, se tratara de lo que se tratara: daba igual que estuviese actuando, preparando el desayuno o copiando apuntes en la biblioteca. Y Goldie tenía razón: era irresistiblemente divertido. Al final dejó de martillar, se irguió y, llevándose las manos a la boca para hacer pantalla, anunció: --He hecho una magnífica casa de madera. Ahora, Lyall no les dio ninguna indicación. Lo único que hizo fue acercarse y adoptar de nuevo su papel de lobo amenazador. Cassy tuvo que sujetar a Goldie del brazo para impedir que huyera demasiado pronto. El lobo era enorme y fiero, y ahora estaba mucho más cerca de ellas que la vez anterior: aullaba justo delante de sus caras. Las dos sintieron un alivio cuando al final pudieron
marcharse. Robert no gritó en ningún momento. Cruzó los brazos y desapareció sin más debajo de la capa. Lyall soltó unos rugidos aterradores, más propios de un león que de un lobo. --Ahora te toca a ti, -murmuró Goldie al oído de Cassy-. Tú tienes que construir la casa de ladrillos. ã(111) Cassy se quedó helada. --Pero yo no... --No hace falta que actúes, -dijo Robert saliendo de debajo de la capa para dedicarle una rápida pero reconfortante sonrisa-. Basta que pienses que los ladrillos están aquí de verdad y que tú estás construyendo una casa de verdad. --Pero no estoy construyendo una casa de verdad, -replicó Cassy malhumorada. Lyall la cogió de los hombros. --¡Por Dios, chica! ¡Imagínatelo! Quizá te sorprendas a ti misma. Deja volar tu imaginación. Nunca, nunca. La mente de Cassy se cerró herméticamente, como se cerraría un puño, mientras miraba a Lyall. --Pero si es fácil, Cassy -insistió Goldie mirándola con su inocente y angelical sonrisa-. Piensa que eres la abuela Phelan, que tu casa es la mejor del mundo. Cassy la miró otra vez, pero advirtió que su espalda se enderezaba y su barbilla se levantaba. Mientras llevaba a Goldie y a Robert hacia su puesto, se sintió exactamente igual que si fuese Nan. Los muros de su casa imaginaria resultaron rectos y armoniosos, y las esquinas formaban ángulos perfectos. Al final, Cassy se sacudió las manos y asintió con la cabeza, de la misma manera que Nan cuando acababa de limpiar. --¡He construido una casa de ladrillos! Lyall sonrió. --Muy bien, Cassy, -dijo-. Ahora métete en ella. Cassy se deslizó entre Goldie y Robert y, después de pasar, volvió a juntarlos para cerrar la puerta. Luego se acurrucó dentro de la casa. Tras un segundo de silencio, oyó las pisadas de Lyall, que se paseaba por delante de la casa. Automáticamente, Cassy se acurrucó aún más, ocultándose detrás de su muro de ladrillos. Se detuvieron las pisadas y oyó una voz grave y oscura: --¡Cerdito, cerdito, déjame entrar! -----------------------------------------------ã(112)
¤ XII ------------------------------------------------
Las mandíbulas del lobo chasquearon al otro lado del muro. Chasquearon una y otra vez a lo largo de la inacabable y exasperante mañana. Hicieran lo que hicieran, siempre reaparecía la misma dentellada asesina. Muerte. Terror. El Gran Lobo Feroz no dejó de devorar a los cerditos en todo el ensayo. Después, Lyall se detuvo y les contó la leyenda del lobo Fernis, cuyos dientes de pesadilla se clavaron en la muñeca del dios Tyr y le arrancaron la mano de cuajo. Y a continuación se pusieron a hablar de la vida verdadera, y las historias resultaron aún más sangrientas y horripilantes. Cassy, Goldie y Robert interrumpían los relatos de Lyall sobre lobos y le informaban de algunos hechos, como si hubiesen sido testigos presenciales. --¡Los lobos de la estepa rusa atacaron a los ejércitos de Napoleón cuando se retiraban de Moscú! --¡Los lobos escoceses escarban en los cementerios para comerse los cadáveres! --¡Los lobos indios raptan bebés! Y así siguieron durante mucho tiempo. Una extensa lista de acusaciones históricas, mitos y cuentos populares. Lobo, lobo, lobo. Uñas y colmillos. Terribles e incansables garras ligeras. Voces de pesadilla aullando a la luna. ã(113) Y cantaron y cantaron para un público imaginario: 24 ¿Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo, al Lobo...? Parecía que después de la comida iba a resultar todo mejor. Tras dar cuenta de los bocadillos, se pusieron a ensayar la segunda parte de la obra. --La lección, -exclamó Lyall-. En nombre del propio lobo. Aquello sonaba maravillosamente aburrido. Tenía que ver con esquemas y gráficos y con una única voz, monótona y pesada. Pero Cassy advirtió enseguida que no iba a ser así. En cuanto Lyall pronunció la palabra lección, Goldie dio un respingo de alegría. --¿Vamos a poner el vídeo? ¿El de los cachorros de lobo? Lyall asintió. --Primero el vídeo. Y luego los datos. Terminó de beberse la taza de café y se levantó. Cruzó la habitación y sacó de una caja un montón de papeles. Cogió cuatro o cinco rollos de papel blanco, que parecían carteles, y comentó: --Yo daré la charla, y quiero que mientras tanto vosotros tres
leáis esto en voz baja. Todo el rato. Cuando lleguéis al final, volved otra vez al principio y empezad de nuevo. Pero que vuestra lectura sea sólo un murmullo, por lo menos hasta que os dé un golpecito en el hombro. --¿Como hago yo en la representación de la jungla? -preguntó Goldie. --Eso es. Yo estaré detrás de vosotros mientras hablo. Y cuando os toque con la mano, leeréis en voz alta y clara. Tomad. ã(114) Con gesto solemne y pausado, desenrolló los carteles y los pegó a la pared. Uno de ellos era un mapamundi coloreado en los sitios donde el lobo se había extinguido. Los otros sólo contenían palabras. Listas de parásitos. Listas de subespecies exterminadas. Listas de trampas y de formas de matar lobos. --Yo leeré los parásitos, -se apresuró a decir Cassy antes de que Lyall le asignara algo peor. Por lo menos, los nombres en latín no significaban nada para ella y bloquearían lo demás. Miró su póster con los ojos muy abiertos y los oídos cerrados. Y en el instante en que Lyall empezó a hablar, ella se puso a recitar en voz baja, monótona e inexpresiva, como si fuese una máquina: --La tenia <Diphyllobothrium latum>, la tenia <Dipylidium caninum>, la tenia <Echinococcus granulosus>... Pero no funcionó. Seguía oyendo a Robert, que murmuraba nombres de los animales exterminados. Y pudo oír la voz clara de Goldie, que subió de tono cuando Lyall la tocó en el hombro. --... la trampa de la nevera, la trampa del precipicio, lanzas, anzuelos... Dolor, muerte, sangre... Trabajaron sin parar hasta las seis de la tarde, comprobando todos los detalles de la obra. Lyall les hizo ensayar una y otra vez, hasta que consideró que todo salía bien y que Cassy sabía lo que debía hacer. Cassy estaba exhausta. Miró a Robert, que tomaba notas cuidadosamente, y se preguntó de dónde sacaría fuerzas para sostener el bolígrafo. --¿Está todo ya? -preguntó Robert-. Empezaremos por dividirlos en grupos y enseñarles la canción. Luego, el ã(115) cuento de los tres cerditos y la leyenda del dios Tir. Después, los mitos, cuando entramos los tres y leemos el informe. Lyall asintió. --Y a continuación sacas los papeles y pones a los niños a hacer la primera serie de dibujos. Los montaremos más tarde, a la hora de comer. --Hasta aquí no hay problema -Robert frunció el entrecejo, al tiempo que se golpeaba ligeramente los dientes con el bolígrafo-. Pero ¿qué vamos a hacer con la serie de dibujos? Habrá un lío
terrible... Goldie le tiró de la manga a Lyall. --¿Es que tenéis que preparar todo esto ahora? Me muero de hambre, Lyall. ¿No podríamos discutir mañana los aburridos apuntes de Robert? Lyall jugueteó con el pelo de la mujer y le sonrió a Robert. --¿Tenemos algo de comer? -preguntó. --Hay pan y queso... --¡No quiero más bocadillos! -interrumpió Goldie-. Estoy harta de comer bocadillos. ¿No queda nada mejor? Lyall hizo una mueca, dispuesto a decir que no quedaba nada mejor. Pero miró a Cassy, y su expresión cambió. --Creo que todos estamos un poco cansados, -dijo lentamente-. ¿Y si comemos pescado con patatas? ¿Queréis que vaya al local de Arnie y lo traiga? --¡Oh, sí! ¿Por qué no compras también huevos en vinagre? -Goldie volvía a saltar y le tiraba del brazo a Lyall sonriendo-. ¿Y puré de guisantes? Lyall miró de nuevo a Cassy, pero se limitó a decir: --Robert, recoge todo este desorden. A continuación, Goldie y él desaparecieron por las escaleras, riéndose a carcajadas. Cassy se levantó del suelo y cogió un póster. Lo enrolló con cuidado para no estropear los bordes. --No te preocupes, -dijo Robert cogiendo otro póster-. Déjalo. Ya lo haré yo. ã(116) --No, no, te ayudo. Estoy bien --Creo que no. Pareces muy cansada. --¡He dicho que estoy bien! --De acuerdo, no hace falta que chilles -Robert dejó en el suelo el rollo que tenía en la mano y la miró fijamente-. Te sentirás mejor si dejas de estar de mal humor, -añadió. --Pero si yo no... --No insistas. Sé que no quieres ayudarnos en la obra. En el mundo verdadero, los chicos no tienen que trabajar para ganarse la vida, ¿verdad? --No se trata de eso, -replicó Cassy-. En serio. --Entonces, ¿qué problema tienes? Ayer te comportaste de una manera muy extraña, y hoy has estado quisquillosa todo el día. --Es que... ¡Oh, no me pasa nada! --No tienes por qué contármelo -Robert se encogió de hombros y le volvió la espalda. Un par de segundos después de darse la vuelta, añadió-: Pero puedes hacerlo si quieres. --Yo... -Cassy se detuvo y contempló la espalda del muchacho, ancha y fuerte; luego prosiguió lentamente-: Debo de estar loca. --Entonces, seguro que necesitas contárselo a alguien. --Bueno... Pero tienes que prometerme que guardarás el secreto. Robert sujetó el póster con una goma y se volvió para mirarla. --No creo que deba prometerte eso. Si quieres contármelo, tienes
que confiar en que lo entenderé. Si no, es mejor que no me digas nada. Pero Cassy había ido ya demasiado lejos para volverse atrás. "Si Nan estuviese aquí...", pensó. Pero no estaba. --Es esa cosa amarilla, -dijo de pronto-. La sustancia que pusimos dentro de la máscara del lobo. Creo que es un explosivo plástico. Esperaba que Robert se riese de ella, pero no lo hizo. Se ã(117) sentó en el suelo con las rodillas levantadas hasta la altura de la barbilla. Se quedó pensativo en aquella postura al menos durante un minuto. Al final, levantó la vista hacia ella. --¿Por qué? --Porque... -Cassy cerró los ojos y añadió rápidamente, para que lo peor pasara lo antes posible-: Porque mi padre es un terrorista. Le busca la policía. Y la Brigada Especial. Y creo que se esconde en la casa de Nan. --¿Qué clase de terrorista? --Uno del IRA, creo. --Ya veo, -dijo Robert lentamente. Volvió a quedarse pensativo otra vez y, luego, empezó a bombardearla con preguntas: --¿Por qué estás tan segura de que se esconde allí, en su apartamento? --He recordado dónde oí esa llamada especial. La que Goldie dijo que era una contraseña. Alguien entró en el piso llamando de esa manera. Justo la noche antes de que Nan me enviara aquí. --¿Y por qué había en tu bolsa un explosivo plástico, si es que lo es? --No lo sé -respondió Cassy en voz baja-. Pero creo que está intentando recuperarlo. Él era el hombre del bosque. El que entró en la casa. Goldie le reconoció. --Goldie le reconoce en todas partes. En tiendas, en escaleras..., en cualquier sitio. ¿No te lo ha comentado Lyall? --Sí, pero... -cuanto más reflexionaba, más se convencía de que tenía razón-. Todo encaja, ¿no crees? Esa sustancia amarilla. La contraseña. El que Nan me enviara aquí. Y el hombre que intentaba entrar. Todo esto tiene que significar algo. --¿Y crees que Nan está metida en eso? -Robert sonrió con aire de incredulidad-. ¿Que sería ella entonces? ¿Un coronel del IRA? Vamos, Cassy. --Es su madre, -murmuró Cassy-. Y cuando la llamé... ã(118) para preguntarle por la sustancia amarilla..., no quiso hablar conmigo. La señora Ramage me dijo que estaba ocupada. --Dijiste que habías hablado con ella. --Sí, lo dije, -murmuró Cassy-. Pero mentí. Robert se apretó con fuerza las rodillas sin decir nada. Un momento después, Cassy se sentó a su lado. --¿Qué estás pensando? ¿Crees que estoy loca?
--Estoy pensando que... -vaciló un momento y sonrió irónicamente-. Pienso que esas cosas nunca ocurren de verdad. No ocurren en el mundo verdadero. Cassy hizo una mueca. --Se supone que tú no deberías decir eso. Se supone que tú deberías decir: "No seas tonta, Cassy. El explosivo plástico no es así. Es de color púrpura brillante con manchas verdes, huele a col hervida y chirría al apretarlo". Robert sonrió tristemente y negó con la cabeza. --Lo siento, pero es amarillo. Se miraron fijamente durante unos segundos sin decir nada. Luego, Cassy dirigió la vista hacia otro lado y dijo: --¿Qué se supone que debo hacer ahora? ¿Ignorar todo esto? ¿Llamar a la policía? ¿Sacar la sustancia amarilla de la máscara y dejarla en la acera para que la recoja él? No me estás ayudando mucho, la verdad. Robert hizo una mueca. --No puede ser cierto, ¿no crees? No puede ser verdad que estemos aquí sentados hablando tranquilamente de un tema así. Tiene que haber una explicación simple y clara de todo. Sólo que... --Sólo que ¿qué? -preguntó Cassy con gesto serio. --Sólo que a veces los relatos de terror son verdad. --¿Y entonces? Robert frunció el entrecejo. --Entonces tienes que decidir de qué lado estás, -dirigió a Cassy una mirada penetrante y prosiguió en otro tono-: Mira, vamos a esperar hasta el lunes. La sustancia no ofrece ã(119) ningún peligro dentro de la máscara. El explosivo plástico es inofensivo sin un detonador. --Pero no podemos... --Necesitamos la máscara del lobo, -dijo Robert con firmeza-. Y no tenemos tiempo para hacer otra. De todos modos, nos vendrán bien un par de días para pensar sobre ello. --¿Y después? --Después se lo contaremos a Lyall. --¿A Lyall? --Él sabrá qué hacer. --Pero... En el cerebro de Cassy había aún miles de preguntas dando vueltas, pero antes de que la chica pudiese decir nada, se oyó el ruido de la puerta principal al abrirse y la voz de Goldie que llamaba: --¿Verdad que hemos vuelto pronto? --¿De acuerdo entonces? -le susurró Robert-. ¿Será ése el plan? --Supongo que sí -contestó Cassy. El martes era, pues, el día fijado. El martes tendrían que hacer algo. Se oyó el ruido de unos pasos que subían por la escalera, y Goldie entró en la habitación. Llevaba en los brazos un montón de
paquetes calientes de color blanco que contenían el pescado y las patatas fritas, y en su cara brillaba una amplia sonrisa. --¡Comida! Detrás de ella entró Lyall, con un cuchillo y un tenedor en una mano y un plato en la otra. Con una ampulosa y afectada reverencia, se agachó hasta casi tocar el suelo con la cabeza y se los tendió a Cassy. --¡Para usted! ¡Que tenga larga vida! Cassy sonrió entre tímida y violenta. Se daba cuenta de que Lyall intentaba ser amable con ella, pero le resultaba un tipo cada vez más incomprensible. ¿Qué haría cuando le contasen lo de la sustancia amarilla? ã(120) <Lyall, hay una bomba escondida en la máscara del lobo>. Tal vez tenía razón Robert: necesitaban tiempo para pensarlo. Quizá vería todo más claro después de dormir. ... su mano se elevó para llamar a la puerta y, cuando lo hizo, la puerta retrocedió, alejándose de ella. Dentro, la oscuridad. Y otra vez. El gesto se repitió con precisión. Su mano se elevó y llamó. Dos golpes rápidos. Luego una pausa. Y luego otros dos. La puerta se abrió un poco más. Y otra vez. Su mano se elevó. Llamó. La oscuridad estaba abierta. Y otra vez. Nunca supo qué llamada provocó la respuesta. Una vez pronunciadas, las palabras parecían haber estado allí siempre. <Entra, entra>.... -----------------------------------------------ã(121)
¤ XIII -----------------------------------------------La llamada la sacó de su sueño y la despertó, así que respiró profundamente y se levantó en la oscuridad. --¿Quién está ahí?
--Somos nosotros, -respondió Robert desde el otro lado de la puerta-. Ya es hora de levantarse. Nos vamos dentro de diez minutos. --¿Nos vamos? Pero Robert ya se alejaba por el recibidor hacia la cocina. Cassy cogió su ropa y empezó a vestirse. ¿Qué ocurría? ¿Acaso había encontrado alguien el explosivo? Antes de que terminara de arreglarse, volvieron a llamar a la puerta, ahora con más fuerza. Y la voz que llamaba era la de Lyall. --¿No estás lista aún? ¡Date prisa! Ya tendríamos que habernos ido. --¿Por qué? Pero no iba a decírselo. Lyall abrió la puerta, y Cassy sólo pudo ver su robusta y oscura silueta en el recibidor. --¡Rápido! -dijo-. Pronto sabrás por qué. Cassy se abrochó el último botón de la blusa. --¿Puedo lavarme la cara? --¡Por Dios! No vamos a hacerle una visita a la reina, -su voz reflejaba impaciencia-. Tienes veinte segundos. Pero te despellejaré viva si llegamos tarde. --¿Tarde para qué? --Ya lo verás. ã(122) Fue a abrir la puerta principal. Cassy cruzó el recibidor corriendo y llegó a la cocina. Sobre una de las cajas había una vela encendida y, a la tenue luz de su llama, Robert metía unos bocadillos en una bolsa. --Desayunaremos en la furgoneta, -le dijo sonriente. --Pero ¿qué...? --Ahora no hay tiempo para explicaciones. A continuación salió, mientras Cassy se quedaba, malhumorada, lavándose la cara con el agua del grifo. Había olvidado la toalla, pero no se atrevió a volver a buscarla porque estaba oyendo cómo Lyall encendía el motor en aquel momento. Cogió el impermeable y corrió hasta la calle, aún oscura. Cuando salió de la casa, la puerta de la furgoneta ya estaba abierta, esperándola. Subió al asiento delantero, y arrancaron sin darle tiempo a cerrar la puerta. Mirando por encima del hombro, vio a Robert acurrucado en la parte de atrás. --¿Dónde está Goldie? --¡No bromees! -exclamó Lyall soltando una carcajada-. Estaremos de vuelta antes de que Goldie se despierte. --De vuelta, ¿de dónde? --No te preocupes, -miró a Robert de reojo mientras doblaba la esquina-. Anda, dale un bocadillo. Eso le mantendrá la mente ocupada. Robert le pasó a Cassy un grueso bocadillo de queso. Cassy lo cogió y comenzó a mordisquearlo enfadada, mientras se preguntaba por qué había ido con ellos. La habían arrastrado hasta
allí y la habían obligado a correr sin darle tiempo a despertarse del todo. Ni siquiera Robert quería decirle qué sucedía. La furgoneta atravesó varias calles y esquinas, metiéndose por algunos callejones. Se veían muy pocos vehículos. Cassy pensó que debía de ser muy temprano. ¿Las cuatro de la madrugada? Quizá incluso las tres. ã(123) Pero para Lyall no era suficientemente temprano. Condujo a gran velocidad durante todo el trayecto hasta que, con una última sacudida, se detuvo ante una barrera y apagó el motor. --Ya estamos aquí. Cassy miró perpleja hasta que, de pronto, reconoció el lugar. --¿El zoo? -preguntó sorprendida. "Entonces esto no tiene nada que ver con bombas", pensó, y sintió tanto alivio que estuvo a punto de reír-. Pero ¿qué hacemos aquí a estas horas? Está cerrado. Lyall sonrió. --Nos vamos a colar, -dijo. Durante un terrible instante, Cassy estuvo a punto de creerle. Pensó que habían ido a raptar un lobo. Con ellos todo era posible. Vio mentalmente la escena con tanta claridad como si fuese una pesadilla obsesiva, una horrible realidad. Se imaginó a Lyall al otro lado de la verja con un rifle de adormecer animales. Le vio disparar y oyó el ruido de uno de los lobos al caer al suelo tras ser alcanzado. Luego, una ganzúa abría la verja. Y Lyall metía en un saco al lobo dormido, mientras que ella y Robert mantenían alejados a los otros cinco. Entonces, Robert se levantó del asiento trasero y le puso una mano en el hombro. --Tranquila. Está todo preparado, -dijo. --Si es preciso, puedo colarme en cualquier sitio, -afirmó Lyall riendo-. Pero déjame hacer unas comprobaciones. Salió de la furgoneta y, por primera vez, Cassy se fijó en la silueta oscura que había detrás de la barrera. Fuera quien fuese, levantó una mano y se acercó a ellos. Mientras Lyall salía a su encuentro, Cassy se volvió y le susurró a Robert: --¿Puedes decirme qué está pasando aquí? ã(124) Robert negó con la cabeza. --Luego te alegrarás de que no te hayamos dicho nada antes de tiempo. Espera y verás. --¿Por qué supones que me alegraré? Pero Lyall ya estaba de vuelta. Al momento siguiente, la camioneta había cruzado la barrera y se encontraban dentro del zoo. --El señor Marriott me ha dicho que montemos nuestras cosas rápidamente, -murmuró Lyall-. Para no molestar después. ¿Qué cosas? En la oscuridad, Cassy apenas podía ver lo que Lyall y Robert llevaban en la parte de atrás; pero de repente se encontró con tres micrófonos y un montón de cables en las manos. --Los pondremos ahora, -murmuró Lyall-. Y luego buscaremos
un lugar para esperar donde no puedan vernos. --Donde no puedan vernos, ¿quiénes? -pero Cassy ya suponía que no le iba a contestar nadie. Lyall y Robert se limitaron a intercambiar una sonrisa y se adentraron en el zoo llevando una caja cada uno. Lo único que Cassy podía hacer era seguirlos y ver qué sucedía. Una hora después, seguía sin saber nada. Estaba sentada sobre el frío y duro camino asfaltado que rodeaba la jaula de los lobos, con Robert a un lado y Lyall al otro. Habían discutido sobre los micrófonos, habían hecho pruebas de sonido y habían localizado el mejor lugar para esperar. Pero no ocurría nada. La única diferencia era que la oscuridad había dado paso a un amanecer frío y gris. Cassy estaba empezando a pensar que se trataba de una broma pesada. Quizá seguirían otra hora sentados allí, y luego Lyall le preguntaría qué era lo que esperaba oír. Y, respondiese lo que respondiese, quedaría como una idiota. ã(125) O quizá estaban haciendo una grabación para probar que los lobos no roncan. Ése era el tipo de ideas que se les podían ocurrir. Removiéndose incómoda en el duro suelo, decidió ignorarlos totalmente. En vez de preguntarse por qué estaban allí, se puso a pensar en la representación. Si participaba en ella, interpretaría su papel lo mejor que pudiera. Así que repasó mentalmente sus movimientos e intentó recordar todo lo que tenía que decir. Murmullos sobre lobos..., parásitos de los lobos..., dibujos de lobos... Los lobos de verdad la cogieron por sorpresa. De repente, en uno de los ángulos resonó un lamento, al que siguió un prolongado y lastimero aullido que le erizó los pelos de la nuca. Intentó huir, pero Lyall estaba preparado para aquella reacción. Una de sus gigantescas manos la cogió del cuello y la obligó a sentarse de nuevo. Lyall se llevó el dedo índice a los labios. El aullido se interrumpió y volvió a empezar. Ahora no sonó solo, sino que se le unieron otras voces, aunque no al unísono. Los tonos variaban sin interrupción, y cada uno de ellos evitaba coincidir con los demás. Los acordes y las discordancias se mezclaban y se desvanecían y volvían a surgir formando extrañas melodías de lamentación... Cassy tragó saliva y se enderezó. El sonido no se parecía en nada a una canción, pero llegaba a sus oídos como una música ruda, como una melodía rabiosa e irregular. Cuando los aullidos se hicieron cada vez más breves y penetrantes, Lyall retiró la mano con que sujetaba a Cassy y se arrastró hacia el ángulo. Robert le siguió, sonrió a Cassy y no dejó de llamarla por señas hasta que logró que se deslizara junto a Lyall. Desde allí podían ver al otro lado el interior del recinto de los lobos. Los seis estaban en la parte superior del montículo, donde
formaban un círculo y miraban hacia el cielo. Con los hocicos levantados y los ojos entrecerrados, aullaban ã(126) en éxtasis. Cassy se clavó las uñas en la palma de la mano y deseó que no se detuvieran. Quería que aquel bellísimo sonido inhumano continuase para siempre. Pero, una a una, las voces se fueron apagando hasta que la última emitió en solitario el aullido final. Luego, el último lobo agachó la cabeza y trotó tranquilamente ladera abajo. Cassy advirtió que estaba temblando. Lyall le dio unos golpecitos al magnetófono y lo apagó. Después se volvió y sonrió triunfalmente. --¡Ya está! -dijo-. ¿Habías adivinado qué estábamos aguardando, Cassy? Todavía sin habla, Cassy negó con la cabeza. --¿A que ha sido mejor así? Cuando no sabes lo que vas a oír... lo oyes de verdad. --Yo creía... -dijo, y le tembló la voz; pero se recobró enseguida-. Yo creía que sólo hacen eso durante la noche, durante la luna llena. Robert asintió. --Por eso no te hemos dicho nada. Queríamos que sólo supieses lo que has visto en las películas de miedo. --¡Au-u-u-u-u-u-llan! -Lyall echó la cabeza hacia atrás y soltó un aullido que le heló la sangre a Cassy-. ¡Nieva en la estepa siberiana! Unas garras se deslizan entre los árboles, persiguiendo algo a través de las sombras, y... ¡Atacan! Sus ojos brillaron y, durante un segundo, se adueñó de la mente de Cassy una sombra: una figura alargada y repelente, con un áspero pelo gris y un hocico feroz lleno de colmillos. --No seas tonto, -dijo vacilante, señalando a los lobos del zoo-. Estos lobos no son así. --¡Oh, claro! -la interrumpió Lyall afablemente-. Éstos aúllan para demostrar que están aquí. Para avisar a los otros lobos de que se mantengan alejados de su territorio. --Realmente patético, -murmuró Robert-. Parece que se dan cuenta de que la suya es una causa perdida. Lyall se encogió de hombros. ã(127) --Hay mucha gente que lucha por causas perdidas. Especialmente cuando esas causas tienen que ver con su territorio. De pronto, Cassy se agachó y desconectó el micrófono del magnetófono. --Podríamos recoger ya, ¿no creéis? -dijo-. ¿O es que queréis pasaros todo el día en el zoo? --¿Por qué no? -preguntó Lyall con una frivolidad peligrosa-. ¿O es que no te ha gustado, Cassy? La chica sintió que se le ponía carne de gallina, pero antes de que pudiese contestar, Robert se agachó para ayudarla a recoger.
--¡Oh, venga ya, papá! -dijo-. Volvamos a casa. Estamos todos cansados, y yo me comería ya otro desayuno. --Lo devorarías con un hambre de lobo, ¿a que sí? La risa de Lyall disipó el peligro. Él recogió los micrófonos, y Cassy y Robert hicieron lo mismo con el magnetófono. La vuelta a casa fue más lenta por culpa del tráfico. Durante un rato discutieron sobre cómo despertar a Goldie. --Podríamos aullar delante de su puerta, -sugirió Robert-. Como una manada de lobos. --¡Ni hablar! -exclamó Lyall-. Podemos dar la vuelta por detrás y tirar piedras a la ventana, siempre que no rompamos los cristales. --Podemos... -Cassy visualizó la parte trasera de la casa-. Podemos golpear el canalón que pasa junto a la ventana. --¡Buena idea! -Lyall soltó el volante y aplaudió-. Seguro que podemos arrancarlo, meterlo por la ventana y gritarle al oído. --Podremos hasta hacerle cosquillas con él, -añadió solemnemente Robert-. Si es lo bastante largo como para atravesar la habitación. --O soplar por él... -sugirió Cassy-. Como si fuese un trombón. ã(128) Pero no necesitaron hacer nada de eso. Cuando llegaron a Albert Street, Goldie ya estaba levantada. Es más: ya se había vestido y los estaba esperando en el porche. Cuando vio la furgoneta, se puso a hacer aspavientos con los brazos. --¿Qué demonios...? -Lyall estaba estupefacto. Aparcó junto al bordillo, salió de la furgoneta y la llamó-. ¿Qué pasa? ¿Qué te ha despertado? --Nadie... Quiero decir, nada, -respondió vivamente Goldie-. Me he despertado sola. De verdad. Y... Cassy se apeó y se dirigió a la parte trasera de la furgoneta para abrirle las puertas a Robert. En cuanto sacó las piernas, el muchacho miró a Cassy y le hizo una seña. --¿Qué le pasa a Goldie? Cassy se fijó y advirtió a qué se refería Robert. Goldie hablaba con mucha más rapidez que de ordinario, en un tono falso y supuestamente divertido, y tan atropelladamente que no dejaba hablar a nadie. --... Quería daros una sorpresa y prepararos algo de comer, pero no he tenido tiempo y... --Quizá se ha asustado, -murmuró Cassy-. Porque la hemos dejado sola. --Quizá -asintió Robert, y la miró con gesto dubitativo-. Toma, ayúdame a llevar estos cables, ¿quieres? Cassy y él terminaron de descargar la furgoneta y llevaron el equipo al dormitorio principal. Mientras volvían por las escaleras, Robert le dedicó una sonrisa amistosa. --Lyall y Goldie están haciendo café y tostadas. ¿Quieres un poco o prefieres irte a dormir un rato? --No tengo nada de sueño -Cassy bajó los dos últimos
escalones-. Pero quiero quitarme el impermeable. Cruzó el recibidor, abrió la puerta de su cuarto y se quedó helada. ¡Había pasado algo! Un sentido primitivo, más básico que la vista o el olfato, le puso la carne de gallina. Durante su ausencia había habido alguien en su habitación. -----------------------------------------------ã(129)
¤ XIV -----------------------------------------------Debió de entretenerse más tiempo que de ordinario, porque Robert, al pasar hacia la cocina, se detuvo y se quedó observándola. --¿Te encuentras bien? --Yo... Sí, claro. Robert se acercó vacilante. --No, no estás bien, -dijo-. Te pasa algo raro. --Alguien ha entrado en mi habitación, -susurró Cassy en un tono casi inaudible-. Y ha estado revolviendo mis cosas. Robert miró por encima del hombro de Cassy. --¿Estás segura? -preguntó. No la creía. Y no era difícil adivinar por qué. El cuarto estaba perfectamente ordenado, tal como lo había dejado, con las mantas dobladas en el suelo al lado de la maleta. No faltaba nada, y nada se había movido. Sin embargo... --Está todo en líneas paralelas, -dijo Cassy en voz baja-. ¿Ves? Las mantas están dobladas a escuadra, y los bordes están en paralelo con las tablas del suelo. Y el borde de la maleta está en paralelo con los bordes de las mantas. Y mi bolsa de aseo. Y el paquete de postales que hay encima de la maleta. Robert no parecía convencido. --Pero ¿por qué iba a hacer alguien eso? --No lo sé -Cassy frunció el entrecejo, sorprendida de ã(130) tanto orden-. Quizá... lo ha hecho sin darse cuenta. Quizá sólo quería dejar el cuarto ordenado. --A lo mejor lo has dejado tú así. Eres muy ordenada. A lo mejor alineas siempre las cosas sin darte cuenta. --Entonces, ¿por qué lo encuentro extraño? Además... -Cassy se dio cuenta de un detalle importante-, aunque he doblado las mantas esta mañana, es imposible que las haya doblado tan bien: estaba muy oscuro y no se veía nada. Robert se encogió de hombros. --Quizá ha sido una casualidad. Cassy no se molestó en contestarle. Sabía que era imposible, y
él también. --Espera un segundo, -Robert dio media vuelta y gritó-: Goldie, ¿has estado aquí todo el tiempo que hemos pasado fuera? Goldie apareció rápidamente en la puerta de la cocina. --Sí, claro. ¿Por qué? --No le preguntes nada, -murmuró Cassy. Pero Robert no le hizo caso. --¿No ha venido nadie? Cassy piensa que ha entrado alguien en su cuarto. --¡Ah, sí! -Goldie enrojeció y soltó una risita aguda-. Lo siento, Cassy, he sido yo. Sólo quería... unas tijeras para cortarme las uñas. Cassy miró a través del recibidor. Incluso desde donde se encontraba pudo ver las largas uñas pintadas de Goldie. Las llevaba de color rojo, y en los bordes se le había saltado el esmalte. --¿Has acabado ya? -preguntó amablemente-. ¿Puedes devolverme mis tijeras? --¡Oh! -Goldie volvió a reírse, ahora casi sin aliento. Se miró las manos, siguiendo la mirada de Cassy-. No he encontrado las tijeras, así que al final no me he cortado las uñas. Cassy observó muy seria las uñas rojas de Goldie. ã(131) --Las cogeré yo, -dijo, y se volvió rápidamente para que Goldie no pudiera verle la cara-. Espera un momento. Robert la siguió sin que nadie se lo pidiera, y se quedó a su espalda mientras ella se arrodillaba para abrir la maleta. Sin mirarle siquiera, Cassy levantó la tapa. Las tijeras de las uñas estaban donde debían estar, donde las había dejado la noche anterior. Encima de todo, en el centro. --Ni Goldie hubiera podido no verlas, -comentó en voz baja-. ¿No crees? Robert no dijo nada; pero, ante la mirada de Cassy, negó con la cabeza. Su cara, delicada y oscura, parecía impenetrable y, durante un segundo, Cassy pensó que no le había convencido. --Además, Goldie no habría podido ordenar mi cuarto así -susurró-. No reconocería unas líneas paralelas aunque las tuviera delante. Robert volvió a negar con la cabeza, pero siguió sin decir nada. --¿Entonces? -preguntó Cassy-. ¿Quién ha sido? ¿Y qué es lo que buscaba? Robert tragó saliva. --Ha tenido que ser... él. Buscaba el explosivo. Probablemente nos ha visto salir. --Y... Goldie le ha dejado entrar... Se miraron el uno al otro, y Robert asintió: --Ha debido de hacerlo. Cassy tuvo la sensación de que los dos pensaban lo mismo: <Es verdaderamente cierto. En la vida de verdad>. No necesitaban decirlo
en voz alta. Se quedó pensativa. --¿Qué hacemos ahora? ¿Sigues pensando que debemos esperar hasta el martes? Robert volvió a tragar saliva y negó con la cabeza. ã(132) --Tenemos que hacer algo ahora. Intenta telefonear a tu abuela otra vez. Antes de que nos metamos en algo peligroso. --De acuerdo, -Cassy cerró los ojos para calcular los días y las horas-. Pero ahora no serviría de nada: está en el hospital. Bueno, se supone que está allí. --¿Y si lo hacemos esta tarde? Podemos salir a comprar pescado y patatas fritas; así no tendremos que darle explicaciones a Lyall. --De acuerdo. Lo haremos así -en realidad, Cassy no quería esperar ni un segundo. Quería ir inmediatamente y averiguar de una vez por todas qué estaba ocurriendo. Pero se daba cuenta de que eso no era sensato-. ¿Y qué hacemos hasta entonces para distraernos? --¡No seas tonta! -Robert sonrió, desconcertante-. Vamos a ensayar, claro. Cassy hizo una mueca al oírle, pero le vino muy bien el ensayo. Los mantuvo tan ocupados que no pudieron pensar en ninguna otra cosa. Desde las nueve de la mañana en punto hasta las seis de la tarde hicieron lo que les mandaba Lyall: recitar textos y moverse de acuerdo con sus indicaciones. Cassy estaba tan absorta en el trabajo que se sorprendió realmente cuando, a las seis en punto, Robert dijo: --Pescado y patatas fritas, ¿de acuerdo? Iremos a la tienda Cassy y yo. --¿Estáis seguros? -preguntó Lyall, y se levantó-. Yo tengo que ir a ver a Earl, así que puedo pasarme con la furgoneta... --Necesitamos dar un paseo, -replicó Robert con firmeza-. Vamos, Cassy. La cogió de la mano y la llevó escaleras abajo. Lyall los siguió. ã(133) --¿No queréis que os lleve? Cassy hizo acopio de toda su inteligencia: --No, gracias, nos vendrá bien un poco de aire fresco. Además no queremos ir demasiado deprisa; si no, encontrarás frío el pescado cuando vuelvas. Lyall sonrió y cruzó el recibidor. Cuando Cassy y Robert llegaron a la acera, la furgoneta se alejaba ya de la casa, y la mano de Lyall los saludaba desde la ventanilla. Bajaron juntos por la calle hasta la cabina telefónica, pero no
se dijeron nada. Cassy miraba de soslayo, convencida de que sabía qué estaba pensando Robert: "No hay pruebas suficientes para tomárnoslo tan en serio... Tiene que haber una explicación racional...". El muchacho tenía el ceño fruncido y miraba fijamente al suelo mientras caminaba mordiéndose el labio inferior. También Cassy empezaba a pensar lo mismo. Todo aquello le parecía absurdo. Realmente, no se imaginaba hablando con Nan de bombas y terroristas. Sin duda, aquella idea desaparecería en cuanto oyese su voz firme y juiciosa. "¡Ojalá pueda oírla!", se dijo, y le pareció que habían pasado semanas..., meses..., desde su despedida de Nan a la puerta del apartamento. Desde entonces todo había ido mal, y Cassy echaba de menos el sentido común de aquella casa. Entraron los dos en la cabina, y Robert sacó del bolsillo algunas monedas. --Toma. Usa esto. --Gracias, -contestó Cassy, y sus manos temblaron al meter las monedas en la ranura y pulsar los botones. "Por favor, que esté Nan en casa. Por favor, por favor, por favor...", suplicó en silencio. El timbre sonó una y otra vez, y cuando Cassy estaba ya a punto de colgar, oyó al otro lado la voz de la señora Ramage: --¿Dígame? ã(134) --Soy yo otra vez, señora Ramage. Soy Cassy. ¿Puedo hablar con Nan? --¿Quién es? Creo que se ha confundido. --Soy Cassy. Su vecina. --¡Oh, Cassy! Hola, querida. ¿Estás pasando bien tus vacaciones? --Sí, gracias, -contestó Cassy, intentando disimular su impaciencia-. ¿Podría llamar a Nan, por favor? La señora Ramage vaciló. --Hace bastante que no la veo, querida. Parece que también ella se ha marchado. A Cassy le zumbaron los oídos. --Estoy segura de que no se ha ido, -contestó-. Y necesito hablar con ella. Por favor. --Es que iba a bañarme ahora mismo, -la señora Ramage parecía dolida, como si Cassy hubiera debido saberlo-. Y estoy en camisón. --Es muy importante, muy importante -Cassy cerró los ojos y contuvo la respiración. Nan se pondría furiosa con ella por haber molestado a la señora Ramage, pero no podía hacer otra cosa-. ¿No puede ponerse un abrigo y acercarse? Por favor. Se hizo un largo e incómodo silencio. Luego, la señora Ramage suspiró. --Bueno. Si es tan importante, tendré que ir. Pero si vas a seguir llamando tan a menudo, será mejor que Nan se instale un teléfono. --Gracias, -dijo Cassy con toda la amabilidad que pudo-.
Volveré a llamar dentro de cinco minutos. Colgó el auricular y se apoyó en una pared de la cabina. Robert la observó, pero ninguno de los dos dijo nada. Estaban esperando para hacer la segunda llamada. En la cabeza de Cassy resonaban las palabras de la señora Ramage: <Hace bastante que no la veo... Parece que también ella se ha marchado>... Pero Nan no iba nunca a ningún sitio, ã(135) salvo cuando salía a trabajar, iba a la compra o la acompañaba a ella a casa de Goldie. Cassy no recordaba que hubiese mencionado nunca a ningún amigo. Tenía que estar allí. --Ya han pasado cinco minutos, -informó Robert en voz baja-. ¿Llamas otra vez? Cassy respiró profundamente y metió monedas por la ranura. Esta vez la señora Ramage contestó inmediatamente y habló antes de que Cassy pudiese decir nada. Parecía enfadada y sin aliento. --Ya te lo he dicho, querida. No está aquí. He llamado tres veces, y no ha contestado nadie. Además no hay luz en el recibidor. Cassy apretó el auricular y respondió sin emoción alguna: --Gracias por intentarlo. Siento haberla molestado. --No me molesta si se trata de algo importante, -contestó la señora Ramage de mala gana, e inmediatamente preguntó, llena de curiosidad-: ¿Pasa algo malo, querida? --No. Estoy bien. Le he escrito una carta. Adiós. Cassy colgó, con demasiada rapidez como para parecer educada, y tomó aire nuevamente. --¿No está en casa? -preguntó Robert. --Es muy extraño, -de pronto, Cassy tuvo una sensación de ahogo. Luego continuó-: La última vez, Nan estaba en casa cuando no debía estar. Y no quiso hablar conmigo. Y ahora no está cuando debería estar. --A lo mejor ha cambiado el turno. O ha ido a visitar a un amigo. O ha bajado al bar. Todo eso era tan absurdo que Cassy no pudo menos de sonreír. --Venga, vamos a comprar el pescado y las patatas fritas. De momento no podemos hacer otra cosa. --¿No quieres volver a hablar con ella? --Por ahora no. Dieron la vuelta a la esquina y llegaron al cálido refugio de la tienda. La mente de Cassy estaba en ebullición, y las ã(136) palabras del menú iniciaron una danza delante de sus ojos. Entremezcladas con ellas aparecían en la pared sus propias preguntas: 24 Bacalao y -¿dónde puede estar Nan? Trucha ahumada, -nunca salía de casa-, patatas fritas. ¿Estará bien? Seguramente él no, -y patatas fritas. Rodaballo y patatas fritas.
Salchichas y -¿qué demonios hacemos ahora? La última pregunta revoloteaba en su mente por encima de todas las demás. "¿Qué hacemos? ¿Qué Podemos hacer?" Aparecía escrita en la bolsa de papel y resonaba al ritmo de los pasos que daban Cassy y Robert al volver a casa. Ninguno de los dos dijo nada hasta que llegaron a Albert Street. Entonces Robert señaló hacia la casa y comentó: --Lyall no ha perdido el tiempo. La furgoneta ya ha vuelto. --Estupendo, -murmuró Cassy sin escuchar realmente. Pero fue Goldie quien les abrió la puerta, con la ingenua sonrisa de siempre. --Magnífico. Estoy muerta de hambre. Cassy, ¿quieres avisar a Lyall? Está arriba, en la habitación de los espejos. --¿No vamos a cenar allí? -preguntó Robert, y empezó a subir los escalones, pero Goldie le agarró de la manga. --Eso no es lo que Lyall ha dicho que hagamos. Él ha dicho: "Dile a Cassy que venga a avisarme". Robert la miró extrañado. --Pero ¿por qué? --Eso es lo que ha dicho, -repitió Goldie obstinada-. Vamos, Cassy, sube. Cassy seguía teniendo la cabeza en otra parte. Apenas entendió lo que le decían, pero le pareció más fácil hacerlo que ponerse a discutir. Subió las escaleras y llamó a la puerta del ã(137) dormitorio. Como no obtuvo respuesta, abrió para ver si Lyall estaba dentro. Se hallaba mirando por la ventana hacia el jardín, de espaldas a Cassy. Llevaba puesta la capucha del chándal y estaba inclinado hacia adelante, apoyado en el alféizar. --Lyall... Lyall se volvió. Durante un instante, Cassy quedó helada, y los acontecimientos parecieron desarrollarse a cámara lenta. Su mente contempló una y otra vez la misma imagen. Se volvió... y en el lugar de su cara había una horrible masa deforme. Se volvió... y, al abrirse las mandíbulas, brilló súbitamente la dentadura amarilla. Se dio la vuelta... y todos los espejos de la habitación reflejaron en cientos de ángulos diferentes el largo hocico gris en tonos azules, rosas y amarillos. Se volvió... Cassy lanzó un grito: --¡El lobo! Un lobo donde no debería haber lobo alguno. Detrás de la puerta, dentro de la casa, metido en la piel de una persona conocida, familiar...
Hombre lobo. <Bzou. Loup garou, ligahoo, lagahoo>..., nombres de pesadilla para una pesadilla oculta en los más recónditos rincones de su mente. El terror hizo enmudecer a Cassy y paralizó su cuerpo. Luego, todas sus energías, todas las fibras de sus músculos, todo el aliento de sus pulmones estallaron en ese largo e incontrolable grito. Fue sólo un momento. Antes de que se le cortase la respiración, pudo oír a Goldie gritar desde el arranque de la escalera: --¡Cassy! ¡Cassy, cariño! ¿Qué ocurre? Goldie corría. Robert corría. Y Lyall se quitó la máscara ã(138) de lobo. La vida verdadera, simple y razonable estaba allí, a su alrededor. No había ningún hombre lobo. Estúpida, estúpida, estúpida... Se tambaleó hacia atrás, pero Robert estaba allí para sujetarla. --¡Eres un irresponsable! -le gritó a Lyall-. No está acostumbrada a tus juegos. Y ya tiene bastantes problemas sin tu ayuda. --No, no... -balbuceó Cassy, buscando una explicación coherente. Sin hombres lobo-. Pero es que... esa máscara es muy peligrosa... por lo que le pusimos dentro... Robert la estrechó más con sus brazos, pero estaba demasiado desorientada para darse cuenta del aviso. Volvió a repetir lo que había dicho para que no advirtiesen lo estúpida que había sido: --Ya sabes, esa sustancia amarilla. Durante un segundo, vio que los tres la miraban fijamente: Robert con el ceño fruncido, Lyall con la cabeza ladeada y Goldie, desde la puerta, con la boca abierta. Nada tenía sentido. Luego, Lyall se agachó y apagó el magnetófono que había en uno de los rincones. --¿Qué pasa con vosotros, chicos? -preguntó en voz baja. Fue Goldie quien contestó. De pronto, recobró la vitalidad, cruzó la habitación y apartó a Robert de Cassy. --¡Qué va a pasar, Lyall! -exclamó furiosa-. Que la has asustado. ¡Mírala! -le rodeó la cintura y la llevó hasta el colchón-. Ven, Cassy. Siéntate y descansa. "No es un modo muy científico de tratar un choque", pensó Cassy, todavía confundida. Nan habría corrido a preparar una infusión. Pero el brazo de Goldie era sorprendentemente confortable, y Cassy se apoyó en él antes de sentarse. Lyall le sonreía triste. Triste y con cierta curiosidad. --Reconozco que estamos todos muy cansados. Baja y ã(139) trae aquí la comida, Rob. Y nos iremos a dormir en cuanto acabemos de cenar. --Y yo me llevaré de aquí esto, -añadió Goldie. Con un inesperado y rápido movimiento, se agachó y cogió la máscara del
suelo-. La dejaré en el otro dormitorio. Cassy apoyó la cabeza en la pared y vio como Goldie y la máscara desaparecían por la puerta. ... el cuarto parecía estar como siempre, pero no lo estaba. El fuego parpadeaba y proyectaba contra las paredes formas negras alargadas. Coloreaba todo de un rojo mate y formaba encima de la almohada una danza de sombras grotescas. Sombras imposibles... ... los ojos que asomaban por debajo del gorro de dormir brillaban grandes y luminosos, parpadeando con el movimiento de las llamas... ... los enormes ojos centellearon y la atrajeron poco a poco hacia la cama alta y suave en que estaban... <Abuelita, qué ojos más grandes tienes>... -----------------------------------------------ã(140)
¤ XV -----------------------------------------------En cuanto abrió los ojos, Cassy se dio cuenta de que todavía era muy temprano. La luz que se filtraba a través de la manta del mirador era suave y pálida, y el aire húmedo y frío. Pero no tenía sentido intentar seguir durmiendo. Los enormes y vigilantes ojos del sueño la habían despertado definitivamente. Se puso el impermeable sobre los hombros, se acercó al mirador y levantó una punta de la manta. Fuera, la calle aparecía vacía y gris, pero en el cielo había un atisbo de sol. Iba a ser un buen día para pasarlo en Berkshire. Automáticamente miró hacia la carretera, hacia la furgoneta. Estaba aparcada unas cuantas casas más abajo, con la parte trasera hacia ella. Distraídamente, siguió con la vista el dibujo de las ramas que se extendían alrededor de las ventanas de atrás, e intentó descubrir las diferencias que pudiera haber entre unos dibujos y otros. Unos segundos después vio a aquel hombre. Debía de llevar mucho tiempo en la carretera, junto al asiento del conductor e inclinado sobre el capó. Pero cuando se enderezó, Cassy pudo verle parte de la cabeza, medio tapada por la capucha. Antes de que la imagen apareciese con claridad en su mente, el tipo echó a andar deprisa, en dirección contraria a donde ella estaba, con una evidente cojera. Tenía un hombro más alto que el
otro. Y caminaba con rapidez. ã(141) Cassy notó que se le secaba la boca. Era la primera vez que reconocía a su padre. Apenas pudo respirar mientras le vio cojear calle abajo y dar la vuelta a la esquina. Pero cuando comprendió a qué había ido, ya había desaparecido. Se abrochó el impermeable y se puso las zapatillas de deporte. Luego fue de puntillas hasta la puerta principal, luchó con los cerrojos y los abrió con el mayor sigilo que pudo. Al llegar a la furgoneta vio la hoja de papel. Estaba estrujada debajo del limpiaparabrisas y tenía su nombre escrito en mayúsculas pequeñas y cuadradas. Caitlin Phelan Levantó con cuidado el limpiaparabrisas y cogió la hoja de papel. El corto y enigmático mensaje era muy revelador. Querida Caperucita: No sé qué has hecho con las cosas que había en la bolsa de la comida. Una era muy importante. Sin ella, tu abuela seguramente morirá. En veinticuatro horas. Tráela otra vez. Y No Se Te Ocurra Hablar de Esto con Nadie. Te quiere. EL LOBO FEROZ Cassy releyó la nota tres veces, mientras enrollaba una esquina con los dedos. Era una locura. Era como una película de terror, con cuchillos, pistolas y bombas por todas partes. Era... Era de verdad. Y tenía que obligarse a sí misma a considerarlo así. Si no, Nan moriría en veinticuatro horas. Volvió despacio hacia casa releyendo el papel y escuchando ã(142) en su mente aquellas palabras. Muerte. Asesinato. Bombas. Nan. Cuando llegó al sendero, vio que Robert la estaba esperando en la puerta. No la llamó, sino que esperó a que estuviera delante de él. Y entonces le habló en voz muy baja: --Te he oído salir. ¿Qué ocurre? ¿No podías dormir? Por toda respuesta, Cassy le tendió la hoja de papel. Él la miró y, al ver el nombre escrito en ella, frunció el entrecejo. --¿Quién...? -preguntó --Yo. Es mi nombre escrito en gaélico. Robert esbozó una sonrisa.
--Eso es tan revelador como una rúbrica, ¿no crees? Luego desdobló la hoja y se puso a leerla. Cassy le observó atentamente, pero su rostro no reflejaba sus pensamientos. Sus ojos recorrieron la hoja en sentido horizontal mientras la leía, y luego volvieron arriba para leerla por segunda vez. Al acabar, la dobló de nuevo y pasó las uñas con fuerza por las marcas de los pliegues iniciales. --¿Y bien? -preguntó Cassy. Quería que se quedase paralizado de terror. Que sintiese algo parecido a lo que ella sentía. Pero no le conocía bien: Robert empezó a analizar todo meticulosamente, como solía hacer. --¿A qué viene todo este montaje melodramático de película de espías? --¿A qué te refieres? --Bueno, si realmente quiere que se lo devuelvas, ¿por qué no le dice a tu abuela que te escriba una carta pidiéndotelo? --Porque mi abuela no escribiría nada, -replicó con firmeza Cassy-. ¿Por qué crees que metió la cosa esa en la bolsa de la compra? Si entonces ya no quería que él la tuviese, ahora no hará nada para ayudarle. ã(143) --Humm, -asintió Robert sopesando la idea-. ¿Y cómo crees que ha sabido dónde encontrarte? --Él... -Cassy reflexionó un momento y, de pronto, cayó en la cuenta-. ¡Se lo dije yo misma! Le mandé una postal... Nan le había dado las postales y le había dicho que no pusiera remite. Pero Goldie se había cambiado de casa. Así que cuando la postal se deslizó por debajo de la puerta y apareció encima de la alfombra en casa de Nan... Cassy cerró los ojos intentando no imaginar la mano desconocida que la había recogido. --¿Qué hacemos ahora? --Tendremos que llamar a la policía, -contestó Robert sin perder la calma-. Ésta no es una historia en la que debas mezclarte tú. Eran casi las mismas palabras que había utilizado Nan después de ver las noticias sobre el último atentado del IRA. "Apágalo, Cassy", le dijo. "Ya hay bastantes problemas en el mundo". Y cuando Cassy empezó a decir que necesitaba saberlo, Nan la interrumpió: "¡Ésta no es una historia que tú debas conocer!", le dijo. Luego fue a la cocina, se sentó, apoyó la cabeza en la mesa y pasó así un largo rato. Era un tema prohibido como todos los otros. Pero ahora Cassy tenía que pensar en él. Y sabía qué tenía que hacer..., qué le habría dicho Nan que hiciera. --Sí -dijo forzándose a pronunciar las palabras-. Tenemos que llamar a la policía. Vamos a hacerlo ahora. ¿Por dónde empezamos? Era mejor acabar cuanto antes. Era mejor no pensar que Nan estaba en peligro. No pensar en la mortífera sustancia amarilla que
podía salvarle la vida... y acabar con la de otras personas. Robert la obligó a entrar y cerró la puerta. --Empezaremos por contárselo a Lyall. Él sabrá qué hay que hacer. ã(144) --¿Lyall? Robert se mantuvo inflexible: --Sé que no te cae bien. Pero no es tonto. No le has visto en casos de apuro. Siempre sabe lo que hay que hacer. Además, es un adulto. La policía le creerá a él mucho más que a nosotros. --Supongo que sí. A regañadientes, Cassy acompañó a Robert, cruzó con él la casa y subió la escalera. Al llegar al cuarto de los espejos, Robert le indicó por señas que debían separarse en el descansillo. --Yo despertaré a Lyall y le explicaré todo, pero no nos creerá hasta que vea la masa amarilla. ¿Por qué no vas a sacarla de la máscara? --De acuerdo. Mientras él alzaba la mano para llamar a la puerta, Cassy cruzaba el descansillo y se dirigía hacia el dormitorio de enfrente. Allí estaban las cuatro máscaras en el suelo. Los tres cerditos estaban juntos, cuidadosamente alineados al lado de la pared. El lobo estaba solo, un poco más lejos. Cassy observó la máscara y, durante un instante, sintió un eco del pánico que la había invadido el día anterior. Ahora, pintada de una forma exagerada, parecía una realidad de pesadilla. Earl le había pintado unos enormes dientes amarillos, salpicados de gotas rojas. Tenía unos gigantescos ojos saltones que la miraban fijamente y, en el extremo del afilado morro, unos agujeros de nariz pintados de negro. Con un estremecimiento, Cassy se agachó para coger la máscara. En cuanto sus dedos la tocaron, advirtió que pasaba algo, pero no supo qué era hasta que la abrió. Entonces vio el rugoso y sucio interior de color rosa. Robert y ella habían cubierto el explosivo amarillo con tiras de papel maché, haciendo una especie de rollo que habían ã(145) colocado dentro del cogote, a la altura de la nuca. Cassy esperaba ver esa protuberancia, que era gris como el resto. Pero estaba todo cambiado. La superficie del papel maché había sido cortada, y la cavidad interior de la máscara se hallaba cubierta con tiras de esparadrapo de color rosa brillante. Estaban colocadas en varias capas, dispuestas de cualquier manera, pero conseguían ocultar lo que había debajo. Cassy se quedó perpleja y, durante un instante, su mente no logró encontrar ninguna explicación a lo que estaba viendo. Y antes de poner en orden sus ideas, oyó a su espalda la voz de Lyall, que decía: --Bueno, vamos a ver qué tenéis aquí.
Se arrodilló al lado de Cassy y cogió la máscara con gesto tranquilo y seguro. Goldie estaba en el quicio de la puerta, demasiado lejos para ver con claridad lo que sucedía. Robert se acercó para mirar por encima del hombro de Lyall. Cuando vio las tiras de esparadrapo, se quedó sin respiración y miró a Cassy. Pero, al igual que ella, no dijo nada. Los dos observaron inmóviles cómo Lyall las levantaba una tras otra y descubría la cavidad de la máscara. Debajo de las tres primeras capas sólo había más esparadrapo. Pero cuando Lyall levantó la cuarta capa, brilló entre dos tiras rosas un pequeño triángulo amarillo. Cassy contuvo la respiración. <Seguía allí>. No supo si sentía miedo o alivio. Lyall siguió quitando tiras de esparadrapo y, de repente, suspiró aliviado y sonrió a Robert. --Bueno, creí que erais un poco más listos. Esto no es un explosivo plástico, cabeza de chorlito. Si no sabes qué es, habrás tenido una infancia muy aburrida. --¿Qué? Robert se inclinó y palpó la masa amarilla. Cassy le oyó respirar entrecortadamente mientras la tocaba. Luego, Robert se olió los dedos y miró a la muchacha. ã(146) --Es plastilina, Cassy. --¿Plastilina? --Tócala tú misma. Cassy hundió un dedo en aquella sustancia. Robert tenía razón. No había ninguna duda: era plastilina. El corazón le latía con fuerza. ¡Quizá estaba equivocada desde el principio! Sólo que... Sólo que antes no era plastilina. Antes era más brillante. De eso estaba segura. Y aquella sustancia, aunque se hundía bajo su dedo, no tenía la misma textura grasienta. --Has tenido que estar muy nerviosa, -dijo Lyall en voz baja-. ¿Qué te pasa, Cassy? ¿Estás preocupada por la función? --¡Claro que no! -no pensaba dejar las cosas así-. Estoy preocupada por el explosivo. Estaba aquí. Con los ojos fijos en la plastilina, Lyall se encogió de hombros y no dijo nada. --¿Y qué me decís de la nota de la furgoneta? -preguntó Cassy obstinadamente-. ¿A qué se refiere si no hay ningún explosivo? Lyall la miró con tristeza. --No lo sé. Dímelo tú. Al principio, Cassy no comprendió qué quería decir. Pero luego le vio mirar a Robert de reojo y levantar las cejas. Entonces se quedó helada. --No la he escrito yo, -murmuró furiosa-. No la he escrito yo. ¿Por qué iba a hacerlo? Lyall sonrió, como si comprendiese sus razones mejor que ella misma, y se levantó. --De eso hablaremos más tarde, ¿de acuerdo? Ahora hay que
arreglar la máscara. No olvidéis que tenemos que salir dentro de una hora. --Puedo arreglarla yo, -comentó alegremente Goldie desde la puerta. Habían olvidado que estaba allí. Lyall se volvió hacia ella. ã(147) --¿Puedes hacerlo? -preguntó con una sonrisa de alivio y simpatía. --Claro que sí. Llevo esparadrapo en el bolso. Lo haré ahora mismo. Vamos. Lyall cogió la máscara y fue con Goldie al dormitorio. Cassy miró a Robert y apretó los puños. --¡No podemos irnos! ¿Cómo vamos a salir corriendo hacia Berkshire estando Nan en peligro? --Pero, Cassy... --¡Supongo que también tú crees que miento! ¿Me equivoco? Venga, dilo. Di que he sido yo quien ha escrito la nota. ¡Intenta decirme que no viste el explosivo! --Yo no digo nada, -respondió pausadamente Robert-. Estoy tratando de pensar con sensatez. Lo único que tenemos es un trozo de plastilina y una nota dirigida a Caperucita Roja. No creo que la policía nos haga mucho caso. --¡Muy bien! Entonces lo dejamos, ¿no? -Cassy hablaba casi a gritos-. ¡Hagamos como si no hubiésemos leído la nota! ¡Como si no hubiese peligro de que mañana muera alguien! Robert respiró profundamente. --Mira. Cuando terminemos la obra... --¿La obra? -chilló Cassy-. ¿Qué importa la obra? ¿Cómo puedes mencionarla siquiera ahora? --Porque no estoy histérico -Robert la cogió de los hombros y la sacudió ligeramente-. ¿Por qué no me escuchas, Cassy? Te estoy diciendo algo sensato. Cassy dejó de gritar y le miró malhumorada. --No pretenderás decirme que nos olvidemos de Nan, ¿verdad? --No, claro que no. Lo único que digo es que para llamar a la policía hacen falta pruebas. Tenemos que trazar un plan y necesitamos que Lyall nos ayude. --¿Entonces? --Entonces tenemos que esperar, -suspiró Robert-. Sé ã(148) que es difícil. Pero en estos momentos, Lyall sólo piensa en la obra. No puede evitarlo. No quiere saber nada más. --Pero... --¡Escúchame! A las cuatro en punto habremos acabado. Y si tú estás allí... Si los dos estamos allí... sé que podremos convencerle. Cassy seguía enfadada, pero no tenía ninguna idea mejor. Al cabo de un rato, asintió a regañadientes: --Pero si lo que quieres es volver a aplazar todo... --No lo haré. Te lo prometo -Robert la soltó y le dio un
golpecito amistoso en la espalda-. Bueno, vamos a desayunar. Hoy va a ser un día muy largo. Cassy no se sentía con fuerzas para comer nada, pero se dejó sacar del dormitorio y conducir a la habitación de los espejos. --¿Queréis desayunar algo? -preguntó Robert. Lyall asintió y Goldie levantó la vista de la máscara: estaba intentando arreglarla y tenía una tira de esparadrapo en la mano. Detrás de ellos, apoyada en la pared, se hallaba la vieja fotografía que Goldie le había pedido a Cassy. En ella, aquel chico miraba a través de la habitación con sus ojos firmes y decididos. Cassy tuvo que apretar los puños para no ponerse a gritar. ¿Es que a ninguno de ellos le importaba nada Nan? -----------------------------------------------ã(149)
¤ XVI -----------------------------------------------<Sólo quedan veintidós horas>...., y ella, tranquilamente sentada en la parte trasera de la furgoneta, se alejaba más y más de Nan. Cassy miraba a través de la ventanilla y contemplaba los puentes, los camiones y los carteles azules y blancos de la autopista para no escuchar la charla de Goldie, que iba en el asiento delantero. "¡Ojalá pudiese desconectar el cerebro hasta después de la función!", pensó. Robert la observaba, rodeado de cajas llenas de papeles, y la muchacha se daba cuenta de que quería que también ella le mirara. Pero no volvió la cabeza. ¿De qué servía hablar con él? No le importaba nada que no fuese la maldita representación del lobo. Robert se deslizó hacia ella y le susurró al oído: --Si quieres hacer algo útil, piensa dónde puede estar el explosivo. ¿Quién más sabía que estaba allí? --Sólo lo sabíamos tú y yo. Yo no se lo dije a nadie. No sé qué habrás hecho tú... De pronto, Lyall empezó a proferir insultos, pegó un frenazo y se salió de la carretera, gritando por la ventanilla. Cassy y Robert fueron proyectados violentamente contra las puertas y se quedaron aturdidos durante un instante. Robert, que fue el primero en recobrarse, musitó: --¡No seas tonta! ¡Tampoco yo se lo he dicho a nadie! ã(150) --Bueno, yo no he sacado de la máscara la masa esa, -murmuró Cassy-. Aunque tú creas otra cosa. --Ya lo sé -respondió Robert-. Tampoco yo la he sacado.
Pero ¿quién más ha podido hacerlo? --Es posible que alguien la sacara accidentalmente en casa de Earl. --Tal vez. Deberíamos ir allí y hacerle algunas preguntas. --¡No tenemos tiempo para eso! Cassy estaba tan excitada que casi gritaba. Lyall miró hacia atrás por encima del hombro. --¿Qué os pasa a vosotros? -preguntó-. No quiero que os peleéis ahí detrás. --Tranquilo, -contestó inmediatamente Robert-. No hay ningún problema. --Bueno, deja en paz a Cassy. Recuerda que es su primera función. Todo el mundo puede tener miedo escénico. Cassy le miró a Lyall a la nuca y murmuró para sus adentros: "No tengo miedo escénico. No soy una histérica y no estoy loca". Y no lo dijo en voz alta porque no hubiera servido de nada, pues Lyall ya no le hacía caso. Con la barbilla apoyada en las rodillas, la muchacha decidió ignorarlos durante el resto del día e intentó pensar qué debía decirle a Lyall cuando terminase la representación. Pero no podía pensar con claridad: se lo impedía una voz que repetía incansablemente en su interior el mismo mensaje: <Sólo quedan veintidós horas>... Cuando llegaron al colegio, le dolía la cabeza de tanto pensar. Había repasado mentalmente los hechos una y otra vez. Y no había encontrado ninguna solución práctica e inteligente. Se apeó de la furgoneta, casi sin advertir dónde estaban, ã(151) y se puso a ayudar a los demás a descargar el equipo. Se sumergieron en un mar de caras sonrientes, de profesores que les daban la bienvenida y les ofrecían tazas de café, y de niños que susurraban a su paso: "¡Son los actores!". A Cassy le resultaba todo aquello tan extraño como un sueño, pero Lyall se adueñó rápidamente de la situación. Condujo a todos al patio y les hizo sentarse formando un inmenso círculo. Organizó las cosas con tanta rapidez que Cassy apenas pudo darse cuenta de lo que pasaba. Y cuando quiso reaccionar, ya había comenzado la función. Después de tantos ensayos y ensayos, la obra del lobo acababa de empezar. Lyall, de pie en el centro del círculo, levantó los brazos con un ademán solemne. Se apagaron los murmullos. Las risas cesaron. Durante medio minuto, el silencio fue total y expectante. Luego, Lyall apoyó las manos en las caderas y dio la señal de empezar la obra. Cassy no necesitaba pensar en lo que hacía. Lo habían ensayado tanto que los gestos le salían automáticamente. Cogió su máscara de cerdito y se la colocó en la cara al mismo tiempo que Goldie y Robert. Y una vez que se puso la máscara, todo cambió.
El público se redujo a las pocas personas que podía ver por las estrechas aberturas de los ojos de su careta. La voz de Lyall, que hacía la presentación y daba algunas instrucciones, le llegaba confusa a través de las capas de papel maché. El mundo exterior parecía casi tan confuso como el interior de su mente. Cuando Lyall levantó la máscara para ponérsela, empezó el canturreo, que le llegaba Cassy de bocas que ella no podía ver. Era como si saliese de su propia imaginación. 24 ¿Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo Feroz, al Lobo Feroz...? ã(152) Y empezaron a actuar. Cassy construyó su casa de ladrillos. Gruñó como un cerdito. Oyó a Lyall contar la leyenda del lobo Fenris. Pero estuvo todo el tiempo pensando en otra cosa. Nan y el explosivo. Contraseñas secretas y llamadas telefónicas fallidas. Tarjetas postales y papel maché y policías. Ésas eran cosas importantes de la vida verdadera. Todo lo que oía y veía le parecía intrascendente e irreal. Hasta el momento en que Lyall se levantó y gritó: --Ahora, ¡A Dibujar! ¡Hemos traído papel y lápiz! ¡Tenéis cinco minutos para dibujar al lobo! De pronto, estaban los tres fuera de lo que habían ensayado. Y acto seguido, Cassy estaba fuera de la maraña de sus propios pensamientos. Corría de un lado a otro con papel y lápices y tenía que concentrarse en lo que hacía. Y eso mismo la obligaba a fijarse en lo que había a su alrededor. Vio los dibujos. En todo el patio las mismas figuras, dibujadas tosca y rápidamente con trazos oscuros. Bocas enormes abiertas. Colmillos goteando sangre. Ojos grandes y terroríficos que la miraban amenazadoramente, y cuerpos alargados y estilizados, que saltaban de un lado a otro de las hojas. <¿Quién teme al Lobo Feroz...?> La mente de Cassy se detuvo, y la chica pensó: "Lobo". En ese momento, Robert salió del patio y puso en marcha el magnetófono. El primer aullido la estremeció. De repente, todo el patio estaba en silencio. Se oían con claridad todas las notas, mientras se iban uniendo otras voces de lobo, cada una con su propio y penetrante aullido. Cassy miró el fajo de papeles con dibujos monstruosos que tenía en las manos y se acordó de las seis cabezas de lobo que aullaron a la luna. Cuando acabó el último aullido, Lyall se puso en pie. Habló ã(153) en tono coloquial, casi en voz baja, pero se le oyó en todo el patio:
--Eso es todo por ahora. Esta tarde seguiremos hablando de lobos. "Diecisiete horas y media", pensó Cassy mientras salía con él. Y volvió a sentir un escalofrío. Pasaron la mayor parte del almuerzo preparando la segunda parte. Cuando la gente volvió al patio, lo encontró lleno de mapas y listas. También había una enorme fotografía de lobos envenenados. Y en el centro estaba la pantalla de televisión para el vídeo. Cassy no lo había visto nunca porque en casa no podían ponerlo. Se sentó y contempló en silencio cómo los torpes lobeznos luchaban con sus hocicos para hacerse un sitio en la guarida en que habían nacido. Vio cómo la madre les lamía los vientres, suaves y peludos. Los comentarios eran breves y objetivos. El tipo de comentarios que podía haber escrito Robert: ... los lobos adultos cuidan siempre de sus cachorros. Cuando un cachorro se acerca a un adulto que acaba de comer, este último regurgita el alimento ingerido para dar de comer al cachorro... --Todo eso es muy bonito, -dijo Lyall secamente al final del vídeo-. Pero ¿son los lobos tan cariñosos con nosotros? ¿Sabéis hasta que punto son peligrosos? <¿Quién teme al Lobo Feroz...?> La pregunta revoloteó inquietante en la mente de Cassy mientras Lyall hacía una pausa y miraba a su alrededor. Estrujándose los dedos, la muchacha esperó a que él prosiguiera: --Ahora mismo hay veinte mil lobos en Norteamérica y ã(154) Canadá -afirmó en voz baja-. En zonas aisladas donde el invierno es muy duro y los hombres salen a cazar solos. ¿Cuántas personas creéis que mueren cada año por culpa de los lobos? Tras un momento de vacilación, se levantaron muchas manos para responder a la pregunta: "¿Mil?", "¿Dos o tres?", "¿Diez mil?"... Nadie acertó. Lyall miró a su alrededor con una sonrisa irónica y, al fin, dio la respuesta en el momento adecuado: --No hay ninguna noticia de que un lobo haya atacado alguna vez a un hombre en Norteamérica. Ninguna. "Menos de dieciséis horas", pensó Cassy, antes de poder reprimir ese pensamiento. Se detuvo bruscamente y empezó a repasar la lista que debía leer. Puesto que no lograba pensar en nada inteligente, prefirió concentrarse en las tenias. Pero cuando abrió la boca para empezar a recitar su texto, oyó que Goldie empezaba a leer al otro lado de Lyall: --Trampas, cepos, corrales, caídas por acantilados, la trampa de la nevera... Sintió un nudo en el estómago. En lo más recóndito de su mente cojeaba una extraña figura: una pesadilla que se desarrollaba durante
el día. Con voz segura, empezó a leer los nombres de las tenias. Pero ahora no podía librarse de la imagen de su padre, que no dejó de rondar por su mente en toda la tarde y que aparecía cada vez que recordaba la imagen de un lobo o pensaba en un dato. Los niños se arrastraban alrededor de los cuatro y se comunicaban en silencio con sus cuerpos y sus caras, como los lobos. Y Cassy volvió a ver la oscura figura inclinada sobre el capó de la furgoneta y saltando el muro del jardín. Luego, el público se dividió en varios grupos. Granjeros. ã(155) Cazadores. Ecologistas. Discutían acaloradamente sobre un ataque de lobos a un pueblo. Examinaban las fotografías de los corderos matados por lobos hambrientos. Y Cassy pensó en bombas y en miembros destrozados. "Todas aquellas mujeres y niños..." "¡No seas insensata!", pensó de mal humor. "¿Qué te dice siempre Nan? Que no sirve de nada revolver la basura cuando lo que habría que hacer es arrojarla fuera". Tenía que acabar con sus obsesiones y trazar un plan. Pero era incapaz. Cada vez que lo intentaba, la imagen del lobo surgía en su mente con una forma nueva y más complicada: peligrosa, astuta, vulnerable. Y durante todo aquel tiempo, su reloj mental seguía avanzando por detrás de todo eso. <Quedan quince horas y media>... <Quedan quince horas>... Sólo quedaban catorce horas y media cuando Lyall los llamó de nuevo. Mientras se sentaban, él se levantó y sonrió mirando a su alrededor. --Ahora, volved a dibujar. Coged un papel y pintad un lobo. Cassy repartió hojas de papel y recogió los dibujos que le fueron dando. Y aquellos dibujos eran muy diferentes de los anteriores. Algunos de los lobos seguían en la postura dominante en la tradición: cabeza levantada, orejas erectas y rabo en alto. Pero había docenas en otras actitudes. Había lobas cuidando a sus cachorros. Lobos sumisos, aterrorizados, con los ojos temblorosos, las orejas gachas y el rabo entre las piernas. Había hasta un diagrama que señalaba con flechas clavadas como dardos las partes donde atacaban al lobo los diferentes parásitos. Todos los parásitos estaban cuidadosamente clasificados, y junto a los bordes había diseños de trampas, cuerdas y pistolas que apuntaban al lobo desde fuera. Lobos. Lobos, lobos, lobos lobos loboslobos: el tema le ã(156) causaba un auténtico mareo. ¿Cómo analizar algo tan complicado? ¿Cómo hacer planes sensatos con algo tan importante, peligroso y aterrador? Mientras recogía los dibujos, oía a su espalda el alegre murmullo de la concurrencia. Pero Lyall estaba intranquilo. Se sentó tenso en el borde del escenario esperando a que todos los
dibujos estuvieran recogidos. Luego se levantó de repente y alzó los brazos. --¡Lobos! Un aplauso espontáneo surgió del público. Pero Lyall no sonrió. En vez de eso, sacudió la cabeza y levantó una de sus cejas mientras miraba los dibujos. --Si los de antes eran lobos..., ¿qué son éstos? "¡No!", pensó Cassy, que había olvidado el último acto porque nunca lo habían ensayado. "¡No! ¡No quiero volver a ver los de antes!". Pero no pudo evitarlo. Goldie y Robert entraron en el patio con un enorme rollo de papel y lo extendieron sin decir nada mientras un murmullo recorría el lugar. Los dibujos que los niños habían hecho por la mañana estaban pegados por todo el papel: uñas, mandíbulas amenazadoras, colmillos asesinos y ojos inyectados de sangre. --Éstos no son lobos, -exclamó Lyall, y el murmullo que se elevó del público corroboró sus palabras. Pero todavía no había acabado-. Entonces, ¿en qué estabais pensando? ¿Por qué habéis dibujado todos el mismo hocico peludo? ¿Los mismos ojos gigantescos? Mirad cómo gotea sangre de los colmillos. Aquí. Y aquí y aquí y aquí. No es casual que todos se parezcan. Pero ¿qué son en realidad? Cassy apartó la vista de los dibujos. "No son nada. ¡Nada!", pensó. Lyall esperó diez segundos. Luego, susurró muy lentamente: --Vuestros dibujos no son lobos, pero son verdaderos. ã(157) Tan verdaderos como una pesadilla. ¿Y de qué pesadilla se trata? "¡Una pesadilla no puede ser verdadera!", pensó Cassy desesperada, intentando convencerse con sus propias palabras. Pero no podía pensar tan alto como para tapar la voz de Lyall. --¿Qué es lo que son? El público dudó unos instantes. Muchos murmuraban susurrándose palabras y mirándose unos a otros. Y de pronto llegó la respuesta, como un inmenso clamor: --¡Hombres Lobo! "¡No! ¡No!", pensó Cassy. "¿Por qué hablar de ellos? ¡No son de verdad!" Y entonces alguien gritó. No fue un grito fingido y ensayado. Fue un grito de verdad, emitido por una garganta torturada y aterrorizada, y sacudió a Cassy como una descarga eléctrica. <¡Nada es tan malo que no pueda ser verdadero! ¡No es posible eliminar las tinieblas! El mundo está lleno de bombas, sangre, asesinatos, muertes y violencia>... No pudo seguir callada. No pudo dominar su terror y aparentar ser juiciosa, tranquila y realista. Su tiniebla interior era verdadera y crecía destruyendo a su paso un mundo estrecho y confortable. Era su voz la que gritaba.
Aunque su boca no se había abierto, aunque no salía de sus labios sonido alguno, el grito seguía sonando y sonando. Y Cassy se daba cuenta de que se estaba escuchando a sí misma. No podía hablar, ni pensar, ni respirar. La envolvía la desolación, salvaje y primitiva. La rodeaba el antiguo bosque ... Peligro... ã(158) ... y la cosa surgió de entre las sombras... La boca abierta, negra, hambrienta... Sus ojos rojos la miraban fijamente, y sintió su fuerte aliento en la cara... Era enorme y de color gris, sus patas de lobo sobresalían por debajo de un traje humano... Era un animal, una bestia... Y no había tiempo para pensar en Nan ni en qué hacer o en cómo esquivar los afilados y asesinos colmillos de su dentadura... Y la oscuridad avanzaba, avanzaba, avanzaba, no quedaba tiempo, no quedaba tiempo para defenderse ni para hacer nada que no fuese gritar y gritar y gritar_y_gritar_y_gritar_y_Gritar... -----------------------------------------------ã(159)
¤ XVII -----------------------------------------------...Y Gritarygritar... Se le había juntado todo: Nan, el lobo, el peligro y la oscuridad la sacudían como un huracán y le golpeaban la cara, los ojos y el cerebro. Las terroríficas caras de los hombres lobo lanzaban dentelladas, gruñían y saltaban hacia ella, y el aullido grabado en el magnetófono se mezcló con el chillido ronco y real que al fin salió de su boca. Pero ahora sabía por qué gritaba. No era por un cuento, ni por un sueño, ni por una función con una máscara de papel maché. Ahora gritaba por un peligro real que había en el mundo en que ella vivía. En el piso, detrás de la puerta del cuarto del fondo. Dentro de la piel de su padre... Con sus colmillos en la nuca de su abuela. Estaba sucediendo. Era verdadero. Era <real>, pero no podía hacer otra cosa que tragar saliva y gritar una y otra vez, luchando para no morir asfixiada. Entonces, Lyall la rodeó con sus brazos y la levantó. Con rapidez y discreción, la cogió en volandas y se la llevó del patio, del edificio y de las miradas del público, mientras ella seguía rígida y no dejaba de gritar. Sin intentar hablar con ella, Lyall cruzó el aparcamiento con paso firme y se dirigió hacia la furgoneta.
Al principio, Cassy no hacía otra cosa que sollozar, recobrar el aliento y volver a sollozar, exhausta, asustada y aterrorizada. Pero el ritmo de los pasos fue calmándola, y ã(160) apoyó la cabeza en el hombro de Lyall, que estaba caliente y húmedo por el sudor, pero resultaba muy reconfortante. Cuando llegaron a la furgoneta, ya se encontraba perfectamente. Lyall abrió las puertas de atrás y la metió con cuidado, de forma que la cabeza quedó apoyada en la harapienta alfombra del suelo. Luego se apartó un poco. --Lo siento, -dijo-. He cometido una estupidez poniendo la grabación sin haberte avisado antes. --No ha sido culpa tuya, -contestó Cassy con toda la fuerza que pudo reunir-. Normalmente no me comporto así. --Todo el mundo se comporta así en situaciones complicadas. Especialmente si... -se detuvo un momento y la miró, vacilante-. Especialmente si está pasando una época difícil. Cassy se levantó bruscamente. --Está bien, -Lyall le puso una mano en el hombro-. Lo comprendo. No debe de ser fácil para ti tener que vivir con nosotros. La gente siempre hace cosas muy extrañas cuando está sometida a una gran tensión. --Tú crees que estoy loca, -dijo Cassy mirándole directamente a los ojos-. Crees que me he inventado toda la historia... del explosivo plástico. Pero no he hecho tal cosa. Es verdad. --De acuerdo. No te preocupes -Lyall la rodeó con su brazo, pesado y caliente-. Siéntate y descansa. --Pero yo no... --Cassy... -la miró sonriendo y sacudió la cabeza. Y de repente le pareció todo fácil y sencillo. Sentada allí, agotada por sus propios gritos, Cassy advirtió que el terror que sentía iba disminuyendo poco a poco. Comprendió por primera vez que Lyall era un hombre atento y afable a pesar de su aspecto salvaje y de sus gestos violentos y agresivos. Y al mismo tiempo comprendió también que Lyall nunca ã(161) creería sus palabras. Aunque se pasase el día entero discutiendo con él. Intentar convencerle sería una pérdida de tiempo, y ella no tenía tiempo que perder: sólo quedaban catorce horas. Pero aún le quedaba una duda por resolver. Se apoyó en el respaldo del asiento trasero y sonrió. --De acuerdo, lo pensaré. ¿Por qué no vuelves y acabas la función? Siento haberla estropeado. --No subestimes a Robert -contestó Lyall riendo-. Ya habrá encontrado alguna salida. A lo mejor les ha hecho creer que tu grito formaba parte de la escena final. Luego se alejó a grandes zancadas, mientras Cassy, ya recuperada, contemplaba tranquilamente el patio de recreo. El terror había desaparecido, y su mente estaba lúcida y
vigilante. Ya había perdido mucho tiempo buscando un plan prudente. Se había estrujado infructuosamente el cerebro para intentar salvar a Nan sin poner a nadie en peligro. Ya estaba harta. No había una solución segura y prudente. No iba a aparecer ningún guardabosque que la librase de las garras del lobo. Estaban en el mundo de las pesadillas, donde no tiene cabida la razón. Pero las pesadillas tienen su propia lógica, tan rígida como la de las matemáticas. Y, sentada en la parte trasera de la furgoneta, descubrió lo que necesitaba. Tenía que hacer un gesto dramático y desesperado. Lyall no escuchaba ningún argumento. Pero Cassy sabía ahora que Lyall actuaría como un relámpago si llegaba a la conclusión de que ella se encontraba en peligro. Así que decidió ponerse en una situación arriesgada y confiar en que, entonces, Lyall la tomaría en serio. Iría a ver a su padre. Contemplando los campos de fútbol, empezó a meditar cómo hacerlo. ã(162) La parte más difícil fue ignorar a Robert. Durante todo el viaje de vuelta, Robert no cesó de susurrarle indicaciones sobre lo que debían hacer. Con la mirada fija en el suelo, Cassy las ignoraba y fingía no oírlas. Quería que Robert dijera después que ella se había comportado de manera muy extraña mientras regresaban a casa. Quería que se inquietase por ella y, así, pudiera convencer a Lyall de que se encontraba en peligro. Cuando llegaron a casa, Robert ya había desistido, con gran satisfacción de Cassy. Ella dejó que cogiera las máscaras y, mientras él desaparecía por el callejón hacia la ventana de la parte de atrás, se dirigió a donde estaban Lyall y Goldie. --¿Puedo ir a comprar algo de comida mientras acabáis de descargar la furgoneta? Lyall la miró receloso. --¿Quieres ir de verdad? --De verdad. Yo... -dudó un segundo, para que Lyall lo recordase más tarde-. Yo puedo ir sola perfectamente. --¿Tú sola? -exclamó Goldie-. También a mí me vendría bien un poco de aire fresco. Es muy aburrido descargar la furgoneta. --No seas cabezota, -replicó Lyall-. Cassy lo necesita más que tú -cogió el vídeo y se lo puso en los brazos-. Lleva esto y espera a que Robert te abra la puerta. Goldie puso mala cara, pero se dirigió sumisamente hacia la casa. Lyall buscó en los bolsillos y sacó algo de dinero. --Toma, -dijo-. No te molestes en buscar algo especial para la cena. Y vuelve pronto, ¿de acuerdo? --De acuerdo, -contestó Cassy sin mirarle-. Voy a coger el impermeable.
Entró en la furgoneta, cogió el impermeable y buscó en el bolsillo. Mientras Lyall se ocupaba de llevar a casa el magnetófono, ella sacó la nota que había escrito durante el rato que había pasado junto a los campos de fútbol. No necesitó releerla porque se la sabía de memoria ã(163) Sé que Nan está en peligro. Había un explosivo plástico en la máscara del lobo. Y la nota de la furgoneta No la Escribí Yo. Mi padre está en el apartamento y la tiene como rehén. Voy a salvarla por mi cuenta porque ninguno de vosotros me cree. La colocó cuidadosamente detrás de las cajas llenas de papeles para que no pudieran dejar de verla cuando acabaran de descargar todo. Así tendría tiempo suficiente para alejarse. Luego miró a Lyall con una sonrisa triste y subió por la calle hacia la carretera principal. Hacia la estación de metro más próxima. Se sentó en el vagón y contempló tranquilamente cómo pasaban las estaciones hasta que llegó a la de White City. Entonces se levantó, salió mecánicamente del tren y de la estación y pasó por delante del estadio. Jugueteó nerviosa con las llaves que llevaba en el bolsillo. Cuando llegó al edificio y empezó a subir al tercer piso por la sucia escalera de cemento, sus dedos recorrían una y otra vez los ásperos bordes dentados de las llaves. Notó que tenía miedo, y lo más natural en aquellas circunstancias era tener miedo. Pero notó que su pulso era firme y que sus rodillas no temblaban al llegar a la puerta del piso de Nan. Comenzó por llamar al timbre porque no quería que su llegada cogiera a nadie por sorpresa. Eso no formaba parte de su plan. Escuchó quieta cómo el timbre resonaba en todo el apartamento. Pero nadie abrió la puerta. En realidad, no esperaba que alguien lo hiciera. ã(164) Con la mayor lentitud y el mayor ruido posibles, metió la llave en la cerradura. El corazón le latía con fuerza, pero la mano que asía la llave estaba firme, de modo que acertó a la primera. Luego la giró, abrió la puerta de un empujón y entró corriendo, como si volviera del colegio. La cerró tras de sí y, dirigiéndose a la puerta entreabierta del cuarto trasero, exclamó: --Soy yo, Cassy. Cathleen. He venido a verte. Mientras hablaba miró a su alrededor, examinando todo. El recibidor estaba limpio y ordenado, y encima de la mesa había tres o cuatro cartas con los bordes perfectamente alineados. Por la puerta
de la cocina pudo ver los platos, recién lavados, ordenados según su tamaño. También su dormitorio tenía la puerta abierta y, al observarlo detenidamente, se le puso la carne de gallina. Él había tenido mucho cuidado de no dejar ningún rastro de su paso por allí. No había ni ropa ni libros. Ni un cepillo ni un peine. Nadie había fumado en la habitación, y Cassy estaba convencida de que si levantaba la almohada, no encontraría ningún pijama. Pero sabía que él había estado viviendo allí. Estaba todo ordenado con precisión matemática. Las cortinas colgaban en pliegues perfectos, seis a cada lado de la ventana. Las muñecas de encima de la cama estaban dispuestas en filas paralelas. El borde de la colcha colgaba perfectamente horizontal, a diez centímetros del suelo. Cassy se imaginó a su padre tumbado en su cama y contemplando los pósteres con las manos detrás de la nuca. Y lo vio levantarse una y otra vez para sujetar las esquinas de los pósteres que estuviesen levantadas. Había colocado cuidadosamente las figuras de porcelana china de la chica en tres filas idénticas. Y había corrido unos centímetros la silla para que quedara exactamente en el centro de la pared. Había marcado instintivamente su dormitorio, de la misma manera que un lobo marcaría su territorio. Y una reacción ã(165) también instintiva y primaria hizo que a Cassy se le erizaran los pelos de la nuca. Mientras contemplaba en silencio su habitación, una voz habló desde el cuarto del fondo. Era una voz grave y ronca. Como la de Nan, pero todavía más ronca y profunda. --¡Vamos! Ya que has venido, entra. Pasa. -----------------------------------------------ã(166)
¤ XVIII -----------------------------------------------Se parecía tanto a Nan que Cassy se quedó sin aliento en cuanto empujó la puerta para verle. Estaba sentado en la cama frente a ella y la miraba con unos ojos astutos y brillantes. Con su cara alargada, sus huesudas mejillas y sus melenas de pelo negro, parecía la viva estampa de Nan. Se asemejaba a ella hasta en los huesos del antebrazo, largos y delgados. Pero las manos eran diferentes. Las manos de Nan hubieran estado ocupadas en algo útil o apoyadas tranquilamente en su regazo. Las de él jugueteaban con el rifle que tenía sobre las rodillas, acariciando
el gatillo y moviendo el cañón hacia arriba y hacia abajo. Cassy miró el tubo de metal, que apuntaba hacia su pecho. Robert y Lyall tenían que haber encontrado su nota hacía una hora, por lo menos. ¿Cuánto tardarían aún en llegar? --¿Dónde está Nan? -preguntó. --Me la comí. Humor negro, sin sonrisas. Durante todo aquel tiempo, sus ojos no habían parado de moverse, vigilantes, en todas las direcciones: observando a Cassy por si hacía algún movimiento brusco, mirando hacia la puerta por si aparecía algún policía que la hubiese seguido. Vigilando todo un mundo hostil y peligroso. Cassy no parpadeó. --Sigue viva, ¿verdad? ã(167) --Quizá -contestó él mientras sus manos recorrían el rifle, cambiando de postura. Los ojos escrutaron a Cassy de arriba abajo-. Vamos, ¿dónde está? Cassy respiró hondo. --¿Te refieres a tu explosivo? Él asintió con la cabeza y extendió una mano. Una mano larga y huesuda con las uñas mordisqueadas. --¡Venga! -dijo-. No tengo tiempo que perder. ¡Dámelo! (Tiempo. ¿Cuánto necesitarían los otros? ¿Cuánto podría aguantar hablando con él?) --Todavía no, -contestó mirándole directamente a los ojos-. Antes tengo que ver a Nan. Así sabré si se encuentra bien. --Has venido por ella, ¿verdad? En su voz había algo inesperado. Algo inquietante. Cassy le sostuvo la mirada. --Quiero asegurarme de que no le has hecho daño. Su boca esbozó una sonrisa nada agradable. --Claro que le he hecho daño. ¿Acaso no me he pasado toda la vida haciéndole daño? -se levantó, sin apartar del pecho de Cassy la boca del arma-. Vamos. --¿Adónde...? --Al baño. Hizo un rápido gesto con el cañón del rifle, y Cassy salió al recibidor caminando de espaldas. Mientras la seguía, él levantó la mano y, sin mirar, corrió el pestillo de la puerta del piso. Ahora estaban encerrados. Cassy volvió la cabeza, retrocedió por el recibidor y abrió la puerta del baño. Al principio, creyó que Nan estaba muerta. La encontró tumbada boca arriba en la bañera, con los ojos cerrados y la cabeza torcida hacia un lado. El color de la cara era gris y enfermizo, y su boca estaba abierta de una forma grotesca por culpa de los pañuelos que la amordazaban. Unas cuerdas ã(168) atadas a las manos la sujetaban a los grifos que había encima de su
cabeza. El cañón del arma apareció por detrás de Cassy y golpeó el hombro de Nan, que abrió los ojos lenta y dolorosamente, sin fijarse en nada concreto. Como si Cassy no estuviese allí. --¿Nan? -preguntó Cassy. Eso la despertó. Levantó instantáneamente la cabeza y Cassy notó cómo se sobresaltaba al verla. Los débiles músculos de su cara se tensaron. --Mira, mamá. Ha venido. Ya te dije que vendría, -afirmó él, y empujó a Cassy hasta el borde de la bañera-. ¿Qué se siente al ver que alguien te prefiere a la dinamita plástica, mamá? Los ojos de Nan estaban inyectados de sangre y la piel de alrededor de las órbitas se hallaba amoratada. Pero la mujer miró a Cassy con más viveza que nunca. Cassy oyó cómo le costaba trabajo respirar, cómo tragaba aire con dificultad, haciendo ruido en cada inspiración. --Venga, ya está bien, -dijo él paseando el arma por la espalda de Cassy-. No puedo seguir aquí más tiempo. Dámelo. Todavía no podía decirle la verdad. Lyall y Robert debían de estar convenciendo a la policía. Y aunque los coches patrulla salieran a toda velocidad... Cassy agarró con fuerza el borde de la bañera. --¿No me vas a decir por qué lo necesitas tanto? ¿Por qué no puedes ir y coger otro? --¿Dónde? ¿En unos grandes almacenes? -Cassy volvió a sentir la presión del arma-. Cuando me encomiendan un trabajo, lo hago. Y si tengo problemas no vuelvo a pedir ayuda. Y tampoco los traiciono. Las últimas palabras iban dirigidas a Nan y fueron pronunciadas con gran desprecio. Cassy se volvió para poder mirarle directamente a los ojos. ã(169) --¿Crees que tiene que estar de tu lado sólo porque es tu madre? --Es natural que sea así. O, al menos, eso dicen. Tenía la cara muy cerca de la de ella. Cassy veía los pelos hirsutos de una barba de tres días y las gotas de sudor que le brillaban en la nariz. La rodeaba el olor de su cuerpo, penetrante, pero no familiar. De repente, Cassy se enojó. --Entonces, ¿cómo explicas tu conducta? -preguntó. --¿Mi conducta? --Yo soy sangre de tu sangre, -dijo-. Tú eres mi padre. ¿Cuándo te has ocupado de mí? --¡Ah, no es lo mismo! -exclamó, y miró de reojo a Nan-. Yo ya hacía lo que hago antes de que tú nacieses. Incluso antes de conocer a Goldie. El trabajo que yo tenía que hacer era más importante. El dolor de su mirada sorprendió a Cassy: parecía un dolor físico. --¿Como un lobo? -exclamó-. Eso es lo que dice siempre Goldie. Como un lobo que defiende su territorio -Cassy habló
en tono irónico, pero él no reaccionó. --Hasta Goldie tiene razón a veces. --¡En este caso no! -gritó Cassy con vehemencia-. Los lobos pelean, de acuerdo. Son peligrosos, temibles y astutos. Pero nunca olvidan... --¿Qué es lo que no olvidan nunca? -dijo, y acercó aún más el rostro al de su hija, de suerte que ahora casi se tocaban-. ¿Me estás echando algo en cara? <¿Me estás echando...?> Esas palabras resonaron en la mente de Cassy. Esas palabras pronunciadas por esa voz. Y despertaron un recuerdo que no creía tener. Tenía... ¿dos años?, ¿dos y medio? Estaba sentada en una silla bastante alta y metía una cuchara en un tarro de mermelada. ã(170) Y había dos caras que la miraban mientras la mermelada volaba en todas las direcciones. Nan fruncía el entrecejo. La miraba con sus ojos claros y brillantes, le quitaba la cuchara de la mano, y su blanca dentadura postiza subía y bajaba para decirle que se estuviese quieta. La otra cara que había enfrente de la de Cassy era la misma que veía ahora..., y a la vez no lo era. Sus ojos claros reían. Su voz reía también. "¿Qué me estás echando, Cassy?", decía, y una mano quitaba la mermelada de alrededor de la boca. La boca era grande y, como la de Nan, estaba abierta, pero mostraba unos dientes sucios e irregulares. <¡Oh, abuelita, qué dientes más grandes...!> --Los lobos nunca se olvidan de sus hijos, -dijo Cassy. Y de repente dejó de importarle la posibilidad de ganar tiempo. Ahora ya no le importaba nada esperar a que llegasen Robert y Lyall, ni siquiera le importaba salvar a Nan. Las preguntas eran más importantes que cualquier otra cosa. --¡Te olvidaste de mí por completo! Cuando era pequeña solías jugar conmigo. ¿Por qué dejaste de hacerlo? ¿Por qué Nan empezó a mandarme lejos? --¡Por Dios, Cassy! -la cogió del hombro y la sacudió con fuerza-. No grites. --Eso es lo único que te preocupa. No quieres saber nada de mí, ¿verdad? Intentó decir algo más, pero se le hizo un nudo en la garganta. Intentó darse la vuelta, pero él seguía sujetándola. --¿Crees que es fácil? -le susurró con vehemencia-. A veces tienes que tomar decisiones que te hacen pedazos. Cuando aprendiste a hablar, era muy arriesgado. Podías ir a cualquier parte y balbucear que yo estaba aquí... Clavó los dedos en el hombro de Cassy, pero ella seguía sin darse por satisfecha. ã(171) --¡Necesitaba saber algo de ti! -gritó-. Y lo único que hiciste fue alejarme de tu lado. Nunca lo habrías hecho si...
Y entonces recordó otra imagen. No era un recuerdo viejo, sino algo que había visto recientemente en el vídeo de Lyall. Era la imagen de unos lobeznos que, torpes y medio dormidos, se restregaban contra el hocico de unos lobos adultos y apretaban sus tiernas cabecitas contra aquellos afilados colmillos, esperando que les diesen de comer. --¡Nunca lo habrías hecho si hubieras sido un lobo! -gritó fuera de sí. No tenía sentido decir nada más. No necesitaba deletreárselo. Mirándole a los ojos, pudo advertir que él sabía todo sobre los lobos y sus cachorros. Sobre la manera de jugar con ellos, de cuidarlos y de alimentarlos con su propia comida. Lo sabía... y no podía evitarlo. Cassy le vio levantar el cañón del rifle y dar un paso atrás para poder apoyarlo contra su pecho. --¡Ya hemos hablado bastante! -gritó él salvajemente-. Ahora dame el explosivo. Cassy cerró los ojos y apretó los puños. --¿Qué es tan importante para ti? ¿Qué consideras tan importante como para atar a tu propia madre y disparar contra tu hija? Vamos, Mick el Lobo, dímelo. De repente se quedó todo en silencio. Cuando volvió a abrir los ojos, Cassy vio que las manos de él habían dejado de mover el arma. Nan tenía la cara rígida e inexpresiva, como si todas sus arrugas hubiesen sido esculpidas en granito. --Dímelo, -insistió Cassy, ahora con más suavidad. Durante un segundo, su padre la miró, y ella se dio cuenta de que estaba buscando las palabras adecuadas. Parecía una criatura de otro planeta intentando explicarle cómo era su mundo. Pero antes de que pudiese decir nada, se oyó correr por la galería a alguien que llevaba zapatos de tacón; luego sonó ã(172) el timbre de la puerta. Inmediatamente, el rifle golpeó el pecho de Cassy, y su padre le ordenó con un gesto brusco mantenerse callada. Volvió a sonar el timbre. Después se hizo un silencio y Cassy contuvo la respiración: sabía lo que venía a continuación, pero no se atrevía a creerlo. Y sucedió. Dos timbrazos más. Las manos se tensaron sobre el arma, y él miró hacia el recibidor. Mientras pensaba si podía fiarse de la contraseña, alguien abrió la rendija del buzón. --¡Mick! Soy yo. Déjame entrar. Te traigo lo que querías. Era Goldie. La mente de Cassy se pobló de imágenes que encajaban perfectamente y con claridad meridiana. Goldie en su cuarto al volcarse la bolsa. "¿Qué es esa cosa amarilla, Cassy?" Goldie en el jardín de atrás, buscando a Mick... Goldie en el quicio de la puerta, y Cassy chillando asustada por la máscara. "Esa
máscara es muy peligrosa... por lo que le pusimos dentro". Goldie con esparadrapo en el bolso... Goldie había cogido el explosivo. Para su querido Mick. La voz seguía llamando por el buzón. --¡Date prisa! ¡Tenemos poco tiempo! Con la boca del rifle frente al pecho, Cassy apenas se atrevía a decir nada, pero murmuró amable y quedamente: --Si sigue gritando, la señora Ramage saldrá a ver qué pasa. Los ojos de él recorrieron el cuarto de baño. Luego cogió a Cassy del brazo, la empujó hasta el recibidor, cerrando tras de sí la puerta del baño, y la llevó con rudeza hacia la puerta de entrada. --Ábrele, -le susurró-. Pero hazlo deprisa. Y no olvides que yo estoy en el salón con el arma. Aquello encajaba. Por eso no se había puesto al teléfono Nan. Con un rifle apuntándole a los riñones, incluso ella había tenido que acatar las órdenes. ã(173) Cassy esperó hasta que él desapareció de su vista, dejando la puerta entreabierta. Entonces cruzó el recibidor y, a través del cristal, pudo ver una mancha borrosa, que debía de ser Goldie. Con cuidado, descorrió el cerrojo y abrió la puerta. Goldie estaba de pie en el balcón. Al ver a Cassy, su rostro se iluminó de alegría y alivio. Cassy notó algo raro y vaciló un segundo. Luego advirtió que Goldie llevaba algo entre las manos. Era algo cristalino, que reflejó en el oscuro recibidor la luz del apartamento de al lado y brilló como un rayo de luz en el claro de un bosque. <¿Me la das, Cassy? Por favor. No tengo ninguna foto de Mick... y yo siempre quise que fuésemos una verdadera familia>. La fotografía. Las manos de Cassy se movieron con la rapidez del rayo y cogieron el marco. Durante un instante, la muchacha sintió en las yemas de los dedos el tacto del explosivo pegado al reverso del marco y los bordes ásperos del esparadrapo que lo sujetaba. Entonces lo lanzó al patio por encima de la galería con toda la fuerza que pudo. Diez metros más abajo se rompió el cristal, y la masa brillante amarilla se estrelló contra el cemento. En ese preciso instante, Goldie la cogió de los brazos y la tiró al suelo, al tiempo que oía cómo el rifle disparaba a su espalda. La bala atravesó el hombro de Cassy y pasó silbando entre los policías que pasaban corriendo junto a ella e invadían el apartamento como una oleada de azul marino. Goldie abrazó a Cassy entre sollozos. --¡Creía que no íbamos a llegar a tiempo! ¡Han sido muy lentos! ¡No habría podido soportarlo! Cassy apoyó la cabeza en el hombro de Goldie y oyó confusamente cómo la señora Ramage hablaba desde lejos con los policías que se llevaban a su padre: ã(174) --¡Tendrían que estar todos encerrados! ¡Son todos unos
salvajes! --¿No sabías que lo tenía Goldie? -preguntó Robert-. Creí que habías huido para recuperarlo. Cassy negó con la cabeza. Apoyándose en los barrotes, miró hacia donde estaban los lobos. --¿Por qué iba a dármelo? --¡Oh, vamos! Es tu madre, ¿sabes? --Pero lo robó para él... --Claro. Pero perdió el control cuando se enteró de que te habías ido. Cogió el explosivo, nos llevó a la policía y los convenció para tenderle una trampa. Tenía mucho miedo de que te matara. Cassy miró a los lobos, que, grandes y pálidos, caminaban sin cesar sobre la tierra desnuda. --A mí también me importa mucho ella. Mucho más de lo que yo misma creía. Sólo que... es tan difícil de aceptar. Goldie, Nan y... él. ¿Qué voy a hacer ahora? Robert sonrió. --¿Necesitas planificar en este instante todo el resto de tu vida? Tómate un respiro, Cassy. Cuando la abuela Phelan salga del hospital, seguro que querrá que vuelvas con ella. Y Goldie seguirá siendo Goldie. Sólo que... --Sólo que ahora estará bien, -asintió Cassy en voz baja-. ¿Y qué será de... él? --De eso no tienes que preocuparte. No saldrá de la cárcel en muchos años, hasta que seas adulta. Puedes olvidarte de él. Cassy recorrió con el dedo uno de los barrotes. Pero no dijo nada. Simplemente contempló cómo los lobos, vigilantes, daban vueltas dentro de su jaula. --Ellos también se irán pronto, -dijo Robert siguiéndolos ã(175) con la vista-. Ya no tendrás que pensar en el Lobo Feroz. Se lo ha dicho a Lyall la vigilante: como no hay bastantes, los van a trasladar. --¿Y lo único que tendremos que hacer es vivir felices para siempre? -dijo Cassy, y sonrió. "... y vivieron felices para siempre". Nan cerró el libro y se inclinó sobre la cuna para darle a Cassy un beso fugaz. --¿Y qué le pasó al lobo? -preguntó Cassy. --¡Oh! Se fue muy lejos, querida. Y nunca más tuvieron que preocuparse de él. --¿Y no le importó a él? --¡Ya es suficiente! -dijo Nan bruscamente-. Si sigues pensando cosas así, tendrás pesadillas. Cierra los ojos y duérmete, como una niña buena, -corrió las cortinas, apagó la luz, salió y cerró la puerta tras de sí. Echada en la cuna con los ojos abiertos y mirando la oscuridad,
Cassy empezó a redactar mentalmente una carta: <Querido lobo, no vuelvas a desaparecer en el bosque oscuro. Necesito saber más de ti. Quizá pueda ir a visitarte, o... o...> Sus párpados se fueron cerrando lentamente. Sabía que no acabaría de escribir la carta en aquel sueño, pero le daba lo mismo. Ya la escribiría cuando se despertase. -----------------------------------------------------------------------------------------------
¤ FIN DEL VOLUMEN II ¤ Y DE LA OBRA ------------------------------------------------