Cristo no es judío

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Cristo no es judío Houston Stewart Chamberlain


Cristo no es judío Houston Stewart Chamberlain

El presente texto pertenece al capítulo III de la célebre obra del autor Fundamentos del siglo XIX

1899


“Dijéronle ellos: Nosotros no somos nacidos de fornicación, tenemos por padre a Dios. Díjoles Jesús: ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? ¿Por qué no podéis oír mi palabra? Vosotros tenéis por padre al diablo, y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él es homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad porque la verdad no estaba en él.” (Evangelio de San Juan, VII) “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, más por dentro llenos de huesos de muertos y de toda suerte de inmundicias! Así también vosotros por fuera parecéis justos a los hombres, más por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Serpientes, raza de víboras!” (Evangelio de San Mateo, XXIII)


Índice Introducción......................................................................................................................1 Los galileos........................................................................................................................2 Religión.............................................................................................................................8 Cristo no es judío.............................................................................................................10 Religión histórica.............................................................................................................14 La voluntad en los semitas...............................................................................................18 Profetismo........................................................................................................................21 Cristo, un judío.................................................................................................................21 El siglo XIX.....................................................................................................................22 Notas................................................................................................................................24


Introducción Ante nuestros ojos se halla una imagen incomparable; esta imagen es la herencia que hemos recibido de nuestros padres. La importancia histórica del cristianismo no se puede apreciar y juzgar exactamente sin el conocimiento preciso de esta imagen: en cambio no es válido lo contrario, y la figura de Jesucristo hoy está más bien oscurecida y lejana, a raíz de la evolución histórica de las Iglesias, que descubierta a nuestro ojo perspicaz. Observar esta figura solamente a través de un dogma limitado por tiempo y lugar, significa ponerse voluntariamente anteojeras y restringir la visión sobre lo divinamente eterno a una pequeña medida. De todos modos, precisamente la imagen de Cristo apenas es tocada por los dogmas eclesiásticos: todos ellos son tan abstractos que no proporcionan punto de sostén a la razón ni al sentimiento: es válido para ellos en general lo que un testigo no capcioso, San Agustín, dice del dogma de la Trinidad: “Hablamos por consiguiente de tres personas, no porque nos hagamos la ilusión de haber dicho algo con eso, sino simplemente porque no podemos callar.” (1) Seguramente no es una falta al respeto debido cuando decimos: no las Iglesias forman el poder del cristianismo, sino que éste lo constituye sola y exclusivamente aquella fuente de la cual las Iglesias mismas toman su fuerza: la vista del hijo del hombre crucificado. Separemos, pues, la imagen de Cristo sobre la Tierra de todo cristianismo histórico. ¿Qué son, pues, téngase en cuenta, nuestros diecinueve siglos para la incorporación de semejante vivencia, para la transformación que penetra las capas de la humanidad mediante una cosmovisión nueva desde la base? ¡Piénsese que se tardó más de dos milenios antes de que la estructura matemáticamente probable del cosmos, que puede ser imaginada por los sentidos, llegara a ser una propiedad firme y general del saber humano! ¿No es verdad que el intelecto con sus ojos y su infalible breviario de 2 x 2 = 4, es más fácil de modelar que el corazón ciego, eternamente seducido por el egoísmo? Ahora nace un hombre y vive una vida por la cual el criterio de la importancia ética del ser humano, la cosmovisión moral en su totalidad, sufren una completa modificación, con lo cual, al mismo tiempo, la relación del individuo consigo mismo, su relación hacia la naturaleza circundante, debe recibir un enfoque anteriormente insospechado, de tal modo que todos los motivos de acciones e ideales, todas las ansias del corazón y toda esperanza deben ahora ser transformados y construidos de nuevo ¡desde el fundamento! ¿Y se piensa que esto puede ser la obra de algunos siglos? ¿Se piensa que esto puede ser producido por malentendidos y mentiras, por intrigas políticas y concilios ecuménicos, por el mandato de reyes localmente ambiciosos y frailes codiciosos, por tres mil tomos de demostración escolástica, por el fanatismo religioso de almas campesinas obtusas y el noble celo de algunos pocos más excelentes, por guerra, asesinato y hoguera, por códigos burgueses e intolerancia social? Yo por mi parte no lo creo. Creo más bien que estamos aún lejos, muy lejos del momento en que el poder reformador de la imagen de Cristo se hará valer en su plena dimensión sobre la humanidad civilizada. Aunque nuestras Iglesias en su forma actual quedasen aniquiladas, la idea cristiana resaltaría sólo tanto más potentemente. En el noveno capítulo mostraré como nuestra visión germana del mundo va impulsada en esta dirección. El cristianismo camina aún sobre pies de niño, apenas nuestra torpe mirada vislumbra su adultez. ¿Quién sabe si no llegará el día en que la sangrienta historia -1-


eclesiástica de los primeros dieciocho siglos cristianos sea considerada como la historia de las aciagas enfermedades de la infancia del cristianismo? No nos dejemos, pues, enturbiar el juicio al considerar la imagen de Cristo por ninguna clase de simulacros históricos ni tampoco por las opiniones transitorias del siglo XIX. Estamos convencidos de que precisamente de esta única herencia sólo nos hemos incautado de la mínima parte; y, si queremos saber lo que ha significado para todos nosotros - tanto da si cristianos o judíos, creyentes o no creyentes, indistinto si somos conscientes de ello o no - entonces tapémonos por ahora los oídos contra el caos de los dogmas religiosos y las blasfemias infamantes de la humanidad, y alcemos por lo pronto la mirada hacia la imagen más incomparable de todos los tiempos. En este capítulo no podré menos que observar con examen crítico mucho de lo que forma la base racional de distintas religiones. Pero como dejo intacto lo que yo mismo guardo como santuario en el corazón, así espero también no llegar a herir a ninguna otra persona sensata. La imagen histórica de Jesucristo puede ser separada de toda significación sobrenatural que le es inherente como se puede y debe practicar física sobre base puramente material, sin por eso haber derribado a la metafísica de su trono. De Cristo, por cierto, difícilmente se puede hablar sin rozar de tanto en tanto el terreno del más allá; pero la fe, como tal, no necesita ser tocada, y cuando procedo como historiador lógicamente y convincentemente, entonces acepto gustoso las distintas refutaciones que el lector saca no de su intelecto, sino de su alma. Consciente de ello, hablaré con la misma franqueza en el siguiente capítulo que en los precedentes.

Los galileos En interés de análisis futuros se impone a la imagen de Cristo no solamente en su pureza inmaculada de todo lo circundante, sino también en su relación con ese medio ambiente. Muchos fenómenos importantes del pasado y del presente son, de lo contrario incomprensibles. No es de ninguna manera indiferente si mediante un agudo análisis adquirimos conceptos precisos acerca de lo que en esta figura es judío y lo que no lo es. En cuanto a esto impera desde los comienzos de la era cristiana y hasta el día de hoy, y desde los bajos niveles del mundo intelectual hasta sus cimas más altas, una desesperante confusión. No solamente una figura tan excelsa era fácil de captar y apreciar en su tiempo, sino que todo convergió para borrar y adulterar sus verdaderos rasgos: idiosincrasia religiosa judía, misticismo sirio, ascetismo egipcio, metafísica helénica, pronto también tradiciones estatales y pontificias romanas, agregado a ello la superstición de los bárbaros; no hubo malentendido ni incomprendida que no participasen en la obra. En el siglo XIX, por cierto, muchos se han dedicado al desenredo de esta situación, pero sin que yo sepa, alguno haya logrado extraer de la masa de hechos los pocos puntos principales y ponerlos ante los ojos de todos. Es que contra el prejuicio y la prevención no protege ni siquiera la honesta erudición. Queremos intentar aquí, si bien lamentablemente sin conocimientos especializados, pero también sin prejuicio, investigar en qué medida Cristo pertenecía a su entorno y se valía de sus conceptos, en qué se diferenciaba y se elevaba inconmensurablemente sobre él; sólo de esta manera puede lograrse extraer la personalidad en su plena dignidad autónoma más allá de todas las contingencias. Preguntémonos, pues, por lo pronto: ¿era Cristo un judío en cuanto a la pertenencia a -2-


la rama étnica? Esta pregunta tiene a primera vista algo de mezquino. Ante semejante imagen las peculiaridades de las razas desaparecen. ¡Un Isaías sí! Por mucho que descuelle frente a sus contemporáneos, sigue siendo judío totalmente, ni una palabra que no brote de la historia del espíritu de su pueblo; también allí donde despiadadamente pone al desnudo y condena lo característicamente judío, se acredita - precisamente en esto - como judío: en Cristo no hay ni vestigio de esto. ¡Oh, nuevamente un Homero! Este despierta, el primero, al pueblo helénico a la conciencia de sí mismo; para poder hacerlo, debió albergar en el propio pecho la quintaesencia de todo helenismo. ¿Dónde, empero, está el pueblo que despertado por Cristo a la vida se hubiera ganado por ello el precioso derecho - y aunque viviese en las antípodas - de calificar a Cristo como suyo? ¡De cualquier modo no en Judea! Para el creyente Jesús es el hijo de Dios, no de un ser humano; para el no creyente será difícil encontrar una fórmula que designe el hecho a la vista de esta personalidad incomparable en su inexplicabilidad, de una manera tan breve y expresiva. Es que existen manifestaciones que no pueden ser incorporadas al complejo de representaciones del intelecto sin un símbolo. Esto en cuanto a la cuestión principal y para alejar de mí toda sospecha de que pudiera navegar sujeto al cabo de remolque de aquella escuela histórica chata que emprende la tarea de explicar lo inexplicable. Es cosa distinta instruirnos sobre el medio histórico de personalidad solamente para ver ésta con una mayor claridad. Si hacemos esto, entonces la respuesta a la pregunta ¿fue Cristo un judío? de ninguna manera es sencilla. Según la religión y la educación lo fue sin ninguna duda; según la raza - en el sentido más limitado y propio de la palabra judío con la mayor probabilidad no. El nombre Galilea (de gelil haggoyim) significa comarca de los paganos. Parece que esta parte del territorio, tan alejada del centro espiritual, nunca se había mantenido tan pura, ni siquiera en los viejos tiempos en que Israel aún era fuerte y unido y en que servía a las tribus Neftalí y Zebulón como patria. De la tribu Neftalí se refiere que originariamente era de procedencia muy mezclada y si bien la población primitiva no-israelita se mantuvo en todo el ámbito de Palestina, esto no sucedió en ninguna parte en tan grandes masas como en las masas del norte. (2) A ello se agregaba otra circunstancia. Mientras que la restante Palestina por su situación geográfica está en cierto modo separada del mundo, ya cuando los israelitas ocuparon el país existía una vía de comunicación del lago Genesaret a Damasco. Y Tiro y Sidón podían ser alcanzadas más rápidamente desde allí que Jerusalén. Y así vemos a Salomón ceder una considerable parte de esta comarca de los paganos, como ya entonces se llamaba (Libro I de los Reyes, IX, 11), con veinte ciudades al rey Tiro en pago de sus suministros de cedros y abetos y de los ciento veinte quintales de oro que éste había entregado para la construcción del templo; tan poco caro era al rey de Judea este país a medias poblado por extranjeros. El rey Tirio Hiram debió encontrarlo en general poco poblado, ya que aprovechó la ocasión para radicar en Galilea a distintos pueblos extranjeros. (3) Después vino, como es sabido, la separación en dos reinos y desde esa época, es decir, desde mil años antes de Cristo se produjo sólo transitoriamente, de vez en cuando, una conexión más estrecha, política, entre Galilea y Judea, y sólo ésta, no una comunidad de la fe religiosa, promueve una fusión de los pueblos. También en tiempos de Cristo Galilea estaba separada totalmente de Judea desde el punto de vista político, de tal modo que estaba con respecto a ésta en la situación de un país extranjero. (4) Pero entretanto había ocurrido algo que debió eliminar el carácter israelita de esta región norteña casi por completo: 720 años a.C. (o sea alrededor de un siglo y -3-


medio antes del cautiverio babilónico de los judíos), el reino norteño de Israel fue devastado por los asirios y su población - presuntamente en su totalidad, de todos modos en gran parte - deportada: y ello a distintas y alejadas comarcas del reino, en las que en poco tiempo se fusionó con los habitantes y, en consecuencia, desapareció completamente. (5) Al mismo tiempo fueron trasladadas tribus extranjeras, de zonas apartadas, para su afincamiento en Palestina. Los eruditos sospechaban, empero, (sin poder dar seguridades al respecto) que una considerable fracción de la anterior población mestizada con sangre israelí, había quedado en el país, pero de todos modos ella no se mantuvo separada de los extranjeros, sino que se diluyó en ellos. (6) El destino de estos países fue por consiguiente, muy diferente al de Judea. Porque cuando más tarde también fueron llevados los judíos, su país quedó por así decirlo vacío, poblado sólo por pocos campesinos autóctonos, de tal modo que al regreso del cautiverio de Babilonia, en el cual además habían conservado la pureza de su raza, los judíos pudieron sin dificultad seguir manteniendo esta pureza. Galilea, por el contrario, y los países adyacentes habían sido, como queda dicho, colonizados sistemáticamente por los asirios, y, como se desprende de los informes bíblicos aparentemente de sectores muy distintos de este enorme reino, entre otras del norte montañoso de Siria. En los siglos previos al nacimiento de Cristo inmigraron, asimismo, muchos fenicios y también numerosos griegos. (7) Conforme a estos últimos hechos hay que presumir que también sangre aria pura fue trasplantada allí; pero es seguro que se produjo una gran mezcla de las más diversas razas, y que los extranjeros se habrían asentado en mayor número en la Galilea, más accesible y además más fértil. El Antiguo Testamento mismo cuenta con subyugante ingenuidad como estos extranjeros originariamente llegaron a conocer el culto de Yahvé (Libro II de los Reyes, XVII, 24 y sig.), y en el país despoblado se multiplicaron las fieras; se tomo esta plaga como una venganza del dios local descuidado (versículo 26); pero no había nadie que hubiese sabido como éste quería ser venerado: así los colonos mandaron enviados al rey de Asiria y solicitaron un sacerdote israelita del cautiverio, y éste vino y les enseñó el culto del dios local. De este modo los habitantes de la Palestina norteña, a partir de Samaria, se convirtieron en judíos en cuanto a la fe, también aquellos de entre ellos que no tenían ni una gota de sangre israelita en sus venas. En épocas posteriores pueden muy bien haberse afincado allí algunos genuinos judíos; pero probablemente sólo como extranjeros en las ciudades mayores ya que una de las cualidades más dignas de admiración de los judíos - en especial a partir de su regreso del cautiverio, donde también se presenta por primera vez el concepto nítidamente circunscrito, de judío como designación para una religión (véase el Libro de Zacarias, VII, 23) - fue su preocupación de mantener pura la raza; un matrimonio entre judío y galileo era inconcebible. Sin embargo, también éstos núcleos judíos en medio de la población extranjera fueron completamente eliminados de Galilea no mucho tiempo antes del nacimiento de Cristo. Simon Tharsi, uno de los macabeos fue el que, después de una campaña exitosa en Galilea contra los sirios, reunió a los judíos que vivían allí y los determinó a emigrar y a asentarse todos sin excepción en Judea. (8) Y el prejuicio contra Galilea siguió siendo tan grande entre los judíos que, cuando Herodes Antipas hubo construido durante la juventud de Cristo la ciudad de Tibeias y quiso introducir a los judíos allí, no lo logró ni mediante promesas, ni por la fuerza. (9) No existe, pues, como se ve, ni el menor motivo para admitir que los padres de Jesucristo hayan sido, en cuanto a la raza, judíos. En el ulterior transcurso de la evolución histórica tuvo lugar algo para lo cual se podía mostrar más de una analogía en la Historia: entre los habitantes de la Samaria, situada -4-


más al sur e inmediatamente adyacente a Judea, que sin duda por la sangre y el intercambio estaban mucho más próximos a los judíos propiamente dichos que los galileos, se conservó la tradición de la repugnancia y de la envidia de los israelitas del norte contra los judíos: los samaritanos no reconocieron la supremacía eclesiástica de Jerusalén y eran de ahí tan odiosos a los judíos como heréticos que no estaba permitido ningún trato con ellos: ni un pedazo de pan podía el ortodoxo tomar de sus manos, era considerado como si hubiera comido carne de cerdo. (10) Los galileos, en cambio, que para los judíos eran directamente extranjeros y como tales despreciados y mantenidos excluidos de ciertas ceremonias religiosas, eran sin embargo judíos estrictamente ortodoxos y frecuentemente hasta fanáticos. Querer ver en ello una prueba de su origen, es insensato. Es exactamente lo mismo que si quisiera identificar a la población eslava genuina de Bosnia o los más puros indoarios de Afganistán etnológicamente con los turcos porque son mahometanos ortodoxos mucho más devotos y fanáticos que los auténticos otomanos. La expresión judío designa a una raza humana determinada, mantenida sorprendentemente pura, sólo en segundo término e impropiamente a los que profesan una religión. Tampoco puede ser de ninguna manera que se equipare el concepto judío como últimamente sucede con frecuencia, con el concepto semita; el carácter nacional de los árabes, por ejemplo, es absolutamente distinto al de los judíos. Sobre esto volveré en el capítulo V de la presente obra; entretanto, llamo la atención sobre el hecho de que también el carácter nacional de los galileos contrastaba esencialmente con el de los judíos. Consúltese la historia que se quiera de los judíos, la de Ewald, de Graetz o de Renán, y en todas partes se encontrará que los galileos se diferenciaban por su carácter de otros habitantes de Palestina; se los califica de hombres coléricos, de idealistas energéticos, de hombres de acción. En los largos disturbios con Roma, antes y después de la época de Cristo, los galileos son por lo general, el elemento propulsor y a los que únicamente la muerte vencía. Mientras que las grandes colonias de judíos genuinos estaban en excelente relación, en Roma y Alejandría, con el imperio pagano, donde llevaban la buena vida como intérpretes de sueños, (11) ropavejeros, mercachifles, prestamistas, actores, consejeros legales, comerciantes, eruditos, etc., en la lejana Galilea, aún en época de César, Ezekia el Galileo osó levantar su bandera de la rebelión religiosa. A él siguió el famoso Judas el Galileo, con el lema: “¡Dios sólo es Señor, la muerte es indiferente, la libertad uno y todo!” (12) Luego se formó en Galilea el partido de los sicarios (es decir, cuchilleros), no muy distintos de los actuales thugs indios; su jefe más importante, el galileo Menahem, aniquiló en tiempos de Nerón la guarnición romana de Jerusalén, y en agradecimiento, bajo el pretexto de que había querido hacerse pasar por el Mesías, fue ajusticiado por los mismos judíos; también los hijos de Judas fueron clavados en la cruz como agitadores peligrosos para el Estado (y ello por un procurador judío); Juan de Giachala, una ciudad en la extrema frontera norte de Galilea, dirigió la desesperada defensa de Jerusalén contra Tito, y la serie de héroes galileos fue cerrada por Eleaser, quien durante años después de la destrucción de Jerusalén se mantuvo atrincherado con una pequeña tropa en las montañas donde, cuando la última esperanza se había perdido, mataron primero a sus mujeres e hijos y luego se mataron a sí mismos, (13) En estas cosas se manifiesta, evidentemente, un carácter nacional especial, diferente. Con frecuencia también se refiere que las mujeres de Galilea habrían poseído una belleza sólo peculiar a ellas; los cristianos de los primeros siglos hablan además, acerca de su gran bondad y su amabilidad en su trato con adherentes de otras religiones, en contraste con el soberbio desprecio de que eran -5-


objeto por parte de las judías genuinas. Este carácter nacional tuvo, empero, otra precisa particularidad: la lengua. En Judea y en los países limítrofes se hablaba en tiempos de Cristo el arameo; el hebreo ya era una lengua muerta, que únicamente seguía viviendo en las escrituras sagradas. Ahora bien: se refiere que los galileos habrían hablado un dialecto del arameo tan peculiar y extraño, que se los reconocía a la primera palara; “Tu lengua te traiciona” dicen los siervos del Sumo Sacerdote a Pedro. (14) El hebreo se dice, no eran capaces de ninguna manera de aprenderlo, en especial sus sonidos guturales eran para ellos un obstáculo insalvable, de tal modo que a los galileos por ejemplo, no se los podía admitir para recitar las oraciones, porque su pronunciación descuidada causaba risa. (15) Este hecho prueba una diferencia física en la construcción de la laringe y por sí sólo haría suponer que se había producido un fuerte agregado de sangre no-semita; porque la riqueza en sonidos guturales y la virtuosidad en usarlos es un rasgo común a todos los semitas. (16) De esta cuestión - ¿fue Cristo un judío según la raza? - he creído haber tenido que ocuparme con cierta amplitud, porque en ninguna obra he encontrado reunidos claramente los hechos concernientes a ello. Hasta en una obra objetivamente científica, no influenciada por ninguna clase de intenciones teológicas, como la de Albert Réville, (17) el conocido profesor de investigación religiosa comparada en el collège de Francia, la palabra judío se emplea a veces para la raza judía, a veces para la religión judía. Leemos por ejemplo: “Galilea estaba habitada en su mayor parte por judíos, pero había también paganos sirios, fenicios y griegos.” Aquí por lo tanto, judío significa el que venera al dios local de Judea, indistintamente del origen racial. En la página siguiente, empero, se habla de una raza aria en contraste con una nación judía, aquí por tanto, judío designa un tronco humano determinado, estrechamente limitado y mantenido puro durante siglos. Y seguidamente hace la profunda observación: la cuestión si Cristo es de origen ario, es ociosa; un hombre pertenece a la nación en cuyo medio se ha criado. ¡Esto se llamaba ciencia en el año del Señor de 1896! En las postrimerías del siglo XIX un erudito aún no debía saber que la forma de la cabeza y la estructura del cerebro tienen una influencia del todo decisiva sobre la forma y la estructura de los pensamientos, de tal modo que la influencia del entorno, por grande que sea la importancia que se le asigne, está sin embargo limitada por ese hecho inicial de las disposiciones físicas a determinadas capacidades y posibilidades, con otras palabras, que están señalados caminos determinados; no debía saber que precisamente la figura del cráneo pertenece a aquellos caracteres que son transmitidos por herencia, de modo que mediante mediciones craneológicas se distinguen las razas y aún después de siglos de mestización los integrantes primitivos que se manifiestan atávicamente son revelados al investigador que podía creer que la así llamada alma tiene su asiento fuera del cuerpo al que lleva de la nariz como un muñeco! ¡Oh Edad Media! ¿Cuándo se apartará tu noche de nosotros? ¿Cuándo comprenderán los hombres que la figura no es un accidente sin importancia sino una expresión del ser más íntimo? ¿Qué justamente aquí, en este punto, los dos mundos del interior y del exterior, de lo visible y de lo invisible, se tocan? Denominé a la personalidad humana el mysterium magnum de la existencia; ahora bien: en su imagen visible este milagro insondable se presenta a la vista y al intelecto escudriñador. Y de la misma manera que las posibles figuras de un edificio están determinadas y limitadas por la naturaleza del material en construcción en aspectos esenciales, así también la posible figura de un ser humano, la interior y la exterior, está determinada en aspectos sustanciales por los elementos constructivos -6-


heredados, de los cuales se hace la composición de esta nueva personalidad. Seguramente puede suceder que se dé una significación abusiva al concepto de raza: con ello se menoscaba la autonomía de la personalidad y se corre el peligro de subestimar el gran poder de las ideas; además, la cuestión racial es infinitamente más complicada que lo que cree el profano, pertenece eternamente al terreno de la antropología y no puede ser solucionada por sentencias de lingüistas e historiadores. Pero, con todo, no puede ser que se deje simplemente de lado la raza como quantité négligeable; menos puede ser que se enuncie algo directamente acerca de la raza y permitir que semejante mentira histórica llegue a cristalizar sí, en un dogma incontrovertible. El que sostiene la aserción de que Cristo fue un judío, es o bien ignorante o falta a la verdad: ignorante, si hace una mezcla confusa de religión y raza, falta a la verdad, si conoce la historia de Galilea y mitad calla y mitad desfigura los hechos sumamente enredados a favor de sus prejuicios religiosos o aún para mostrarse complaciente al poderoso judaísmo. (18) La probabilidad que Cristo no fue un judío, que no tenía una gota de sangre judía en las venas, es tan grande que casi equivale a una certeza. ¿A qué raza pertenecía? A esto no se puede dar ninguna respuesta. Como el país estaba situado entre Fenicia y Siria, impregnada en su porción sudoeste de sangre semita, además quizá no estaba del todo limpio de su anterior población mestizada con israelíes (pero nunca con judíos), la probabilidad de un árbol genealógico preponderantemente semita es grande. Pero el que ha echado aunque sea sólo un vistazo a la Babel de razas del reino asirio, (19) y luego se entera de que de las partes más diversas de este reino se trasladaron colonos a aquel anterior hogar de Israel, no tendrá pronta la respuesta. Es bien posible que en algunos de estos grupos de colonos existiese una tradición de casarse entre ellos, con lo que entonces una rama étnica se habría mantenido pura; pero que esto haya sido realizado durante más de medio milenio, es casi increíble pues precisamente por el traspaso al culto judío se iban borrando paulatinamente las diferencias étnicas, que al comienzo (Libro II de los Reyes, XVII, 29) habían sido mantenidas por costumbres religiosas patrias. En épocas posteriores inmigraron además, como hemos oído, griegos; de todos modos pertenecían a las clases más pobres y por supuesto adoptaron de inmediato el dios local. Sólo una afirmación podemos dejar sentada, por lo tanto, sobre sano fundamento histórico: en toda aquella parte del mundo había una única raza pura, una raza que mediante estrictas prescripciones se protegía de toda mezcla con otros pueblos, la judía; que Jesucristo no pertenecía a ella, puede ser considerado como seguro. Toda ulterior aseveración es hipotética. Este resultado aunque puramente negativo es de gran valor; significa un importante aporte al exacto conocimiento de la imagen de Cristo, y con ello también para la comprensión de su influencia hasta el día de hoy y para el desenredo del ovillo terriblemente embrollado de conceptos, contradictorio e ideas erróneas, que se ha enlazado alrededor de la sencilla, transparente verdad. Pero ahora debemos calar más hondo. La pertenencia exterior es menos importante que la interna; recién ahora llegamos a la cuesti6n decisiva: ¿hasta qué punto Cristo pertenece como manifestación al judaísmo, hasta que punto no? Para constatar esto, de una vez por todas, habremos de efectuar una serie de importantes distinciones para las cuales ruego al lector la más plena atención.

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Religión Por lo general, y hasta quizá sin excepción, la situación es presentada de tal manera como si Cristo fuera el que ha llevado a su culminación al judaísmo, o sea, a las ideas religiosas de los judíos. (20) Aún los judíos ortodoxos, si bien no pueden venerar en el tal supuesto carácter, lo ven, pese a todo, una rama lateral de su árbol y contemplan con orgullo todo el cristianismo como un apéndice del judaísmo. Esto es un error del cual estoy profundamente convencido; es una idea fija, de esas opiniones que asimilamos con la leche materna, acerca de la cual, tanto el librepensador como el ortodoxo adicto de la iglesia están imbuidos. Ciertamente, Cristo estaba en una relación inmediata con el judaísmo, y la influencia del judaísmo, por lo pronto, sobre la formación de su personalidad, y en medida aún mucho mayor sobre el origen y la historia del cristianismo, es tan grande, precisa y esencial que todo intento de negarla debería conducir a absurdos; pero esta influencia es solo en la mínima parte una influencia religiosa. Ahí está el núcleo del error. Estamos habituados a considerar al pueblo judío como al pueblo religioso par excellence: en verdad es un pueblo (en comparación con las razas indoeuropeas) absolutamente atrofiado en el plano religioso. En este sentido se ha producido en los judíos lo que Darwin llama arrest of development (detención del desarrollo), una atrofia de las disposiciones. Por lo demás, todas las ramas del tronco semita, en muchos aspectos ricamente dotados, desde siempre fueron notablemente pobres en instinto religioso; es aquella dureza de corazón, de la cual se quejan constantemente los hombres más destacados de entre ellos. (21) ¡Cuán distinto es el ario! Ya de acuerdo al testimonio de los más antiguos documentos (que son muy anteriores a todos los judíos) lo vemos ocupado, siguiendo un oscuro impulso que lo acucia a indagar en su propio corazón. Este ser humano es alegre, ebrio de vida, ambicioso, despreocupado, bebe y juega, caza y roba; repentinamente, empero, se llama a la reflexión: el gran misterio de la existencia lo cautiva por completo, sin embargo, no como un problema puramente racionalista de dónde viene este mundo - de dónde provengo yo - a lo cual habría que dar una respuesta puramente lógica (y por ello insuficiente), sino como una necesidad vital inmediata, perentoria. No comprender, sino ser: es a esto a lo que se siente impulsado. No el pasado con su letanía de causa y efecto, sino el presente, el presente de eterna duración, cautiva su reflexión asombrada. Y solo - eso lo siente - si a todo lo que lo rodea ha tendido puentes, si se reconoce a sí mismo - lo único que conoce directamente en todo fenómeno, vuelve a encontrar todo fenómeno en sí mismo, solo si, por así decirlo, ha puesto en consonancia a sí mismo y el mundo, entonces puede tener la esperanza de escuchar con sus propios oídos el movimiento de la obra eterna, percibir la misteriosa música de la existencia en su corazón. Y para hallar esta armonía, él mismo canta hacia el exterior, lo prueba en todos los tonos, se ejercita en todas las melodías y luego escucha con recogimiento. No queda sin respuesta su llamado; voces misteriosas oye; toda la naturaleza se vivifica, por doquier se mueve en ella lo afín al ser humano. Adorando cae de rodillas, y no se imagina que es sabio, no cree conocer el origen y el objetivo final del mundo, pero presiente un destino más elevado, descubre en sí el germen de hados inconmensurables, la simiente de la inmortalidad. Esto no es un mero ensueño, sino una convicción vívida, una fe, y como todo lo viviente vuelve a generar vida. A los héroes de su tronco y sus hombres santos los ve como -8-


súper-hombres (como dice Goethe) suspendidos en lo alto sobre la Tierra; a ellos quiere parecerse, porque también a él lo atrae la altura, y ahora sabe de qué profunda fuente interior extraen la fuerza para ser grandes. Esta mirada en las profundidades inexplorables del propio ser, esta ansia hacia arriba: esto es religión. Religión, por lo pronto, no tiene nada que ver ni con la superstición ni con la moral: es un estado del alma. Y porque el ser humano religioso está en contacto directo con un mundo más allá de la razón es poeta y pensador: actúa conscientemente como creador; sin embargo trabaja en la noble obra de Sisifo de dar forma visible a lo invisible, concebible a lo inconcebible; (22) nunca encontramos en él una cosmogonía y teogonía terminada, cronológica, para ello heredó un sentimiento demasiado vívido de lo infinito: sus conceptos continúan siendo fluyentes, nunca se vuelven rígidos; antiguos son reemplazados por nuevos; dioses altamente venerados en un siglo, en el siguiente apenas son conocidos por el nombre. Y sin embargo las grandes percepciones forman una firme adquisición y no vuelven a perderse jamás, por sobre todas la fundamental, que milenios antes de Cristo el Rigveda trató de expresar de la siguiente manera: “El enraizamiento de lo existente los sabios lo encontraron en el corazón” (“Die Wurzelung des Seienden fanden die Weisen im Herzen”), una convicción de que el siglo XIX encontró por boca de Goethe casi idéntica expresión: “¿No está el núcleo de la naturaleza en el corazón del ser humano?” (“Ist nicht der Kemder Natur Menschen im Herzen?”) ¡Esto es religión! Precisamente esta disposición, este estado de ánimo, este instinto de buscar el núcleo de la naturaleza en el corazón falta a los judíos en una notable medida. Son racionalistas natos. La razón es en ellos fuerte, la voluntad enormemente desarrollada, en cambio su fuerza de la fantasía y de la plasmación es curiosamente limitada. Sus escasas ideas mítico-religiosas, hasta sus mandamientos y costumbres y sus preceptos de culto los tomaron sin excepción de pueblos extraños que redujeron, todo a un mínimo, (23) y lo conservaron rígidamente inmodificado; el elemento creador, la verdadera vida interior, falta aquí casi por completo; en el mejor de los casos está con respecto a la vida religiosa tan inmensamente rica del ario (que incluye todo lo más alto en pensamiento y poesía de estos pueblos) en la misma relación que los sonidos linguales antes nombrados, o sea como 2 a 7. Véase, pues qué florecimiento exuberante de las más espléndidas concepciones e ideas, y para más, que arte y qué filosofía gracias a los griegos y germanos, brotó con vigoroso empuje sobre el suelo del cristianismo, y hágase después la pregunta: ¿con qué imágenes y pensamientos el pueblo supuestamente religioso de los judíos ha enriquecido entretanto a la humanidad? La ética geométrica de Spinoza (una aplicación errónea de un pensamiento genial y creativamente productor de Descartes) me parece en realidad la ironización más sangrienta de la moral del Talmud y, de cualquier modo, tiene aún menos en común con la religión que los diez mandamientos de Moisés presumiblemente tomado de los egipcios. (24) No, la fuerza del judaísmo que impone respeto está en un campo eternamente distinto y a ello me referiré de inmediato. ¿Pero cómo fue posible, pues, obnubilar de tal manera nuestra capacidad de juicio como para que pudiéramos considerar a los judíos como un pueblo religioso? Por de pronto, fueron los judíos mismos los que desde siempre aseguraban con la máxima vehemencia y volubilidad que eran el pueblo de Dios: hasta un judío liberal como el filósofo Filón sienta la osada afirmación que sólo los israelitas son seres humanos en el verdadero sentido, (25) los buenos tontos indogermanos les creyeron -9-


esto. Pero, cuán difícil les resultó, lo prueba el curso de la Historia y las palabras de todos sus hombres prominentes. Esta credulidad fue posibilitada solamente por los exegetas cristianos que reconstruyeron toda la historia de Judá en una teodicea, en la cual la crucifixión de Cristo significa el punto final. Hasta Schiller [en La misión de Moisés (Die Sendung Moses)] insinúa: “¡La Providencia había quebrado a la nación judía en cuanto hubo cumplido, lo que debía!” Al respecto los eruditos pasaron por alto el hecho fatal de que el judaísmo no prestó la menor atención a la existencia de Cristo, que sus historiadores más antiguos ni siquiera mencionan su nombre; a lo cual se agrega hoy en día la observación de que este extraño pueblo sigue viviendo después de dos milenios y muestra alto florecimiento; nunca, ni siquiera en Alejandría, el destino de los judíos fue tan espléndido como ahora. Finalmente actuó un tercer prejuicio, que en última estancia provenía de las escuelas filosóficas de Grecia, y de acuerdo al cual el monoteísmo, es decir, la idea de un Dios único indivisible debía ser el síntoma de una religión más elevada: esto es una conclusión absolutamente racionalista, la aritmética no tiene nada en común con la religión: el monoteísmo puede significar tanto empobrecimiento como ennoblecimiento de la vida religiosa. Además, a este funesto prejuicio, que quizás ha contribuido más que cualquier otra cosa a la idea fija de una superioridad religiosa de los judíos deben oponerse dos hechos: primero, que los judíos, mientras formaban una nación y su religión poseía aún una chispa de vida lozana, no eran mono sino politeístas, cada pequeño país y cada pequeña tribu tenía su propio dios; segundo, que los indoeuropeos, en su camino puramente religioso habían llegado a ideas mucho mas grandiosas de la unidad divina (26) que la miserablemente pobre idea judía del creador del universo. Sobre estas cuestiones frecuentemente tendré ocasión de volver, especialmente en los capítulos sobre el ingreso de los judíos en la historia occidental y sobre el origen de la Iglesia cristiana. Por ahora quisiera esperar que haya logrado sacudir al menos la opinión preconcebida de la especial religiosidad del judaísmo. Creo que el lector del ortodoxamente cristiano Neandro meneará de ahora en adelante escépticamente la cabeza cuando encuentre la aseveración: la figura de Cristo constituye el centro de la vida religiosa de los judíos, que ha sido planeada en todo el organismo de esta religión y su historia nacional con necesidad intrínseca; (27) sobre los floreos oratorios del librepensador Renán: “El cristianismo es la obra maestra del judaísmo, su gloria, el resumen de su evolución... Jesús está integro en Isaías.” (“Le Christianisme est le chef.doevre du Judaisme, sa gloiré, le résumé de son évolution. Jésus est tout entier dans Isaie”), y sonreirá con cierto enojo; (28) y me temo que estalle y se le ría en la cara cuando el judío ortodoxo Graetz le asegura que la imagen de Cristo es la vieja doctrina judía con ropaje nuevo, que entonces había venido la época en que las verdades fundamentales del judaísmo, la plenitud de augustos pensamientos sobre Dios y una vida santa para el individuo como para el Estado, habría de verterse en la cavidad de otros pueblos y aportarles un rico contenido. (29)

Cristo no es judío El que quiera ver la imagen de Cristo, arránquese, por tanto, este velo oscurísimo de los ojos. Esta imagen no es la consumación de la religión judía, sino su negación. Precisamente allí donde las facultades del alma ocupaban el menor lugar en las ideas religiosas, allí se presentó una nueva visión religiosa que - a diferencia de otros grandes intentos de captar la vida interior ya sea en pensamientos, ya sea en imágenes - pone todo el peso de esta vida en el espíritu y la verdad en el alma. La relación con la religión - 10 -


judía a lo sumo podría ser interpretada como una reacción; el alma es, como hemos visto, la fuente primigenia de toda genuina religión; precisamente esta fuente estaba casi cegada para los judíos por su formalismo y por su inaccesible racionalismo duro de corazón; a ella, pues, se remite Cristo. Pocas cosas permiten echar una mirada tan profunda en el divino corazón de Cristo como su comportamiento frente a las leyes religiosas judías. Las observa, pero sin celo y sin poner en ello ningún énfasis; es que en el mejor de los casos son sólo un recipiente que sin contenido, quedaría vacío, y en cuanto una ley cierra el camino que ha de seguir, la quiebra sin la menor consideración, pero igualmente con calma y sin ira; ¡qué tiene que ver todo esto con la religión! “El ser humano (30) también es señor del sábado”; para un judío, por cierto, sólo Yahvé había sido un señor, el ser humano su siervo. Acerca de las leyes alimentarias judías - un punto tan importante en su religión que la controversia sobre su obligatoriedad se propaga hasta los primeros tiempos del cristianismo -, Cristo juzga: “Lo que entra por la boca no vuelve impuro al ser humano, sino lo que sale de la boca, eso vuelve impuro al ser humano. Porque lo que sale por la boca proviene del corazón y vuelve impuro al ser humano.” (31) Pero sin fanatismo habla de ella. De qué manera pone la Escritura al servicio de sus fines es hasta muy curioso; también sobre ella se siente señor y la transforma, de ser menester, en su contrario. “Toda la ley y los profetas se puede - manifiesta - expresar en el único mandamiento: ama a Dios y a tu semejante.” Esto suena casi como sublime ironía, especialmente si consideramos que Cristo no menciona con ninguna sílaba el temor de Dios, que empero (y no el amor a él) proporciona el fundamento de toda la religión judía. “El temor del Señor es el comienzo de la sabiduría”, canta el salmista. “Escóndete en la tierra ante el temor de Dios y ante su majestad”, dice Isaías a los israelitas, y hasta Jeremías pareció haber olvidado que existe una ley según la cual: “Hay que amar a Dios de todo corazón, con todo el alma, con todas las fuerzas y todo el ánimo”, (32) y había hecho hablar a Yahvé a su pueblo: “Quiero ponerles mi temor en el corazón, para que no se aparten de mí; ¡deben temerme durante toda su vida!”; sólo si los judíos lo temen - no dejará de hacerles bien -, etc. Transformaciones similares de las palabras de la Escritura las encontramos en Cristo en muchos lugares. Y si ahora vemos por un lado un Dios de la misericordia, del otro un Dios de la dureza de corazón, (33) por un lado la doctrina de que hay que amar al Padre celestial de todo corazón, por el otro siervos, a quienes se inculca el temor ante el Señor como primer deber: (34) entonces bien podemos preguntar que significa eso si se designa la una, visión del mundo como la obra, como la consumación de la otra. Sofisma es esto, no verdad. Cristo mismo lo dijo con sencillas palabras: “Quien no está conmigo, ése está en contra de mí”; ninguna manifestación del mundo está tan exactamente contra él como la religión judía, así que en general todo el concepto de religión por parte de los judíos, desde los albores hasta el día de hoy. Y sin embargo en este sentido precisamente la religión judía ha proporcionado un suelo tan excelente para un nuevo ideal religioso como ninguna otra: esto es, para una nueva concepción de Dios. Lo que para otros significa pobreza, para Cristo fue justamente una fuente de los más ricos dones. La desolación horrible, para nosotros casi inconcebible de la vida judía - por ejemplo, sin arte, sin filosofía, sin ciencia - de la que huían en grandes grupos los mejores dotados judíos al extranjero, ella era un elemento indispensable para una existencia sencilla, santa. A las facultades afectivas aquella vida no ofrecía casi nada, nada fuera de la vida familiar. Y así el alma más rica que jamás ha vivido pudo - 11 -


sumergirse por entero en sí misma, encontrar alimento únicamente en las profundidades del propio interior. “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de Dios.” Quizá haya sido posible solamente en este desolado entorno descubrir ese giro de la voluntad como etapa previa hacia un nuevo ideal humano; solo allí, donde el dios de los ejércitos dominaba implacablemente, haya sido posible alzar el presentimiento celestial a la certeza: “Dios es amor.” En la relación a esto lo siguiente, sin embargo, es lo más importante: la disposición espiritual peculiar de los judíos, su falta de fantasía debida al predominio tiránico de la voluntad, los había conducido a un materialismo abstracto muy particular. A los judíos, como materialistas, les estaba muy próximo, como a todos los semitas, la crasa idolatría. Reiteradamente los vemos hacerse figuras y caer ante ellas adorándolas; la lucha mora, que se extendió durante siglos, que sus grandes hombres llevaron contra ello, es una forja heroica en la historia del poder de la voluntad humana. Pero la voluntad carente de fantasía se proyectó, como es usual en ella, mucho más allá de la meta; toda efigie, más frecuentemente todo lo que es obra de las manos, encierra para los judíos del Antiguo Testamento el peligro de llegar a ser un ídolo adorado. Ni siquiera las medallas pueden llevar una cabeza humana o una figura alegórica, ni siquiera las banderas, un emblema. Todos los no-judíos son así para los judíos idolatras. Y de ello, dicho sea de paso, ha derivado a su vez una confusión cristiana, que se mantuvo hasta los últimos años del siglo XIX y que también ahora esta aclarada sólo para la ciencia, no para la masa de los cultos. En verdad, los semitas son posiblemente los únicos seres humanos de toda la Tierra que alguna vez fueron y pudieron ser auténticos idolatras. En ninguna rama de la familia indoeuropea ha habido en una época alguna idolatría. Los indios arios no mestizados, como también los iranios, no tuvieron nunca ni figura ni templo, habrían sido incapaces tan siquiera de comprender el esquema crasamente materialista de la idolatría semita del Arca de la Alianza judía con sus esfinges egipcias; ni los germanos, ni los celtas, ni los eslavos adoraban figuras. ¿Y donde vivía el Zeus helénico? ¿Dónde Atenea? En las poesías, en la fantasía, en lo alto del Olimpo rodeado de nubes, pero nunca jamás en tal o cual templo. En honor del dios creó Fidias su obra inmortal, en honor de los dioses se hacían las innumerables pequeñas figuras que adornaban todas las casas y las llenaban con la idea viviente de seres superiores. ¡Los judíos, empero, las tomaban por ídolos! Miraban cada objeto sólo en cuanto a su utilidad; que uno se pusiera delante de los ojos algo hermoso para entusiasmarse y deleitarse en ello para llevar alimento al corazón, para despertar el sentido religioso, esto les era inconcebible. De la misma manera los cristianos tomaron por ídolos las efigies de Buda, pero los budistas no reconocen a ningún dios, mucho menos un ídolo: estas estatuas están destinadas a estimular la contemplación y apartamiento del mundo. Más aún, en los últimos tiempos los etnógrafos hasta comienzan a dudar si existe aunque sea el pueblo más primitivo que adore realmente sus así llamados fetiches como ídolos. Antes de esto se daba sin más por descontado. Ahora se descubre cada vez más casos que estos hijos de la naturaleza conectan ideas simbólicas sumamente complicadas con sus fetiches. Parece que entre todos los seres humanos sólo los semitas han sido capaces de fabricar becerros de oro, serpientes de bronce, etc. Y luego adorarlos. (35) Y como los israelitas ya entonces estaban mentalmente mucho más desarrollados que lo son hoy en día los negros australianos, inferimos de ello que aquí no podía ser la falta de capacidad de discernimiento el motivo para tales aberraciones, sino alguna unilateralidad de la mente: esta unilateralidad lo era la anormal preponderancia de la voluntad. A la voluntad como - 12 -


tal le falta no solamente toda fantasía, sino toda reflexión; a ella sólo una causa le es natural: arrojarse sobre lo presente y asirlo. Por eso a ningún pueblo le resultó tan difícil como al israelita elevarse a un alto concepto de lo divino, y nunca a ningún pueblo le resultó tan difícil conservar puro este concepto. Pero en la lucha se templan las fuerzas: el pueblo más irreligioso de la Tierra constituyó la base para el nuevo y más sublime concepto de Dios, para un concepto que llegó a ser bien común de toda la humanidad civilizada. Porque sobre este fundamento edificó Cristo: lo que pudo hacer gracias a aquel materialismo abstracto que encontró en derredor suyo. En otras partes las religiones se asfixiaban en la riqueza de sus mitologías: aquí no había ninguna mitología. En otras partes cada dios poseía una fisonomía tan pronunciada a través de la poesía y la escultura había llegado a ser algo tan individual, que ninguno hubiera sido capaz de transformarlo de la noche a la mañana; o bien (como un brahman en la India) la idea del mismo poco a poco se había sublimado, tanto que no quedaba ya nada para una remodelación viviente. En los judíos no se daba ninguno de los dos casos: si bien Yahvé era una concepción sumamente concreta, es más, absolutamente histórica, y por lo tanto una figura mucho más asible que jamás la poseyera el ario lleno de fantasía; pero al mismo tiempo no estaba permitida su representación, ni en la figura ni a través de la palabra. (36) El genio religioso de la humanidad encontró por tanto, aguó tabula rasa, al Yahvé histórico. Cristo tuvo que destruirlo tan poco como la ley judía; ni el uno ni la otra tienen una relación real con la religión genuina: de la misma manera, empero, como mediante aquel giro interior reconstruyó en efecto la así llamada ley desde los verdaderos cimientos en una nueva ley, así también utilizó la abstracción concreta del dios judío para dar al mundo una concepción totalmente nueva de Dios. ¡Se habla de antropomorfismo! ¿Puede el ser humano actuar y pensar de otra manera que un anthropos? Esta nueva concepción de la divinidad se diferenciaba, sin embargo, de otras intuiciones sublimes por el hecho de que la imagen no era pintada ni con los colores tornasolados del simbolismo, ni con el buril corrosivo del pensamiento, sino que en cierto modo era recogida sobre un espejo en lo más íntimo del alma, para todo el que tiene ojos para ver, de ahora en adelante, una vivencia propia inmediata. Seguramente este ideal no hubiera podido ser alzado en ningún otro lugar que en aquel único, donde el pensamiento de Dios era mantenido fanáticamente y simultáneamente había quedado del todo falto de desarrollo. Hasta ahora hemos fijado nuestra atención sobre lo que separa o por menos diferencia a Cristo del judaísmo; sería parcial si nos limitáramos a esto. Tanto su destino como también los acontecimientos principales de su existencia están entrelazados con la historia y el estilo de vida judaicos. Descuella sobre su entorno, pero sin embargo pertenece a él. Aquí hacen al caso principalmente dos rasgos fundamentales del carácter nacional judío: el concepto histórico de la religión y la preponderancia de la voluntad. Estos dos rasgos están entre sí en una relación genética, como veremos enseguida. El primero ha influenciado profundamente sobre todo el destino de la vida de Cristo y el destino de su recuerdo; en el último radica su doctrina moral. El que no pasa distraído frente a estas cosas, hallará explicación sobre más de una de las cuestiones más profundas y más difíciles en la historia del cristianismo y sobre alguna de las contradicciones internas insolubles de nuestras tendencias religiosas hasta el día de hoy.

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Religión histórica De los muchos pueblos semitas uno sólo se ha conservado como unidad nacional, y de hecho uno de los más pequeños y políticamente impotentes; este pequeño pueblo ha resistido todos los embates y se presenta hoy como ejemplar único entre los seres humanos: sin patria, sin jefe, diseminado por todo el mundo, incorporado a las nacionalidades más diversas, y a pesar de ello unido y consciente de su unidad. Este milagro es la obra de un libro, la Torah (con todo lo que fue adicionándose como complemento en el curso del tiempo hasta nuestros días) Este libro, empero, debe ser considerado como el testimonio de un alma popular del todo extraña a la que en un momento crítico le fue señalado por hombres importantes, consecuentes, este camino determinado. En el capítulo subsiguiente de la presente obra habré de ocuparme detenidamente del origen e importancia de estas escrituras. Por ahora quiero llamar solamente la atención sobre el hecho de que el Antiguo Testamento es una obra netamente histórica. Prescindiendo de agregados posteriores aislados que en definitiva son completamente secundarios (como los llamados proverbios de Salomón) cada frase de estos libros es histórica; también toda la legislación que contienen es fundamentada históricamente y se enlaza por lo menos en forma de sucesos relatados: el Señor habló con Moisés, el holocausto de Aarón es sugerido por el Señor, los hijos de Aarón son muertos durante la proclamación de las leyes, etc.; y cuando se trata de inventar algo, el escriba se funda ya sea en un relato novelesco, como el Libro de Job, o sea, en una audaz falsificación histórica como el Libro de Esther. Por este predominio de la crónica la Biblia se diferencia de todos los otros libros sagrados conocidos. Lo que contiene como religión, se presenta como componente de un relato histórico, no a la inversa; sus mandamientos éticos no crecen de una necesidad interior de lo más recóndito del corazón humano, sino que son leyes que fueron promulgadas bajo determinadas circunstancias en días determinados que pueden ser revocadas en cualquier momento. Échese una mirada comparativa sobre los indoarios: frecuentemente les venían a la mente interrogantes sobre el origen del mundo, sobre el de dónde y adónde, pero no como componente esencial de la elevación de sus almas a Dios; esta pregunta por las causas no tiene nada que ver con su religión, y en lugar de asignarle gran importancia, los cantores de himnos exclaman casi irónicamente: (37) “¿Quién ha oído de dónde proviene la creación: el que la contempla en la más alta luz del cielo, el que le ha hecho o no la ha hecho? ¡Ese lo sabe! ¿O tampoco él lo sabe?” Exactamente la misma concepción la manifestó Goethe - a quién a veces se llama el gran pagano con mayor razón sería llamado, sin embargo, el gran ario - cuando pronunció las palabras: “Vivaz pregunta por la causa produce gran daño” (“Lebhafte Frage nach der una ist von grosser Schädchkeit”) De un modo parecido el naturalista alemán del presente: “En lo infinito no puede ser buscado un nuevo fin, ningún comienzo. Por lejos que hagamos retroceder la génesis, siempre queda abierta la pregunta por lo primero de lo primero, por el principio del principio.” (38) Muy distinto era el sentimiento del judío. Él tenía conocimiento de la creación del mundo, lo mismo que hoy en día los indios salvajes de Sudamérica, o los negros australianos, Pero, no como en éstos era la consecuencia de la falta de esclarecimiento, sino que al - 14 -


interrogante profundamente inteligente y melancólico de los pastores arios nunca le fue permitido ocupar un lugar en su literatura; la voluntad despótica era lo que lo prohibía, y que inmediatamente contenía por un fanático dogmatismo, al escepticismo, que no podía faltar en un pueblo mentalmente tan despierto (véase el Koheleth o Libro del Predicador) El que quiera poseer totalmente el hoy, también debe involucrar el ayer, del cual emergió. El materialismo fracasa, tan pronto como no es consecuente; al judío le enseñaba esto un instinto infalible, y es exactamente de la misma manera que nuestros materialistas contemporáneos saben cómo se origina el pensamiento por los movimientos de los átomos, aquél sabía cómo Dios había hecho el mundo y que un pedazo de barro había hecho el ser humano. La creación empero, es lo de menos; el judío tomó las mitologías que llegara a conocer en sus viajes, las desvistió en la medida de lo posible de lo mitológico y las acondicionó en acontecimientos históricos tan concretos como le fue factible. (39) Pero recién entonces viene su obra maestra: del escaso material que era común a todos los semitas (40) el judío construyó toda una Historia Mundial y en seguida se puso a sí mismo en el centro; y desde ese momento, es decir, desde el momento en que Yahvé hace la alianza con Abraham, el destino de Israel constituye la Historia Mundial, más aún, la historia de todo el cosmos, lo único de lo cual se preocupa el creador del mundo. Es como si los círculos se estrecharan cada vez más y al final quedara sólo el centro, el yo; la voluntad triunfó. Esto, en efecto, no fue la obra de un día; tuvo lugar paulatinamente; el judaísmo propiamente dicho, es decir, el Antiguo Testamento en su forma actual, recién se ha formado y afirmado definitivamente al regreso del cautiverio babilónico. (41) Y ahora fue aplicado y desarrollado conscientemente lo que antes se había hecho con genialidad inconsciente: el enlazamiento del pasado y del futuro con el presente, de tal manera que cada uno de los momentos formaba un centro en el camino recto, como tirado a cordel que el pueblo judío debía transitar y del que en adelante no podía apartarse ni a la derecha ni a la izquierda. En el pasado, hechos milagrosos divinos en beneficio de los judíos, y en el futuro, esperanza en el Mesías y dominación mundial; estos eran los elementos, que se complementan mutuamente, de tal concepción de la Historia. El instante perecedero recibió una significación extrañamente viva por el hecho de que se le veía crecer del pasado, como recompensa o como castigo, y creyéndosele predicho exactamente en profecías. De esta manera también el provenir adquiría una inaudita realidad: era como si se lo tuviera en las manos. Aunque innumerables promesas y predicciones no se habían cumplido (42) esto podía siempre ser explicado fácilmente; la voluntad no es comprensiva, no afloja lo que su mano tiene, aunque fuera tan sólo una quimera; cuanto menos se había cumplido hasta ahora, tanto más rico aparecía el porvenir, y tanto estaba escrito (especialmente en la leyenda del éxodo) que no podía surgir la duda. Lo que se llama la fe en la letra de los judíos es por cierto una cosa bien distinta a la fe dogmática de los cristianos: no es una fe en misterios abstractos, inimaginables y en diversas ideas mitológicas, sino algo totalmente concreto, histórico. La relación de los judíos con respecto a su dios es desde el principio una relación política. (43) Yahvé les promete, bajo ciertas condiciones, el dominio del mundo; y su obra histórica es tal milagro de estructura ingeniosa, que los judíos a pesar del destino más miserable y lastimoso (como pueblo) del que hagan referencia los anales mundiales - apenas si una vez, bajo David y Salomón, disfrutaron de medio siglo de relativo bienestar y condiciones ordenadas - ven sin embargo su pasado con los colores más - 15 -


luminosos, perciben en todas partes la mano protectora de Dios, extendida sobre su pueblo elegido, sobre los únicos seres humanos en el verdadero sentido, hallan en todas partes, por consiguiente, pruebas históricas para la verdad de su fe, de la que entonces sacan la confianza de que lo prometido hace muchos siglos a Abraham todavía se cumplirá íntegramente. La promesa divina estaba sin embargo, como queda dicho, sujeta a condiciones. No se podía andar por la casa, ni beber y comer, ni pasear por el campo, sin recordar centenares de mandamientos, de cuyo cumplimiento dependía el destino de la nación. Como canta el salmista del judío (Salmo 1, 1): “En la ley de Jehová está su delicia. Y en su ley medita de día y de noche.” (44) Nosotros echamos cada par de años una boleta electoral en la urna; que nuestra vida posee también por lo demás una importancia nacional, apenas lo sabemos o no lo sabemos; el judío nunca pudo olvidarlo. Su dios le había prometido: “Ningún pueblo te resistirá hasta que lo extermines”, pero agregó de inmediato: “¡Todos los mandamientos que te ordeno habrás de cumplir!” Así, Dios estaba eternamente presente en la conciencia. Fuera de la posesión material, al judío en realidad le estaba prohibido todo, a la posesión, solamente por tanto, estaba dirigida su mente, y de Dios era de quien debía esperar la posesión. Ahora bien: el que nunca se ha hecho presente las relaciones esbozadas brevemente aquí, difícilmente podrá hacerse una idea de cuán insospechada vivacidad el pensamiento en Dios adquiría bajo estas condiciones. Es cierto que el judío no podía representarse a Dios en imagen, pero su influencia, su diaria intervención en los destinos del mundo, era en cierto modo un asunto de la experiencia: es que toda la nación vivía de ello; reflexionar sobre ello era (si no en la diáspora, de seguro en Palestina) su única ocupación espiritual. En este ambiente creció Cristo; de este ambiente no salió jamás. Gracias al sentido histórico concreto no-ideal de los judíos despertó a la conciencia totalmente alejado del culto ario a la naturaleza que todo lo abarca y a su confesión tat tvam asi (tú eres eso), junto al hogar del antropomorfismo propiamente dicho, donde toda la creación estaba sólo para el ser humano y todos los seres humanos sólo para este único pueblo elegido, o sea en la más inmediata presencia de Dios y de la Providencia divina. Encontró aquí lo que en ninguna otra parte del mundo hubiera encontrado: una estructura terminada, completa, dentro de la cual podía ser edificado su pensamiento enteramente nuevo de Dios y de la religión. Del pensamiento judío propiamente dicho no quedó ya nada después de haber vivido Jesús; así como después de concluida la construcción del templo, el andamiaje pudo ser desmontado. Pero había servido, y el edificio sería inconcebible sin el andamiaje. El Dios a quien se ruega por el pan diario sólo podía ser pensado allí donde un Dios había prometido a cada uno las cosas de este mundo: sólo se podía implorar el perdón a las culpas al que había promulgado determinados mandamientos. Casi temo ser mal entendido si en este lugar me ocupo de pormenores, es suficiente que haya hecho comprensible la idea general de la atmósfera del todo peculiar de Judea, de lo cual resultará después la percepción de que la religión por demás ideal no tendría la misma fuerza vital si no hubiera tomado como punto de partida la más material y, lo podemos decir tranquilamente, la más materialista del mundo. Por este motivo, y no como consecuencia de su supuesta más elevada religiosidad, el judaísmo ha llegado a ser un poder mundial religioso. Más claro aún se vuelve el asunto cuando se observa la influencia de esta fe histórica - 16 -


sobre el destino de Cristo. La más portentosa personalidad sólo puede actuar si es comprendida. Por más defectuosa que sea esta comprensión, y aunque frecuentemente sea malinterpretada, alguna comunidad del sentir y del pensar debe servir de medio de enlace entre el gran solitario y la multitud. Los miles que escucharon el sermón de la montaña, con toda seguridad no entendieron a Cristo. ¿Cómo hubiera sido esto posible? Era un pueblo pobre, tremendamente agobiado por eternas guerras y amotinamientos, sistemáticamente idiotizado por sus sacerdotes; el poder de su palabra, empero, despertaba en el corazón de los mejor dotados un tono que no hubiera sonado en ninguna otra parte de la Tierra: “¿Sería este el Mesías, el Salvador prometido de nuestra desgracia y miseria?” ¡Qué inmensa fuerza residía en la posibilidad de semejante idea! De inmediato el presente fugaz, mezquino, estaba enlazado con el más remoto pasado y con el seguramente inminente futuro, con lo que el instante actual adquiría imperecedera importancia. Que el Mesías que los judíos esperaban no tenía en absoluto el carácter que nosotros los indoeuropeos asignamos a este concepto, es secundario, el pensamiento existía ahí, la fe motivada históricamente, que en todo momento podía y debía aparecer un Salvador desde el cielo. En ningún otro lugar de la Tierra ni un solo hombre hubiera podido tener esta premonición, por equívoca que fuera, de la significación universal de Cristo. El Salvador hubiera sido un ser humano entre seres humanos. Y en esto me parece que los millares que pronto después gritaron “¡Crucifícalo, crucifícalo!”, demostraron tanta comprensión como aquellos que habían escuchado en recogimiento el sermón de la montaña. Pilato, por lo demás un juez duro, cruel, no pudo hallar culpa alguna en Cristo; (45) en Hélade y en Roma hubiera sido venerado como un hombre santo. El judío, en cambio, que vivía solamente en la Historia, a quien el concepto pagano de la moral y de la santidad le era extraño, ya que sólo conocía una ley y la aceptaba por otra parte por motivos enteramente prácticos, o sea, para no cargar sobre si la ira de Dios y para asegurar su futuro histórico, el judío juzgaba una imagen como la de Cristo en forma puramente histórica, y con razón debía volverse rabioso cuando el reino del que había sido prometido, para cuya ganancia había sufrido y soportado durante siglos, para cuya posesión se había separado de todos los seres humanos de la Tierra y había llegado a ser odiado y despreciado por todos, cuando este reino, donde esperaba ver delante de sí a todas las naciones en cadenas y a todos los príncipes de rodillas lamiendo el polvo ahora de pronto iba a ser transformado de un reino terreno, en un reino no de este mundo. Yahvé había prometido frecuentemente a su pueblo que no lo defraudaría; pero a los judíos esto debió parecerles engaño. No sólo a uno, a muchos ajusticiaron porque fueron tomados por el Mesías prometido o se hacían pasar por tal. Y con razón, porque la fe del futuro era antaño un pilar de su idea nacional como la fe del pasado. ¡Y ahora para colmo esta herejía galilea! ¡Enarbolar en el lugar desde antiguo sagrado del materialismo empecinado, la bandera del idealismo! ¡Cambiar por arte de magia el dios de la venganza y de la guerra en un dios del amor y de la paz! Enseñar a la voluntad impetuosa, que extendía ambas manos hacia todo el oro de la Tierra, que debía arrojar de sí lo que poseía y buscar en el propio interior el tesoro oculto. El Sanedrín judío vio más profundo que Pilato (y que muchos miles de teólogos cristianos) Con plena conciencia no, seguramente que no, pero con aquel instinto infalible que confiere la raza pura prendió a aquel que socavaba el fundamento histórico de la vida judía al enseñar: “No os preocupáis por el día de mañana”, aquel que en cada una de sus - 17 -


palabras y hechos transfiguraba al judaísmo en su contrario, y no lo dejó nuevamente de sus manos hasta que hubo exhalado su alma. Y sólo así, con la muerte, fue cumplido el destino, dado el ejemplo. Mediante doctrinas no pudo ser fundada una nueva fe; no había entonces falta de nobles sabios moralistas, ninguno tuvo ningún poder sobre los seres humanos; hubo de ser vivida una vida y ser esta vida incorporada inmediatamente como hecho histórico universal en la gran Historia Universal existente. Únicamente un entorno judío correspondía a estas condiciones. Y, de la misma manera que la vida de Cristo sólo pudo ser vivida con ayuda del judaísmo, a pesar de que era su negación, así también desarrolló la joven Iglesia cristiana antiquísimas concepciones arias - del pecado, de la redención, del renacimiento, de la gracia, etc. (todas cosas que eran y siguieron siempre completamente a los judíos) - a una forma clara y visible, al incorporarla en el esquema histórico judío. (46) Nunca se logrará separar completamente la imagen de Cristo de este fondo judío; fue intentado ya en los primeros siglos cristianos, pero sin éxito, ya que de esa manera quedaban borrados los mil rasgos en que la personalidad había revelado su peculiaridad y sólo quedaba una abstracción. (47)

La voluntad en los semitas Más profunda aún es la influencia del segundo rasgo del carácter. Hemos visto que lo que he llamado el instinto histórico del judío, se debe en último término a la posesión de una voluntad normalmente desarrollada. La voluntad alcanza en el judío una supremacía tal que vence y domina las restantes disposiciones. De esta manera se origina por un lado algo extraordinario, rendimientos que para otros seres humanos no serían posibles ni deseables, por el otro lado, empero, extrañas limitaciones. Cristo, dependiente para su acción de este entorno debió adecuar a él sus doctrinas que, anti-judías en lo más profundo, aparecen necesariamente de coloración judaica en el énfasis dado a la voluntad. Este rasgo va sumamente hondo y se ramifica profusamente, como una red de vasos sanguíneos, hasta cada una de las palabras, hasta cada una de las ideas. A través de una comparación espero poder hacer claramente comprensible el pensamiento. Obsérvese la idea helénica de lo divino y de lo humano y su relación recíproca. Unos dioses luchan por Troya, otros por los aqueos; uniéndose a una parte de la divinidad, me hago extraño a la otra; la vida es una lucha, un juego, el más noble puede sucumbir, el más miserable triunfar; la moralidad es, en cierto modo, un asunto personal, el ser humano es dueño de su propio interior, no de su destino, una Providencia preocupada que castiga y premia, no existe. Es que tampoco los dioses son libres; Zeus mismo debe doblegarse al destino. “Escapar a la fatalidad impuesta no le es posible ni a un dios”, escribe Herodoto. Un pueblo que genera la Ilíada producirá más tarde naturalistas y grandes pensadores. Porque el que mira la naturaleza con ojos abiertos, no cegados por ningún egoísmo, descubrirá en todas partes en ella el imperio de la ley; la legalidad en el terreno moral se llama destino para el artista y predestinación para el filósofo. Para el fiel observador de la naturaleza el pensamiento de la arbitrariedad es por de pronto, incognoscible; ni a un dios se decide a atribuirle que hace lo que quiere. Hermosa expresión confirió a esta concepción del suscitar en el fragmento Aquiles de Goethe:

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“La arbitrariedad es eternamente odiada por los dioses y los hombres, cuando en hechos se muestra, o aún sólo en palabras se manifiesta. Porque por encumbrados que estemos, es sólo la más eterna Themis (48) de los eternos dioses y ésta debe perdurar y regir.” (“Willkür bleibet ewig verhasst den Göttern und Menschan, Wenn die in Taten sich zeigt, auch mur in Worten sich kungibt. Denn so hoch wir auch stehen, so ist der wigen Götter Ewigste Themis allein, un diese muss dauern und walte.”) En oposición, el Yahvé judío puede ser designado como la encarnación de la arbitrariedad. Por cierto, este concepto de Dios se nos presenta en los salmos y en Isaías sumamente grandioso; también es - para el pueblo elegido - una fuente de alta y severa moral. Pero lo que es Yahvé, lo es porque quiere ser así; está por encima de toda la naturaleza, por encima de toda ley, el autócrata ilimitado, absoluto. Si le place escoger un pequeño pueblecito, de entre la humanidad y otorgarle a él sólo su gracia, entonces lo hace; si lo quiere atormentar, entonces lo manda al cautiverio: pero sí, en cambio, le quiere regalar casas que no ha edificado, viñedos que no ha plantado, entonces lo hace y destruye a los inocentes propietarios; una Themis no existe. De la misma manera, la legislación divina. Junto a mandamientos morales, que en parte respiran elevada ética y humanidad, están otros directamente inmorales e inhumanos; (49) y otros, por su parte, reglamentan las cosas más triviales: lo que se debe comer y lo que no se debe comer, cómo hay que lavarse, etc., en suma, en todas partes la arbitrariedad irrestricta. El que ve más hondo no dejará de observar aquí el parentesco entre el culto idolatra primigenio semita y la fe yahvita. Contemplado desde el punto de vista indoeuropeo, Yahvé sería más bien un ídolo idealizado, o, si se quiere, más un anti-ídolo que un Dios. Pero en cambio esta concepción de Dios contiene algo que, del mismo modo que la arbitrariedad, no podía ser tomado de la observación de la naturaleza: la idea de una Providencia. Según Renán “la fe exagerada en una Providencia especial es la base de toda la religión judía.” (50) Además estrechamente relacionada con aquella libertad de Dios se halla otra tesis: la libertad de la voluntad humana. El liberum arbitrium es decididamente una idea semítica, y en su desarrollo pleno especialmente judaica; está vinculada inseparablemente con la particular idea de Dios. (51) La libertad de la voluntad no significa ni aún ni menos que actos de creación eternamente repetidos, si se considera esto, entonces se comprende que esta admisión (cuando se refiere al mundo de las imágenes) no sólo contradice a toda la ciencia física, sino a toda metafísica y significa una negación de toda religión trascendente. Aquí la percepción y la voluntad se enfrentan bruscamente. Ahora bien: en todas partes donde no encontramos con restricciones a este concepto de libertad - en Agustín, Lutero, Voltaire, Kant, Goethe podemos estar seguros de que aquí tiene lugar una reacción indoeuropea contra el espíritu semítico. Así, por ejemplo, cuando Calderón en La gran Zenobia hace que el salvaje arbitrario se burle de aquel que ha llamado libre a la voluntad. Porque - aunque por cierto hay que cuidarse mucho de no cometer abuso con semejantes simplificaciones esquemáticas - se puede sin embargo sentar la aseveración: el concepto de subordinación a la realidad es un concepto especialmente desarrollado en todas las razas indoeuropeas, con el que uno se encuentra reiteradamente en los más distintos terrenos. Señala una alta y desapasionada fuerza de percepción; mientras que el concepto de la arbitrariedad, es decir, de un dominio ilimitado de la voluntad, es - 19 -


específicamente característico del judío: revela una inteligencia muy limitada en relación con la voluntad. No se trata aquí de generalizaciones abstractas, sino de propiedades efectivas, que aún hoy podemos observar a diario; en un caso prevalece el pensamiento, en el otro la voluntad. Permítaseme un ejemplo concreto tomado del presente. Conocí a un científico judío que, como en su ramo la competencia permitía ganar sólo poco dinero, se hizo fabricante de jabones, y ello con gran éxito; pero cuando más tarde también aquí la competencia extranjera le sacó el piso bajo los pies, repentinamente se convirtió, ya como hombre de edad madura, en dramaturgo y novelista, y con ello se ganó una fortuna; la aptitud intelectual era mediana y carente de toda originalidad; con este intelecto la voluntad hacía lo que quería. La voluntad anormalmente desarrollada de los semitas puede conducir a dos extremos: en un caso a la rigidez, como en Mahoma, donde predomina el pensamiento de la absoluta arbitrariedad divina; en el otro, como en el judío, a una elasticidad fenomenal, lo que se produce por la idea de la propia arbitrariedad humana. Al indoeuropeo le están cerrados ambos caminos. En la naturaleza observa en todas partes legitimidad, y de si mismo sabe que sólo puede rendir su máximo cuando obedece a la necesidad interna. Seguramente también en él la voluntad puede realizar hechos heroicos, pero sólo cuando su percepción ha tomado alguna idea artística, religiosa, filosófica, o una que va dirigida a una conquista, dominio, enriquecimiento, quizás a un crimen; tanto da, en él obedece la voluntad, ella no manda. Por eso un indoeuropeo medianamente dotado es tan extrañamente falto de carácter en comparación con el judío menos inteligente. Por propias fuerzas seguramente nunca hubiéramos llegado a la concepción de un Dios libre y omnipotente y a una por así decirlo arbitraria Providencia, es decir una Providencia que puede fijar una cosa así y luego influenciada por oraciones u otros móviles, nuevamente de otra manera. (52) No podemos observar que fuera del judaísmo se haya llegado al pensamiento de una relación personal muy íntima y constante entre Dios y el ser humano, al pensamiento de un Dios que, si me permite decirlo de este modo, parece existir solamente para los seres humanos. Es cierto que los antiguos dioses indoarios son poderes que se pueden llamar benevolentes, amables, casi bondadosos: el ser humano es su hijo, no su siervo; sin temor se aproxima a ellos; en algunos sacrificios toma la mano derecha del Dios, (53) la falta de humildad frente a la divinidad hasta ha horrorizado a algunos: pero en ninguna parte, como queda dicho, se encuentra la idea de la omnipotencia arbitraria. Y con esto está relacionada una llamativa infidelidad: se reza ya sea éste, ya sea aquel, o, si lo divino es concebido como un principio unitario, una escuela se lo imagina así, la otra distinto (hago recordar los seis grandes sistemas filosófico-religiosos de la India, que eran considerados todos ortodoxos); es que el cerebro sigue trabajando inconteniblemente, creando nuevas imágenes, nuevas figuras, lo ilimitado es su patria, la libertad su elemento, la fuerza creadora su alegría. Obsérvese si no el siguiente principio de un himno religioso del Rigveda (6,9): “Se expande el oído, se abre mi ojo, ¡la luz en mi corazón se vivifica! El espíritu a remotas lejanías se lanza buscando: ¿Qué he de decir? ¿Qué versos he de hacer?” Y compáreselo con los primeros versos de cualquier salmo, por ejemplo el septuagésimo sexto: - 20 -


“Dios es conocido en Judea, en Israel su nombre es espléndido; en Salem (54) está su tienda y su morada en Sión.” Se ve que el elemento tan importante de la fe es la voluntad. Mientras el ario, rico en percepciones, a remotas lejanías se lanza buscando, el judío fuerte de voluntad hace que Dios plante su tienda de una vez por todas en su proximidad. El ímpetu de su voluntad de vivir no sólo ha forjado al judío un ancla de fe que lo encadena al suelo de la tradición histórica, sino que también lo ha inspirado la confianza inconmovible en un Dios personal, directamente presente, que es omnipotente para dar y aniquilar, y lo ha llevado a él, al ser humano, a una relación moral con respecto a este Dios, al promulgar el Dios en su omnipotencia mandamientos que le ser humano es libre de observar o de no observar. (55)

Profetismo Y algo más no debe ser pasado por alto en esta conexión: el unilateral predominio de la voluntad toma a la generalidad de las crónicas del pueblo judío en tediosas y desagradables; a pesar de ello creció en esta atmósfera una serie de hombres importantes, cuya peculiar grandeza los sustraen a toda comparación con otros héroes espirituales. Ya he recordado - en la introducción de esta sección y volveré sobre ellos en el subsiguiente capítulo de la presente obra - a estos negadores del carácter judío, que permanecieron ellos mismos tan judíos de los pies a la cabeza que contribuyeron más que ninguna otra cosa al desarrollo del más rígido hebraísmo; sólo esto debe ser dicho aquí, al tomar estos hombres el materialismo religioso desde su lado más abstracto, lo elevaron en el aspecto moral de un grado muy alto; su accionar ha preparado históricamente el terreno en puntos esenciales a la concepción de Cristo con respecto a la relación entre Dios y el ser humano. Además se manifiesta en ellos en la forma más clara un importante rasgo que tiene su fundamento total y absolutamente en el carácter del judaísmo: la religión histórica. Este pueblo pone el énfasis no sobre el individuo, sino sobre toda la nación; el individuo puede ser útil o perjudicial para la generalidad pero por lo demás carece de interés; de ello derivó con necesidad un rasgo pronunciadamente colectivista, que en los profetas encuentra frecuentemente una potente expresión. Ahora bien: si Cristo sostiene en un sentido el principio exactamente contrario, o sea el del extremo individualismo, la redención de cada uno por renacimiento, por otra parte su vida y su doctrina anuncian inequívocamente un estado que sólo puede ser realizado mediante la comunidad. El comunismo de un rebaño y un pastor es seguramente otro que el comunismo teocrático, de coloración totalmente política, de los profetas; pero nuevamente el trasfondo es exclusiva y característicamente judío.

Cristo, un judío Piénsese como se quiera acerca de estas distintas concepciones judías, poder no se les puede negar, ni la capacidad de ejercer sobre la formación de la vida humana una acción casi inmensurable. Nadie negará tampoco que la creencia en la omnipotencia divina, en la Providencia divina, y también en la libertad de la voluntad humana, (56) así como la - 21 -


exclusiva acentuación de la naturaleza moral del ser humano y de su igualdad ante Dios (recordemos la famosa frase: “Los últimos serán los primeros”, y veremos que constituyen los pilares básicos de la personalidad de Cristo) Mucho más que su referencia a los profetas, mucho más también que su respeto por las prescripciones legales judías, estas concepciones fundamentales nos muestran a Cristo influenciado por el pensamiento judío. Y si descendemos muy hondo, hasta aquel centro de la imagen de Cristo, la vuelta de la voluntad, entonces podemos percibir - y ya he aludido a ello al comienzo de este capítulo en la comparación con Buda - que aquí la negación aria de la voluntad ha recibido un tinte semítico. La negación es un fruto de la súper-percepción; Cristo en cambio se dirige a seres humanos en los cuales la voluntad es prepotente, no el pensamiento; él percibe el poder de esta voluntad y le ordena no silencio, sino otra, una nueva dirección. Aquí hay que decir: Cristo deviene judío y su imagen sólo puede ser comprendida si hemos aprendido a entender críticamente estas concepciones especialmente judías, que él encontró y se apropió. Si se quisiera decir que Cristo pertenece moralmente a los judíos, entonces, por cierto, esta palabra ambigua moral debería ser tomada en un significado más estrecho. Porque más precisamente en la aplicación moral de estas concepciones de la omnipotencia y providencia de Dios, de las relaciones directas que de ellas resultan entre el ser humano y la divinidad, el Salvador se apartó in toto de las doctrinas del judaísmo; esto es evidente para cualquiera, y además he tratado de hacerlo claramente aprehensible en mi análisis anterior; las concepciones mismas, empero, el marco dentro del cual se incorporó la personalidad moral y del cual no pudo ser extraída, la admisión incuestionada de estas premisas referentes a Dios y el ser humano, que de ninguna manera pertenecen a la naturaleza del espíritu humano, sino que por el contrario representan una concepción particular de un determinado pueblo en el curso de una evolución histórica de siglos de duración: esto es lo judío en Cristo. Ya en los capítulos de esta obra sobre arte helénico y derecho romano llamé la atención sobre el poder de las ideas: aquí tenemos nuevamente un ejemplo luminoso de ello. El que vivía en el mundo de pensamientos no podía sustraerse al poder de las ideas judías. Y aunque trajo al mundo un mensaje totalmente nuevo, aunque su vida fue como el amanecer de un nuevo día, aunque su personalidad fue tan divinamente grande que nos reveló una fuerza en el interior del hombre, capaz - si ello alguna vez se llega a comprender - de cambiar completamente a la humanidad: sin embargo, la personalidad, la vida y el mensaje estuvieron ligados a las ideas fundamentales del judaísmo, sólo en ellas pudieron revelarse, actuar y divulgarse.

El siglo XIX Espero que mi objetivo haya sido alcanzado. Partiendo de la contemplación de la personalidad en su significado individual, autónomo, he ampliado poco a poco el círculo, para señalar a los hijos de la vida que la unen con el entorno. A este respecto fue necesaria cierta amplitud. En una cultura tardíamente nacida como la nuestra, y para peor en una época de prisa febril, donde los seres humanos deben aprender demasiado como para poder pensar mucho, pasa la maldición de la confusión. Si queremos adquirir claridad sobre nosotros mismos, debemos ante todo ver claro en los pensamientos e ideas fundamentales que hemos heredado de nuestros ancestros. Cuán extremadamente complicada es la herencia helénica, cuán extramente contradictoria la romana y simultáneamente ¡cuán profundamente incide en nuestra vida y pensar actuales! Espero - 22 -


haberlo hecho bien visible. Ahora vimos que también la imagen de Cristo, que está en el umbral entre la época antigua y la moderna, no se presenta de ninguna manera en una forma tan sencilla a nuestro ojo como para que pudiéramos entresacarla fácilmente del laberinto de prejuicios, mentiras y errores. Y, pese a ello, nada es más necesario que ver precisamente esta imagen nítida y verídicamente. Porque - por indignos que nos mostremos de ello - toda nuestra cultura aún está, ¡a Dios gracias! Bajo el signo de la cruz del Gólgota. Vemos, así, esta cruz; ¿quién, empero, ve al crucificado? Él sin embargo, y Él solo es el manantial viviente de todo cristianismo, tanto del dogmático intolerante como también del que hace de absolutamente incrédulo. Que se haya podido poner esto en duda, que el siglo XIX se haya nutrido de libros en los que explicaba que el cristianismo se originó como por casualidad, fortuitamente, como veleidad mitológica, como antítesis dialéctica, y que se yo qué mas, o en cambio como producto forzoso del judaísmo, etc. Esto dará un testimonio elocuente en tiempos posteriores de la ingenuidad de nuestro juicio. La importancia del genio no puede ser sobrevalorada. ¿Quién empero fue más grande? Y de la misma manera que el eterno fuego del hogar de los arios, también la luz de la verdad que Él nos encendió nunca más podrá extinguirse; aunque durante ciertas épocas una sombra de la noche puede rodear de oscuridad a la humanidad, basta un solo corazón ardiente para que de nuevo miles y millones se enciendan con claridad de día. Aquí, sin embargo, se puede y se debe preguntar con Cristo: “Pero si la luz que está en ti es oscuridad, ¿cuán grande será entonces la oscuridad misma?” Ya el origen de la Iglesia cristiana nos conduce a la más profunda oscuridad y su historia ulterior nos produce más bien la impresión de un tanteo a oscuras que un mirar alegre al sol, ¿Cómo habremos de distinguir, entonces, lo que en el así llamado cristianismo es espíritu de Cristo, y qué se agregó como aditamento helénico, judío, romano, egipcio, si nunca hemos aprendido a ver esta imagen misma en su sublime sencillez? ¿Cómo habremos de hablar sobre los cristianos en nuestras actuales confesiones, en nuestra literatura y arte, en nuestra filosofía política, en nuestras instituciones e ideales sociales? ¿Cómo habremos de separar lo cristiano de lo anti-cristiano y juzgar con seguridad qué es lo que debe remitirse en los movimientos del siglo XIX a Cristo y qué no? Y, ¿cómo apreciar en qué medida exacta Él se encuentra implicado, si es por la forma o por el contenido, o también si tal manifestación cristiana (vale decir, por su tendencia general), no reviste una forma característica del judaísmo? ¿Cómo sobre todo, seremos capaces de separar y clasificar lo especialmente judío tan amenazadoramente peligroso para nuestro espíritu, del pan de la vida, si la imagen de Cristo en sus lineamientos generales no está claramente ante nuestros ojos, y si no somos capaces de distinguir netamente con esta figura lo puramente personal de su condicionamiento histórico? Con seguridad, esta es una base importante, imprescindible, para fundamentar un gran número de nuestros juicios. Y para preparar esta base imprescindible es que me he esforzado en este capítulo en la modesta medida de mi capacidad.

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Notas (1)

“Dictum est tamen tres personaes, non ut aliquid dicretur sed no taceretur de Trinitate.”

(2)

Wellhausen: Historia israelita y judía (Israelische und jüdische Geschichte), 3ra. edición, págs. 16 y 74. Además el Libro de los Jueces I, 30 y 33 y en el capítulo V de la presente obra.

(3)

Graetz: Historia popular de los judíos (Volkstümliche Geschichte der Juden), pág. 88. (4)

Graetz: Ibíd., pág. 567. Galilea y Perea tenían juntos un tetrarca propio que gobernaba independientemente, mientras que Judea, Samaria o Idumea estaban bajo un procurador romano. Graetz agrega en este lugar: “Por la animosidad de los samaritanos, cuyo país formaba una cuña entre Judea y Galilea la comunicación entre las dos porciones de territorio separados estaba aún más trabada.” Que además no se tiene el derecho de identificar a los genuinos israelitas del norte con los judíos propiamente dichos del sur, no lo he mencionado aquí por razones de simplicidad. Lo haré, sin embargo en el capítulo V de la presente obra.

(5)

Tan completamente desapareció que algunos teólogos que disponían de suficientes horas de ocio como para romperse la cabeza también en el siglo diecinueve sobre qué pudo haber sido de los israelitas ya que no podían admitir que cinco textos de un pueblo al que Yahvé había prometido toda la Tierra hubiesen simplemente desaparecido. Una cabeza ingeniosa hasta llegó a la conclusión de que las diez tribus que se creían perdidas ¡eran los actuales ingleses! Tampoco se encontró en apuros en cuanto a la moraleja de este descubrimiento: por eso los británicos les pertenecen por derecho 5/6 de toda la superficie terrestre, el restante sexto a los judíos, según se afirma en el folleto ¿Dónde se encontrará a los israelitas perdidos? (Lost Israel where are they to be found?), Edimburgo, 1877. Se menciona también allí otra obra, Nuestro origen israelita (Our Israelitisch Origin), cuyo autor es Wilson. Hasta hay, según estas autoridades, honestos anglosajones que han remitido su genealogía ¡hasta Moisés! (6)

Hasta qué considerablemente medida el carácter distintivo de la nación israelita estaba perdido’, lo refiere Robertson Smith en su libro Los profetas de Israel (The prophets of Israel), 1895, pág. 1953.

(7)

Albert Reville: Jesús de Nazareth, pág. 416. No se olvide tampoco que Alejandro el Grande había poblado después del alzamiento del año 331 a.C. a la próxima Samaria con macedonios.

(8)

Graetz: Ibíd., pág. 400. Véase también el Libro I de los Macabeos V, 23.

(9)

Graetz: Ibíd., pág. 544. Véase también Josefo: Libro XVIII, capítulo III.

(10)

De la Mishná, citado por Renán: Vida de Jesús (Vie de Jesús), 23ava. edición, pág. 242. - 24 -


(11)

Juvenal cuenta en latín: “Aere minuto Quallacunque voles Judaei somnía verdunt.”

(12)

Mommsen: Historia romana (Römische Geschichte), pág. 515.

(13)

También aún más tarde los habitantes de Galilea formaban una raza especial distinguida por su vigor y su valentía, como lo demuestra su participación en una campaña bajo el persa Sharbaza y en la toma de Jerusalén en el año 614 a.C. (14)

Se podrían por cierto resumir de los Evangelios suficientes testimonios sobre la diferenciación entre los galileos y los judíos propiamente dichos. En particular, en Juan se habla reiteradamente de los judíos como de algo extranjero y los judíos por su parte declaran: “De Galilea no sale ningún profeta.” (Evangelio de San Juan VII, 52)

(15)

Graetz: Ibíd., pág. 575. Sobre la peculiaridad de la lengua de los galileos y la incapacidad de los mismos para pronunciar correctamente los sonidos guturales semitas véase especialmente a Renán: Lenguas semitas (Langues sémitiques), 5ta. edición, pág. 230. (16)

Véase, por ejemplo, el cuadro comparativo en el libro de Max Müller, Ciencia del lenguaje (Science of language), 9na. edición, pág. 169 y en cada uno de los tomos de los Libros sagrados del este (Sacred books of the East) La lengua sanscrita conoce sólo seis auténticos guturales, la hebrea, diez. Es principalmente llamativa la diferencia en el sonido alto gutural de la h, para el cual las lenguas indogermánicas desde siempre solo conocieron un solo sonido, las semitas en cambio cinco distintos. A su vez, se encuentran en el sanscrito siete distintos sonidos linguales y en hebreo sólo dos. Cuán inmediatamente difícil resulta borrar completamente tales signos raciales lingüísticos heredados todos los conocemos perfectamente por el ejemplo de los judíos que viven entre nosotros, el dominio correcto de nuestros sonidos linguales les resulta tan imposible como a nosotros la maestría para emitir sonidos guturales. (17)

Albert Réville: Jesús de Nazareth, etudes critiques sur le antécedents de l’historie evangelique et la vie de Jesús (Jesús de Nazareth, estudios críticos sobre los antecedentes de la historia evangélica y la vida de Jesús), Vol. II, 1897. (18)

¿Cómo se puede explicar por ejemplo que Renán, en su libro Vida de Jesús (Vie de Jesús) aparecido en 1863 dice que es imposible aún hacer suposiciones en cuanto a la raza a la que perteneció Cristo por su sangre (véase el capítulo II), en el tomo V terminado en 1891 de su libro Historia del pueblo de Israel (Historie du Peuple d’Israel), sostiene la categórica afirmación: “Jesús etait un Juif” (“Jesús fue un judío”), y ataca con inusitada violencia a la gente que osa poner esto en duda ¿No será que la Alianza Israelita (Alliance Israélité) con quien Renán en sus últimos años de vida se halló en tan vivas relaciones, tuvo también una palabra que decir en esto? En el siglo XIX escuchamos tantas cosas bellas sobre la libertad de la palabra, libertad de la ciencia, etc. Pero en verdad estuvimos mucho peor avasallados que en el siglo XVIII, porque a los anteriores detentadores del poder, se agregaron nuevos y peores. La coacción anterior podía, con toda su amarga injusticia, fortalecer el carácter. La nueva, que sólo parte del dinero y sólo tiene en vista el dinero, humilla la más baja esclavitud.

- 25 -


(19)

Hugo Wincker: Los pueblos del Asia interior (Die Völker Vorderasiens), 1900.

(20)

Una honrosa excepción la hace el gran jurista Merino, que en su libro Prehistoria de los indoeuropeos (Vorgeschichte der Indoeuropäer), pág. 300, escribe “De la tierra de su pueblo no brotó la doctrina de Cristo, el cristianismo significa, por el contrario, una superación del judaísmo ya desde su primer origen hay algo de ario en él.” (21)

“Los semitas tienen mucha superstición pero poca religión”, atestigua una de las máximas autoridades, Robertson Smith, en su libro Los profetas de Israel, pág. 33. (22)

Bellamente dice Herder: “El ser humano sólo está en contradicción consigo y con la Tierra: porque la más desarrollada entre sus organizaciones es al mismo tiempo la menos desarrollada en su propia nueva disposición. Representa por tanto dos mundos simultáneamente y esto forma la aparente duplicidad de su modo de ser.” [Historia de la Humanidad (Geschichte der Menschheit)] (23)

Para mayores detalles véase el capítulo V de la presente obra.

(24)

Véase el capítulo CXXV del Libro de los Muertos.

(25)

Citado por Graetz, sin precisar la obra.

(26)

No necesito dar comprobantes del politeísmo de los judíos; se los encuentra en toda obra científica, además en cada tercera página del Antiguo Testamento. Véase también el capítulo V de la presente obra. Hasta en los salmos todos los dioses son exhortados a adorar a Yahvé; Yahvé sólo es para los judíos posteriores el único Dios en cuanto también los judíos (como nos acaba de informar Filon: “Son los únicos seres humanos en el verdadero sentido”) Robertson Smith, cuyo libro Religión de los semitas (Religión of the Semites), es considerada como una obra científica fundamental, atestigua que el monoteísmo no surge de una disposición religiosa originaria del espíritu semita, sino que en lo esencial ¡es un resultado político! (véase la citada obra) En lo referente al monoteísmo de los indoeuropeos hago brevemente la siguiente observación: el brahman de los indios es sin duda el más portentoso pensamiento religioso que jamás fue pensado; sobre el puro monoteísmo de los persas nos podemos instruir en el libro de Dermester, Zend Avesta, LXXXII y sig.) El griego, empero, había estado en el mismo camino, como Ernst Curtius lo atestigua: “Ha prendido mucho de nuevo, especialmente que fortaleza de una idea de Dios ha sido olímpica y qué poder mundial mora ha sido al Zeus de Fidias.” (carta a Geizer del 10 de enero de 1896, publicada en la Deutschen Revue, 1897, pág. 24. Por lo demás uno puede remitirse aquí a los testigos más insospechables de todos. El apóstol Pablo dice (Romanos I, 21): “Los romanos sabían que es Dios uno”; y el padre de la Iglesia, Agustín, desarrolla en el capítulo XI del cuarto libro de su Ciudad de Dios (De civitate Dei) que según las opiniones de los romanos cultos de su época, de los magni doctores paganorum: “Júpiter es el único Dios y todas las otras deidades ilustran solamente algunas de sus virtudes.” Agustín usó la idea ya existente para explicar a los paganos que no les resultaría trabajoso pasar a la fe en el Dios uno y dejar a las otras figuras (la recomendación de la fe en el Dios uno, como proceso abreviado es por otra parte un rasgo conmovedor de los dorados días de la infancia de la Iglesia cristiana) Y lo que Agustín desarrolló para los paganos - 26 -


doctos, lo atestigua Tertuliano para el pueblo en general; todo el mundo dice, cree en verdad sólo en un Dios uno, y nunca se oye invocar a los dioses en plural, sino siempre solamente “¡Gran Dios!”, “¡Buen Dios!”, “¡Lo que Dios quiera!”, “¡A Dios me encomiendo!”, “¡Dios lo pague!”, etc. Esto lo considera Tertuliano como el testimonio de un alma originariamente monoteísta: “Oh, por la naturaleza del testimonio cristiano del alma” (“O testimonium animae naturaliter Christianae”) (Apologeticus, XVII) Hermosas palabras sobre el monoteísmo de los antiguos, tal como escribe Giordano Bruno en su libro La extensión de la bestia triunfante (Spacio de la bestia triunfante), editorial Lagarde, pág. 535. Para que en esta cuestión tan importante no quede nada impreciso debo agregar que Curtius, Pablo, Agustín y Tertuliano se equivocan todos en grande cuando ven en estas cosas la prueba de un monoteísmo en el sentido del materialismo semita; su juicio está obnubilado aquí por la influencia de conceptos cristianos. La idea de lo divino, que encontramos en el neutro sanscrito brahman y en el neutro griego como así también en el neutro alemán Gott (Dios), que recién en épocas posteriores, debido a la influencia cristiana, fue concebido como masculino [véase el Diccionario etimológico (Etymolog Wörterbuch), de de Kluge], no debe ser de ninguna manera identificado con el creador personal del mundo de los judíos. Aquí vale para todos arios aún no afectados por el espíritu semita lo que el profesor Erwin Rohde desarrolla para los helenos. “Se está en una interpretación errónea si se piensa que el griego ha tenido una tendencia hacia el monoteísmo (en el sentido judío) No a una unidad de la persona divina, pero sí a una unidad de la esencia divina, a una divinidad uniformemente viviente en muchos dioses, a una divinidad general, se ve enfrentado el griego donde entra en relación religiosa con los dioses.” [La religión de los griegos (Die Religion der Griechen), en el boletín Bayreuther Blätter del año 1895, pág. 213] Sumamente características son en este sentido las palabras de Lutero: “En la reacción y en las obras (vista desde afuera contra la criatura) nosotros los cristianos estamos acordes con los turcos; así también decimos que no hay más que un Dios único. Pero nosotros decimos que no es suficiente que solamente creamos que hay un Dios único.” (27)

Historia general de la religión Cristiana (Allgemeine Geschichte der christlichen Religion)

(28)

Historia del pueblo de Israel. La enormidad de la aseveración referente a Isaías se evidencia principalmente en que Renán mismo califica y elogia a este profeta como un litteratur (literato) y journaliste (periodista) y que demuestra detalladamente el rol netamente político que ha jugado este importante hombre. “Ni un renglón de su pluma, que no haya mismo servido a una cuestión del día al interés del momento.” ¿Y precisamente en este hombre estaría contenida toda la personalidad de Jesucristo? Es igualmente irresponsable el empleo de versículos aislados de Josías para suscitar la apariencia de que el judaísmo apuntaba a una religión universal. Así se cita por ejemplo (capítulo XLIX) donde Yahvé habla a Israel: “También te di por luz de las gentes, para que seas mi salud hasta lo postrero de la Tierra.” Se silencia al respecto en el siguiente transcurso del capítulo, se declara que los paganos han de convertirse en los esclavos de los judíos y sus reyes y princesas inclinarán el rostro a tierra delante de ellos y lamerán el polvo de sus pies. ¡Y esto se afirma ser una sublime religión universal! Lo mismo sucede con el siempre montado capítulo LX donde primero dice: “Y andarán las gentes a tu luz”, pero luego más tarde con ponderable sinceridad: “Porque la gente o el reino - 27 -


que no te sirviese perecerá; ¡y del todo serán asolados!” Además se encarga a los paganos aquí de traer todo el oro y todos los tesoros a Jerusalén “porque los judíos para siempre heredarán la Tierra.” ¡Y semejantes panfletos de azuzamiento político se osa poner en paralelo con la imagen de Cristo! (29)

Se ha afirmado frecuentemente que los judíos tienen poco sentido del humor, esto parece ser cierto, por lo menos en cuanto a los individuos: ¡imagínese la plenitud de estos escribas crasamente ignorantes, carentes de toda fantasía y la vacuidad de los helenos! En pobre concepto tiene Graetz a la personalidad de Cristo; el máximo reconocimiento al que arriba es el siguiente: “Jesús también habrá tenido un modo de ser simpático, cautivador del corazón, por lo que su palabra pudo hacer impresión.” La crucifixión es considerada por el erudito profesor de Breslau como la consecuencia de un malentendido. Acerca de los pocos judíos que posteriormente se convirtieron el cristianismo dice Graetz “que esto fue a causa de las ventajas materiales y la devoción formal por Cristo la llevaban con la compra como algo accidental.” ¿Tendrá esto aun hoy su validez? Que el pacto con Yahvé era un contacto con obligación recíproca, lo sabíamos del Antiguo Testamento; qué es lo que hay para comprar en Cristo me resulta poco claro. (30)

La siguiente enseñanza sobre la expresión hijo del hombre es importante: la interpretación mesiánica de la expresión hijo del hombre proviene recién de los traductores griegos de los Evangelios. Como Jesús en arameo no dijo sino bonascha. Pero esto significa el ser humano y nada más, los arameos no tienen otra expresión para el concepto.

(31)

“Si el ser humano es impuro, entonces lo es porque había faltado a la verdad”, decían las prescripciones de sacrificios de los indios arios, ya 1000 años antes de Cristo (Stepathe Brahmana, primer verso de la primera sección del primer libro) (32)

En el quinto libro de Moisés (Deuteronomio V, 6) encontramos ciertamente palabras semejantes a éstas referidas por Cristo (Mateo XXII, 17, ¡pero no se pase por alto la conexión!) Antes del mandamiento de amar, para nuestro sentir ya una idea extraña: amar por orden. Figura como primer y más importante mandamiento (versículo 2): “Para que temas a Jehová tu Dios guardando todos sus estatutos y sus mandamientos y acto seguido viene la recompensa por este amor.” Versículo 10 y siguiente: “Te daré ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, y casas llenas de todo bien, que tú no henchiste y cisternas cavadas, que tú no cavaste, viñas y olivares que no plantaste, etc.” ¡Esta es una clase de amor como aquella que hoy funda más de un matrimonio! De cualquier modo, el amor al prójimo aparecería como una extraña luz si no se supiera que según la ley judía sólo es para el judío un prójimo, como así dice en el mismo lugar (Deuteronomio VII, 16): “¡Tragarás a todos los pueblos que te da Jehová tu Dios!” Este comentario al mandamiento del amor al prójimo torna superfluo toda ulterior observación. Pero para que nadie deje de ver claro sobre qué es lo que los judíos entendieron también más tarde bajo esta orden de amar a Dios de corazón, referiré también el comentario del Talmud (Jomah capítulo VIII) sobre ese lugar de la ley. Deuteronomio VI, 5: “En esto se enseña: tu comportamiento ha de ser tal que el nombre de Dios sea amado a través de ti, porque el ser humano debe ocuparse de la investigación de la Sagrada Escritura y de la Mishmah y practicar trato con hombres - 28 -


doctos y sabios; su habla sea suave, su comportamiento adecuado y en el comercio e intercambio con sus congéneres aplíquese a la honestidad y hombría de bien. ¿Qué dirán entonces las gentes? ¡Salve este hombre, que se ha ocupado de la investigación de la sagrada doctrina!” [según la versión alemana del judío Seligmann Grünwald en la Biblioteca Universal Judía (Jüdische Universal Bibliothek), cuadernos XXXIV y XXXV, pág. 86] En el libro Sota del Talmud jerusalemita se puede encontrar un comentario algo más sensato pero idénticamente chato. Esta es la interpretación judía ortodoxa del mandamiento: ¡Y amarás a Dios de todo corazón! ¿No es el juego más indigno con las palabras si se asevera aquí que Cristo enseñó lo mismo que la Thora? (33)

El judío creyente Montefiore, en su libro Religión de los antiguos hebreos (Religión of the ancient Hebrews), reconoce que el pensamiento “Dios es amor” no aparece en ninguna obra puramente hebrea de ninguna época.

(34)

Montefiore y otros autores niegan que la relación de Israel con respecto a Yahvé haya sido la de los siervos con respecto a su señor, pero la escritura lo dice inequívocamente en muchos lugares, así por ejemplo en Levítico XXV, 55 se lee: “Siervos son para mí los hijos de Israel, mis siervos a quienes he conducido desde el país egipcio”; y la traducción literal del texto hebreo sería ¡esclavo! (traducción literal de Louis Segoad) (35)

Apenas necesito llamar la atención sobre el hecho de cuan puramente simbólicas eran las formas de culto de los egipcios y asirios, de quienes los judíos habían tomado la sugestión para estas figuras especiales del toro y de la serpiente. (36)

Cuando en época muy posterior los judíos no pudieron sin embargo resistir del todo el impulso a la representación, trataron de suplir la carencia de fuerza creadora por la verborragia oriental, de lo que se puede ver un ejemplo en Ezequiel. (37)

Rigveda X, 129, 7 (según Deusen)

(38)

Adolf Bastian, el eximio etnólogo, en su obra: La resistencia de las razas humanas (Das Beständige in der Menschenrassen) (39)

“Las mitologías extranjeras se transforman entre las manos de los semitas en relatos chatamente históricos.” (Renán: Israel, 1, 49)

(40)

La historia de la creación del fenicio Sanchuniathon.

(41)

Véase el capítulo V de la presente obra. Como punto de referencia y para hacer resaltar drásticamente las diferencias de las aptitudes: unos trescientos años después de Homero, apenas un siglo antes de Herodoto. (42)

Por ejemplo, en seguida como primera promesa a Abraham: “El país te lo daré en eterna posesión.” (43)

Robertson Smith: Los profetas de Israel.

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(44)

En la colección de leyendas populares y cuentos judíos titulada Sippurim se menciona frecuentemente que el judío común indocto debe aprender de memoria seiscientas leyes. El Talmud empero enseña trece mil seiscientas leyes cuyo cumplimiento o mandato divino [véase Emanuel Schreiber: El Talmud desde el punto de vista del judaísmo moderno (Der Talmud vom Standpunkte des modernes Judentum)] Aún un investigador tan ortodoxamente eclesiástico como Stanto admite que el pensamiento mesiánico judío era netamente político (El Mesías judío y el cristianismo, 1866, pág. 112 y sig., pág. 128 y sig., etc.) Se sabe que la teología se ha ocupado mucho en los últimos tiempos de la historia de las ideas mesiánicas. El resultado para nosotros los legos es principalmente la comprobación de que los cristianos inducidos por falsas doctrinas específicamente galileas y samaritanas falsearon la expectación de un Mesías con una idea que en verdad los judíos nunca habían tenido. Las interpretaciones forzadas de los viejos profetas desde siempre habían causado la indignación de los exegetas judíos pero ahora también se admite por parte cristiana que por lo menos los profetas anteriores al exilio (y estos son los más importantes) no sabían nada de la espera de un Mesías [véase, por ejemplo, Paul Volz: La profecía de Yahvé pre-exílica y el Mesías (Die vorexilische Jahveprophetie und der Messias), 1897) El Antiguo Testamento no conoce siquiera la palabra y uno de los teólogos más eminentes de nuestro tiempo, Paul de Lagarde, señala que la expresión maschiach no es de ninguna expresión originariamente hebrea sino tardíamente tomada en préstamo de Asiria o Babilonia. Es también particularmente llamativo que esta expectativa del Mesías cuando aparecía, cambiaba constantemente la figura una vez iba a venir un segundo rey David, otra veo la idea apuntaba simplemente a un dominio mundial judío en general luego es Dios mismo con su juicio celestial, quien termina de golpe con los soberanos existentes y da el pueblo de Israel dominio imperecedero, un reino universal del cual también participan los justo redivivos, mientras que los renegado son condenados a eterna ignominia. Otros judíos a su vez discuten si el Mesías será un Ben David o un Ben José; algunos creen que habrá dos, otros son de opinión que nacerá en la diáspora romana; pero nunca y en ninguna parte se encuentra el pensamiento de un Mesías sufriente que redima por su muerte. Los judíos mejores, los más cultos y devotos de todos modos nunca participaron de semejantes alucinaciones apocalípticas. En el Talmud leemos: “Entre el tiempo presente y el mesiánico no hay diferencia sino en que la presión bajo la cual languidece Israel hasta entonces acaba” (por el contrario, véase en el tratado Sanedrín del Talmud babilónico, folio 966 y sig., ¡la tremenda confusión y la constante puerilidad de las ideas mesiánicas!) Ahora bien: pienso haber dado con el núcleo del problema en mis disquisiciones precedentes: en una religión absolutamente histórica como la judía; la segura posesión del futuro es una necesidad tan imperiosa como la segura posesión del pasado; desde los tiempos primitivos vemos que este pensamiento en el futuro anima a los judíos, los anima aún hoy según las influencias del entorno el pueblo carente de fantasía otorgó a sus expectativas diferentes formas, esencial es solamente la convicción firme inquebrantable como una roca, que no los abandonó nunca, de que los judíos alguna vez dominarían el mundo. Esto es, pues, una componente de su carácter, la proyección visible hacia afuera de su modo de ser más intimo. Es su sustituto de la mitología. (45)

Tertuliano hace al respecto la encantadoramente ingenua observación: “¡Pilato ya era cristiano en su corazón!” (Apologeticus, XXI)

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(46)

Si bien el mito del pecado original aparece al comiendo del primer libro de Moisés, evidentemente es una idea prestada, ya que los judíos nunca lo comprendieron y no encontró aplicación en sus sistema. El que no infringe la ley es a su entender libre de pecado. Así tampoco su espera de un Mesías no tiene nada que ver con nuestra idea de la redención. Mayores pormenores en los capítulos V y VII de la presente obra. (47)

Es ésta la tendencia de la gnosis en general; la expresión completamente meditada, más noble, la encuentra esta orientación en cuanto me puedo permitir tener confianza en mi juicio, en Marción (mediados del siglo II) Quien estaba de tal manera embebido de lo absolutamente nuevo del ideal cristiano como quizás ningún maestro de religión posterior a él, pero precisamente en un ejemplo de esta índole uno se da más netamente cuenta cuán fatal es querer ignorar lo históricamente dado [debo prevenir expresamente al deseoso de saber que los tres renglones que el profesor Ranke dedica a este hombre realmente grande en su libro Historia del mundo (Weltgeschichte), Vol. II, pág.171, no contienen ni una palabra de lo que había que decir aquí) Para el conocimiento de Marción y de la gnosis en general son recomendables los Fragmentos de una fe desaparecida (Fragmente eines verschollenen glaubens), de Mead, traducidos por Ulrich, en 1902, en Schwetschke. (48)

La Themis ha sido rebajada entre nosotros, los modernos a una alegoría de la administración de justicia imparcial, es decir, de un convenio absolutamente arbitrario y se la representa de manera significativa, con los ojos vendados; cuando la mitología aún vivía designaba el imperio de la ley en toda la naturaleza y los escultores de la antigüedad le dan ojos grandes, especialmente muy abiertos. (49)

Junto a las innumerables de rapiña con asesinato en mesa, mandadas por Dios, donde también las cabezas de los niños debían ser estrelladas contra las piedras. Obsérvese los casos en que se ordena asaltar y asesinar alevosamente “al hermano, amigo y prójimo” (Libro II de Moisés XXXII, 27), y también las órdenes que causan repugnancia, tales como en el Libro de Ezequiel IV, 12-15. (50)

Renán: Historia del pueblo de Israel.

(51)

Con qué fanatismo muy lógico los rabinos propugnan hasta hoy la incondicionalidad de la voluntad que de ninguna manera puede ser interpretada metafísicamente como libertad de la voluntad, lo que se puede comprobar en cualquier historia del judaísmo. Didérot dice: “Los judíos son tan celosos de esta libertad de la indiferencia que creen que es imposible pensar sobre esta materia de un modo distinto que el de ellos” (“Les Juif sont el faloux de cette liberté d’indifferénce, que’ils a imaginent qu’il est imposible de penser sur cette metiere du autrement qu’eux”) Y cuán exactamente este concepto está ligado al de la libertad de Dios y con la Providencia, se evidencia por el alboroto que se produjo cuando Maimónides quiso limitar la Providencia divina a la humanidad y afirmó que no toda hoja era movida por ella ni generado cada gusano por su voluntad. De las llamadas sentencias fundamentales del renombrado talmudista Rabi Akiba rezan las dos primeras [según se observa en el libro de Hirach Graetz: Gnosticismo y judaísmo (Gnosticismus und Judentum), 1846, pág. 91]:

1) Absolutamente todo está vigilado por la Providencia de Dios. 2) La libertad de la voluntad está sentada. - 31 -


(52)

Nunca en los indoeuropeos los dioses son creadores del mundo, donde lo divino es concebido como creador como en el brahman de los indios esto se refiere a una percepción puramente metafísica, no a un suceso histórico-mecánico como en el Libro del Génesis; de lo contrario los dioses se generan más acá de la creación, se habla de su nacimiento y de su muerte.

(53)

Oldenberg: La religión de los vedas (Die Religión des Vedas), pág. 310.

(54)

Abreviatura para Jerusalén.

(55)

Si fuera aquí el lugar para hacerlo, gustosamente traería pruebas más detalladas de cómo esta idea judía del Dios omnipotente, que obra como Providencia libre, condiciona inevitablemente la concepción histórica de este Dios, y cómo precisamente contra esto se resiste permanentemente toda percepción genuinamente aria. Así por ejemplo toda la trágica vida intelectual de Pedro Albelardo se debe a que él, a pesar de la más ardiente ansia de ortodoxia, no puede adecuar su espíritu al materialismo religioso judío. Reiteradamente llega a la conclusión de que Dios hace lo que hace por necesidad [en lo que pudo remitirse a los escritos anteriores de Agustín, especialmente a su libro El libre albedrío (De libero arbitrio): ¡esto es anti-semitismo intelectual en su más alta potencia! También niega toda acción, todo movimiento en Dios; el imperio de Dios es para él el acaecer de una determinación eterna, de la voluntad: “En Dios no hay sucesión de tiempo.” Véase A. Naustrath: Pedro Abelardo (Peter Abälard), pág. 201 y sig.] Con esto desaparece la Providencia. Por lo demás ¿para qué buscar documentación docta? El noble Don Quijote explica con conmovedora ingenuidad a su fiel Sancho: “Para Dios no hay pasado y no hay futuro, sino que todo es presente” (Miguel de Cervantes Saavedra: Don Quijote de la Mancha, libro IX, capítulo VIII); de esta manera el eternamente grande Cervantes señala sin rodeos el punto de vista no-histórico de todos los no-semitas. (56)

Ésta última, sin embargo, al parecer con importantes restricciones, ya que el pensamiento ario de la gracia aparece claramente más de una vez en un Cristo.

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“La probabilidad que Cristo no fue un judío, que no tenía una gota de sangre judía en las venas, es tan grande que casi equivale a una certeza.” (Houston Stewart Chamberlain)


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